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Capitulo 8. El Panteón

Los días se habían vuelto extrañamente familiares. Una mezcla entre lo desconocido y singular, y el eco en la vida que producía la costumbre. La vida en la academia, no era otra cosa más que peculiar. Era como estar en un mundo aparte, y en un tiempo que disentía con el del resto del planeta. Y aunque allí no se gozaba de todos los beneficios que la sociedad moderna experimentaba, tenían otros que a ellos faltaban.

Era estar apartado, y sin embargo, incluido.

Lena no dejaba de deslumbrase de la vida en la academia, aunque a veces, la padecía. Poco a poco, se sentía optimista con su estadía y su entrenamiento, pero no faltaban los momentos en que la melancolía y la tristeza la atormentaban silenciosamente.

Ese día, en particular, se sentía extrañamente triste.

Desde que se había levantado, una sensación de malestar la rodeaba en un aura oscura. Su comportamiento era apagado y le faltaba esa chispa que la caracterizaba. Y no eran cosas suyas, porque incluso Marissa lo había notado.

— Te ves como si hubieses sido torturada durante tres días por Edison —le había dicho en la mañana ella al verla. Lena abrió los ojos y tragó saliva con dificultad; había oído varias historias de ese profesor y ninguna era buena.

Y así había arrancado el día. Las prácticas, clases y Therón, no habían ayudado a que su ánimo mejorara. Simplemente, estaba triste. En un momento, se preguntó si Valquiria estaría bien o le habría sucedido algo. También, pensó en su abuela y en Phoebe. Las extrañaba mucho pero las tareas diarias la hacían olvidar momentáneamente.

Y así, era como Lena caminaba por el campus hacia la cafetería, para reencontrarse con Therón, distraídamente. Se había vuelto casi costumbre que observaba con detenimiento todo lo que la rodeaba. El verdor de la muralla de arboles, sobresalía en paisaje, donde en algún punto desconocido parecía unirse al cielo azul que se veía infinito. Los estudiantes y cazadores caminaban de un lado a otro, a través de los caminos empedrados. Pero esta vez, Lena no estaba al tanto de aquello que la rodeaba.

Vestía el equipo de entrenamiento: pantalones y remera negra, y su pelo estaba recogido en una trenza cocida. Iba tan ensimismada en su pensamiento que no se daba cuenta de aquellas miradas que se posaban inquietas y curiosas en ella. La humana.

Había oído a varios nombrarla así. Lena había vivido toda su vida en la sociedad humana, y pese que para los cazadores era algo que podía llegar a ser negativo, Lena estaba orgullosa de ello. Y era por eso, que no se enojaba cuando la llamaban así.

Pisaba las baldosas de la plaza que se encontraba frente a la fachada del edificio residencial. Como punto de encuentro de los estudiantes, era un sitio concurrido, y Lena no pudo evitar chocar contra alguien. «¿Cuándo va a dejar de ser costumbre que me choque con las personas?» Se preguntó con humor oscuro, alejándose rápidamente para disculparse.

—Disculpa —dijo mirando al chico y sintiendo como una sensación de familiaridad le recorría, fríamente, la espalda.

Él le sonrió, con una sonrisa brillante y amable, como esas que se dan a personas que se conocen desde siempre. Era alto y con un cuerpo fuerte, era claro al verlo con el equipo de entrenamiento. Su pelo de rulos saltarines color negro, enmarcaba un rostro de rasgos fuertes con una barbilla angulosa, nariz recta y profundos ojos negros. «Newén» pensó súbitamente, pero en él había un aura de jovialidad y picardía en todo su aspecto que lo diferenciaba.

—¿Te encuentras bien, linda? —le preguntó él atenuando la sonrisa y mirándola fijamente.

Lena no estaba segura, solo un poco conmocionado pero tras unos segundos pudo sentir la mano de él, sosteniéndola con firmeza por su cintura. Torpemente, ella se alejó sin evitar ruborizarse, y asintió sin palabras.

Ella no podía dejar de mirarlo estupefacta. Su voz y su forma de expresarse no eran propias de Newén, aunque sí de Leonardo. Era como una mezcla de ambos, y la hacia sentir perdida.

El chico sonrió y le sacó del rostro algunos mechones de pelo que se habían soltado, en un movimiento suelto y lleno de confianza. Parpadeando para salir de la ensoñación, Lena intentó recordar a Newén sonriendo así, pero él siempre se había caracterizado por el aura de solemnidad y diplomacia casi timida.

—¿Segura? —volvió a preguntar— Creo que te dejé muda. Lo siento, no creí que mi efecto sería tan grave en ti —se sacudió el pelo con diversión y su mirada de agudizó sobre ella.

Lena sacudió su cabeza para despabilarse, y parpadeó ante él.

—¿Nosotros nos conocemos? Tu rostro me es muy familiar —le preguntó él, y Lena se sorprendió de saber que él tenía un sentimiento muy parecido.

—No lo creo, soy nueva acá —le respondió tras aclararse la garganta—. Me llamó Lena Law —dijo, y vio como sus ojos brillando con astucia, su postura se irguió y sonrió de lado, lobunamente.

—Eres la hermana de la rompehuesos —exclamó, y Lena abrió sus ojos silenciándolo. Él rió, tapando su boca con diversión—. Lo siento, lo siento, suelo ser algo exagerado —dijo acercándose a ella—. No tienes que preocuparte, no diré nada; ya me advirtieron que si llegaba a decir algo me castrarían... y no quiero arriesgarme a saber si es verdad —comentó.

—¿En verdad te dijeron eso? —preguntó Lena boquiabierta.

—No me lo dijeron así, pero entiendo claramente las indirectas —respondió. Lena sonrió tenuemente, ante lo extraña que era toda aquella conversación.

—¿Y tú, quien eres? —preguntó Lena, al fin, pudiendo sacarse aquella pregunta de la mente.

—Cierto, no me presente —dijo casi para si mismo y estiró la mano hacia ella—. Soy Aukan Belisario, el hermano menor de Newén. Creo que a él lo conoces —le dijo.

Lena retuvo el aire. Ahora conocía a un hermano de Leonardo y de Newén, y se sentía tan extraño. Los conocía desde hacía más de dos años, y aún no conocía nada de ellos. «¿Tendrán mas hermanos?» se preguntó.

—¿Eres un estudiante? —le preguntó con curiosidad. Había algo en él que lo hacia ver mayor que ella, pese a la jovialidad.

—No, ya estoy recibido pero hasta mi próxima misión, espero en la academia —explicó. Había una energía entre los dos, como un hilo invisible que los unía y les daba una sensación de camaradería.

Aukan abrió la boca para decir algo más, pero sus ojos se quedaron tras Lena. Ella pudo percibir la seriedad que tomó en segundos y sus ojos se volvieron tenues al igual que su sonrisa. Se irguió más y Lena se dio cuenta que se volvió el soldado que era, y que todos los que estaban allí aspiraban ser.

—Capitán Algers —dijo Aukan, y Lena se giró para encontrarse con los ojos negros de su abuela.

Lena contuvo el aire, sorprendida de ver a su abuela a solo pasos de ella. Estaba como siempre, su pelo corto, sus rasgos de líneas suaves, y vestía un pantalón negro y una blusa suelta color hueso.

—Ya estoy retirada Aukan, puedes llamarme tranquilamente Augusta, ya lo sabes —le respondió. Aukan sonrió y Lena pudo notar el claro conocimiento que había entre ellos.

Capitán. Su abuela había sido capitán de los cazadores, y aún sabiendo cómo eran algunos, no podía imaginársela así.

Augusta se acercó mas a ellos y tras intercambiar miradas con Aukan, la observó a ella con detenimiento. Lena dudó si era un espejismo, pero dado que Aukan la había visto podía descartar eso. Solo habían pasado semanas desde que la había observado, sin embargo, parecían años.

Su abuela la miró de arriba abajo, con una expresión incierta para Lena. Pero se fue dando cuenta que estaba vestida como una cazadora mas, y ella nunca la había visto así.

—Te ves igual a tu hermana —murmuró con una sonrisa tenue, y la mirada liquida—, y como tu madre, cuando la conocí —agregó.

Y solo eso, necesitó Lena para que su corazón hiciera un clic. Luchaba contra las lágrimas y quería evitar comportarse como una niña frente a su abuela, pero no estaba haciendo un buen trabajo.

—¿Qué haces aquí abuela? —le preguntó.

Augusta elevó la vista hacia un cielo azul, y Lena pudo ver por primera vez en su abuela, el corazón de alguien roto en solo una expresión. Cuando sus ojos volvieron a ella, suspiró.

—He venido a buscarte, creo que es hora de que conozcas un lugar —dijo. Lena dudó.

—¿Qué lugar? —preguntó.

—Donde descansan los restos de tus padres —sentenció.

~~~

Mientras seguía a su abuela, Lena permanecía aturdida. Ella fue a buscar algunas cosas a su habitación, y caminaron hasta el edificio central para encontrarse con Byron. Algo le decía a Lena que no podía dejar la academia así como así, pero que él se las arreglaría para conseguirle el permiso.

Se sentía nerviosa y confundida al respecto del lugar a donde su abuela la llevaría. Toda su vida, había pensado que ellos habían sido cremados y no quedaba mas nada de ellos. Sin embargo, ahora parecía que conocería donde estaban.

Pensaba, y no recordaba a su abuela asistir al cementerio de la ciudad ni hacer ninguna clase de rito religioso al respecto. Todo era una gran y molesta duda.

Sus pasos resonaron en el mármol, y al estar frente a la oficina de Byron, Augusta le insistió para que esperase allí.

Con un resoplido, Lena se sentó en una de las sillas, y la agolparon recuerdos de la primera vez que había estado allí sentada. Miedo, precaución y curiosidad la habían rodeado. Ahora, había conocimiento y respeto.

Esperó allí inquieta, y cuando la puerta se abrió, salió una mujer de estatura mediana y cuerpo voluminoso, caminando a paso rápido y firme. Que Lena no pudo ver bien. Tras ella, había un hombre alto y robusto. Aparentaba tener cuarenta años o más, y su porte transmitía respeto y solemnidad. Sus rasgos eran masculinos, y su mirada dura de un color que Lena no pudo precisar. Él caminó afuera de la oficina, y Lena observó como todos allí, miraban a aquel hombre de traje con una mezcla de respeto, temor y agradecimiento.

Sus pasos resonaron, y su mirada cayó en Lena inadvertidamente.

Ella quedó detenida, erguida contra la silla, sin saber que hacer o decir frente a aquel hombre desconocido. Pudo identificar que sus ojos eran color pardos y el pelo castaño claro lacio. Y en sus rostros había rasgos que a Lena le hacían recordar a alguien que no podía precisar. En su mirada se arremolinaron sentimientos que Lena no reconocido, y una inquieta sonrisa cruzó sus labios y rápidamente se esfumó.

—Constantin —habló una voz profunda y aquel hombre miró hacia adelante. Lena siguió la dirección de su mirada, para ver los rasgos fuertes, la tez morena y el pelo negro de una mujer de una edad similar a la de él, con un aura de tranquilidad, y mirada firme.

El hombre siguió caminando, y aquella mujer detuvo su mirada una milésima de segundos en Lena. Pero ese pequeño tiempo, fue suficiente para que Lena viera en su expresión algo que no podía darle nombre.

La pareja se encontró al fin, y en el momento en que Lena se decidía a leer sus labios, la puerta de Byron se abrió, y se vio obligada a entrar allí. Sin poder ver, como la pareja la miraba con la desolación de saber la perdida que había en su vida.

~~~

El cielo azul tenía nubes blancas y ligeras que se movían a través de él para ir a ya saber qué lugar. El sol irradiaba calor y se dejaba sentir en el cuerpo de todos, como un suave cosquilleo caluroso. Y el viento, soplaba suave y armónico, trayendo con él el aroma silvestre del campo.

Lena se tomó unos minutos para cerrar los ojos y respirar todo aquello. Estaba volviendo, por vaya a saber cuánto tiempo, a su antigua vida, y se sentía como un suspiro tranquilizador. Aunque en el fondo, temía no querer volver a la academia o que algunos de sus amigos la descubriera. Aún no estaba preparada para mentirles sobre su inexistente vida en el internado de Berlín.

—No sabía que Newén tenían hermanos —murmuró de repente, abriendo los ojos y queriendo no pensar en aquello que la torturaba.

Miró a su abuela, quien conducía en silencio, y ésta asintió. Bajó apenas el volumen de la radio, y Lena esperó que deseara hablar.

—Newén tiene tres hermanos, uno mayor y dos menores: Aliwe, Aukan y Lihuén —respondió. Lena asintió intentando imaginárselos, pero solo pudo hacerse una vaga idea.

—¿Y Leonardo? —preguntó, y se encontró con una sonrisa más profunda.

—Ellos son varios pero nunca recuerdo el orden: Gianella, Neilan, Luca, Fiamma y Nicoletta —respondió.

Lena se sorprendió al saber la cantidad de hermanos que tenía, y se preguntaba cómo sería vivir en un lugar con tantos hermanos.

—Pareciera que los conocieras bien —murmuró Lena a su abuela. Augusta la miró un segundo y asintió.

—Los cazadores podemos ser muchos, pero no somos demasiados, y las familias de alguna forma u otra, siempre se cruzan —dijo crípticamente. Ella la analizó pero parecía no haber ningún tipo de mensaje tras aquellas palabras.

Tenía muchas varias preguntas en su mente, pero las olvidó en el instante en que ingresaron a Aage e iban en dirección a la casona Von Engels.

Recorrieron las calles en silencio, y Lena, sumergida en la solemnidad, miraba todo como si fuese la primera vez. Pasaron frente al palacio de gobierno, por la plaza en la que tantas veces se había reunido, y por su antigua escuela. Una sensación de vacío de agolpó en su corazón al ver a los estudiantes salir, y se preguntó si habría por allí algunos de sus amigos.

Y así como si nada, llegaron a la casona y Augusta estacionó el auto en el patio trasero. Su abuela le dedicó una sonrisa para darle ánimos, y ambas bajaron del auto.

Con su juego de llaves, Augusta abrió la puerta e ingresaron, sumergiéndose en la vorágine del silencio, y de lo tétrico y sombrío de la casona.

Las ventanas, apenas abiertas, dejaban ingresar pequeños flujos de luz que iluminaban tenuemente las paredes, donde los retratos familias, paisajes e imágenes apocalípticos descansaban. Las etéreas esculturas del vestíbulo vigilaban la habitación, y la escalera que se abría en lo alto dejaba ver el esplendor del Arcángel Miguel.

Lena suspiró al verlo, y no pudo evitar estremecerse. Alto y voluminosa, la estatura se alzaba con gran belleza, con una espada en una mano y en la otra la balanza. La justicia del ángel, parecía proteger la casona, pero también protegía a cada uno de los integrantes de aquel linaje que él había comenzado.

El ambiente tenía un tenue tono amarillento del sol de la tarde, que jugaba con la decoración haciéndola ver menos espeluznante de lo que podía verse en la noche.

—Lena —la llamó su abuela, quien se encontraba frente a un cuadro que había visto muchas veces: un atardecer con un cielo color sangre, y por encima, miles de estrellas del anocheces que estaba llegando.

Augusta movió la pintura y se oyó un clic, que precedió la apertura de una puerta que Lena nunca imaginó que podría haber. Su abuela cruzó el umbral y Lena la siguió sin decir nada, llena de intriga.

La puerta se cerró tras ellas, y se sentía dentro de la boca de un lobo, pero transcurrieron segundos para que luces se encendieran en el lugar donde estaban.

Un pequeño vestíbulo iluminado con luces eléctricas, se abría frente a ellas en numerosos pasajes que destino desconocido. Y en la mente de Lena, retumbaron las palabras de Phoebe y su teoría de pasadizos secretos.

—¿Qué es este lugar? —preguntó siguiendo a Augusta.

—A través de este sitio se puede ingresar al panteón Von Engels —respondió—, que se encuentra a unas cuadras de la casona a nivel subterráneo —agregó.

«¿Cuadras? ¿Subterráneo?» La miraba casi con horror, y tras voltearse hacia ella, Augusta sonrió sintiendo culpable.

—Te oculté este lugar por temor de que pudiese escaparse de tu boca la realidad de estos túneles —dijo, y Lena se enserió, con punzadas de molestia—. Prácticamente, la ciudad entera está recorrida por estos túneles. Acá hay generaciones y generaciones de Von Engels enterrados. Podría decirte que aproximadamente desde el siglo 16, cuando se asentaron aquí.

—¿Entonces, la ciudad está sobre un cementerio? —preguntó con su expresión desfigurada por la verdad.

—Casi toda —murmuró—. Muchos de estos túneles eran vías de escape e iban a ciudades vecinas. Y podían llevar vaya a saber a qué lugar más. Pero hoy en día, la mayoría están sellados —explicó.

Con mucho por asimilar, Lena sacudió su cabeza y quedó en silencio, sintiendo solo los latidos de su corazón y de los pasos sobre el cemento. Hicieron unos cuantos metros, hasta que se toparon con un par de estatuas de leones, animal símbolo de la familia. Éstos eran guardianes de una gran puerta de hierro con inscripciones en latín: Disciplina, Honor, Justicia y Valentía. «Los valores familiares» reconoció Lena.

Augusta abrió la puerta dejando salir el aire frío y seco del interior. El silenció gobernaba con vara de hierro, y los pasos de ambas hacían un eco que podía llegar a despertar a los muertos.

El lugar eran gigante y algo. Era como una ciudad bajo los cimientos de otra ciudad. Finalmente, las dos se detuvieron frente a una construcción mediana con el aspecto de una capilla, y al ingresar, Lena se encontró con el vació de una habitación completamente de mármol. Augusta miraba a Lena desde el umbral con análisis. Allí no había nada a simple vista, solo fotografías de las personas que fueron cuando vivian.

Vio varias fotografías, entre ellas, la de su bisabuelo, su abuelo y su tía hasta que sus ojos terminaron en Louis y Sarah Von Engels. Un estremecimiento la recorrió al ver una foto de ambos abrazados y sonrientes, desbordando alegría y vida. Su corazón se estrujó mientras se acercaba.

Su padre tenía un rostro de rasgos fuertes y angulosos, con una belleza deslumbrante, brillantes ojos grises y pelo rubio oscuro. Su madre se veía tan joven, natural y confiada que la admiraba. Su pelo era castaño claro, corto hasta los hombros, y le recordaba al color del caramelo. «Como Valquiria» pensó. Sus ojos eran castaños y vivaces. Lena tragó saliva para bajar el nudo en su garganta, pero aún queriendo, no podía detener las lágrimas que caían silenciosamente.

Con un toque suave y gentil, Lena rozó su fotografía. Queriendo y deseando poder tener recuerdos de ellos, pero no había nada. Era simplemente un vacio que no lograba llenar. Envidiaba a Valquiria por recordarlos, pero al mismo tiempo, sentía pena de ella. Valquiria los recordaba día a día, habiendo hecho de la venganza de sus muertes el eje central en su vida, y así era ahora, atormentada.

Una energía calurosa la rodeó, y se dio cuenta que su abuela la abrazaba con fuerza. Ella se giró, y ambas se estrecharon en un abrazo perpetuo.

—Todo el día me he sentido triste —murmuró con voz entrecortada.

—Es porque un día como hoy, ellos murieron —respondió Augusta queriendo ser fuerte para su nieta, la luz que la había ayudado a no hundirse en la oscuridad.

Lena cerró los ojos con fuerza, pero aún, veía en su mente la fotografía de ambos. Sentía una extraña sensación de alivio de saber donde se encontraban sus cuerpos, pero también de desolación. Pese a todo, ella nunca los recordaría pero rezaba para que sus fotos perduraran siempre en su memoria y en su corazón. Imposibles de olvidar. Y es que así habían sido Louis y Sarah, dos jóvenes que murieron víctima del destino, y de errores que ellos nunca cometieron.

~~~

La noche había caído lenta y devastadoramente. El sonido de la ciudad era cosquilleo molesta para ella. No quería oír nada, no quería sentir nada, no quería pensar ni recordar. Respiró hondo y tragó otro vaso con whisky, que rozó su garganta con un calor que dejó ardiendo su paso. Cerró los ojos con fuerza, aplacando aquella sensación a la que de a poco se acostumbraba y comenzaba a necesitar.

La música resonaba festiva pero no la oía.

Estaba ensimismada en sus pensamientos y no quería estar así. 26 de septiembre. Odiaba esa fecha con todo su corazón. Tragó otro vaso llenó y el barman la miró con precaución. Ella le dedicó una mirada oscuro que lo obligaba a no preguntar nada y a no sacar de su lado la botella.

Había apagado su celular, no tenía su localizador, y todo aquello que pudiese ayudar a que la encontraran o supiesen de ella. Leonardo y Newén ya estaban acostumbrados, y no preguntaban nada.

Miró a su alrededor, hacia las personas que habían allí tomando y alguna que otra bailando. Suspiró agriamente, y llenó otro vaso.

«Hermosa, ¿qué quieres hacer hoy? ¿Quieres que papá te enseñe a manejar?» «Louis, ¡tiene apenas siete años!» «¿Entonces, puedo enseñarle a usar un arma?» «¡Louis!» «Está bien Sarah, no grites. Vamos que tu ejemplar padre te va a llevar a aburrirte a una plaza como los humanos» Recordaba, recordaba y no quería recordar. Las voces, imágenes y sentimientos la golpeaban para atormentarla y torturarla. Luchaba por las sonrisas con lágrimas, y se ahogaba en la bebida.

Valquiria vestía de negro, y había reemplazado la chaqueta larga de la liga oscura por su chaqueta de cuero, pero aún así era claro su tipo. Más de una mirada estaba sobre ella, pero no le molestaba. Todo iba a estar bien mientras no se metieran con ella.

—Déjame decirte que tienes varios fanáticos —le comentó el barman y ella agudizó su mirada con advertencia. Él levantó las manos en estado de rendición—. Solo te lo aviso amistosamente Kamikaze —murmuró y se fue.

Valquiria sonrió sombríamente. Él era un licántropo y desconfiaba hasta que punto podía ser amistoso, al igual que todos allí. Ella se encontraba en el bar del Royal Tower, un hotel lleno de diversión para los de su mundo; allí podía haber todo tipo de ser, incluso algún humano, y no había necesidad de mentir sobre lo que eras.

«Valquiria, mi musa, deja de torturarte. Ellos sabían que ocurriría, tarde o temprano» oyó una voz que la rodeaba como la niebla. No sintió nada, pero su estado alerta se había disparado en cuanto entró allí, y el alcohol también había hecho efecto. Buscó a la voz pero no había nadie a su alrededor. Cerró sus manos sobre el vaso, asegurándose que los presentes no serían tan tontos de jugar con su mente.

«¿Ocurrir qué?» Preguntó, y se sintió patética preguntando mentalmente algo que sabía que no iban a responder. Una risa resonó en su mente, poderosa y divertida. Había algo en aquella voz que le daba tranquilidad pero también que la hacía asustar.

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