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Capítulo 3: Batallas perdidas I

Parte I

—Aun cuando no supieras que eso iba a suceder, debiste haber sido sincero conmigo. ¡Merecía saber que Danielle y Alejandro navegarían juntos! —expresó Elena en tono molesto.

—¡No, por supuesto que no te lo iba a decir! No soy el idiota que crees que soy. De ninguna manera te daría más razones para pensar en él —espetó Barboza al tiempo que se colocaba un chaleco encima. 

La esposa arrugó la frente y se posicionó frente a él, antes de que su marido evadiera la clara pelea. 

—¿Pensar en él? ¿De qué hablas? Yo estoy aquí contigo ¡Son de nuevo tus celos los que hablan y suponen por mí! ¡Yo no lo quiero a él!

—Sí, claro —soltó el pirata con ironía—. Eso dices ahora, pero hace un año no fue así.

—¡Basta, Manuel! ¡Ya olvídalo! ¡Ya déjalo ir! —emitió Elena en un grito. 

La disputa matrimonial, que surgió de las preguntas de Elena y de los celos de Barboza, fue interrumpida por Leonor. La mujer llamó a la puerta de la habitación de sus señores para hacerles saber de la presencia de una visita matutina.  

—Lo siento, señora. —Se disculpó por detrás de la puerta, después de escuchar el cese de los gritos—. La señora Díaz ha preguntado por usted.

—Ya la atiendo —respondió Elena desde la habitación, al tiempo que miraba a su marido caminar apresurado hacia la salida. 

Se topó con Danielle en el recibidor, la saludó con cordialidad y salió de la casa sin decir otra cosa.

Elena resopló algo de aire para ella misma, arregló un par de cabellos, buscando que no se notara parte de su descontento, pensaba que Danielle no tenía por qué enterarse de sus problemas matrimoniales. 

—Buenos días, Danielle. Me alegra que estés aquí de nuevo. ¿Vienes sola? —preguntó Elena, saludando a su amiga con un beso en la mejilla en su arribo a la sala de estar.

—Sí, Alejandro me trajo y luego fue a hacer sus cosas. Ya sabes. —Frunció el ceño—. Amiga, ¿estaba Barboza enojado o lo imaginé?

La mente de Elena divagó por breves segundos, recordó que Danielle reconocía cada semblante de Barboza, además de los de ella. Era absurdo tratar de esconderle algo. 

—No lo imaginaste, él se irrita por casi todo. Hoy fue una pelea, ayer otra y así casi a diario —respondió después de señalarle el cómodo sillón para que ambas tomaran asiento.

El rostro de la rubia dejó de ser el de una dama congraciada con la visita matutina, para convertirse en el de una amiga preocupada. 

—Yo creí que todo estaba bien... o ¿qué le pasa?

Elena encogió los hombros haciendo un leve recuento en su cabeza. 

—No estoy segura... en un principio todo fue maravilloso, los dos solos en nuestra pequeña casa, vivíamos un sueño; era la vida que siempre quise. Pero después todo cambió, él siempre está irritable, de mal genio, sale todo el día al embarcadero o a un sucio burdel a visitar a una de sus "amiguitas"—expuso Elena intentando no ser clara con los detalles. 

»Hoy despertó paranoico, porque le ha dado por inventar cosas —repuso cansada de las discusiones que ya eran parte tradicional de sus días. 

—¡Oh, por Dios, Elena! Barboza enloqueció —expresó la rubia con cara de asombro—. ¿Piensas que esté entusiasmado con alguien más?  

—No creo que sea eso. Yo, más bien, supongo que extraña el mar, los atracos, las batallas, los duelos. Sospecho que no puede salir de la piratería. Esta vida no lo hace feliz, ni yo tampoco —respondió Elena, después de un largo suspiro.

—Me cuesta trabajo creerlo, porque siempre dijo querer esto. —Levantó la cara para rodear la acogedora casa con los ojos. 

—Pues se mintió a sí mismo y a nosotras —soltó Elena con una sonrisa llena de despecho.  

No obstante, las cosas para Danielle seguían intrigantes, no sólo por lo mal que iba el matrimonio, sino por el origen del mal genio de Barboza. 

—Elena, hay algo que me parece extraño. Anoche no quise preguntarte frente a Manuel y Alejandro, pero... ¿No te parece raro no haber quedado embarazada después de un año de matrimonio?

Elena guardó silencio por unos instantes y desvió la mirada hacia sus manos, mordió el labio inferior como quien evitar decir algo. Finalmente, prefirió responder. Necesitaba el desahogo.

—Estuve embarazada dos veces. Sin embargo, las cosas salieron mal y perdí a los bebés prácticamente al inicio de los embarazos.

Danielle corrió con rapidez a donde su amiga reposaba, ya que la necesidad de reconfortarla con un abrazo le invadió el alma. Ninguna mujer es lo suficientemente fuerte como para cargar por si sola la perdida de dos bebés. Danielle lo entendía y se lo hizo saber de inmediato.   

—Debí haber estado contigo —agregó con un claro dolor en la voz.

—No te preocupes, esas cosas pasan —resolvió Elena con un aire de melancolía—. El médico me revisó tras la segunda perdida y dijo que no había razón por la cual no pudiera concebir. Todavía tenemos la ilusión, aunque entre más pasa el tiempo, mayor es mi preocupación. Manuel no lo sabe, pero he llegado a creer que esos abortos son la razón por la que él desea volver a la piratería.

—¡No, no y no! ¡No te voy a permitir que te culpes por ello! ¿No me acabas de decir que se mete en un burdel y qué extraña navegar? —bramó Danielle con el ceño fruncido—. Aun cuando es hombre y es normal que frecuenten a esas mujeres, él le juró al capitán cuidar de ti, amarte y respetarte; y si te aflige, no te respeta o no te ama, el que está fallando es él, no tú.

Elena miró a Danielle con una sonrisa en su rostro, era la clara felicidad de una mujer que acababa de recibir un sabio consejo de su mejor amiga. 

—Te extrañé tanto, aquí no tengo amigas, fue difícil estar sin ti. Solo Leonor me hacía un poco de compañía cuando Manuel salía de casa durante esos momentos de furia.

—Yo también te extrañé. Además, yo ni siquiera tenía una Leonor con quien charlar —expresó la rubia en un puchero—. ¿Quieres que hable con Barboza?

—¡Oh, no! ¡Por favor, no! Ya lo resolveremos nosotros, a él no le gustaba cuando tú y mi padre terminaban en medio de nuestros problemas.

—Si no fueran tan tercos se arreglarían fácilmente. —Sonrió Danielle con delicadeza—. Ustedes dos son uno para el otro, de eso estoy totalmente segura, pero bueno... Esa es tu decisión y me mantendré al margen.

—Tampoco le cuentes a Alejandro, por favor. Me moriría de la pena si se enterara de que mi matrimonio no es lo que imaginé, sobre todo, por como terminaron las cosas —argumentó Elena.

Danielle despegó las manos de su amiga y se puso de pie para pasear por el salón. 

—Hace un año en Magdalena, estaba segura de que terminarían por huir juntos. Él me habló de esa última conversación que tuvieron y me aseguró que no te volvería a insistir. Fue por eso que él y yo decidimos intentarlo —aseguró buscando los ojos de Elena. 

Por su parte, Elena tomó la sinceridad de Danielle como el baldazo de agua fría que necesitaba, debido a los sentimientos que estuvo escondiendo. 

—Yo... bueno. Creo que me aterré. Esa noche en Magdalena murieron demasiados inocentes, los recuerdos de mis padres estaban en esa ciudad y quedó destruida a causa del castigo de Alejandro y de la incongruente decisión de aferrarnos a algo que no podía ser. Fue mucha la gente que pagó por los errores que todos cometimos. No estaba lista para seguir huyendo, causando problemas por todos lados y Barboza tampoco se hubiera quedado tan tranquilo. Me acobardé —explicó evitando mostrar su timidez.

—Elena, dime la verdad, ¿te molestó mi matrimonio con Alejandro? —preguntó sin rodeos, volviendo a situarse al frente de su amiga.

Claramente, había cierta preocupación en los ojos verdes de Danielle. Elena fue sorprendida por aquella pregunta que pensaba que jamás escucharía; sin embargo, no dudó en lo que debía responder. 

—No niego que me sorprendió bastante. Manuel me dijo que estarías con Julia, no con Alejandro y sabía que podría volver a verlo en altamar o en alguna reunión. Aunque, jamás imaginé que sería de esta manera. También creí que podría despertar algo en mí; en cambio, no fue así, yo ahora estoy segura de mis sentimientos por Manuel. No me acercaré a tu marido, si es lo que temes —aseguró Elena tomando la mano de su amiga.

De algún modo, debía inspirarle esa confianza y esa paz que ella sabía que Danielle necesitaba.



En las calles de Portobelo, Manuel fue interceptado por un jovencito delgaducho de dieciséis años que aún tenía barros en el rostro y corría descalzo, traía con él una nota con el sello personal de un miembro de la policía local. 

—¿Qué es esto? —preguntó Barboza arrebatándole la carta al muchacho.

—Se la envió don Lorenzo, capitán. Me dijo que era urgente que la entregara en sus manos hoy mismo —informó el niño que tenía un sombrero viejo estrujado en la mano. 

«La guardia costera ha sido notificada de tu posible presencia en este puerto, ya vienen por ustedes. Llegarán mañana por la noche a más tardar, ten cuidado porque están siendo vigilados».

¡Maldita sea! —expresó con suma molestia, después de leer la notay apretarla entre sus manos—. Diles a los hombres que hemos reclutado que los veré en la María hoy mismo antes de las cinco de la tarde. Necesito que abastezcan lo necesario para un viaje corto.

Capitán, ¿nos vamos a embarcar? —cuestionó luego de tragar saliva—. Somos muy pocos.

¡Eso no importa! ¡Has lo que te digo! —respondió enfurecido. 

Enseguida, volvió lo más rápido que pudo a su casa, tratando de no imaginar el mundo de posibilidades que podían suceder ahora que corrían peligro.

—¡Elena! —gritó alarmando e interrumpiendo la plática de su esposa con Danielle.

¿Qué te pasa? ¿Por qué gritas de ese modo? —respondió de pie frente a él.

Prepara tus cosas, rápido. Tenemos que irnos hoy mismo.

¿Irnos? ¿Ahora? ¿Por qué? No entiendo —interrogó con un claro semblante de incógnita. 

¡No necesitas entender! Has lo que te digo. Danielle, tú también debes venir con nosotros.

No, yo no puedo irme sin Alejandro, no a menos que nos expliques qué está pasando —exigió la rubia en tono alarmante.

El pirata tragó saliva y vio los asustados semblantes de ambas damas, aunque no quisiera debía darles respuestas. 

Lorenzo, de la policía, me ha notificado que vienen por nosotros. Estarán aquí para mañana y no pretendo quedarme a saludar.

¿Por qué te ha avisado ese hombre de la policía? ¿Y si es una trampa? —preguntó una vez más Elena, buscando obtener respuestas.

No, no es una trampa. Lorenzo me ha notificado todo lo que la policía sabe respecto a mí desde que llegamos aquí.

¿Por qué?

¡Le pagué! —gritó exasperado—. ¿Esperabas que me sentara a beber el té todas las tardes sin averiguar lo que pasaba fuera de aquí? Ahora has lo que te pido, tenemos que estar en la María en un par de horas.

¿También saben de mí y de Alejandro? —interrogó Danielle, tomando el brazo de Barboza.

No lo sé. Supongo que reconocerán el barco de los Díaz o a él mismo. El comodoro lo tomó personal y nunca dejó de buscarlo. Será mejor regresar a la Isla del coco, allá averiguaremos qué es lo que pasa. ¿Dónde está Alejandro?

Estaba más que preocupado, era evidente que todo podría salir mal ese día.

Fue a Las Valdivias, dijo que tenía un comprador para unos barriles de tabaco.

Mandaremos a alguien con una nota y le diremos que nos intercepte en mar abierto —indicó Barboza buscando papel y tinta para escribir las palabras de alerta.

Luego salió de casa para llamar a su mozo, quien estaba en la parte de enfrente platicando con un par de caballeros.

¿Quiénes son? —preguntó después de hacer una seña para que este se acercara.

Son dos hombres de la marina que fingen ser caballeros. Señor, me han preguntado por usted, es verdad que lo vigilan.

Manuel rechinó la mandíbula, puesto que las oportunidades de salir de ahí sin problemas se le cerraban frente a sus ojos.

Lleva esta nota a Las Valdivias, es para el capitán Alejandro Díaz, lo conoces, estuvo aquí ayer. Cuando vuelvas aquí encontrarás la paga por tus servicios más una compensación agradeciendo tu silencio por todo este tiempo.

¡Gracias, capitán! —dijo el mozo y salió corriendo para cumplir con su última tarea. 

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