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XXI.


No soy un ángel, no tengo un halo, corté mis alas...


Estoy corriendo por un bosque de nuevo, sé dónde es, lo conozco, pero su nombre flota dentro de mi cabeza, casi sale de la punta de mi lengua, pero no llega a pronunciarse por mi voz.

Alguien me acecha, estoy en peligro.

Llevó mi varita en la mano, la tomó con gran fuerza, se me resbala, destellos de magia se ven por todas partes, magia y más magia cruzada hace estallar árboles que casi caen ante mí.

Me atraganto con mi propio chillido de miedo, freno en seco antes de que un viejo roble caiga ante mí en pedazos por las ráfagas de magia.

Sigo corriendo.

No puedo respirar, corto por un camino de terracería no muy lejos de donde ha caído atrás de mí el roble, cuando un destello verde me hace detenerme, el color me recuerda a Morgana. Ella es la única que utiliza esa firma en su magia, pero cuando doy la vuelta no es ella la que me ha atacado.

Una mujer madura, como de unos cuarenta y tanto me mira detenidamente. No creo que me ataque de frente pero me mantengo alerta, tomó mi varita como si mi vida dependiera de ello y espero y espero.

Pero ella no hace nada, solo me mira, sus ojos castaños, me miran de arriba abajo, escanean y registrar cada cosa que me sucede.

En su mano derecha yace una varita como la mía, pero su luz en la punta es de un azul cristalino, como el mar.

Me recuerda a alguien, pero no sé a quién. Estoy segura que no la conozco.

La veo levantar su varita y abrir su boca para decir lo siguiente.

—Sabes que este día tiene que llegar, es nuestro destino destruirnos entre sí, para que todo pueda cambiar —camina segura, juega con su varita mientras la pasa de una mano a otra, pero no me ataca. Estoy segura que esta mujer es mala, tiene que serlo si me está diciendo estas cosas a mí—. Y no me veas de esa manera, lo sabes, lo tienes dentro de ti, lo sientes, —ella apunta su varita hacía mí, pero no la usa. Y yo como respuesta y por mero instinto me cubro la cara con las manos y cierro los ojos. Me siento como una presa siendo asechada por el cazador— bulle desde tus pies hasta tus manos, quiere salir de tu pecho, debes dejarlo salir, solo así cambiaras a tu pueblo, solo así serás la reina que estas destinada a ser Luna.

—No quiero ser solo oscuridad —murmuro para mí misma.

Cuando abrí los ojos de nuevo me desperté en la oscuridad de la noche. La mujer se había ido, pero yo aún la podía sentir cerca. Aquella firma innegable, bailaba entre las ramas de algunos árboles no demasiado lejos de mí.

Y se burlaba de mí con ello.

Paso del verde, al azul... al blanco.

Y después una risa resonó en todo el lugar.

—¿Qué quieres de mí? —Le grité a la nada— estoy harta de juegos, habla claro.

Pero todo ser con magia en su cuerpo, solo una gota si quiera. Es un manipulador y estafador por naturaleza. Sin embargo, es la otra parte de la sangre la que más nos asusta revelarle a todo el mundo.

La que nos hace más humanos que nadie.

Esa que prueba como nos equivocamos desde el inicio de la creación, esa que nos recuerda que jamás deber presumir de tu ego y perfección o serás uno de los caídos, sin derecho al trono que te mereces por llevar la sangre correcta.

—Este es mi reino, y nadie va a tratarme de esta manera. —Le grité a la nada— es mi dominio, sin importar donde este. Yo soy la reina.

Ella solo rio.

Definitivamente ella me estaba tratando como a la presa, y yo sin querer le estaba dando a la presa perfecta.

Por eso liberé una ráfaga sale automáticamente de mi mano hacia la pared más cercana. Pero la luz que salió de mi mano no es rosa como siempre, esta vez es negra.

Nunca en mi vida, en mis más de quinientos años mi magia se había visto como esa. Su luz siempre había sido rosa, es mi firma, es mi color de bruja, es el color que me define según mi linaje también.

Entonces... ¿por qué demonios hoy es negra?

Desde hace unos meses, he estado durmiendo sola, ya que, como cualquiera otra costumbre de la monarquía, no está permitido que los reyes duerman juntos, para eso están designados ciertos días y horarios.

Pero mientras yo pensaba que era una buena idea, mi buen esposo y rey pensaba que desde que estaba embarazada, nada debía de tocarme, acercarse a mí o podría resultar lastimada en más de una manera.

Dios esto me está volviendo loca poco a poco...

Tantos cambios, tanta rectitud, tanto por cambiar...

La risa continua.

—Crees que puedes resolver todos los problemas del pasado yendo a corregirlo una y otra vez, pero lo único que haces es verte como la chiflada que siempre has sido —ella deja de reír y la luz a lo lejos brilla de un morado intenso— les estás dando la razón para llamarte loca como lo hicieron una vez con tu madre.

—¿Ella estaba loca?

—¿Lo estaba? ¿Lo estaba realmente? —La duda bailo dentro de mi mente— o solo era otra mujer en el trono que no debía de estar ahí. Busca dentro de ti misma. Cada que una mujer tiene el poder o lo quiere para sí misma, es tachada de loca.

Porque es más fácil llamar loca a una mujer que creer que lo que dice es lo correcto. Es más fácil dominarnos y hacernos sumisas, es más fácil quemarnos en la hoguera por usar nuestros dones para cuidar enfermos y ayudarles a los humanos.

—Exacto. —Ella se materializo no muy lejos de mí— somos las mujeres que ya no podrán tocar, ni quemar, pero eso no significa que nuestra mera existencia no siga representado una amenaza.

El poder siempre significa dominar.

—No dejes que te dominen, pero tampoco dejes que te vean demasiado poderosa o serás la ruina de tu pueblo. —Ella comenzó a desaparecer ante mis ojos, y cuando lo hizo sus ojos dorados me dieron la respuesta que estaba buscando sobre su identidad— otra vez.

Y todo eso, estaba empezando a pasar factura en mí. Nunca pensé que necesitaría tanto el calor de una persona junto a mí, o la sola presencia de su respiración mientras duerme. Pero así era. Y comenzaba también a odiar eso.

Cuando regresé a mi realidad, me di cuenta de que eso no era un sueño.

Era una advertencia del pasado.

Me quedé el resto de la noche en la cama, reflexionando sobre todos esos pensamientos hasta que mis doncellas fueron por mí en la mañana.

—¿Se siente bien hoy su alteza? —Lesent me ayudó primero a entrar en mi vestido de hoy.

Era negro, justo lo que necesitaba para sentirme sombría, después de una noche en la que apenas y había dormido.

Otra cosa que había cambiado casi de la noche a la mañana, era mi barriga de embarazada.

Ayer apenas y se notaba mi vientre bajo, y hoy tenía una barriga.

Esto no puede estar bien. Me enderecé en la cama cuando mis pies me confiaron que estaban listos para estar sobre el suelo y me acerqué al espejo más cercano. Una barriga de casi cinco meses de embarazo me recibió en respuesta en mi reflejo.

—No, esto no está bien.

Al entrar mis doncellas para ayudarme a estar presentable claro que no tuve más remedio que mostrárselas.

—Mi reina... —Dijo Amarie cuando me ponía una chaqueta con finas líneas doradas que se asemejaban a hojas de olivo, iban a pares, no pregunté su significado, me la puse encima del vestido que poseía su escote en corte corazón y que al ponerlo junto se veía como uno mismo, no como si hubieras estado separado al ponerse.

Vaya si se estaban esmerando últimamente en mi ropa, debía de reconocerlo, pero más que nada agradecía que la chaqueta cubría a la perfección mi barriga de embarazada.

Sentía por alguna razón, que lejos de gustarle a la gente que les fuera a dar una heredera, les estaba molestando.

Como si yo debiera de estar avergonzada por haberles dado una mujer para el trono, como si yo debiera de estar avergonzada por ser una mujer.

"No dejes que te dominen, pero tampoco dejes que te vean demasiado poderosa o serás la ruina de tu pueblo. Otra vez". Las palabras bailaron dentro de mi cabeza mientras colocaba una diadema dorada con las mismas ramas de olivo entrelazadas en la cima, asemejando una punta, sobre mi cabeza.

Observé mi reflejo en el espejo de nuevo y me sentí complacida, sonreí para mis doncellas y cuando estaba dispuesta a irme a atender mis deberes, fui interceptada por un mensajero que tuvo que hacer todas las maniobras posibles para no chocar conmigo.

Y una vez que se estabilizo me dio una reverencia, aunque yo sospechaba que era solo para tener tiempo para normalizar su respiración por el susto que se había llevado al entrar de manera precipitada en mis aposentos, él no dijo nada.

Me reí sin que él me viera sin embargo.

—Mi reina —dijo el chico cuando se recuperó. Y me miró de arriba abajo, me dio una muy buena mirada.

Como si tuviera algo que probarle.

Ese tipo de muestras eran las que menos me gustaban de la gente.

Sobre todo, de los hombres, me escaneaban todo el cuerpo, viendo si estaba o no estaba embarazada. Como si estarlo fuera algo malo, un signo de debilidad.

Les iba a dar un heredero.

Pero claro, ellos querían a un hombre en el trono, no una mujer.

Porque nosotras éramos el sexo débil.

Sí, claro.

—Dime... —Le dije sin mostrarle nada al chico, no me iba a ver como el sexo débil nunca más.

—Majestad, ha llegado un nuevo visitante a la corte.

—¿Quién es?

—No, nos lo ha dicho, mi reina —mis ojos casi se me salen de sus órbitas al oír eso.

¿Tanto me odiaba mi gente qué estaba dispuesta a dejar entrar a cualquier extraño a mi casa, para que este me matase?

—¡Han dejado entrar a un extraño a mi palacio! —Grité molesta.

—Es que él ha dicho que es un viejo amigo suyo, mi reina.

—Y si el extraño les dice que es el rey legítimo, ¿también lo dejarías entrar?

—No, mi reina claro que no, ¿quiere qué informemos a su esposo de la situación? —Dijo el hombre echándose atrás por mis palabras.

—¡No! —Protesté más alto de lo que quería, quizás demasiado, porque hasta mis doncellas se giraron hacia mí, como comprobando que todo estuviera bien—. Escúchame muy bien mensajero, tú, ni nadie, dirás nada de quién es o de su presencia hasta que yo lo ordene, ¿entendido? —Dije mientras estaba muy cerca del chico, podía oler su miedo salir de sus poros, sus corazón latiendo tan rápido que se podía salir de su pecho.

¡Genial! Estaba asustado.

Debería de estarlo.

—Vamos chicas, guardias.

Nadie más que yo tiene el poder aquí, le pese a quien le pese.

Llegamos a la corte unos cuantos minutos después y ahí estaba nuestro nuevo huésped, a los pies de mi silla, en lo alto del trono.

Admiraba algo. En cuanto todos se inclinaron ante mí, él se dio la vuelta y también lo hizo.

—Majestad, es un gusto volver a verla —me dijo mientras este se recuperaba en su mismo sitio.

—Me gustaría poder decirle lo mismo, señor, pero me temo que no sé de dónde me conoce —pase por un lado de él, mientras iba a tomar mi lugar en mi trono.

Una vez que me senté y acomodé la falda de mi vestido seguí hablando.

—Digamos que mi somos familia, después de todo.

—Señor, creo que no le estoy entendiendo nada, yo no tengo más familia que la que está ahora en el palacio.

—No, tenemos esa clase de parentesco querida —dijo el hombre mientras recorría la corte con la mirada— verás, esa energía bonita, esos dones, esa magia que tienes dentro, la tuya y la de tu hija, son gracias a mí.

—¿Cómo puede ser eso posible?

—Lucifer, estrella de la mañana, amo del infierno, a tus ordenes, querida —dijo mientras me daba otra reverencia con ambos brazos.

¡O por todos los demonios!

—¡Largo! —Grité a todos en la sala.

Esto lo iba a discutir a solas. A puertas cerradas.

Si lo que este hombre decía era verdad, el apocalipsis de nuestra gente estaba cerca.

Y eso sí que me iba a poner muy loca. Los dioses, los ángeles, rara vez bajaban o ascendían a la tierra para pedir la hora a los humanos.

—¿Cómo sé que lo que dices es verdad?

El hombre rio descaradamente, chasqueo los dedos y todos en la habitación desaparecieron. Incluidos los guardias que esperaban en la puerta, por dentro de ella.

—Eso no prueba nada —le dije mientras me aferraba a mi silla.

—Quieres que le prenda fuego a alguien, ¿querida? —El hombre frente a mí, no estaba jugando.

Aunque por otro lado parecía determinado a dar la idea contraria.

Lo vi jugar con su magia, su firma era roja, nunca antes había visto ese color, esa firma de magia.

¿Será que si era quién decía ser?

La energía pasaba por entre sus dedos como si fuera un truco de moneda.

—Primero, deja de llamarme así y segundo si quisiera lo haría yo misma —dije dándole una señal con la mano para que el hombre se tranquilizara.

Si las ganas no me faltan últimamente de prenderle fuego a todo y todos. Tomé dos respiraciones para serenarme.

—No lo dudo, por algo estoy muy orgulloso de ti, hija mía.

—No te dirijas a mí de esa manera —dije sin una pisca de risa en mi rostro.

Nada de esto tenía gracia, pero aquí estaba este hombre, riéndose de cada cosa que me decía.

Será que el rey del infierno era un idiota sarcástico e insufrible, esperaba que no.

—Hay por favor, no soy tan insufrible —indignado se llevo ambas manos al pecho— te juro que los hay peores en el inframundo.

—No sé porque eso no me consuela.

—Y por mucho que quiera sentarme a explicarte la historia de tu pueblo desde el inicio de los tiempos, no he venido a eso.

—¿Entonces a qué has venido?

—Solo necesito una respuesta.

—¿Cuál es la pregunta? —Contesté segura.

—¿Qué viste en tu última visión?

—¿CÓmo sabes de eso?

Lo vi de arriba abajo, llevaba un traje negro con una camiseta verde oscuro, pantalón negro a juego. Estaba afeitado, pero prevalecía una fina sombra, donde debía de ir la barba.

Y hasta donde estaba yo, podía oler su loción.

Este hombre si no era el mismísimo diablo, bien podría pasar por él.

Cuando era niña escuché todo tipo de relatos de él, que era bien parecido, que era alto y varonil, extremadamente fuerte y hábil en múltiples disciplinas, hablaba con fluidez cada lenguaje del mundo de los humanos. Y de los sobre naturales.

Y lo más importante es que las pocas veces que se había presentado en el mundo terrenal o en el Reino Muerto, era porque algo malo iba a pasar. A menudo era porque el provocaba ese daño, pero algo dentro de mí me decía que esta vez, el daño no lo iba a provocar solo él.

—Yo lo sé todo, o por lo menos se lo que me conviene –dijo el hombre mientras se acomodaba el saco y escaneaba toda la sala.

Como si le importara muy poco donde estaba parado, o a quién tenía enfrente.

—¿Y qué te conviene de esto?

—Si tú pierdes esta batalla, mucho se podría perder, sobre todo mis queridos hijos, mi creación, y no me tomé en balde tanto tiempo para protegerlos como para que una loca, venga a jugar a ser Dios y los elimine, ¡solo jugando con una varita... es despreciable!

—Yo no uso tales cosas, ¿cómo te atreves?

—Vamos, sé que por un lado de tu trono, ahora mismo estas sosteniendo esa cosa monstruosa que crees que necesitas para canalizar tu magia. —El hombre se enderezo, y fijo su mirada en mí— Cómo si nuestro don se pudiera controlar...

—¿No fuimos hechos para eso?

—No.

—¿Entonces para qué?

Una luz color rojo brillante brillo dentro de sus ojos.

—Caos.

Caos... el rey del caos, de las tinieblas.

—Así que es cierto, tú eres Lucifer, nuestro Dios, nuestro creador... —Él sonrió complacido— Pero si tú estás aquí, eso significa que...

—Que algo está saliendo mal, muy mal, querida... —Contestó él completando mi frase.

—¡Guardia! ¡Tráigalos a todos! —Dije ahora comprendiendo lo que estaba por pasar.

—Excelente, más de mis creaciones aquí...

Movió las manos en el aire, como si quisiera pasar algo como el sarcasmo como emoción.

Pero no creo que fuera eso.

Porque cuando sus ojos se posaron de regreso en mí, pude ver que a veces hasta el mismísimo diablo, tiene miedo de sus creaciones.


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—A ver si te entiendo, dices que eres el diablo y que estás aquí para ayudarnos a librar una batalla que aún no ocurre, pero que si lo hace, perderemos todo.

—Exacto —dijo el hombre ahora sentado en una silla de color dorado como el oro, en mi oficina personal.

Después de que Taron y los demás fueron llamados ante mí, decidí que lo mejor sería discutir esto detrás de paredes que no pudieran oír nada de lo que dijéramos.

Así que muy a pesar de las suplicas de todos, los moví a mi oficina personal.

Sé que no debía, debido a mi condición, pero esta era la única manera de llegar rápido al punto.

Mi oficina se encontraba muy cerca de mis aposentos privados, por lo que para llegar aquí tendríamos que caminar muchísimo, ya que estos se encontraban del otro lado del castillo, en la zona más segura y también la más alejada de este.

En cuanto llegamos, me senté y no me moví de ahí. Los demás estuvieron de acuerdo, incluso el mismo diablo. Quién también tomó asiento a mi lado. Sin embargo él lo hacía a manera de burla. No por respeto hacia mí como reina.

—Pero todo está bien en el reino, no hay ningún peligro inminente —dijo Taron.

—Mira hombre, si algo he aprendido en los últimos milenios es que cuando crees que algo está bien, no lo está —dijo Lucifer sentado en la silla, con las piernas extendidas por encima de los reposa manos.

Sentado se veía cada vez más joven. Aunque yo bien sabía que el hombre era más viejo que cualquier mago del mundo humano y el sobrenatural.

—Entre más ruido exista, mejor están las cosas, entre más silencio encuentres es que algo se está planeando —dijo Morgana a mi lado.

Por primera vez asentí de acuerdo con ella.

—Cierto —dijo Merlín para todos en la sala.

—¿Qué podemos hacer? —Dijo Taron.

—No lo sé, —como acostumbraba, el Rey de los malditos no daba respuestas que no tenía intenciones de dar, llamado de otra manera, también era conocido por ser el Rey de los tramposos—, lo que sé es que por ningún motivo debes dejar de ir a la reunión con la reina de los humanos.

—De ninguna manera voy a permitir eso. —Gritaron Merlín y Taron al mismo tiempo.

Lucifer rio.

—¿Dejas que te hablen así? —Dijo viéndome de manera directa— ¿quién es para hablarte de esa manera?

Luego, lo observo con desdén.

—¿Ahora sí somos iguales, Luci? —Le dije en mi mente.

—Jamás —contraataco.

Quién pensaría que la reina de los sobre naturales podría comunicarse algún día con el rey de los caídos. Sin quererlo. Y sin poder escribir en nuestros registros.

Que mala suerte.

—Mi esposo.

—Ni la esposa de Dios tiene derecho a hablarle de esa manera querida.

—Yo no soy Dios.

—Pero bien podrías serlo, si lo quisieras. Le gustan de tu tipo.

Carraspee y rodee los ojos en señal de molestia.

—¡Basta! —Grité levantándome de mi silla, me sentía un poco débil, pero a ojos de los presentes me hice la valiente por una vez en mi vida—. Esto no nos está llevando a nada, necesito que me digas que demonios está pasando aquí, porque yo no me trago tus advertencias a medias.

—Primero quiero que me respondas algo... —Dijo colocándose más cerca mío.

—Dime... —Espete sin ninguna emoción tratando de no caer al suelo por la debilidad que sentía.

¡Demonios!

El estar embarazada en estos tiempos era más desgastante que nada, en este mundo.

Incluso que ser reina.

—¿Por qué cuando quieres eres una buena reina y cuando quieres no? —Le observé confundida—. Esto no es un juego, representas mucho —él se puso de pie y camino lejos un par de pasos.

—Estoy consciente de ello.

Él chasqueo los dedos y todos los presentes en la habitación se congelaron.

Ah es que lo que tenía que decirme, no podrían verlo ni escucharlo los demás. Genial.

—¿Lo estás? Porque parece que estás jugando un juego de ajedrez que no termina nunca.

—No sé jugar ajedrez ni siquiera.

—Eres la reina de todas mis creaturas sobrenaturales, ¿sabes lo que me costó hacerlas? —Él suspiro— fui sacrificado por un bien mayor, desterrado ¿y así es como me pagan? Les di poder y dejan que unos simples humanos les ganan y lo que es peor dejas que se destruyan entre ellos.

Una bruma color rojo sangre cubrió la sala entera.

—Yo...

—¡Son mis creaciones! —Gritó— ¡Mías y de nadie más!

La bruma tembló sin su amo.

—Porque temes lo que está dentro de ti y lo maldices como si fuese algo malo, sé te dio un regalo. Tómalo y protégelo.

—Yo... —No sé qué decirle.

—Eso creía —él chasqueo los dedos de nuevo y todo regreso a la normalidad—, ella no es ni la mitad de lo que la profecía dice que es, ¿así quieres unificar a nuestro mundo de una vez por todas? —Dijo dirigiéndose a mi abuelo.

—¿De qué profecía hablas?

—No sé lo has dicho, ¿verdad? —Lucifer lo encaro y rio.

—No. —Dijo Merlín, esa es la respuesta más corta que alguna vez le había escuchado decir a mi propio abuelo.

—Diré que no me sorprende, me lo esperaba, por eso mandé a la Siren a cuidarte mientras llegaba.

—¿Tú enviaste a la Siren? —Taron fue el que le cuestiono primero por el hecho.

-Por supuesto, estoy orgulloso de ellas —siempre se ha sabido que las Sirens han sido las criaturas favoritas de todos los demonios, ya que son las más antiguas de las brujas creadas por sangre de demonio, por esto son las que tienen una conexión más directa con él, su sangre corre por sus venas, su conexión es la más fuerte. Debido a eso— Pero qué manera de recibir a una de las suyas ha sido eso, ¿quiere alguien de esta sala explicármelo?

Debí de haberlo sabido, pero al pensar que ellas estaban casi extintas yo...

¿Cómo iba a saber que todo esto era un plan de nuestro creador para ayudarme?

—Sigues sin decir de que profecía hablas... —Dijo Taron a mi lado.

El hombre frente a mí se aclaró la garganta y luego recito en español una profecía.

—"En el penúltimo día del año, durante el último eclipse lunar, la batalla llegará y se ganará o perderá a manos de la creatura sobrenatural más poderosa del universo, reinará, llegará y será la única en todas las especies capaz de unificar lo que ningún otro pudo antes, con sangre y lágrimas el pacto se sellará y así todas las especies ganarán. La luz y la oscuridad serán consumidas por su maldición..."

El rey de los caídos frunció el seño y guardo silencio.

—Así que no solo eres una reina, ¿si no eres una salvadora? —Dijo mi tía Morgana detrás de mí.

—¿Qué demonios es una salvadora?

Sí, ¿qué demonios es una salvadora?

Pensé que había terminado.

Pero no lo hizo.

—La tejedora llegará pronto a salvarnos a todos, tú solo debes guiarla y a todos mientras aparece... —La voz de mi creador, resonó por todas partes dentro de mi ser.

Mi mente casi me manda al suelo después de eso, había tomado toda la energía que me quedaba dentro del cuerpo hablar con él dentro de mi mente.

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