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Capítulo 16. Terror y Caos

AGOSTO 2012. AUSTRIA.

Observaba el movimiento del café dentro de la tasa con aburrimiento, y una vez que terminó, se lo cedió al cliente que se lo pidió. Phoebe volvió a su lugar tras la barra y suspiró. Estaba aburrida de su vida, de la escuela y del trabajo en la cafetería en el verano. Todo era siempre monótono y mundano en la ciudad de Aage. Ella solo quería un poco más de aventuras, pero solo conseguía más horas de interminable agonía costumbrista. El único escape que tenía eran sus libros, a los cuales cuidaba con afecto.

Otra clienta se ubicó del otro lado de la barra. Phoebe acomodó su delantal y le sonrió con simpatía a la mujer esperando un poco de buen humor, pero se encontró con todo lo contrario. Agriamente, la mujer le pidió un café y se fue a sentar con ánimo huraño. Phoebe parpadeó anonadada e intentó hacer su trabajo lo más eficiente y rápido posible. Notaba que últimamente en las personas había mucha irritación y enojo enfrascado. Pero no era en el único sitio donde lo veía; día tras día la televisión pasaba imágenes de actos vandálicos, agrupaciones de personas enfurecidas peleando entre sí, asesinatos y violaciones por doquier como si la vida humana no tuviese significado alguno.

La humanidad entera estaba enloqueciendo y al parecer nadie podía hacer nada al respecto.

— ¿Podrías traer mi café? Lo necesito para hoy, no para mañana —dijo la mujer. Phoebe enrojeció y se volvió torpe antes las agresivas palabras.

— Aquí tiene, disculpe —le murmuró a la mujer que ni siquiera la miró a los ojos, y mucho menos respondió. Un sentimiento iracundo recorrió a Phoebe pero intentó deshacerse de él tan pronto como apareció.

Volvió a su lugar entorpecida por aquel episodio, cuando letras rojas con la leyendo de "Ultimo momento" aparecieron en la televisión junto a horrendas imágenes de incendios, saqueos, violencia y muerte. Phoebe se detuvo, estremeciéndose. «Importantes disturbios están ocurriendo en múltiples ciudades del mundo. Prácticamente no hay ningún continente que no esté exento de estos episodios. Aún no se ha podido hacer una cuenta de las muertes, pero se creería que los números son alarmantes» dijo la periodista, y pese a que no podía dejar en claro cuan horrorizada estaba por lo que decía se lograba vislumbrar en sus ojos.

Un grito rompió la armonía dentro de la cafetería, y Phoebe se giró para encontrar a la mujer que le había dado el café, contorsionándose en el suelo con dolor y espanto. Los demás clientes se habían puesto de pie, y la rodeaban con curiosidad y temor. Una sensación horrible y fría se instaló en la espina dorsal de Phoebe, quien corrió hacia la mujer para intentar ayudarla. Otro grito se alzó y un hombre cayó al suelo, revolcándose en el suelo lleno de dolor, como la mujer.

Phoebe observó con espanto como sus cuerpos se movían de forma extraña, sus ojos enrojecían eyectados de sangre y oían el crujir de sus huesos romperse como si fuesen hechos de cristal. «¿Qué mierda está ocurriendo?» se preguntó Phoebe, tapándose la boca e intentando no llorar. Una fuerte explosión la aterrorizó, y se giró hacia afuera, donde las personas corrían desaforadas, siendo perseguidas por criaturas que jamás creyó ver en la vida real.

«¿Eso era un lobo?» gritó en su mente, y saltó miedosamente, cuando una de esas criaturas colisionó contra la puerta de la cafetería y pudo confirmarlo. El interior de la cafetería se volvió caótico entre gritos y graznidos. Y todo llegó a un punto aún mayor cuando las dos personas que habían caído, se levantaron con la forma de algo no humano y para nada agradable. Todos comenzaron a huir de allí, mientras que Phoebe quedó detenida por el espanto hasta que alguien la agarró del brazo, arrastrándola hacia el exterior.

Solamente importándole cuidar su vida, Phoebe corrió y corrió hasta que tropezó con el cuerpo de un hombre que había sido devorado sin piedad. Ella lloró y gritó, porque en lo único que podía pensar era en su familia. Se arrastró en el suelo hasta que se detuvo al chocar contra algo macizo y peludo. Se giró lentamente hasta contemplar un par de ojos sangrientos, con grandes dientes que chorreaban la sangre de su última víctima. Las gotas cayeron, calientes, sobre su rostro y su pelo rubio pálido se tiñó de rojo. No supo cómo, pero la bestia le sonrió antes de aullar guturalmente. Y Phoebe, no pudo hacer otra cosa más que gritar.

*****

Atravesaba los pasillos de la academia a paso lento y altivo. Agosto en la academia podría llegar a ser un tanto aburrido por los pocos cazadores que quedaban, pero en aquel momento se veía desértico. Escasos estudiantes quedaban allí porque la mayoría habían partido a misiones que los requerían. Se vivían momentos decisivos donde cada cazador era de vital importancia. Marissa se movía escurridizamente hasta que comenzó a oír el sonido de las sirenas activarse. Ella se tensó, alarmada, y se dirigió a uno de los ventanales más cercanos para contemplar en la lejanía como las redes de protección de erigían alrededor de la academia.

«Esto no es un simulacro. La región está siendo atacada. Todas las unidades defensivas prepárense para contraatacar, presentándose en el área de entrenamiento» «This is not a drill...» comenzó nuevamente la voz a través de los altos parlantes, comunicando la misma noticia en diferentes idiomas.

Un estremecimiento recorrió a Marissa, y no dudó en comenzar una carrera a través de los pasillos, tomando todos los atajos posibles hasta llegar a la planta baja. Junto a ella, se movían apresuradamente más estudiantes y profesores, hacia el área de entrenamiento que era el área de encuentro ante cualquier amenaza. Cruzó la estrella de ocho puntas hasta el exterior, encontrándose con el aire cálido viciado por la tensión.

— Dentro del gimnasio se encuentran todos los elementos necesarios para que su protección física y armamento —gritó Neilan Gonzaga, acompañado del profesor Martin; ambos dejando de lado el equipo de gimnasia y usando su traje de cazador—, intenten ser ordenados y diríjanse en equipos a las camionetas —agregó, posando sus ojos verdes en el profesor Martin.

— Intenten que no los maten —gruñó éste, con su aspecto agresivo aún más resaltado por las circunstancias. Neilan le dedicó la misma mirada irónica que el resto de los presentes, y simplemente omitió todo eso, y siguió explicando lo mismo para los recién llegados.

— ¡Marissa! —oyó su nombre con urgencia y se volteó para encontrarse con Therón, quien le hacía señas para que fuese hacia allí—. Vamos, debemos buscar nuestras armas —le dijo él cuando ella se le acercó.

Tanto Therón como Giles y Dominic se encontraban con los equipos listos para salir, con la camiseta de protección y las chaquetas con municiones.

— Hasta que apareciste, ¿Dónde estuviste todo el día? —le preguntó Dom con una sonrisa llena de picardía, mientras le alcanzaba el cinturón para transportar sus armas de fuego.

Ella lo miró con impaciencia; no pensaba comentarles frente a todos los demás, que había pasado todo su tiempo en la biblioteca buscando registros sobre Andrómeda Angelotti. Lo peor de todo era que no había encontrado nada, ni siquiera sobre esa familia que al parecer se había extinguido hace cientos de años.

— ¿Podemos irnos antes de que sea tarde? —inquirió Giles con la seriedad que requería aquel momento. Sus ojos almendrados se posaron en Marissa con algo similar al entendimiento. Ella dudó; él era demasiado inteligente, y quizás, tenía más idea que los demás sobre lo que ella estaba haciendo a escondidas para ayudar a su padre y a la Sociedad Fantasma.

Marissa se apresuró a agarrar las pistolas, guardándolas en el cinturón junto a las municiones de balas. Tomó algunos cuchillos y otras armas, además de las nunchaku con las que solía pelear. Se aseguró de estar bien preparada, mientras contemplaba a sus amigos. Therón estaba armado con un arco y cientos de flechas que guardaba tras su espalda, además, poseía armas de fuego y algunas armas blancas. Las armas predilectas de Giles eran las armas blancas, y de ellas estaba rodeado; todo tipos de cuchillos y una espada que llevaba tras de sí, cuidadosamente guardada. Por su parte, Dominic, sostenía con fiereza el hacha danesa que era su arma preferida, además de otras armas que posiblemente lo ayudarían.

Una vez listos, corrieron hacia el sector de los vehículos y pese a que podrían haber perdido tiempo en ponerse de acuerdo sobre quien manejaría, nadie dijo nada cuando Marissa fue quien tomó el control.

Manejaron sumidos en el silencio, expectantes de cualquier amenaza que podría acecharlos. Mientras algunos se dirigían hacia Linz, ellos iban directo a Aage al mismo tiempo que intentaban ponerse en contacto con una Lena que no respondía.

— ¿Dónde está esta chica? —Preguntó Therón molesto y preocupado, levantando su vista hacia la ruta y sorprendiéndose de ver a un licántropo a medio camino, mordiendo y despedazando un cuerpo— ¡Mierda! —exclamó, al mismo tiempo que Dominic sentado a su lado abría la ventana para sacar parte de su cuerpo, sosteniendo su hacha con más fuerza.

— ¡Mas velocidad, Guerrero! —exclamó con el aire golpeando su rostro y sus rulos dorados desordenándose. Sus ojos verdes brillaron flameantes en el momento en que la velocidad de la camioneta aumento exponencialmente, y con un grito eufórico alcanzó al licántropo y le cortó cabeza con un movimiento rápido y preciso— ¡Eso fue genial! —gritó Dom, volviendo al interior tras gritar victorioso. Therón sonrió y Marissa continuaba concentrada en el camino, pero Giles lo miró cuidadosamente— No me mires así, no me refiero a que la región sea atacada, sino haberlo matado así —explicó Dom con énfasis, y al ver que la expresión de Giles no cambiaba, lo miró con impaciencia.

Dominic continuó gruñendo para sí mismo sobre cuán aguafiestas era su amigo mientras se acomodaba junto a Therón, en el asiento trasero. Él limpiaba su hacha de la sangre y restos del licántropo, al mismo tiempo que el resto se preparaba anímicamente para lo que estaba por venir. Manteniendo una alta pero segura velocidad, Marissa avanzó rápidamente los kilómetros que separaban la academia de la ciudad de Aage. Una vez llegaron allí, se encontraron con el caos que había surgido.

— ¡Joder! —exclamó Marissa, en español, completamente inaudita con la visión de las personas corriendo, siendo perseguidas por demonios, licántropos y bestias amorfas. Tras estacionar bruscamente la camioneta, se bajó lentamente con la expresión contorsionada y su mano en sus armas.

Los cuatros se reunieron frente al vehículo, mirando atentamente la escena y analizando como actuar. La oscuridad plagaba sus vestimentos y sus actitudes; ya no eran adolescentes joviales y divertidos, tenía que ser adultos y responsables para cuidar la vida humana.

— ¿Qué hacemos? —preguntó Dominic, sin quitar sus ojos de las personas.

Giles suspiró profundamente, agarrando su espada y moviéndola nerviosamente. Posó sus almendrados y serenos ojos por todo el panorama, deteniéndose a contemplar una gran infraestructura que podría servirles.

— Marissa y Dom, desháganse del peligro —dijo y volteó hacia Therón que ya estaba armado—. Therón, resguardemos a las personas en aquel edificio —señaló con su cabeza hacia el lugar elegido.

Marissa lo miró por un instante, y estaba a punto de quejarse sobre no recibir órdenes de nadie, pero Giles tenía razón así que solo asintió, avanzando hacia el caos venidero. Por su parte, Dom chocó las manos con Giles y Therón para luego posicionarse junto a ella.

— ¿Lista, Cleopatra? —le preguntó él, juguetonamente, con el desafío dibujado en su sonrisa. Marissa volteó hacia Giles y Therón, que ya habían emprendido su camino hacia las personas para ayudarlas, y volvió hacia Dominic.

— Que el show empiece —canturreó ella, cargando sus armas lista para comenzar con la cacería.

*****

Gritó y gritó, sacando todo de sí porque era lo único que podía hacer. Se encogió sobre sí misma, viendo su corta vida pasar frente a sus ojos, y solo pidiendo que su familia no sufriera demasiado ante su muerte. Esperó a ser devorada por la infernal bestia pero transcurrieron los segundos y nada pasó. El caos seguía oyéndose a su alrededor así que dudaba estar muerta. Abrió un ojo y luego el otro, levantando su rostro para encontrarse con unos serenos y profundos ojos azules.

Phoebe parpadeó para asegurarse que la visión de aquel chico alto, con los rasgos más bonitos y pronunciados que alguna vez había visto. Él la miró con análisis un instante, y le dedicó una media sonrisa que en vez de tranquilizarla, la hizo poner nerviosa.

— ¿Estás bien, cariño? —le preguntó, hablándole en perfecto alemán, aunque poseía un ligero acento que le indicaba que no era de allí.

Ella asintió torpemente, y él le ofreció su mano. Había una mezcla de serenidad y bestialidad en su aspecto, y que se profundizaba en su mirada. Phoebe se puso de pie, observándolo a él y luego a la bestia que yacía en el suelo, muerta y ensangrentada. El horror se dibujo en su rostro, y se giró hacia el chico que peinaba su pelo rubio pálido hacia atrás.

— ¿Qué está sucediendo? —preguntó ella, dubitativa, antes de reconocer una espada en sus manos llenas de sangre. Él posó sus ojos en ella con cierta diversión.

— Ethan, ¿Puedes dejar de perder tiempo? —gritó alguien detrás.

Tanto él como ella se giraron hacia atrás, y Phoebe contempló al joven de cabello castaño y ojos sagaces que se acercaba caminando entre el caos, como si acaso estuviese acostumbrado a él y disfrutase de ello. Identificó el acento inglés en sus palabras, y se preguntó qué podían hacer personas como ellos allí.

— No estoy perdiendo el tiempo —se quejó Ethan aunque su voz sonaba aburrida, y posó sus ojos en el licántropo caído.

— Oh... el eterno enemigo —canturreó Hamish, una vez al lado de Ethan, moviendo con su pie a la bestia sin percatarse de la presencia de Phoebe. Tardó un buen tiempo en verla, y en ese momento, su sonrisa se ensanchó—. Salvando a una niña, siempre tuviste un lado principesco.

Phoebe miró con enojo a Hamish por tratarla con inferioridad, y se sorprendió de oír a Ethan gruñirle guturalmente a su amigo, pero Hamish continuó sonriendo y se giró para volver por donde venía.

— Vamos que perdí de vista a Archibald y probablemente esté a punto de morir a manos de un demonio, y ni siquiera encontramos la casona Von Engels, la cual no tengo ni idea donde está —se quejó él alejándose. Ethan no dijo nada y solo lo siguió, caminando lentamente.

Ella quedó detenida, aún confundida por lo que acababa de vivir e intentando tranquilizarse. Cuando su mente se aclaró, ellos ya estaban lejos y no dudó en correr hacia ellos. Aún temía por su vida, y si ellos podían salvarla si volvía a estar en peligro, prefería ayudarlos de algún modo aunque dudaba de las intensiones que ellos tenían con los Von Engels.

— Alto —les gritó sin aliento, ella odiaba correr y tenía menos estado físico que una planta—, sé donde está la casona Von Engels —agregó sedienta.

Tanto Hamish como Ethan se voltearon hacia ella, y la miraron con análisis, sin importarles estar rodeados de personas corriendo horrorizadas. El corazón de Phoebe estaba a punto de salirse de su pecho, por el terror y por la falta de respuestas de ambos. El único indicativo de que la escucharon fue el encogimiento de hombros de Ethan y el levantamiento de cejas de Hamish. Cuando ellos volvieron a retomar el camino por el que se iban, Phoebe dudó si requerirían su ayuda hasta que Hamish gritó:

— ¡Muéstranos el camino ángel!

Phoebe sintió la torpeza recorrerla. Había algo en ellos que les inspiraba confianza y temor al mismo tiempo, pero Ethan la había salvado así que supuso que tan malos no serían. Miró a su alrededor, viéndose sola y sin querer arriesgarse a dar marcha atrás por temor a terminar realmente siendo devorada por un ser irreal. Hamish chasqueó los dedos pretendiendo verse impaciente, y Phoebe comenzó a caminar apresurada tras ellos.

— ¿Quiénes se suponen que son ustedes? ¿Y tienen idea de lo que está pasado? —inquirió Phoebe, siguiéndolos de cerca.

Ethan limpiaba su espada y la guardaba tras su espalda, dedicándole una suave mirada a Phoebe y deteniéndose en Hamish, quien sonrió de lado.

— Hamish, Ethan. Ethan, Hamish. Y no sabemos absolutamente nada —dijo él señalándose a él y luego a Ethan, simulando inocencia— ¿Cómo sabes dónde está la casona Von Engels? —preguntó Hamish, caminando altivamente con sus manos en sus bolsillos y actitud despreocupada.

— Todos saben dónde está la casona Von Engels —explicó Phoebe deseando quitarse del pelo la pegajosa sangre—. Según dice que fueron una de las familias fundadoras de Aage y la ciudad creció alrededor de ella. Pero realmente la conozco porque allí vive mi mejor amiga —explicó.

Los ojos se Hamish se oscurecieron sobre Phoebe, y ella se sintió completamente intimidada por su actitud y la belleza entre angelical y diabólica que poseía.

— ¿Mejor amiga? —preguntó él con evidente curiosidad. Él se detuvo bruscamente al tensarse; sus ojos se dilataron y su mano se aferró a la ballesta guardada. La levantó con elegancia y antes de que Phoebe pudiese poner los ojos en el objetivo, él ya había disparado dando certeramente con la flecha en la cabeza de algo grotesco y no humano que se acercaba a ellos.

Phoebe estuvo a punto de gritar, pero Hamish le sonrió encantadoramente para intentar tranquilizarla. Cuando sus ojos dieron con los de él, vio un brillo dorado que le transmitió un escalofrío y que desapareció tan rápido como apareció.

— ¿En qué estábamos? —Volvió a preguntar, mirando a un Ethan que solo caminaba meditabundo en el paisaje—. Cierto, la casona... ¿Quién es tu mejor amiga? —dijo como si acaso Ethan le hubiese respondido.

— Lena Von Engels, ¿la conoces? —inquirió ella, afinando sus ojos sobre él, y preguntándose si siempre las conversaciones entre él e Ethan eran tan unilaterales como esa.

— En teoría sí, es mi prima —respondió Hamish, y su sonrisa se volvió oscura—. A Ethan realmente le importa una mierda lo que diga y pase, él simplemente es así —agregó. Phoebe se detuvo bruscamente, sorprendida.

— ¿Cómo supiste...? —inquirió, y él le guiñó un ojo.

— Lo dijiste en voz alta —susurró, haciendo que Phoebe se ruborizada.

Los tres se detuvieron de nuevo, pero esta vez contemplaron como un grupo de personas luchaban con los demonios y licántropos que quedaban en las calles. Ya no había personas a la vista; todo el caos se convirtió en desolación. Hamish sonrió ante la vista mientras que Ethan se cruzó de brazos, ubicando entre todos ellos a Demyan, quien luchaba ferozmente como si fuese uno más de ellos.

Ni Hamish ni Ethan podían negar que él era un humano con corazón de cazador; Demyan tenía la convicción, los valores y la fuerza que a muchos de su mundo les faltaba.

— ¿Deberíamos ayudarles? —inquirió Ethan con voz queda.

— No... parecen tenerlo controlado —comentó Hamish, analizando a cada uno de aquellos jóvenes cazadores que se movían con determinación.

Phoebe permaneció contemplándolos confundida y al mismo tiempo maravillada. No entendía si todo aquello era la vida real o parte de una película de las que solía ver. Tenía miedo pero también estaba encantada por la forma en que se movían, como animales. «¿Qué clase de mente podrida tengo?» Se preguntó a sí misma, dándose cuenta que la respuesta no era buena. Se abrazó a sí misma, y comenzó a prestar atención al reconocer los rostros de quienes peleaban. Marissa, Therón, Giles y Dominic; los cuatros amigos de Lena del internado en Berlín. Quedó boquiabierta observándolos, confundida por lo que veía que no tenía absoluto sentido para ella. Su mente ya no podía procesar nada de lo ocurrido y aún se sentía temblorosa por todo. La realidad comenzó a marearla, y el mundo daba vueltas a su alrededor a máxima velocidad. Su respiración se aceleró al igual que su corazón, hasta que el aire no fue suficiente y se sintió desvanecer.

Hamish suspiró contemplando la lucha, sin dejar de percibir su alrededor. Se dio cuenta el preciso instante en que Phoebe caía al suelo, y fue sostenida cuidadosamente por el siempre atento Ethan. No había cosa que lo hiciera sentir más vivo que la lucha y el drama.

Una fugaz sonrisa cruzó entre sus labios.

*****

Sus ojos negros observaban el camino que se abría frente a él. Meditabundo y cansado, pensaba en cómo su decisión de volver a Barcelona no había sido tan errada. Si, aún había sentido el dolor ante la ausencia de Lihuén, pero ese era un dolor al que ya estaba acostumbrado. Un dolor que se había vuelto parte de sí mismo.

Newén parpadeó y buscó en el reloj de su muñeca la hora. Las siete de la tarde se estaban acercando en aquel día de verano. El aire cálido movía las hojas de los arboles que se erigían como murallas alrededor de la ruta. Aquella región de Austria era hermosa y etérea, y Newén nunca se había arrepentido de haber ido a vivir a Aage. Esa ciudad se convirtió en su refugio.

Evaluaba el paisaje, sintiéndose inquieto y nada tenía que ver con Viridis sentada en el asiento de acompañante. Ella era la única chica que podía intimidarlo y fascinarlo al mismo tiempo. Desde que la conoció a los nueve años, le había llamado la atención y no sabía si era su belleza o su personalidad extrovertida. Si algo caracterizó siempre a Newén, fue su timidez y torpeza en cuanto a las relaciones interhumanas. Para muchos era extraño que aún así fuese abogado, pero en el plano profesional era todo un luchador defensivo que iba al frente. En cuanto a lo personal, eso no se veía tanto.

— Extrañaba ver a tu familia... tu mamá cada día me ama más —canturreó Viridis, rompiendo con el silencio. La tez morena de Newén se oscureció ante el enrojecimiento de sus mejillas. Sonrió como un niño orgulloso y la miró de soslayo.

— Mi madre ama a todo el mundo, incluso a Leonardo —bromeó él, y agradeció de Leonardo estuviese dormido en el asiento trasero, para que no los interrumpiera.

Los ojos de Viridis brillaron sagaces y lo miró con falsa ofensa.

— ¿Qué me estas queriendo decir con eso? —preguntó, y Newén negó, entorpecido por verse a sí mismo de manera patética. La coraza de timidez comenzó a erigirse a su alrededor hasta que Viridis rió sonoramente y comenzó a buscar música en la radio— ¿Te has dado cuenta que no somos buenos intentando ser divertidos entre nosotros como con el resto? —inquirió ella. La expresión de él se contorsionó, y la miró por un momento, dubitativo y también de acuerdo.

— Puede que seamos demasiados buenos, maduros e inteligentes... ¿Eso te hace sentir mejor? —le preguntó él y ella asintió.

— Cada vez que intento bromear contigo, me siento como esa vez que me entrevistaron en el programa de Jimmy, y estaba un genial actor que adoro. Intenté decir algunos chistes pero solo quedé avergonzada a nivel internacional —dijo, tapándose la cara con sus manos, completamente horrorizada de recordar aquel episodio—. Nunca pude volver a ver a Tom Hiddleston sin querer desaparecer de la faz de la tierra.

Newén no supo que decirle, y aunque no quiso reírse, no pudo evitar sonreír al recordar esa entrevista. Ninguno de sus amigos sabía con certeza, aunque si lo sospechaban, que él seguía cada paso artístico que ella daba. A veces se sentía como un maldito acechador, pero era solo el interés que le nacía de verla para tener la seguridad que ella estaba bien.

— Me pasa lo mismo contigo —murmuró él, sin quitar la sonrisa de su rostro.

Viridis puso sus pies sobre el asiento, apoyando sus brazos sobre sus rodillas, y su rostro en ellas. Lo contempló por un arduo tiempo, sin comprender como después de tantos años, siempre terminaban hablando de lo mismo. Su relación era una incógnita, incluso para ellos.

— Tienes que sonreír más seguido —murmuró ella meditabunda. Newén la miró por unos segundos, sintiéndose su corazón acelerarse y su cuerpo tensarse. Ella podía lograr eso y mucho más, pero en ese instante, no era ella la que estaba produciendo eso...

La expresión de Viridis pasó de la diversión a la preocupación. Sus ojos se dilataron y buscó en los alrededores de la ciudad, en la que entraban, señales de sus enemigos. Tanto ella como Newén se encresparon, y no tuvieron la necesidad de despertar a Leonardo y Lena que dormían casi abrazados atrás.

Lena abrió los ojos con los sentidos disparados, y se movió torpemente a un lado tras darse cuenta que había pasado horas durmiendo sobre un Leonardo que despertó bruscamente. Él sacudió su pelo observando a Lena con confusión, y buscando en Newén y Viridis alguna respuesta.

— ¿Qué está pasando? —inquirió con expresión sombría.

— No tengo la más infernal idea —respondió Viridis al mismo tiempo que Newén aceleraba para dirigirse hacia donde el sonido de peleas y gruñidos era más fuerte.

El auto se detuvo de repente al encontrar a un grupo de cazadores terminando de acabar con unos demonios. «¿¡Qué mierda!?» gritó Lena en su cabeza al reconocer a sus amigos, peleando junto a un chico mayor a ellos de cabello rubio y contextura alta que se veía como un gladiador romano rodeado de fieras.

Enmudeció ante el desastroso escenario. Marissa, Dominic y el rubio desconocido peleaban con lo que parecía ser los últimos demonios y licántropos que quedaban de un gran grupo de ellos. Entre las casas y edificios destrozados, había cuerpos humanos y no humanos, despedazados, ensangrentados y con el horror en sus perpetuas miradas. El dolor se resolvió en sus entrañas, y Lena tuvo que esforzarse por no pensar en quienes serían esas personas, y si quizás los conocía. Volvió a centrarse en sus amigos.

— ¡Cuidado Marissa, atrás tuyo! —gritó sin poder contenerse, y al notar que su amiga tardaba en sacarse de encima a un demonio, Lena corrió hacia Newén para arrebatarlo uno de los cuchillos que siempre guardaba bajo su chaqueta. Afinó su visión, y tras apuntar, dio en el blanco de la frente del licántropo. Marissa gritó cuando se deshizo del demonio, y se volteó en el momento en que la bestia aullaba de dolor. Ella continuó deshaciéndose de él mientras Lena respiraba aliviada, agradeciendo haber tomado tantas lecciones con Newén, quien le sonrió orgulloso.

— ¿Lena? —Escuchó una voz familiar, y sus ojos se dirigieron hacia Phoebe, quien se veía espantosa pero por lo menos se la notaba sana y salva— ¿Qué está sucediendo? —inquirió.

Y fue en ese instante en que se dio cuenta de que el escenario en dónde estaban y las circunstancias que las rodeaban, la dejaban a ella prácticamente al descubierto. Su respiración se atoró en sus pulmones, irguiéndose con tensión a medida su amiga se acercaba a ella con rostro afligido y mirada confusa.

— Phoe —murmuró inmediatamente entorpecida—. No es lo que parece —dijo, y sintió las miradas de todos sobre ella.

— ¿En serio? ¿Eso es lo mejor que se te ocurrió? —inquirió Leonardo con mirada irónica y sonrisa desdeñosa. Lena lo miró con una mezcla de impaciencia y suplica porque no tenía idea de cómo actuar en ese momento.

Lena se volvió hacia Phoebe, intentando encontrar las palabras necesarias para poder explicarle lo sucedido, sin estar segura si debía continuar ocultándole las cosas o decirle todo. En ese instante, comprendió cuán difícil debió ser para su hermana decirle la verdad.

— Tranquila, todo tiene explicación —le aseguró a su amiga, dándole una lenta sonrisa. Phoebe asintió como si se tratara de una niña; aún seguía en estado de shock por haber estado al borde de la muerte, y lo único que necesitaba en ese momento era alguien familiar.

Phoebe y Lena se reunieron, dándose un abrazo que tranquilizó a ambas.

— Ellos estaban buscando tu casa, no sé bien que quieren —comentó Phoebe, secando las lagrimas que se habían escapado de sus ojos.

— Ethan y Hamish, tanto tiempo —canturreó Leonardo, acercándose a ellos como si fuese un león a punto de cazar. Ethan lo recorrió de arriba abajo con aburrimiento y posó sus ojos en Newén y Viridis, asintiendo lentamente a modo de saludo.

Por su parte, Hamish esquivó a Leonardo para dirigirse hacia Lena, con su sagaz mirada completamente puesta en ella. La curiosidad tiñó sus ojos celestes verdosos, y una sonrisa apareció en sus labios.

— Con que tu eres Lena —susurró, tendiéndole la mano; pese a ser parecida a su hermana, Lena tenía más rasgos Law que Valquiria—. Soy Hamish Law, tu primo, y hemos venido a buscarte —le dijo.

La expresión de Lena se contorsionó con duda y curiosidad. Era extraño cuanto había cambiado todo; hacía un año no tenía prácticamente familia, con solos una amiga y una vida demasiado común. Ahora pertenecía a otro mundo, dónde su familia se había extendido con lazos consanguíneos y de amistad.

Ella le tendió la mano, y se sintió perturbada con la mirada cristalina que él poseía. A diferencia de su hermano que parecía ser noble y correcto, Hamish se veía como un ángel pero en su mirada relucía su personalidad como la de un demonio; hermoso y mortal.

— ¿Por qué han venido a buscarme? —inquirió ella, soltándole la mano. Hamish se encogió de hombros y apuntó hacia el rubio desconocido. Marissa y Dom corrieron hacia el edificio donde los demás aguardaban, junto con Newén y Viridis que decidieron ayudarles.

— Ya todo ha acabado —dijo Demyan, acercándose al grupo, viéndose agotado de deshacerse del peligro. Con aspecto sucio y la ropa rota, él limpió su cara hasta que se detuvo en seco al ver a Lena— ¿Valquiria? —inquirió.

*****

Las manecillas del reloj se movían y su sonido creaba más eco dentro de la sala de conferencia. Tensión, horror, duda y la incesante sensación de falta de control danzaban cándidamente en el ambiente. Un par de dedos inquietos sobre el escritorio de robusta madera resonaron, hasta que cesaron bruscamente.

— Los ataques han cesado —murmuró la voz fría de uno de los presentes en la junta con los cazadores de más alto rango. Era un hombre moreno y alto, perteneciente a la dinastía Alcander—, pero según esta nota que ha sido entregada, tenemos 48 horas para rendirnos ahora antes de que los ataques vuelvan—agregó.

— Rendirnos... jamás —vociferó otro hombre, a unos metros; éste era mediano con el pelo enrulado rubio, sus facciones eran tan hurañas como el tono de su voz.

— Eso no está en discusión —dijo Solange Zander, con sus ojos negros transmitiendo la tranquilidad que era necesario en aquel momento—. Necesitamos asegurarnos que la población mundial esté a salvo, de una forma y otra —reconoció.

— ¿Y qué vamos a hacer con ella? —inquirió una mujer de cabello castaño claro, contemplando en las enormes pantallas que los rodeaban las imágenes de Valquiria junto a su expediente militar.

Un tenso silencio le precedió, y hubo miradas encontradas. Solange buscó a sus amigos entre todos los cazadores. Martín, Constantin y Byron estaban dispersos entre los demás. Allí se encontraba la cúpula de los cazadores, diciendo por el futuro de ellos y de la humanidad.

— ¿Acaso nada de todo esto les ha servido para comprender que estamos en real peligro, y qué ella también? —la voz de Augusta rompió el silencio, poniéndose de pie con sus manos en el escritorio, mirándolos a todos con la furia contenido de sentirse impotente—. Hay que elevar las defensas y preparar a todos para una guerra. Una guerra que hace años se viene gestando, y que ha comenzado —expresó.

— ¿Se da cuenta que la figura de su nieta en estas circunstancias son dudosas? —Preguntó la mujer de cabello castaño—. Si acaso ella ha cometido traición a los mandatos y deberes de los cazadores, deberá pagar —comentó.

Augusta lo sabía. La traición se pagaba con la vida, pero ella necesitaba encontrar a su nieta y no le importaba porque medio. Cerró los ojos, y asintió con el dolor recorriéndola como veneno. Había perdido a su esposo, a sus amados hijos, y no perdería a sus nietas. Haría lo que fuera, pero la encontraría y la salvaría; ya había creado demasiado daño por intentar hacer lo correcto, era hora de buscar la exoneración de sus culpas.

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