Epílogo.
Cada día que me levanto duele más, no menos, más. Una presión se ha apoderado de todo mí ser, no me deja respirar. O pensar.
A veces no puedo comer, a veces solo no sé que estoy haciendo aún con vida.
No es justo.
Lo que siento no es justo, lo que pasó no es justo, nada de esto es justo.
Lloró hasta quedarme dormida cada noche, me caigo de sueño en las reuniones del comité y los consejos. El palacio parece haber continuado como si nada, pero yo no. Taron y yo no continuamos.
Apenas y nos miramos durante el día.
Hemos optado incluso por estar en habitaciones por separado, porque dentro de nosotros mismos sabemos que esto es nuestra culpa.
Nada debió de haber pasado, pero pasó.
Perdimos a Ava y nos perdimos a nosotros mismos también.
—Majestad, la comida está servida. —Una doncella acerca una bandeja de plata con cubierta con otra tapa de plata.
La alejo con las manos, pero no la tiro porque la chica se hizo hacía atrás a tiempo.
—No tengo hambre llévensela. —Contesté amargamente.
—Majestad tiene que comer... —Ruega la chica.
—No, no tengo, llévensela —alcé la voz lo más que pude. Casi le tire la bandeja a la pobre chica que me servía la comida, no me importo, nada me importo.
Nada me importaba nunca.
Solo quería que todos me dejaran en paz.
Me levanté de la mesa para irme de la habitación.
Pero no pude, un mareo me obligó a tomarme de la orilla de la mesa fuertemente.
Un soldado quiso ayudarme, pero yo lo aparte de un manotazo.
Ese era otro cambio en mí, no dejaba que nadie más me tocara ya.
Nadie podía vestirme, peinarme o maquillarme.
No quería a nadie cerca de mí, sino era estrictamente necesario.
Sentí que era seguro caminar cuando mi respiración volvió a ser la misma.
Estaba equivocada, caí al suelo antes de que volviera a respirar.
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Desperté horas más tarde, en mi cama, a mi lado una de mis doncellas estaba mojando un paño, lo coloco delicadamente en mi frente y luego me vio.
—Majestad, perdone, yo no... —La chica se hizo hacia atrás desbordándose en disculpas hacia mí— iré por el médico.
La chica desapareció por la puerta, poco me importo. Yo no quería nada ya, no quería vivir más.
Me acomodé de lado en la cama y arroje el paño hacia un lado. No tenía fiebre, estaba segura de ello, así que no le veía el caso a tenerlo en mi frente. Solo estaba humedeciendo mi frente sin razón aparente y haciendo que me eso me irritará.
—Que bien que has despertado —dijo una voz conocida, frente a mí.
Me giré y Sahir y una media sonrisa llena de lastima estaban ahí.
—Sí y estoy bien, no deberías de haber venido hasta aquí, es un desperdicio de tiempo y recursos.
—De no haber venido ahora, hubieras cometido un triple homicidio, de eso estoy seguro, siempre tan impulsiva, siempre tan tú.
—No sé de estás hablando, como siempre dices puras tonterías.
Le aparte la mirada y cuando este no me veía rodee los ojos exasperada por tener que tratar con él y sus absurdos juegos.
—Hablo de que estuviste a punto de cometer un error grave.
—Ya cometí un error grave, ¡por eso es que estoy así! —Le dije entre gritos.
—De verdad no tienes idea... —Regresé mi mirada a él. Esperaba encontrarme con risas y sueños bailando en lo profundo de sus ojos. Pero no estaba ahí.
—No sé de qué estás hablando.
—No sabes —dijo él dándome la mejor cara de póker face que nunca en la vida le había visto poner. Parecía saber algo que yo no.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Estás embarazada, mi reina...
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