Capítulo 1. Resabios del ayer
JUNIO 2012
El viento soplaba suavemente advertencias y exclamaciones que no podían ser oídas, moviendo las hojas cantarinamente. El cielo nocturno, turbio y demencial, era testigo del caos que estaba a punto de desatarse. El dormir de todos creaba un silencio solemne, y eso significaba que estaba sola, allí frente al miedo.
Ojos rojos y espesos como la sangre se arremolinaron en su inconsciente, impregnándola de un terror escalofriante que la paralizó. Gritos en el fondo de su mente se volvieron más claros, pero de nada serviría estar acompañada porque en el instante en que el ángel letalmente hermoso le sonrió vio el rostro de la muerte.
— No eres tan tonta como te creí —dijo el ángel con satisfacción, y ella solo profirió un grito desgarrador que la obligó a despertar de la recurrente pesadilla.
Lena abrió los ojos, agitada, y posó su mirada en el techo de su habitación, en la casona Von Engels. Su cuerpo entero temblaba y su mente estaba turbulenta. No podía respirar y solo oía el eco de su corazón latir desenfrenado. De pronto, la puerta de su habitación se abrió bruscamente y un par de sombras se filtraron rápidamente.
La luz brotó en la habitación pero aún así Lena no tuvo la necesidad de verlos para reconocerlos. Leonardo y Newén, seguían preocupándose por ella cada vez que despertaba en medio de horrorosos sueños, apareciendo con sus armas en busca de peligro. Pero allí, no había peligro más que su propia mente y emociones.
Leonardo y Newén revisaron todo rápidamente para que sus ojos terminaran en una Lena pálida que lloraba sin darse cuenta. Ambos guardaron sus armas, y Leonardo se apresuró a acercarse a ella con cuidado.
— ¿Estás bien? —le preguntó él, mientras Newén se aseguraba que todo estuviese bien.
Lena parpadeó sintiendo la frialdad de sus lagrimas recorrer sus mejillas, y su corazón encogido por la soledad y el dolor. Asintió sin seguridad, aún con sus manos aferradas a sus sabanas sin poder borrar de su mente la voz de Merari que la atormentaba desde hacía meses.
La expresión de Leonardo se ensombreció ante la congoja de Lena. Le quitó el pelo que se arremolinada en parte de su cara, y pudo ver parte de su tormento cuando sus ojos se posaron en él.
— ¿Aún, nada? —preguntó ella con la voz entrecortada. Leonardo negó con solemnidad, intercambiando brevemente miradas con Newén, y volvió a observar a una Lena que intentaba sentarse en la cama.
Lena secó su cara manteniéndose con la mirada perdida en ningún lado. Tragó saliva para descender el nudo que se había formado en su garganta, y tras respirar hondo, miró a un Newén y Leonardo tan abatidos como ella pese a que intentaban verse fuertes. Ellos tres era lo que Valquiria había dejado atrás de un momento a otro, dejando a todos confundidos y alarmados ante las posibles amenazadas al mundo kamikaze.
— Será mejor que sigas descansando —comentó Newén, peinando su pelo que lucia desordenado.
Lena miró el reloj en la mesa de luz. Eran apenas las cinco, pero se sentía como si fuese más tarde. El horario de la academia se había impregnado en ella más de lo que hubiese querido. Torció el gesto y negó lentamente.
— Preferiría levantarme y entrenar —respondió moviéndose de la cama.
Leonardo y Newén se miraron pero no le dijeron nada. Lena se puso de pie y buscó sus pantuflas entre el desorden de los zapatos. Se miró rápidamente en el espejo para ver las ojeras bajo sus ojos, la palidez de su cara y el desorden de su pelo, sin embargo eso no le molestó.
— ¿Estás segura que es lo mejor entrenar ahora? —le preguntó Leonardo, con preocupación. Ella lo miró meditabunda, y asintió. Entrenar se había vuelto la mejor terapia para luchar con todo lo que llevaba adentro.
Esperó a que Leonardo y Newén salieran de su habitación para ponerse ropa deportiva. Lavó su cara con agua fría para limpiar sus ideas, y una vez que se vio con el pelo atado en lo alto dejó su habitación, sumida en un estado de letargo continuo. Atravesó el oscuro pasillo, ya sin prestar atención en aquella decoración antigua y demencial que poseía, y entró a la biblioteca.
Se tomó unos minutos para contemplarla silenciosamente. Sentía el vacío del sin saber recorriéndola por dentro mientras posaba sus ojos en el escritorio y se imaginaba a su hermana allí sentada tomando notas en su cuaderno. Lena cerró sus manos en puños y retuvo el deseo de llorar, sin dejar de preguntarse por qué se había ido.
Sus pasos hicieron eco en la vacía habitación, y antes de abrir el pasadizo se tomó un segundo para intentar abrir el cajón del escritorio, sin éxito alguno. Allí, aún permanecían las cosas de Valquiria y quería tenerlas con ella, para sentir que su hermana todavía estaba con ella.
Lena ingresó el código y oyó el clic del portal abrirse. Ella suspiró a medida traspasaba el umbral, descendió por la escalera que comunicaba hacia el cuarto de entrenamiento, que se iluminó una vez ella tuvo un pie allí.
— Señorita Lena, buenos días —dijo Violet; su voz resonó en la amplia habitación. Lena sonrió tenuemente y se adentró en el cuarto.
— Buen día Violet —respondió Lena, acercándose hacia la pared de armas que se había descubierto.
— ¿Qué quiere hacer el día de hoy? —preguntó. Lena ladeó su cabeza, meditabunda con respecto a las armas.
— Practicar: Simulación 6 en preparación —ordenó agarrando un cuchillo y la vara de hierro desplegable.
— Simulación 6 preparada —dijo Violet, y Lena asintió girando juguetonamente la vara hasta que la impulsó violentamente hacia un lado para desplegarla.
— Simulación 6 activada —murmuró Lena, ensombreciendo sus ojos ante el escenario que se creaba frente a ella.
Estaba en un oscuro bosque rodeada de seres bestiales, que iban en dirección a ella rápidamente. Lena se agazapó y girando la vara sobre su cabeza adquirió la fuerza y la velocidad suficiente para golpear al primero que se acercaba. Luego presionó uno de los botones que tenía la vara y aparecieron en las puntas, grandes cuchillas con la que Lena hirió a la bestia que acababa de derribar.
Aquella cosa gritó y desapareció en el acto, obligándola a posar sus ojos en la próxima víctima. Reconoció a un licántropo y a un demonio parasito, y corrió hacia ellos para apuñalarlos sincrónicamente. Luego se agachó para zafar del ataque de otra bestia y elevó la vara apuñalándolo exitosamente.
Lena sonrió ensombreciendo los rasgos que poco a poco estaba perdiendo la niñez que ya había dejado atrás, y se giró sobre sus rodillas, en un movimiento que había aprendido de Marissa, para ayudarse con la vara a ponerse de pie. Golpeó a una de los demonios que estaban más cerca y sacó su cuchillo para lanzarlo hacia él, pero el movimiento no fue certero. Lena maldijo internamente aferrándose a la vara y haciendo malabarismo con ella para clavarla en una las bestias tras su espalda antes de correr a un lado.
Sus ojos se abrieron sorpresivamente al ver a un licántropo más cerca de lo que creía que estaba, y se vio acorralada con otro más, sin poder realizar los movimientos que quería. Resopló frustrada, apretando otro botón de la vara, y ésta se dividió en dos. Pero la situación requería mayor control y experiencia de la que ella tenía, y cerró los ojos, rezando para que el daño no fuese demasiado.
— Simulación 6 suspendida —Lena oyó la voz firme y clara de Newén, y suspiró aliviada volviendo obsoletas sus fuerzas para desplomarse con cansancio en el suelo.
Respiraba agitada pero nada tenía que ver con los primeros minutos de cuando había despertado. Sentía la adrenalina de pelear como una sensación agridulce, de la que poco a poco parecía ir volviéndose adicta. Cerró los ojos pero solo veía la mirada de Merari, así que simplemente quedó observando el techo mientras los recuerdos de aquella noche volvían a ella.
La visión de su madre, la huida, el grito de Marissa y la mirada de Merari. Había creído que moriría si no hubiese sido por Marissa, y luego por Caleb que fueron a ayudarla. Todo había sido tan rápido, que cuando intentó reaccionar Merari había huido y ella había quedado en el piso sin haber hecho nada.
Se había sentido tan inútil e indefensa que se creyó que el tiempo en la academia no había valido la pena, sin embargo, su hermana tuvo que desaparecer dejando a todos llenos de incógnitas, para que ella se pusiese firme en lo que quería: ser fuerte.
— Sabes que estás sobre-exigiéndote demasiado —indicó Newén a solo unos pasos de ella. Lena asintió, sin palabras, y trasladó su mirada del techo hasta los oscuros ojos de él.
— Es lo único que puedo hacer: entrenar —dijo Lena unos minutos después, cuando logró encontrar sus palabras. La mirada de Newén se volvió comprensiva aunque no dejaba de ser severa sobre ella. Él se agachó, apoyando sus brazos sobre sus rodillas.
— Estas realizando un entrenamiento demasiado avanzado para ti en el simulador, y deberías concentrarte en tus últimos exámenes —le recomendó él. Lena respiró hondo, llenándose de emociones encontrados con respecto a su vida estudiantil.
— No sé si quiero volver —susurró, tan despacio que quizás un humano no la hubiese oído. Newén meneó la cabeza, acomodándose en el suelo junto a ella.
— A los 11 años, Valquiria se reveló contra el profesor Jules porque estaba a punto de dañar a una chica. Entonces, el profesor decidió castigarla obligándola a internarse en las montañas, y tenía que sobrevivir 4 días sin ayuda —dijo Newén con la mirada perdida en sus pensamientos—. Durante esos 4 días, el profesor dijo muchas cosas de Valquiria, sobre todo porque era una Von Engels, y él había tenido malas experiencias con la mayoría de la familia. Nadie, incluso nosotros, supimos que pasó con Valquiria durante esos cuatro días. Solo sabemos que volvió viéndose con una actitud más oscura y fuerte de la que tenía antes —agregó, quedándose momentáneamente en silencio y posando sus ojos en Lena—. A lo que voy, es que no te debe importar lo que se diga y se haga, ni tener miedo, solo tiene que importarte que lo que tu pienses y quieras. Valquiria tenía un propósito, y fue lo único que la movió a través de estos años.
Lena parpadeó mirándolo absorta, y tragó saliva para ahogar los sentimientos.
— ¿Cuál era su propósito? —inquirió ella. Newén le sonrió con calidez y brillantes ojos.
— Tú —respondió—. Ella solo quería salir de allí para poder estar contigo —sentenció. Lena tuvo tomar toda su fuerza para no desplomarse emocionalmente, y sonrió con tristeza, deseando no volver a llorar.
De pronto, el sonido de la puerta resonó y ambos dirigieron sus miradas hacia el espacio por el que Leonardo se filtraba. Él miró a todos lados antes de dar con ellos, y agudizando sus miradas los analizó momentáneamente.
— ¿Otra vez la sesión de terapia? —preguntó con dejos de diversión. Newén asintió mientras Lena se sentaba. Leonardo torció el gesto, mientras pasaba su mano por su pelo que llevaba corto. En su rostro anguloso, ya sin barba, resaltaban sus ojos sombríos y oscuros—. Eh... solo vengo a decir que ya está el desayuno. Si no quieren que me lo coma todo yo, les recomendaría que se apresuren —agregó girándose para volver a la casa.
Newén y Lena se miraron, y él le palmeó el brazo con aliento para luego ponerse de pie y tenderle la mano. Lena la aceptó agradecida, suspirando y aclarando su mente de todo aquello que la atormentaba.
***
Jugaba con la cuchara de la taza mientras oía la voz de Leonardo, aunque realmente no sabía que estaba diciendo. Solo estaba allí, intentando encontrar un poco de esperanza y fortaleza para poder seguir. Apoyaba su rostro de diamante sobre su mano, perezosamente, preguntándose cómo era que debía seguir ya que su abuela parecía estar absorbida por las obligaciones kamikazes, y su hermana había desaparecido sin dejar rastros.
Parpadeó y torció el gesto al ver el café frio. Se acomodó sobre el respaldar de la silla, y se quedó contemplando a Newén y Leonardo. Ambos se veían bien, o por lo menos se veían con mejor aspecto que ella. Newén seguía manteniendo sus rulos, y había dejado crecer un poco la barba alrededor de su mandíbula, otorgándole un aire aún más maduro y elegante. Por su parte, Leonardo se había deshecho de la barba y del pelo largo, y eso había significado un gran cambio ya que se veía más joven de lo que era.
Lena quedó con la mente en blanco, observándolos, hasta que ambos dejaron de hablar y dieron un vistazo a la ventana que daba hacia el patio trasero. La expresión de Newén se iluminó tenuemente mientras que Leonardo esbozó una sonrisa torcida, y sus ojos cafés se posaron en ella.
— Creo que deberías ir al patio... —dijo Leonardo crípticamente. Lena se sintió inquietamente esperanzada ante las expresiones de ambos, y no dudó en ponerse de pie y salir corriendo como un torbellino hacia el patio trasero.
La claridad la cegó y protegió sus ojos con sus manos. El cielo tenía un azul sin igual y hacía resaltar el verde de la vegetación con esplendor. «¿Valquiria?» pensó mirando hacia todos lados, hasta que escuchó el resonar estruendoso de un auto que se abrió caminó dentro del patio. El corazón de Lena comenzó a palpitar desenfrenado ante la posible idea de la vuelta de su hermana, pero sintió un dolor angustioso al no reconocer las numerosas figuras dentro del auto.
Su sonrisa se volvió tenue, al mismo tiempo que sus pupilas se acostumbraron a la claridad, y ella comenzó a acercarse hacia el auto que se estacionó torpemente bajo la sombra de un gran árbol. La bocina resonó en el ambiente y las puertas se abrieron con brutalidad.
— ¿Nos has extrañado, Von Engels? —preguntó Marissa, asomando su cabeza del lado del conductor con una sonrisa maliciosa.
Ella se veía igual que siempre; el moldeado cuerpo, los rasgos fuertes y aquel cabello que parecía no poseer control. Lena sonrió sin pensarlo y corrió hacia ella, a quien abrazó sin darle la oportunidad de correr.
— Había olvidado tu comportamiento cariñoso —comentó Marissa, fingiendo malestar. Torpemente, pasó sus manos alrededor de ella y se fundieron en un extraño abrazo que conformó a Lena.
No podía creer tenerla frente a ella, y mucho menos, podía creer que la extrañaba. No sabía exactamente en qué momento se habían vuelto más cercanas de lo que eran los primeros días y meses, pero eso no importaba.
— ¿Por qué yo no recibo ninguna clase de recibimiento? —inquirió Therón, con recelo, apoyándose sobre el techo del auto.
Lena sonrió y fue hacia él para abrazarlo con fuerza porque también había extrañado las caminatas hacia la academia, las clases que compartían, y los almuerzos y cenas. Therón sonrió satisfecho y se alejó apenas para verla detenidamente. Sus ojos grises perlados eran demasiado brillantes en comparación con los de Lena, que se veían tenues y sin tanta vitalidad como antes.
— ¿Cómo has estado? —le preguntó él, peinando su pelo castaño claro a un lado para que pudiese ver mejor sus rasgos.
— Bien —dijo ella, no muy convencida, manteniendo la mueca sonriente que no lograba transmitirse a sus ojos.
Se encogió de hombros, viéndose rendida. Therón se acercó para darle un beso en la frente con afecto, y ella sintió pinchazos de sentimientos de tristeza y melancolía en su interior.
— Ella está bien, donde sea que esté —le susurró él y Lena quiso creerle.
De repente, escuchó que alguien se aclaraba la garganta. La curiosidad la invadió y ladeó su cabeza para ver a Giles, quien la saludó torpemente con la mano. Él le regaló una sonrisa tímida. Sus ojos avellanas se veían claros, y tenía el pelo más largo arreglado desdeñosamente.
— Espero que no te hayas olvidado de mí —comentó él, y Lena negó con seguridad.
— ¡Ni de mi! —gritó alguien más con infantilismo y Lena se sobresaltó sorprendida. Dominic rió divertido, mientras los demás meneaban la cabeza con resignación.
— Pero, ¿Qué hacen aquí? —inquirió ella con curiosidad, tras saludarlos. Los cuatro intercambiaron miradas cómplices.
— Hemos venido a estudiar, resulta que vienen los exámenes finales y alguien parece que se resiste a ellos... —comentó Marissa, con una media sonrisa burlona.
Inmediatamente, Lena buscó a Newén y Leonardo en la puerta de la casa, ambos se veían victoriosos pese a la aparente seriedad, aunque hubo un momento en que Leonardo pareció no aguantar la sonrisa y recibió un suave codazo por parte de Newén.
El resonar de los pasos retumbaba en cada rincón del interior de la casona Von Engels; inmensa, tenebrosa y apocalíptica, parecía haber adquirir un poco más de vida con la presencia de numerosos invitados. Su diseño y decoración nunca habían pasado inadvertidas, ni nunca lo haría. Todos los ojos estaban puestos en los minuciosos entramados, en las altas paredes de madera, los grandes ventanales, las pinturas y retratos, y en las esculturas, sobre todo la del ángel en lo alto de la escalera.
La presencia de aquel ser de mármol siempre producía cierta inquietud en los humanos, mientras que los cazadores lo contemplaban con respeto, preguntándose si quizás los verdaderos ángeles se verían tan preciosos como ese ángel que conmemoraba a Miguel, el líder de todos ellos. Alto, con prendas que traían a la mente imágenes de guerreros romanos, con la espada y la balanza. Aquella imagen lucía rasgos suaves y el cabello largo.
Lena, Marissa, Therón, Giles y Dominic había quedado detenidos frente a escultura sin decir o hacer algo. Los rodeaba un aura de suave serenidad que se entremezclaba con melancolía y análisis.
— ¿Cómo puede ser que viviendo en este sitio te de miedo la academia? —inquirió con curiosidad Therón. Lena torció el gesto, sintiendo las miradas de los demás.
— No he vivido siempre aquí —respondió—, solo hace pocos años cuando mi hermana me trajo a vivir con ella. Antes estaba en la casa de mi abuela —agregó.
— ¿La capitana Algers? —preguntó Dominic, y Lena le dedicó una mirada severa.
— Deja de llamarla así, solo di Augusta... suena raro cuando te refieres a ella de esa manera —se explicó, y Dominic sonrió.
— Mi tío me contó que ella sola logró deshacerse de una plaga de vampiros a las afueras de Los ángeles —dijo con admiración, y Lena intentó imaginar la figura maternal de su abuela peleando y matando seres inhumanos, pero aquella imagen le costó formarse.
— ¿Están esperando que cobre vida? Porque les puedo asegurar que solo es una estatua —habló alguien tras sus espaldas.
Los cinco se giraron y observaron la figura oscura de Leonardo apoyado sobre la barandilla, mirándolos desafiantemente con los brazos cruzados. Había una mueca entre sus labios que no terminaba de ser una sonrisa, y algo en su apariencia y actitud generaba respecto y al mismo tiempo cierto encanto.
Lena notó la suave tensión de Marissa, Giles y Dominic al saberse frente a un superior, aunque Marissa también se veía bastante satisfecha con el aspecto de él. Therón tomó una postura burlona mientras que Lena puso los ojos en blanco con dramatismo, y resopló acercándose a él.
— ¿Qué quieres? —le preguntó Lena con mal humor. Leonardo se mantuvo mirando a los cuatro invitados hasta que descendió, apenas, la vista hacia ella. Sus ojos se volvieron más sombríos hasta que su sonrisa logró formarse.
— Cada día adoptas un poco más de la personalidad huraña de tu hermana —comentó él con sagacidad. Lena cerró los ojos intentando canalizar un poco de la vieja Lena, la alegre, chispeante y vital.
— Lo siento —susurró arrepentida, volviendo a abrir los ojos para verlo negando.
— No hay nada que disculpar —comentó él, tomando envión para alejarse de la barandilla y dirigiéndose hacia el pasillo que llevaba a las habitaciones—. Ya están preparadas las habitaciones donde se quedarán. Marissa puede compartir tu habitación o tomar otra. Mientras que ustedes tres, estarán cerca la habitación de Newén y de la mia, así que mucho cuidado —dijo dándose la vuelta, caminando hacia atrás y apuntando con sus dedos a los tres chicos, que lo seguían mirándolo confundidos.
— ¡Leonardo! —se quejó Lena avergonzada junto a una Marissa risueña, pero él le hizo caso omiso.
— ¿Alguno de ustedes es novio de ella? —Inquirió con curiosidad pero ninguno respondió— ¿Piensan serlo? —volvió a preguntar observando a los tres chicos con autoridad. En Dominic no había nada de diversión cuando observó a un Giles pálido y a Therón sin palabras. Lena enrojeció, y Marissa estaba a la espera de ver un poco más de acción.
— ¡Leonardo! —volvió Lena a gritarle sin saber cómo hacer para callarlo la boca.
— Solo me estoy asegurando que haya sido buena idea que haya tantos hombres en esta casa —comentó mirando a Lena—, y ninguno se olvide que soy médico con especialidad forense... así que puedo deshacerme de un cadáver sin dar sospechas —dijo.
— ¿Eso es una amenaza? —inquirió Dominic levantando su mano como si estuviese en clases. Leonardo negó y sonrió con perversidad.
— Para nada, es solo una advertencia terapéutica para el bien de su salud —le guiñó él ojo, y Dominic rió divertido ante la forma que tenía de expresarse.
— ¡Gonzaga! Deja de asustarlos, y ven que tenemos trabajo que hacer —dijo Newén aparecieron desde el interior de la biblioteca. Leonardo le dedicó una mirada de tranquilidad y se volvió al pequeño grupo.
— Ya están advertidos, ahora estudien —comentó girándose y metiéndose de prisa dentro de la biblioteca.
«Como si a él también le encantase estudiar» pensó Lena, y retuvo el deseo de poner los ojos en blanco, mientras se preguntaba si acaso lo que debía hacer estaba relacionado con Valquiria. Quedó detenido observando la puerta cerrada por unos segundos, hasta que un chasquido la devolvió a la realidad.
Se volteó y miró dentro de la oscuridad de los grandes ojos de Marissa. Ella le sonrió con suavidad, y apuntó con su cabeza hacia los chicos que continuaban caminando delante de ellos.
— Entonces, ¿Qué quieres comenzar a estudiar? —preguntó Marissa, empujándola suavemente para seguir caminando hacia los demás.
Lena la contempló unos segundos, recordando lo poco que habían hablado tras el incidente, y lo había agradecido porque aún seis meses después, aún le costaba hablar de aquello que significó un cambio en la vida de todos. Finalmente lo pensó y suspiró.
— Creo que demonología —respondió, porque sabía que para poder luchar con lo que fuese que venía, debía saber mucho más.
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