XVI.
Intento reírme de esto, engañarme con mentiras...
Solo queda decir que me la pase increíble esos dos días que no tuve que trabajar para nada, incluso despachamos a los cocineros y fue Taron quien se encargó de cocinar todo lo que comimos en los dos días que estuvimos aislados.
—¿Segura qué no podemos regresar al chalet?
—Ojalá pudiéramos. —Dije resignada acomodándome un poco a su lado en el carruaje que nos llevaba de regreso al castillo.
No hicimos más de media hora de camino y después de que casi en una ocasión me arrepintiera y le dijera al chófer que mejor regresáramos por dónde veníamos al chalet, me resigne y mejor me bajé del carruaje para cumplir con mis deberes de reina.
Como tenía que, aunque a veces me pesará demasiado la responsabilidad, otras veces me encantaba el poder tomar las decisiones por y para mi pueblo.
En cuánto llegamos, nos recibieron con aplausos y cariño, mis amigas intentaron arrastrarme para saber todos los detalles de nuestra estancia y por su parte vi que a Taron lo jalaron algunas veces sus amigos.
Pero las personas más importantes esperaron atentamente desde lejos, para darnos un poco de espacio.
Sin embargo, como dije antes, yo tenía deberes que cumplir y para eso estaban esas personas aquí, para recordarme que yo era más que un solo monarca, mi reino me necesitaba como ningún otro.
Yo era un arma para ellos, un medio, y estaba en mí ser un arma imprescindible para ellos o una descartable.
—Su majestad, hay asuntos que resolver —dijo uno de mis consejeros.
Me resigné y lo seguí dándole a mi esposo una mirada simplemente, porque no estaba segura de en qué momento del día lo volvería a ver.
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—Su majestad real, la reina Adelaide Jadis —justo antes de irme había pedido que cuando se me anunciara se acortara brevemente mi nombre.
Así los anunciantes no se quedarían sin aliento al hacerlo.
—Majestad —dijo uno representante a mi lado— esperamos que haya pasado un buen tiempo de luna de miel.
—Gracias caballero... —La verdad se me había olvidado su nombre
—Barón Ligthening. —Me dijo él.
—Barón.
—Llámeme Atuniel, por favor —trate de no reírme porque su nombre instantáneamente me recordó a un atún.
Y ahora que lo veía bien, bien podía parecerse a uno.
—De acuerdo, dígame cuál es su asunto a tratar.
—Soy el representante del sector minero de la ciudad de Albadon y no estoy nada contento con las últimas actualizaciones en seguridad para los trabajadores de las minas, es indignante que quiera que trabajen de esa manera y peor aún que se les siga pagando tan poco por ello.
—Explíquese mejor, por favor.
—Majestad disculpe que le diga esto, pero los últimos mandatos vigentes por los consejos del anterior reinado dicen que los mineros deben internarse a gran profundidad en las cavernas para encontrar carbón y minerales, pero para poder hacer eso no estaban dispuestos a proporcionarnos calidad en nuestros uniformes y herramientas, la gente que trabaja ahí está expuesta gases que salen constantemente del subsuelo, requieren de máscaras que garanticen más que lo mínimo, además de los derrumbes que ocurren de improvisto en las minas y por eso requieren de mayor seguridad en los uniformes.
—¿Me están diciendo que esos pobres hombres trabajan sin la indumentaria apropiada? ¿Sin medidas de seguridad?
—Majestad entienda, que asegurarse de que hombres de las clases inferiores sean educados en medidas de seguridad es demasiado costoso —dijo otro hombre.
—¿Y usted es?
—Lord Spence, soy el representante de Maltes, majestad.
—¿Y qué sé hace en su sector?
—Nosotros comerciamos con el carbón y minerales que sale de las minas de Albadon.
—Muy bien y dígame... ¿por qué este problema no le preocupa?
—Porque no es importante si ellos, sepan o no como protegerse, no es nuestra culpa que esa gente no sepa usar el sentido común.
—Primero que nada, esas personas "comunes" como usted las llama, son las que alimentan con su mano de obra, a su sector, así que yo tendría más respeto con cómo me refiero a ellos, sobre todo si lo hace en mi presencia, ¿me ha entendido Lord Spence? —Le dije al hombre frente a mí— segundo, usted debería de ser el más interesado en que se les mejore las condiciones de trabajo y seguridad a estar personas
—¿Quiere explicarme sus motivos, majestad? —Dijo el hombre tratando de retarme.
¡Ah, es que nos despertamos bravas esta mañana princesita del drama Spence!
Hay algo que a estos Barones y Lores se les olvida... y es que en el juego de la hipocresía y el sarcasmo yo soy la mejor.
—Porque los accidentes causados en las minas toman meses para resolverse, si Dios no lo quiera mañana hay un derrumbe, aún con la mano de obra de todos los trabajadores de la mina, se tardarían dos meses para poder avanzar de nuevo. Por ende, eso le retrasa a usted sus ventas y baja la producción de su sector de diamantes o de fabricación de joyas.
Yo sabía que el sector más rico, hasta el momento era el Albadon.
Ya que ahí se hacían todas las joyas de la corona y de todos los demás sectores del reino. Incluso algunas de ellas hacían ricos a otros en el mundo humano. Así que este hombre egoísta y ambicioso debían de bajarle los humos ya y quién mejor que yo para hacerlo.
Y te preguntarás porque no designaba a seres con magia para resolverlo, porque aún si llevara a los mejores magos para remediar situaciones como esas todos los días y protegieran a cada trabajador de la mina no se darían abasto en energía para lograrlo.
Estos hombres deben aprender a pensar con la cabeza fría, apelando a la sensatez y no al orgullo nada más.
—Entiendo —dijo el hombre totalmente resignado. Había perdido y esperaba que lo aceptara sin decir nada más.
—Así que espero que tanto usted como el barón se logren poner de acuerdo en las medidas de seguridad y en darle un buen aumento proporcional a los trabajadores de esas minas y me la presenten en la próxima reunión, la semana que entra para ser aprobada, ¿entendido?
Los dos hombres asintieron, ahora de acuerdo.
—Ahora... ¿cuál es el siguiente tema a tratar? —Dije con una ligera pizca de felicidad y complicidad, parece que esto de ser reina, me iba perfecto a mí.
—Ahora que tenemos un rey —dijo un representante más, tratando el tema y sus palabras con muchos más cuidado que los dos anteriores— necesitamos asignarle las tareas que tendrá a su cargo.
—Cuál es su nombre —le dije muy segura de mi misma.
—Uldrich, Lord Bastian Uldrich majestad del sector de Victom, somos los que movemos el Mercado de la pesca.
—¿Cuáles son las actividades normales de un rey en su situación?
—Bueno la realidad, es que no habíamos tenido un rey consorte en esta era, es por eso que queremos hablarlo con usted, para lanzar propuestas y que usted elija —claro me dejaban esa clase de cosas a mí, porque si yo me equivocaba o le ponía una tarea que no le gustaba, tenía la facilidad de contentarlo rápidamente, en cambio ellos, no creo que se vieran igual que yo en lencería.
—¿Qué proponen caballeros?
—Bueno él ya tiene asignadas las tareas de ser su delegado especial en cuestiones de juicios justos para con el pueblo, lo cual está muy bien, pero por mi parte propongo que también se haga cargo de la guardia real. De manera oficial.
—¿Exactamente qué conlleva eso?
—Pero él ya es el responsable de entrenarlos, entrena con ellos si es necesario, el ve por su seguridad, sueldos, prestaciones, es su representante sindical —¡Dios santo!
¿La guardia real tiene sindicato? Tenía demasiado que aprender aún y eso sí que me frustraba.
—Y quién está encargado de eso, además de él.
—¿Perdón?
—Sí, en todos los lugares a donde he ido, existe una especie de delegado, caballero, como le quiera decir, él ayuda al encargado de la guardia real.
—¿Cómo su asistente?
—Se podría decir que sí.
—No hay nadie así, aquí majestad —contesto el hombre resignado.
—Pues entonces supongo que es hora de que exista, déjeme que yo me ocupare de hablar eso con mi marido, si a ustedes les parece, le dejaré el asunto al rey.
—Por supuesto majestad.
—¿Algún otro asunto?
—Sí, me complace anunciarles a todos los presentes que estoy en la espera del primer heredero de la corona.
La sala entera estallo en vítores y felicidad absoluta, ni en la boda, una semana atrás estos pomposos del consejo me felicitaron tanto.
Y así siguió la reunión del día de hoy.
Espero que a Taron le esté yendo mejor que a mí.
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Las mujeres son más difíciles de entender cuando tienen hambre. Sobre todo, cuando esa hambre es provocada porque no han podido despegarse de asuntos que requieren su total concentración, asuntos que muchas veces son de vida o muerte.
En mi caso, esos asuntos son preocupantes para muchas personas, incluida yo, lo que digo es que muchas veces son más preocupantes para ellos que para mí.
Pero lo que verdaderamente me preocupa ahora es que han pasado apenas veinticuatro horas de que Taron y yo llegamos al palacio y no he tenido un minuto de paz. ¿Así sería por el esto de nuestras vidas? ¿No tendríamos más que unos minutos por la mañana y entre las comidas para vernos? Y como sería equilibrar esos momentos cuando fuéramos padres, ¿seríamos capaces de compartir la crianza de nuestra hija?
Me encontré haciéndome esas preguntas y contestándomelas también, porque por esta ocasión Taron se encontraba lo suficientemente ocupado como para comer conmigo en el gran salón. Y es que al parecer sus nuevos deberes lo mantendrían ocupado por lo menos hasta la hora de la cena.
Así que para redimirme un poco conmigo y con mis amigas, con las cuales apenas había hablado en los últimos meses desde que todos llegamos al palacio, decidí invitarlas a comer conmigo. Después de todo las extrañaba, casi más de lo que quería admitir.
—¿Así que cuéntenme qué hay de nuevo en sus vidas?
—Pues no mucho comparado con tus novedades amiga —dijo Ana sentándose a mi lado derecho. Luego de ella llego Inés, seguida de Helena que se sentaron todas frente a mí.
Me gustaba tener a mis amigas cerca.
—¿Ya sabes que hay una admiradora devota de tu esposo en tus filas? —Dijo Helena metiéndose un bocado de pan en la boca.
—Sí, Alba, la he conocido —dije sin inmutarme. Me metí dos bocados de carne en la boca tratando de aparentar que no importaba.
—¿Y qué te ha parecido?
—Es solo una chiquilla enamorada, pero su amor es más que imposible. —Dijo Inés quién hablaba por primera vez desde que llegó a la mesa.
—Sí, no debes de preocuparte en lo más mínimo. —Dijo Ana metiéndose más comida a la boca.
—No me preocupa —el silencio se hizo en la mesa, acusándome, condenándome a decir la verdad a mis amigas— está bien, sí que me preocupa un poco, la chica es un poco rara e intensa con él.
—No te preocupes, en serio, nosotras, como tus amigas, prometemos alejarla de tu esposo.
—Sabes eso sonó un tanto agresivo de tu parte, Ana —dijo Inés preparando su ensalada para luego meterse un gran bocado en la boca. Nunca la había visto comer, me sorprendía totalmente y me hacía sentir una pizca de culpa el no poder tener tiempo de conocer mejor a las personas.
—O solo podemos desaparecerla por ti —dijo Helena jugando con unas chispas de magia que salían por sus manos.
—¡Eso jamás! —Dije fingiendo una falsa simpatía por la chica.
Es decir, me caía mal, pero tampoco creía que ella mereciera la muerte solo por fijarse en mi esposo.
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Más tarde me encontraba a mí misma más nerviosa que de costumbre, ya que le había prometido a Taron que daríamos una especie de cena/fiesta para que yo pudiera convivir con todos sus amigos y mis amigos.
Y aunque no consideraba que fuera tan mala idea, pasar una cena completa en compañía de una persona que me resultaba más que insoportable no me hacía nada de gracia. Aunque de eso dependía la felicidad de Taron. Según me habían contado mis doncellas entre las horas en que había estado ocupada, Taron estaba tan contento por tener a sus amigos aquí.
Ellas me habían dicho que se había pasado más de tres horas con ellos, dando vueltas por todo el palacio y en cierta forma hasta jugando con ellos, recorrió los largos jardines del palacio, comió con ellos y me encanto saber que, aunque a veces no le gustaba mucho tener tanta responsabilidad o que su esposa la tuviera no le molestaba en lo más mínimo mientras que tuviera a sus amigos aquí con él para distraerle.
—Por favor siéntense en la mesa —dije tomando asiento en la cabeza de la mesa.
Taron normalmente se sentaba a mi lado, pero como rey, debía de estar a otro lado de la mesa, para que siempre estuviera frente a mí.
A nuestros lados se ocuparon todos los asientos, mis amigos y sus amigos tomaron sus asientos previamente designados y acomodados por mis doncellas de manera estratégica para que la chica estuviera lo más lejos de mi esposo posible y para que sus amigos estuvieras mezclados con los míos, de manera que pudiera entablar una justa conversación con cualquiera de ellos si yo quería.
Lo cual hice mientras comenzaron a servir las entradas.
—Y díganme caballeros, ¿cómo se la han estado pasando en el palacio? —El primero en contestar fue un chico fuerte, moreno y atento.
—Majestad si me permite decirlo y si puedo hablar por todos nosotros ha sido el mejor día de mi vida hasta ahora —dijo el hombre.
—Me parece que no nos han presentado antes —le dije de manera serena, acusando mientras con la mirada a mi querido esposo que me respondía mientras con encogimiento de hombros, muy breve, desde el otro lado de la mesa.
—Gabriel, majestad.
—Tenía que ser —dije para mí misma, era típico que, si había guardianes en el mundo, alguno se tenía que llamar Gabriel.
—¿Perdón majestad? —Dijo el hombre frente a mi cara.
—Que me alegro mucho que se la estén pasando también en mi casa.
—Con todo respeto majestad, pero su casa es bastante impresionante —dijo Abel a mi lado.
Había posicionado a las personas casi estratégicamente por los que ya conocía y me agradaba más hasta las personas que no quería que pudieran hablar, como esa chica.
Alba.
Decir su nombre hasta en mi mente hacia que me pusiera un poco enferma.
La cual estaba justo en medio de la larga mesa de caoba en medio del gran salón, lo suficiente en medio como para que solo pudiera hablar con las personas a su alrededor.
Gracias a Dios lo hizo y nunca intento meterse en ninguna de mis conversaciones o las de mi esposo.
Has entendido el punto, niña.
Hasta que la cena termino y ella pensó que era buena idea hablar.
—Creo que el palacio es demasiado ostentoso por una simple guardiana como yo.
—Tú los has dicho chica, es demasiado para una simple guardiana como tú —dijo Ana antes de que yo pudiera intervenir. Le di las gracias con una sonrisa solo para ella.
—Yo nunca podría vivir en un lugar con tantas reglas, simplemente no lo concibo —dijo la chica todavía queriendo molestar.
Parecía que estaba determinada a hacer que Taron se diera cuenta del terrible error que había cometido al casarse conmigo.
—Bueno es por eso, que la reina es Adelaide y no otra —dijo de nuevo Ana.
Parecía que mi amiga bien podía asesinarla tan solo con palabras, si yo la dejaba, lo cual hice, la pequeña chica presumida se merecía una cucharada de su propia medicina.
—Creo que no es solo sobre coronas, vestidos o lugares espectaculares, aunque no me molestaría por supuesto quedarme a vivir en un lugar así, es sobre responsabilidad de llevar a un imperio, es acerca del poder y de quién es lo suficientemente fuerte como para poder llevarlo —dijo Inés saliendo a mi defensa.
—Además yo pienso que es la reina y futura madre de mi hija más sexy del mundo —y con esas palabras seguras de Taron la mandíbula de la chica cayó hasta el suelo.
Vaya manera de ganar una pelea mi amor.
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