Capítulo 21: Inseguridades
Las velas fueron consumidas después de la extenuante labor que fue la de alumbrar y atestiguar, la pasional noche que Elena y Barboza compartieron. Desde el interior del camarote principal de la María, los intensos ojos marrones de Elena, se abrieron para encontrarse con el cálido semblante de Barboza, ese que en muy pocas ocasiones compartía con el mundo.
«No debí caer en su tonto juego de seducción» pensó, a pesar de saber que nunca pudo resistirse a las caricias de su esposo.
Con lentitud se puso de pie y siendo sigilosa, se vistió para salir de la habitación, pues no deseaba interrumpir el descanso de Barboza. Ella, mejor que nadie, sabía que lo necesitaba después de lo que compartieron durante la noche.
A las afueras del camarote se percató de la ausencia de hombres trabajando, era evidente que aún era bastante temprano como para que alguien apareciera despierto. Elena sólo estaba acompañada por el fulgor de los colores del amanecer, resplandeciendo en el reflejo del agua y un par de vigías, dormidos en la superficie del carajo. Eran altas las probabilidades de que su capitán les castigara cuando se diera cuenta de la osadía de los piratas.
Caminó por cubierta y se situó junto a una de las barandas del barco para reclinar su cuerpo sobre la madera. Luego sintió una energizante ráfaga de viento mezclado con el aroma a mar que le provocó de inmediato una enorme sonrisa, la brisa le humedeció la piel y la sensación de libertad la invadió por completo. Lo extrañaba todo y no podía negarlo: el mar, la brisa, el aroma, los atardeceres y amaneceres, incluso el barullo de los hombres yendo y viniendo por la cubierta, provocando sonidos con los afilados metales. Ese mundo del que huyó era parte de ella a pesar de su deseo por mantenerse alejada.
Los pensamientos la llevaron desde su primer día en la María, cuando subió con ayuda de su padre, hasta la noche anterior que se entregó a Manuel. El cuerpo se le estremeció, apenas recordó el pasional momento que compartió con su esposo.
«¿Ahora qué haré?» se preguntó, puesto que dentro de sus anhelos no estaba la idea de volver al mundo de la piratería, no con la presencia de Antonio en su vida. Sin embargo, su retorno a la María avivó el incontenible deseo que sentía por Barboza, se trataba de ese mundano sentimiento que la noche anterior se volcó sobre ella para hacerle saber de su presencia; era el amor que ella creía extinto, ese que emergió desde las profundidades de su alma con el objeto de adueñarse de su vida, era el mismo amor que nunca se fue y nunca desapareció. Luego recordó que su salida de la isla del coco no se debió a la falta de amor, sino a la compleja relación que ambos llevaban, discutían a cada momento, nunca estaban de acuerdo, se agredían con palabras que hirientes, pero a pesar de todo, se amaban y Elena no podía oprimirlo más.
Tomó una enorme bocanada de aire y con la resignación en el rostro, se encaminó hacia la habitación donde dormía Antonio, la madre sonrió de nuevo, después de observar a Gonzalo descansando junto al pequeño. Fue hacia la cama para cubrirlos con una sábana, pero al ser Gonzalo ligero de sueño, terminó despertando al sentir los movimientos de la mujer.
—Lamento haberte despertado —dijo Elena en un susurro.
—Oh, está bien. Me has hecho un favor, si Manuel se entera de que sigo durmiendo se molestara bastante —expresó levantando los brazos para reacomodar los huesos de la espalda.
—No te preocupes por eso, todavía es temprano y todos duermen.
—Creo que tu hijo boxea dormido —indicó mientras sus armas.
Elena no pudo evitar dibujar una curvatura en los labios, al tiempo que miraba el semblante angelical de su hijo durmiendo.
—Tiene demasiada energía —declaró ella entrelazando los brazos.
—Tiene la energía de Barboza —agregó el contramaestre rascando la cabeza—. ¿Él duerme aún?
Elena asintió y luego se atrevió a preguntar.
—Tú lo planeaste todo, ¿verdad? —lo miró fijo—. Él no tenía idea de que sería yo, quien atendería la herida.
El joven contramaestre no escondió la satisfacción que sentía por haber escuchado la interrogante. No obstante, tenía sus razones para haberlo hecho.
—Elena, Barboza fue herido ayer durante el asalto; lo que me dice que estaba distraído. Él es capitán de tres barcos de bandera negra y líder de más de doscientos hombres que, además, son salvajes piratas. Un hombre con semejante cargo no se puede permitir distracciones, los errores aquí cuestan vidas o dinero.
Elena entrelazó sus ojos con los de Gonzalo, unos ojos negros azabache grabados con vivencias en todo el mundo y de inmediato entendió los motivos que existían detrás de su decisión. El contramaestre de Manuel Barboza, no sólo se había encargado de fungir como su amigo al protegerlo de sus propios hombres, sino que también lo protegía de sí mismo.
Momentos más tarde, cuando la mañana alcanzaba la madurez, Barboza salió del camarote principal con la idea de encontrarse con Elena a los alrededores de la cubierta. Una pequeña desilusión surgió en su interior cuando se percató únicamente de la presencia de Gonzalo repartiendo indicaciones a algunos miembros de la tripulación.
—Amarren bien esa mercancía, no nos podemos permitir perderla —señaló al instante que miraba a su capitán caminar hacia él—. ¿Dormiste bien? —preguntó con sarcasmo.
El capitán lo miró reacio a seguir su juego. A su parecer, eran demasiados los problemas que los separaban, lo que Gonzalo quería lograr, no tenía justificación.
—¿Por qué lo hiciste? —cuestionó con una mirada acusatoria.
—Envié a alguien a atenderte la herida, nunca me pediste que no fuera Elena. ¿Pelearon de nuevo? —replicó el contramaestre con una voz relajada.
—No. —Barboza volvió la vista hacia el mar, pensando en lo tonto que fue acercarse para discutir el tema con Gonzalo.
—¿Y por qué te molestas? —interrogó Gonzalo a sus espaldas.
—Porque me la lleve a la cama —respondió Barboza, ignorando los ojos de Gonzalo.
—Es tu esposa.
—Sí, pero ahora ella sabe que sigo comportándome como un idiota cuando la tengo cercas, le da cierto control sobre mí —expuso el capitán volviendo el rostro.
—Amigo, tú ya eras un idiota cuando ella no estaba en este barco y tampoco creo que te haga menos hombre o un mal capitán, el que tranquilices tu rabia de vez en cuando, sobre todo por Elena y Antonio. —Señaló hacia el camarote de Elena—. Se supone que debes ser un ejemplo para el muchacho, ¿no?
Barboza hundió el entrecejo y respiró hondo.
—No, ya te lo dije antes, no me la quedaré —declaró con una voz profunda que emitía seguridad.
—Sé que no quieres mi opinión en todo esto, pero de todos modos, ya te la di, yo sólo cumplo con la labor de cuidarte las espaldas y sabes que no lo hago nada más sobre este barco o en cuanto a la piratería concierne, porque extrañamente en este mundo te defiendes solo. Por cierto, ahí vienen Elena y Antonio —alertó el contramaestre dejando ver la fastidiosa sonrisa burlona que Barboza tanto detestaba.
Por su parte, el capitán se mostró ansioso y un tanto inquietante por el acercamiento de ambos.
—Buenos días —saludó Elena observando a su marido.
—Buenos días —respondió Barboza al tiempo que ignoraba la presencia de Antonio, pues el pequeño había posicionado la mirada en el rostro del enorme hombre.
Elena y Gonzalo compartieron sonrisas al notar el confundido semblante del capitán.
—Capitán, mi madre dice que desea hablar conmigo —expresó Antonio con suma formalidad.
—¿Yo? —cuestionó Barboza con una ceja arqueada y su atención puesta sobre el niño.
—Sí, así es. Tú me aseguraste que tendrías una plática personal con Antonio —aseguró la madre con una mirada poco condescendiente.
En su interior, Barboza recordaba con detenimiento las palabras que utilizó la noche anterior para convencer a Elena de pasar la noche con él. Le parecía tonto haber mencionado al niño cuando las dudas de su paternidad aún lo abrumaban.
—Ah, sí. Ahora lo recuerdo —soltó resignado.
—Excelente. Entonces, los dejaremos solos—. La madre sonrió satisfecha por la respuesta de Barboza—. Vamos, Gonzalo —indicó, sacando al marinero casi a empujones.
Manuel Barboza los vio alejarse con rapidez mientras una notable mueca surgía en su expresión, era seguro para él, que no deseaba compartir con el niño; mucho menos ahora que las dudas lo golpeaban a cada instante.
—Tu madre dice que te gusta la navegación —dijo el capitán, reclinándose sobre el mástil del barco para evitar intimidar al niño.
—Sí, me gusta. Mamá me contó que mi abuelo era un gran navegante. Yo me llamo igual que él —comentó el pequeño que parecía sacar el pecho como si fuese un hombre.
Barboza lo miró de reojo, riendo en sus adentros.
—¿Y tu padre qué hace? —interrogó.
—No lo sé —respondió después de encogerse de hombros—. Mamá no me habla mucho sobre él. Ella dice que es una buena persona que nos ama y que cuida de nosotros, aunque este lejos, pero yo no le conozco.
Tras escuchar la respuesta del niño, Barboza sintió como se le ablandaban los músculos del rostro. Él había crecido sin un padre y el capitán Montaño fungió como uno, cuando lo subió a su barco. ¿Qué derecho tenía él de cometer los mismos errores por los que tanto sufrió cuando niño?
—¿Te cuento algo?... Yo conocí a tu abuelo —reveló Barboza con un tono de satisfacción.
El semblante del niño se iluminó por la emoción de saber más sobre una posible figura paterna, algo que le era ajeno hasta ese momento.
—¿De verdad?
—Sí, él me enseñó todo lo que hay que saber sobre navegación y sobre el trabajo que hacemos en este barco. Tu abuelo no sólo era el mejor en lo que hacía, sino también la persona más noble que jamás conocí.
—¿También conociste a mi padre? —cuestionó el niño ansioso por la respuesta.
El rostro de Barboza se endureció de nuevo, tragó saliva y se puso más rígido.
—No, a él no, pero si tu madre dice que él los cuida desde lejos, es porque así es —respondió volviendo la mirada hacia donde Elena aguardaba—. Será mejor que vayas con tu madre, yo tengo cosas por hacer.
Caminando para alejarse del pequeño, pero estos fueron interrumpidos por el niño.
—Espera... ¿Puedes enseñarme a ser un capitán?
—No creo que tu madre lo acepte —resolvió Barboza para después dar largos y acelerados pasos rumbo al camarote principal, donde se recluiría para salir del alcance de Antonio.
Sentado tras el enorme escritorio de caoba, Barboza fingía revisar las bitácoras de Gonzalo; sin embargo, la realidad era que buscaba mantener la mente alejada de las preguntas de Antonio. Era claro para él que el niño había logrado remover algo de sus sentimientos contrariados, esos que iban engrandeciendo su posible paternidad y que, al mismo tiempo, le martirizaban por la posibilidad de no serlo.
No pasó mucho tiempo cuando la puerta de Barboza fue azotada por la misma Elena, quien venía molesta después de la charla que había tenido con su hijo.
—Dijiste que querías decirle —reclamó Elena.
—No, yo nunca dije que yo se lo diría —aseguró Barboza desde su escritorio.
—Le dijiste que no conociste a su padre. —El enojo de Elena era notorio desde la entrada del camarote donde permanecía de pie, luego cerró la puerta y fue hacia el hombre que amenazaba con la mirada—. ¡Tú eres su padre!
—Aún no estoy seguro de ello, ni siquiera sé si seguiremos juntos y mientras no lleguemos a un acuerdo, será mejor así —replicó Barboza, ignorando el descontento de su mujer.
—¿Mejor para quien? ¿Para ti? Y ¿Qué pasó con todas las palabras que me dijiste anoche? ¿Mentiste?
El hombre hizo puño una de las manos y golpeó la madera del escritorio, tenía que hablarle con la verdad si deseaba que los problemas entre ellos terminaran.
—¡Me ganaron las ganas de tenerte! ¿Es eso lo que querías escuchar?
La expresión de Elena permaneció estupefacta por algunos segundos, era como si nunca hubiera salido de su pasado.
—¡Ya lo entiendo, Manuel! ¡Me quieres a mí, pero no a él! —indicó una Elena molesta.
El capitán la miró a los ojos, pero no supo lo que debía responder, no deseaba herirla con palabras que no sentía como otras veces hizo. Desvío el rostro a la bitácora de Gonzalo y segundos después, escuchó de nuevo el sonido de la puerta siendo azotada por Elena.
Desde la María podía verse la preciosa isla que era la del coco, el paraíso terrenal para los piratas que deseaban hacer pequeños descansos en medio del mar. Las celebraciones de la tripulación no podían esperar, puesto que estaban deseosos de bajar a la playa y visitar el burdel de la Gitana; algunos de ellos no habían vuelto a la isla desde seis años atrás cuando zaparon con Barboza; otros ni siquiera la conocían y había quienes habían vuelto, trabajando para otro capitán. Cualquiera que fuera el caso, todos estaban felices de tocar tierra.
El largo camino desde las costas de México a la isla, no fue tedioso de ninguna manera, un par de atracos los habían mantenido ocupados por completo. Los líderes de la temeraria tripulación tenían diferentes ideas respecto a su llegada a la isla; para Gonzalo era tiempo de alcohol, mujeres y apuestas; pero para Barboza se había llegado el momento de desprenderse de Elena de nueva cuenta, con quien no había hablado más de lo necesario durante el tiempo que estuvieron mar adentro luego de su última pelea. Elena jamás le perdonaría el claro rechazo que Barboza sentía por Antonio.
Los botes salvavidas fueron bajados y varias horas después, la enorme tripulación de Barboza arribó a la isla del coco. Elena, Antonio, Barboza y Gonzalo iban en el mismo bote acompañado de unos cuantos marineros. Para Antonio todo era nuevo y misterioso, se trataba de un mundo diferente que descubrir, ya que su madre lo había mantenido alejado de todo aquello que tuviera que ver con el mar y la piratería.
Esta vez, no había un comité de bienvenida, como en otras ocasiones, cuando Julia y Bartolomeo los recibían al arribar a la isla. Barboza pidió a sus hombres buscar una carreta con caballos, pero Elena les indicó a los piratas que no tenía problema alguno con caminar hasta la cabaña, así podría estirar las piernas y admirar la hermosa isla, eso les traería buenos y amargos recuerdos a todos. Finalmente, los hombres aceptaron la idea y caminaron a regañadientes hasta el interior de la isla.
Estando ya cercas de la colonia de piratas, se toparon con los gritos de Danielle, quien correteaba a la hermosa Colette por afuera de su cabaña.
—¡Colette, tienes que venir y tomar un baño! —ordenó la rubia, pero la rudeza de sus palabras cambiaron por completo cuando logró divisar a quienes venían de camino a la cabaña de Montaño—. ¡Dios santo! ¡¿Son ustedes?! ¡Manuel, Elena, no lo puedo creer!
Elena corrió a fundirse en un abrazo con Danielle, el tiempo para ellas desapareció de inmediato, eran tan buenas amigas como el día que se separaron.
—¡Estoy realmente feliz de verte! —expresó Elena en un grito satisfactorio.
—Ha pasado mucho tiempo —continuó Danielle con una sonrisa en su rostro—. ¡Oh, maldito demonio! Ven aquí y dame un abrazo —declaró después de haber observado al enorme y reconocido hombre junto a Elena.
—No has cambiado en nada —aseguró Barboza para después abrazarla y levantarla en el aire como siempre lo hacía.
—Pero tú sí, incluso parece que has crecido y ese rostro tuyo sí es el de un demonio.
—Bueno, la vida no ha sido muy justa conmigo —comentó Barboza.
Todos quedaron en completo silencio con las miradas entrecruzadas por la respuesta del pirata.
—Mamá... —murmulló Colette, escondiéndose detrás el vestido de su madre.
—Oh, Danielle. ¡Ella es preciosa! —expresó la castaña, inclinándose para verla más a detalle.
—Gracias. Ese pequeño que está ahí es igualito a ti Elena.
—Hola, mi nombre es Antonio —se presentó el pequeño, estirando una mano.
—Y además es todo un caballero —aseguro Danielle guiñándole un ojo a Barboza y respondiendo el saludo del niño—. Me alegra que finalmente hayan permanecido juntos.
El silencio regresó luego de las palabras de Danielle, tanto Barboza como Elena pusieron una sonrisa cortante que intentaba disimular la incomodidad naciente, ante la idea que tenía Danielle sobre un inexistente matrimonio exitoso.
—¿Dónde están todos? —preguntó Gonzalo para interrumpir el silencio.
—Oh, sí. Tenían una reunión en la gran cabaña, parece que sólo están unos cuantos capitanes y pidieron no ser molestados. Sería bueno que te aparecieras por ahí, Barboza. La reunión es en tu honor —informó la rubia con un tono severo.
No obstante, al pirata le importaba poco, no era esa la razón de su presencia en la isla.
—Sé perfectamente de que se trata, pero por el momento no deseo hablar de eso. Necesito un baño y un descanso.
—Entonces, vayan a buscar ese descanso, ya después podrán saludarlos —dijo Danielle y los acompañó a la cabaña—. Espero que no te moleste que haya estado viniendo a limpiar este lugar, Elena. Siempre creí que algún día regresarían. Además, no tuve corazón para dejar que la cabaña del capitán Montaño colapsara.
—No tienes por qué preocuparte, soy yo, quien tiene que agradecerte por haber cuidado de ella —consintió la castaña, estrechando sus manos con las de su amiga.
—¿Puedo jugar con Antonio, mamá? —preguntó la pequeña Colette y ambas madres sonrieron.
—¿Qué dices tú, Antonio? —cuestionó Elena y el niño asintió satisfecho.
Ambos niños salieron corriendo hacia uno de los escondites que Colette tenía.
Gonzalo era un buen amigo tanto para Manuel como Elena, por lo que no dudaron en ofrecerle una de las recámaras que estaban disponibles en la cabaña, después de todo, él sabía a la perfección la exacta situación en la que el matrimonio se encontraba. A su llegada a la cabaña, los piratas corrieron a encerrarse en sus habitaciones para tomar el tan ansiado descanso que ambos hombres merecerían. Por otra parte, Elena y Danielle decidieron tomar asiento en el recibidor del lugar para ponerse al día sobre todo aquello que hicieron durante su separación.
—Todavía me parece difícil de creer que ustedes estén aquí, hemos escuchado tantas cosas sobre Barboza que incluso yo estaba segura de que sus actos se debían al hecho de que nunca te encontró —expresó Danielle con una cálida expresión.
Elena oprimió sus labios con el deseo de mantenerlos sellados, aun cuando requería el desahogo, le hacía falta para lograr sobrellevar la situación que seguramente más adelante saldría a flote.
—Sí me encontró, aunque las cosas no son como tú piensas... él y yo no estamos juntos —expuso al tiempo que jugaba con los dedos de sus manos, colocadas sobre su vestido.
—No entiendo, ustedes llegaron juntos y tienen un hijo. —Danielle arrugó la frente y fijó los ojos verde aceituna sobre la castaña.
Lo que sea que saliera de boca de Elena, bien podría ser mal interpretado por cualquiera o bien, utilizado a su favor si salía fuer a de las cuatro paredes de la cabaña, a pesar de aquello, Elena tragó saliva y luego abrió la boca.
—Danielle, Antonio tiene cinco años y cercas de cuatro meses.
—¿Te fuiste embarazada? —preguntó Danielle con miedo a la respuesta.
—Desde el día que desaparecí de esta isla, yo no volví a ver a Manuel hasta hace apenas unas semanas, cuando me rescató de morir en manos del inglés —expresó Elena temerosa.
La rubia llevó ambas manos a su boca con la sorpresa plasmada en el semblante.
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