Capítulo 4. Métodos Propios
«La junta establece que debido a la falta de pruebas la petición de buscar el paradero de la teniente Valquiria Von Engels queda anulada» Breve y sentencioso. A primera hora del día, aquellas palabras llegaron a todos los interesados despertando emociones y pensamientos dispares.
Cerrando la computadora con indignación, Newén cerró los ojos para canalizar la frustración y se recostó sobre el respaldar de la silla. Respiró hondo e intentó no pensar en cuan complicados estaban las cosas. No tenían nada a su favor. Nada de pistas sobre los motivos de la huida o la ubicación de Valquiria. Solo confusión y un malestar que se iba extendiendo con los días. Tanto él como Leonardo habían rechazado numerosas misiones y no sabían cuánto tiempo más podrían mantenerse así. Las fuerzas oscuras se habían multiplicado en el último tiempo y los ataques eran cada vez más frecuentes.
Las cosas no andaban bien, y al parecer los únicos que lo intuían eran ellos.
El aire se envició, a su alrededor, lleno de pensamientos pesimistas que no quería tener pero que, sin embargo, se estrellaban en su conciencia para atormentarlo. Un tosco golpe en la puerta precedió que Leonardo ingresara a la biblioteca. Sus ojos cafés se posaron en Newén y no fue hace falta decir nada para que reconociera que tipo de situación estaba a punto de enfrentarse. Hizo una mueca de disgusto con sus labios y se adentró, cerrando la puerta detrás de él para acercarse a su amigo.
— ¿Qué tan mal están las cosas? —inquirió, desplomándose pesadamente sobre la silla frente al escritorio. Él se veía tranquilo bajo su apariencia desenfadada. Vestía un jean y una remera negra con la leyendo de algún grupo de rock en español. Pasó su mano con soberbia por su pelo recortado pero que aún seguía viéndose desordenado y rebelde.
— Ellos se han negado a buscar a Valquiria —respondió Newén. La expresión de Leonardo pasó por la confusión hasta terminar en enfado.
— ¿Qué demonios...? —preguntó inaudito. Quedó observando fijamente a Newén hasta que sacudió la cabeza—. ¿Qué pruebas necesitan para confirmar que Valquiria está en peligro? O peor aún, que todos estamos en peligro porque tanto tu como yo sabemos que si los hijos de la luz llegan a tener a Valquiria, ellos podrían drenarle la sangre y ahí... ahí estamos todos perdidos en el maldito infierno —exclamó colérico.
Newén emitió un sonido de queja ante las palabras de Leonardo. No porque fuesen mentira, sino porque aquella era la verdad que no quería oír. Existían cientos de posibilidades con consecuencias catastróficas, pero se decía a sí mismo que debía ser optimista porque en el instante en que él no lo fuera, significaría que ya no habría más esperanza.
— Sé que estamos en un callejón sin salida pero debe haber una forma de escapar —murmuró Newén meditabundo con los ojos puestos retrato sobre el escritorio.
A Valquiria no le gustaba tener fotos decorando la casona, sobre todo en su biblioteca pero desde que ella se había ido poco a poco habían aparecido retratos que intentaban calmar el ansia de no verla.
En la foto que contemplaba, se encontraba Valquiria junto a Newén y Leonardo. Era una de las pocas fotos que tenían en la que ella se veía con una sonrisa o en el intento de una; sentados en las gradas de la academia, Viridis había obtenido el preciso instante en que Newén reía ante la pelea de Valquiria y Leonardo, uno a cada lado de él, y aunque ella había intentando no verse afectada por Leonardo, había terminado cediendo a la tentación de sonreír.
Así habían sido siempre. Podían pelearse entre ellos como si fuesen hermanos pero cuando uno tuviese problemas, solo serían ellos contra el mundo. Pero en el momento en que Valquiria se fue, todo pareció cambiar.
— Estamos solos en esto —dijo Leonardo, cerrando sus manos en puños, pensando en cuan abatida estaría Lena si nunca encontraban a su hermana. El simple hecho de imaginarse eso lo enojaba.
— Quizás no —susurró Newén.
La expresión de Leonardo se llenó de confusión, elevando la vista hacia él, a la espera de alguna explicación a su enigmática frase. Newén repiqueteó sus dedos sobre el escritorio, resonando fríamente en aquel ambiente tajante.
— A los días de desaparecida Valquiria, Augusta me habló de la posibilidad de recurrir a quienes podrían investigar y hacerse cargo de todo, pero yo descarte esa opción para priorizar a nuestra sociedad —dijo viéndose sombrío; la camisa blanca que llevaba puesta resaltaba su pelo y ojos negros tormentosos que se encontraron con los de Leonardo—. Hablo de los descendientes, ¿los recuerdas? —inquirió.
Los descendientes. Así habían llamado a la logia de la que era parte Helder Mourinho y que se encargaba de proteger a los Engelson. Leonardo ladeó su cabeza, como si fuese un perro confundido hasta que su mirada cobró un brillo malicioso.
— Como olvidarlo —murmuró acomodándose en la silla—, ¿y qué piensas hacer? ¿Volver a Brasil? Temo que puedas entusiasmarte con una preciosa muchacha de por ahí y olvides el plan —preguntó. Newén puso los ojos en blanco y Leonardo sonrió.
— Son una organización mundial, están en todos lados y no me extrañaría si hubiese alguien de ellos en esta misma ciudad —dijo Newén. Leonardo elevó una ceja con condescendencia.
— Es como jugar a donde está a Wally, me agrada la idea —se encogió de hombros. Newén suspiró; no era como si tuviesen otra oportunidad.
***
[...] Han pasado un par de días desde mi llegada a Aage. Las cosas no han cambiado mucho; las calles y la arquitectura siguen viéndose atemporales, y su población continua siendo chismosa y entrometida. La casona de mi familia pese a estar inhabitada por años, supo mantenerse en pie. Solo le faltaba limpieza... nada que Leonardo no pudiese hacer bajo presiones y amenazas.
El primer día recorrí los lugares donde una vez viví y fui feliz. Creí que experimentaría algún tipo de reacción pero lo único que sentí fue indiferencia. Por extraño que suene, aquel ya había dejado de ser mi hogar hacía mucho tiempo.
Junto a Newén y Leonardo deambulamos por toda la casona, inclusive las torres guardianas y los túneles que recorren gran parte de la ciudad y región. Estuve de pie frente al panteón de mis padres, sin embargo, no me atreví a entrar.
Esa noche, cenamos pizzas sentados en el vestíbulo de la casona sin poder dejar de mirar al ángel sobre las escaleras. Aquella escultura siempre me pareció banal y pretenciosa. Ahora me resultaba intrigante. Sus ojos parecían observar todo y al mismo tiempo nada, y emitía una energía armoniosa que contrariaba el aspecto escalofriante que tenia la decoración de la casa.
Ese día fue extraño. Pero más extraño fue el día siguiente.
Ese día volví a encontrarme con Augusta, aquella mujer que reiteró tantas veces su posición de abuela sobre mí. Vaya ironía que nunca haya osado en ponerlo en práctica. En mis años en la academia, evitó visitarme todo lo que fuese posible. Aún recuerdo las noches que pasé llorando a la espera del día de visita para verla, y cuando ese día llegaba, ella simplemente no asistía.
Me gustaría decir que me di por vencida fácilmente, pero la ceguedad que me inundaba en aquel tiempo hacia que desistiera de admitir que ella simplemente no me quería. Así que como para ella no existía, ella para mi tampoco lo hacía. Le hablé directamente cuando fue necesario, y el resto del momento hable con mi hermana.
Lena. ¿Qué puedo decir de ella?
Todo el miedo y las dudas que podían llegar a tener se extinguieron en el instante en que me miró. Quedé cegada por sus ojos perlados que me recordaban a papá y a la tía Ernestina. No había dudas que era mi hermana, y que compartíamos la sangre. Era como verme a mí misma con años menos y con otra vida.
Lo primero que hizo al verme fue sonreír y me abrazó. Así de simple, como si siempre hubiésemos estado juntas y nos conociéramos completamente. No había juicios ni reproches ni odio. Me sentí desconcertada con la confianza y soltura con la que me trató. En el momento en que me soltó, agarró mi mano y me guió a través de la casa de Augusta, sin dejar de hablarme. Hablaba de su vida, de lo que sabía de mí, y de todo lo que soñó que haríamos juntas.
Tardé mucho en hablar. Era sorprendente ver a alguien tan llena de vida. Y fue ahí, cuando su nombre cobró otro sentido para mí. Mamá y papá fueron sabios en su elección. Lena es como un rayo de luz, inmenso y cegador. Ella podía iluminar lo que fuese, y puedo asegurar que a partir de ese momento, se convirtió en mi guía a través de las tinieblas. [...]
Lena parpadeó para desterrar las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Cerró el diario y lo abrazó, respirando hondo para calmarse. Se movió incómodamente en la silla y se obligó a mostrarse bien. Echó de su mente todo tipo de pensamientos y se concentró en el sonido de espadas chocar.
— Nunca voy a admitir cuan excitante es verlos pelear así —susurró Marissa; estaba sentada toda desgarbada en una silla entre Lena y Giles, rodeada de los libros sobre la mesa instalada en el cuarto de entrenamiento y lo cuales había dejado de leer. En sus labios se dibujaba una atrevida media sonrisa.
— Pero acabas de... —empezó a decir Giles, a su lado, hasta que se detuvo con la mirada venenosa que ella le dedico.
Giles puso los ojos en blanco y siguió leyendo el libro de Botánica, que intentaba terminar desde hacía un buen tiempo. Mientras avanzaba, resoplaba molesto y sacudía su pelo castaño. Cada vez que estudiaba y se concentraba en algo, Giles ponía una expresión huraña que le resultaba graciosa a Lena.
Ella sonrió tenuemente y se volvió al centro de la habitación para evaluar que era lo que Marissa tanto admiraba. Dominic y Therón luchaban con sus espadas. Se movían danzarinamente, y con buena técnica se esforzaban para no perder. Sonreían divertidos y desafiantes a pesar de la agitación. Una fina capa de sudor brillaba en sus rostros, y a pesar, de estar sedientos no iban a darse por vencidos en la batalla. Altos, apuestos y con cuerpos fuertes; Lena comprendía bien a qué se refería Marissa y no pudo evitar sonreír.
— Date por vencido Gutiérrez, esta pelea es mía —exclamó Dominic dramáticamente, con una sonrisa perversa. Atacó a Therón con intención de desestabilizarlo pero eso hizo que estuviera a punto de perder.
— ¡Jamás, Larson! —rió Therón, sacudiéndose el pelo en busca de aire y alivio. Sus ojos grises brillaban como la plata. Se agachó para evitar otro ataque de Dominic y aprovechó para darle un golpe con su puño en el estomago. Dominic maldijo en su idioma natal y prometiendo venganza arremetió nuevamente.
En el tiempo transcurrido, Therón había afianzado el conocimiento que una vez había adquirido cuando asintió a la academia de Brasil, y obtuvo la confianza y fortaleza que muchas veces le había faltado. Ya no era un muchacho asustadizo, sino que se había vuelto más extrovertido y desafiante, un rasgo que siempre admiró.
Rápido e implacable, Dominic siguió insistiendo hasta que Therón se le ocurrió probar con una técnica que tantas veces había visto. Se deshizo de un nuevo ataque. Tras tomar un poco de distancia de su oponente, comenzó a correr hacia él hasta que saltó. Pese a que creyó que caería en el camino, logró tomar el envión necesario y usar la técnica requerida para traspasarlo, hasta quedar a sus espaldas y hacer lo único que quedaba: atacar.
— ¡Gane! —dijo con su voz apenas un susurro y una sonrisa incandescente.
Dominic palideció y quedó boquiabierto mirando a Therón que se recostó en el suelo en busca de un poco de estabilidad.
— ¿Cómo hiciste eso? —preguntó Dominic mirando a todos lados. Therón meneó la cabeza, sin habla, y los demás se pusieron de pie para observar si aún estaba con vida.
— Lo logré —festejó Therón aún en el suelo, moviendo sus brazos y piernas descoordinadamente. Estaba dichoso y entusiasmado porque su trabajo había valido la pena. Era una lástima que Valquiria, su tutora, no lo hubiese visto.
Sin poder contener la emoción, Lena lo aplaudió y se apuró en llevarle algo para beber. Giles y Marissa aún seguían confundidos por lo que habían visto.
— Mi hermana estaría orgullosa —le dijo, pasándole una botella de agua a él y a Dom—, a su manera —agregó. Therón levantó sus brazos hacia ella, ambos chocaron las manos y luego lo ayudó a ponerse de pie.
Una vez de pie, Therón saludó amistosamente a Dominic tras aquella ardua pelea, y los tres se volvieron a la mesa con los demás. Lena retomó su lugar, decidiendo dejar a un lado el diario de su hermana por ese momento. Recogió su pelo en una coleta y pispió las nulas anotaciones que Marissa obtuvo de su lectura de Hechos y Personajes.
Giles había dejado de leer lo suyo en el instante en que Dominic se desplomó a su lado para discutir sobre las técnicas que usó y cuales habían servido. Su conocimiento sobre cuchillos y espadas era mucho mayor al de Therón y Dominic, pero a diferencia de ellos, no tenía la necesidad continua de demostrarlo en la práctica. Esa humildad, característica de la dinastía Collins, podía resultar condescendiente para algunos.
— A ti te falta templanza —le dijo a Dominic, y luego posó sus castaños ojos en Therón—, y a ti técnica.
La expresión de Therón se volvió horrorizada, y miró a Dominic antes de volver a Giles.
— ¿Acaso no viste lo que hice? ¡Gane! —se defendió. Giles meneó suavemente su cabeza. Leyó lo que quedaba del último párrafo, y cerró el libro para mirar a Therón con suavidad.
— Y te felicito por eso —murmuró—, pero debes seguir practicando. Esto es cuestión de ensayo y error. Esta vez te salió, pero no sabes la próxima vez.
— ¿Y qué dices de mi? Templanza es mi segundo nombre —se quejó Dom. Giles elevó sus cejas con mirada sarcástica.
— Te apuraste demasiado en querer ganar; aumentaste los ataques pero disminuiste en calidad, por eso mismo perdiste —le explicó.
Dominic parpadeó desorientado, sintiéndose enojado porque sabía que Giles tenía razón; él siempre tenía razón. «Ni que fuera un Warren» pensótomando agua, decidiendo mejor no seguir con aquella discusión. Se cruzó de brazos sumido en una expresión enfadada, que volvía un poco menos virtuosos a sus rasgos delicados y esbeltos. Therón, por su parte, adquirió el consejo de Giles como si lo hubiese dado Valquiria. Tenía mucho por aprender, y por eso mismo no podía negarse a la ayuda de los demás.
Mientras tanto, Marissa y Lena intercambiaban opiniones acerca de los aspectos más aburridos de Hechos y Personajes, y ni hablar de profesora Xiong, quien era la encargada de impartir la materia. Con los años, la profesora oriental se había ablandado pero aún seguía siendo estricta y con mal genio. Su belleza atemporal y etérea era un rasgo vastamente conocido por los cazadores de la región, y el cual aún mantenía.
— Señorita Von Engels —la voz de Violet detuvo la conversación de Lena, con su voz electrónica.
— ¿Qué sucede Violet? —inquirió.
— La señorita Jenkins se encuentra en la puerta, a la espera —explicó. Lena cerró los ojos y ocultó su cara entre sus manos, sintiéndose culpable por haber olvidado el prometido paseo por el parque de la ciudad.
«Maldición» pensó.
Lena se puso de pie. Torpe e insegura miró a su alrededor. Mantener dos vidas, la de cazadora y humana, le resultaba cada vez más complicado. Sus ojos recayeron en Marissa.
— ¿Qué hago? —preguntó, sin estar segura si era para ella misma o pedía ayuda. Como casi nunca sucedía, Marissa le sonrió con compresión.
— Ve con ella, tranquila, nosotros nos quedamos estudiando. Y quizás investiguemos los lugares ocultos de tu casa —respondió con malicia en sus ojos alargados y oscuros.
Lena torció el gesto, y miró a los demás para asegurarse que ninguno estaba molesto con la idea de dejarlos allí solos. La culpa la embargaba y se debatía si estaba bien dejarlos en vez de invitarlos a ir.
— Dale, vete. Phoebe debe estar esperándote y no querrás hacerla enojar... aunque, me gustaría ver cuán linda se pone cuando se enoja —murmuró con picardía Dominic. Lena le dedicó una mirada amenazante, más que nada para proteger el corazón de su amiga que desde el momento en que lo vio quedó obnubilada. Dom sonrió y movió sus manos con soltura en dirección a la puerta.
— ¿De qué otra forma debemos decirte que no queremos compartir mas el espacio contigo? —canturreó Therón, guiñándole el ojo.
Lena sonrió y ante el asentimiento silencioso de Giles, suspiró pesadamente.
— Gracias —les dije—. Violet, hazla pasar —le ordenó a Violet antes de salir corriendo hacia la puerta de salida. Se despidió sumida en el apuro y una vez que desapareció, quienes quedaron intercambiaron miradas.
El silencio se instaló, descendiendo como una nube de humo. En aquel sitio no había tiempo, y lo que transcurrió hasta que uno de ellos habló pudo haber sido luego de horas de que Lena abandonó la habitación, o tal vez no.
— Se la ve mejor —la voz de Giles retumbó en el cuarto fríamente, con los ojos puestos nuevamente en el texto, fingiendo leer.
El movimiento de la lapicera entre los dedos de Marissa se volvió más ágil y rápido. Observó de reojo a Giles, y aunque estaba de acuerdo no respondió. Dominic se movió inquieto sobre su silla y ladeó la cabeza, sumido en el análisis.
— Evidentemente, ella no sabe dónde está su hermana —comentó él, tras meditarlo—. Y tampoco creo que vuelva a la academia —agregó.
— Eso es verdad —concordó Therón, balanceándose en la silla—. Cada vez que hemos hablado de volver, de las clases y los exámenes, ella evita el tema. ¿Qué vamos a hacer? —preguntó.
— Lo único que podemos hacer —Marissa alzó la voz poderosamente—, estar con ella y protegerla como lo haría su hermana —sentenció.
— Para eso es necesario mejorar —opinó Giles. Marissa suspiró con falso cansancio, cambiando su pone a una más desestructurada y un tanto petulante.
— Entonces, supongo que debemos seguir practicando. Ya sabes... lo de ensayo y error —comentó con condescendencia. Giles, Dominic y Therón la vieron sonreír, y se dieron cuenta que ya tendría una idea en su oscura mente—. ¡Violet! —llamó.
— Señorita Guerrero —respondió.
— Simulación 8 preparación —ordenó. La adrenalina de lo que vendría los recorrió. Sus ojos se dilataron, y pese a que pudieron quejarse, los cuatro se pusieron de pie para correr hacia la pared de las armas.
***
La noche había caído tiñendo al cielo de azul. El aire se volvió fresco con el correr del tiempo. Las manecillas del reloj se movían y el sonido repercutía en todos los rincones de la habitación. Todo era soledad e impaciencia. Se oía tenuemente el murmullo de la ciudad hasta que la puerta de la habitación se abrió y un hombre alto de más de 60 años ingresó. El eco de sus pasos retumbaban armoniosamente, y la madera oscura del piso y los muebles, creaban contraste con las paredes blancas decoradas con coloridos cuadros, y la luz de las calles que ingresaba a través de las ventanas creaba un ambiente de desoladora melancolía.
El alto y robusto hombre cerró la puerta tras de sí, sin notar la presencia de invitados. Se deshizo del saco que llevaba puesto y lo dejó sobre la silla de madera ubicada junto a la puerta. Peinó con su mano su pelo blanquecino. Y de repente, desvió sus oscuros ojos hacia su escritorio. La expresión en el hombre se llenó de preocupación y sorpresa, y el pánico lo tensó al vislumbrar dos sombras que lo acompañaban.
— ¿Quién anda ahí? —inquirió, sin demorar tiempo en encender la luz. Todo se iluminó y con ello, pudo identificar con facilidad las sombras.
— Buenas noches doc —lo saludó Leonardo, sombríamente, alejándose de la pared en la que estaba apoyado, con una sonrisa condescendiente. Entre sus manos, estaba su anillo familiar con que el jugueteaba para suplir el aburrimiento; era de oro macizo con la imagen de un cuervo sobre una encina junto a las palabras fides y audacis.
Tanto él como Newén, que estaba sentado tras el escritorio, estaban vestidos de negro para pasar desapercibidos. Mientras la expresión de Leonardo era juguetona e irónica, Newén estaba serio y analítico con sus ojos negros puestos en el doctor.
— ¿Newén? ¿Leonardo? ¿Qué hacen aquí? —inquirió acercándose con suavidad. Había algo en ellos que los hacía ver diferente a lo cotidiano. Quizás era la vestimenta informal o la actitud extrañamente peligrosa que se desprendía de sus auras. Allí frente a él, no se encontraban el doctor Gonzaga y Belisario, los humanos sino los cazadores y eso su podía percibirlo de alguna extraña forma.
— Hemos venido a hablar con usted, doctor Cyrus —dijo Newén, señalando con su mano la silla frente a él. Leonardo ayudó al hombre a sentarse allí y tomó lugar junto a él— Necesitamos su ayuda —respondió Newén—, o más precisamente, la ayuda del grupo del que es parte —agregó. La expresión del doctor Cyrus se tornó inexpresiva ante aquellas palabras. Sus ojos castaños se tornaron turbulentos, y contempló a Newén y Leonardo con sigilosa precaución.
— Hablamos de la logia —la voz de Leonardo sonó fuerte y clara en aquel silencio imperturbable.
La boca del doctor se abrió y volvió a mirar a aquellos dos jóvenes con confusión. Muchas preguntas se habían hecho sobre ellos cuando llegaron a aquella ciudad acompañando a una Valquiria mayor y totalmente cambiada. ¿Quiénes eran? ¿Qué hacían allí? ¿Y porque vivirían en la casona Von Engels?
Ellos eran diferentes a otros de su edad, y quizás se debía a la vida que llevaban. Viviendo rápido y muriendo jóvenes, y de esa manera, tenían una visión más adulta de la vida.
— Vamos doctor, no es necesario que mienta. No a nosotros —rió Leonardo mirándolo con malicia, volviéndose a poner el anillo que Cyrus contemplo pensativo. Newén vio como la preocupación se instalaba en sus facciones pétreas.
— ¿Cómo supieron de mi? —inquirió en un susurro.
— No las ingeniamos —respondió Newén, evitando nombrar a Violet y tener que explicar todo lo que ella significaba—. ¿Usted sabe lo que somos? —preguntó. El doctor Cyrus asintió, tragando saliva con dificultad y viéndose ensimismado en sus pensamientos; no le había costado mucho relacionar la verdadera naturaleza de la familia Von Engels con ellos.
— ¿Nos tiene miedo? —preguntó Leonardo con curiosidad al ver la tensión en el cuerpo del doctor. Sus ojos leoninos lo miraban con picardía; le gustaba la sensación de inspirar temor y respeto. El doctor negó, pese a temerles en el fondo. Temía lo que podrían llegar a hacer y en lo que se convertían cuando querían algo, pero sabía con certeza que no podían dañar a los humanos.
El doctor Cyrus miró a su alrededor, en la búsqueda del tercer integrante de aquel grupo, pero se encontró con la mirada de Newén clavada en él con análisis.
— Ella no está con nosotros —comentó—, lleva desaparecida 6 meses —agregó. El doctor contuvo el aire, mientras un escalofrío se escurría por su cuerpo; intentaba recordar la última vez que la había visto pero su mente estaba nublada por el asombro de aquella situación.
— No hay absolutamente ninguna pista; como si la tierra se la hubiese tragado —murmuró Leonardo, intentando ser paciente pero él quería y necesitaba respuestas rápidas; odiaba esperar.
— ¿Y Lena? —preguntó, con la expresión en blanco.
— Ella se encuentra bien, por el momento —respondió Newén y cruzó mirada con Leonardo; ella era otro asunto del que debían ocuparse para poder encargarse de la situación como era debido.
Cyrus masajeaba con sus manos sus sienes, en busca de algún hilo de noción ante aquella confusión y deseando ser optimista ante el cuadro que Newén y Leonardo le dibujaban. Sintió tristeza al recordar a Valquiria de niña; había sido una criatura amable, tímida y juguetona, llena de una energía que transmitía empatía, tal como sus padres y especialmente Louis, hasta que ellos murieron. Lamentó mucho aquellas muertes, y sobre todo, el destino que había tomado la vida de quienes quedaron.
Hizo memoria, recordando las últimas sesiones pero según lo hablado, todo se mantenía estable. Cada familia descendiente de la dinastía Engelson tenía uno o más protectores, y sus integrantes eran seguidos por un integrante de la logia dependiendo de cuan agitada fuese su vida. Una extraña ironía era que humanos salvaguardaran el bienestar de cazadores, pero era una labor que había iniciado hacía miles de años y que se transmitía a través de generaciones familiares. Su padre había pertenecido a aquella organización, al igual que sus abuelos y sus hijos, y así seguiría siendo mientras los Engelson continuasen luchando por vivir y la tragedia siguiese encontrándose en cada etapa de sus vidas.
Newén y Leonardo permanecieron en silencio, viendo como las emociones se arremolinaban en la expresión del doctor y se transmitían a través de sus ojos. Necesitaban de su ayuda y por eso mismo no lo presionaron. Querían asegurarse que no estaban solos en aquella lucha silenciosa que al parecer no interesaba más que a ellos.
El doctor Cyrus suspiró y los miró serenamente.
— Estamos a su disposición, solo dígannos cómo podemos ayudarlos —dijo sentenciosamente, viéndose sombrío ante tanta seriedad. Newén y Leonardo se miraron inmediatamente con una pisca de optimismo en sus ojos.
***
La habitación, sumida en el silencio premonitorio, era tensa e inestable. Un suave murmullo brotó antes de que la puerta se abriera y la altiva figura de negro ingresara. Todas las miradas se dirigieron hacia ella. Una energía enigmática e intrigante la rodeaba. Su presencia nunca pasaba inadvertida y eso se debía a la elegancia de sus movimientos y a la ferocidad de su mirada de ojos negros.
Algunos intercambiaron miradas y otros se acomodaron en sus asientos tomando una pose mas altiva. Pese a la importancia de sus cargos, no podían evitar la sensación inferioridad frente a ella. Los pasos resonaron hasta detenerse en la cabecera de la mesa. Con sus ojos negros examinó a los presentes en aquella habitación y saludó con un ligero movimiento de cabezas.
— Sepan disculparme si los hice esperar —la voz de Augusta era fuerte y temerario. Se oyó un murmullo como respuesta y tomó asiento en la silla en un movimiento ligero y desenvuelto—. Quiero creer que todos han recibido el mensaje enviado por la junta —explicó moviendo sus manos con soltura, y manteniendo su postura autoritaria, digna de una cazadora de su rango. El ligero asentimiento de los presencia la ayudó a proseguir—. Convoque esta reunión debido a que según como marchan las cosas, no he tenido otra opción que pedir su ayuda en la búsqueda de mi nieta.
— Capitana Algers —la llamaron. Ella se volteó a un lado y sonrió tenuemente.
— Pueden llamarme por mi nombre, Byron —reconoció.
Byron Warden, director de la academia de Austria, antiguo amigo de Louis y Sarah Von Engels e integrante de la Sociedad Fantasma, sonrió y asintió.
— Augusta, nosotros estamos contigo en esta búsqueda. Haremos lo que sea que esté a nuestras manos —dijo Byron mirándola fijamente, para transmitirle cual sinceras eran sus palabras.
Junto a él, se encontraba solo una parte de la Sociedad Fantasma: Aurora Colette, Bernardo Arias, Corney Alcander, Solange Zander, Martin Einarsen y Gianella Gonzaga.
La sonrisa de Augusta se afianzó ante sus palabras. Volvió a contemplar el rostro de todos aquellos jóvenes que habían crecido y se transformaron en grandes adultos. No podía evitar imaginarse a sus hijos llegando a esa edad y compartiendo hermosos momentos con sus amigos. Los ojos negros de Augusta terminaron en Martin; aquel chico de apariencia ruda pero con un corazón sensible. La muerte de Ernestina golpeó a los dos, pero solo a él lo desestabilizó y los errores invadieron sus decisiones. Algo de lo que ella tampoco pudo salir airosa. Martin era una versión adulta de su hijo, con más arrugas y más experiencia. Compartían los rasgos nórdicos, acentuados y glaciales, la contextura física y el pelo rubio. Aunque Norbert podría haber heredado el pelo de su madre, además de los ojos grises perlados.
Martin sonrió tímidamente, y Augusta respiró hondo para tomar la fuerza necesario para continuar.
— Mi suegro y esposo fueron grandes estudiosos de las dinastías, sobre todo de la que pertenecían —dijo lentamente—. Ellos recolectaron mucha información acerca de la historia, creando árboles genealógicos, viajando a sitios que pertenecieron a la familia, y todo lo que estuviese relacionado —agregó, y extendió una carpeta en la mesa que todos contemplaron curiosamente.
Augusta se calló, cruzándose de brazos y ladeó la cabeza con una expresión indescifrable.
— He leído las anotaciones de Norbert y de Albert muchas veces, y en todas he encontrado lo mismo. «La persona que guarda los secretos de la familia»«Podría ser la clave para la subsistencia» En esta carpeta esta lo necesario para que inicien su búsqueda —insistió.
Con verdes ojos escépticos, Byron espero unos segundos hasta tomar la carpeta. Sus dedos hormiguearon bajo el papel, y lo abrió rápidamente. Tardó en encontrar el nombre lo que dura un latido. «Andrómeda Angelotti» decía en el titulo de la primera hoja, y lo que siguió, simplemente lo hizo erizar: «Ella no tiene edad, ni nación. Es un ente que deambula en la tierra como un fantasma, pero que sin embargo es lo suficientemente real como para haber sido parte de algún evento trascendental en la vida de cada Von Engels. Podría ser cualquier cosa, pero la indeleble pregunta es, ¿Es un emisario del bien o del mal?»
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