XIX.
Me puse mi armadura, te mostraré lo fuerte que soy...
No sé exactamente que me está pasando, quizás sea que el poder no me sienta tan bien.
O quizás sea, que alguien está jugándome una broma.
Espero que sea lo segundo que pienso, porque en serio no me gusta la sensación que me deja esta situación. Ha pasado poco más de dos semanas desde la ejecución premeditada de Nicholas y no hay un solo día en que Taron y yo no hayamos estado bien desde entonces.
Todo lo que hacemos es vernos, darnos los buenos días, atender nuestros asuntos por la mañana de la manera más diplomática que puede haber en este mundo y luego comer en el gran salón, apenas hablamos incluso durante la comida, comemos casi siempre en silencio, solo me pregunta sobre el bebé y ya. Y al final cada quién se retira a cumplir con más obligaciones por la tarde y siempre escoltados por nuestra guardia real.
Al final del día somos dos extraños que comparten la habitación y que duermen en la misma cama, pero no hay nada más. Y al parecer así va a hacer de ahora en adelante.
No sé por qué pensé que podía tenerlo todo, una reina jamás puede tenerlo todo.
O poder o amor.
O gloria o amor.
O el reino o amor.
Nunca los dos.
—Majestad la solicitan en el salón del trono.
—Iré en un segundo —dije al mozo como respuesta.
Me bajé del pedestal y me arregle el vestido que mis damas habían escogido para mi hoy.
Era un vestido blanco, color perla, sin escote atrevido, solo una línea fina que iba desde un hombro al otro y en la cintura estaba adornado por mariposas pequeñas en tonos pasteles, azul, rosa, amarillo, así como también en la falda.
—No quiere su capa, ¿majestad? —dijo Lesent a mis espaldas. Ni siquiera me giré para responderle.
—No, hoy no —le dije con un suave movimiento de mi muñeca.
Salí de la habitación con la mirada más arriba que pude ofrecerlo al mundo.
No podía dejar que el mundo entero supiera que su reina era débil, o peor que era débil porque era infeliz porque su matrimonio no había sobrevivido a las primeras pruebas que se le presentaron.
Caminé por los largos pasillos del castillo, de mano de un guardia a petición mía, últimamente mi salud no era la mejor tampoco, por lo que había pedido que mis doncellas y un guardia me llevaran a todas partes, debido a eso los viajes en el tiempo y los saltos de un lugar a otro estaban completamente descartados por órdenes de Sahir.
—Ni si quiera lo pienses niña, podría hacerle un gran daño a la criatura tal y cómo estás —dijo Sahir cuando se lo pregunté días atrás en mi habitación.
—Está bien, no más movimientos bruscos —le dije lo más convencida que pude de que esto era lo mejor para todos.
—Las cosas no han mejorado, ¿verdad?
—No y ni creo que lo hagan pronto.
—Lo siento.
—¿Por qué? —Sahir lo decía como si esto fuera su culpa.
Y la única culpa aquí, era mía.
—Sé lo importante que es para ti él, sin el tú no estarías aquí.
Eso era cierto, él fue quién me convenció de ser reina, de estar aquí con y para el pueblo, él fui quien dijo que mi poder era para ayudar, y que nosotros éramos más fuertes que todo. Juntos.
Ya vi cuan fuertes fuimos.
—Llegamos majestad —dijo el guardián a mi lado.
—Déjame en el trono. —Le dije sin mostrar ninguna emoción en mi rostro. Ni siquiera lo mire, no tenía ganas.
No sonreí, solo caminé entre la multitud que se abría paso solo para mí, sin decir nada, lo más pausada y prudente que pude, aunque estaba más que segura que si dejaba de hacerlo o no llegaba pronto caería y ya no me podría levantar.
No tenía ganas de nada, nunca más tendría ganas de nada.
—Mi reina... —Dijo un hombre a quién reconocí como un viejo miembro de los consejos del reino— Mi nombre es Lord James.
—Hablé Lord James, cuál es su petición hoy.
—Majestad, el día de hoy no vengo a pedir nada para mí, sino para el pueblo— el hombre se hinco en su rodilla derecha y bajó su cabeza—, ha habido más disturbios en algunas aldeas del reino. Más de las que debería si me permito decirlo.
—¿Cuántos? —Grité molesta en un susurro solo para que él pudiera escucharme.
—¿Perdón, majestad? —Dijo el hombre completamente sorprendido por el tono en el que le respondí.
—¿Cuántos disturbios se han dado? Quiero números.
—Hasta ahora se han contado y controlado al menos una docena de ellos.
—¿Y quiere decirme cuál es el motivo de estos?
—Los aldeanos están inquietos, ha habido rumores de que su nuevo sistema no funciona del todo, sobre todo con las clases bajas del reino, con los sectores más pobres y aislados.
Ahora si esto, era el colmo de la vida.
No solo estaba perdiendo al amor de mi vida, además estaba perdiendo a mi pueblo.
Y eso no lo iba a permitir.
—Quieren traer a los representantes de cada pueblo por favor —le dije a todos, trece cabezas se comenzaron a mover entre la multitud, luego se acomodaron en una sola línea frente a mí— ¿me quieren decir por qué yo no sabía nada de esto?
El primero en atreverse a hablar fue un pequeño hombrecito a quién reconocí como Lord Puck, del sector textil del reino.
Ahí se elaboraban las mejores telas, los mejores diseñadores salían siempre de ahí.
—Majestad, una disculpa, pero todos pensamos que no era necesario que usted lo supiera.
—¿Por qué no? Si después de todo, la que toma las decisiones aquí soy yo, caballeros —Levanté la voz, para solo asustarlos un poco. Quería que estos pequeños hombrecitos amargados, conservadores, tradicionalistas y orgullosos vieran que su reina era yo, les gustara o no.
Ahora si sonreí.
Una idea surgió en mi mente.
—Parece que estos trece representantes del pueblo se han olvidado de que la que manda aquí soy yo, que la que toma la última palabra aquí, soy yo, y que ustedes son solo eso, ¡REPRESENTANTES! —Grité.
Ellos y todos tenían que entender que la reina era yo.
Me levanté del trono, sintiendo como la magia bullía dentro de mí, volviéndose loca, yendo de arriba para abajo en mi cuerpo, recorriéndolo y pidiéndome a gritos que la dejará salir a raudales.
Y yo estaba más que feliz de hacerle caso, por esta vez.
Dos altavoces grandes aparecieron arriba del trono para acompañar mi rugir, Guns n Roses fue mi respaldo en esta declaración de autoridad.
—Díganme señores, ¿qué es lo que tiene que hacer una mujer para ganarse el respeto de sus representantes de gabinete? Debe de ejecutarlos quizás... uno por uno —los hombres se hicieron aún más pequeños, hasta comenzaron a temblar en el mismo lugar en el que estaban. Pero jamás se movieron, en cambio yo, fui avanzando hacia ellos poco a poco.
Lo que ellos no sabían es que yo los había hechizado para que nadie en la sala se pudiera ir.
La música siguió, mientras comencé a jugar con mis manos, saqué unas cuantas chispas de colores, luego negras y al final solo blancas. La magia bailaba de entre mis dedos, desesperada por ser usada. Sin control.
—Escúchenme con atención, desde hoy quedan ustedes relevados de sus cargos por incumplimiento de contrato y traición a la corona.
Los pequeños hombrecitos me miraron confundida pero siguieron sin moverse de su lugar.
Bienvenido a la jungla...
Bienvenido a la jungla...
Proclamaban aquellos altavoces... sin embargo yo solo podía pensar, ya estamos en ella...
¿Sabes dónde estás? Estás en la jungla... y vas a morir.
—Ahora váyanse y no vuelvan a poner un pie en este castillo si no quieren que también los destierre a todos y cada uno de ustedes de este reino.
De acuerdo, quizás me pase un poco en el castigo, pero es que nadie está por encima de la reina y ellos van a ser el ejemplo perfecto para hacérselo saber a todos.
Los hombres salieron corriendo asustados, junto con otros de los presentes de la corte.
Poco me importo, solo importaba que, si no podía tener amor, por lo menos tendría el poder y el respeto de mi pueblo a mis pies.
Y mientras yo no pude evitar reírme de su reacción.
—Los demás pueden retirarse —dije aun entre risas.
—No puedo creer lo que acabas de hacer –dijo Merlín apareciendo de entre la gente.
—¿En serio? —Dije sin dejar de reír— yo tampoco.
—Me recuerdas mucho a mi madre, ella sabía poner en su lugar a todos a la perfección, sin exagerar.
—Lo sé, lo sé, pero es que fue genial.
—Lo fue querida, pero no puedo evitar preocuparme.
—¿Por qué?
—¿Has notado algo extraño en ti últimamente?
—¿De qué estás hablando?
—De la oscuridad que hay dentro de ti. No se nota todo el tiempo, pero cuando te comportas de esta manera, sí —luego guardó silencio— un poco.
—No sé a qué te refieres con eso —dije mientras simulaba que jugaba con una bola de fuego que hice con mi magia.
La bola de fuego era azul, la observé hasta que cambió a color dorado. Cuando regresé la vista a Merlín me veía de frente, perplejo por mi comportamiento.
—¿Qué?
—Es obvio lo que está pasando.
—De verdad que no sé a qué te refieres.
—No sé tú, pero para mí es más que obvio que alguien está tratando de sacarla de ti, quieren que emerjas como una bruja oscura.
—No, claro que no. Esto solo es un acto. —Apagué la bola de fuego, las luces volvieron a su color normal y la música también se detuvo.
Es un juego.
—No lo parece.
—¿Estás de broma?
—No, algo está pasando alrededor tuyo y estoy seguro que es algo oscuro
No, esto no puede ser...
Sombras se formaron desde los rincones del castillo, amenazando con cubrir todo a su paso si se les ponía en el camino, comencé a brincar y correr tan lejos como pude, pero cuando iba llegando al trono para esconderme detrás de él, me atraparon.
Lo último que recuerdo es a mí cayendo en la misma oscuridad.
—Adelaide... —Las palabras se oyeron tan lejanas como yo cayendo al vacío.
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Tal vez la oscuridad, no están mala como parece.
Estoy en un lugar bastante agradable, se parece al castillo del Reino Muerto, pero no lo es.
Pero se parece mucho, estoy en una habitación normal, con una cama, con taburetes, clóset de madera, dos ventanas, un techo alto y pintado de oscuro.
Hay energía en el techo, magia oscura, supongo que tratan de mantenerme aquí por alguna razón o quizás soy yo, no sabría decírtelo. No me siento asustada, ni enojada o inconforme, no tengo hambre, no necesito nada, sin embargo, a mi lado en la cama, hay comida y un poco de agua.
Quizás todo esto es una pesadilla.
Supongo que a alguien le importo aquí, para que haya dejado esto.
Por lo cual, no creo ser una prisionera.
—Has despertado, al fin —dijo una voz femenina a mi lado.
Me giré para ver de quién venía la voz y frente a mi tenía a una mujer muy hermosa.
Tan bella que me dolían los ojos solo de verla. Incluso tuve que apartar la mirada porque sentía que me quemaba verla por demasiado tiempo de forma directa.
Le di un pequeño trago a un vasito de agua a mi lado y con eso logré sentirme mejor, aunque el feo sabor a hierro no sé me fue del todo de la boca, pero si la sensación con la que desperté.
O al menos se fue lo suficiente como para que pudiera preguntar algo.
—¿Quién eres?
—Tú no me conoces y yo a ti tampoco, eso es todo lo que necesitas saber —dijo la mujer.
—¿En dónde estoy?
—En el último lugar donde deben de buscarte, créeme.
Así que la oscuridad comiéndome, fue real.
—¿Quién eres? —Volví a preguntarle.
—Digamos que somos primas o algo así.
—De que estás hablando, yo no tengo más familia.
¿No la tengo?
—Mira no necesitas saber nada más, solo necesito que estés bien para poder transportarte de regreso, tú no deberías estar aquí.
—¿Transportarme? ¿A dónde?
—¡Ya te dije tú no deberías de estar aquí! —Dijo la chica insistiendo, pero eso no fue lo que más me llamó la atención de ella, sus ojos eran de color dorados, pero muy intensos, era como si estuvieras viendo a un ángel y aún demonio al mismo tiempo.
¡Oh no! ¡Oh Dios!
Solo hay un ser sobrenatural que puede tener los ojos de ese color siempre. Es la marca que las distingue después de ser reclamadas por la oscuridad.
—Eres una Siren –dije haciéndome para atrás, me dio miedo, lo tengo que reconocer las Sirens siempre habían sido reconocidas en la historia por ser malas, crueles, manipuladoras, sobre todo con los hombres, pero sus trucos también los usaban con las mujeres, porque en los hombres era mucho más fácil la manipulación.
—Tranquila, no voy a hacerte nada, sé que estas en cinta y yo jamás lastimaría a un ser inocente —la chica levanto sus dos manos en el aire, en señal de rendición, solo para demostrar que estaba de mi lado.
Pero a mí no me convencían tan rápido.
—No sé por qué no te creo.
—Mira, créeme porque tú eres mi pase de salida también.
—¿Qué dijiste?
—Sí, tú me vas a sacar de aquí también.
—No, yo no haré eso –le dije levantándome lo más pronto que pude de la cama. No debí hacerlo porque en seguida recordé que estaba demasiado débil, me mareé y de no ser por la chica a mi lado hubiera terminado en el suelo— Gracias.
—Mira podemos tomar todo el día para explicarte lo que está pasando o puedes comer, reponer fuerzas e irnos antes de que la bruja loca venga.
—¿La bruja loca? —Dije, entre risas, mientras la chica me acomodaba en el borde de la cama, bien sentada está vez para no marearme más.
Y no caerme, ahí fue cuando decidí que si ella estaba teniendo tanto cuidado en cuidarme, no debía de ser tan mala después de todo.
—Sí, Nimue.
—Así que mi abuela política me trajo aquí, no sé porque no me sorprende.
—¿Entonces...?
—No te voy a ayudar, no te conozco. —Le negué.
De acuerdo, siempre guardó una pizca de desconfianza alojada en lo profundo de mis entrañas, por si las dudas, y para casos como este.
—Si ese es el problema, podemos conocernos entonces mientras te alimentas y reúnes tus fuerzas para sacarnos de aquí —dijo la chica reflejando un poco de desesperación en su mirada.
No podía creer lo que yo misma haría, pero al menos tenía que escucharla.
—Te escucho mientras cómo, si no me convences me voy sola
—Hecho —la chica deslizo la charola en mis pies y se sentó a mí lado para hablar.
—Comienza a hablar.
—Mi nombre es Ima, tengo dieciséis años y soy una Siren por obligación.
—¿Por qué por obligación?
—Mis padres, ambos son Siren, desde pequeña esto es todo lo que conocí, incluso cuando tu abuela resurgió ellos se unieron fielmente a ella. De hecho, ellos siguen con ella, se están preparando para un evento, aunque no sé mucho sobre eso, solo soy una sirvienta. Solo la he visto un par de veces, yo básicamente me encargo de limpiar después de las reuniones y ver que los discípulos tengan todo lo que necesitan.
—¿Son muchos?
—Por lo menos quinientos hombres, mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos de su lado.
Casi me atraganto con una hogaza de pan al escuchar eso. ¿Cómo demonios ha podido conseguir a tanta gente que le simpatice su causa?
—¿De dónde sacó a tanta gente? —Tuve que toser para aclararme la garganta.
—Hay mucha historia que no conoce de tu pueblo.
—Lo sé, tienes razón, cuéntame más.
—Tengo dos hermanas y dos hermanos, todos son oscuros.
—¿Todos son Sirens?
—No, mis dos hermanos son Íncubos.
—¿Aún existen?
—Sí, aunque no hay muchos. En mi familia ha habido por generaciones, te digo es todo lo que conozco.
—Pero no es todo lo que tú quieres ser.
—No, verás cuando tenía tres años me di cuenta de que mi apellido no era común y que mi conexión con Nimue se remonta a siglos atrás de que yo naciera. Resulta que ella vendría siendo mi tía lejana, por parte de mi padre, mis padres nunca me lo dijeron, yo lo descubrí todo solo haciendo cuentas.
mmm... sospechoso, ¿no les parece?
—¿Y cuándo te diste cuenta de que no querías ser como ellos?
—Hubo un chico en algún punto de la historia, lo conocí cuando los dos teníamos catorce, me enamoré a primera vista de él, pero él nunca sintió lo mismo por mí, siempre estuvo enamorado de otra chica. Una que nunca se atrevió a corresponderle del todo. Pero él siempre estuvo ahí para ella, su nombre era Diego.
—¿Dónde lo conociste?
No, no puede ser el mismo que yo conozco.
Mi Diego vivía en Italia cuando lo conocí.
—¿El nombre no te dice nada? Lo conocí en Italia —entonces casi en la cuenta de quién era el chico.
De nuevo mi pasado me buscaba para ajustar cuentas.
-—Tú eres su mejor amiga, ¿cierto? La que le declaro su amor y el rechazo por idiota.
—¿Me conoces ahora? —La chica me lo dijo en un tono extraño, casi malicioso y por primera vez vi como sus ojos se iluminaron aún más de lo que ya eran.
Quizás esta chica no quisiera ser lo que es, pero a veces no puedes cambiar la forma en que la corriente de un río va.
Créanme, lo intenté por cientos de años.
—No, no te conozco, tienes razón, pero puedo simpatizar con lo que sentiste por él, también me enamoré de él y sé que no fue justo como se dieron las cosas y que nunca podré disculparme lo suficiente por lo mal que resulto para los tres, pero lo intentaré el resto de mi vida.
Los ojos de la chica se apagaron, por ahora pareciera que era por mis palabras, como si de alguna manera ella necesitará oírlas.
—Lo sé, también sé que me enamoré de la persona equivocada, pero si no lo hubiera hecho no estaríamos aquí y no te estaría ayudando a huir de mi propia tía.
—Así que somos primas, ¿he...?
—En realidad soy tu tía, nací mucho antes que tú, la realidad es que tengo unos cientos de años más que tú, cuando tú naciste yo aún tenía dieciséis años.
—¿Cuánto tiempo llevas con esa edad?
—La verdad ya no lo sé con exactitud, dejé de contar después de los verdaderos dieciseises, pero esta es la edad que hasta ahora me gusta más.
—¿En dónde estamos?
—Nosotros la llamamos La Dimensión, es un lugar entre el Reino Muerto y el mundo de los humanos donde antes se enviaba a los prisioneros de guerra que habían desafiado a la corona o habían atentado con ella.
—¿Así que aquí se mandaba a quién le molestaba a la corona?
—Sí, básicamente, cualquiera que no le gustara, molestara, tuviera ideas diferentes se le desterraba aquí.
Desde hace mucho tiempo sabía que la dimensión que cree para estar solo con Nicholas no era la única, porque no puedes crear nada de la... nada. Para que un plano como este o el mío exista, debe existir una base de todo.
Así que no podría ser posible que este o aquel, fueran los únicos.
—Eso es detestable.
A este punto yo ya había terminado de comer todo lo de la bandeja e incluso me sentía mucho mejor de cómo me había sentido cuando casi me desmayo aquí mismo, en el suelo.
—Bien ¿entonces estás lista para viajar?
—Siempre.
—Pues sujétate bien a mí, que este va a ser un viaje turbulento.
—Entendido, sobrina.
—No me diga así por favor.
—Entonces, ¿cómo debo llamarte?
—Luna.
Dicho esto, nos llevé a casa.
A mí casa.
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