Capitulo 22. Juramentos
Mayo, 1985.
Despertó en un lugar desconocido y familiar al mismo tiempo. Se veía como el cuarto de entrenamiento de la casa de su abuelo pero se veía diferente, casi vacía y depresiva.
Louis miró a su alrededor sin ver nada en particular hasta que sus ojos dieron con alguien vestido de negro. Él se acercó con seguridad, y Caleb sonrió al verlo. Él se veía igual a la última vez y a prácticamente siempre; su juventud perpetua poseía una belleza etérea y su temperamento sereno transmitía tranquilidad. Su pelo negro estaba desordenado, otorgándole un aire rebelde, al igual que su vestimenta.
— Me alegra mucho verte Louis —dijo con su voz armónica.
— Hola —dijo dudoso—. ¿Dónde estoy? —preguntó. Caleb suspiró y dio un rápido vistazo.
— Es una dimensión paralela, y tu estas durmiendo. Me resulta más fácil encontrarte en sueños, y está sería la casa de tu abuelo —respondió y ladeó la cabeza—. Aunque se ve un poco diferente.
— Si —asintió Louis riendo por la inusual que era esa situación—. ¿Qué hago aquí? —preguntó.
— Vamos a practicar un poco —le dijo él, y Louis frunció el ceño—, y además, discutir un par de cosas.
— ¿Me enseñaras Angelología? —Preguntó Louis—. Creo que serías de mucha utilidad es eso.
Caleb sonrió y se encogió de hombros.
— Podría llegar a ayudar —le aseguró, y en las manos de ambos aparecieron deslumbrantes espadas. Louis sonrió e inmediatamente se posicionó en guardia—. Bien, mientras tanto... háblame de los sueños que has tenido —le dijo, y Louis se sorprendió de que los supiese. Caleb torció el gesto con una mueca que le dio un poco de la juventud que parecía tener— Justo ese día me preguntaba que estabas haciendo y oí una de tus recientes conversaciones con Byron, no estuve espiando tus sueños y pensamientos. Soy un ángel —advirtió, y Louis levantó una ceja con ironía.
— Eres un ángel un tanto extraño —comentó.
— Solo hago mi trabajo, aunque tengo mis errores. Y los ángeles no podemos meternos en la mente, solo conversar de vez en cuando y otros pequeños trucos que no tengo la obligación de decirte —le dijo casi ofendido. Louis rió perversamente. Le gustaba bromear con su ángel, y Caleb parecía ser de los propensos a creerse las bromas.
— Bueno, comencemos —sentenció Louis.
***
Louis, Constantin y Byron habían permanecido en el aula luego de la última clase. Mientras todos iban hacia el comedor o a sus habitaciones, ellos conversaban tranquilamente. Había armonía y diversión en el ambiente, y sonaban demasiados distantes las épocas de enemistad e incluso aquellos tiempos en que no se conocían.
El salón estaba vacío cuando una menuda figura cruzó frente a la puerta hasta detenerse al verlos allí. Gianella se asombró de verlos allí y se apresuro a acercarse, mirando paranoicamente a su alrededor.
— ¡Chicos! —exclamó cuando se acercó. Los tres la saludaron y sus ojos reposaron en los libros entre sus manos. Inmediatamente la miraron a los ojos y ella sonrió con diversión. La excitación de lo peligroso ardía como fuego en sus ojos y la hacía ver con más vida— Si, acabo de volver de la biblioteca —asintió orgullosa—. Y no, no me voy a meter en problemas. Miles de veces lo he hecho, pero no digan ni una palabra porque siempre me voy a considerar inocente —agregó.
Louis resopló, mientras Constantin permaneció mirándola con espanto. Byron fue el único que logró reaccionar.
— Intenta ser cautelosa —le recomendó estirando la mano para que ella le cediera uno—. ¿Encontraste algo interesante? —preguntó. Ella se movió de un lado a otro.
— Algunas cosas pueden servir —respondió—. Logré identificar los posibles especímenes. Da algunas claves de cómo matarlos. Y hay un par de historias muy interesantes —dijo sombríamente.
Byron sonrió a pesar de las circunstancias, y leía el libro sintiendo las miradas llena de juicio por parte de Louis y Constantin. Finalmente cerró el libro y lo miró.
— Ella tiene razón —sentenció. Gianella los miró victoriosamente y se movió bailando en su lugar a modo de festejo.
— Deja de bailar y lleva eso a un lugar seguro —se quejó Louis.
— Vete al infierno, tu solo tienes celos porque no fuiste tú quien los obtuvo —ella le sacó la lengua, infantilmente, y tras agarrar el libro de manos de Byron se fue rápidamente.
Los tres quedaron en silencio. Sobre todo Louis, quien tenía el ceño fruncido y los brazos cruzados.
— Tienes razón, pero ni se les ocurra decírselo —murmuró. Byron y Constantin estuvieron de acuerdo, y esperaron un poco más para irse finalmente a comer.
Durante la noche de ese mismo día, se reunieron un momento en la habitación de Louis para conversar y poder organizarse. Esa vez se dividirían en grupos; mientras uno analizaría los libros, los otros estudiaron para los exámenes finales. Solange, Louis y Constantin estaban a punto de graduarse, y todo tipo de emociones los estaban gobernando. Alegría, tristeza, nervios y mucha melancolía.
— Cualquier cosa que necesiten, no duden en avisar —advirtió Sarah observándolos con cuidado.
Sus ojos castaños se posaron involuntariamente en Louis, siempre lo hacían. Él sonrió y asintió. Cada vez que le hablaba, lo miraba o le sonreía, él caía un poco más dentro de un hechizo que no lograba comprender ni tampoco quería hacerlo.
Luego de un pequeño discurso lleno de optimismo y confianza, ella se fue con los demás a otro sitio mientras ellos tres seguían estudiando. — Estamos a un paso —susurró Solange mirando los libros. Constantin sonrió con simpatía y posó su mano en su hombro.
— Eres más inteligente que todos, y ahora, sabes patear más traseros que nosotros. No tienes nada de qué preocuparte —murmuró. Ella sonrió con los ojos sollozos, y se giró hacia Louis.
— Vamos jefa, es el último esfuerzo —le aseguró este, también como forma de darse ánimos a sí mismo. «El último esfuerzo Louis, y se cumplirá lo que soñaste» pensó.
***
Aquí, invocando al gran guerrero y a Dios, hago este juramento que me obligo a cumplir.
Consagro mi vida a la protección de la humanidad de todos aquellos que obren en su contra, respetare y defenderé los principios de mi oficio, considerare hermanos a quienes compartan nuestros mismo intereses, y perseguiré hasta los confines más lejanos a quienes sean devotos del ángel caído.
Juro por mi vida que lucharé por el bien y la paz en la faz de la tierra con honra y brío.
Si comento perjurio que el reino de los cielos, el arcángel Miguel junto al ejército celestial demande mi vida.
Aquellas palabras resonaron en el gran salón Ansel Gisleno Laurent, de la academia. Era un sitio amplio y utilizado para múltiples situaciones. Las paredes eran color crema, con decoraciones en oro y cientos de dibujos entremezclados con motivos angelicales. Eran un sitio es aspiraba e inspiraba solemnidad.
Los nuevos cazadores recitaron el juramento a toda voz, y cuando terminaron un breve silencio antes de que los aplausos estallaran. Nuevos cazadores, significaban nueva esperanza para la sociedad y miles de gratificaciones profesionales. Ellos vestían el traje formal de los cazadores: pantalones rectos y chaquetas, ambos color azul oscuro con detalles en dorado y rojo. Botas largas y negras. Y el emblema de los cazadores con la estrella de ocho puntas del lado del corazón.
Se dieron los nombres de todos los egresaron, que tomaban el diploma en manos del director, en vistas de los familiares, estudiantes y demás personas de la comunidad.
— Constantin Belisario —él había sido el primero de los temerarios en ser llamado. Su excitación y felicidad parecía casi inexistente bajo aquella mascara de pulcritud y templanza. Él asintió y sonrió al director una vez tuvo el diploma y siguió la fila para reencontrarse con los que antes habían pasado.
— Louis Albert Von Engels —dijeron mucho más adelante. Louis respiró hondo para contener la euforia y caminó hacia el directo de la academia. Él se cedió el titulo y con una sonrisa mostró el orgullo que sentía hacia su nieto.
— Felicitaciones hijo —murmuró; sus ojos grises brillaban tanto como los de Louis, y éste sonrió.
— Gracias abuelo —le dijo y por primera vez en mucho tiempo, éste no lo corrigió. El viejo Von Engels vio a su nieto juntarse con el resto de cazadores con mirada esperanzadora, y siguió entregando diplomas.
La tercera y casi una de las últimas fue Solange.
— Un aplauso para una de las mejores estudiantes de esta generación: Solange Zanders —dijo la voz que comandaba la ceremonia. Solange no pudo evitar emocionarse, y caminó torpemente hacia el director para obtener lo que le correspondía por todo el trabajo y sufrimiento pasado. Sonrió y tras agradecer los aplausos, se reunió con sus amigos al otro lado.
No pasó mucho tiempo para que la ceremonia terminara y los aplausos volvieran al auge. Eso hizo dispersar el ambiente y volverlo mas familiar.
Solange se abrazó con Constantin y Louis antes de correr hacia su familia. Ambos sonrieron con satisfacción y se miraron.
— Creo que es hora que... —comentó Louis mirándolo con cierta incomodidad. Constantin sonrió y lo abrazó sin ningún tipo de problemas. Cuando se separaron hicieron el movimiento de manos que habían pasado semanas inventando.
— Nos merecemos un gran festejo luego —murmuró Constantin mirando entre el gentío.
— Claro que si —asintió Louis y se detuvo al reconocer a sus padres. Él se disculpó y Constantin hizo lo mismo para ir hacia sus padres.
Atravesando la cantidad de gente que había y esquivando algunos festejos peligrosos, Louis se abrió camino hacia sus padres que lo esperaba con mirada orgullosa.
Su madre fue la primera en dar con él. Lo rodeó con sus fuertes brazos y él sintió todo el amor de ella en un solo movimiento. Su perfume se le impregnó a él, y no pudo hacer otra cosa más que sonreír.
— Estoy muy orgullosa —dijo Augusta haciendo un gran esfuerzo por contener las lagrimas. Ella se alejó apenas, sin deseos de separarse de él, y peinó su pelo un lado, observando minuciosamente sus rasgos que poco a poco adquerian madurez—. Mi pequeño —susurró y él ladeó la cabeza.
— Me estas avergonzando mamá —se quejó y ella meneó la cabeza, con expresión de darle igual. Finalmente le dio un beso en la frente, y lo dejó libre.
Torpemente, se acomodó la ropa y miró a su papa. Él era alto e imponente como su abuelo. Su pelo era rubio oscuro, de tintes caramelo, y sus grandes ojos llenos de sabiduría eran grises perlados.
— Hijo mío, felicitaciones —dijo Albert acercándose a él; vestía un traje oscuro y su presentación era impecable. Él lo abrazo, no con la misma ternura que su madre, pero era un abrazo de todas formas.
Albert revolvió el pelo de Louis y le extendió una pequeña caja, que éste agarró con el mayor temor y felicidad del mundo. Presentía que podía haber pero aún así cuando la abrió y se encontró con el anillo Von Engels, sintió su mundo detenerse por un instante. Sonrió sin poder contener la alegría y enseguida se lo puso en el dedo.
Su mano lucia diferente con él. Era extraño pero al fin tenía el anillo Von Engels, prueba indiscutida de su esfuerzo y de su valor como integrante.
— Gracias padre —murmuró casi sin voz, elevando la vista a su padre y observando a su lado a su abuelo que acababa de acercase.
Ambos, uno al lado del otro, eran demasiados parecidos. Compartían aquellos rasgos pétreos y serenos que Louis deseaba tener.
— Te lo has ganado —dijo Albert y miró a su padre—. Tú también has hecho un gran trabajo —le murmuró. Norbert Von Engels se encogió de hombros.
— Te dije que con solo una advertencia y un poco de disciplina él podría hacer lo que quiera —comentó, y Louis los miró confundido—. Me debes plata y aquella cena que prometiste —le dijo a su hijo, y palmeó la mejilla de Louis para irse a conversar con Augusta.
— Ustedes... —comenzó Louis pero no pude terminar. Albert miró a su padre con enojo.
— El viejo no sabe quedarse callado —suspiró éste indignado—. Puede que quizás hayamos hecho una apuesta en base a tu desempeño, pero no me arrepiento —dijo. Louis no supo cómo reaccionar a aquello.
— Hmm... ¿Gracias? —preguntó, y Albert sonrió mirando hacia atrás.
— Ve a festejar un poco hijo, pronto comenzaran otra etapa. Tus amigos te esperan —comentó. Albert se despidió brevemente de él, y Louis les aseguró a sus padres que pronto estaría en casa.
«Esta familia evidentemente es extraña» pensó deteniéndose en su camino y observando a un lado. Allí en la lejanía de salón, una figura se alzaba inadvertida. «Te felicito Louis» escuchó en su mente la voz de Caleb. Louis lo miró con atrevimiento, y sonrió. «Te debo mucho» pensó él y asintió. Caleb sonrió, y en un abrir y cerrar de ojos desapareció, sin que nadie allí se diese cuenta de su presencia angelical.
Louis caminó hacia los pasillos en busca de sus amigos, y allí lo esperaban todos. Los doce temerarios estaban allí reunidos, después de tanto tiempo.
Hubo aplausos, abrazos, lágrimas, risas y chistes. Nada importaba de la realidad de afuera porque estaba disfrutando del momento que les regalaba la vida de comportarse como adolescentes normales.
***
La noche se había instalado, y toda la academia era una fiesta. Había personas en todos lados, y se vivía un ambiente alegre. No ocurría siempre, y cuando pasaba era mejor disfrutarlo.
Tomando todo lo necesario, los temerarios se dirigieron a través del bosque hacia el sitio que tantas veces habían compartido con otros para hacer fiestas. Pero esta vez, eran solo ellos.
La música comenzó a sonar e instantáneamente Ernestina y Gianella arrastraron a Solange a bailar como fuese. Ésta se veía dichosa y no le importaba nada, porque su objetivo estaba cumplido. Solange sabía bien podían costarle muchas cosas en la academia, pero fuera de allí lo importante era destacar en lo que era bueno, y ella era buena en el pensamiento y eso haría.
Bernardo, Corney y Louis conversaron un rato recordando viejas épocas antes de unirse al resto de los chicos. Martin y Vicente contaban anécdotas de las misiones mientras Byron reía a más no poder y Constantin tomaba su cerveza con entusiasmo. A unos pasos de ellos, Sarah y Aurora hablaban y bailaban a su ritmo hasta que se insertaron con las chicas.
Pese a que en un principio todos estaban separados había logrado la forma de mantener un lazo. Y unas horas más tardes, todos estaban desordenados en algún que otro lado del claro.
Louis se detuvo a contemplar un instante todo, mientras reposaba en uno de los arboles. Aurora y Bernardo bailaban con sus modismos llenos se seducción y diversión, totalmente descoordinados de la música. Ernestina y Gianella intentaban hacer que Martin aprendiera algunos pasos de baile, y Byron junto a Corney y Solange se reían de ellos con diversión. Constantin y Vicente permanecían sentados sobre unas rocas contemplando la nada misma, intercambiando algunas que otras palabras.
De pronto, se dio cuenta que alguien faltaba. Buscó alrededor y sintió una desesperada preocupación al no ver a Sarah. Comenzó a caminar entre los arboles hasta que dio con ella, sentada al pie y observando la misma escena que él mirada pero desde otro lado.
Cuando él se acercó, ella elevó la vista y sonrió.
— ¿Tienes esa cara de horror porque me encontraste? —preguntó divertida, pero él no sonrió.
— Creí que te habías perdido —respondió sentándose a su lado. Sarah se volvió seria e intentó componer su actitud.
— Lo siento —susurró—, por el susto. Tienes que estar divirtiéndote, no preocupándote por todos —agregó.
Louis torció el gesto y dejó la botella de cerveza a un lado. Ambos quedaron en silencio con la vista en los demás. Eran simples espectadores de una felicidad que parecía casi ajena y de la que se sentían culpables. ¿Tanto les costaba ser realmente felices porque si?
— ¿Y ahora que harás? —preguntó Sarah; su voz era tenue y llena de algo que Louis no comprendía. Él se encogió de hombros.
— Estaré con mis padres un tiempo, y cuando me llamen supongo que iré a donde digan —suspiró. Había conocido una compleja vida, y ahora tenía otra más por conocer. Sarah asintió, y él la miró sin guardar sutilezas.
Ella era hermosa en muchos niveles posibles, y él se sentía tan patético que la consideraba imposible. Intentaba sacar sus ojos de ella pero no quería. Si fuese por él, permanecería la vida entera contemplándola. Sarah se giró hacia él, y sus miradas permanecieron conectadas por tanto tiempo que fue casi infinito.
Los ojos tormentosos de él contrastaban con la luminosidad de la mirada de ella. Ambos estaban inexpresivos, pero pese a eso podían sentir ese mutua atracción que hacia fricción en el aire a su alrededor.
— Ahora no vas a tener a nadie con quien pelear —murmuró él; su voz sonaba profunda pero él no lograba dominarla. Sarah sonrió tristemente.
— Pronto encontraré a alguien, aunque no creo que sea lo mismo —comentó. Louis sonrió, y pudo verla enrojecer suavemente.
— Si quieres, puedo venir de vez en cuando a molestarte solo para que no pierdas la costumbre —él se ofreció sin perder la simpatía de siempre, y sin romper el contacto visual con él. Sus ojos se posaron en sus labios que nunca se vieron más atractivos.
— Me parece bien —respondió Sarah, reprimiendo una sonrisa—. Louis —lo llamó y él la miró dudoso—, si quieres besarme... simplemente hazlo —dijo impaciente, y sonrió mas dichoso que nunca.
— Gracias a Dios —susurró antes de tomar su cara entre sus manos y sentir sus labios, con los que tantas veces había soñado sin permitirse reconocerlo.
Ella respondió con firmeza a su beso, aferrándose a su cuello mientras su otra mano jugaba con su pelo. Los besos eran suaves y fuertes al mismo tiempo, lleno de una pasión devoradora y tantos sentimientos que ni ellos mismo lograban encontrar.
Tomaron distancias unos segundos para respirar, pero seguían aferrados el uno al otro. Sus frentes reposaban en la otra, y con los ojos cerrados se estaban permitiendo soñar despiertos.
— Por favor —susurró Louis con voz ronca—, que esto no sea el fin.
Sarah sonrió y acarició su mejilla, permitiéndose verlo con soltura. Para ella, él resultaba tan hermoso y letal como un ángel, pero había encontrado que era más que eso. Él era bondadoso y caritativo cuando se lo proponía. Su actitud anarquista siempre se disparaba en los momentos que más se necesitaba ayuda, y pasaba el tiempo haciendo sentir bien a las personas que lo rodeaban. Muchos podrían decir lo que quisieran, pero Louis no era el apellido de su familia, era una de las mejores personas que ella hubiese podido conocer.
— Por supuesto que no —le aseguró ella y le dio un corto beso. Él aspiró al aire proveniente de ella, como si fuese una especie de vino capaz de ser disfrutado en más de un sentido—, esto recién comienza —sonrió, y él abrió para mirarla como siempre ella había querido: como si fuese la única persona en el mundo capaz de completarlo.
***
Amanecía en la academia. Un nuevo día para muchos que comenzaban una nueva vida. El sol venía con un cielo despejado que regalaba una de las mejores postales de la región. Ese sitio era infierno de los cazadores pero también era su paraíso, su hogar. Allí aprendieron todo lo que sabían y era hora que lo demostrasen afuera.
El sol lograba filtrarse tenuemente a través de las ventanas, sobre todo en la habitación de Louis que cerrado de manera estrepitosa su ventana. Toda la claridad apuñalaba los ojos de los más débiles e inmediatamente se escondían.
Abrió los ojos un poco para cerrarlos rápidamente. El sol era una de las armas más letales; podía matar a vampiros, virus o bacterias y a los patéticos resacosos. Él pertenecía a los últimos, igual que los demás.
Louis se movió y sintió la presión de estar junto a alguien. Parpadeó para intentar despertar e identificó a Sarah durmiendo a su lado. Él sonrió verla tan hermosa y frágil rodeándolo con sus brazos. Su pelo estaba desordenado, y su expresión serena parecía tener cambios. Ella movía sus labios pero no salían palabras. Louis se preguntaba que estaba soñando para verse tan inquietante.
Él acarició su mejilla con suavidad y ella sonrió entre sueño, haciéndolo tranquilizar. Se vio durmiendo en el sillón, y mecánicamente giró hacia las camas. Bernardo y Aurora dormían plácidamente en una de las camas, mientras Solange, Gianella y Ernestina compartían la cama de Louis. Él se vio confundido. «¿Cómo mierda entran ahí?» se preguntó viendo a dos de ellas de un lado, y a la otra durmiendo en contraposición. Se movió apenas para descubrir en el suelo un par de colchones donde Vicente, Martin, Byron y Constantin dormían aparentemente cómodos. «Hmm... ¿Cómo llegamos a esto?» se volvió a preguntar observando el caos de la habitación y rememorando la noche.
Torpemente, se levantó del sillón asegurándose que Sarah no despertara y la tapo con la frazada que estaban usando. Intentando ser silencioso, pasó al baño para intentar refrescarse. El agua fría en su cara era uno de los mejores remedios, luego de agua y pastillas para el dolor de cabeza.
La puerta del baño se entreabrió, y Constantin apareció con aspecto demacrado. Louis retuvo la risa porque sino el dolor de cabeza comenzaría. Constantin tenía el pelo revuelto, y parte de su vestimenta de cazador estaba desacomodada.
— Siento como si una jauría de licántropos me hubiese pisoteado una y otra vez —susurró caminando lentamente. Louis rió y sintió una puntada en la cabeza.
— Ouch —exclamó agarrándose la cabeza. Constantin rió y tiró bastante agua fría para intentar despertarse—. Eso es porque eres debilucho Belisario —se quejó Louis, y Constantin elevó una ceja con ironia. Movió su mano hacia él y con un chasquido obligó a Louis a cerrar los ojos.
— Tu también lo eres —sonrió victorioso. Miró a su alrededor un tanto perdido y busco en su ropa algo que pudiese faltar—. Creo que debería irme —dijo mirando la puerta.
— Si, esto es un baño y es raro estar contigo aquí a solas —murmuró Louis, y Constantin meneó la cabeza.
— Voy a reconocer que voy a extrañar tus bromas —asintió y lo miró fijamente—. Es hora de que vaya a buscarla —dijo meditabundo. Louis sonrió con la alegría de saber que había llegado la hora de que él buscara lo que tanto deseaba.
— Me parece bien —comentó. Constantin sonrió. — Bueno, esto no es precisamente una despedida. Nos volveremos a ver, supongo —dijo Constantin. Se veía torpe intentando no ser sentimental, movía sus manos a modo de intentar explicarse, y Louis se ahorró el trabajo abrazándolo.
— Te voy a extrañar amigo, y sé que nos volveremos a ver. No soy fácil de olvidar y mucho menos de ser desplazado de la vida de alguien —comentó Louis con cierta diversión. Constantin se tensó en un primer momento, pero luego se relajó y lo abrazó por unos minutos más.
— Yo también —dijo él. Ambos intentaron volver a su actitud pétrea y distal de siempre, hicieron aquel saludo de manos, y Constantin con un breve asentimiento de cabeza se fue de allí.
Louis suspiró, pensando en las vueltas de la vida. Las miles de ironías que el destino le había planteado, y los miles de desafíos que vendrían.
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