Capítulo 27: Luz y oscuridad
La molestia que sentía Alejandro no podía ser ocultada bajo ninguna idea. Caminó con dicho semblante hasta su cabaña donde ya lo esperaban tanto Danielle como Colette para iniciar la cena. En su llegada, se quitó una especie de chaleco que llevaba puesto y desabotonó las mangas de la camisa a fin de subirlas hasta los codos.
La pequeña Colette corrió entusiasmada a recibir a su padre, al tiempo que ofrecía su ayuda para retirarle las botas; sin embargo, el hombre no accedió a deshacerse de ellas, en vez de ello, caminó a la mesita de licores que Danielle tenía frente a su elegante comedor, con la necesidad de hacerse de un vaso de Whisky. Uno muy fuerte y fino que él mismo había traído de uno de sus viajes por Europa.
—Espero no estés pensando en beber, en lugar de comer algo —señaló Danielle apareciendo con una charola con pescados cocinados por ella misma.
El pirata dirigió el rostro en su dirección e ignoró todo regaño hecho por su esposa.
—No tengo hambre —respondió vertiendo un poco más de su bebida en el vaso que recién había vaciado de un trago.
—Creo que pasas demasiado tiempo con Julia —declaró la rubia luego de verlo beber como lo estaba haciendo.
—Es la reunión y la dichosa batalla —resolvió un tanto molesto, enseguida cerró ambos ojos y respiró hondo. Volvió al vaso de Whisky, bebiendo de nuevo—. Me tiene estresado.
Por su parte, Danielle manifestó asombro, conocía a su esposo y las batallas no eran algo que le preocupara.
—¿Por qué? Has tenido muchas batallas, ¿por qué esta es diferente?
—Hay mucho en riesgo y todos dependemos de las decisiones de Barboza. No es más que un burdo pirata engreído que supone saberlo todo —declaró este para evidenciar su rabia contra el mismo hombre.
Con la mano todavía sobre la botella, agachó la mirada, ignorando todo semblante que Danielle había hecho.
—Y yo que creía que en realidad te preocupaba la batalla —respondió la mujer, mientras colocaba algo de comida en el plato de Colette.
Las palabras fueron tomadas de mala gana para quien no estaba de buen humor.
—¡De verdad me preocupa la batalla, Danielle! ¡No especules! —vociferó en un grito.
—¡No es especulación, Alejandro! —replicó la esposa con las manos sobre la cintura—. Tú y Barboza han pasado demasiado tiempo peleando uno contra el otro, incluso podrían estar de acuerdo en algo, pero si se dan cuenta de ello, de inmediato cambiarían de opinión, únicamente para seguir peleando.
—Claro que no. Eso suena infantil —soltó el pirata negando con la cabeza.
—Muy bien. Entonces, dime, ¿qué es lo que Barboza está haciendo mal?
Alejandro sabía que Danielle no pararía de hacer preguntas, así que prefirió responderle. De igual manera se enteraría tarde o temprano.
—Él quiere que la batalla sea aquí.
La rubia arqueó una ceja con los ojos puestos sobre el enrojecido rostro de su marido, ella mejor que nadie conocía a Barboza, era un hombre inteligente e instruido con la capacidad de vencer en aquella batalla que estaban por enfrentar.
—¿Aquí? Eso sí es extraño, pero supongo que si esa fue su decisión es porque debe ser lo mejor que tienen para vencer —expresó sin preocupación.
—¡Lo ves, tú también lo haces! —emitió el marido con una sonrisa llena de ironía—. Si él lo dice, no hay problema, pero si lo hubiera dicho cualquier otro hombre, estaríamos hablando de un loco fuera de control.
—Cariño, Barboza ya es un loco fuera de control; sin embargo, sabe lo que hace, deberías confiar en él y permítele hacer su trabajo.
—¡Bien, de acuerdo, eso haré! —masculló—. Lo dejaremos hacer su trabajo mientras se involucra con Patricia a las espaldas de Elena.
Los ojos de Danielle se hicieron grandes, hizo la boca en forma de O y dejó de lado los cubiertos que estaba colocando sobre la mesa.
—¡¿Qué ellos qué?! ¿Cómo lo sabes? —preguntó alarmada.
—Sínicamente, me pidieron que saliera de la gran cabaña para quedarse solos en ella, pensé en averiguar de qué cosa se trataba, pero afuera estaba el perro guardián de Barboza —explicó con una falsa sonrisa.
—¿Hablas de Gonzalo?
—Sí, el mismo. Le cuida las espaldas no solamente para con la hermandad o enemigos, sino que también lo hace con Elena.
Un par de arrugas aparecieron en el entrecejo de Danielle, había estado charlando con su amiga todos los días desde su regreso y conocía parte de la intimidad de la relación.
—Pero esta tarde hablé con Elena y me dijo que estaban mejor que nunca.
—Por supuesto, Barboza le habla bonito al oído, pasan la noche juntos, amanecen felices y después él puede hacer lo que le venga en gana de nuevo. Hace lo que quiere con Elena y ella jamás se dará cuenta por qué permite ser manipulada.
La rubia rodó los ojos luego de haber escuchado el desahogo de Alejandro, estaba claro que toda frustración no tenía nada que ver con las decisiones de Barboza para la guerra.
—Entonces lo que te molesta no es la batalla, sino la relación de Barboza y Elena —dijo soltando el aire.
No obstante, el rubio volvió el rostro en dirección a la mujer que tenía de frente, lo que era una plática entre esposos, terminó como un posible reproche.
—Danielle, no. Yo no...
—¡Sí! Tú no vas a dejar de pensar en Elena jamás. Aunque ella fuese la mujer más feliz del mundo, siempre encontrarás la manera de verla infeliz.
—Danielle, ¿de qué hablas? ¡Acabo de mencionarte que Barboza se ve con Patricia!
—¡Eso lo hacen todos los hombres, Alejandro Díaz! No hay hombre que no sea débil ante los encantamientos de una mujer por más casado que este.
Toda gota de tranquilidad es que estuviera presente, fue evaporada por la cruda realidad que Danielle manifestaba; sin embargo, Alejandro era un hombre cuyo sentido del honor, también se había extendido hacia el matrimonio, ese que tenía con Danielle desde hace más de seis años. Durante los meses que ella navegó con Alejandro, entablaron una amistad que con el tiempo se volvió más íntima, propiciada por la soledad que ambos sentían en el barco. Después de la primera noche que pasaron juntos, Alejandro le prometió a Danielle que se casaría con ella, a fin de remediar el sentimiento culposo que le acorraló. De igual modo, Elena lo había rechazado por Barboza y Danielle había demostrado que podía ser buena compañía para el resto de sus días.
Alejandro cumplió su promesa, se casó con Danielle y ella le dio un hogar, de ninguna manera le haría daño, su mujer era alguien especial que estaba presente en su mente y corazón.
—Oye... Yo jamás te he faltado el respeto de esa manera —aseguró, manteniéndose firme frente a quien lo acusaba.
—La infidelidad no sólo es cuerpo a cuerpo, Alejandro. También se es infiel con el pensamiento y tú sigues enamorado de Elena.
Un corazón palpitante lo delataba, ¿qué podía hacer si era cierto? La castaña aparecía en su vida y sus rodillas todavía flaqueaban.
—¿Qué? ¡No!
—Mira... Lo entiendo. Sé que me quieres, sé que soy importante para ti, pero apenas la vez... tú sucumbes de nuevo. Nos quieres a ambas, aunque ella es a quien amas.
Alejandro miró los hermosos ojos verde aceituna de Danielle, la mujer que le había convertido en padre, dándole un hogar en medio del peligroso mundo de la piratería. No obstante, esta vez ella tenía razón. Su traicionero corazón le dictaba acercarse a Elena a la primera oportunidad que tuviera, los enormes deseos por tenerla y sentir su aroma lo descontrolaban todo, al grado de olvidarse de quién fungía como su esposa.
—No te preocupes por ello. No me acercaré a Elena de la manera que tú crees. Mis preocupaciones y problemas tienen que ver con el plan de Barboza —expuso a fin de proporcionarle a la mujer algo de paz.
—Entonces háblalo con él y si tienes una mejor opción, dísela —vociferó la rubia con cierto cansancio por las peleas que constantemente provocaban—. Por tu bien espero que esta vez no terminen peleando en el fango, porque dudo mucho que los dos permanezcan con vida.
La mañana llegó y con ello, una nueva reunión. Durante la sesión, hablarían de la organización de hombres y armas. Después de la desastrosa noche que pasó, Alejandro salió resignado a aceptar las ideas de Barboza, siempre y cuando no estuvieran fuera de lo natural. Puso sus pies a las afueras de su casa y de un largo suspiro, tomó todo el aire que pudo con la idea de mantenerse sereno y alerta para la reunión.
En medio de su desahogo, miró a Manuel Barboza pasar acompañado de Gonzalo, lo menos que esperaba para comenzar el día era topárselo, por lo que aceleró su camino, buscando llegar antes, así no tendría que tener conversaciones incómodas durante el trayecto a la gran cabaña.
No obstante, Barboza reconocía que lo sucedido la noche anterior no era algo natural. A sus ojos, el hombre era el antiguo enamorado de Elena y él el maldito que le quitó todo derecho de pelear por ella.
—Alejandro, detente —gritó esperando que no se sintiera como una orden, puesto que sabía que no era la persona favorita de Alejandro.
Los pasos acelerados del rubio se frenaron, sacó el pecho y volvió el cuerpo con lentitud.
—¿Qué pasa? —respondió con tranquilidad y la mirada en quien le hablaba.
—¿Podemos hablar?
Alejandro se encogió de hombros y asintió con un leve movimiento de cabeza, luego miró con frialdad a Gonzalo, ese que parecía un perro fiel.
—Gonzalo, has el favor de irte adelantando —señaló Manuel para quedarse a solas con Alejandro.
—¿Qué necesitas? —cuestionó el rubio después de ver al contramaestre alejarse.
Por otro lado, la conversación que Barboza debía tener con su viejo enemigo, no estaba cercas de la comodidad, ya que regularmente esos dos se comunicaban entre sí, sólo para fastidiarse la vida y por esta ocasión se trataba de algo por completo opuesto.
—¿Pensaste en algo para mantener a Danielle y Elena a salvo? —interrogó con el deseo de entablar una plática amistosa.
El rubio observó a Barboza, estaba seguro de que no era precisamente eso de lo que él quería hablar.
—Tal vez... Llevarlas más al centro de la selva con gente de confianza que pueda protegerlas —comentó.
—Bien, podría funcionar —respondió Barboza con inquietud.
—¿Algo más?
Los ojos del enorme pirata se anclaron sobre la mirada azulada de Alejandro, debía decirlo o su matrimonio correría peligro.
—Sí, quería pedirte que no compartieras con Danielle lo que viste ayer al salir de la cabaña.
—¿Por qué? ¿Vi algo incorrecto? —inquirió convencido de que tenía el poder de la conversación.
—Sabes de lo que hablo —soltó Barboza con tremenda fachada de fastidio.
—Ah... sí —expresó Alejandro con cierta sonrisa en la cara—. Te refieres a Patricia sobre ti.
—¡Ella no estaba sobre mí! —expresó Barboza con el ceño fruncido.
—Pero lo estaría o tú sobre ella —Encogió los hombros—. Da igual, nada más esperaban a que yo saliera de la cabaña para hacerlo.
El enojo estaba del lado de Barboza, las involuntarias palabras de Alejandro perforaron en lo más profundo de su conciencia, esa que no le permitía mirar a la mujer que descansaba a su lado.
—¡Ten cuidado con lo que dices por qué...!
El rubio levantó los brazos como señal de desapego, no quería una pelea, tomando en cuenta que ya venía una en camino.
—¡Mira... Ahórrate tus amenazas! Debiste dejar a la mujer y pedirme guardar silencio anoche. Danielle ya lo sabe.
—¡Maldita sea, Alejandro! ¿Por qué? —cuestionó Barboza casi sobre Alejandro.
—No lo sé, fue algo que no planeé hacer, sabes lo persuasiva que Danielle puede ser. Salió de mi boca sin darme cuenta —explicó, luego pegó un suspiro y le miró a quien le hacía reclamos—. Si lo que quieres evitar es que Elena se entere, no te preocupes por Danielle, ella no se lo dirá y yo tampoco lo haré muy a mi pesar.
Barboza lo analizó con recelo y no pudo evitar preguntar.
—¿Por qué?
—Porque ella no se lo merece, Barboza. Además, ya ha sufrido suficiente: la piratería, el inglés, lo del niño y a ti teniéndote como marido. Por no mencionar que, si ella se entera, los problemas entre ustedes comenzarán y tú más que nadie necesita tener la cabeza fría y concentrada para salir victoriosos en esta guerra.
Era tonto, casi absurdo pensarlo, pero estaba frente a sus ojos y no había modo de ocultarlo. El mundo entero y sobre todo él, sabían que el amor era un sentimiento que no se podía ocultar. Mantuvo la mirada fija en el pirata, mientras las emociones se le manifestaban.
—No tenía idea de que siguieras enamorado de mi mujer —dijo sin que esto sonora a reclamo. Era más bien una plática amena.
Alejandro frunció el ceño ante la desastrosa inquietud que Barboza tenía de él.
—¡Yo... no lo estoy! ¡Sólo creo que no deberías lastimarla más! —refutó.
—Sí, claro. Yo tampoco estoy enamorado —expresó con sarcasmo—. Y te recuerdo, que yo estuve presente cuando el imbécil de White exigió sus estupideces. Yo también lo padecí.
—Sí, pero no nada más tú. Todos los que queremos a Elena lo padecimos, no te sientas único y especial —explicó empleando un tono de descontento—. Mira, por ahora, tenemos que asegurarnos de ganar la batalla y obtener ese perdón.
—Bien, estoy de acuerdo —respondió Barboza al tiempo que asentía con la cabeza.
Luego, ambos decidieron dejar cualquier tema que involucrara mujeres y prosiguieron con su camino a la gran cabaña.
Una vez más, la reunión comenzaba, los piratas contabilizaban hombres y recursos como si de presentar impuestos se tratara, Julia pedía solicitar refuerzos a las islas cercanas, entre ellas, Cuba y Puerto Rico. Cualquier hombre que supiera pelear, serviría para la batalla, de donde saldría bien remunerado.
Momentos después del inicio de la reunión, reaparecieron los señores Silva con la idea de informarse sobre los nuevos detalles de la estrategia, Barboza quería omitir la presencia de la mujer, que para muchos de los presentes era motivo de distracción; sin embargo, él no podría hacerlo, sobre todo después de lo sucedido.
Cuando Alejandro salió de la gran cabaña, dejándolos solos la noche anterior, Patricia no perdió el más mínimo segundo de su tiempo para lanzarse sobre Barboza, el hombre no la rechazó, sino que, muy por el contrario, terminó correspondiendo el beso apasionado que Patricia inició. En medio del acalorado momento, las ropas de ambos comenzaron a caer, pero los ruidos propiciados por Gonzalo desde las afueras de la cabaña, fue lo que alertó a los amantes a prolongar sus deseos para cualquier otra oportunidad.
—El capitán Gaspar está buscando a su mujer —siseó el contramaestre asomando la cabeza.
Barboza controló sus pensamientos y se apartó de Patricia lo más pronto que pudo.
—Será mejor que salgas, ahora mismo —indicó.
La mujer, que estaba ruborizada, sonrió sin disimulo, acomodó las diminutas ropas en su lugar y luego le dio un último beso a Barboza.
—Nos volveremos a ver —dijo y caminó hacia la salida para guiñar uno de sus ojos a quien la miraba salir.
Gonzalo, por su parte, la abrió camino para dejarla pasar, rascó la nunca y le dirigió una pícara sonrisa a su capitán.
—Audaz mujer —expresó, mientras le miraba colocarse la camisa.
—Audaz y peligrosa —aseguró Barboza, buscando una copa de vino.
—Si la vas a volver a ver, será mejor que no lo hagas cuando su marido la esté buscando o cuando a ti te estén buscando.
No obstante, el legendario pirata sabía a lo que se atenía si propiciaba ese tipo de encuentros, a pesar de que eran grandes sus deseos por la mujer que le seducía. En el calor de su hogar, encontraba la mirada y el temperamento justo que su corazón necesitaba.
—No nos volveremos a ver de esta manera —negó con la cabeza—. Ella me acorraló hoy.
—Y tú caíste redondito. Tampoco te culpo, la mujer sabe obtener lo que quiere y se nota que ha puesto sus ojos en ti —consintió Gonzalo bebiendo de una copa.
—Sí, pero por las razones equívocas y de la manera incorrecta —agregó el capitán.
—¿A qué te refieres? —preguntó Gonzalo arqueando una ceja.
—Quiere deshacerse de su marido para venir conmigo, le atrae lo que represento y no lo que soy porque ni siquiera me conoce. No sabe del maldito demonio que llevo dentro, pero Elena sí y aquí está, dispuesta a aceptarme —reflexionó después de beber un trago.
—Bueno, también hay que recordar que la trajiste por las fuerzas —soltó Gonzalo con una risa—. Pero entiendo lo que dices y si yo estuviera en tu lugar, no buscaría en otras lo que ya encontraste.
Barboza miró a Gonzalo, reconocía la complicidad que surgió entre Elena y él como simples amigos, misma que en ocasiones lo molestaba y en otras agradecía. En esta ocasión, era algo que agradecía.
—Vamos, ya tengo hambre y estoy cansado —dijo Barboza con una grata sonrisa.
Los pensamientos de Manuel regresaron a la reunión, cuando un par de hombres gritaban por las armas que tenían en su poder, había quienes tenían de sobra, mientras que otros tantos requerían conseguirlas y tratándose de una hermandad pirata, nada resultaría regalado o barato.
—¡Con un demonio! ¡Que se callen! —gritaba Julia sin obtener nada a cambio—. ¡Barboza! ¿Puedes hacer algo aquí?
El hombre asintió, sacó una de las armas que solía traer con él y la disparó al aire. Acto seguido, las miradas de todos se fueron sobre este sin comprender la fuente que desató el disparo. Sin embargo, el silencio que Barboza logró fue rotó por la furia de Julia después de levantar la mirada en dirección al techo de palma.
—¡Mierda, Barboza! ¡Hiciste un hoyo ahí arriba!
—Ignacio, las armas, ¿cuántas tienes? —interrogó Barboza con un semblante que llenaba de miedo a los presentes.
—Un par de cajas, ¿por qué? —respondió el capitán con la mandíbula anclada.
—Se las venderás a la hermandad, ¿contento?
—Sí —Asintió en una sonrisa que dejaba ver el diente dorado que era parte de su dentadura.
—Bien, todos tendremos que poner algo de oro para pagar, lo mismo pasará con el resto de los insumos que se requieren para la batalla. Julia se encargará de conseguirlo, ¿algo más? —preguntó con una mirada desafiante que incentivaba a dejar de lado las peleas.
—¡Yo no quiero pagar por las deficiencias de los demás! —replicó uno de los capitanes.
Barboza conocía muy bien las capacidades de los piratas junto con su avaricioso desempeño, puesto que siempre buscaban la manera de escatimar cada doblón de oro y sacar el mayor provecho a la mercancía robada. Sin embargo, a pesar de eso, él sabía emplear las palabras adecuadas para ponerlos a su favor.
—De acuerdo, entonces sal de esta isla hoy mismo, serás desterrado de todo vínculo con la hermandad y cuándo esto termine serás carnada fresca para cualquiera de los que sí hemos participado en batalla.
El hombre se sentó sin decir palabra y volvió su mirada hacia el resto de los hombres.
—Bien, pagaré, pero que conste que me estarán arruinando.
—¡Ya, por dios! Dejen de decir que están arruinados. Todos sabemos que hemos llenado muy bien nuestros bolsillos a costa del trabajo y la vida de otros, así que olvídalo, pagarás si quieres seguir robando —indicó Barboza con una fúrica mirada que no daría tregua para ninguno.
El resto de los piratas, aceptaron sin objeciones.
Por otra parte, Gaspar había disfrutado el desenlace de la discusión alimentada por la avaricia de cada filibustero. El español sonrió para sí mismo, encendió la pipa y se dirigió hasta el líder de la hermandad.
—Bien manejado, capitán. Pronto se convertirá en el líder de cualquier hermandad —señaló en un momento a solas.
Manuel le dedicó una leve mirada, evitando ser distraído.
—Mi única intención es acabar con la hermandad inglesa, no me interesa nada más.
—¿Ni mi mujer? —cuestionó el hombre sin tapujos, mientras dirigía su pipa a la boca.
El particular acento español con el que habló Gaspar, no evidenció el posible enojo o celos que debía sentir, después de señalar el interés de Barboza por su esposa.
—¿Su mujer? —preguntó el pirata luego de tragar saliva.
—Sí, capitán. Sé que anoche estuvo con Patricia, ella es exquisita, espero haya disfrutado —dijo al tiempo que miraba a su esposa, que se encontraba del otro lado de la habitación discutiendo con Julia.
Asimismo, Barboza miró con recelo a Patricia y creyó que lo mejor para él en dicho momento, sería negar todo encuentro con la seductora mujer. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para evitar que aquello que sucedió llegara a los oídos de su Elena.
—No, yo no estuve con Patricia anoche, si ella le dijo lo contrario creo que me confundió o busca molestarlo.
—No, no debe preocuparse, capitán. Le dije que teníamos una relación abierta a las experiencias nuevas, incluyendo a los amantes y ella ha puesto los ojos en usted, difícilmente se le escapan sus víctimas si sabe a lo que me refiero. Usted puede tenerla cuando lo desee. Sólo le pediré un favor. —Gaspar inhaló humo de su pipa y continuó—. No haga caso de planes para asesinarme.
—¿Planes? —inquirió Barboza.
—Sí, ella tiene años intentando matarme. Está cansada de ser mi segunda, supone que puede manejar todo el poder que se puede obtener, causando terror y miedo en los mares. Por ahora lo quiere usar para alcanzar su tan anhelada meta. —Sonrió y le dedicó una mirada a su receptor—. Las mujeres son seres extraordinarios, capitán. Estando enamoradas, son seres de luz, iluminándolo todo a su paso, pero una vez que han sido heridas, transforman todo ese amor en odio y sangre, se vuelven seres de la oscuridad con el deseo de hundir a quien les hizo daño.
—¿Usted le causó daño a Patricia?
—No —negó de inmediato—. Ella ya era oscuridad cuando me cautivó, aún desconozco contra quién desea soltar su ira, mas no tengo la menor duda, de que no descansará hasta lograrlo.
Barboza, meditó cada palabra que escuchó de la voz del mismo Gaspar, no pudo evitar pensar en ese daño que había causado en Elena, no obstante, se negó a la idea. Su Elena era buena, fuerte, con grandes capacidades para amar, no era una mujer de la oscuridad llena de recelos y odios. No tenía derechos de ponerlo en duda, después de todo lo que había sucedido entre ellos y de la manera en la que ella todavía le correspondía, no había duda alguna, estaba con la mujer ideal.
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