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13⎟✶ Pelea para matar

Nicoletta

Entro a la habitación sin saber exactamente qué decir. Dante está sentado en la orilla con la cabeza entre las manos, tiene la espalda erguida y la mirada perdida, pero se pone de pie cuando me ve. Sé que la llamada con ese tal Frederick lo ha dejado inquieto.

—Él estará bien. —Intento sonreír, no lo consigo—. No le harán daño mientras tengamos a Livia aquí.

—Lo sé, es solo que haber oído a Frederick... Cuando yo era un niño, él ya era un hombre cruel, no imagino ahora.

—¿Lo era?

—Una vez visitó a Davide, dijo que yo era un niño arrogante y me aventó contra un pozo de la hacienda, me fracturé un brazo en la caída y estuve casi un día entero gritando por ayuda hasta que Ruslavok me encontró, él es así, siempre que yo desaparecía se aseguraba de buscarme para comprobar si no estaba en problemas. Y te aseguro que casi siempre estaba metido en alguno.

Aunque lo cuenta con una sonrisa, siento una profunda tristeza al imaginarme a Dante siendo todavía un niño, rogando por ayuda, asustado y herido. Quiero abrazarlo, pero evito hacerlo y me limito a desviar la mirada. Comprendo esa clase de dolor.

—Jamás hubiera podido durar ni un año de no ser por Ruslavok. En aquella época, él perdió a su hijo por culpa de Davide y creo que de alguna manera yo le recordaba a él, de la misma forma que él me recordaba a mi padre real.

—Me alegra que tuvieras a alguien. Que no enfrentaras todo solo.

—¿Recuerdas cuando éramos niños? —Sus ojos se iluminan—. Una vez me preguntaste si aún seríamos cercanos cuando creciéramos.

Lo recuerdo, en aquel entonces estaba obsesionada con Alessandro de una forma que quizás podía ser un amor platónico o una profunda admiración, puede que ambas. Amaba la idea de crecer y aprender de él, cualquier cosa en la que Alessandro fuese experto, yo también deseaba serlo.

—Hace mucho desde entonces. Ahora yo soy más divertida que tú.

—Ja, en tus sueños podrías superarme, Farfallina.

Ambos compartimos una mirada cómplice. Soy yo la primera en recuperar la compostura.

—¿Cómo es él..? Tu hijo.

Tengo la impresión de que lo he tomado por sorpresa. Esquiva mi mirada y se cruza de brazos.

—Bueno... ¿Pequeño? No sé qué se supone que responda. La verdad no lo conozco mucho.

—¿Qué estás diciendo? ¡Es tu hijo! ¿Qué clase de padre no se toma el tiempo de conocer a su hijo? Bueno, probablemente el mío pero tú...

—¿Me estás regañando por ser un mal padre?

—Ya eres un mal esposo, podrías al menos ser un buen padre. —Le apunto con un dedo al pecho, cosa que lo hace sonreír—. No seas tan desinteresado. ¿Y ahora por qué sonríes?

—Porque me llamaste esposo.

—¿Olvidas la parte en la que dije malo?

Se encoge de hombros.

—Mi punto es... Que creo que podrías ser un gran padre.

—Tienes razón, hagamos un hijo para averiguarlo.

—Hablo en serio.

—Yo también. —Sus ojos brillan con maldad—. Eres demasiado sexy cuando intentas regañarme.

Comienza a caminar hacia la puerta, pero al llegar al marco se detiene y me da una mirada que me acelera el pecho. Sus ojos forestales resplandecen en la habitación, mientras el sol comienza a ocultarse.

Podrías quedarte a dormir.

Es el primer pensamiento que me asalta en ese momento y me asusto de mí misma, no debería desear eso, ¿o sí? ¿Realmente sería imposible creer que puedo darme la oportunidad de volver a creer? Cuando es evidente que mi corazón le sigue perteneciendo. Pero al final, no me atrevo a decir nada y sé que va a despedirse cuando me otorga una ultima sonrisa.

—Duerme bien y cuida de ese tobillo.

Las pesadillas me asaltan durante toda la noche, en especial ahora que no tengo mis pastillas aquí. Las dejé en SSAM, pero aún así tengo la sensación de que no logran asustarme tanto como otras veces, como si el simple hecho de dormir en la cama de Dante y respirar su aroma me hiciera sentir protegida.

***

Dante.

Ojalá fuera sencillo recuperar al niño. Hacer hablar a Livia, poder decirle a Nicoletta que en realidad no soy el padre. Ojalá todo pudiera ser así de simple.

Los primeros días se van en interrogatorios constantes a Livia, algunos con sutiles métodos de tortura, pero nada funciona. Tiene la voluntad de una roca y la facilidad de sacarme de quicio, así que desisto de seguir intentando obtener información.

Lo único que me queda es volver a contactar con Frederecik para negociar un intercambio, pero se rehúsa a responderme, como si hubiera quedado indignado desde la ultima vez. El tiempo se agota, puedo verlo en la mirada desesperada de Lynette, el niño está en más peligro y no hay forma de que pueda solucionarlo.

Soy un idiota, uno que no puede hacer nada ni siquiera con todo el poder que tiene. Me he reunido con la cúpula de la organización, están ansiosos por la presencia de Nicoletta y desconfían de sus intenciones, pero no me importa lo que ese puñado de arrogantes criminales crean, no echaré a mi mujer de la villa. Necesito creer que puedo confiar de nuevo en ella. Aun así, el ambiente tampoco mejora entre los capos de los grupos pequeños.

En especial con dos de ellos, los capos de la frontera norte y sur.

—Andrew y Bastian quieren verlo, mi señor. —Ruslavok parece preocupado—. Quieren someter a votación la presencia de su esposa y critican que usted no la haya castigado como lo habría hecho con otros miembros.

—¿Creen que esto es una puta democracia o qué? Diles que si no les gusta como manejo a mi organización el castigo puedo dárselos a ellos.

Si esto fuera una manada, yo sería el alfa, pero como en cualquier manada, siempre habrá alguno que se crea con las agallas suficientes para desafiar al lobo. Sé que no falta mucho, en especial con mis capos descontentos, para que alguno intente un golpe de estado y quiera quitarme de en medio. Así como lo hice yo en el pasado con Davide. Necesito estar listo, vigilando a cualquier posible traidor en potencia. Pero, ¿cómo podría si todo lo que hago es pensar en ella? Esto se está volviendo una jodida agonía, ni siquiera cuando debería puedo concentrarme.

Además, los rumores entre el personal y mis hombres siguen encendiéndose con la menor llama, no puedo callarlos a todos. Si hay algo claro, que resuena más allá de las paredes, es el descontento de la mayoría con la presencia de mi esposa en la organización. Si no hago algo pronto, intentarán asesinarla o cobrar venganza por su cuenta.

Así que he pesando que la mejor forma de calmar mis nervios es de hecho, pasando tiempo con ella y prevenir todo eso. Los primeros días me he mantenido a raya, viéndola en fugaces encuentros para preguntarle cómo se siente, no quiero asustarla ni agobiarla, pero necesito hallar una forma de poder acercarme a ella y tal parece, ahora he encontrado la excusa perfecta para lograrlo.

—¿Para qué me has traído aquí?

Observo su rostro con detenimiento, tiene el cabello apenas abajo del cuello y un mechón rozándole la nariz. Aunque parece tener el ceño hundido siempre, sus enormes ojos azules y su nariz redondeada siguen siendo de lo más bonito. No importa si quiere gruñirme, sería capaz de apretarle las mejillas solo porque me parece así de tierna.

Aunque claro, mi mujer ya no es adorable, tal parece que este año se ha convertido en una salvaje. Y honestamente, eso me encanta mucho más.

—Sujeta esto. —Tiro una pequeña daga al césped, haciéndole un ademán con la cabeza para que lo levante mientras me quito el saco—. He notado que siempre llevas una daga similar escondida.

—Me hace sentir segura. A veces llego a perder mi arma.

—Bien. Ahora, atácame.

Arquea una ceja cuando extiendo los brazos, esperando a que lo haga y niega con la cabeza. Estamos al aire libre, el viente huele a hierba húmeda y el sol calienta mis zapatos. Me gusta la naturaleza, aunque solo cuando no tengo que estar pegado a esta, la tierra no combina bien con mi ropa de marca.

—¿Quieres que te apuñale de nuevo?

—Tienes un ego muy alto si crees que podrías conseguirlo por segunda vez.

—¿Entonces qué?

—En todos nuestros encuentros te he inmovilizado con facilidad, sin mencionar que no he tratado de herirte. Lo que significa que tus habilidades de autodefensa no son tan buenas como tus habilidades disparando y cualquiera que te ataque cuerpo a cuerpo lo tendrá sencillo.

—No soy así de débil. —Me mira molesta, entonces recoge la daga y apunta el filo hacia mí—. ¿Quieres que te lo demuestre o qué?

—Quiero que aprendas. —Me acerco con cautela—. Si vas a estar aquí, si vamos a trabajar juntos, habrá muchas veces en las que tendrás que defenderte por ti misma.

—Eso ya lo sé y ya he practicado en muchos entrenamientos con el capitán Ascian.

Mi sonrisa se borra de golpe, sin embargo, la de ella se ensancha. Si busca provocarme, lo está logrando. No me gusta para nada el nombre de ese idiota en los labios de mi mujer, si debo arrepentirme de algo, será del hecho de no haberle mejor disparado a la cabeza a ese hombre.

—Aprendiste a pelear como policía, SSAM intenta arrestar criminales, no liquidarlos. Sé que siempre operan en grupo, nunca luchan solos. Yo voy a mostrarte como pelear sola y para asesinar. El tipo de pelea que no empiezas a menos que uno de los dos vaya a morir.

Parece escéptica, pero no se niega. Así que ese debe ser un buen punto de inicio, solía pensar en Nicoletta como un lindo conejito blanco, ahora se ha convertido en un enorme tigre blanco que me enseña los dientes cada que tiene la oportunidad. Es una suerte que esté vacunado contra la rabia y no me dé miedo acercarme demasiado como para que me pegue un mordisco.

—¿Y es una buena idea que practique cómo asesinar contigo?

—Si tienes algo de suerte, quizás hasta lo consigas.

Suelta un bufido, pero se pone en guardia esperando mis primeras indicaciones y yo hago lo mismo. Comienzo a explicarle los puntos indispensables, algunos trucos que puede lograr si sujeta el cuchillo de cierta forma y cosas que debe considerar de su oponente. Me siento un poco ridículo haciendo poses extrañas o repitiendo las palabras con énfasis en lo que no debe olvidar. Luego viene la parte divertida. La ejemplificación.

Nicoletta me ataca con la daga en alto cuando le indico que lo haga, pero es tan sencillo inmovilizarla que resulta casi deprimente. Es decir, si algún imbécil, ya sea de mi propia organización o no, intentara lastimarla, ¿cómo mierda me quedaría tranquilo si resulta una presa así de fácil?

—Bien, ya entendí, puedes soltarme. —Se remueve entre mis brazos cuando la retengo por detrás.

—No, encuentra una forma de liberarte por tu cuenta. —Aprieto mi agarre para evitar que se zafe—. Ya te lo dije, tu mayor problema es que intentas pelear, e incluso liberarte, como uno de esos policías. Pero si estás dispuesta a matar a tu oponente, puedes usar métodos más drásticos, puedes jugar sucio.

Y como si mis palabras lograran su efecto, encuentra la manera de golpear mi abdomen con un codo y luego mi mandíbula con su nuca. Se libera de mi agarre y puede que yo me quede viendo estrellas mientras siento un sabor metálico en el labio inferior. Al menos, ha dado más batalla que en los últimos tres intentos, eso es algo bueno.

—Ay mierda...

Algo cae al suelo, quizás sea la daga. Sigo viendo borroso hasta que se acerca a mí y sus ojos escanean mi rostro con una preocupación que me hace sonreír. Ella no parece notarlo, está sumida en el remordimiento, en un gesto inconsciente lleva una de sus manos a mi mejilla, apenas y roza mi labio herido con el pulgar pero su tacto me hace estremecer, toda ella sigue oliendo a vainilla igual que hace un año.

—Espero que tu primer instinto con un enemigo real no sea correr a él y acariciarlo después de herirlo. O vas a hacer que me enfurezca.

Me da una mirada fulminante, pero puedo percibir que casi la hecho sonreír. Casi.

—Ya que ha sido mi culpa, deja que te cure.

No me opongo, no porque no sea capaz de hacerlo solo, me he suturado a mí mismo tantas veces que casi podría ser médico sin cédula. Pero no pienso negarme a los cuidados que mi esposa me ofrece y es así como termino sentado en la sala de mi propio despacho, observando cómo mezcla lo que parece algo viscoso con otras especies extrañas que seguro encontró por la cocina. Limpia la sangre por completo de mi labio, luego pone algo de hielo y creo que estoy bien, pero es claro que no me deja ir así.

—Mejor deberías curarme a besos y no con tu mezcla de sabor raro.

No me deja seguir hablando, unta el líquido, embarrándome las comisuras y la barbilla solo para molestarme. Así que yo hago algo para molestarla también. No lo pienso demasiado, es solo un fugaz beso que le doy en la punta de la nariz para embarrarle el líquido pegajoso, suelto un risita sintiéndome como un crío inmaduro mientras ella me mira pasmada. Esperaba que cuando volteara a verla estaría molesta o apática pero...

Me observa con los ojos muy abiertos y las mejillas completamente sonrojadas.

Después parece percatarse de que la estoy viendo y carraspea la garganta mientras se limpia el líquido de la nariz con una mueca. Deja el pequeño plato a un lado como si no estuviera dispuesta a mirarme y se aleja, de nuevo sumida en su propia frialdad.

—Seguiremos practicando, te veré ahí cada mañana a primera hora. —No es una sugerencia, sino una orden—. Y asegúrate de recordar todo lo que te vaya diciendo.

Eso es lo que hacemos al día siguiente y al que sigue. Después ya han pasado cuatro días de práctica constante.

Nicoletta se muestra irritada, en especial cada que logro retenerla con facilidad, pero durante las últimas dos horas ha logrado resistirse más y logra pelear con destreza, como si finalmente hubiera dejado de lado la rigidez propia de un agente policial. Nada de peleas moralistas donde sobresale el sentido de un héroe, solo trucos y artimañas de un criminal tan sofisticado como yo.

Ni siquiera intento disimular cuando mis ojos recorren con deseo cada parte de su cuerpo, esta mañana usa un conjunto deportivo que se le ciñe como una capa de piel extra, resalta los bordes de sus pechos y los ángulos de sus piernas. Se nota que este año ha hecho ejercicio, sus caderas son más anchas y tonificadas. Estoy distraído, pero no lo suficiente como para no esquivar el próximo golpe.

—¿Eso es todo lo que tienes? —intento provocarla con una sonrisa burlona que la hace fruncir el ceño—. El pulgar debe ir afuera si no quieres lastimarte. Y debes girar más la cadera para un mayor impacto.

—¿Podemos parar? Creo que voy a vomitar.

—Si alguien te ataca, ¿crees que puedes pedirle que pare?

—Pero...

—Pero nada.

No le doy tiempo de responder, intenta atacarme con el cuchillo pero golpeo su muñeca desarmándola, después la sujeto con rapidez por el cuello y pego su espalda contra mi pecho, siento cómo su cuerpo se agita y admito que eso me juega en contra. Logra usar su propio peso para sujetarme por el torso y derribarme contra el césped, mi espalda cruje pero antes de que pueda salir victoriosa, sujeto su tobillo y la hago caer de sentón, intenta rodar a un lado, pero la jalo por la cintura hacia mí.

Incluso sudada, me parece exquisita.

—Nunca des por sentado que has ganado, aun si ya derribaste a tu oponente. Si esto fuese SSAM, te detendrías y arrestarías al otro, pero si vas a matar, entonces lo haces a la menor oportunidad. No la desperdicias.

—Entonces, ¿este es el momento donde debería matarte?

—Preferiría que me besaras, pero sí.

Mis dedos acarician su cintura, tengo la necesidad de meterlos más allá del borde de su chaqueta deportiva y rozar su piel, hacerla arquear y murmurar mi nombre como la última vez. Quisiera quitarle toda la ropa ahora mismo, tenerla a mi merced sobre el césped y besar cada uno de sus rincones hasta que...

—¿En qué estás pensando?

Su ceño se frunce, se aleja de mí y se queda sentada en el suelo, a mi lado. Dejo que descanse solo porque también estoy exhausto. Necesito apartar mis perversiones de ella, por ahora.

—Nada que quieras saber, farfallina.

—Ya deja de llamarme así.

—¿Por qué?

—Es... Como remover en el pasado. —Hace una mueca—. Antes me gustaba, ahora ya no.

La miro en silencio, parece intranquila, hay dolor reflejado en su mirada y no puedo contener el deseo de tocarla, aunque sea pasando un mechón detrás de su oreja como excusa. Ella no me lo impide, se limita a mirarme mordiéndose el labio, tiene la costumbre de hacerlo cada que está nerviosa, aunque dudo que lo sepa.

Y tampoco debe saber lo evidente que resulta cada que quiere mentirme, he aprendido a prestar atención a los detalles y la punta de sus orejas suelen volverse coloradas cada que lo hace.

—Entonces te diré esposa, tú decide.

—Eso tampoco ayuda.

—Quiero que te quedes a mi lado. —No sé si mi repentina sinceridad la asusta más a ella o a mí, pero no me contengo—. Pasé mucho tiempo negándome a aceptar que lo que sentía por ti no era pasajero. Así que no lo haré más.

—Dante...

—No te pido que me correspondas, ni trato de forzar las cosas, pero no seguiré fingiendo que no te deseo porque lo hago tanto que se ha vuelto una maldita adicción, me gusta cuidarte, ayudarte y a veces solo orbitar a tu alrededor porque eres mi sol. Odiame si quieres, farfallina, pero yo seguiré amándote. Y no será un secreto que me esfuerce por ocultar más.

Me pongo de pie, decido a sacudirme la repentina oleada de cursilería que me ha dado, cuando me sujeta por la muñeca para detenerme. Su rostro parece un completo caos, un conflicto constante, abre la boca como si quisiera decirme algo pero al final no lo hace. No necesito que lo haga, en el fondo sé que ella se siente de la misma forma, solo se rehúsa a aceptarlo aún. No voy a presionarla, tengo todo el tiempo del mundo cuando se trata de ella.

Regresamos a la casa principal poco después. La acompaño hasta la puerta de mi habitación, donde parece que se ha adaptado bien, todo el lugar ha adquirido su esencia de alguna forma inexplicable. Ya no hay tazas ni papeles regados, todo está tan limpio y lleno de su presencia.

—¿Y esto qué es?

Mira las cajas del fondo con curiosidad, no puedo evitar una pequeña sonrisa. Esta mañana le pedí a Ruslavok que consiguiera un par de cosas para mi mujer.

—Sé que dijiste que ya no pintabas, pero si de repente quisieras hacerlo otra vez... —Abro la caja y le muestro la libreta de dibujo, la combinación de pinturas y los lápices—. No digo que debas hacerlo, solo es una idea para matar el tiempo.

Pienso que va a molestarse por la forma en la que aprieta los labios, pero al final asiente, muy despacio y tengo la impresión de que me lo agradece con la mirada. Como si necesitara que alguien le dijera que podía hacerlo, volver a pintar.

—Bueno, iré a mi despacho aunque tal vez haga una parada antes en la cocina.

—¿Puedo acompañarte?

No me mira a los ojos, de nuevo se muerde el labio. Contengo la extraña emoción en la boca de mi estómago y asiento, fingiendo una calma que no siento.

Después está sentada en la pequeña isla de mármol y yo estoy mezclando algunos ingredientes para hacer la salsa que irá sobre el pollo. Me encanta la compañía de mi esposa, pero cuando se trata de cocinar es mejor que no me ayude o incendiará la cocina con solo mirarla. Por suerte, parece pensar lo mismo, tengo la impresión de que la frase "se puede enamorar a alguien a través del estomago" cobra sentido con ella.

—¿Puedo preguntarte dónde está Kaizawo?

—Ya te lo he dicho, se fue hace mucho con Riona y...

—Y no te importa, ya lo sé. —Pone los ojos en blanco y acepta el plato de comida que le doy—. Pero, aún así... Entonces, quiero que me digas algo, sobre ella. Es mi hermana biológica, ¿por qué me lo ocultaste hace un año?

Dejo el cucharón a un lado y me rasco la nuca.

—No era algo que me correspondiera decirte. Mis indagaciones sobre los Kasper y su pasado me llevaron hasta ella y me hizo prometer que no te lo diría.

—¿Y a ella si le cumples tus promesas?

Un destello de recelo cruza su rostro, pero es efímero y de nuevo solo frialdad. Me siento frente a ella con mi propio plato y como en silencio, desquiciándola un poco.

—Jamás pasó nada entre nosotros. Nunca, ni lo más mínimo. Jamás la vi de esa manera.

—No es lo que pregunté.

—Lo sé, pero por si creías que sí... —Niego con la cabeza—. Y tampoco quiero que pienses que trato de defenderla, pero la razón por la que no le agradas va mucho más allá de mí.

—Ahora tengo curiosidad, ¿me lo dirás?

—El último día que tu madre estuvo viviendo en la casa que Tristan compró para ella, él la había mandado a matar, pero no solo a ella, también a sus hijas. También a ti.

Eso parece tomarla desprevenida, siento una furia repentina hacia ese hombre, que jamás fue capaz de valorar a su hija por más mínimo que fuera. Ni a nadie en particular.

—Tristán descubrió en esa temporada que tú no eras su hija biológica, así que dejó de importarle tu bienestar y el de tu madre.

—Por eso siempre fue así, el secuestro, los castigos. Siempre me trató muy mal, ¿porque sabía que mi madre lo había engañado? Pero... ¿Aún así me llevó a la casa Kasper fingiendo que era su sangre?

—Te había dado su apellido para entonces y dudo que alguien que no fuera tu madre supiera quién era tu padre real, debió ser un secreto que se llevó a la tumba.

—Así que me crío a regañadientes.

Asiente, sumida en sí misma. Después levanta la mirada hacia mí y sé que espera que continúe con lo que estaba por contarle.

—Riona fue la que me lo dijo, debía tener cerca de seis años y tú dos cuando ocurrió. El último día que vivieron en esa casa, tu madre se sacrificó para que Riona pudiera huir contigo, dijo que los vio asesinarla mientras te llevaba en brazos por el bosque. Luchó con uñas y dientes para salir viva de la casa rosa, para que tú también lo hicieras. Dudo que alguna vez pueda sacárselo de la cabeza, uno no olvida la muerte de sus padres con facilidad.

Una sensación amarga me hace pensar en mí mismo, siendo aún un niño mientras la cabeza degollada de mi madre rodaba por la alfombra de la sala.

—Entonces me culpa por la muerte de su madre —deduce ella misma—. Si yo jamás hubiera existido, o si al menos hubiera sido la hija real de Tristán, él no las hubiera mandado a matar.

Asiento. Sé que no es su culpa, espero que ella también lo entienda. Pero para Riona fue así, estoy seguro de que solía querer a su hermana cuando aún era una niña, a veces me daba la impresión de que se preocupaba por ella sin decirlo, pero el hecho de que más tarde Nicoletta fuera criada por el mismo hombre que se deshizo de su madre, debió cambiar sus sentimientos.

—Si Riona fue la que me sacó de esa casa, ¿cómo terminé en la mansión Kasper?

—Supongo que debes intuirlo, pero Tristán terminó por encontrarlas. Irónicamente, cuando la vio contigo en brazos, cubiertas de la sangre de su madre muerta, debió pensar que no era tan malvado como para asesinar a unas niñas. Envió a Riona a un orfanato en otra ciudad y se hizo cargo de ti.

Riona nunca me habló mucho de su infancia, pero recuerdo que alguna vez mencionó que llegó a buscar a Nicoletta cuando tenía como quince y escapó del orfanato. No sé cómo resultó esa visita, solo que debió salir mal, pues Riona se limitó a llamarlos "ricachones sin escrúpulos" y no volvió a tocar el tema.

Nicoletta parece perdida, pero asiente y se lleva la cuchara a los labios, sigo el gesto como si estuviera en un trance.

—Tienes algo de salsa aquí.

Paso mi pulgar por su comisura, en un gesto inconsciente gira el rostro y limpia mi pulgar con el inicio de la lengua, después parece caer en cuenta de lo que acaba de hacer y su rostro se torna completamente rojo.

—Lo siento, yo no...

—Está bien, si tantas ganas tienes de probarme no voy a oponerme.

Se pone de pie como si estuviera dispuesta a irse, está acalorada, pero rodeo su muñeca y la atraigo hacia mí, arrinconándola con la orilla de la pequeña isla. Parece tragar con dificultad y toda su seguridad se desvanece cuando sonrío con perversión.

—No me digas que te asusto tanto.

—Claro que no. Eres tú el que debería tenerme miedo.

—Miedo no, pero ganas te tengo muchas.

Mi mano derecha se desliza hacia su cuello, acaricio su piel con delicadeza, memorizando cada parte mientras acerco mi rostro hacia el suyo con la intención de besarla, pero a escasos centímetros se aparta de mí y me mira con una ceja levantada.

—Nada de besos, ¿recuerdas?

—Yo jamás acepté ese trato.

—Pues que pena. Porque vas a cumplirlo.

Y sin darme la oportunidad de oponerme, da media vuelta y se marcha por el pasillo de regreso a mi habitación, al menos dándome un exquisito panorama del contorneo de sus caderas en esos pantalones apretados.

Esta mujer en serio va a volverme loco.

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