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Capítulo 14. El virtuosismo de arriesgar

Región Sajonia, 1553.

Todo había cambiado. Eso lo sabía desde hacía tiempo, pero cada vez era todo más evidente. Pese a todo lo que había hecho Runa para luchar contra el mundo que la rodeaba, terminó cediendo en la vorágine de una sociedad que detestaba. En toda la oscuridad de su vida diaria, solo había una luz de esperanza que obtenida tras horas y horas de luchar por lo que deseaba.

— ¡Ritcher, abajo! —gritó alguien en medio de una intrincable pelea. Johann se puso alerta, agachándose en el instante en que un licántropo saltó sobre él.

Agitado, con marcas de sudor, suciedad y sangre, Johann se erigió blandiendo con fuerza su arco para apuntar directamente en su objetivo. La flecha salió despedida y dio justo en el corazón de la bestia, que comenzó a gruñir y contornearse con dolor y furia. Su cabello castaño que solía estar prolijamente peinado se encontraba desordenado, y sus ojos celestes sobresalían fríamente en su piel pálida por la tensión.

Buscó a su alrededor, pero como no encontró a quien necesitaba, se decidió por disparar otra flecha hacia el licántropo.

— ¡Runa! ¿Dónde estás? —preguntó mientras la flecha cortaba el aire en su camino hacia la bestia, quien volvió a rugir con dolor. La batalla que se llevaba a cabo a su alrededor estaba fuera de control, y debían agradecer estar lejos de la civilización.

De pronto, escuchó un grito demencial y se giró en dirección de una bestia que se sacudía violentamente hasta caer seco a metros de él. Una figura menuda y altiva saltó antes de la colisión, y con una maniobra elegante cayó de pie en el suelo.

Johann parpadeó sin poder quitar los ojos de la imagen hipnotizante de Runa. Ella era siempre bonita, pero cuando destapaba su verdadera naturaleza era un ser indómito y precioso, era una tempestad imposible de frenar. Y que él tampoco deseaba detener.

Ella le sonrió con suficiencia, sin preocuparse de su vestimenta; para aquella batalla había elegido un pantalón negro y unas camisetas oscuras, con las que cubría con tanta protección como le fuera posible para que las garras y dientes no se clavaran fácilmente en su cuerpo. Su pelo estaba recogido en una masa ondulada dorada, y en su rostro sobresalían inhumanamente sus ojos que brillaban como la plata.

— ¿Cuándo vas a reconocer que me necesitas? —le preguntó risueña. Johann sonrió y señaló con su cabeza el licántropo que golpeaba todo a su paso.

Runa puso los ojos en blanco, y suspiró con falso malestar, armándose con sus cuchillos y yendo directamente al licántropo. Desde lejos, Johann continuó deshaciéndose de bestias que intentaban traspasar el área que los cazadores habían limitado para estar seguros.

Siendo una dupla letal y aguerrida, Johann y Runa se deshicieron de todo aquel que quisiera penetrar la fortaleza y fueron más allá de donde debían para liberar la zona. Todos los cazadores que se habían reunido allí para expandir los límites de seguridad para los humanos luchaban con todas sus fuerzas.

En aquella región se habían reunido cazadores de diferentes destinos, dirigidos por las principales familias del país: Algers, Von Engels, Ritcher, Mortensen y Schmidt; poderosas y con la lealtad de filas de hombres que luchaban por ellos.

Cuando la noche cubrió todo el escenario y la lucha se detuvo, llegó la hora de descansar para curar a los heridos y enterrar a los muertos. El conjunto de carpas se alzaban en sentido concéntrico y en el centro había una gran hoguera que daba calidez al campamento. A medida que la noche transcurría, los distintos grupos iban adentrándose en sus propias cosas; estaban quienes preferían conversar al costado de la hoguera, comiendo y bebiendo hasta tarde, otros que hacían su trabajo de reparar y forjar armar, quienes cuidaban de los heridos tenían un gran trabajo por delante, y estaban los que preferían descansar. Para las tareas de protección y vigilancia permanecía un grupo de cazadores en lo alto de la fortaleza creada.

— Hermosa, ¿Por qué no vienes y nos entretienes? —silbó un cazador fortachón, dirigiéndose a Runa, una de las pocas mujeres que había en el campamento y que no tenían tareas hospitalarias.

Ella puso los ojos en blanco y prefirió hacer caso omiso de los comentarios de ese tipo. En el tiempo que llevaban allí, ya se había acostumbrado a los hombres que querían propasarse con ella e intentar llegar a su cama.

Maldiciéndolos por lo bajo, y renegando de aquel machismo en su mundo se metió dentro de su carpa, dejando de lado los cuchillos y deteniéndose al encontrarse con Johann quitándose la armadura. Runa se cruzó de brazos y permaneció contemplándolo absorta. Él era hermoso en muchos sentidos; su porte elegante y su belleza podían ser envidiados por cualquier príncipe, y ni hablar de sus modales tan calmos y encantadoras. Su pelo castaño caía salvajemente sobre su rostro haciéndolo ver rebelde. A medida quitaba sus prendas, Runa se regodeaba con el cuerpo delgado y firme de él, hasta que quedó pausado y se giró lentamente en dirección de ella.

— No sé si sentirme halagado o ultrajado porque me estés mirando así —dijo dejando de lado su ropa y sonriéndole divertido. Runa caminó hacia él con una sonrisa arrogante y cruzó sus brazos tras su cuello, así acercarlo y poder besarlo tan frenéticamente como había fantaseado ese día.

Johann gimió y sostuvo con fuerza su cuerpo para impedirle que se alejara. Su corazón bombeaba vivazmente y su mente volaba cuando estaba a su lado, y eso era lo que necesitaba en ese momento. La necesitaba a ella en cada momento de su vida.

Runa sonrió de felicidad, sabiendo que Johann reaccionaba a su contacto igual que ella a él. El frenesí la recorría como un dulce veneno y la necesidad de llegar al punto más alto la obligaba a no parar. Luchar la llenaba de vida, pero la pasión y emoción que sentía junto a Johann no se podía comparar con nada.

Las manos de él se movieron juguetonamente por su cuerpo. A medida se deshacían de las prendas que llevaban, se iban acercando a la cama sencillamente armada, entre besos y caricias, dejándose llevar por emociones que apaciguaban frente a todos pero que no podían manejar en la intimidad.

— Podríamos permanecer en tantas misiones como fuese posible para no tener que volver —susurró Runa, recostada sobre él, tras perder la noción del tiempo y del lugar. Johann sonrió, rozando suavemente su espalda desnuda y maravillándose con el encanto de su voz.

— Podríamos... —concordó—, pero no tardarían en venir tus padres para arrastrarte a Berlín con tu encantador esposo —agregó.

Runa lo liquidó con la mirada ante la mención de Roth Baldwin, aquel hombre con el que había sido obligada a casarse y con quien vivía infelizmente como una humana. Lo único bueno que había dejado esa unión era la disposición de Runa para luchar como un cazador cada vez que se lo requiriera.

Ella no quería nada de eso, como Johann tampoco lo quería. Pese a las veces que le habían insistido por desposar a alguna muchacha, él siempre me negó. La única persona con la que se hubiese casado estaba entre sus brazos, y fue lo suficientemente lento como para adelantarse a los Baldwin. La furia de Aubrey hacia su hermana se vio incrementada cuando se dio cuenta que Runa podría estar casada pero aún tendría toda la atención de Johann.

Al ver que el evidente mal humor, Johann le hizo cosquillas, arrancándole risas que se extendieron como la bruma. La diversión cedió, y ambos se detuvieron en contemplar al otro. Runa recorría con su dedo las líneas de su rostro y ser perdió en sus ojos.

— ¿Te has dado cuenta que hay partes en que tus ojos tienes un suave verde? —le preguntó. Ella sonrió cuando él la afianzó más con su cuerpo, y agudizó sus ojos para maravillarse de cómo el verde y celeste jugaban intercaladamente, creando algo único.

— Si, todos los Ritcher somos así —respondió—, dicen que es herencia Madison —agregó con un ligero encogimiento, y volvió a besar sus labios porque algo más interesante que su familia era ella, sobre todo estando desnuda a su lado.

— ¿Madison? Siempre creí que serías un Warren —afirmó ella separándose apenas de él; Johann gimió en desaprobación y ella lo miró seriamente.

— Me ofende que hayas creído que era un aburrido Warren, soy un Madison: los desafiantes y brillantes —exclamó con drama un tanto exagerado. Runa sonrió de lado, besándolo con rudeza para transmitirle el pesar de su ofensa.

La noche se consumió en un instante, y ambos le dieron la bienvenida a un nuevo día durmiendo abrazados. Allí, lejos de Berlín, les gustaba engañarse a sí mismos que su realidad era otra en la que eran una pareja solida y fuerte. Y aunque tenían la seguridad de que todo cambió hace tiempo, tenían el mal presentimiento que eso era solo el comienzo.

Con la claridad iluminando la gran carpa en la que se encontraba, una figura oscura emergió frente a ellos. Contemplándolos meditabundo una pequeña sonrisa se formó entre los labios de aquel ángel oscuro. Sus ojos brillaron radioactivos, azules como el hielo más frio del planeta. Y recorriendo lentamente el lugar, se acercó a ambos para rozar sus rostros con la suavidad de una pluma. Un pequeño susurró de victoria salió de sus labios y se esfumó como un cosquilleante viento que despertó a Runa. Una extraña sensación tensa y defensiva se instaló en su cuerpo, y miró con detenimiento su alrededor. Allí no había nada pero la molesta sensación no se iba, y continuó estando hasta que Johann la volvió a rodear con su brazo, olvidándose de todo.

****

Berlín, 1553.

Para Runa, su vida apestaba en ese momento, teniendo que volver a su casa junto a su marido, en vez de poder tener la vida que soñó con el amor de su vida. Viéndose como toda una dama aristocrática, Runa bajó del carruaje y atravesó las puertas de su mansión con dirección directa a su habitación para poder refugiarse en su salón privado. Pero como si acaso su marido hubiese adquirido las manías de su madre y su hermana, se cortó el camino hacia la escalera al aparecer frente a ella.

Él le sonrió con el encanto de saber que su amada esposa estaba nuevamente con él. Sus ojos eran bonitos y brillantes, y el rubio con tintes rojizos de su pelo hacía que su rostro resaltara con palidez. Roth era realmente un hombre apuesto y el mejor marido que una mujer podría tener, pero no el que Runa quería. Pero por la bondad que le demostraba y lo comprensible que era, ella le debía tratarlo con respeto y amabilidad cuando estaba frente a él, y no descargar su furia contra su persona.

— Haz vuelto para iluminar esta casa —murmuró él, tomándole las manos para acercarla a él y besarla brevemente—, te ves más hermosa que cuando te fuiste —agregó.

Runa sonrió con galantería, sabiendo que se veía radiante por la acción que había tenido tras tantas peleas y recordando los cientos de moretones, magulladuras y cortas que ocultaba bajo su vestido, y que esperaba que él no notase.

— ¿Cómo se encuentra tu tía? —preguntó. Runa contorsionó su rostro con confusión hasta que recordó el motivo de su alejamiento del hogar y su expresión se volvió dolida.

— La pobrecita está muy mal, pero seguimos teniendo esperanzas con que sane —exclamó compungida haciendo de cuenta que le salían lagrimas de sus ojos. Maldijo a sí misma sus pobres dotes de actriz, y disfrazo su malestar abrazando a Roth. Él se asombró ante el contacto y la abrazó con torpeza.

— Todo va a estar bien —le dijo él, dándole suaves palmadas en la espalda. Runa suspiró profundamente y asintió.

— Eso espero —murmuró, alejándose para acomodarse el vestido y el peinado. Roth le sonrió y señaló hacia arriba.

— En el salón esta mi madre, ella quería ser de las primeras en recibirte —comentó con una alegría que hizo a Runa poner de mal humor. Esa mujer era insoportable y metiche, y se dio cuenta que prefería aguantar a su madre y hermana antes que a la señora Baldwin.

— ¡Que alegría! —Sonrió forzosamente, agarrando su vestido con más fuerza de la normal—. Bueno, voy a refrescarme y luego la recibo —dijo volviendo a caminar hacia su habitación.

— Mejor ve a verla primero, ya sabes cuánto te adora —le aseguró Roth. Runa volvió a sonreír con oscuridad, y asintió sin palabras, preparándose para tener que tomar el té y conversar con aquella mujer que era prácticamente un demonio.

«Él está llegando para tomar lo que le pertenece, destronar a los traidores y extender el infierno por la faz de la tierra» canturreó una escalofriante voz en su mente, obligando a Runa a detenerse con la tensión de desconocer que estaba ocurriendo. Observó a su alrededor pero no había nadie, y Roth ya no se encontraba cerca. Sintió un punzante frio instalarse en su columna, y su expresión se volvió temerosa.

Su respiración tardó en normalizarse, y cuando se dijo a si misma que aquello solo había sido un delirio, continuó su recorrido hacia la sala.

En medio de un sueño violento y tempestuoso, Runa corrió a través de un viejo y seco bosque. Oía cientos de voces que le gritaban pero no podía identificar que era lo que le decían. De pronto, oyó llantos, exclamaciones y trompetas que provenían de un cielo oscurecido y sanguinolento. Observó como el cielo parecía caer sobre ella misma y siguió corriendo para escapar de una fuerza que desconocía.

La voz de un hombre resaltó entre todas y la identificó como la voz de Johann. El desenfrenó envenenó su sangre y se aferró a su cuchillo para escapar de la vegetación. Las ramas de un árbol que se extendía por la tierra se enroscaron en su pie y tropezó, para caer bruscamente en el suelo.

¡Runa! —le dijo Johann al verla, y extendió sus manos para alcanzarla, pero una poderosa fuerza lo arrastraba lejos de ella—. Estamos en peligro, debes salvarte —le gritó.

Ella negó y pateó las ramas, cortándolas con su cuchillo. Sus pies trastabillaron un poco al ponerse de pie y correr, pero logró afirmarse al suelo para ir hacia él y salvarle de alguna manera.

— Los bastardos se encontrarán y el imperio se erigirá —dijo una anciana materializándose en su paso hacia Johann.

— ¿Qué? —preguntó una Runa confundida y temerosa.

— No hay salvación para los Engelson y Dunstan, ellos han sido creados para morir y servir al gran propósito —susurró, y mientras era arrastrada hacia atrás, haciéndole imposible salvar a Johann, ella despertó.

Agitada y horrorizada, Runa abrió los ojos en medio de una habitación oscura. A su lado, Roth dormía apaciblemente pero ella no estaba para nada tranquila. Algo extraño le estaba sucediendo desde que había vuelto de la misión. Eran meses de estar sufriendo pesadillas y oyendo voces que comenzaban a atormentarla, volviéndola loca e inestable.

No dudó en levantarse y vestirse como si acaso fuese a cazar. Pantalones oscuros, y camisetas largas, con una larga chaqueta que se ajustaba en su cintura. Tomó su cuchillo, y se escabulló de su mansión para dirigirse directamente a su antiguo hogar. Necesitaba hablar con alguien de su familia para explicarle que sucedía, pero al llegar allí, no encontró nada más que soledad. Recordó que sus padres estaban de viaje, y que sus hermanos no estaban en Berlín.

Se sintió triste al ir al cuarto de entrenamiento, pero una luz de esperanza se materializó al ver a Caleb. Él se encontraba allí como si acaso supiese que iría, o quizás lo hacía porque su expresión era tan sombría como la de ella.

— ¿Qué me está sucediendo Caleb? —le preguntó yendo a su encuentro, y abrazándolo como si aún fuese la antigua niña que era su aprendiz.

— No lo sé, y no lo entiendo... tus sueños son muy extraños —susurró.

— ¿Viste mis sueños? ¿Cómo? —inquirió.

— Sentí un peligro inminente en ti, un mal presentimiento —respondió. Runa asintió; sabía desde hacía tiempo que él era el ángel guardián de su familia y era una de las dos personas en las que más confiaba.

— ¿Quiénes son los Dunstan? —preguntó Runa.

— Solo sé que son una línea poco conocida de los Madison —respondió él, con un ligero encogimiento de hombros.

Un violento ruido afuera del cuarto de entrenamiento los puso alerta. Caleb agarró su lanza mientras que Runa afianzó el cuchillo en su mano, listos para pelear por lo que fuese. Aguardaron silenciosamente y caminaron agazapados hacia la puerta. Al abrir, hubo una sucesión de gritos y movimientos de pies y manos para que nadie sufriera daño.

— Maldita sea, Runa, ¿Qué demonios haces aquí? —gritó Aubrey, intentando calmar su ataque de nervios; vestía un camisón de seda claro y en sus pálidas manos había un fierro lo bastante grueso y filoso como para matar a alguien.

— ¿Qué haces con eso? —preguntó Runa, señalando la improvisada arma y dándose cuenta que su hermana acababa de maldecir. En vez de verse burlona, la miró como si un extraterrestre hubiese tomado su cuerpo— Acabas de decir maldita sea y demonios —susurró.

Aubrey puso los ojos en blanco dramáticamente, y le dedicó una mirada de reproche a Caleb que sonreía por la inesperada situación.

— ¿Qué hacen aquí? Me acaban de dar un susto de muerte; llevo escuchando ruidos raros desde hace días y ustedes vienen a juntarse a conversar a estas horas de la noche —se quejó.

— Es que tuve un sueño extraño y encontré acá a Caleb —se explicó. Aubrey elevó sus cejas con condescendencia.

—Pero que madura, tienes pesadillas y corres a casa de mama y papa —se burló. Runa la liquidó con sus grises ojos, y Caleb se dijo a sí mismo que era hora de intervenir.

— Algo está sucediendo —insistió—. Tú oyes ruidos extraños desde hace un tiempo, y tú tienes pesadillas poco normales —comentó.

— Ella no es normal, así que no sé por qué esperas tanto —comentó. Runa estuvo a punto de lanzarse encima si Caleb no la hubiese detenido, y miró a Aubrey con advertencia—. Está bien, lo siento —susurró con torpeza.

Caleb suspiró, moviéndose entre las dos chicas para tomar la vanguardia e investigar los alrededores. Desapareció frente a ellas, y en ese instante, Aubrey se dedicó a analizar a su hermana de arriba abajo. Verla así la hacía ver como una guerrera mitológica, fuerte y poderosa, y no como la niña caprichosa que podía llegar a ser. Sus ojos grises se encontraron, y compartieron un breve momento de silencio hasta que Caleb volvió a aparecer.

— No hay nada —dijo, sonando confundido y un tanto desilusionado. Runa hizo una mueca de lado, mientras que Aubrey se encogió de hombros.

El silencio los rodeó hasta que sintieron una opresión en sus cuerpos que le erizaron la piel, y dilataron sus ojos. Aubrey profirió un grito al estar desacostumbrada a esa sensación, en cambio Caleb y Runa contuvieron la respiración a la espera de que aquel dolor física se estabilizara, pero eso nunca sucedió.

Cale gruñó y volvió a desaparecer. Runa observó el alrededor y supo que el lugar más seguro era estar en la cámara de entrenamiento. Irguiéndose para tomar valor, Runa selló la cámara y buscó alrededor algún abrigo para que su hermana tuviese.

— ¿Qué está sucediendo? —preguntó Aubrey.

— Estamos siendo atacados, o lo estaremos —Runa ladeó su cabeza y cubrió a su hermana con un tapado que encontró en un estante. Aubrey negó, totalmente incrédula y maldijo a sus padres por haberla dejado sola en aquel momento. Y en aquel instante, la única esperanza que tenía para seguir con vida era Runa.

Vaya ironía en su vida.

— ¿Y qué vamos a hacer? ¿Esperar a que vengan y nos maten? —inquirió, son su voz inestable. La expresión de Runa era letal, porque si había algo que nadie debía dudar era que ella era una gran luchadora, y nadie caería estando a su lado.

Inesperadamente, Caleb apareció a su lado con rostro pétreo; agitado y totalmente desorbitado.

— Deben huir de aquí, y refugiarse en algún lugar que no las encuentren —les dijo—. Me encargaré de cuidar la casa y deshacerme de las sombras pero necesito tener la seguridad que están lejos —indicó, volviendo a irse.

Runa y Aubrey intercambiaron miradas, dándose cuenta que no había más alternativa que confiar en la otra. Tal como su sobrenombre, Runa se movió tempestuosamente por la habitación buscando cosas que les fueran útiles mientras Aubrey intentaba ubicar el acceso de escape hacia los túneles subterráneos. Con un chillido victorioso, el pasadizo se visualizó y tras volver a agarrar su improvisada arma, se metió allí siendo seguida de Runa.

— Esto es inútil, no sé porque huimos en vez de quedarnos, creo que estamos más seguras en la cámara en vez de este lugar frio, sucio y... —Aubrey gritó chillonamente al sentir algo similar a una rata escabulléndose en sus pies, a medida avanzaban en el túnel solamente iluminado por la pira de fuego que llevaba Runa.

Runa intentó ocultar su maquiavélica sonrisa y solo estuvo tranquila cuando salieron de allí, y se vieron en medio de la nada, bajo un cielo oscuro con algunas nubes y alguna que otra estrella que sobresalía. Ambas respiraron hondo, y se sintieron tan bien de estar sanas y salvas, que se abrazaron con torpeza e incomodidad. Pero era un contacto que ambas necesitaban. La mirada de Aubrey se posó en su hermana más suave y analítica, y Runa le sonrió con timidez. Abrió su boca para decirle algo, pero se asombró al notar dos caballos que se acercaban, y uno de ellos era cabalgado por Johann Richter.

Aubrey meneó la cabeza con una pacifica sonrisa, al ver a su hermana iluminarse como una estrella, al verlo. Y fue ahí que reconoció y se rindió al amor que ambos llevaban.

— ¿Cómo...? —preguntó Runa a un Johann que se apresuraba a bajar del caballo y correr hacia ella.

— Caleb me dio aviso —respondió abrazándola. Runa sonrió entre lágrimas y se aferró al hombre más importante de su vida—. Todo está bien —le aseguró, aunque tenía tantas dudas como todos. Ella asintió y se separó, secándose sus lágrimas rápidamente para no verse débil.

— ¿Te dijo Caleb a donde debemos ir? —preguntó Aubrey. Johann la miró como si acabara de notar su presencia, y Aubrey intentó no ofenderse por eso.

Un fuerte gruñido resonó a un lado de ellos, y reconocieron la figura de hombre que se había vuelto amarillo y con el cuerpo desfigurado. Sus cuerpos volvieron a tensarse, y Runa agarró su cuchillo para defenderse aunque Johann se colocó protectoramente delante de ella. Aubrey abrió los ojos con pavor, y la impaciencia y el enojo la hicieron estallar, y como un acto reflejo, sostuvo el fierro de entre sus manos con fuerza y derrumbó al demonio contra el suelo, para luego clavarle las puntas filosas en sucesivos sitios hasta que lo dejó sobre su pecho.

— ¡Dios! ¿¡Es que no puedo tener una vida normal!? —exclamó ella mirando al cielo. Runa y Johann palidecieron asombrados por la agilidad y fuerza que demostró pese a no ejercer como cazadora. E incluso, temieron de sus propias vidas si acaso Aubrey decidía volver loca y matar a todos—. Tú, ¿Dime donde hay que ir? —preguntó.

— Él no me dijo —susurró Johann, sosteniendo a Runa con cuidado. Aubrey puso los ojos en blanco y tras pensar un instante suspiró.

— Será el fin del mundo, el día que Caleb pueda dar indicaciones completas sin perder un detalle —susurró para sí misma—. Me iré hacia la casa de la abuela Mortensen, pero ustedes váyanse lejos. Dejen de vivir lamentables vidas que no les corresponden y sean felices como quieran —dijo, sonando huraña porque no tenía otro modo de dirigirse a su hermana.

Runa la miró como si ya se hubiese loca, y los ojos de Johann se oscurecieron.

— No podemos dejar todo —susurró Runa—. Mama y papá, Roth —agregó.

— ¿Segura que no? —preguntó Aubrey desafiante— nadie sabe las reales consecuencias de esto; puede que se hayan escapado o hayan muerto porque este demonio los atacó. Y por Roth no tienes que preocuparte, ya encontrará otra mujer con la que pueda casarse. Haber estado casado contigo ha mejorado su imagen para las mujeres —explicó.

Runa y Johann se miraron, con las manos enlazadas. Aquella propuesta era demasiado encantadora y arriesgada, pero Aubrey tenía razón. Ellos debía dejar de vivir una vida que no les correspondía, aunque fuese una vida peligrosa y llena de amenazadas. Las pesadillas de Runa la atormentaban, y estar alejada de él, solo lo hacía empeorar.

En medio de un suspiro, Aubrey le dio un breve abrazo a ambos, y se detuvo en su pequeña hermana tan atolondrada y juvenil.

— Su destino estará a salvo conmigo, pero solo si me prometen que estarán siempre juntos. Estoy cansada de verte infeliz —murmuró, besándole la frente—. Y no debes preocuparte por mi bienestar, ya has visto que se defenderme —le guiñó un ojo con cierto encanto, y se alejó rápidamente para subirse al caballo.

Ella detestaba las despedidas como la mayoría de las personas, así que movió sus manos como si fuese un capitán y tras sostener las riendas, empezó a cabalgar alejándose de ambos.

— ¿Me prometes que estaremos juntos hasta el final, sea lo sea que suceda de ahora en más? —preguntó Runa con un susurro, sin poder creer que su sueño pudiese hacerse realidad. Johann depositó un beso en su cabello, sintiendo su corazón salirse de su pecho ante tanta emoción, y sonrió con ternura.

— Siempre —le prometió.

****

El diario de Runa Von Engels, la Tempestad, dejó de escribirse el 28 de Marzo, del año 1553.

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