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Capítulo 17. Gritos de Guerra

— ¿Puedes dejar de observarla así? Te estás volviendo un tanto espeluznante —proclamó Leonardo, mirando con severidad a Demyan, quien no dejaba de contemplar a Lena con curiosa fascinación.

Demyan sacudió su cabeza, alejando sus ojos de ella y observando la biblioteca en la que se encontraba. La casona Von Engels le resultaba increíblemente tétrica y escalofriante, como a la mayoría de las personas. Él cerró los ojos un instante cuando sintió el dolor de las heridas que había ganado en la batalla, y que Leonardo intentaba curar.

— Lo siento, es que eres realmente muy parecida a tu hermana y... —murmuró torpemente, volviéndola a mirar nuevamente pero sin tanta profundidad.

— Al mismo tiempo soy diferente —terminó Lena por él. Demyan asintió y suspiró, sintiendo el cansancio poco a poco invadirlo. Suponía que ella estaría cansada de tanto oír eso; él mismo estaba cansado de las comparaciones con su hermano Neryan.

Valquiria era oscuridad, soledad y tormento; Lena era luz, esperanza y optimismo.

— Entonces, mi hermana quiso que me encontraras para poder protegerme —dijo Lena, y ante el asentimiento de Demyan, ella torció sus labios—. Ella te contacto para que me protejas, sin embargo, no se ha contactado con nosotros —agregó, aún recordando la nota que le había aparecido, el día de su cumpleaños.

— Valquiria tenía prohibido contactarse con alguien que fuera parte de su mundo. ¿Quién le prohibió? No tengo idea —respondió él.

Muchas cosas habían sucedido el último tiempo, así que tenía poca certeza de cuál era la causa exacta. Podía ser que los hermanos de la luz volvieran, quizás Merari buscara venganza, o tal vez, el trato que sus padres habían hecho con el Duque hubiese caducado. Cualquier alternativa era posible.

— Yo no necesito que nadie me proteja —le aseguró Lena, mirándolo con firmeza y la seguridad que había ganado poco a poco.

En su mente, Demyan había imaginado a una niña asustadiza y pequeña. Sin embargo, se encontró con una chica que pese a su exterior calmo y tímido, tenía un potencial aguerrido que brillaba como una potente llama. No dudaba que ella pudiera protegerse a sí misma, pero había hecho una promesa y la cumpliría hasta lo último.

— Por lo menos, déjame quedarme aquí y ayudar en lo que sea posible para recuperar a Valquiria —insistió él.

Lena suspiró, posando su rostro sobre su mano. Sus ojos grises brillaron como la plata, detenidamente sobre él. Había algo quijotesco en él; iniciando una cruzada por alguien que apenas conocía pero que, sin embargo, parecía querer defender como si fuese la cosa más importante de su vida. Ella sonrió tenuemente. Él era atractivo, pero debía tener algo más para que su hermana hubiese pedido su ayuda. Valquiria no era una persona adepta a los humanos, aún así, recurrió a él.

— Por supuesto —asintió ella, sintiendo que no era nadie para impedir que alguien luchara por lo que deseaba.

Demyan sonrió con optimismo y se volteó hacia Leonardo que ya había terminado de curarlo. Él se estiró con elegancia, deshaciéndose de su instrumental para luego pasar sus manos por su pelo, con aire soberbio.

— Creo que eso es todo Archibald, y ten cuidado con ella... es más peligrosa de lo que parece —canturreó. Lena afinó sus ojos sobre él y tuvo deseos de tirarle algún objeto, pero Leonardo le sonrió encantadoramente y ella puso los ojos en blanco, totalmente derrotada.

Entre ambos había una conexión donde las palabras no eran necesarias. Sus miradas y expresiones transmitían más que las oraciones. Se llevaban unos años, pero mentalmente parecían tener una edad similar. Demyan notó esto, y los evaluaba cautelosamente. En el tiempo que llevaba junto a ellos, los vio bromear y coquetear inadvertidamente.

Lena se disculpó con ambos, levantándose de la silla, pasando a su lado para abandonar la biblioteca e ir con su amiga, mientras que Demyan y Leonardo la siguieron con la mirada hasta que quedaron en soledad.

La expresión de Demyan se volvió irónica y burlona, con sus ojos turquesas sobre Leonardo. Unos segundos transcurrieron en silencio. Leonardo quedó detenido en la puerta hasta que sintió la mirada de Demyan, y volteándose hacia él lo miró desorientado.

— ¿Qué? —inquirió. La sonrisa de Demyan se profundizó, y negó suavemente.

— ¿Valquiria sabe de...? —preguntó, señalándolo a él y a la puerta cerrada, intentando hacerse entender. Leonardo se erigió, a la defensiva, negando con torpeza y expresión aterrada.

— No sucede nada —insistió. Demyan se cruzó de brazos y ocultó su sonrisa bajo su mano. Le resultaba gracioso lo nervioso que se volvió, y eso le daba otro indicativo de la situación—. De verdad. Nunca. Nada. Ni siquiera ha pasado por mi mente —tropezó con sus palabras. Demyan asintió, aún riéndose de él.

— Si tú lo dices, te creo —murmuró observando a Leonardo juntar sus cosas, mientras continuaba negando algún tipo atracción entre él y Lena. Demyan se encogió de hombros y se dio cuenta que estar allí no sería tan malo y quizás podría encontrar algo de diversión en medio de la guerra.

Cada vez estaba más nerviosa, pero de algún modo debía encontrar tranquilidad para enfrentar a Phoebe. Ella era su mejor amiga, y era una de las personas que más la conocía. Debía encontrar un modo de explicarle lo que había visto, aunque fuese dejando al descubierto a los cazadores. Confiaba en Phoebe y sabía que ella podía guardar un secreto como ese.

A través de las ventanas del pasillo se observaba el anochecer en Aage. Aquel día había sido realmente extenso, y cada hora parecía durar más. La casona estaba silenciosa, y las pocas luces encendidas le daban una apariencia tenebrosa al interior. Solo Demyan, Leonardo, Phoebe y ella se encontraban en la casona. Los demás permanecieron junto a las personas para asegurarse que no hubiese ningún otro tipo de peligro.

Ante un grito, Lena se detuvo heladamente. La amenaza le erigió la piel y comenzó a correr hacia su habitación, donde Phoebe descansaba. Ingresó a su habitación apuntando con el arma que guardaba su bota, sus ojos se agudizaron en la tenue oscuridad del ambiente sin encontrar peligro alguno hasta que llegó a Phoebe, quien estaba sentada en la cama, con aspecto compungido y horrorizado. En su rostro se dibujaban cientos de preguntas que se multiplicaban al ver a Lena con un arma.

Lena parpadeó, decidiendo guardar el arma ante el miedo y confusión de su amiga, dándose cuenta que el grito había sido parte del shock. Avanzó hacia ella, sintiéndose parte de de un deja bu, pero esta vez ella se encontraba del otro lado.

— No pasa nada, Phoe. Tranquila —le dijo, encendiendo la luz y sentándose a su lado. Phoebe no respondió. Continuaba pálida y confundida, observándola analíticamente.

— ¿Desde cuándo tienes un arma? ¿Cómo sabes usarla? —preguntó, y pese a que tenía más preguntas, se detuvo allí. Lena miró hacia el techo, respirando hondo, y se acomodó contra el respaldar de la cama.

— ¿Te acuerdas de mi nuevo colegio pupilo en Berlín? —inquirió, y Phoebe asintió—. Bueno, no es un colegio pupilo en Berlín. Más bien es una academia militar para personas que cazan cosas que los humanos no pueden ver ni deben saber —respondió. Phoebe arrugó su entrecejo y los ojos celestes se oscurecieron, sombríamente.

— ¿No eres humana? —preguntó.

— Si, pero no —dijo Lena—. Soy parte de una raza de humanos evolucionados hace millones de años. Somos más fuertes, ágiles y rápidos, nuestros sentidos están aumentados y tenemos un sexto sentido para identificar seres que son enemigos, entre otras cosas —explicó—. No supe esto hasta hace alrededor de un año, cuando debimos escapar porque querían matarnos a mi hermana y a mí. Luego decidí continuar con el legado familiar, y unirme a los cazadores, concurriendo a la academia que se encuentra a unos kilómetros de aquí. Allí aprendí muchas cosas, conocí a muchas personas y logré encontrar mi lugar en el mundo —agregó.

Lena hizo un breve silencio, y Phoebe suspiró aún procesando toda la información.

— ¿Te das cuenta que todo lo que me estás diciendo parece sacado de las novelas que he leído, no? —inquirió Phoebe, apoyando su cabeza sobre el respaldar.

— Yep —respondió ella—, pero no hay nada mejor que los hechos para demostrarlo, y creo que hoy lo has visto todo —insistió—. Me hubiese gustado contártelo, pero es un deber de cazador proteger a los humanos incluso de nuestra existencia. Y ahora que lo has visto todo, no creo necesario mentirte, porque te estaría faltando el respeto de una manera u otra. Solo te pido un favor: guarda mi secreto, el de mi familia y amigos —susurró.

Phoebe la miró con severidad, sintiéndose incomoda por continuar viéndose sucia y maloliente, pero todo lo que sucedido le impactó y tras lograr tranquilizarse, lo único que hizo fue dormir. La razón de su tranquilidad no había sido otra que Lena, había estado cuando más la necesitó y se encargó de asegurarse que su familia estuviese a salvo; ella no solo era su amiga, también era su hermana de corazón.

— Te creo, y por supuesto que voy a guardar el secreto, sabes que haría cualquier cosa por ti —le dijo. Lena le sonrió y asintió.

— Yo también haría lo mismo por ti —respondió Lena, y se reunieron en un medio abrazo. Lena sintió la felicidad de haber hecho lo correcto, y haber tenido la respuesta que siempre esperó. Su mundo era inmenso y podía ser terrorífico, a ella misma la había intimidado pero no había sido excusa para huir de él. Intentaría hacer que Phoebe comprendiera lo ocurrido, porque no podía permitirse perder a más seres queridos.

*****

La línea que separaba el bien y el mal se había desdibujado. Ni siquiera sabía cómo ni cuándo, pero alguna forma y otra se había producido. Él siempre se balanceó en medio de una cuerda floja, viviendo en el pecado una existencia que lo condenaba al infierno pero siempre había momentos en que su faceta sentimental y heroica salía a flote. De vez en cuando, le gustaba engañarse a sí mismo, creyéndose poseedor de un alma, pero ésta la había cambiado por la inmortalidad y la juventud, hace millones de años.

Observó el reloj de su muñeca. Había pasado más de la medianoche, y aún no ocurría nada. Con las manos dentro de su bolsillo y a paso lento, recorrió la sala vacía de la inhabitada mansión. Todo era lúgubre y espectral, con las paredes blancas y descuidadas, las habitaciones espaciosas con objetos ocultos bajo mantas.

Sus pasos hacían eco en cada rincón hasta que se detuvo. Volteó hacia un lado para encontrara a Caleb, mirándolo con desconfianza. Joshua sonrió, al verlo. Ambos se conocían desde milenios atrás, siempre habían estado en veredas opuestas, excepto cuando concernía a los Von Engels. Era familia era la perdición de ambos.

— ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me has llamado aquí? —inquirió, evaluándolo con sus ojos negros que sobresalían en la palidez de su rostro.

— ¿Sabes que es este lugar? —preguntó Joshua, señalando la sala. Caleb dudó, y observó rápido el alrededor.

— La antigua mansión de los Law —respondió, con actitud huraña. A Joshua le daba gracia que actuara como un perro guardián, pero él siempre había actuado así.

— ¿Alguna vez te has preguntado por qué los Law son tan encantadores, sociables y atractivos? ¿Has reconocido esa experta habilidad para convencer a las personas? Por supuesto, algunos más que otros, pero tienen algo que siempre llama la atención —comentó caminando, rozando sus dedos sobre las paredes, meditabundo.

Caleb no respondió, sin embargo, rememoró todas las veces en la que esa familia se había cruzado en su camino. La persona que más conocía era a Sarah; ella había sido una joven encantadora en todos los sentidos, como sus hijas. Sarah siempre intentaba sociabilizar e intentaba empatizar con todos. A las personas les agradaba por sus modismos, su mirada amable y la sonrisa grácil. Aún así, él nunca dudó sobre la sinceridad de su personalidad.

Joshua lo miró. Sus ojos verdes lo atravesaron analíticamente, y sonrió cuando reconoció en Caleb la expresión del entendimiento. Asintió suavemente, dirigiéndose hacia él.

— Cuando tuviste esa faceta rebelde, ¿Supiste por qué Asmodeo necesitó que trabajaras para él? —le preguntó. Caleb se tensó; no le agradaba hablar ni recordar ese tiempo. Él había caído en las tentaciones que la oscuridad le ofrecían, y en un momento de debilidad, decidió cooperar con uno de los príncipes del infierno. Él se arrepentía de eso, siempre lo haría.

— ¿Cómo todo esto está relacionado? —preguntó Caleb a la defensiva.

— Oh si... todo está relacionado —susurró Joshua tétricamente—. Lucifer, ¿Te suena ese nombre? —inquirió—. Él le pidió a Asmodeo que te pidiera ayuda para cuidar a los Engelson. Lucifer los necesitaba para poder continuar con su plan: él necesita la sangre Engelson para poder materializarse en la tierra, y además, para contaminarla —expresó.

El rostro de Caleb se contorsionó; confundido y asqueado.

— ¿Qué quieres decir con contaminado? —preguntó. La sonrisa de Joshua fue brutal y despiadada, y en un solo segundo estuvo frente a Caleb. Sus ojos brillaban en la penumbra, verdes y fantasmagóricos.

— No habría peor venganza para Miguel, que su propio linaje corrompido por la sangre del primer caído. ¿No es un plan brillante? —Preguntó, ladeando su cabeza—. Descendientes de Miguel y de Lucifer, mitad ángeles celestiales y mitad oscuros. El bien y el mal en su máxima expresión. La valentía, justicia y lealtad, mezclados con la soberbia, inteligencia y magnanimidad.

Caleb dejó de respirar, y quedó en blanco. No sabía si le daba horror la tétrica expresión de Joshua o lo que le decía. Todo era una locura. No imaginaba posible una cosa semejante. Tenía la seguridad de que si algo así ocurriera, se darían cuenta, tanto él como los demás ángeles. Si fuese un humano, su corazón se habría detenido para comenzar a latir salvajemente. Joshua se veía demasiado seguro pese a que parecía estar desvariando.

Los ojos negros de él, recorrieron lentamente la antigua sala hasta llegar a un cuadro. De grandes dimensiones; era un atardecer lleno de ángeles que expresaban tristeza, revoloteando de un lado a otro, y en medio, una estrella fugaz. Un escalofrío le recorrió la columna, y afinó sus ojos hacia la inscripción abajo. La caída; así se llamaba el cuadro. Él quedó petrificado contemplándolo.

— Fue un obsequio que me dio mi padre, para que se los entregara a los Law —murmuró Joshua. Caleb parpadeó, negándose a aceptar esa posibilidad y dando pasos hacia tras— Créelo, porque es así —insistió Joshua—. Piensa lo siguiente: Los Madison fueron siempre protegidos por Merari, la amante de Mith, mano derecha de Lucifer y mi padre —explicó Joshua.

Caleb volvió a detenerse. Las sorpresas cada vez le resultaban más apabullantes. Mithredath; antes ambos habían sido amigos, y ahora eran enemigos íntimos. Muchas veces se lo encontró acechando a Valquiria, y nunca había comprendido la razón hasta ese momento.

— Si los Law descienden del primer caído —dijo Caleb, intentando reconocer la oscura verdad que llevaba años oculta—, significa que Valquiria y Lena...

— Son ángeles y demonios —terminó Joshua por él y suspiró—. Claro, no en el puro sentido de la palabra, sino bastante metafóricamente... aunque Valquiria —dudó, al pensar en ella.

— ¿Qué ocurre con ella? —pidió Caleb saber.

— Ella ha aceptado el papel de líder de las legiones oscuras, para salvar a su hermana y a los demás, pero ahora quien no tiene salvación es ella —sentenció.

— Pero si la encuentro y logro convencerla... —comenzó a decir Caleb, hasta que Joshua negó.

— La hemos perdido, ellos la han modificado, le han lavado la cabeza y no es la misma —explicó. Caleb abrió la boca, sin palabras, y comenzó a caminar inquietamente por la sala, sacudiendo su pelo con énfasis.

— ¿Cómo mierda ha sucedido todo esto? ¿Cómo? —preguntó.

— Eres un pésimo ángel, lamento comunicártelo —Joshua se encogió de hombros y Caleb le gruñó—. Ey, no me culpes a mí. Eres tu quien es pésimo para guiar a sus protegidos, llegas tarde a todos lados y ni siquiera buscas donde es debido —se explicó.

Caleb cerró sus manos en puños, conteniéndose de golpearlo. Estaba enfurecido, con él mismo y con todo lo demás. Era su culpa, lo sabía, pero nunca había sido bueno manejando tantas responsabilidades simultáneas. Los Engelson siempre estaban en peligro, y él debía cuidar de cada uno bien, y además hacerse cargo del ejército celestial. No solo era la mano derecha de Miguel, también era el segundo al mando.

— ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué me estás ayudando? —preguntó. Joshua quedó inexpresivo hasta que respiró hondo, viéndose torpe.

— Ella ha sido de las pocas cosas buenas que me ha pasado, me resulta injusto todo pero no he tenido más alternativa que seguir los mandatos de mi padre. Solo soy un peón en esta partida de ajedrez —explicó.

Caleb dudó si debía confiar o no en él, pero por como lo conocía, sabía que él realmente se preocupaba por Valquiria, de algún modo u otro. Ahora que todo el escenario se veía más despejado, comenzaba a comprender un poco más las cosas, y debía encontrar un modo de solucionar todo. Eso sí, esperaba que las cosas no llegaran tan lejos... como a los oídos de Gabriel.

Joshua torció los labios con disgusto cuando oyó el nombre del arcángel mensajero.

— He oído que es todo un dolor en el trasero ese sujeto —exclamó.

*****

Sentada tras un macizo escritorio, contemplaba el tablero de ajedrez. Intentaba meditar sabiamente mientras a su alrededor, Adok caminaba inquietamente recorriendo el estudio del château. Alto, delgado y pálido, vestido completamente de negro hasta sus pies, él se veía como la muerte misma. Su cabello rubio pálido se movía ondulante con cada movimiento brusco que él hacía en su afán por inquietarla.

— ¿Puedes decidir cuál va a ser tu próximo movimiento? —Inquirió con impaciencia— Hace meses estamos con esta partida —se quejó. Valquiria elevó sus ojos hacia él, y movió sus cejas con gracia e ironía.

— Si quiero ganar, debo ser cuidadosa en mis elecciones —respondió Valquiria con firmeza. Adok puso los ojos en blanco, dramáticamente, y continuó caminando—. Les hemos dado 48 horas pero no van a rendirse fácilmente —comentó, volviendo sus ojos al tablero.

Adok sonrió sombríamente, y la miró de soslayo con sus ojos celestes blanquecinos.

— Por supuesto que no —rió—. Ustedes son todos iguales: soberbios y tercos, prefiriendo luchar una guerra que ya tienen perdida —exclamó. Valquiria detuvo su análisis, fijando su mirada en él; sus ojos se ensombrecieron, uno plateado y el otro dorado.

— Yo no soy parte de ellos —sentenció—. ¿Acaso lo has olvidado? Soy la emperatriz de las legiones oscuras, la heredera del cielo y el infierno —proclamó. Adok dejó de caminar, y estiró su columna como un gato, para cruzarse de brazos y adquirir una actitud condescendencia.

Habría dicho algo pero un golpe en la puerta los interrumpió. Mith ingresó a la habitación, evaluando todo con sus fríos ojos azules. Ellos se posaron en Valquiria y luego en Adok, y eso fue todo lo necesario para que Adok desapareciera con solo un chasquido de dedos.

— Gracias, se estaba volviendo molesto —le sonrió Valquiria, poniéndose de pie para ir a su encuentro—. ¿Alguna novedad? —inquirió. En su camino hacia él, no pudo evitar recorrerlo de arriba abajo; él siempre se veía bien con sus innumerables trajes entallados, el pelo negro bien peinado que le despejaba su rostro de líneas pronunciadas donde resaltaban sus ojos y labios.

— Aún no —respondió, contemplándola meditabundo. Ella torció sus labios con disgusto, con expresión dudosa.

— ¿Crees que se rendirán? —preguntó.

— Tarde o temprano lo harán, te tenemos a ti para lograrlo —respondió con seguridad, aprovechando la cercanía para tocar su rostro. Valquiria se apoyó en su mano y sonrió tenuemente.

Había algo en ella, que cuando estaba alrededor, sacaba su faceta protectora. Siempre necesitaba asegurarse de su bienestar. Él suponía que se debía a que la vio nacer, crecer y madurar. Ella se había vuelto lo que era frente a sus ojos y bajo su cuidado, y él se sentía su verdadero ángel guardián.

Un infernal gritó quebró el silencio entre ambos, y aniquilando todos los objetos sensibles al sonido. Valquiria se encogió sobre su misma, tapando sus oídos. Mith se tensó y buscó el origen del sonido, que no era otra que Merari. El ángel de la muerte y la venganza se había materializado frente a ellos, y había contemplado con espanto la muestra de afecto de Mith hacia Valquiria. Su rostro mostraba incredulidad y horror. Eso la enloqueció, y la ira la recorrió ponzoñosamente. Sus ojos que eyectaban sangre estaban dirigidos hacia Valquiria.

Tan hermosa como desequilibrada y frenética, Merari sentía la traición y el engaño apuñalarle el cuerpo. Ella había amado a Mith por millones de años, incluso cuando él cayó, continuó amándolo. Había confiado en él ciegamente, haciendo lo que él le pidiera sin rechistar, y en el momento en que ambos podrían haber dejado todo de lado para tener una existencia juntos, él eligió proteger a una bastarda. Ella le arrebató la cosa más preciada que tenía, y lo pagaría con su vida, y con la vida de todos sus seres queridos.

Convirtiéndose en una nube negra, Merari avanzó atravesando la habitación directo hacia Valquiria. Mith se interpuso entre ambas, y de pronto, Merari se vio impulsaba hacia atrás, colisionando contra una pared. Volviendo a su anterior apariencia, la de una joven de tez olivácea, cabellos rojizos, sus ojos rojos se agrandaron con espanto cuando identificó que la fuerza que la repelió era de Valquiria. La furia la recorrió y desapareció, para luego materializarse a su lado. La hubiese atacado nuevamente, si Mith no la hubiese frenado.

— Detente Merari, tranquilízate —le dijo, sosteniendo su brazo. Los ojos de Merari se posaron en Mith, con dolor.

— ¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué me has ocultado que tenían una relación? La han convertido en emperatriz y ni siquiera está de tu lado. Yo lo estoy...—dijo con voz débil. Mith negó rotundamente, mientras Valquiria permanecía de pie con precaución.

— No pasa nada entre ella y yo, Merari, mírame y escúchame —le dijo él. Merari parecía estar en un trance hipnótico cuando lo miraba. Quería acariciar su cara, pero él se veía repelente de su tacto— Ella no es la misma que tú conociste, ni siquiera sabe quién eres. Hemos borrado sus memorias de ti porque incluían a Caleb —susurró intentando que Valquiria no los escuchara.

Pese a que él se rehusaba a ser tocado por Merari, él usaba su poder sobre ella para intentar convencerla. Ella estaba loca y psicótica, y todo se debía a él.

— Aún así no confío en ella. Es una bastarda, debe ser eliminada —susurró, posando sus ojos en Valquiria.

— Yo sí confío en ella, está de nuestro lado —insistió Mith, con severidad. Valquiria se mantuvo inexpresiva, pero un brillo malicioso cruzó por sus ojos y fue captado por Merari, quien enloqueció inmediatamente.

Comenzó a gritar, señalando a Valquiria como una mentirosa y manipuladora, intentando que Mith la viera por lo que era. Pero solo logró que él se alejara de ella, totalmente derrotado y cansado. Ella era demasiado lábil, siempre lo había sido pero ahora lo notaba aún más, ya sin poder aguantarla.

— Mith, debes hacerme caso —gritó frenética Merari, contemplando a Valquiria hasta que los gritos cesaron cuando Mith la hizo desaparecer, enviándola muy lejos de allí.

Cerró los ojos, con agotamiento, y suspiró. Valquiria se acercó lentamente hacia él, y levantando su rostro buscó su mirada.

— ¿Te encuentras bien? ¿Quién era ella? —preguntó en voz baja. Él negó rotundamente.

— Ella es parte del pasado —susurró. Intentó reponerse olvidándose de toda esa situación para invitar a su protegido a cenar. Valquiria se vio entusiasmada por lograr intentar hacerlo sentir mejor, y lo siguió de cerca, con una pequeña sonrisa victoriosa.

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