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𝐏𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞

Apenas había comenzado el mes de septiembre y por alguna razón que desconocía, ya deseaba que este acabara. No era cuestión de clima, ni de tiempo, pues el otoño era su estación favorita, aquella aura que emanaba era en demasía disfrutable para él. Su descontento tenía que ver más consigo mismo y en cómo la situación lo trajo hasta este lugar.

Un accidente fue el que acabó con lo que le quedaba de vida, al menos así es como se sentía; muerto en vida. Toda su familia murió, excepto él. Ya no tenía a nadie, ni siquiera a él mismo, se sentía perdido. Pero debía continuar con su vida, ¿verdad? Ya no era un niño, al contrario, tenía veintitrés años, lo que menos se esperaba de él es que se graduara de una universidad, consiguiera un trabajo y por consiguiente, formara su propia familia.

Bueno, como omega, lo que se esperaba es que un alfa lo escogiera a él, detalles en los que deseaba no centrarse por el momento.

Mudarse a otro país, alejado, donde estuviera seguro que nadie lo reconocería, fue la opción que vio más viable. Y se percibió más seguro de su decisión cuando le aceptaron el traslado con una beca completa, por un momento agradeció a cualquier Dios existente por ser el número uno en su carrera.

Estudiar Bellas Artes siempre fue su sueño y la pintura, su pasión. Se sentía libre y era mucho más fácil expresar sus emociones a través de una pintura que ponerlo en palabras, aunque tampoco es como que tuviera una mejor manera de desahogarse, pues las relaciones interpersonales parecían ser un reto que nunca lograría superar. Al final de todo, no era una situación que le quitara el sueño, ya estaba acostumbrado.

Solo le importaba perderse en los trazos de su pincel, ahogarse en el barniz de sus pinturas le daba la única paz que conocía. No necesitaba nada más, solo los tonos que cubrían el lienzo y el eco de sus propios pensamientos.

Pero en definitiva no se arrepintió de nada cuando llego a su nuevo hogar en Edimburgo. El clima frío, aquellas construcciones que parecían sacadas del más oscuro de los poemas de Edgar Allan Poe le provocaron una sensación embriagadora de saciedad, como si la oscuridad de las calles y el frío lo comprendieran. Tal vez aquí, pensó, podría reconstruir lo que quedaba de él y, quién sabe, quizá incluso lograr el éxito que alguna vez soñó.

El ambiente de la universidad era distinto a lo que imaginó desde un inicio. Las miradas evaluadoras de los demás estudiantes lo incomodaban, recordándole lo poco que encajaba en esos círculos de competitividad. Por lo que se prometió a sí mismo que se mantendría al margen, que su arte sería su único refugio.

Aunque algo en esa perspectiva del inicio cambio mucho, cuando lo conoció a él.

Aquel chico que solo con esa aura cautivadora lo tuvo apreciando como tocaba el violín de una forma en que no había escuchado a alguien hacerlo de aquella manera antes. Tenía algo... diferente, que lo hizo mirarlo con ojos curiosos.

Fue pura casualidad, pero en su primer descanso, quiso dar una vuelta por el exterior de la universidad para conocer un poco más del lugar. Anotando mentalmente las instalaciones que esta misma ofrecía y los lugares que le serían beneficiosos para desarrollar su inspiración. Uno de ellos siendo justamente el pabellón donde lo conoció.

Era un sitio hermoso con todas las letras de la palabra, hecho de lo que creía que era cuarzo blanco, con enredaderas subiendo por los pilares hasta perderse en el alto techo circular.

"Peculiar". Ese fue el único pensamiento que cruzó por su mente.

No pretendía ser incógnito para el desconocido, por lo que cuando supo que se dio cuenta de su presencia y volteo a mirarlo, solo se limitó a aplaudir, dedicando una sonrisa mientras se acercaba a él

—Eso fue único.

—Entre todos los halagos que me han dicho alguna vez, esta es la primera que lo llaman así, único —repitió, sonriéndole de igual forma.

Su estómago dio un revolcón de repente cuando sintió su aroma y lo vio sonreírle de aquella forma. Quiso maldecir por lo bajo a su omega, quién era el causante de aquello al ver al alfa tan atractivo.

—Un gusto, soy Jeon JungKook —se presentó. No recordaba haberlo visto en alguna de sus clases, así que dudaba que supiera quién era.

—Oh, el nuevo, ¿verdad? —el pelinegro solo asintió, esperando que prosiguiera—. Si bueno, desde que se supo que habría un nuevo ingreso no dejaban de hablar sobre eso.

El lobo del omega se revolvió con algo de incomodidad ente esa nueva información, no le agradaba del todo ser el centro de un tema de conversación.

—Espero que hayan sido cosas buenas.

—Se puede decir que hubieron muchos rumores raros, pero nada de que preocuparse, al fin y al cabo, estás aquí —señalo—. Callando todas esas especulaciones con tu presencia.

—Sigo sin saber como reaccionar, estoy acostumbrado a pasar desapercibido.

—Tranquilo, son cosas que el tiempo borra con rapidez, a menos que hagas algo para que permanezcan indelebles —rio suavemente al ver la sorpresa pintada en el rostro del omega—. Solo bromeo, no tienes de qué preocuparte.

—Me alivia escucharlo —murmuró JungKook, con un ligero suspiro.

—Pero, ¿qué modales los míos? —dijo TaeHyung, su tono impregnado de una cálida elegancia. Extendió su mano, suave y segura, tomando la de JungKook entre las suyas. Con delicadeza, acercó los labios al dorso y depositó un beso—. Soy Kim TaeHyung, un placer.

Aquella acción del alfa no hizo más que sonrojarse, no se esperaba algo así, menos de alguien con un porte tan atractivo. Porque aquel hombre por donde lo miraras, gritaba belleza. De más está decir que solo aquello fue el mejor inicio que pudo imaginar. Solo esperaba que se mantuviera de esta forma.

Lástima por él, aún era un pobre niño iluso.

Definitivamente necesitaba un respiro. La reciente mudanza lo había dejado agotado, cada rincón de su nueva habitación aún estaba repleto de cajas sin abrir, todas las cosas que, para su desgracia aún no había tenido tiempo de organizar. Entre el caos de sus pertenencias y el torbellino de su primer semestre en la universidad, sentía que el tiempo se le escapaba entre los dedos. La lista de pendientes parecía interminable, y el peso de la responsabilidad se le acumulaba en los hombros, como una carga invisible que apretaba cada vez más.

El estrés crecía en su pecho, una sensación de presión constante que le recordaba que debía avanzar, que el mundo no se detendría a esperar por él. Sin embargo, en medio de todo, había algo de calma en saber que sus ahorros seguían intactos. Había tomado la decisión correcta al mudarse a la residencia universitaria; al menos no tendría que preocuparse por el alquiler exorbitante de la ciudad. Se conformaba con una sola comida al día, la cual era el almuerzo que daban gratis en la universidad, estirando cada billete con precisión matemática, pero eso también le daba una especie de alivio. No necesitaba lujos, solo tiempo, y ese, a pesar de todo, parecía ser el recurso más escaso.

Sabía qué era capaz de gestionar esta situación, ha pasado por cosas peores, solo necesitaba despejarse.

Así que caminar por aquellos pasillos vacíos le pareció buena opción, debido a que no conocía más ningún lugar en la ciudad, problemáticas por el poco tiempo que llevaba en ese nuevo país. Tampoco era muy conocedor de los lugares al interior de la universidad, apenas los corredores que llevaban a sus clases, la cafetería y los dormitorios, solo eso. Pero había mucho más por explorar, su instinto de curiosidad se lo pedía a fuerzas.

De igual forma, le agradaba, a veces necesitaba un tiempo a solas para pensar.

El pasillo en el que se encontraba era un espacio sombrío, envuelto en una penumbra que parecía tener vida propia. Solo las lámparas, con su luz tenue y casi moribunda, lograban quebrar la oscuridad, pero estaban dispuestas de manera tan esparcida que parecía intencionado. El ambiente cargado apenas le dejaba espacio para pensar, pero no pudo evitar que su mirada se detuviera en un cuadro particular, colgado en la pared como un espectador silencioso.

Era un retrato que lo atrapó de inmediato. La figura en el lienzo era la de un hombre cuya expresión irradiaba una gravedad inquietante, un aire espeluznante que parecía atravesar la tela. Su rostro, de facciones duras y marcadas, estaba enmarcado por un cabello castaño oscuro que comenzaba a teñirse de gris en las sienes. A pesar de las señales del tiempo, su mirada tenía una intensidad implacable, como si la edad no hubiera tenido poder sobre él, sino que solo lo hubiera dotado de una sabiduría perturbadora. Casi que pudo sentirse mareado por el tiempo que paso mirándolo fijo.

—Kim TaeYang —repitió en un susurro para sí mismo la única descripción que se encontraba debajo de aquel elegante retrato.

Así como ese percibió que, a lo largo de lo ya recorrido, se repartían otros cuadros de igual forma. Incluso parecía que hubiera un molde para la pose y expresión de la foto, pues todos se veían iguales. Era muy inquietante.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando escucho un estruendo provenir un poco más al fondo del pasillo, lo que activo todas sus alertas, ¿había alguien ahí?

Su lado más racional le pedía que volviera por donde vino para evitar meterse en algún problema, pero por el otro quería ver que fue el causante de aquello. Su lobo estaba en guardia, provocando que sus instintos se incrementaran, así que contra toda lógica, siguió caminando, evitando que sus pasos resonaran mucho para no alarmar al que sea que estuviera ahí.

El corazón le latía desbocado en el pecho, por la ansiedad y la expectativa de lo que pudiera encontrar, o a quién. Había una puerta abierta, solo se quedó de pie ahí sin moverse, tenía miedo de mirar al interior

—... no podemos, si alguien se entera de que murió por nuestra culpa...

¿Qué, estaba escuchando bien? Esto debía ser una broma.

—Cállate SeoJoon. —esta vez fue la voz horrorizada de una chica—. Guárdate los putos detalles. Dile algo.

Escuchó lo que parecía ser una recriminación en voz baja, seguida por un pesado suspiro que resonó en el silencio del pasillo. El instinto le gritaba que se alejara, que era demasiado arriesgado seguir ahí, pero la curiosidad pudo más. No debía haber escuchado, lo sabía, pero algo lo impulsó a asomar lentamente su rostro por el umbral de la puerta, apenas lo suficiente para ver lo que ocurría en el interior.

El ambiente en la habitación era tenso, cargado de una energía inquietante. Contó al menos siete personas en su interior, algunas figuras reconocibles. Estaban Choi YeonJun y Jackson Wang dándole la espalda. Los gemelos Hwang, Yeji y HyunJin, la chica se veía en extremo alterada, aunque solo podía ver su cara de perfil. Y luego, Park SeoJoon, cuya sola presencia emanaba autoridad, con su espalda recargada en una de las paredes de aquella sala. Pero cuando sus ojos se encontraron con una figura en particular, todo el aire pareció escapársele de los pulmones.

No, no podía ser. Kim TaeHyung. Su corazón dio un vuelco traicionero al verlo allí, el alfa con el que había intercambiado tantas palabras, aquel que siempre le había parecido fascinante, tan encantador y dulce, ahora se encontraba en medio de esa escena que no lograba comprender del todo.

La sangre se le heló cuando TaeHyung levantó la mirada y sus ojos se encontraron. No había vuelta atrás. Mierda, pensó, el desastre ya estaba hecho. Estaba más jodido de lo que jamás había imaginado.

—Dejen esas niñerías, hay cosas más importantes de las que debemos hacernos cargo —dijo una voz firme, impregnada de fastidio. La irritación era evidente en su rostro, una mueca que no se molestó en ocultar. TaeHyung rompió el contacto, desviando la mirada con despreocupación, como si todo aquello no tuviera importancia alguna, y fue en ese preciso instante cuando el mundo volvió a encajar para él. El pánico lo sacudió de golpe, recordándole lo que acababa de hacer. Sin pensarlo dos veces, apartó la mirada del interior de la habitación y se giró sobre sus talones, apresurándose a salir de allí lo más rápido posible.

¿Y si no lo vio? El pensamiento le martillaba en la cabeza. Tal vez, solo tal vez, había sido una jugarreta de su mente. Pero sabía que no debía engañarse. Sería un idiota si creyera que el alfa no había notado su presencia. Esa mirada, aunque breve, lo había atravesado, helando su sangre.

El miedo lo envolvía por completo, cada paso que daba fuera de aquel pasillo parecía más desesperado que el anterior. Esto no podía escalar, se repetía, porque si lo hacía, lo más probable era que lo hicieran desaparecer como si nunca hubiera existido. Sabía, mejor que nadie, que TaeHyung no era alguien con quien quisieras enfrentarte. Había algo oscuro, algo peligroso en él, aunque esto era lo último que hubiera pasado por su cabeza, pero lo que había escuchado no era más que la confirmación de que nada podría terminar bien.

Sin embargo, no iba a dejar que el miedo lo paralizara. No se quedaría de brazos cruzados. No importaba lo que costara, no se detendría hasta desenmascararlos. Incluso si eso significaba arriesgar su propia vida.

Culpen al TikTok de Noah de que esta historia exista, no me dejó en paz con el estos dos y yo soy débil (mentira, es que los amo). Para los que no leyeron la descripción, este fic está inspirado en el ship Maxley (Bradley y Max de la película "Extremadamente Goofy"). Se supone que iba a ser para Halloween, pero hasta ahora vengo a publicarla.

Gracias a que mis ánimos han mejorado me decidí y es como de: que esperas, súbelo alv. Espero que les guste y no sea tremendo flop, ténganme comprensión, es mi primer intento de dark academia.

Sin más que decir, se les quiere.💗

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