Capítulo 25: Una nueva oportunidad
Una celebración entre corsarios y piratas había dado inicio en la isla del coco, la música sonaba, la comida era abundante y por supuesto, la bebida no podía faltar. Julia solía usar sus mejores reservas de vinos durante los acontecimientos importantes, claro estaba para todos, que la unión de poderes para derrocar a la hermandad inglesa, era una celebración digna de acabar con las reservas de licores de Julia.
Por otro lado, los corsarios españoles fueron ovacionados como si de verdaderos reyes se tratara; Patricia apareció ante todos, utilizando un diminuto vestido que le permitía mostrar los deslumbrantes pechos, una abertura en la falda le consentía que sus largas piernas salieran a relucir, largos collares de perlas y llamativos diamantes en los dedos de ambas manos, decoraban el provocativo aspecto de la española. El corsario a su lado no podía sentir mayor orgullo que el de mostrar a su seductora acompañante de cabello oscuro.
Danielle y Elena se miraron entre sí, apenas vieron el escandaloso atuendo de Patricia, con dificultad, cualquiera de ellas se hubiera atrevido a usar ropas similares, aun cuando sus celosos maridos se los permitieran. Julia apareció ante ellas con una copa de licor rojo en sus manos y con tremenda sonrisa dibujada en el rostro.
—¿Qué tal, señoras? —saludó, mientras inspeccionaba todo a su alrededor.
Danielle no se perdería la oportunidad de hablar con la pirata que debía tener suficiente información.
—Alejandro dice que has estado bebiendo desde esta mañana, Julia. ¿No sería mejor que pararas? —cuestionó la rubia, utilizando un tono de reprensión.
—¿Por qué debería parar? —interrogó observándola fijo—. Estamos celebrando.
La castaña rodó los ojos, puesto que sabía que Julia o cualquier otro pirata de la isla no perdería la famosa oportunidad de emborracharse ese día.
—Déjala, Julia tiene una vida celebrando —expresó Elena hablando en tono de burla.
Un estrepitoso momento entre corsarios y Patricia se hizo presente en los oídos de las tres mujeres para que sus miradas se situaran en la española, quien por el momento era el centro de atención de la fiesta.
—¡Mírenla! Pavoneándose ahí entre toda esta bola de imbéciles que piensan con el bulto que traen entre las piernas —dijo Julia señalando con la cabeza a Patricia.
—Bueno... Hay que aceptar que no es nada fea —asintió Elena, confirmando lo innegable.
—No, ni decente. Ve la manera en la que se viste —agregó Danielle.
—Julia se viste así la mayor parte del tiempo —indicó Elena con el rostro extrañado.
—Pero Julia tampoco es decente.
—¡Oigan! ¡Estoy aquí! Podrían al menos esperar a que me vaya —espetó Julia con el ceño fruncido.
Tanto Elena como Danielle comenzaron a reír con escándalo.
—Calma, Julia. Es sólo una broma. Tú sabes que eres mucho más que una mujer indecente —comentó Danielle, continuando la burla.
—Bueno... eso sí, pero es verdad, esa Patricia me parece insoportable —aseguró Julia un tanto celosa de que existiera una mujer igual a ella en el mundo de la piratería.
—No creo que sea una mujer tan desagradable, a veces tiendes a exagerar las cosas —expresó Danielle, buscando aminorar las cosas.
Por su parte, la pirata sonrió y le mostró una larga sonrisa a la rubia.
—¡Ah! ¿Eso piensas? ¿Ya viste al idiota de tu marido? —expuso señalando al capitán.
Las miradas de las señoras se volvieron en el acto para encontrarse con la escena donde figuraba Alejandro dialogando muy de cerca con Patricia, como Julia indicó.
—¡Maldición! —soltó Danielle con cara de espanto.
—¡Déjamelo a mí, yo me encargo! —intervino Julia al momento que se ponía de pie para atraer la atención—. ¡Hey Patty! ¿Por qué no vienes a beber una copa con las damas de esta celebración?
La mujer sonrió con hipocresía luego de escuchar la invitación de Julia y sin remedio alguno se acercó a la mesa donde fue llamada.
—Patricia, mi nombre es Patricia, querida Julia —aseguró acomodándose el cabello.
—¡Da igual, Patty! Mira... Te presento con mi club de tejido, ella es la señora Danielle —emitió señalando a la rubia—. ¿Cuál es tu apellido de soltera? No lo recuerdo, aunque no importa porque ella está casada con el capitán Alejandro Díaz, el apuesto pirata con el que hablabas hace un momento —explicó Julia, empleando un tono de advertencia.
Danielle lanzó una fulminante mirada sobre Julia, después de semejante acto de imprudencia. Luego volvió la mirada hacia donde Patricia, quien seguía de pie con la mano extendida y la amargura en la expresión.
—Danielle García de Díaz —dijo la rubia saludando a la mujer.
Al instante, Julia abrió la boca para continuar con la presentación.
—Y ella es Ele ....
—Yo me puedo presentar sola. Gracias, Julia —advirtió Elena, antes de que Julia cometiera otra imprudencia consentida por la bebida—. Soy Elena Montaño de Barboza —agregó levantando la mano para saludar a Patricia.
—¿De Barboza? —cuestionó la mujer.
—Sí, así es —confirmó la castaña que parecía tranquila.
No obstante, la situación para Patricia era diferente. Era como si acabara de recibir una fuerte bofetada.
—¿El capitán Manuel Barboza?
—No hay otro —respondió Elena, notando esta vez, la interrogante en el rostro de la mujer.
—Lo siento... Yo no sabía que el capitán Barboza estuviera casado —replicó la cocapitana con su natural sensualidad.
Elena miró a Danielle de reojo, intuyendo que aquella no estaba satisfecha con su existencia.
—Sí, desde hace siete años ya.
A lo lejos, Manuel Barboza se percató de la pequeña reunión entre mujeres, le pareció curioso aquel momento y se acercó a ellas para indagar en la conversación. Después de todo, estaba Patricia, una recién llegada y desconocida pirata.
—Veo que ya tuvo el placer de conocer a mi esposa —intervino después de colocar una mano sobre la cintura de su esposa.
Elena arqueó una ceja y le miró de reojo, aun cuando el hombre fuera su esposo, él no acostumbraba a dar muestras de apego frente al resto de los navegantes.
—Sí, por supuesto. Su esposa es encantadora —declaró Patricia con una clara sonrisa en el rostro—. Lo siento, pero la mayoría de las veces nuestros corsarios suelen ser viudos o solteros con amantes en cada puerto; me parece extraño pensar que un hombre igual a usted, le sea fiel a una sóla mujer.
Elena apenas si reflexionó en responder, puso la mejor cara llena de falsedad que pudo y esperó a que fuera Barboza quien respondiera por ella.
—A mi esposa y a mí nos une algo más que un simple juramento —soltó Barboza con toda seguridad—. Me temo que para mí la vida es muy difícil cuando no la tengo a mi lado.
La mujer sonrió y levantó su copa. Era evidente que su comentario había sido tomado con malicia.
—Sí, por supuesto; que le puedo decir yo que navego todo el tiempo con mi Gaspar —dijo al tiempo que buscaba a su fornido esposo a los alrededores de la fiesta—. Por cierto, ¿dónde estará?
—Creo que se perdió en los senos de aquella prostituta —dijo Julia apuntando al lugar donde se encontraba el hombre jugueteando con una de las furcias del burdel de la gitana.
Patricia volvió el rostro y sin la menor importancia, le hizo una seña a su marido para que este se acercara rápidamente a la pequeña reunión, Gaspar parecía muy feliz y divertido con el espectáculo proporcionado por la gitana.
—Cariño, ya he encontrado compañía para esta noche —cuchichió a los oídos de su seductora esposa.
En el acto, ambos comenzaron a reír.
La extraña pareja notó las inquietantes miradas de todos sobre ellos, puesto que no eran un matrimonio para nada convencional.
—¡Oh, no se preocupen por eso! Mi Gaspar y yo mantenemos una relación abierta, eso nos ayuda a mantener la flama encendida, si saben a lo que me refiero —expresó Patricia después de ver las caras de asombro de todos—. Mira, cariño. Te presento a estas bellas damas; ella es Danielle, esposa del capitán Díaz, y ella es Elena, esposa de nuestro capitán Manuel Barboza... A la capitana Julia la conociste en la reunión.
El pirata, de cabello negro con blanco, expuso una notable sonrisa llena de satisfacción una vez que puso sus ojos en el delicado rostro de Elena. De nuevo la castaña atraía la atención de todo aquel que llegara a la isla, buscando al legendario pirata.
—Hermosas damas las que nos acompañan esta noche —alagó el español después de besar las manos de las tres mujeres que le rodeaban—. No tenía idea de que existiera una... señora Barboza, pero ahora que lo sabemos, me parece que usted y yo tenemos más en común que un simple trabajo, ¿no es eso magnífico?
Manuel lucía despreocupado, las insinuaciones de los visitantes no podía importarle menos.
—Creo que todo barco de velas negras requiere de la templanza de una mujer y ¿por qué no?, el ímpetu de mi Elena —aseguró, defendiendo su derecho de ser un hombre de familia.
—En eso estoy de acuerdo, capitán. Ambas son dotes que mi querida Patricia posee —dijo Gaspar besando la mano de su mujer.
Así mismo, la mujer respondió con coquetería a la caricia. Por su parte, Elena parecía extrañada por el reciente tema de conversación que la incluía, Barboza solía mantenerla al margen, nunca al frente.
—Me alagan, señores, pero tampoco considero que haya tanta similitud entre Patricia y yo —interrumpió Elena—. Y me refiero a las labores que ambas desempeñamos en una nave de velas negras, ya que su esposa suele ser la cocapitana a diferencia mía, que sólo soy una tripulante más. Imagino lo difícil que es para ella imponerse en un mundo de hombres.
—Sí, claro. Es una labor sumamente difícil, pero no hay nada que no se pueda resolver con un buen látigo y un escote pronunciado, los hombres son débiles, ante eso —respondió Patricia con una simplona mirada dirigida a donde la castaña. Era como si hubiese estado esperando el momento ideal para hacer alarde de su fuerza.
La respuesta fue tan provocativa para Elena que no dudó en responder con la misma agresividad. Así que, sin importarle el resto de los presentes, la miró con recelo y soltó el veneno.
—A su marido debe gustarle verla en acción.
—Por supuesto; en ocasiones debo usar el látigo también con él —respondió la mujer con la mirada seductora puesta en Barboza, mientras bebía un sorbo de su copa—. ¡Ay, pero que digo!... Supongo que la vida hogareña de una mujer que se dedica a esperar a su esposo en casa es igual de emocionante.
Elena observó con detenimiento cada gesticulación en el rostro de Patricia, era obvio que ahora tenían un enfrentamiento personal sin haberlo dicho. Además, esta intentaba minorizarla para sacarla del juego, quería verla correr a esconderse en la oscuridad donde su todavía esposo solía tenerla, pero ¿por qué permitirlo? No, no quería hacerlo. No lo permitiría.
—Quisiera decirle que no es así, aunque lo es. La vida de la esposa de la bestia del océano no puede ser aburrida en absoluto; tantas historias y tantas batallas, la mayoría de las personas no lo sabe, pero una bestia requiere de años de adiestramiento para el control absoluto de su temperamento; como verá, yo no comando un barco, aunque sí a la bestia —declaró feliz con su respuesta.
Las arrasadoras palabras de Elena, llenas de desahogo, penetraron no solamente los oídos de Patricia, sino también el orgullo derrocado de una batalla perdida.
—A su marido debe gustarle saber que su mujer lo ha adiestrado —sugirió con sus penetrantes ojos en Elena.
La castaña se limitó a sonreír.
—Así es, sobre todo, cuando la bestia surge en la cama —emitió la castaña declarándose vencedora.
—¡Oh, encantadora charla! —interrumpió Gaspar después de notar la provocativa mirada de Elena en contra de Patricia—. Vayamos a beber, querida; pero antes permítame darle un consejo, capitán —añadió en dirección a Barboza—. Un excelente vino como el que tenemos en frente, no debemos reservarlo con egoísmo, siempre es mejor compartirlo.
Finalmente, este le guiñó un ojo y golpeó el hombro del pirata. Enseguida, la pareja salió caminando hacia donde las prostitutas, mientras que el resto de los presentes los seguían con la mirada. Por su parte, Barboza trataba de entender aquello que le dijo el español sin tener la habilidad para lograrlo, pues su mente seguía perdida en la extraña conversación de Elena.
—¿De qué vino habla? —preguntó.
—¡Ay, por dios! ¿No se los dije? Los hombres no piensan con la cabeza, sino con aquello que les cuelga entre las piernas —alegó Julia, al tiempo que balanceaba la copa de vino que portaba en la mano.
—Es una pareja desagradable —continuó Danielle, buscando con la mirada a Alejandro.
—Mientras no se repita la historia de hace seis años —agregó Julia—. Qué más da si se follan a todas las prostitutas.
—Iré por algo de cenar —informó Elena para salir de la vista de Barboza.
Este se acercó a Julia para preguntar una vez más.
—¿Qué quiere decir lo del vino? —interrogó con la pensativa expresión.
La mujer lo miró al tiempo que le regalaba una mueca de desconcierto y resignada a su falta de entendimiento, se dispuso a responderle a su amigo.
—Es una pareja abierta a tener sexo con quien se le antoje y se les antojó tu esposa, aunque la tal Patricia te quiere a ti.
—¡No me digas que se repetirá de nuevo lo...!
—¡No, no lo creo! Ellos te lo escupieron a la cara, además se trata de promiscuidad. Lo del inglés fueron intensiones más oscuras. Estarán bien en tanto te mantengas alejado de las piernas de esa mujer —declaró Julia —Y oye... No sabía que Elena tenía el control... eh —agregó soltando una fuerte carcajada.
—Cálmate, Julia —habló sonrojado.
Al instante, Barboza regresó la vista a donde Elena; él sabía que su mujer tenía temperamento, coraje y agallas para conseguir lo que deseara, pero todas esas características sólo las había visto utilizarlas en su contra. En esta ocasión, Elena defendió su relación y lo proclamó suyo ante la moza que puso los ojos en él. La miró venir de regreso con ese particular caminado, la mirada acusatoria y el notable rubor que la caracterizaba. Dentro de sí, no había alguien más perfecto para estar a su lado. Tenía que aceptarlo, estaba enamorado como un idiota.
—¿Por qué me ves así? —preguntó Elena al tiempo que se sentaba junto a él y colocaba dos platos llenos de comida sobre la mesa.
—Así que... Tú controlas a la bestia cuando surge en la cama —emitió el hombre después de resoplar.
Elena no contuvo la sonrisa y un naciente brillo apareció en sus ojos.
—No iba a permitir que esa mujer me llamara triste y aburrida mientras buscaba depositar sus huevos en ti.
—¿Detecto celos? —indagó el pirata sonriente.
Ella lo miró, bajó los ojos por instante y luego los fijó en él.
—Tal vez... ¿Ella te gusta? —resolvió con unos labios torcidos.
—No hay nadie que me guste más que tú.
—Mientes... ¿Qué hay de todas esas prostitutas y mujeres con las que te has acostado? —cuestionó la castaña a sabiendas de que Barboza era un hombre que atraía a las mujeres y peor a un, era un pirata.
—No me acuerdo de ninguna —aseguró este sin retirarle la mirada.
La mujer dejó de lado el plato de comida y puso su total atención en él.
—Pues yo sí, ¿qué hay de Flor?
—¿La de Manzanilla?
—Sí, ella —confirmó la castaña.
—No estábamos casados aún, ni siquiera comprometidos —abogó el pirata despreocupado de las acusaciones.
—Pero la visitabas a menudo.
—Bueno, un hombre tiene necesidades y tú aún no estabas a mi disposición —se excusó Barboza pese a que la conversación era incómoda. Elena no solía hacerle ese tipo de reclamos.
—¿Y Josefina? A ella la visitabas en Portobelo y yo ya era tu esposa.
El hombre palideció en el segundo que escuchó el nombre de la reconocida.
—¿Cómo sabes de ella? —interrogó arqueando una ceja.
Elena ocultó los ojos, viendo hacia otro lado.
—Ella me lo dijo
—¿Cuándo? —indagó Barboza, buscando la respuesta.
Elena volvió de nuevo la mirada, respiró hondo y confesó.
—Un día me vio en el mercado y me habló de la frecuencia con la que la visitabas, por supuesto la ignoré, pero no por eso dejó de doler. —Las palabras salieron más como un susurro que como un reclamo.
Barboza lo entendió, vio la tristeza y la decepción reflejada en su esposa.
—Lo siento, no debió ser así; desahogué mis problemas de la manera equivocada, pero te puedo asegurar que desde que te tengo de nuevo a mi lado no he visitado a ninguna prostituta —expresó, tomando la mano de Elena y dejando notar que usaba su argolla de matrimonio.
La mujer asintió y se recompuso.
—¿Y qué hay de los últimos seis años? —preguntó Elena de nuevo.
—¡Oh, vamos, ya basta! —expresó Barboza, mostrando una enorme sonrisa—. Sabes que esos años no cuentan.
—¿Por qué no? Durante ese tiempo yo no vi a ningún hombre.
—Si lo hubieras hecho, me habría enterado y hubiera vuelto por ti para tenerte a mi lado, apenas si logré vivir sin ti, mucho menos soportaría verte con alguien más —respondió el pirata, abrazando a su esposa.
—Yo tampoco quiero estar con alguien más y tampoco quiero que tú estés con alguien más.
Elena miró el rostro de Barboza y se olvidó de la timidez y el pudor para besarlo frente a todo el mundo, sin importar el escándalo del resto de los piratas. Enseguida, se acercó al oído del pirata y susurró algo solo para él; Manuel se puso de pie aceleradamente y levantó a Elena por sobre sus anchos hombros como si de un costal de papas se tratara.
—¡Muchachos, esta noche controlan a la bestia! —gritó y los piratas ya ebrios comenzaron a escandalizar con las copas en alto como símbolo de celebración.
—¡Danielle, cuida de Antonio! —pidió Elena sin contener la sonrisa de su rostro.
—¡No te preocupes, que yo me encargo, amiga! —asintió la rubia al tiempo que miraba a la feliz pareja alejarse del evento.
—¡Demonios!... Esta mujer sí que sabe cómo proclamar lo que es suyo —expresó Julia bebiendo de la copa de vino y los ojos en el par de enamorados que se perdían en la oscuridad.
Manuel y Elena llegaron a la intimidad de su cabaña después de unos minutos de haber abandonado la reunión de la isla. No detuvieron sus pasos en ningún punto del lugar, no indagaron ni un poco en sus pensamientos, no había nada que frenara las pasiones despertadas por los nacientes celos de Elena. Ella llegaba a la habitación a medio vestir, Barboza sacaba su camisa por encima de su cabeza, ambos dejaron caer sus cuerpos ya desnudos sobre la comodidad de la cama. Entre besos, caricias y la complicidad en sus miradas, se declaraban la guerra el uno al otro, pero no era el tipo de guerra que acostumbraban a tener, esta era una guerra por el poder de controlar lo que sucedía en la habitación, una guerra que definiría quién ama más, quién desea más, quién tiene más para entregar. No habría ganadores o perdedores, esta vez no existirían los errores o aciertos, los dos vencerían, los dos buscaban la felicidad como recompensa.
Minutos más tarde, cuando la batalla había terminado y ambos habían sido proclamados como vencedores; Barboza utilizaba la yema de sus dedos para acariciar la espalda desnuda de Elena, quien se encontraba recostada boca abajo con la mirada perdida en la flama de una vela.
—Tengo que decirte algo —dijo Barboza, buscando romper el silencio.
—Dime —replicó ella sin el menor movimiento.
—No te dejaré ir.
—Pensé que ya había quedado claro —cuestionó la mujer.
—No me refiero a mi sentido de posesión o a mis celos —expuso el pirata con cierto desespero en la voz.
—¿A qué te refieres? —preguntó Elena volviéndose hacia él.
—Una carta llegó hoy en manos del capitán Gaspar, si nos alzamos sobre los ingleses, obtendremos un perdón en España—. Elena seguía atónita, sin decir palabra—. El perdón significa que podremos ir a vivir a Europa y hacerlo con tranquilidad. Tendrás la vida que quieres.
La mujer relamió sus labios e intentó reincorporarse sobre la cama envuelta en la sábana.
—Ya lo intentamos una vez y no funcionó —comentó.
Barboza se sentó al igual que ella, un semblante tan serio le decía a Elena que sus intenciones eran reales.
—Lo sé, pero esta vez no me pienso retirar. Seamos sinceros, no puedo dejar de hacer lo que hago porque es parte de mi naturaleza como hombre y pirata, buscaré trabajar para la corona española como corsario, aceptaré las patentes de corso, así tú estarás a salvo y yo seguiré navegando los mares, tocaré puerto cada dos o tres meses hasta que decida retirarme.
—Lo tienes todo planeado, ¿verdad? —inquirió resignada a la idea.
—Por favor, acepta —suplicó tomando la mano de la mujer—. Te necesito a ti y necesito a Antonio, le daré mi apellido, que sé que no es mucho, pero lo guiaré como mi hijo y lejos de este mundo.
El rudo semblante de Elena se ablandó, era la bestia convertida en humano el que le hablaba en un susurro.
—Él ya sabe que eres un pirata —Le confesó la castaña un tanto nerviosa.
—Lo sé, me lo dijo y no sólo eso, también me hizo preguntas que realmente no pude contestar. Cuando tenía su edad tenía tantos deseos de tener un padre y ahora que yo me he convertido en uno, me he comportado como un idiota; pero la verdad es que tengo miedo de ser un padre porque no sé cómo serlo.
Elena dibujó una delicada curvatura en los labios, esa nueva faceta de Barboza le gustaba más que cualquier otra que ella conociera.
—Te has convertido en la principal amenaza de la hermandad más peligrosa que existe, y ¿tienes miedo de educar a un niño de cinco años? —cuestionó Elena utilizando un tono sarcástico.
—Tiene cinco años y medio, él me lo dijo —respondió Barboza con toda seriedad.
—No lo puedo creer —declaró la mujer para soltar una risa—. Manuel, si ese es tu miedo, no debes preocuparte; yo también tuve miedo cuando me enteré de mi embarazo, pensé en volver a la isla con la cabeza agachada creyendo que no podría sola, pero... ¿Qué podría ofrecerle aquí? Terminaría siendo un marinero más y con suerte convertirse en un temerario capitán que podría acabar muerto en alguna batalla. Eso me dio más miedo, así que seguí mi camino, le mentí a las personas que me ofrecieron su ayuda y no fue tan malo. Después tú nos encontraste y comenzaste a investigarnos, por extraño que parezca, me sentí más tranquila —argumentó la castaña y posicionó su fría mano sobre la mejilla de su esposo—. Los dos nos volvimos más fuertes y sabios, Manuel Barboza. Que eso nunca se te olvide.
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