Capítulo 12. Decisiones y Enfrentamientos
Era de noche cuando Lena recorrió los pasillos de la academia que había pasado todo el día descubriendo. Conoció las aulas y los dormitorios, se sorprendió con el gran comedor lleno de estudiantes, la comida y tecnología, admiró los campos de entrenamiento, y aprendió los distintos tipos de atajos. Mientras Newén y Viridis habían desaparecido para encargarse de sus propios asuntos, y Leonardo se convertía en su sombra.
Pero todo el ambiente festivo que la acompañó ese día, y le resultaba artificial, se mutó en una capa de solemnidad al llegar la noche. Con un pantalón bordó y una camisa blanca, tenía un estilo sobrio y colorido. Caminó hasta el final del largo pasillo donde la esperaban con impaciencia.
— ¿Tanto puedes tardar para vestirte? —se quejó Leonardo, mirándola de arriba hacia abajo con regocijo en su mirada. Lena ladeó su cabeza con una expresión que a los demás les recordó a Valquiria.
— Tu tardas más en arreglarte, como si a alguien realmente le importara como te ves —comentó ácidamente. Newén y Viridis pasaron de mirar a Lena a un Leonardo que sonreía de lado, con diversión y cierto orgullo. La mirada indescifrable de él se mantuvo en ella unos minutos hasta que se giró hacia Newén y Viridis, en medio de un suspiro.
— Creo que no hay nada de qué preocuparse, tiene la personalidad suficiente para encargarse si es que alguien intenta meterse con ella —comentó. Viridis pareció satisfecha mientras que Newén permaneció escéptico—. Es una Von Engels, ella puede —insistió Leonardo directamente a Newén.
Leonardo tenía un punto coherente acerca de aquella situación, y Newén se dijo a sí mismo que ya no quedaba más tiempo para dudar. Ahora debían afrontar lo que viniese. Intentando ser optimista, Newén sacudió su pelo y acortó el tramo que lo separaba de la sala de conferencias.
Las puertas se abrieron, y Newén se adentró dándole paso a Viridis, y dejando el espacio suficiente para que Lena viera a quienes estaban adentro reunido en aquella sala espaciosa que se había empequeñecido. Automáticamente, todos miraron hacia ellos e imperceptiblemente posaron sus ojos en una Lena que se sintió enrojecer ante el foco de atención.
Permaneció de pie en medio del umbral de la puerta, con el aire atorado en sus pulmones mientras luchaba por no verse torpe e intentando identificar a cada uno de ellos. De repente, se percató de una fuerza que tiraba de su mano para avanzar y al mirar hacia un lado, notó a Leonardo sonriéndole para darle ánimo.
— Has esperado mucho tiempo para conocerlos, no te acobardaras ahora —le dijo en tono bajo.
Lena asintió con una sonrisa, sin poder encontrar las palabras para agradecerle; solo apretó un poco de su mano con la esperanza de que él entendiese. La seguridad que por un instante la abandonó estuvo de vuelta y nuevamente observar a aquellos extraños en busca de algo que le ayudara a reconocerlos.
— Niños, al fin llegaron —exclamó Constantin mirando a su hijo, que se mostró incomodo con su forma de llamarlos.
— Padre —lo reprendió, pero Constantin ni siquiera lo oyó, porque su atención la robó Viridis con su sonrisa y sus comentarios destinados a hacer sentir bien a los demás.
— ¡Hijo mío! —dijo la mujer que se acercó a Newén y lo estrechó en un abrazo. Lena la miró con curiosidad hasta que la identificó como la mujer que acompañaba a Constantin aquel día que lo cruzó fuera del despacho de Byron.
Se trataba de Mailén Belisario. Mirándolos juntos, Lena se daba cuenta de quien habían sacado los rasgos precisos y armoniosos, la piel morena y el cabello negro; al parecer, lo que Newén había sacado de su padre, solo era la personalidad austera y temple.
Al alejarse de Newén, Mailén se giró hacia Lena con sus ojos negros que irradiaban una luz dulce y tranquilizadora. Ella posó una de sus manos en su mejilla tras un breve beso, y le sonrió.
— Es un placer verte, luz —le dijo. Lena parpadeó, percibiendo en su garganta un nudo de emociones que se formaba, y la saludó con las pocas palabras que logró articular.
Leonardo le soltó la mano sutilmente, y con un ligero empujón la guió hacia una pareja que la contemplaban con expresión incierta. Ella era una mujer que seguridad y belleza con su apariencia exótica y morena, poseía unos brillantes ojos grises plateados que contrastaban con su piel y que ponía nerviosa a Lena. Él, por su parte, era tan alto y robusto como un ropero con rasgos y una expresión que lo hacían ver pensativo y hosco. Algo en ellos la descolocó por la familiaridad que emanaban.
— Así que Lena Von Engels —dijo Bernardo Arias, mirándola seriamente. Ella contuvo el aire por una fracción de segundos hasta que él le sonrió y se tranquilizó—. Tienes los ojos de tu padre —le susurró.
— Y te pareces a tu madre, gracias a Dios —agregó Aurora Colette ladeando su cabeza con una media sonrisa arrogante; poseía un aura altanero y soberbio.
— Gracias —susurró Lena, recordando que ellos habían sido los mejores amigos de sus padres, y que ambos, tenían memorias y vivencias que ella nunca tendría con ellos.
Sus ojos picaban con el sentimentalismo que intentaba reprimir, y fue de gran ayuda que una mujer pequeña con el pelo hasta los hombros se acercara a saludarla.
— Supongo que debes saber quiénes somos todos, ¿no? —le preguntó, con su mirada oscura, llena de diplomacia y solemnidad. Lena asintió, y Solange sonrió.
A su lado se encontraba Corney Alcander, que la saludó con un fuerte apretón de manos; él era el más alto del grupo, con un cuerpo fibroso y bien formado. Pese a la seriedad inicial, Lena descubriría es tan conversador y amistoso como su sobrina Viridis.
Se detuvo abruptamente al ver a un hombre alto y macizo como un vikingo. Los rasgos precisos y su mirada penetrante la aterraron, y no tuvo dudas acerca de quien se trataba. Martin Einarsen era una versión más madura que su hijo, y solo se diferenciaban en el color de sus ojos; los de Norbert eran grises perlados mientras que Martín tenía ojos celestes pálidos.
Ambos se analizaron mutuamente con precaución. Los ojos de Martin clavados fijamente en los de Lena se tornaron tristes, y permanecieron así aún cuando sonrió tenuemente.
— Has crecido bastante, sobrina —le dijo con su voz profunda y ronca, ocultando la pena que llevaba su ser en una actitud despreocupada.
En sus memorias no había recuerdos de él, y se sentía como si fuese la primera vez que lo veía. Aún así, sintió la familiaridad de conocer su historia y el lazo que los unía, y los uniría para siempre. Martín continuó contemplándola a los ojos, abstraído en sus pensamientos.
Brusca y tempestuosamente, Lena sintió un tirón en su mano que la llevó hacia un lado y no tuvo ni tiempo de procesar que estaba sucediendo que se vio envuelto en unos fuertes brazos, rodeándole con cariño.
— ¡Sei diventato una bella ragazza! —le dijo una voz cantarina. En el momento en que el abrazo se deshizo, Lena reconoció a la mujer alta y curvilínea que estaba frente a ella.
Gianella Gonzaga se había transformado en una mujer hermosa y magnética, con el pelo largo y negro, y sus ojos cafés eran cálidos y audaces. Ella se veía intimidante con un porte altivo y seductor, pero al mismo tiempo poseía la misma modestia y animosidad que su hermano Leonardo.
— Intenta no ahorcarla Nella —se quejó Leonardo, apareciendo súbitamente a su lado. Ella se alejó de Lena y le dedicó a su pequeño hermano una mirada reprobatorio, que fue casi maternal.
— Creo que se te han enseñado modales, un saludo antes de ladrar como un perro no vendría mal —comentó ella sagazmente, afinando sus profundos ojos sobre él. Lena miró a uno y al otro, buscando las diferencias y similitudes tanto en su aspecto como en sus personalidades.
— Buona notte, sorella prediletta —le sonrió él de lado y guiñándole un ojo para volver a ser la luz de los ojos de Gianella. Ella sonrió satisfecha y se acercó a su hermano para conversar con él, dejándole el camino libre a Lena para ver el último temerario allí presente, y al que más conocía.
Cuando sus ojos se conectaron, Byron le sonrió. Había recortado su barba y su pelo negro estaba debidamente peinado. Lucía presentable e incluso atractivo, con sus brillantes ojos verdes. Algo en el interior de Lena, le decía que la razón por la que estaba tan despierto era por Gianella; ella era como una fuerza torrencial según las historias que había oído, y cada vez que Byron hablaba de ella, lo hacía con respeto y admiración.
— Creo que es hora de comenzar —Constantin elevó su voz en el recinto para hacerse escuchar. Todos los murmullos se acallaron y la solemnidad se erigió como un manto lúgubre, despertando la curiosidad de algunos y la preocupación de otros.
***
A paso lento, se adentraba poco a poco en un ambiente que conocía pero desconfiaba. Había intentando pasar desapercibido pero no le estaba resultando. Inadvertidamente todas las miradas se posaban en él; quizás era la belleza magnética que poseía o su actitud segura, o quizás el aroma a su humanidad, que hacía preguntar a más de uno qué podía estar haciendo alguien como él allí.
Sin importarle el alrededor, Demyan continuó caminando con la frente en alto. Hadas, ménades y alguna que otra sirena presente en el bar del Royal Tower se regocijaba fantaseando alrededor de su figura. Pero él tenía una tarea que hacer esa noche y nada lo distraería.
Entre quienes ocupaban un lugar en la barra, identificó a dos chicos apoyados holgazanamente sobre ella, contemplando el lugar y riendo con chistes privados. Uno de ellos posó la mirada en Demyan, y toda la diversión se esfumó.
— Mira a quien venimos a encontrarnos —canturreó dándole un codazo a su amigo, quien miró a Demyan con frialdad y confusión hasta que lo reconoció.
— He estado buscándote —le advirtió él.
— Oh... —susurró Hamish, con una ladeada sonrisa, atravesándolos con sus intensos ojos—. ¿A qué se debe el interés en mi persona, Demyan Elián Archibald? —inquirió, desbordando de soberbia.
Demyan se detuvo frente a él, ignorando la presencia de Ethan para entornar sus ojos hacia Hamish con el deseo de obtener un poco de seriedad, y quizás también unas piscas de respeto. No le agradaba que Hamish pareciera saber todo de él, como su segundo nombre, y tampoco le agradaba tener que tratar con él en aquel ambiente tan inestable, el trato hacia los cazadores y humanos.
— Intenté contactar con tu padre pero no está en el país así que no me quedó otra alternativa —le dijo, cruzándose de brazos e irguiendo su postura para verse aún más alto y corpulento que Hamish, quien tenía un cuerpo más compacto que el de Demyan.
Los ojos celestes verdosos de Hamish se oscurecieron y se mantuvo con una expresión inescrutable, a la espera de lo que tuviese Demyan que decir, y le convenía que fuese algo que realmente le interesaba.
— Se trata de Valquiria —Demyan dijo en tono impaciente, captando la completa atención de Hamish.
— ¿Has sabido algo de ella? —le preguntó, acomodándose en la silla; olvidándose del Whisky sobre la mesa, de las chicas que estaba seduciendo a la distancia y también de su propio amigo.
— Ella está en problemas —murmuró Demyan. Hamish puso los ojos en blanco, e Ethan, a su lado, largó una suave carcajada que hizo que Demyan se tensara con malestar.
— Valquiria siempre está en problemas, es algo que debes aprender —le advirtió, porque él también había aprendido aquello tras tantos años de oír historias sobre ella, aún con la distancia que los Law habían puesto a Valquiria y su hermana.
Demyan resopló con frustración, con su perpetuo rostro oscurecido por la preocupación y la inquietud.
— Está en reales problemas —dijo y aunque no fue su intención, su voz sonó como un gruñido bajo—. Habló de ser la líder de quienes organizan la caída de los cazadores, ¿Eso no te parece importante? —preguntó, apuntándolo con su cabeza. Sentía la impotencia de no ser suficiente para ayudarla, y era por eso que tenía que recurrir a la única persona que podía llegar a ayudarlo en Londres.
Hamish no dijo ninguna palabra, ni tampoco modificó su expresión pétrea. Se limitó a contemplar a Demyan, aunque estaba ensimismado en sus pensamientos. Finalmente parpadeó y miró hacia Ethan, quien acomodaba su cabello rubio oscuro.
— Creo que el descanso terminó, tenemos trabajo que hacer —murmuró. Ethan se encogió de hombros como si no tuviese más alternativa que aceptar.
***
— Lena —escuchó su voz a la lejanía—, Lena —repitieron. Sacudió su cabeza y volvió a la realidad de su vida.
Una vida en la que se encontraba sola; con unos padres muertos, una abuela desaparecida, y una hermana que huyó por motivos que desconocía. Una vida en la que su pesadilla más recurrente era ser atacada por un ángel y que nadie llegase a su rescate. Una vida en la que no le había quedado más alternativa que ser fuerte para combatir con su tormento, y prepararse físicamente para pelear una guerra que era anunciada por todos.
En medio de un suspiró se volteó hacia Newén, quien la miraba seriamente.
— ¿Qué piensas acerca de lo que dijeron? —le preguntó, y ella negó suavemente.
— Lo siento, no escuché. ¿Podrían repetirlo? —inquirió, acomodándose en la silla. Ella se encontraba en medio de Viridis y Leonardo, frente a Newén y Constantin. Padre e hijo intercambiaron miradas, y Constantin procedió a explicar nuevamente.
— Tu abuela nos dejó la investigación iniciada por tu abuelo y bisabuelo acerca de Andrómeda Angelotti. La idea es reunir una serie de grupos de búsqueda para que se esparzan por todos los continentes para su búsqueda —explicó.
Ella lo evaluó por un instante, y se encogió de hombros.
— Me parece bien. Si es que ésta persona está relacionada con la situación de mi hermana debe ser encontraba lo más urgente posible —sentenció, y movió sus dedos inquietamente sobre la mesa—. Mientras tanto, ¿Qué hay sobre Valquiria? ¿Se sabe algo o los cazadores van a seguir cegados en que no es nada de qué preocuparse? —preguntó, avasallada por la oscuridad de sus sentimientos.
El silencio se propagó con incomodidad, y las miradas decían más de lo que las palabras alcanzaban. La preocupación era desesperante pero estaban estancadas, y en cada brecha que se abría encontraban otro callejón sin salida.
— Hasta ahora la única pista segura que poseemos es lo que concierne a Andrómeda —respondió Aurora, mirándola desde la otra punta de la mesa. Sus ojos perlados eran fríos y serenos, y a Lena le recordaban los ojos de su hermana.
Ella asintió, aún sin sentirse completamente conforme.
— Lo que nos queda es trabajar con lo que tenemos —insistió Solange, y posó sus ojos en Newén, Viridis y Leonardo—. La situación que está atravesando la sociedad kamikaze obliga que los cazadores estén en campo, así que no vamos a poder hacer mucho si es que deciden convocarlos para una misión. Ya se los advertimos a los demás —agregó. Newén y Leonardo se miraron sin disimulo, con expresión confusa y un tanto molesta.
— ¿Los demás también saben de todo esto? —inquirió Newén.
— Por supuesto —respondió su padre—. Esta situación concierne a todos, más aún cuando fuimos advertidos. Debemos agotar todos nuestros recursos —dijo. Lena dudó sobre quien eran los otros y posó los ojos en Leonardo, pero él estaba mirando a su hermana, quien levantó sus cejas con desdén.
— ¿Acerca de qué fueron advertidos? —preguntó Lena, y el silencio volvió a surgir, con más tensión e incomodidad. Los analizó uno a uno a los temerarios, hasta que se detuvo en Byron. Él pasó su mano por su mandíbula, acostumbrado a sentir la barba que recortó.
— Tus padres nos dejaron cartas por si acaso les sucedía algo, y en ella, nos advirtieron que para finalizar la guerra hicieron un trato con el Duque. En ella no especificaron lo acordado, pero sí que debíamos cuidar de sus hijas porque ellas corrían peligro, y que la guerra que se había iniciado en aquella época podía volver a surgir —explicó.
Lena escuchó cuidadosamente y asintió. Estaba confundida, triste y enojada, quería respuestas pero solo había más preguntas. Una sensación de inestabilidad que nunca había experimentado la recorrió, y se tensó en la búsqueda de estabilidad. Ya no importaba si ellos sabían o no todo aquello. Nadie más que ella podía darle las preguntas que necesitaba y las buscaría como sea.
***
En medio de una habitación vacía y espaciosa, dos cuerpos que llevaban horas luchando se movían tempestuosamente. Los alaridos de guerra era el único sonido que resaltaba, junto a las consecuencias de sus actos. Como si se tratara de un simple trapo, Adok movió sus pálidas manos con elegancia y el cuerpo de Valquiria atravesó violentamente la habitación para estrellarse contra la pared. Ahogó un grito de dolor, mientras Adok disfrutaba sonriente. Poco tiempo duró contorneándose porque desapareció completamente. Él encontró aquel desafió con satisfacción.
Valquiria se materializó tras él, sorprendiéndolo con una maniobra paralizante. Adok la buscó con su mirada, y con un abrir y cerrar de sus puños, la repelió lejos de él. Ella arrastró sus pies por el suelo hasta detenerse, y permaneció erizada como si fuese una fiera a punto de atacar nuevamente. Su furiosa mirada de tornó dorada y plateada.
— ¡Vamos emperatriz! ¡Pelea! —vociferó desafiante Adok, resonando en cada rincón de la habitación— Hasta ahora solo he visto a una niña tonta haciendo cosquillas —agregó desdeñosamente.
Valquiria gruñó enfadada antes de iniciar una carrera hasta su contrincante y odioso entrenador, pero se detuvo violentamente cuando una punzada le recorrió la espalda y se instaló en su cabeza. Cientos de recuerdos se arremolinaron tormentosamente en su mente; pasaron desenfrenadamente todas las imágenes dolorosos de su niñez, infancia y adolescencia. La angustia era avasallante hasta que se esforzó en proteger su mente y crear el muro necesario para que nadie pudiera jugar con ella.
— Bien hecho —susurró Adok con agrio orgullo cuando al fin lo logró, e instantáneamente movió su mano para elevarla en el aire.
Una fuerza intangible le rodeó el cuello, aprisionándola e impidiéndole respirar. Abrió la boca en busca de aire y se mantuvo quieta para que su cuerpo no gastara más energía. Volvió a moverse bruscamente pero su lucha fue en vano; sus movimientos cesaron y cerró los ojos, cayendo al piso como una marioneta.
Adok suspiró victorioso, pero sus ojos se oscurecieron, convencido de que su rol como entrenador estaba fallando. Valquiria era fuerte y según había escuchado, toda una eminencia en el aprendizaje y la lucha, pero allí no estaba dando completamente todo de sí y él tenía que encontrar la forma de que estuviese preparada óptimamente. Con pasos lentos, él se acercó a su cuerpo. Parecía muerta; solo los despojos de una efímera vida humana. Pero tenía la seguridad de que aún había vida en ella. Contempló sus rasgos, viéndola como una niña vestida como un adulto tosco y agresivo.
Para su sorpresa y completo regocijo, no vio a tiempo como Valquiria volvía en sí. Ella usó sus brazos para impulsarse hacia él, rodeando su cuello con sus piernas para doblegarlo en el suelo. Adok gritó y Valquiria lo apresó aún más, amarrándolo con sus pensamientos destructivos.
Completamente agotada, Valquiria se levantó y lo miró altivamente con una mueca de triunfo.
— Muy bien emperatriz, esta vez has ganado —murmuró Adok, apareciendo a su lado como si nunca hubiese estado en problemas. Ella miró el sitio donde lo había dejado, ya sin rastros de lo conseguido, y emitió un gemido de decepción—. Pero tienes que seguir intentándolo con más esfuerzo. Debes usar todo tu odio para los dones, y así lograrás ser más fuerte. Es como el caso de un guerrero que se pasó al lado oscuro de la fuerza, y como el odio por perder a su familia fue demasiado, no volvió a ser el mismo —le explicó.
Valquiria le dedicó una mirada de incredulidad.
— ¿Me estás dando el ejemplo de Darth Vader? —inquirió. Él se mostró impaciente, y estuvo a punto de gruñir.
— Creí que no mirabas películas de humanos —susurró crípticamente, cruzándose de brazos.
— Yo no, pero Leonardo si —comentó, sintiéndose incomoda al recordarlo con melancolía— ¿Y ahora qué? ¿Quieres que intente poseer un cuerpo? —preguntó mordaz, quitándose el sudor de la frente.
El rostro de Adok se ensombreció, sus ojos se afinaron y la sagacidad jugueteó en sus irises celestes blanquecinos.
— Deja esas cosas para quienes saben, niña —canturreó sabiondo, y lo que sea que iba a agregar, murió en sus labios al ver una puerta blanca materializarse.
La figura elegante y esbelta de Mith ingresó al recinto. Escaneó con frialdad a Valquiria y Adok, de pie en el centro, y sus ojos azules se oscurecieron.
— ¡Al fin, mi momento de salida! —exclamó Adok; movió sus manos con urgencia y con un movimiento dramático desapareció.
Valquiria se movió hacia Mith, observándolo provocativamente ante su imagen cuidada y distinguida.
— Siempre te ves sexy con tu actitud de voy a desatar ya mismo un apocalipsis —comentó, ladeando su cabeza. A pesar de la oscuridad que emanaba Mith, él sonrió. — Espero que en mi ausencia te hayas divertido con Adok —le dijo él. Valquiria fingió enfadarse e hizo una mueca de dolor.
— Santo infierno, estas rechazando mis avances. Me siento totalmente ofendida, y como nunca nadie me dijo que no y hace mucho que no tengo sexo, voy a llorar desconsoladamente —exclamó dramáticamente. Le expresión de Mith se volvió seria, y posó su mano delicadamente en su mejilla.
— ¿Estás hablando en serio? —preguntó, casi abatido. Ella puso los ojos en blanco.
— Es ironía —le aclaró, y adquirió una actitud arrogante—. Me extraña que siendo un miembro honorable del infierno carezcas de percepción por ella. Siempre creí que los demonios eran quienes la inventaron —agregó, ladeando su rostro para apoyarse más sobre su mano.
Mith meneó la cabeza pero no dijo nada. Permaneció contemplándola fijamente a los ojos, sus dedos se movían suavemente sobre su piel, y ella se preguntó si la oscura solemnidad que lo invadía tenía algo que ver con su viaje al infierno. Para ser un demonio, él era demasiado analítico, tranquilo y solitario. Y había algo en él que la hacía sentir segura en aquel desconocido lugar.
— ¿Qué es lo que sucede? —preguntó, cuando el tiempo de silencio entre los dos fue el suficiente para desesperarla. Él cerró los ojos y suspiró profundamente.
— En unos días será tu ascensión —dijo, abriendo nuevamente sus ojos—, pero antes deberás pasar por una serie de pruebas —agregó sentencioso.
Valquiria se tensó, sintiendo el temor de lo que vendría. El miedo se estaba volviendo un componente habitual en su vida, y no debía ser así. Necesitaba el coraje de los cazadores ahora más que nunca, pero la decisión ya la había tomado y ahora solo debía afrontar con las consecuencias.
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