Capítulo 22. Los jinetes del Apocalipsis
[...] Cuando abrió el primer sello, oí al primer ser viviente, que decía: "Ven". Miré y vi un caballo blanco, y el que montaba sobre él tenía un arco, y le fue dada una corona, y salió vencedor, y para vencer. [...] Ap. 6.2.
Mortal y certero, Ragnar recorría el campo de batalla arriba de su motocicleta disparando con su arco. Las flechas parecían no agotarse a medida continuaba aniquilando demonios y evitando colisionar con ellos. Sobre su moto y peleando, Ragnar se trasladaba de una batalla a otra en un abrir y cerrar de ojos. Londres, Buenos Aires, México, Rio de Janeiro. Todas las ciudades del mundo estaban siendo atacadas por todos los flancos. Demonios intentaban corromper a las personas que no alcanzaban a refugiarse del peligro, mientras que el cielo estaba oscurecido por la lluvia y el granizo que caía letalmente, el fuego de las estructuras destruidas iluminaban crípticamente, mientras que la sangre teñía el suelo y cuerpo de los sobrevivientes.
— ¿Alguien sabe cómo se detiene un apocalipsis? —inquirió él en tono juguetón, como si acaso estuviese junto a los demás. Se reía oscuramente, sintiendo la plenitud luchar.
— Si encuentras la respuesta, hazla saber —respondió Leonardo; su voz salió del comunicador que poseía en su oído y al que aún no acostumbraba a tener. La batalla entre la tecnología y él nunca sabría cómo ganarla, pero la que estaba presenciando sí.
Silbó con efusividad y el grupo de demonios amorfos se detuvieron para observarlo con frenesí. La locura y el caos se vislumbró en sus ojos a medida que corrían con desenfrenó hacia él. Ragnar sonrió y giró su motocicleta para alejarse lo más que pudiera de la zona donde se encontraban los humanos. Anduvo unos metros hasta que reconoció una estación de servicios, y se encargó de dirigir al conjunto de demonios hacia allí. Y una vez estuvieron en el lugar exacto en donde los quería, se alejó tan rápido como pudo, disparando con precisión milimétrica su arco. La flecha sumida en fuego salió disparada hacia los tanques de combustible y la gran explosión iluminó el cielo, y su mirada se llenó de victoria.
Ragnar aceleró y se transportó hasta Aage, donde recorrió las solitarias calles. La oscuridad volvía espeluznante a una ciudad sumida en el desastre. Las personas habían huido y se encontraban refugiadas, a salvo de la guerra que acontecía en el mundo entero. Avanzó hasta las afueras de la ciudad donde otra batalla estaba aconteciendo. Con la adrenalina recorriéndolo como un elixir de vida, Ragnar gritó eufórico, volviendo a sostener su arco para deshacerse de la mayor cantidad de enemigos posibles.
Pasó junto a Therón, Dominic, Giles y Marissa que luchaban como una férrea unidad. El primero cuidaba las espaldas de sus amigos y Giles comandaba, mientras Dom y Marissa atacaban con ferocidad y sin miedo.
— ¿Cómo van, niños? —preguntó Ragnar, echándoles una mirada sobre sus hombros.
— ¡No somos niños! —se quejó Marissa. Él sonrió ante el tono de reproche, y es que para los cientos de años que poseía, ellos no eran más que niños. Con aquella actitud rebelde y arrogante, Marissa disparaba hacia todas direcciones sin permitir que los enemigos se acercaran a ellos.
— Creo que tenemos todo controlado por aquí, nos deshacemos de ellos y vamos hacia el siguiente punto de encuentro —le dijo Giles. Ragnar asintió y continuó peleando en soledad.
— Jinete, ¿puedes sacar de aquí a Phoebe? —inquirió Hamish con su tono sarcástico mientras luchaba contra un licántropo; cerca de él se encontraba Demyan peleando con su espada. Phoebe miró ofendida a Hamish, y Ragnar no alcanzó a responder que la levantó de su cintura para subirla delante de él en la moto. Ella gritó sorprendida y miró a su alrededor desorientada.
— Damisela en apuros, ¿me recuerdas por qué estás en medio de una guerra en vez de correr a refugiarte? —inquirió Ragnar en voz suave en su oído. Phoebe saltó viéndose a la defensiva, y le dedicó una mirada venenosa.
— No voy a dejar a Lena sola en esto, y no soy ninguna damisela en apuros. Fui a aprender defensa personal —respondió tajante, cruzándose de brazos—. O por lo menos fui a un par de clases —agregó en voz baja. Ragnar sonrió divertido.
— Si, no creo que allí te enseñen a defenderte de licántropos, demonios y vampiros —comentó, agarrando los brazos de ella y obligándola a sostener el volante de la moto—. ¿Sabes conducir? —inquirió, y ante la mirada de pánico de ella, él suspiró—. Ok, vas a aprender a la fuerza entonces —comentó Ragnar soltando el volante y dejando que su motocicleta fuese conducida por una Phoebe que estaba más horrorizada por una moto que por un demonio.
Phoebe condujo la moto con torpeza al principio pero poco a poco logró a adaptarse, mientras Ragnar disparaba y se deshacía de hordas de demonios con solo un movimiento de manos. Ella estaba a punto de preguntar a donde debían ir cuando tuvo que detenerse forzosamente ante una bestia que se erigía frente a ellos. Los grandes ojos claros de Phoebe recorrieron con temor el cuerpo del gigante licántropo que se alzaba frente a ellos.
Sintió el pánico recorrerla y estuvo a punto de gritar hasta que vio que sus ojos no estaban eyectados de sangre como el de los demás que había visto. Ragnar apuntó contra él, con la respiración agitada e intentando concentrarse.
— No le dispares —dijo Hamish en voz calma, viéndolos desde la distancia. La expresión de Ragnar se arrugó, y miró hacia atrás, a un Hamish inexpresivo que negaba con su cabeza.
Parpadeando anonadada por la calma que la bestia emitía, Phoebe parpadeó y reconoció aquellos serenos ojos azules. Su respiración se atoró en sus pulmones, y con su mano desvió la flecha de Ragnar de Ethan.
— ¿Estás herido? —le preguntó ella, sin aliento, e Ethan negó.
— No eres el único bastardo —canturreó Hamish, y Ragnar vio como Ethan reconocía más licántropos enemigos, y con un aullido se alejaba a toda velocidad. Muchas veces había oído de cazadores que se juntaban con otras razas, pero nunca había visto un mestizo de esa manera con sus propios ojos.
Con un suspiro profundo Ragnar sacudió su cabeza, y volviendo a colgar el arco, tomó el control de su moto yendo directamente hacia el lugar donde sus sentidos le indicaban que estaban los problemas.
[...] Cuando abrió el sello, oí al segundo ser viviente que decía: "Ven". Entonces salió otro caballo, rojo; al que lo montaba se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a otros; se le dio una espada grande. [...] Ap. 6, 3-4
Una espada grande y afilada, era empuñada por una figura alta y oscura, que ocultaba su rostro bajo su capucha. De su pálida y espectral mano sobresalía un anillo rojo como el rubí. Los ojos grises de Valquiria estaban posados en ese anillo con detenimiento, mientras se encontraba doblegada en el suelo por una poderosa fuerza y el filo de la espada sobre su cuello. Estaba a un solo movimiento de morir pero no se veía ni temerosa ni intimidada.
Leonardo y Newén intentaban frenar a una Lena que enloquecía con cada segundo que pasaba. Una vez se había desecho de las líneas enemigas, aquel espectro apareció repentinamente amenazando lo más importante que había logrado conseguir en el último tiempo.
— Suéltala, aléjate, maldita sea. ¡Metete conmigo, pero no con ella! —exclamó Lena iracunda, con su mirada oscurecida y luchando contra la fuerza que Newén y Leonardo podían sobre ella. Ambos estaban temerosos pero debían ser cuidadosos con lo sea que dijeran o hicieran.
La figura oscura movió su cabeza, pero nadie pudo ver la sonrisa que emergió de sus labios al ver la reacción de Lena.
— Definitivamente es tu hermana —canturreó la voz grave e intimidante que hizo a Lena detenerse, para mirarlo con precaución. Valquiria, aún en el suelo, sonrió y miró de soslayo a su hermana. Lena encontró la mirada de Valquiria y la confusión la rodeó cuando ella le guiñó un ojo con tranquilidad.
— ¿Se puede saber que mierda haces aquí? Creí que no te vería hasta la próxima vez que bajara al infierno —dijo provocativamente con una sonrisa maliciosa. Una risa sinfónica y espeluznante salió bajo la capucha.
— Dime Emperatriz, ¿Ya has purgado los pecados que tanto te atormentan? —preguntó Adok, bajando su capucha para dejar ser visto. La sonrisa de Valquiria se mantuvo inquebrantable, mientras Lena no entendía porque su hermana no estaba preocupada o huía de contacto de la espada.
Adok y Valquiria mantuvieron sus miradas en el otro. Los ojos blanquecinos de él brillaban por la sed de guerra, y sobresalían en la palidez de su rostro y su pelo rubio. El corazón de Lena latía con torpeza a medida que el silencio se prolongaba, hasta que estuvo a punto de desfallecer cuando Adok avanzó con la espada pero Valquiria simplemente desapareció.
Ella se materializó tras su espalda, deshaciéndose de su espada y desarmándolo.
— Te has vuelto buena en la lucha mental —comentó él.
— He tenido un buen maestro —canturreó ella, al mismo tiempo que Lena se zafaba de Newén y Leonardo para atacar a Adok por querer asesinar a su hermana—. Lena, no pasa nada —le advirtió Valquiria usando gran fuerza para detener a su hermana que estaba decidida a matarlo.
— Nadie se mete con mi hermana. Voy a acabar contigo —dijo tirando golpes que solo producían gracia a Adok y más furia a ella.
— Lena, él es un demonio mayor, un ángel caído, no creo que sea fácil matarlo —respondió Valquiria alejándola.
— Bueno, voy a intentarlo —admitió con atrevimiento. Adok puso los ojos en blanco, y movió sus manos para tirarlas a ambas al suelo. La espada desapareció de sus manos, y se cruzó de brazos, caminando altivamente hacia ellas.
— Al parecer la altanería corre en la sangre —murmuró observándolas cuidadosamente, y ambas le dedicaron miradas de advertencia.
— ¿Quién eres? —inquirió Newén con tono diplomático. Adok suspiró aburrido, acomodando su pelo con desdén.
— Adok, ángel de la oscuridad y miembro honorifico del infierno —se presentó con una elegante reverencia. Las cejas de Newén se elevaron con desconfianza y buscó en Valquiria el asentimiento que necesitaba para creerle.
— ¿Se puede saber qué haces aquí? —inquirió otra voz. Todos se giraron y reconocieron a Ragnar caminando tranquilamente hacia ellos, con una torpe Phoebe que le seguía los pasos de cerca.
— Perdón, ¿se conocen? —preguntó Valquiria poniéndose de pie, y ayudando a su hermana. Había cierto reproche en su voz, que hizo que Adok la mirara con recelo.
— Claro que conozco al otro bastardo —canturreó en su tono pedante, y movió su cabeza para ver bien a Phoebe—. Hola preciosura —dijo con una sonrisa, y recibió un duro golpe de Ragnar.
— Aléjate de ella —le advirtió él, y se encargó de que Phoebe no cayera en las garras del demonio con una gran afición a las jovencitas de aspecto inocente. Con desconfianza y duda, Phoebe se refugió tras Lena.
— Cuidado como me tratas bastardo malagradecido —exclamó con dramatismo.
— Adok fue quien cuido de mí y me entrenó, enseñándome cómo usar mis dones para prolongar mi existencia —le explicó Ragnar a Valquiria, ignorando a Adok. Algunas cosas comenzaron a tener sentido para ella; entendía porque él siempre quería ayudarla a su modo, y la había entrenado para que nadie se metiera en su mente, guiándola por el infierno con su peculiar estilo que consistía en maltratarla y llamarla bastarda.
— ¿Por qué? —inquirió confundida. Adok puso los ojos en blanco con falso malestar y suspiró, tornándose analítico.
— Caí del paraíso porque no estaba de acuerdo con muchas cosas de allí, pero eso no significa que esté completamente de acuerdo sobre cómo se tratan las cosas en el infierno —dijo—. Y hay cosas que deben mantenerse como están, y no intentar cambiarlas —agregó.
— ¿Cuándo te refieres a "cosa" estás hablando de los demonios en la tierra? —inquirió Lena. Adok negó con una amarga sonrisa.
— Me refiero a Lucifer. La misma soberbia y ambición que lo llevó a caer, es lo que va a hacer que todos los demás nos extingamos en esta guerra que no nos pertenece —dijo, sonando letal y furioso—. Él no puede llegar a la tierra, porque una vez que lo haga, nada podrá devolverlo al infierno donde está encerrado, y al que se encargará de destruir para no volver —agregó. Valquiria se tensó, mientras que Lena sintió su piel erizarse. La simple idea de que el primer caído se materializara allí, las hacía temer lo peor para la humanidad.
— Eso no va a suceder —dijo Ragnar con firmeza. Adok lo miró con tristeza, y tocó su rostro con actitud paternal.
— No, mientras los tres sigan con vida. Ustedes son los únicos que tienen la sangre de él y de Miguel que puede permitir esa transición —insistió y miró a Valquiria con severidad—. Sobre todo tú, que ya has iniciado el proceso —le advirtió. Valquiria asintió, recordando el intercambio de sangre al cual no había temido; había analizado las consecuencias y se dio cuenta que al poseer ya sangre de él, no correría más peligro del usual, en cambio él... a él si podía llegar a afectar la suya con la sangre de Miguel.
— Si no estás con ellos, ¿significa que estás con nosotros? —preguntó Leonardo, aun sosteniendo sus armas con desconfianza. Adok lo miró y sonrió suavemente.
— Soy como un jinete del apocalipsis, mis acciones desdibujan las barreras del bien y del mal —sentenció—. Solo por ésta vez, los ayudaré haciendo que las legiones oscuras se maten entre ellos, pero no será por mucho tiempo. Debo regresar y hacer de cuenta que nada de esto pasó, solo debía advertirles —dijo. Recorrió a todos con sus ojos y miró al cielo con severidad—. ¡Me oyes hermano! ¡A veces soy mejor tomando decisiones que tú, infeliz! —gritó, desapareciendo instantáneamente.
Todos permanecieron confundidos y asombrados por el peculiar demonio, y buscaron en Valquiria una respuesta que no tenía.
— En el paraíso, Adok y Miguel compartían un lazo que podría denominarse de hermanos —explicó Ragnar, recibiendo las miradas inauditas de todos. Reconociendo que las sorpresas parecían no acabar nunca.
[...] Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: "Ven". Miré, y vi un caballo negro. El que montaba tenía una balanza en la mano. [...] Ap. 6,5.
A paso lento y decidido, iban atravesando los pasillos de la Academia de Austria con Valquiria a la vanguardia. Ella lucía como un general oscuro y letal.
Las redes de protección estaban erigidas alrededor de una academia silenciosa. Ya no quedaban estudiantes, y los únicos habitantes, se encontraban en el edificio central que contaba con los sectores de logística, tecnología y salud, entre otras cosas.
La mayoría del grupo, lucía preocupado y cansado, mientras que Phoebe y Demyan se veían embelesados por la magnanimidad del lugar. Los ojos de Phoebe no le alcanzaban para observar todo, y continuaba incrédula de que un sitio como ese pudiese pasar tan desapercibido en la espesura de los árboles y las montañas.
Newén, Leonardo y Demyan estaban atentos a una Valquiria silenciosa, aparentemente tranquila de estar yendo a un sitio donde su seguridad y libertad corría peligro. Su rol en aquella guerra aún era sospechoso para la comunidad kamikaze, y tenía noción de que cuando todo acabara, debía entregarse a las autoridades para ser enjuiciada.
Ingresaron a una de las zonas más subterráneas de la academia; una sala inmensa con equipamiento militar y táctico. Un grupo de cazadores se alejaron de la mesa en la que estaba su atención, y sus expresiones palidecieron al verla acercarse a ellos.
— ¡Al fin llegaron! —exclamó Augusta separándose de la mesa para acercarse a ellos, cerca de ella se encontraban Viridis, Runa y Norbert—. Ya les he adelantado acerca de esto —agregó, y Valquiria asintió preguntándose si el adelanto también incluía especificaciones de sus líneas de sangre que era la principal causa.
— Bien. Por favor, curen a los heridos y asegúrense que Phoebe y Demyan estén intactos —murmuró, sacudiéndose el pelo con inquietud. Inmediatamente Leonardo se hizo cargo de la situación para ser ayudado por auxiliares médicos.
Newén permaneció a su lado, con actitud inquebrantable. Y Valquiria ni se molestó en insistirle en que vaya a la revisión, porque tenía la seguridad de que no lo haría. Augusta volvió a acercarse a la mesa, y Valquiria permaneció un instante analizando su alrededor y a las personas que conocía, observarlas con cierto reproche y juicio. Recordó la última vez que estuvo en la academia, y no podía negar cuanto habían cambiado las cosas.
— ¿Estás bien? —le preguntó Newén en un susurró. Valquiria asintió silenciosamente, con sus ojos puestos en uno de sus antiguos mentores.
— Solo estoy intentando tomarme con calma todo, ya sabes... los cambios —respondió ella en un susurro, y posó sus ojos sobre él con un sutil brillo malicioso—, como lo de mi hermana y Leonardo —agregó. Solo alguien que conocía bien las expresiones y respuestas de Newén podía reconocer cuan sorprendido se veía, y Valquiria era una de esas personas.
— ¿Cómo lo supiste? Hace apenas unas horas me enteré —inquirió parpadeando anonadado, y ella sonrió suavemente.
— Es fácil verlo cuando no dejas de observar a las personas que tanto echaste en falta tener frente a ti —declaró, guiñándole un ojo y avanzando hacia la mesa con los demás, sin darle tiempo de replicar ni tampoco de procesar el hecho de que ella acababa de confesar que los extrañaba.
Respirando hondo para aplacar la inquietud, Valquiria se acercó a la gran mesa precedida por Byron, quien la observaba con mirada analítica. Sus ojos verdes como las esmeraldas brillaban con algo parecido a la felicidad y melancolía, y no dudó en acercarse hacia ella para abrazarla en un gesto sumamente paternal. Él la había cuidado e intentado proteger prácticamente toda su vida, y era lo más parecido que tenía a una hija. Los días sin saber de ella le resultaron pesados y terroríficos, y volver a verla sana y salva, le devolvían la tranquilidad que necesitaba para dirigir aquella guerra.
— Por favor, no vuelvas a desaparecer de ese modo —le dijo al oído, y ella asintió, sintiendo las emociones recorrerla con fuerza—. Le prometí a tu padre que te protegería, y lo haré hasta el día en que muera —agregó, enlazándola con más fuerza y alejándose súbitamente para luchar con la sensibilidad que lo rodeaba. Él secó las lágrimas que amenazaban con salir, y ella suspiró entrecortadamente, palmeándole la espalda para darle ánimos.
Valquiria posó sus manos sobre la mesa y recorrió con sus ojos a los presentes. Allí había más conocidos de lo que creía, y sonrió con pesar y tormento.
— Supongo que es irónico si digo buenas noches —comentó con expresión sarcástica, y encontró la mirada dorada de su mentora que la contemplaba con análisis—. Creo que debo dar explicaciones pero no tenemos el tiempo necesario para hacerlo, lo único que puedo decir es que tengo noción de los sectores en que se llevan a cabo los principales ataques y el número de filas enemigas. Por lo tanto, pueden enjuiciarme ahora y perder esta guerra, o aceptar mi ayuda y enjuiciarme después, habiéndola ganado —expresó con templanza y firmeza.
Las miradas fueron de unos a otros, pero Valquiria solo observaba a Emer Ferguson, su más aguerrida y temida profesora, quien fue la que una vez le enseño que para triunfar en ese mundo, a veces era mejor ser temido. Los ojos dorados resplandecían en su pálida piel, y su cabello negro azabache estaba recogido en una tirante cola de caballo. Ella se mantuvo inexpresiva hasta que una ligera sonrisa curvó sus labios.
— Creo que no estamos en las mejores condiciones para que la información se desperdicie, ¿No creen? —inquirió Emer, observando a sus colegas, entre ellos a Søren Larson, quien parecía más concentrado en saber el estado de su sobrino. Emer se aclaró la garganta para captar su atención. Los ojos verdosos de Søren se posaron en ella, y Emer ladeó su cabeza con suspicacia—. ¿Lo aburro Larson? —inquirió con tono desafiante.
Larson y Ferguson. El Dragón y la serpiente, se contemplaron en silencio, siendo el centro de las miradas precavidas. Al parecer, por más que el mundo se fuera al infierno, ellos siempre encontraban modo de desafiarse y pelearse.
— Nunca podría aburrirme, querida cuñada —Søren le sonrió con fingida inocencia, y Emer entornó los ojos sobre él. Si acaso las miradas matasen, él habría muerto, pero lento y tortuosamente.
Valquiria puso los ojos en blanco, sin paciencia para aguantar las peleas egocéntricas de sus mentores con importantes problemas de celos familiares.
— Valquiria, ¿Qué es lo que propones hacer? —preguntó Jarrel Kenway, su antiguo novio y tutor de Lena. Ella se volteó para mirarlo; él continuaba viéndose hermoso con su apariencia clásica y cuidada, pero notaba que había perdido la diversión y osadía que tenía años atrás. Luego de la muerte de su esposa, él no era el mismo.
— Exterminar las amenazas más importantes, doblegar a los que quedan y contener los lugares en que los demonios pueden llegar a la tierra. Es necesario el trabajo de exorcistas, la comunidad, y si es posible de los hijos de la vida y la muerte —dijo—. Esta es una guerra que solos no podemos ganar —sentenció.
— Desde que esto se volvió mundial y afecta a todas las razas, ellos han aceptado unirse, solo debemos indicarles donde actuar —comentó Jarrel.
— No creo que ellos acepten nuestras órdenes, así como así —susurró Augusta, a su lado, con preocupación.
— Díganle que es una orden de la Emperatriz. Que nadie los salvará de ella, si es que se niegan a salvar a la humanidad, porque la balanza no favorecerá a los cobardes y egoístas —declaró, sonando sombría y amenazante. Sus ojos se oscurecieron con inclemencia. Cualquiera que estuviera al filo del bien y el mar sabía que significaba ser la emperatriz, y Valquiria lo usaría para dar justicia.
— ¿Quién es la Emperatriz? —preguntó Byron desorientado.
— Yo —respondió sentenciosa.
[...] Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: "Ven". Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía el nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra. [...] Ap. 6, 7-8.
Virtuosa y demencial, Runa se deshacía del enemigo con elegancia y atrevimiento. Moverse en el campo de batalla le resultaba tan natural como respirar, y su temperamento tempestuoso sobresalía en cada pequeña victoria.
Ella y Ragnar, hacían una dupla inigualable. Ninguno de los dos podría haberse imaginado estar peleando como pares, en vez de como madre e hijo. No había edades ni rangos, el objetivo era proteger a la humanidad y lograr que los planes que tenían para derrocar a los cazadores, no resultase.
La sed de venganza de Runa iba más allá del rencor y el tormento, ella lo demostraba con su desafiante confianza, queriendo destruir todo a su paso para que nadie dudara de su fortaleza y convicción. El primer intercambio de linaje había sido ocultado con éxito, pero el segundo había desatado una serie de acontecimientos que no iba a permitir que se repitiesen. No solo habían hecho sufrir a una familia y a persona, sino a la humanidad. Porque en aquella guerra, la principal víctima eran los humanos, que nada tenían que ver pero que sin embargo, eran las herramientas que el mal usaba para chantajearlos.
Tan alejados de los demás, Runa se preguntó si acaso se encontraban solos luchando, pero con el tiempo se percató que allí también se encontraba un Caleb sombrío y preocupado por la humanidad, luchando con su daga desplegable con grácil maestría. Su figura oscura contrastaba con la palidez de su rostro y lo hacía ver joven y frágil, aunque él estaba lejos de ser frágil. A su lado, se encontraba una muchacha pequeña de cabellos rojizos con ojos dorados que se deshacía de los demás con un arco dorado, con extrañas inscripciones en latín, y flechas, y un chico de rasgos orientales con expresión burlona que disparaba con su ballesta a cada ser que quisiera llegar a él.
Runa sonrió, al darse cuenta que sus sentidos se disparaban pero sin desconfianza y reconocía que aquellas personas eran ángeles como Caleb. En un momento, él la miró y ella le guiñó un ojo solo para provocarlo, y así dejar de verlo tan martirizado como siempre. Él siempre había sido hermoso e inteligente, pero ese pesar que lo seguía lo hacía lucir solemne y atormentado.
Ella estaba teniendo una difícil pero placentera pelea con un licántropo, hasta que una sombra rápida y oscura la rodeó, y su enemigo cayó sin poder dar pelea. Runa se detuvo con indignación y elevó sus ojos hasta encontrarse con un par de ojos verdes que brillaban como joyas. La fría juventud de sus rasgos como marfil, el castaño pelo que brillaba como el cobre y sus labios gruesos curvos en una sonrisa pedante, la hicieron cruzarse de brazos con ironía.
Cientos de años debieron pasar para que ella volviera a reencontrarse con el encantador caballero que resultaba ser un vampiro.
— ¿Qué haces aquí? —le dijo con reproche. Él se encogió de hombros y se acercó a ella con galantería.
— Intentando hacer las cosas bien por lo menos una vez —respondió. Y pese a que Runa pudo haber desconfiado, siempre había tenido buena intuición y sabía que él decía la verdad. Sonrió tenuemente y su mirada se desplazó a un Caleb que se acercaba a ambos.
Con su arma en mano, Caleb le dedicó un asentimiento diplomático a Joshua, haciendo que Runa los mirara con picardía. Entre ambos parecía haberse escrito alguna especie de tregua que sería indeleble durante aquella inagotable guerra.
— Por un instante, siento que estamos de nuevo en el siglo 16 —suspiró Runa con peculiar melancolía, y los tres cruzaron miradas con curiosidad; no solo era porque se encontraba los tres reunidos, sino por las guerras y peleas que se desataban en el mundo, por la ambición del poder, y porque tanto la humanidad como los cazadores y el resto de seres seguían cometiendo los mismo errores del pasado.
«Siempre se sentencia al pasado pero no se evalúa el presente» pensó ella.
— ¿Encontraste a Merari? —preguntó Joshua a Caleb. Éste negó con suavidad y preocupación.
— Ya todo el cielo está advertido, y el círculo de ángeles de Miguel se encuentra en la tierra peleando, así que ya sea en la tierra o en el cielo, ella será detenida —comentó.
— ¿Y qué hay del infierno? —inquirió Runa, ladeando su cabeza.
— De eso yo me encargo —sentenció Joshua, y se volvió hacia el ángel—. ¿Y Valquiria? —preguntó. Runa reconoció la preocupación y el temor dibujados en su rostro. Podría ser que los vampiros no tuviesen alma, pero aun así lo que tenía él hacia Valquiria iba más allá de lo mundano y terrenal.
— Ella está bien, es la misma de siempre... o algo así —respondió Caleb un tanto dudoso. La confusión dibujó líneas en el rostro de Joshua, que se desvanecieron al instante.
— Madre... estaría necesitando que dejen de hablar y decidan actuar —comentó con aire pedante Ragnar, observando a Runa venenosamente. Ella le sonrió con suficiencia, y volvió sus ojos hacia un Joshua que parecía no haber enloquecido con aquella situación.
— Lo sabías —susurró ella, y no era ninguna pregunta. Él había sabido siempre que era una Engelson metiéndose con un Dunstan, y él era la razón de los ataques la noche en que se fugó. Y si no lo hubiese hecho, ella habría muerto como también Johann, y su hijo habría tenido el mismo destino que a Valquiria le deparaba. La única diferencia, es que ella tenía una vía de escape aunque no se diera cuenta, y Ragnar nunca la habría tenido, y el mundo hubiese perecido sin la existencia de los cazadores.
— No tuve otra opción —dijo, mirándola firmemente. Ella respiró hondo y se irguió, demostrando la actitud inquebrantable que siempre la había caracterizado.
— Siempre hay opción, y si no la hay, la encuentras. No hay peor mal que arrepentirse de cosas que fueron hechas por voluntad de otro y por cobarde —indicó, recordando el tiempo en que estuvo casada con un hombre que no amaba ni respetaba.
Joshua parpadeó. Runa resultaba intimidante y atrayente en un modo sin igual, ella era furia y suavidad, elegancia y brutalidad, vida y muerte. No había algo de lo que ella no tuviese razón. En su juventud, Runa había resaltado como una muchacha bonita de la alta sociedad que solo quería divertirse, pero había más atrás de esa fachada. Se ocultaba un ser inteligente y meditabundo. Ella era una contradicción devastadoramente tormentosa.
Ambos mantuvieron el contacto visual, sin dar el brazo a torcer. Una puja mental y emocional se llevaba a cabo con sus ojos, hasta que Caleb suspiró y chasqueó los dedos.
— No creo que estemos en el mejor momento para que se pongan a pelear —indicó. Runa no pudo evitar mirarlo burlonamente, porque aquello era lo más cercano a defender a Joshua en toda su existencia—. No lo estoy defendiendo, solo es un comentario —dijo, defendiéndose y Joshua sonrió con sorna.
— Angelito, es cuestión de tiempo para que admitas que me amas —canturreó, y Caleb le respondió poniendo los ojos en blanco.
— ¡STURM! —le gritó Ragnar a Runa, y ésta lo miró con impaciencia, haciendo que Ragnar respirara hondo y siguiera luchando solo.
— Intentemos acabar con éste último grupo —dijo Runa, volviéndose a poner en actitud de comandante y tomando sus armas. Observó los alrededores de donde se encontraba, en algún lugar de Europa del Este, y les indicó a Caleb y Joshua hacia donde debían atacar.
Sola era letal, pero acompañada, se sentíacomo una diosa de la muerte, aniquilando al enemigo para dar paz a su alma y ala humanidad.
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