Capitulo 27. La Emperatriz
Atravesó la puerta que daba acceso a la sala del refugio, y observó a todos los presentes. Pese a que se veía un tanto débil y usaba ropa demasiado cotidiana para ser ella, su presencia no pasó inadvertida. Tras ella, Demyan y Leonardo la siguieron cercanamente.
- Valquiria, ¿Cómo estás? -preguntó Víctor con preocupación, acercándose a ella. Su mirada gélida se posó primero Newén con molestia, y luego en su tío.
- ¿Qué hacen aquí? -preguntó ella observando a Hamish tras él, y mas allá a Norbert, que reposaba sobre una pared con los brazos cruzados con actitud huraña.
- Vine a saber tu estado. No has dado señales en horas, y resulta que estabas encargándote de esta investigación por tus propios medios -respondió Víctor con molestia. Los gestos de Valquiria se ensombrecieron ante los reproches de él. Cerró sus manos en puños controlándose.
- Ella solo nos estaba a ayudando a nosotros -habló Demyan por Valquiria. Los ojos de Víctor y Valquiria se posaron en él con curiosidad e ironía, mientras los humanos restantes veían ese arrebato como algo peligroso.
- ¿Y tú quien eres? -inquirió Víctor irguiéndose.
- Demyan Archibald -respondió. Víctor lo contempló en silencio unos minutos, y miró a Valquiria que permanecía inexpresiva.
- ¿Archibald? ¿Qué eres de Alfred Archibald? -preguntó él.
- Su hijo -respondió buscando en Valquiria un poco de confianza. Víctor sonrió y asintió.
- Escuadrón de sombras -dijo Víctor con conocimiento de aquel grupo, dando un vistazo a Demyan y a la chica pelirroja. Luego sus ojos volvieron a Demyan y se detuvieron en Valquiria, quien se mantenía con actitud amenazadora-. ¿Puedes decirme qué es lo que has encontrado? -le preguntó.
- Ese no es tu asunto -respondió ella. Víctor parecía enojado bajo aquel manto de controlada serenidad. Respiró hondo.
- No te lo estoy preguntando como tu tío, sino como tu superior Valquiria -dijo elevando la voz. Valquiria gruñó con desagrado, aunque no podía rehusarse a aquello. Le dedicó una mirada venenosa a Newén, pero podía ver en el fondo de sus ojos oscuros aquella preocupación que le advertía que todo lo había hecho por el bien.
- Los ataques son coordinados por el Duque, sin embargo, he recibido noticias que indican que el Duque fue asesinado años atrás, así que eso nos dejaría con una gran incógnita -respondió austeramente. Los ojos de Víctor se expandieron con sorpresa y si boca cayó.
- ¿Cómo puede ser? -preguntó casi para sí mismo. Valquiria se encogió de hombros, mientras Leonardo y Newén se veían atentos, y Demyan preocupado.
Un evidente silencio analítico se esparció, en el momento en que todos intentaron formular respuestas para eso. «Olvídate de tu vida tal cual la recuerdas, bastarda» oyó la voz de Merari repercutir en lo más profundo de su mente. Una punzada de dolor, rápido y gutural, se expandió por su cabeza hasta cada parte de su cuerpo.
Retuvo el grito y se encogió de manera tan evidente que todos los ojos se posaron en ella. Se sintió débil y temblorosa, sin embargo, se alejó de las manos que se dirigieron a ella para sostenerla.
- ¿Sucede algo? -le preguntó Víctor, formulando la preguntas que todos se hacían allí. Valquiria negó con la cabeza, manteniendo los ojos cerrados.
Hubo un intercambio de miradas en busca de explicaciones que nadie tenía.
- Necesitas seguir descansando -comentó Leonardo acercándose un poco.
- No es necesario -murmuró Valquiria intentando calmar aquel dolor que se perpetuaba en su cuerpo. Newén estaba a solo unos pasos, y no dejaba de observar sus pálidos rasgos.
«Debemos hablar» oyó la voz de Caleb que la tranquilizó. «No es buen momento» recomendó ella, manteniendo la vista en el suelo para que su visión se amolde al dolor. «Creo que... No, no lo es» comenzó a decir, pero hubo una duda en la forma en que oyó sus palabras que Valquiria tembló sobre-saltadamente. «¿Qué pasa?» preguntó, pero Caleb no respondía. «Es Lena» habló suavemente. «No la siento» agregó.
Valquiria se sintió caer en un abismo, reteniendo el aire, y agarrando con fuerza a Newén. Se encogió dolorosamente en un grito descomunal cuando otra punzada cruzó su cabeza.
- ¡Valquiria! -la llamaron todos asombrados de la debilidad que sentía. Sus dientes se apretaton con fuerza, e intentó respirar.
- Lena -susurró sin aire, y levantó la vista para notar como la sala entera se detenía admirándola con espanto-, está en peligro -agregó. Pero nadie dijo nada, solo podían verla sumidos en la extrañeza de su aspecto.
Newén parpadeó, boquiabierto. Valquiria lo apretó con fuerza al necesitar su ayuda pero nadie parecía podes responder. Sintió miedo, escalofríos, y percibió como algunos de ellos se erizaban. Pero allí no había nada que pudiese significar un verdadero peligro.
Valquiria giró hacia un pálido Demyan, y un Leonardo sin palabras, siendo que eso no ocurría fácilmente. Buscó algún tipo de reflejo hasta ver un escudo de acero, y en él vio la misma monstruosidad que anteriormente había visto en el espejo.
Se alejó de todos con duda y desconfianza, y sin comprender que era lo que le sucedía, decidió que correría para intentar salvar a su hermana de la manera que fuese.
***
Un suave cosquilleo la despertó de un profundo sueño. Intentando abrir los ojos, quedó petrificada ante la visión de una mujer frente a ella. Sus ojos castaños la contemplaban con un cariño descomunal, y en sus labios se dibujaba una sonrisa tranquilizadora.
Lena parpadeó, viendo a Marissa dormir en su cama revoltosamente. Ella dudó sobre la presencia de aquella mujer.
- ¿Quién eres? -le preguntó observándola con detenimiento. Ella poseía una belleza serena con rasgos suaves; su pelo castaño era largo. Sonrió y Lena se erizó completamente al reconocerla- ¿Mamá? -preguntó reteniendo la respiración, y sintiéndose extraña al usar aquella palabra en voz alta con tanta naturalidad.
Sarah alcanzó su rostro con su mano para acariciar su mejilla y peinar su pelo. Su tacto era firme y seguro, lleno de vitalidad y realidad. El espanto y la incredulidad hirvieron en la sangre de Lena con frialdad, apoyándose firmemente sobre la calma, ante el temor que le suponía la presencia de su madre con vida.
- ¿Cómo...? -intentaba formular preguntas pero simplemente no podía reaccionar.
- Shh... no te asustes cariño -susurró Sarah sin dejar de mirarla. Lena sintió un nudo en su garganta y sus ojos no lograban retener las lagrimas al oír la voz de su madre, tan clara y tan melódica- Todo fue para protegerlas -dijo.
Lena no supo que responder. Miraba a su madre entre lágrimas, y solo pudo ir hacia ella para abrazarla. La congoja y el desconsuelo la recorrían erizándole la piel, y el vacio en su corazón parecía ser más hondo de lo que creía. Sarah frotaba su mano en su espalda consolándola, y su abrazo era firme y protector.
- Cariño, debemos irnos -comentó Sarah alejándose apenas de ella para verla directamente a los ojos. La expresión de Lena se volvió confusa.
- ¿Por qué? -preguntó dudosa.
- Este sitio no es seguro para ti -respondió-. Vamos, debemos encontrarnos con tu hermana -insistió tomándola de la mano.
Lena secó sus lágrimas con torpeza, y se levantó de la cama en busca de sus cosas pero su madre se veía con urgencia, así que solo agarró su abrigo y lo que pudiese meter allí. Y dándole un último vistazo a Marissa, Lena siguió a su madre con prisa.
Recorrían los pasillos tan rápido que Lena no podía comprender hacia donde se dirigían, y Sarah solo tenía ojos en el camino que emprendían con fervor.
- ¿Hacia dónde vamos? -preguntó Lena mirando hacia todos lados, aún sin comprender la magnitud de todo eso. Sarah la miró y sonrió con confianza.
- A un refugio, allí nada nos alcanzará -respondió.
- ¿Pero, qué no nos va a alcanzar? -preguntó dudosa mientras bajaban las escaleras. Cuando llegaron al último escalón, Sarah se detuvo precipitadamente y observó a Lena con atención, sin dejar de acariciarla maternalmente.
- ¿Confías en mi, cariño? -le preguntó ella.
Lena respiró hondo, manteniendo sus ojos en los de su madre, sintiendo la debilidad de sus sentimientos a flor de piel. Asintió con torpeza e intentando que ella no notara la duda que la corroía; ella era su madre y no podía sentir desconfianza. Sarah sonrió y le besó la mejilla con ternura, para sostenerle con fuerza la mano y emprender nuevamente la fuga.
En cuestión de minutos, llegaron a la planta baja directamente a la puerta de salida. Lena estaba a punto de decir que podría estar cerrada cuando Sarah la abrió con facilidad permitiéndole la salida.
El exterior era frio y húmedo. Había nubes que deambulaban en el cielo nocturno, tapando las estrellas y una creciente luna en todo su esplendor. El viento susurraba y el movimiento de las hojas creaba una sinfonía sin igual. Las luces desplegadas alrededor de la academia eran tenues.
Encogiéndose sobre sí misma, Lena apresuró su paso tras su madre. Y aunque no tenía idea hacia donde se dirigían, podía ver el claro camino hacia un sector del bosque lindero.
- ¡Lena! -escuchó un grito demencial detrás que la hizo temblar, más allá del frio que la recorría. La fuerza de Sarah sobre su mano se hizo más evidente mientras ella giraba para ver-. Lena, ¡No te vayas! -exclamó Marissa persiguiéndola con vehemencia; aunque se notaba recién despierta, se veía bien alerta, y sobre todo, preocupada.
Lena dudó al ver a Marissa acercarse poco a poco.
- Vamos, cariño, debemos huir -le dijo su madre con urgencia. Lena intentó detenerse pero se sentía culpable ante su dolida expresión por la leve desconfianza.
- Es mi mamá -dijo Lena sonando como un ruego pero Marissa negó, acelerando aún más y dejando ver en su mano un brillante cuchillo.
- Lena, habló en serio. ¡Aléjate de ella! ¿No lo sientes? -preguntó sacada de quicio.
Ella retuvo el aire en sus pulmones soltándose precipitadamente de Sarah, y percibiendo sus emociones. Un extraño hormigueo la recorría en su cuerpo pero nunca le había prestado atención. Miró la piel erizada de sus brazos, sin embargo, había creído que era por la impresión del momento. La tensión de su cuerpo no la abandonada y por primera vez estaba experimentando lo que tantas veces había visto en Valquiria, sus sentidos estaban disparados.
Sumergida en el asombro, su expresión se llenó de horror al voltearse, viendo desaparecer la visión de su madre para intercambiarse por una mujer alta y esbelta. Sintió traición y furia, mientras contemplaba la letal hermosura y su presencia bestial. Vestía una capa negra, donde solo podía verse el negro de su pelo, su brillante sonrisa, y en la serenidad de su rostro, grandes ojos que solo emanaban sangre.
- No eres tan tonta como te creí -rió perversamente Merari, con perspectiva de comenzar finalmente con el caos.
***
El terror y el horror se deslizaban bajo su piel venenosamente a medida corría lejos de allí, atravesando el túnel y deslizándose hacia el exterior donde la noche nuevamente la azotaba con frialdad.
Corrió perdiendo la noción del tiempo y de lugar. Solo sabía que pese a la oscuridad, su visión era perfecta a su alrededor, y se detuvo precipitadamente al ver, a unos cuantos metros por delante de ella, a alguien que creyó que no volvería a ver.
Los ojos de Valquiria flamearon iracundos y confusos, al recorrer de pies a cabezas a aquel hombre. Llevaba un traje negro, y una camisa blanca, que le daban una apariencia de gracilidad y elegancia. Ella parpadeó para asegurarse que no era un sueño, y él sonrió sabiendo sus pensamientos.
- Soy real -aseguró él, con su voz tan profunda e hipnotizante como la recordaba. Valquiria no respondió, apretando sus manos en puños, y oscureciendo su mirada dispar-. Supongo que debes estar buscando a tu hermana -él ladeó la cabeza con entendimiento y sagacidad; sus ojos azules brillaron con poca naturalidad.
- ¿Qué sabes de ella? -preguntó Valquiria autoritariamente. Él sonrió tenuemente, acercándose poco a poco a ella, que se mantenía en su lugar tensamente.
- Sé muchas cosas de ella -suspiró él-, pero sé mucho más de ti -comentó observándola como si fuese una piedra preciosa y única. Los ojos de Valquiria se entrecerraron con advertencia, reteniendo el impulso de golpearlo-. Ella estará bien, pero eso depende de tu decisión -agregó.
Con desconfianza, Valquiria se mantuvo contemplando su aura de serenidad y hermosura. Él era un demonio, uno de los mayores, y pese a toda la oscuridad que emanaba podía observar aquel halo angelical de lo que era su pasado.
- ¿Quién eres? -inquirió ella con curiosidad.
Él posó sus ojos en el alrededor, como si estuviese rememorando grandes cosas y volvió a ella. «Tú sabes mi nombre. Muy en el fondo, aún lo recuerdas» dijo él en su mente. Valquiria frunció su ceño, en una expresión de desconcierto, y él sonrió aún más en el instante en que ella comenzó a tener una visión de muchos años atrás.
Jugaba con Hamish en el patio de la antigua casa de sus bisabuelos; un edificio grande y de antaño que se remontaba al siglo 16. La mayoría de los adultos estaban en el interior, disfrutando de té, mientras ellos junto a sus primos pasaban el tiempo bajo el sol.
Los hermanos mayores de Hamish estaban siempre en sus propias cosas, alejados de ellos. Y Hamish había dejado de jugar con Valquiria para molestar a su prima Alessa, la hija de Earlen, así que ella había emprendido su expedición a través de aquel patio que se veía inmenso ante sus ojos.
De pronto, sintió una presencia calma junto a ella cerca y al girarse se encontró con un hombre, que aparentaba casi 30 años, contemplarla con fascinación. Pese a la extrañeza, ella se acercó a él con confianza y le sonrió al ver sus hermosos ojos azules.
- Hola pequeña -le dijo él, apoyándose sobre su rodilla para estar más a su altura. Valquiria sonrió, posando su mano en su cara y deteniéndose en sus ojos, tan hermosos, tan inhumanos.
- ¿Quién eres? -le preguntó ella con curiosidad.
- Soy un ángel que protege a los Law, y tu ángel protector -respondió él. La serenidad se notaba en sus rasgos, y no había ferocidad, sino una mezcla de ternura y añoranza.
- ¿Por qué? -preguntó ella, y él suspiró peinando su largo pelo.
- Porque así fui ordenado -respondió él-, y no puedo rehusarme.
- ¿Por qué? -volvió a preguntar. Él meneó la cabeza contemplando un punto muy lejano, con análisis.
- Las leyes de la naturaleza, supongo -respondió-, pero no creo que entiendas eso ahora. Quizás en un futuro pequeña.
Ella quedó en silencio, jugando con su pelo y sin poder abandonar su rostro. Él se sentía tranquilo, percibiendo aquella conexión que entre ambos se estaba formando, y las pequeñas cosas que tenían en común, mientras lejos de allí, los demás niños jugaban sin siquiera notarlo.
- ¿Por qué te ves triste? -preguntó Valquiria, ladeando su cabeza de un lado a otro. Él sonrió apenas, dándole un poco de tranquilidad.
- No estoy triste, solo pienso -respondió él en voz baja, y notó la mirada de ella llena de curiosidad-. Acerca del futuro, y tu futuro -agregó-. Pero es hora de que me vaya -dijo poniéndose de pie. El ánimo de Valquiria decayó, e instantáneamente, él alcanzó su rostro para que no llorara-. Pronto nos encontraremos ángel, y cuando llegué el momento, tomarás el lugar que te pertenece por derecho -le sonrió.
Valquiria asintió, habiéndose esfumado el deseo de llorar ante aquella promesa. Y él estaba por irse, cuando ella le sostuvo con fuerza la ropa.
- Tu nombre -dijo ella. Él se acercó a su cabeza, donde dejó un suave beso.
- Mi nombre es Mithredath, pero debes olvidarlo -susurró chasqueando sus dedos. Él desapareció, y Valquiria miró a su alrededor sabiendo que había ido a buscar algo pero simplemente no lo recordaba.
Volviendo al tiempo actual, Valquiria se mantuvo boquiabierta contemplándolo con asombro. Él se mantenía sonriéndole con ternura, en el momento en que su mano se posó en su mejilla, en una suave y lenta caricia.
Se sentía traicionada por sus recuerdos y por las sensaciones que la recorrían con él frente a ella. Su cercanía era reconfortante y toxica, y aunque intentaba pensar en el bienestar de su hermana no podía dejar de pensar en aquel ángel caído.
- Llegó la hora, pequeña -murmuró él, y Valquiria se erizó ante su voz.
- ¿La hora de qué? ¿Por qué? -preguntó con voz suplicante.
- Es hora que asumas tu papel en esta guerra Valquiria, tu eres su heredera. Él ha creado este imperio solo para ti -dijo. Valquiria no dejaba de preguntarse quién era él, y los ojos de Mithredath flamearon con sagacidad-. Tu madre nunca quiso saber de quién descendía, pero creo que tu sí. Eres más ángel de lo que crees, mitad celestial y mitad caído -agregó.
La respiración de Valquiria se detuvo, retrocedió unos pasos sintiendo una paliza emocional, mientras su cuerpo la traicionada volviéndola débil.
- ¿Qué? -preguntó inaudita.
- Así es -asintió él-. Como los Engelson descienden de Miguel, los Law descienden de mi jefe: Lucifer, aunque a ustedes les gusta llamarlos el primer caído -reconoció.
Todo daba vueltas a su alrededor mientras procesaba la información. Eso no podía ser cierto, no debía y no quería. Pero la certeza en la mirada de Mithredath le decía que si, que debía creerlo porque era la cruel verdad.
- Él supo aprovechar un instante de debilidad y confusión de Dina -explicó-. Él deseaba que Miguel pagara por la traición, y no había mejor venganza que corromper a los humanos, e intentar llegar al linaje celestial.
- Mis padres -susurró Valquiria adormecida de emociones, como si el umbral de dolor e ira hubiese expirado, y estuviese en una especie de sedación.
- Los bastardos de ambos ángeles se unieron, y crearon a un engendro del bien y el mal. La heredera del cielo y del infierno, y la emperatriz de este mundo -explicó. Valquiria meneaba la cabeza con suavidad, incrédula de todo, y recordó a su hermana. Ella era demasiado buena y tenía demasiada vida para ser igual.
Se le vino a la cabeza el instante en que la volvió a ver; era como verse a un espejo pero humana, con más vida, llena de esperanza y luz.
- Lena no es como tú -dijo él con seguridad-. Ella no vivió lo que tú sí, porque solo una de ustedes podía ser la que ocupase el trono junto a él -agregó. Valquiria sintió un violento escalofrío al pensar en Lena sentada junto al primer caído-. Pero no te sientas mal, preciosa, porque este plan se creó mucho antes que existieses.
Comprender aquello le estaba costando mucho a una Valquiria sin palabras. Todo era un perverso plan de dimensiones descomunales, donde el único fin era que ella fuese como era. Una cazadora mestiza, que había tenido una vida llena de obstáculos y sufrimiento. ¿Todo para qué? Por venganza.
Se sentía estúpida. Ella había vivido años pensando en que vengaría la muerte de sus padres, siendo que la causa principal era otra venganza que tenía como eje principal a ella. «¿Soy la causa de la muerte de mis padres?» pensó horrorizada. «Ellos sabían que esta guerra vendría, sin embargo decidieron aplazarla. Ellos murieron por su propias decisiones» respondió él en su mente, pero pese a eso, Valquiria no podía creer otra cosa.
- Deja de sufrir y sé libre de todo. Todos estarán bien, sobre todo tu hermana. Solo tienes que aceptar -dijo él con seguridad. Valquiria dudó, sumida en la confusión. Miró hacia atrás, teniendo la seguridad que pronto la alcanzarían. Sus ojos volvieron a posarse en él, y en su mano que la invitaba a unirse.
Su cabeza bombeaba ferozmente, pensando en Lena, en sus padres, en sus amigos y en todos aquellos que se preocupaban en ella. Todos estaban en peligro si permanecía allí con ellos. Y Lena, ¿Qué pensaría si supiese la verdad? ¿Estaría a salvo si no aceptase? ¿Y si ella tuviese que ocupar su lugar al no aceptar?
Valquiria respiró hondo, sintiéndose con más convicción que antes. En ese momento, se arrepentía de muchas cosas en su vida, pero no se arrepentiría se elegir la vida de los demás sobre la suya, mucho menos la de Lena.
- Acepto -dijo ella, sabiendo que no había más marcha atrás.
***
El salón estaba sumido en un perpetuo y solemne silencio. Todos los ojos estaban puestos en el frente, donde una joven con aspecto de guerrera contemplaba el abismo que se abría en el cielo azul. Su pelo rubio arena era corto. Cuando se giró, posó sus ojos turquesas sobre los presentes.
- La situación ha tomado un peculiar rumbo -sentenció; su voz era tan etérea como su aspecto-. Se tomaran medidas radicales para controlar el asunto, y se intentara mantener los temas más importantes en esta sala -agregó. Una pálida mano se alzó en el aire, y los ojos de ella se posaron en la joven que quería preguntar.
- Eitana, yo pienso que eso no tardara en saberse dadas las circunstancias. ¿Y que pasarán con los cazadores? -preguntó Arelí. El ángel la contempló unos segundos, tras intercambiar miradas con Yetsye.
- Ellos estarán bien, siempre y cuando cada uno se mantenga protegiendo a su Dinastía -respondió. Arelí no pareció muy convencida, sin embargo, asintió acomodándose junto a Xoan.
- ¿No estaríamos tomando decisiones muy apresuradas? -preguntó una mediana y de pelo castaño, ondulado y largo, sus ojos brillaban de un café ambarino. Eitana negó con seguridad.
- Sé que persigues la paz Selimá, pero se deben tomar decisiones antes de que sea tarde -respondió. Todos se miraron, preguntándose si acaso ya no era tarde.
- Aun queda mucho por pasar -comentó Yetsye, el ángel de la esperanza, con optimismo.
- ¿Y qué sucederá con Merari? -inquirió un chico de buen aspecto, su tez oliváceo y sus rasgos preciosos lo hacían ver como un principie egipcio. Las miradas fueron de un lado a otro ante tan importante pregunta. Ehud, el ángel de la sensibilidad era el único que se preocupada por ella en ese momento.
- Ella deberá tomar una decisión y elegir un bando. No se puede estar en el límite durante toda la eternidad -respondió-. En cuanto a su Dinastía, supongo que podremos hacer un esfuerzo para cuidarlos como se debe.
Nadie dijo nada, hasta que alguien más se sumo al debate. Caleb se veía agotado, y se sentó en la silla junto a Eitana. El silencio se mantuvo a la espera de sus palabras. Él revolvió su pelo con frustración, y cerró sus ojos con fuerza para apaciguar las emociones humanas que lo azotaban.
- Acabo de hablar con él -susurró Caleb respirando hondo. Todos retuvieron el aliento, como si eso hiciese falta-, quiere que nos ocupemos de esto, mantengamos nuestras promesas y esperanza. Él está muy enojado consigo mismo, y pretende que se solucione antes de que Gabriel se entere -agregó con solemnidad, en medio de un mar de pensamientos terroríficos de lo que podría pasar si eso sucediese.
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