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Capítulo 10: Tres demandas

El día establecido para la gran reunión había llegado y los piratas con títulos de capitán se dieron cita en la gran cabaña, el maravilloso lugar repleto de recuerdos que pertenecían a los miembros de la hermandad. La cacería de piratas y la visita del corsario inglés, eran los temas principales a tratar durante la asamblea de ese año. Para la gran mayoría de los piratas, no era novedad la presencia de los nuevos capitanes que le juraron lealtad a la hermandad. Sin embargo, el capitán John White, no pertenecía a la misma hermandad de piratería y tampoco era un simple filibustero; el extraño extranjero era un corsario cuyo trabajo era el de servir a la corona inglesa, por lo que las especulaciones sobre las razones de su visita no tardaron en surgir entre los hombres que sabían de su presencia en la isla.

Durante todo el año, los siete océanos eran acechados por tres hermandades de piratería. La americana, era la que gobernaba gran parte de los mares del caribe y el continente americano. Se trataba de una hermandad sumamente amenazadora que sabía que sus territorios gozaban de grandes riquezas distribuidas a tierras lejanas, misma razón por la que asaltaban con frecuencia a las naves de banderas europeas. Su fama se acrecentó durante los últimos años, debido a sus constantes ataques en las aguas caribeñas, a pesar de no ser la hermandad más grande o la más fuerte.

Otra hermandad, era la de los asiáticos, gobernaban todo el sudoeste de Asia y parte del océano indico. Los piratas de esta hermandad, en realidad no tenían adversarios que se atrevieran a infiltrarse en sus aguas y demandar una guerra, ya que, estos eran reconocidos por su agresividad en combate, sin dejar de mencionar que en muy pocas ocasiones salían en busca tesoros fuera de sus aguas. 

Por último, se encuentra la hermandad más grande, fuerte y poderosa de todas, está era compuesta principalmente por piratas, corsarios y bucaneros tanto ingleses como franceses. La hermandad europea era la misma que se encargaba de aterrorizar los siete océanos sin ningún tipo de límites. Sus saqueos eran efectuados, no sólo en territorios europeos, sino también en aguas caribeñas; su fuerza se debía en gran parte a la protección que recibían por la corona inglesa y española.

Por otro lado, los piratas entendían a la perfección que la visita de White no era coincidencia, la hermandad más poderosa había puesto su atención en ellos y ahora estaban deseosos de conocer los motivos.

Los capitanes aguardaban en la gran cabaña, preparados para iniciar la reunión, mientras se observaban entre ellos, sentados sobre las elegantes sillas que rodeaban la enorme mesa de madera oscura con forma de calavera. La última en ingresar a la cabaña fue Julia, acompañada de Danielle y Elena, ambas mujeres con algunas cosas sobre sus manos. La Gitana vio el ingreso de Julia y demandó silencio para poner en marcha la reunión.

—Son todos tuyos, Julia —aseguró la Gitana, tomando su lugar en la mesa.

—¡Gracias! Compañeros, antes de empezar la importante reunión anual, debemos brindar por los hermanos caídos, este no ha sido un año fácil para nosotros y hemos tenido que enfrentar batallas, algunas ganadas y otras perdidas. Sin embargo, sabemos que nuestros hermanos nos acompañan desde el más allá. ¡Brindemos! —dijo Julia y todos levantaron la copa de metal que tenían frente a ellos para beber el vino rojo.

—Nuestros hermanos no estarían muertos de no haber tantas mujeres en esta hermandad —gritó un hombre calvo de largo bigote con la mirada en Danielle y Elena.

—¡No digas tonterías, Tomás! Tú ya estarías muerto de no ser por mí, te salvé el pellejo de tu propia tripulación hace algunos meses, así que cállate. Además, las señoras no están aquí para tomar decisiones, ellas nada más harán lo que nuestra tradición dicta y colocarán por sí mismas los artículos que nos recordarán a un gran amigo: el capitán Montaño. Por favor chicas —agregó Julia, indicando el punto exacto para el acomodo de las pertenencias. 

Elena y Danielle caminaron hacia una de las mesitas de la gran cabaña para colocar un reloj de bolsillo, una brújula y un antiguo diario, parte de sus objetos personales estarían reposando entre la majestuosidad que existía en aquella cabaña. Elena acarició las cosas de su padre, dijo un «gracias por todo, papá» y se alejó de la mesa. Después, Julia quitó un desgastado sombrero que tenía sobre su cabeza y lo situó en la parte trasera de la cabaña. Levantó el rostro y notó las miradas extrañadas de todos sobre ella.

—Oh, es que ese es un sombrero de Dominic que encontré en su cabaña... Él también está muerto por gracia del inglés —confirmó al tiempo que lo observaba. 

—Sí, ya entendimos, Julia —indicó Bartolomeo, haciendo algunas señas con las manos—. Señoras nos harían el favor de salir para dar inicio a la reunión —agregó el capitán. 

Ambas mujeres asintieron, dieron media vuelta y abandonaron de la cabaña. Elena se sintió aliviada luego de haber salido, ya que, por varios minutos, fue blanco de los ojos de Barboza, Alejandro y de nueva cuenta John White. 

El silencio inundó el lugar una vez más, todos aguardaban con suma impaciencia, pues ansiaban conocer las razones que impulsaban los deseos del inglés por cruzar el océano y asistir a la reunión de la isla del coco. Había quienes aseguraban que se trataba de unir fuerzas para derrocar la corona, otros creían que era cuestión de intereses: ventas, tráfico de esclavos, armas o barcos. Otros más, pensaron en posibles trampas para quedarse con sus territorios, después de todo, los piratas y corsarios europeos también requerían de refugios de este lado del mundo.

—Bueno, capitán. Es obvio que estamos más que interesados en oír lo que tiene para decir —dijo Bartolomeo desde un extremo de la mesa—. Puede usted comenzar con la reunión.

Thank you, capitán. Primero que nada, agradezco tan cordial invitación a su reunión, ha sido un enorme placer venir hasta aquí a conocer más sobre su maravilloso trabajo en estas aguas —declaró de pie frente a todos—. Como ustedes ya saben, mis hermanos corsarios y yo, servimos tanto a la corona inglesa como a la nobleza desde que se inició la piratería en el mundo. Sin embargo, nuestros intereses económicos se han visto afectados debido a sus ataques prematuros.

—¿Hablas sobre los barcos que asaltamos? —preguntó Pedro, un capitán salvadoreño de piel oscura y voz gruesa.

White lo miró fijo y en el acto asintió con elegancia. 

—En efecto, de esos mismos barcos hablo.

—Bueno... Si yo los vi primero —dijo el hombre en tono burlón.

Los demás miembros comenzaron a reír.

—Esa es la cuestión, estimado capitán —emitió White buscando hacerse por sobre las risas—. Esos barcos nos pertenecen a nosotros, son barcos que portan banderas del viejo continente.

—Yo podría decir lo mismo de ustedes, se adueñan de nuestros barcos y en más de una ocasión he asaltado naves vacías, lo que es realmente frustrante —indicó un hombre de baja estatura y abundante barba.

—Lo importante aquí, no es el daño que nosotros causamos sobre ustedes, sino el daño que ustedes causan sobre nosotros. —White respiró hondo, he hizo una ligera mueca con loslabios, entenderse con seres inferiores a su presencia, no era su prioridad—.Caballeros, yo vengo de la hermandad de piratería más grande y fuerte que existe, sus castigos o atracos no son nada comparados con los nuestros, sus barcos o tripulaciones carecen de fuerza, vitalidad, energía y odio, lo que ustedes hacen aquí son simples aventuras de niños. Juegan a burlar a la guardia costera, a maquillar sus sonrisas con feroces rostros que no espantan en absoluto, nuestra labor como piratas va más allá de un simple atraco. Se trata de provocar tal cantidad de terror en las almas humanas, que tengan que orinarse o defecarse, apenas vean el color negro ondeando en lo más alto de mástil. 

Unió ambas manos y enalteció la voz, ahora tenía la atención de cualquier pirata que estuviera en la gran cabaña. 

»Seré sincero con ustedes y pondré las cartas sobre la mesa. El problema es, que en caso de no acceder a mis demandas, su hermandad tendrá que ser aniquilada por órdenes de la misma corona. Se los digo con suma tristeza porque yo realmente amo la piratería y considero que sus pequeñas ganancias ayudarían a cubrir una parte importante de las cuotas que debemos pagar a la nobleza —expresó el inglés para dejar a todos los hombres en completo silencio.

Ni siquiera el viento se habría manifestado en aquel momento. 

—Entonces díganos, capitán: ¿cuáles son sus demandas? —preguntó Bartolomeo, manteniendo la calma y el recelo.

—Es muy sencillo, caballeros. —White Mostró su frívola sonrisa—. Su hermandad, desde este momento, trabajará para nosotros. 

Algunos hombres comenzaron a reír, sobre todo un pirata llamado Jacobo, quien declaró su descontento mofándose del inglés frente a todos.

—Sí, claro. Usted y su hermandad creyeron que accederíamos sin problemas. ¡Por supuesto que no! No me enrolé en la piratería para enriquecer a hombres cobardes cuyas bolsas y egos son tan grandes que no caben en un barco. ¡Yo soy un pirata libre, no un corsario y me niego rotundamente! —gritó apuntándole.

En el acto, la risa y el descontento de Jacobo fue opacado por el fuerte sonido de una bala disparada, el cuerpo del pirata calló tendido sobre la mesa bañado en sangre con los ojos abiertos y la cara de espanto. El resto de los hombres, se pusieron de pie con sus armas apuntando al corsario de cabello blanco, el mismo hombre que demandaba atención y se mostraba cuan tranquilo como si estuviera a punto de tomar el té.

De pie, frente a todos, colocó sobre la mesa el arma disparada que desprendía aroma a pólvora.

—Supongo que ya nos podemos poner serios, caballeros —argumentó White con el relajado tono de su voz que parecía mancillar los oídos ajenos.

—¡¿Qué demonios le pasa?! —gritó Julia con la mirada en la escena.

—Queridos capitanes, les explicaré un detalle que están ignorando. Allá afuera, tengo una tripulación lista para zarpar con noticias poco favorables para la corona inglesa, en pocas palabras, si ustedes se atreven a dispararme o siquiera a causarme un diminuto rasguño, lo tomaremos como una negativa de su parte y su hermandad será... eliminada.

No tenía miedo, no mostró debilidad, hablaba con total naturalidad, era igual a un demonio que nadie supo de dónde salió. 

—¡Podemos detenerlos! —replicó Barboza con furia.

—Oh, sí, claro. Aunque ellos sabrán que no están dispuestos a cooperar y desgraciadamente para ustedes, sería muy difícil continuar con sus labores con la marina y la hermandad más grande que existe, pisando sus talones. —Exhibió sus dientes amarillos en una satisfactoria ricilla que sólo él comprendía—. Se convertiría en algo como una cacería de piratas y casi no sobreviven a la de hace un año, ¿cierto?

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Julia analizando al inglés.

—Bueno, tuvimos que pedirle ayuda a la marina encargada de proteger las costas caribeñas y al mismo gobierno de México para derrocarlos. Evidentemente, no pudieron con la tarea que ahora haremos personalmente.

Barboza, Julia y Bartolomeo se miraron entre sí y después hacia Alejandro, pues ellos creían que la casería tenía que ver con el secuestro de Díaz, dos años atrás.

—Sí, así es, caballeros. El señor Alejandro Díaz, fue un simple pretexto para desatarlo todo, únicamente esperábamos la más mínima equivocación en sus negocios para lograr apoderarnos de todo el caribe. El capitán Montaño fue quien nos dio el motivo y es curioso que lo diga, porque ahora él está muerto y el muchacho que secuestró, está sentado en esta misma mesa que ustedes, tomando decisiones importantes para su hermandad —rio con descaro—. También debo aplaudir la audacia de haber acabado con una ciudad entera, no sé si el resultado haya surgido de sus inimaginables capacidades como guerreros o de la mediocridad de los gobiernos para derrocarlos, aun así, están aquí, vivos.

Los ojeó a todos y supo que había logrado parte de su cometido. 

»Por favor, señores. Bajen sus armas porque como verán, morir no me intimida en lo más mínimo —comentó el inglés dándole un sorbo a su bebida.

Los piratas bajaron las armas y tomaron sus respectivos lugares con suma precaución por órdenes de Bartolomeo. Cada hombre en la mesa estaba atónito ante las palabras del corsario, pues aun cuando sentían la necesidad de negarlo, White tenía razón. La probabilidad de sobrevivir a un fuerte ataque de la marina, sería difícil y si ahora la guardia se unía a la hermandad inglesa en busca de su aniquilación, se volvería todavía más complicado. Prácticamente, una guerra a la que no podían aspirar ganar.

—¿Cuáles son las condiciones? —preguntó Bartolomeo a sabiendas de que no tenían otra opción para mantenerse intactos.

—Sencillo, capitán. A partir de hoy, nos entregarán el quince por ciento de todo lo que obtengan, para ello, tendremos gente vigilando constantemente, les tendrán que reportar y pagar, eso es obvio. También, respetarán los barcos que transportan mercancía para la corona inglesa, les aconsejo no intentar ocultar ganancias o robar un diminuto barril de tabaco, ya que, estoy seguro de que lo notaremos. 

Se detuvo para limpiar las comisuras de los labios, luego los relamió y continuó con sus exigencias. 

»Para finalizar, quiero una noche con Elena Montaño de Barboza —soltó y en esa última frase dirigió su rostro a donde Barboza escuchaba.

Corazones acelerados, movimientos toscos y un enorme bullicio: eran las reacciones de cada pirata que escuchó con atención las demandas del corsario inglés. El lugar se había convertido en un completo caos, donde apenas un par de hombres, luchaban por contener la tragedia que estaba a punto de surgir proveniente de las manos de Manuel Barboza o de la espada de Alejandro Díaz. Ambos piratas intentaban llegar con movimientos mortíferos a donde el inglés observaba y reía sin inmutarse ante el infierno desatado.

Manuel y Alejandro eran retenidos entre varios hombres con increíbles fuerzas, nadie deseaba que una guerra comenzara con la hermandad más grande y peligrosa que asechaba las aguas. Manuel podía sentir como se acrecentaba a pasos acelerados, la rabia, el enojo y sus deseos de muerte por el hombre que se atrevió a poner en su boca el nombre de su mujer. Detenerlo en ese momento era como intentar detener un cañón con la mecha encendida, estando a punto de explotar.

—¡No! ¡Tú no pasarás por encima de mí, antes te mataré! —demandó un Barboza fuera de sus cabales.

—Puedes hacerlo si quieres, aun cuando te estoy haciendo un favor, ya que ningún hombre con tus cualidades merece ser domesticado —respondió White sin desviar la mirada del enorme hombre que estaba siendo retenido por otros tres piratas.

—¡Capitán, someteremos sus exigencias a votación, pero por ningún motivo puede usted venir a exigir una noche con la esposa de uno de los miembros de esta hermandad! ¡Aquí respetamos nuestras propiedades! —gritó Julia alarmada buscando controlar la situación—. Además, Elena no tiene nada que ver en los atracos o en el mundo de la piratería, fuera de ser la esposa e hija de filibusteros.

—Absolutamente cierto, pero esa es una petición personal por haberme tomado la molestia de cruzar el océano. Ustedes pueden votar lo que gusten, las exigencias están puestas sobre la mesa, sin opción a negociación —indicó el pirata de cabellos blancos para salir de la gran cabaña, dejando en el lugar un completo desastre.

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