Capítulo 19. Andrómeda Angelotti
— ¿Qué pasa? Parece que hubieran visto a un fantasma —rió divertida.
Caleb comenzó a negar cada vez con más fuerza, negándose a creer lo que veían sus ojos. Ella estaba ahí, frente a él, tan viva y juvenil como siempre. En ninguna parte de su cerebro lograba procesar que la Runa que murió hace cientos de años estaba frente a él, haciéndose pasar por otra persona.
A su lado, Lena estaba sin aliento aún sosteniéndose de Leonardo para no caer. Sus ojos recorrían a Runa con énfasis, sintiéndose maravillada y un tanto horrorizada por que estuviese allí. Había pasado mucho tiempo leyendo su diario, internalizando con sus pensamientos, temores y sueños, tanto que la sentía como una vieja amiga.
En el momento en que Runa posó sus ojos en Lena, le sonrió y se acercó un poco más para sostenerle el rostro, con actitud protectora y cariñosa.
— Eres más bonita de lo que imaginé —dijo Runa—. Creo que sabes quién soy, ¿no? Eres de los pocos que han reaccionado como él —señaló a Caleb. Lena asintió, sin palabras.
— ¿Cómo es que estás viva? Deberías haber muerto hace cientos de años —exclamó su ángel. Runa suspiró y puso los ojos en blanco, mirándolo con reproche porque había asustado a los pocos que quedaban espantar.
— Había olvidado que eras más dramático que yo —murmuró—. Para que te sientas más tranquilo no soy un vampiro. Solo le pedí mi inmortalidad a una hija de la vida y la muerte —dijo.
— ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo? —inquirió Caleb.
— Cuando me di cuenta que debía hacer algo para proteger a mi familia, y cuidar a lo que más amaba —respondió—. Desde ese momento, no he hecho otra cosa más que cuidar a cada Engelson, ya que tu a veces no has sido muy efectivo —se encogió de hombros—. Los he seguido en cada paso, pero no siempre lo he tenido fácil —comentó, y ante la expresión de Caleb, ella se vio indignada—. Incluso llegó a mis oídos que no me amaste realmente, me partiste el corazón... pero lo superaré —exclamó.
Caleb resopló, y Lena no pudo evitar sonreír. Ella era tan dramática, desenfada y altanera como la imagino. Runa realmente podía hacer que una habitación quedara en silencio mirándola y escuchando cada cosa que dijera.
— ¿Y qué pasó con Johann? —preguntó Lena. Runa se volvió serie y tormentosa, y sus ojos se volvieron opacos.
— Mi esposo murió —respondió.
— Él realmente no era tu esposo —susurró Caleb, y recibió las miradas venenosas de Runa y Lena sobre él.
— Es un gusto conocerte, mi esposo y suegro pasaron mucho tiempo investigándote —Augusta le dijo, estirando su mano hacia ella. Runa le miró con curiosidad, y le tendió la mano. Había algo que le recordaba a su madre; quizás además de sangre Algers, tuviese algo de Mortensen.
— Oh... a mí siempre me encantó jugar a las escondidas, y más cuando querían saber de mí, y debía mantenerme oculta —comentó, y tras reír de sí misma, encontró entre el gentío a Hamish y su risa se esfumó.
Runa parpadeó anonada, caminando con elegancia hacia él, y ni siquiera tuvo pudor cuando pasó sus manos por su rostro y su pelo. Hamish se mantuvo quieto y silencioso, precavido y se tensó cuando los ojos de ella se detuvieron en los suyos. A su lado, Ethan elevaba las cejas con curiosidad, al nunca haberlo visto intimidado. Ella lo miraba fijamente, con ensoñación, y sonrió con tristeza.
— Tienes sus ojos —susurró Runa en trance—. Eres un Law, ¿no? —preguntó, y Hamish asintió sin palabras. La sonrisa de ella se extendió por su rostro.
— ¿Los ojos de quien? —inquirió Lena.
— De Johann —respondió Runa—. La mayoría de los Law los tienen, hay igual que los Madison...
— Al igual que los Dunstan —declaró Hamish, mirando a Lena con detenimiento y volvió a Runa—. Tu esposo era un Dunstan —preguntó, aunque sonó más a una afirmación. Ella asintió suavemente—, y tu una Engelson —agregó. Runa se volvió melancólica y triste, con los ojos nebulosos aún con sus manos en el rostro de él.
— Y mi hijo, el otro heredero del bien y el mal —declaró.
*****
Tras analizarlo hizo su próximo movimiento. Un movimiento, una decisión que se sumaba a la larga lista de decisiones que había tomado últimamente. Al principio, creyó que podría manejar todo pero a medida el tiempo pasaba, las cosas se le estaban yendo de las manos. Quizás Adok tenía razón cuando se burlaba de ella, por querer jugar un juego de miles de años, pero no se detendría en ese momento. Ya era tarde para hacerlo...
— Hemos decidido cambiar los planes a último momento —dijo Mith, y Valquiria supo que nada bueno venía—. Los ataques han comenzado nuevamente, y se ha decidido que el exterminio será más brutal que antes. Así no quedaran dudas que vamos por todo —agregó él.
Valquiria dejó de respirar por un microsegundo, e intentó verse completamente desafectada. Tenía que hacerlo, nadie, mucho menos Mith debía sospechar que ella estaba enloqueciendo internamente. Debía seguir en su papel de la fría y perfecta líder que ellos querían. Una líder que no era más que una figura metafórica de lo que les deparaba a los cazadores. Ella lo sabía pero a pesar de eso, esperaba poder tener un papel más prescindible en la guerra y lograr manejar la situación a su antojo. Desafortunadamente para ella, nada de eso estaba resultando.
— ¿Y por qué no se continuo con mi plan? —inquirió con tranquilidad, apoyando su rostro con su mano.
— Era demasiado blando. Necesitamos hacerles saber que estamos dispuestos a todo, y que no daremos marcha atrás. ¿No crees? —insistió Mith, mirándola fijamente como si analizara cada gesto y actitud de ella.
Valquiria se tensó, y comenzó a erigir con más fortaleza el escudo mental que la protegió de los demonios buscaran en las profundidades de su mente para jugar con ella y convertirla en lo que deseaban, alguien completamente diferente. Se encogió de hombros y simuló aburrimiento.
— Muy inteligente —murmuró suspirando. Contempló el despacho de Mith, completamente impersonal, frívolo y gris, y volvió sus ojos hacia él. Mith la miraba pensativo, como si esperara algo más de ella, y Valquiria se dio cuenta que él en lo más profundo de su ser, deseaba que la antigua Valquiria se hiciera presente frente a él pero eso no podía suceder. El contacto visual entre ambos se volvió más tenso, cuando Mith se acomodó en su silla para estar más cerca de ella.
— Necesitamos otra cosa más —murmuró—. Debes ponerte tu uniforme porque liderarás las tropas se dirigen a Londres —indicó. Valquiria asintió, sin otra opción más que aceptar ser enviada a la guerra como prueba indiscutible de que una cazadora se había revelado, y era una pieza para desenmarañar los secretos del ejército celestial.
— Bien —respondió ella viéndose imperturbable—. ¿Ya puedo retirarme? —inquirió.
Mith asintió, pero antes de que ella dejara el despacho, él se apresuró a detenerla. Le sostuvo el brazo con suavidad hasta que ella fijo sus ojos en los de él. Aún con expresión meditabunda y conflictiva, él rozó con su mano su mejilla.
— Por años, te he visto crecer para convertirte en lo que eres. Quiero que sepas, que pase lo que pase en esta guerra, estoy orgulloso de ti —le dijo y depositó un breve beso en su mejilla.
Ella parpadeó, sintiéndose extraña. No eran muchas las veces que le habían dicho eso. En su mayoría fue Byron quien se lo decía, pero ella había estado negada a aceptar que podía ser el orgullo de alguien. No sabía cómo responder a ese tipo de halagos; los profundos y sentimentales. Solo sonrió con tristeza, y se hundió una vez más en sus ojos azules que le inspiraban paz. Que ironía era que él, un ángel caído, fuese quien le daba tranquilidad.
—Gracias —susurró, por si acaso su voz la traicionaba. Mith le sonrió, y ella simplemente desapareció frente a él, para transportarse en medio de la nada.
La noche se había elevado sobre los cielos, cubriendo todo a su paso. La luna llena brillaba en lo alto, iluminando tenuemente la noche. El cálido viento la rodeaba abrazadoramente, moviendo su cabello y atrayendo hacia ella los susurros de la población atormentada por demonios y monstruos salidos de sus pesadillas. Cerró los ojos, torturada por los sonidos, deseando encontrar una solución a tiempo para el desastre en que ella misma se había metido. Un aullido la obligó a buscar a concentrarse en la situación, y viéndose a sí misma ya preparada con su equipo de lucha, comenzó a correr hacia donde el desastre estaba ocurriendo.
*****
Eran demasiados cosas para procesar al mismo tiempo. Necesitaba espacio y tranquilidad, pero sus emociones la volvían inestable y su mente era un hervidero de cosas. Su salud mental pendía de un hilo, si no fuese porque tenía a Leonardo a su lado. Él no se había separado de ella en ningún momento, y se había negado a dejarla sola una vez que se refugió en la biblioteca.
Había obtenido respuesta que ella había esperado obtener desde hacía meses, y solo le habían traído dudas y temores. Sufría por ella, por su hermana y por la guerra que se avecinaba. Nunca creyó poder vivir algo así, pero ahí estaba, al borde de vivir algo que era lo que más se asemejaba para ella al apocalipsis.
— ¿Ella estará bien? —Inquirió suavemente, sentada en el sillón— ¿Cómo tomó ella esta noticia? Debió haber enloquecido, lo sé... —murmuró—. Pero, ¿Quién podría imaginarlo? Es una locura, una terrible locura. Es siniestro, horrendo. Tendría que habérmelo dicho, no importaba lo que sucediera, lo habríamos solucionado juntas —hablaba casi para sí misma, con la mirada perdida y sin poder mantenerse serena, comenzó a caminar inquietamente por la habitación.
— Ella va a estar bien, siempre encuentra la forma para estarlo —insistió Leonardo, apoyado sobre el escritorio, pero ella ni siquiera lo oyó.
— Y Runa está viva, ósea... debe tener como 500 años, y hubo otro como ella y yo. ¿Cómo puede ser posible que yo sea así? ¿Qué soy? ¿Y si quiero matar a alguien solo por ser esto? —preguntó a nadie en especial, con sus ojos llenos de lagrimas. Estaba enloqueciendo, cada vez más y no sabía cómo detenerse.
— ¡Lena! —la llamó Leonardo, fuerte y claro. Ella se detuvo con torpeza, y él le sostuvo la cara entre sus manos para que pudiera mirarlo a los ojos—. Tranquilízate, respira hondo, nada le va a pasar a ella ni a ti. Te lo aseguro —insistió. Lena asintió con lentitud mientras las silenciosas lágrimas caían por su rostro, ensombreciéndola. Leonardo quitó las lágrimas tan rápido como pudo, para que ella no se cerrara sobre sí misma—. No tiene nada de qué preocuparte. Estoy aquí contigo, siempre lo voy a estar —susurró, y le sonrió suavemente.
Lena respiró hondo entrecortadamente, sin quitar los ojos de él, sintiendo su corazón latir con fuerza galopante. Y un suave cosquilleo la recorrió.
— Lo sé —dijo Lena, sin siquiera cruzarle por la mente si aquella cercanía era correcta o no, solo se sentía bien y ella lo aceptaba.
La mano de Leonardo se afianzó a su rostro y se fue desplazando hacia su cuello, sin dejar de mirarla. Y sin pensarlo, presionó su mano con firmeza atrayéndola hacia él. Las dudas nunca existieron, y él la besó; con torpe lentitud, el beso se fue volviendo profundo y feroz, desatando el Lena un fuego demencial que le devolvió la vida. Con sus manos ella lo acercó más hasta que sus cuerpos se pegaron, y él gimió como respuesta, arrinconándola contra el escritorio.
La extraña tensión que fue construyendo a su alrededor, se liberó tormentosamente, y ninguno de los dos se dio cuenta que necesitaban del otro hasta ese instante.
Lena hundió sus dedos en el cabello de él, sintiendo el placer de cumplir un deseo que no podía precisar en qué instante comenzó. Él siempre le había atraído, pero nunca creyó que podría haber algo más que un amor platónico. Pero la realidad llegó a la mente de Leo, y fue él quien se alejó primero. Comenzando a disculparse, torpemente, sintiendo que traicionaba algún tipo de código entre amigos por besar a sus hermanos.
— Lo siento, no debí —susurró Leo, sin poder quitar sus ojos de ella, rozando con sus dedos sus labios. Se lo veía culpable y, al mismo tiempo, encantado por haberlo hecho.
Ella dudó al creer que él se arrepentía de besarla, e intentó separarse de él rápidamente.
— No hay nada porque disculparse —le dijo diplomáticamente, pasando sus dedos por sus ojos por si acaso quedaban lagrimas. Tenía miedo de muchas cosas, entre ellas de desarrollar sentimientos más profundos hacia él y que él continuará viéndola como la asustadiza niña de cuando conoció.
Un golpe en la puerta los interrumpió, y ambos se separaron unos centímetros. Lena no dejaba de observar el suelo, olvidándose momentáneamente de todo lo demás, mientras Leonardo la analizaba inquietamente. Él no era un tipo que jugara con las personas, ni tampoco era un cobarde acerca del futuro; él era un Gonzaga, astuto y siempre iban hacia adelante por lo que querían. En ese momento, Leonardo se dio cuenta que lo que realmente quería era a Lena; inadvertidamente ella se había colado en su mente y corazón. Procesaba todo con más claridad, mientras oía que golpeaban la puerta con más insistencia y se daba cuenta por como la conocía, que quizás ella estaba estuviese malinterpretando sus palabras.
— Adelante —gritó Lena, pero Leonardo negó rotundamente, y con mirada sombría la obligó a quedarse quieta ahí mientras se dirigía hacia la puerta.
— ¡Un segundo! —gritó tras cerrar la puerta que comenzaba a abrirse y luego bloquearla. Él volvió hacia Lena, boquiabierta que comenzaba a largar una lista de improperios hacia su persona.
Leo sostuvo su rostro con mas manos para silenciarla con otro beso, más breve pero igual de profundo, dejándola sin palabras.
— Cuando dije que lo sentía era por las circunstancias —dijo—. Creo que en otro momento, te habría perseguido hasta incontables lugares, siendo reprendido por Newén y golpeado por Valquiria, solo para invitarte a cenar y luego de varias cenas te habría besado. Lamentablemente... el escenario en el que estamos no es el mejor, pero hay que saber adaptarse —declaró. Lena lo observó anonadad, con el corazón latiéndole a mil, y una lenta sonrisa se formó entre sus labios. Un cosquilleo entusiasta la recorrió y su expresión se relajó, al igual que la de Leonardo—. ¿Esa sonrisa significa que si intento invitarte a cenar, no vas a decirme que no? —preguntó.
— No, no voy a negarme — respondió, aprovechando la cercanía para tocar su rostro y desordenar su pelo.
— Perfecto, entonces cuando termine todo esto, te prometo llevarte al mejor lugar. Eso significa que iremos a Italia —sonrió divertido, y la besó brevemente antes de alejarse de ella—. Non ve ne pentirete —gritó antes de abrir la puerta, y encontrarse con Runa mirándolo casi furiosa, porque odiaba que la hicieran esperar. Él emitió un gemido de decepción—. Si te digo que eres la antigüedad más bonita y encantadora que he visto, ¿Me disculparías? —inquirió.
Runa lo meditó, y se encogió de hombros con resignación.
— Podría ser peor —comentó, ingresando a la sala.
— Eres más fácil de convencer que Valquiria —reconoció Leonardo, e iba a decirle algo más a Lena, si no fuese porque Runa le cerró la puerta en la cara.
— Veo que tan mal no estabas —canturreó girando sobre sus talones para dirigirse a Lena, aún sobre el escritorio. Sus pasos hicieron eco hasta que se sentó sobre el sillón, holgazanamente, apoyando sus brazos sobre el respaldar y cruzando sus piernas.
Aún enmudecida por lo que acababa de pasar, Lena giró hacia Runa que la mirada con una sonrisa brillante y mirada encendida. Inmediatamente, la vergüenza embargó a Lena y sintió su cara enrojecer. Movía su pelo lejos para que el aire la enfriara, pero la presencia de Runa no ayudaba.
— Definitivamente eres una Von Engels... nunca vamos a elegir comunes y corrientes —meneó la cabeza—. Nos gustan complicados, pasionales, mayores que nosotras, y que nos complementen, no que sean nuestras marionetas ni nosotras las de ellos —agregó altivamente. Lena parpadeó sin saber que responder, pero parecía que la mente de Runa a otra velocidad que la de ella, porque instantáneamente cambió de tema—: Se que debe resultarte difícil todo esto, pero lo superaras... tarde o temprano —comentó.
— No va a ser fácil —susurró Lena para sí misma.
— Nada en la vida es fácil por más que lo parezca. El día que todo sea fácil, estaremos muertos por dentro, porque no nos quedará nada porque luchar y desafiarnos —sentenció—. Si a lo que temes es a la oscuridad de tu ser, eso no es problema. Todos somos luz y oscuridad, pero tú decides que parte es la que resaltará en tus acciones y meritos. Que no te asuste la sangre del primer caído que corre por tus venas... recuerda, él también fue un ángel —le guiñó un ojo, y se puso de pie con elegancia.
Frente a ella, Runa suspiró dramáticamente y acomodó su pelo con soltura.
— ¿Qué sucederá con mi hermana? —preguntó Lena. Runa le sonrió, fresca y juvenil, con sus ojos brillantes como joyas.
— La encontraremos, la haremos entrar en razón aunque sea a la fuerza, y patearemos todos los traseros que se nos crucen en el camino, porque con las chicas Von Engels nadie se mete —dijo.
— ¿Lo prometes? —Lena la miró desafiante, con una media sonrisa.
— Como que me llamo Runa Trude Von Engels —le dijo, poniéndose a su lado y rodeando su cuello con su brazo para caminar juntas hacia la puerta—. Ahora... ¿Podemos empezar con la diversión?
*****
El caos comenzó nuevamente, las ciudades estaban siendo atacadas por criaturas inimaginables para la raza humana bajo un cielo oscuro y una luna que era testigo de peleas y muertes.
Vampiros, licántropos, y demonios. Los menores y parásitos, ocupaban el cuerpo de las personas moradores del pecado, que no se arrepentían de nada y que persistían en aquella senda. Los hijos predilectos de la noche, los vampiros, corrían de un lado a otro calmando su sed de sangre, sintiendo el éxtasis de sentir su fuente de vida eterna recorrer sus cuerpos y el placer de oír el miedo en sus víctimas. Inmortales, rápidos, y bestiales, se mostraban tal cual eran. Ya no había nada de la eterna juventud que muchos alardeaban; sus cuerpos eran delgados, esqueléticos y decrépitos, sus ojos negros estaban enviciados por sus deseos más primitivos. Eran monstruos de la noche, irrefrenables y bestiales, tanto como sus eternos enemigos los licántropos, quienes atacaban en manadas de seres infectados, sin clemencia ni duda.
Columnas de humo y fuego se alzaban hacia los cielos, mientras las almas inocentes gritaban por clemencia y los encargados de protegerlos declaraban con sus acciones que mientras estuviesen de pie y con voluntad, jamás se rendirían. Ellos habían hecho un juramento, traído por el gran ángel y pertenecían a una raza que no se había evolucionado tras tanto tiempo para caer tan fácil.
Sobre una gran torre, Valquiria contemplaba el escenario con horror y miedo. El infierno se había trasladado a Londres, y no sabía qué hacer. Miles de voces, imágenes y sentimientos estaban azotándola, golpeándola como kamikazes. Sentía repulsión de sí misma, y quería acabar con todo. Nunca se había sentido tan perdida como en ese instante, y era la primera vez que estaba sola de verdad.
Nada ni nadie estaba a su alrededor, de alguna u otra forma. Y en ese preciso instante reconoció que nunca había estado realmente sola en el pasado, pero en ese momento no estaban ni Newén ni Leonardo para cuidarle la espalda, ni Byron para consentirla de vez en cuando, tampoco Viridis, insistiéndole que era su mejor amiga por más que ella la negara, ni Norbert para molestarla haciéndole saber de alguna forma que alguien familiar estaba a su lado. Mucho menos estaban Augusta y Lena.
Con un sentimiento melancólico, Valquiria se dejó abrazar por la soledad, sintiendo el familiar sentimiento y cerró los ojos para concentrarse, y dejar de oír las almas humanas que morían y vivían. El viento se movió bruscamente y llevó hacia sus oídos una voz familiar.
Su corazón se detuvo y sus ojos se abrieron con sorpresa. Emprendió carrera hacia el balcón y con un ágil salto, se tiró hacia el vacío. Su oscura figura cayó rápidamente como un ave y al acercarse al piso, solo aterrizó liviana y grácilmente como si no hubiese atravesado numerosos pisos. Viéndose rodeada de personas, miró a su alrededor las expresiones aterradas y entre todos, reconoció a Neryan.
El hermano de Demyan era muy parecido a él, pero Neryan era más robusto y macizo, con una personalidad más huraña. Sus ojos turquesas la sondearon con desconfianza y las líneas de su rostro se oscurecieron. Ella se irguió y notó que él estaba apoyado sobre el cuerpo de una chica, intentando ayudarla. La chica pelirroja tenía una herida mortal en su abdomen, y sus ojos lágrimas miraban perdidamente el cielo.
— ¿Quién eres? —escuchó que le preguntaron, pero ella ni siquiera le prestó atención. Valquiria solo tenía ojos para Neryan, Sid y Amy, recostada en el suelo.
— ¿Qué le pasó? —inquirió con preocupación. Neryan gruñó sombríamente, y fue por ella, capaz de ahorcarla si es que la tocaba, pero Sid lo agarró justo a tiempo.
— Tranquilo hermano —gritó el hombre grande, robusto y moreno.
— ¡No! —Exclamó Neryan—. Tú tienes la culpa de todo. Por ti es que está sucediendo esto, por ti es que mi hermano no puede ayudar a guiarnos, por ti es que ésta gente está muriendo —gritó sacado de quicio—. Ella va a morir, y será tu culpa. Espero que tu conciencia nunca te deje en paz, si es que en verdad la tienes —siseó iracundo, señalándola.
Valquiria se tensó pero no respondió. Él tenía razón y ella lo reconocía, pero Neryan no la conocía y no podía juzgar sus acciones. Sus ojos grises y dorados se posaron en Amy; su corazón estaba dejando de latir pero aún sentía el dolor de sus heridas que prolongaban su agonía.
— Si no hay nada que hacer para sanarla, al menos déjame otorgarle una muerte sin sufrimiento —susurró Valquiria. Neryan no dijo nada y miró a Sid, quien le dio el permiso que necesitaba.
Lentamente se acercó a la chica joven y bonita con pecas. Ella tenía la mirada perdida y no dejaba de llorar. Valquiria se puso de rodillas a su lado, descansando su mano sobre su frente, y alejó el pelo de su rostro. Las emociones y el dolor que experimentaba Amy se trasladaron a ella, obligándola a ahogar un grito. El miedo del sufrimiento de su familia y amigos era mayor que el temor de lo vendría luego de la muerte. Vio su vida en un instante, y Valquiria no pudo evitar sentir pena por ella. El remordimiento le carcomía la conciencia como punzadas dolorosas marcadas a fuego, que nunca podría quitar. Poco a poco, Amy comenzó a sentir tranquilidad y sus ojos se encontraron con los de Valquiria.
— ¿Qué hay después de la muerte? —preguntó Amy en un suave susurro. Valquiria le sonrió y continuó peinando su pelo.
— Paz —respondió, porque eso era lo que deseaba que hubiese. Quería creer que algo bueno les deparaba a las personas buenas, muy lejos de donde ella estaría. Amy sonrió en medio de lágrimas.
— Cuida a mis amigos y diles que los estaré esperando del otro lado, con una cerveza de nuestro bar favorito —rió divertida y se ahogó al toser sangre.
— Sh... no hables Amy, todo estará bien —le dijo Sid, uniéndose a Valquiria; él se veía muy afectado, quizás más que Neryan pero no lo demostraba del mismo modo.
— Lo sé —insistió ella, y miró nuevamente a Valquiria—. Gracias —susurró, y tras ahogarse nuevamente, Valquiria oyó su corazón detenerse y su última espiración se llevó su alma.
El silencio en el círculo de personas que la rodeaban, se quebró con un grito y numerosos llantos dolorosos. Valquiria cerró los ojos de Amy, y sintió el peso de su muerte en su conciencia. Ella llevaba muerta un tiempo pero Valquiria continuaba sosteniéndola cuidadosamente. Nunca en toda su vida, había sentido tanto arrepentimiento de sus acciones.
— ¿Por qué lo has hecho? —Neryan le preguntó a Valquiria, sin emoción ni expresión alguna—. ¿Por qué tuviste que liderar esto y aún así quisiste ayudarla? —inquirió.
— No espero que me entiendas —comentó Valquiria—, pero realmente no tuve más alternativa e intenté hacer las cosas de un modo que nadie saliera lastimado —agregó, dejando el cuerpo de Amy suavemente, y poniéndose de pie.
— Pero fallaste —sentenció Neryan.
— Si, lo hice —asintió Valquiria.
Un aullido la obligó a prestar atención al desastre de la ciudad. Un grupo de licántropos estaba a punto de atacar, y el escuadrón suicida no perdió el tiempo en prepararse para defender a las personas y la ciudad. La muerte de Amy los golpeó, pero eso no los haría débiles. Al contrario, continuar con aquella lucha era una forma de honrar su memoria.
Valquiria los contempló alejarse, y un hormigueo molesto la recorría, haciéndola sentir enfadada e impotente. Cansada y confundida, se dijo a sí misma que algo debía hacer pero nunca tuvo la oportunidad para actuar, porque una sombría figura se materializó detrás de ella capturándola para llevarla lejos de allí.
Ella intentó gritar y luchar, pero quien la sostenía era mucho más fuerte. No pudo hacer nada esta que se vio sumida en la oscuridad, y sintió cadenas rodeándola con fuerza.
— Suéltame quien quiera que seas, maldita sea —gritó.
De pronto la claridad emergió, y se vio encadenada en la pared de una vieja, fría y húmeda celda. Miró alrededor, confundida y desorientada, y se encontró frente a un hombre que se veía mayor a ella, alto y de cuerpo entrenado, con el rostro rectangular de líneas suaves, cabello castaño claro y sagaces ojos grises. Poseía un aire aristocrático mezclado con el de un guerrero griego.
Él la miraba tranquilo. Aburrido, inclusive. Valquiria estaba desconfiada de su presencia y los dones que parecía tener. No estaba segura si se trataba de un ángel o un demonio. Con lento caminar se acercó a ella, recorriéndola de arriba abajo hasta que una maquiavélica sonrisa se cruzó por sus labios.
— Bienvenida, Valquiria Von Engels —canturreó.
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