Capítulo 2: Acabado
Elena preparaba cuidadosamente carne de venado con algunas verduras, mientras que Leonor se había encargado de poner una hermosa mesa iluminada con velas y flores cortadas del jardín. Todo estaba listo para la invitada de los Carmona: el apellido que Elena y Manuel adoptaron para permanecer ocultos en Portobelo.
Se escucharon unos golpes tras la puerta y fue la misma Elena quien acudió a abrirla para recibir a Danielle. Así mismo, las sorpresas no paraban para ella, ya que, en la entrada de su casa no solo estaba Danielle con una enorme sonrisa, sino que también, figuraba el cuerpo de Alejandro Díaz, quien permanecía de pie detrás su esposa.
Ella lucía realmente radiante, mientras que Alejandro mostraba la piel quemada por la arena y el sol del mar, un par de ojeras comenzaban a hacerse notar por debajo de los ojos azules, tenía el cuerpo más fornido que la última vez que lo vieron, y por supuesto, ese mechón de pelo que le caía sobre el rostro seguía estando ahí.
—¡Oh, Elena! ¡Tu jardín es realmente encantador! Debo venir a verlo con la luz del día —expresó Danielle, olvidándose de su esposo.
—Cuando gustes. Adelante, pasen —indicó Elena sin desviar la mirada de Alejandro, como si este le fuera un completo desconocido.
—Alejandro piensa que no debió venir. Anda, dile que no hay ningún problema en que nos acompañé —suplicó Danielle.
Elena le miró directo al rostro con un ligero rubor en las mejillas.
—Tu presencia en esta casa no es ningún problema, donde Danielle es bienvenida, tú también lo eres —dijo con cordialidad y a sabiendas de que probablemente habría problemas con su celoso marido.
Alejandro, finalmente, dio un par de pasos para entrar a la casa. En su ingreso, observó la acogedora sala de estar adornada con tapetes en el piso y una chimenea en la esquina que solían prender en los momentos más helados de Portobelo. Unas cuantas pinturas que Elena disfrutaba, colgaban de las paredes. Todo estaba enmarcado por un ventanal no muy grande, aunque con el tamaño suficiente para llenar de luz toda la habitación durante el día.
—Elena, adoro tu casa, jamás creí que optaras por una vivienda tan sencilla como esta —expresó Danielle observado los detalles de la casa.
—Es íntima y acogedora. —Infló el pecho y luego soltó el aire—. Para ser sincera, supongo que la elegí porque me recuerda al camarote de la María, donde vivimos tanto tiempo —bromeó.
—¿Dónde está Manuel? —preguntó Danielle arrugando la nariz—. No me digas que sigue en el embarcadero.
—¡Oh, no, claro que no! Él está vistiéndose en la habitación —dijo al tiempo que observaba la entrada del hombre a la sala de estar—. Oh, mira... aquí viene.
Alejandro y Elena permanecieron absortos a la vez que miraban la delicada figura de Danielle correr hacia los brazos del pirata. El enorme hombre, que era Barboza, la levantó levemente en el aire, luego le acarició el cabello, para terminar el encuentro en una amplia y correspondida sonrisa.
—No puedo creer que seas tú, capitán Manuel Barboza —expresó una Danielle esplendorosa, reflejada el rostro de su amigo.
Barboza había dejado atrás la imagen que Danielle recordaba en él. Se cortó el cabello y la barba larga que le solían crecer cuando estaba en alta mar. Ahora, estaba más presentable, con un semblante mucho más relajado, el musculoso y marcado cuerpo seguía evidente; lo que lo hacía lucir todavía más atractivo para las mujeres.
—Pues yo tampoco puedo creer que te hayas casado con este hombre —agregó Manuel, a la vez que miraba de reojo a su antiguo enemigo—. Nunca imaginé que esto sucedería, cuando me dijiste que preferías irte con él a venir con nosotros. Jamás hubiera supuesto que este fuera tu plan.
—No, por su puesto que no fue un plan, las cosas simplemente sucedieron. —Se encogió de hombros.
—Sí, ya veo cómo sucedieron —expresó Manuel con sarcasmo—. ¡Danielle, tendrás un bebé!
—Elena ya te puso al día, eh. Pero no me regañes, Alejandro me ha hecho muy feliz. Además, supongo no habrá más problemas, ahora que yo estoy con él y ustedes dos juntos. Seremos la familia que éramos hace un año —soltó entusiasmada con la idea.
Danielle parecía vivir en un cuento de hadas, pese a las caras largas que todos tenían.
—No creo que yo fuera parte de esa familia —interrumpió Alejandro, después de recordar que con frecuencia estaba encadenado, castigado o golpeado.
Elena miró el largo semblante de ambos hombres, la idea de Danielle no sonaba tan desquiciada, se trataba de una bandera de paz para evitar matarse entre ellos.
—Yo estoy de acuerdo con Danielle —intervino Elena colocándose a un lado de su amiga en señal de apoyo—. Debemos dejar todo atrás e intentar llevarnos bien. Finalmente, todos rehicimos nuestras vidas.
El cansado rostro de Alejandro se ablandó, miraba en ambas jóvenes la búsqueda de la tranquilidad, él también la necesitaba, las peleas con Barboza debían quedar en el pasado.
—Yo no tengo problema en olvidar, si Manuel accede —aseguró Alejandro encogiendo los hombros y con la mirada puesta en Barboza.
Manuel se mantenía al margen de aquella conmovedora plática de reconciliación, no compartía el entusiasmo por formar una familia, donde constantemente tuviera que estar viéndole la cara a Alejandro, pero tampoco quería perder la amistad de la mujer que consideraba su hermana.
Danielle fue su sustento muchas otras veces, sobre todo cuando los problemas con Elena empeoraban. Él rescató a Danielle de las prisiones de unos piratas que planeaban venderla como esclava. Probablemente, hubiera terminado trabajando en un sucio burdel. Después de su rescate, lo único que él quería para su amiga, era su felicidad y si la felicidad se llamaba Alejandro Díaz, tendría que aprender a vivir con ello.
—¡Oh, vamos, Barboza! Si no aceptas, ¿quiénes serán los padrinos de este bebé? —insistió Danielle con un puchero en la cara y las manos en el vientre.
—Puedes pedírselo a Julia y Bartolomeo —sostuvo finjiendose desinteresado.
—¡Ay, no! —expresó Danielle cont remenda mueca—. Julia no es exactamente el ejemplo que necesita mi bebé.
La rubia sostuvo la mano del pirata e hizo un ligero puchero como ruego.
—De acuerdo, bien, tú ganas. Olvidaremos todo y comenzaremos de nuevo —emitió Barboza con descontento.
Manuel extendió la mano para que Alejandro la tomara, las manos se estrecharon, para que todo terminara entre miradas y expresiones faciales que mostraban la incomodidad naciente en los dos piratas. Luego, Elena los incitó a relajarse en la comodidad de los sillones, mientras esperaban a que la cena estuviera lista.
—¿Por qué no nos cuentan sobre su nueva vida? ¿Qué tal este lugar? —preguntó Danielle, acomodándose en el sillón.
—Bueno, no es la gran cosa. Es una vida tranquila, eso es todo —respingó Manuel, encogiéndose de hombros—. Mejor díganme que hay de nuevo en el mar, supongo que irán a la gran reunión.
—Sí, iremos. Es mi primera reunión, no tengo idea de lo que debo esperar, pero quiero asistir, también para saludar a Julia. Por lo referente al mar, las aguas han estado tranquilas en cuanto a la piratería y atracos se refiere, imagino que tiene que ver el hecho de que algunos capitanes optaron por retirarse, otros tantos no lo soportaron, por lo que volvieron al trabajo. Además, la guardia costera ha estado vigilando muchos de los puertos y cada vez es más difícil la venta de mercancía —dijo Alejandro bebiendo un poco del vaso con whisky que Elena sirvió.
—¿Qué tal en tortuga? —cuestionó Barboza interesado en la conversación.
—¡Oh, vamos! Sabes tan bien, como todos, qué tortuga es intocable para la guardia costera. Es un lugar protegido por la corona inglesa. Tengo entendido que las negociaciones son duras y no creo estar preparado para ello.
—Pensé que eras comerciante —soltó burlón.
—Lo era, pero no estoy dispuesto a arriesgar mi vida, ahora que tengo una familia que proteger —señaló Alejandro.
—¡Oh, muchas gracias, cariño! —expresó Danielle, tomando la mano de su esposo.
—¿Dónde dejaron la nave? —interrumpió Barboza, sintiendo incomodidad ante las muestras de afecto de la pareja.
—Está al oeste de este punto, custodiada por la tripulación. Yo regresaré pronto, tengo que culminar unas ventas que tenía pendiente. Danielle se quedará aquí unos meses.
—¿Confías lo suficiente en tu tripulación como para dejarlos a cargo de tu barco?
—Sí, lo hago. ¿Tú, no? —preguntó Alejandro.
Barboza quería ignorar la pregunta, pero sabía que con Danielle a un costado, no tendría manera de hacerlo, infló el pecho y hecho el cuerpo hacia atras.
—Para serte sincero, ni siquiera tengo una tripulación en este momento. Un año inactivo fue mucho tiempo para mis hombres. No lo soportaron, se amotinaron y terminaron por regresar a la mar. Necesito reclutar gente porque también iremos a la reunión de la Isla del coco.
—No tenía idea de que asistiríamos a la reunión —interrumpió Elena con un tono de sorpresa.
—No hay razón por la que deberías pensar lo contrario —respondió Barboza con la mirada en su esposa.
Alejandro notó la agresividad en la voz de Barboza y prefirió continuar con la conversación por su cuenta, buscando evitar un disgusto.
—Supongo que no será un problema para ti conseguir hombres, se escuchan grandes proezas sobre el capitán Barboza entre los marineros —aseguró bebiendo de nuevo de su vaso.
Barboza sonrió con arrogancia antes de responder.
—Me temo que de momento sí me es un problema, después de lo que pasó en Magdalena, suponen que los llevaré a la muerte o que no habrá un botín de por medio. Además, tanto tú como yo, sabemos que no solo son buenas historias las que se escuchan sobre mí.
—¿De verdad? ¿Y qué es lo que se dice sobre ti? —preguntó Danielle con curiosidad.
Manuel y Alejandro se miraron entre ellos sin saber lo que debían responder.
—Digamos que me creen acabado —soltó Barboza.
—¿Acabado? ¡Por Dios, Barboza, hablamos de ti! Tus talentos como pirata van allá de lo imaginable, el capitán Montaño siempre lo supo y por ello te preparó para convertirte en un...
—Pasé un año inactivo en una supuesta luna de miel —interrumpió fastidiado—. Esa es la razón por la que me suponen blando. Da igual, ya lo resolveré.
Elena no pudo evitar sentir la frivolidad con la que fueron dichas aquellas palabras que provenían del sentimentalismo de su esposo. No obstante, no diría nada frente a quienes creían que era una mujer feliz.
—Pues eso sí me es difícil de creer. ¡El gran Barboza teniendo problemas para reunir una tripulación! —exclamó Danielle en tono burlón.
—Algo se me ocurrirá. No te apures —soltó Barboza esquivando las miradas.
—Puedo pasarte algunos de mis hombres, si los necesitas —indicó Alejandro muy seguro de sí mismo e intentando ayudar.
—No, no será necesario, ya les dije que algo se me ocurrirá —expresó Manuel sonando molesto.
Estaba abrumado por la situación en la que se encontraba por el momento.
Elena notó el descontento por parte de su esposo, por lo que consideró que sería mejor detener aquella conversación, donde se involucraban los resientes problemas de Barboza como capitán. Caminó a la cocina y luego al comedor, asegurándose de que cada detalle puesto sobre la mesa estuviera perfecto para iniciar con la cena.
Todos degustaron con tranquilidad la comida que Elena preparó, hubo algunos cumplidos por parte de Danielle y Alejandro que la anfitriona recibió feliz. Por otro lado, Manuel aún seguía perdido en sus pensamientos, extrañaba volver al mar, lo que era evidente para todos, lo irritaba el hecho de saber que Alejandro se abrió paso de una manera rápida, ya que se inició prácticamente como capitán y ahora tenía una fuerte tripulación que lo respetaba. Ambas cosas, Manuel las había perdido, no existía una tripulación y mucho menos el respeto que con tanto esmero se ganó en La María. Ahora, solamente tenía un barco que en su momento fue de los más temidos, aunque aquello, por obvias razones, había terminado.
Un par de horas después, cuando Danielle y Alejandro estaban a punto de despedirse, se escuchó el sonido de una ventana rompiéndose. Alejandro actuó de manera instintiva cubriendo a Danielle de todas direcciones, puesto que no sabía de dónde provenía el ataque. Ante ello, Elena y Manuel apenas si se movieron de su lugar, únicamente un par de miradas entre ellos y de vuelta a la ventana rota.
—¿Qué pasó? —preguntó Danielle desconcertada.
—No es nada, no te preocupes. Algunas veces, viene la gente a aventar piedras a esta casa — respondió Barboza, recogiendo la roca.
—Pero... ¿Por qué?
—Manuel es famoso no solo en el mundo de los piratas, también lo es fuera de este y aunque se ha cambiado un poco la imagen y estamos usando otro nombre, lo siguen reconociendo —argumentó Elena encogiendo los hombros.
Al mismo tiempo, Manuel les mostraba la nota que venía atada a la piedra que rompió la ventana.
Fuera de aquí, no los queremos.
—Entonces, ¿la policía sabe que están aquí? —cuestionó Alejandro.
—La policía ha venido un par de veces, pero no tienen pruebas. No hemos hecho nada que les afecte. Aun así, quiero irme pronto, aunque Elena no esté de acuerdo con ello —respondió de nuevo Barboza mirando tanto a Danielle como a Alejandro.
—Será mejor irnos, no queremos encontrarnos con esas personas —indicó Alejandro para salir de ahí.
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