Capitulo 15. La generación del 83
Austria. Septiembre, Año 1983.
El viento soplaba suave y cálido, trayendo consigo el aroma del verano. Todo era relajante alrededor. El sonido de los arboles se extendía en todas las direcciones, y agudizando el oído se podía disfrutar del correr del agua, del arroyo que atravesaba gran parte de esa región. Ese sitio era maravilloso, repleto de vegetación y secreto para que solamente él pudiese disfrutarlo.
Recostado bajo el pie de un antiguo árbol, descansaba su vista respirando ese aroma embriagador de libertad, y tomando una cerveza. Si tuviese que coleccionar momentos felices, ese sería uno. Respiraba hondo, y se imaginaba una vida sencilla y pacífica. Una resonante carcajada salió de su interior. Abrió sus ojos que se dilataron con la claridad que lo rodeaba, y tomó otro sorbo de cerveza. Aunque se imaginara miles de vidas diferentes, la suya no la cambiaría por nada.
Las otras eran demasiadas normales y aburridas.
Le echó un vistazo al reloj en su muñeca para asegurarse que debía volver. Con un largo sorbo se terminó la cerveza y la guardó en su mochila para tirarla luego. Se levantó un poco para admirar el paisaje un último segundo y de un salto se puso de pie. Alzó la vista al cielo; estaba despejado y lentamente el sol iba cayendo enrojeciendo el paisaje. Sus ojos brillaban como perlas y de inmediato se colocó los anteojos para el sol.
Agarrando su mochila, se la coloco sobre los hombros y empezó a caminar sumergiéndose de nuevo en la espesura del bosque. Había hecho un par de metros cuando volvió a observar su reloj. «Mierda, llego tarde» exclamó internamente comenzando a correr a toda prisa.
Tras una larga travesía, empezaba a distinguir la luz que se filtraba entre los árboles y los edificios que conformaban el gran complejo. Lentamente disminuía el ritmo hasta que solo caminaba relajado, intentando calmar su respiración. Acomodaba su ropa para no verse desalineado, y con su mano peinó su pelo revuelto. Antes de salir, espero atrás de un árbol para ver el panorama en la academia.
Ya habían terminado todos con las prácticas y lentamente volvían a la residencia. Tras identificar un par de grupos, salió de allí para acercarse con gran agilidad a un grupo de chicas que se dirigían al edificio más cercano. Ellas no tardaron en notar su presencia, mirándolo y sonriéndole con simpatía mientras caminaban a su lado. Él no dudó en ser agradable. Les sonreía abiertamente y le guiñaba un ojo solo para verlas ponerse nerviosas. Todas actuaban así con él, llamando su atención o queriéndose ganar su corazón.
De pronto escucho algo similar a un grito de guerra. Al girarse, vio al señor Olsen ir hacia él con su expresión de "estas en problemas muchachito", por lo tanto, ese era su más sincero grito de guerra. Suspirando resignado se despidió de las chicas y se detuvo a la espera del señor Olsen.
— Louis Von Engels, ¿Quien se cree que es usted? Esta acá para educarse y aprender a respetar, no se puede andar saltando clases como si fuese el dueño de todo esto —le dijo con tono fuerte, intentando mostrarse autoritario, pero a él solo le producía risa; el señor Olsen era un hombre bajo y retacón que poco a poco iba perdiendo pelo y sustituyéndolo por extravagantes peinados.
— Mis más sinceras disculpas Señor Olsen —le dijo él con su mejor rectitud. Intentaba que su sonrisa no saliera a flote, y miraba al piso porque así daba la sensación de arrepentimiento— Pero tuve que ir de urgencia a la sala porque no me sentía muy bien después del entrenamiento con el Señor Colette. Es que sus entrenamientos son tan exhaustivos... —susurró poniendo cara de inocente; recordaba bien la rivalidad entre ambos profesores y no iba a perder esa oportunidad.
El señor Olsen lo miró fijamente, lo conocía bien y sabía de sus comportamientos pero también sabía cómo era su colega.
— Si no me cree, puede ir al hospital a preguntar —agregó con la seguridad de que nunca iría allí, Olsen odiaba los hospitales. Él resoplo molesto.
— Está bien, está bien. Pero que sea la última vez Von Engels, lo tengo bien identificado —comentó yéndose. Él quedó allí hasta que perdió de vista a su profesor, con una sonrisa triunfante.
~~~
Estaba en su habitación, tirado sobre su cama en la lectura de una revista. Hasta el momento todo iba tranquilo en su vida, pero eso le aburría. Miró la cama de al lado en busca de diversión pero su compañero de cuarto todavía no estaba. La noche había caído y todo se volvía muy monótono en la academia. Muchos estudiaban o practicaban lecciones aprendidas pero él no tenía ganas de hacer eso.
Cansado de leer, tiró la revista al piso y quedó con los ojos puestos en el techo. Pensaba que podía hacer. «Piensa Louis, piensa» se decía así mismo. Era día viernes y al día siguiente tenía clases aburridas, las cuales eran infinitas. Para él tener que cursar hechos y personajes eran peor que una tortura impuesta por el profesor Jules. No entendía la necesidad de estudiar cosas que pasaron hace cientos de años, y saber la vida personal y honorifica de los héroes kamikazes. La única clase que disfrutó fue cuando estudiaron a los héroes Garín y Maud, y era porque fueron Von Engels.
Una de sus excusas era «Si no me van a estudiar a mí, no pienso estudiar a nadie», una frase que usaba cuando ya no le entraba más información en la cabeza o cuando la clase le aburría; eso le había hecho ganarse el odio de la Señorita Xiong, una hermosa mujer oriental pero con un horrible carácter.
Era viernes, la puerta hacia el fin de semana. Aunque sus fines de semanas no eran como para el resto de los mortales, él quería disfrutarlo como tal. Pensaba en la idea de una fiesta a escondidas, como las que organiza su buen amigo Bernardo. «¿Dónde está cuando se lo necesita?» Esa era una de las grandes preguntas en su vida. Él suele desaparecer en los momentos en que sus dotes para conversaciones que rozan el sin sentido son necesarias o cuando quieres diversión, y aparece en los momentos en que su presencia es para querer cortarte las venas con una galletita de agua.
Estaba a punto de irse a recorrer la academia para buscarlo, cuando la puerta de la habitación se abrió de manera dramática. Él se sentó en su cama pero sin asustarse. Solo había una persona tan o más dramática que él, y esa era su hermana. Mediana y rubia, ingresó como un rayo y cerró la puerta detrás de ella con toda la calma del mundo para que no se enteraran que estaba ahí; no era bien visto que las mujeres estuviesen en los cuartos de los hombres, aunque ese hombre fuese su hermano. «¡Malditos ancestros incestuosos!»
— Me parece que es tarde para que intentes no llamar la atención —murmuró él viendo a su hermana actuar demasiado exagerada, y pensando que en todo su camino se debe de haber deleitado con varios de los cazadores que había en el pasillo.
Ella se giró hacia él e hizo caso omiso a su comentario. Peinó su corto pelo y caminó hacia la cama de Bernardo.
— Necesito tu ayuda —exclamó sentándose y Louis suspiró resignado.
Ernestina lo miraba con sus grandes y absorbentes ojos grises. Parecía nerviosa o tal vez apurada, no lo sabía muy bien. Y no le resultaba nada de otro mundo. Su hermana menor, con solo 14 años, se metía en más problemas que él a su edad y eso que él poseía ya un record en visitar la oficina del director. Ella era demasiado atolondrada, porque su preocupación por la moda y la popularidad le ocupaba más lugar en el cerebro para andar midiéndose en cada cosa que hacía.
— ¿Qué pasa ahora? ¿Gianella se compró las mismas botas que tu? ¿O los chicos ya encontraron a alguien más bonita? —se burló, y ella entrecerró los ojos queriendo poner la mirada fría y calculadora que ponía su madre a la hora de retarlos. Pero a ella no le salía.
— ¡Estoy hablando en serio! —levantó dos tonos su volumen de voz, que se volvió casi un chillido— Me dijo el director que me quiere cambiar de habitación, porque la perra de Sophie le dijo que nunca la dejo estudiar y que soy una revoltosa —le explicó.
— Y la verdad es que tiene razón —Louis intentó hacerle entender a su hermana pero ella volvió a hacer esa mirada que no le salía. Él puso los ojos en blanco— ¿Qué te dijo, qué? Eso es una vil mentira, merece la muerte en la hoguera —exclamó con su mejor faceta de actor— ¿Ahí te pareció mejor? —preguntó y ella asintió con una sutil sonrisa— ¿y como se supone que te tengo que ayudar? —le preguntó.
— Hablándole al director. No quiero que me cambie, y si lo hace, ¿puedo tener mi propia habitación? —preguntó con una sonrisa compradora. Louis levantó una ceja escéptico, conteniendo la risa.
— La verdad que sí, es tan grande tu importancia en este lugar que mereces un lugar para ti sola. Digo, no solo un lugar, un sector, quizás, la academia entera para tu completo disfrute y holgazanería — dijo.
Ernestina se levantó ofendida y se acercó a él para golpearle la cabeza. Él cerró los ojos mientras se encogía, hasta que le agarró las manos para que no siguiera. Su hermana era sentimental, dramática, resentida y loca; y todo en un frasco más o menos chico. «Como el veneno».
— Está bien, voy a intentarlo pero sabes que él no es precisamente mi admirador. Si no logro eso por lo menos intentaré que estés con alguien más tranquila, pero tienes que cambiar tu actitud caprichosa —le dijo con seriedad aún sosteniéndola de las manos.
Ella quedó en silencio, con los ojos brillantes y asintió de acuerdo. Después de la conversación que casi se convierte en una guerra, Ernestina dejó la habitación conforme con lo que su hermano le dijo y él decidió salir de ahí para poder despejarse.
Caminaba a través de los pasillos con tranquilidad, y aunque fueran un tanto laberinticos él lograba entenderlos. Llevaba caminando un rato, y en momentos anduvo en el mismo lugar, eso lo sabía bien por lo dibujos en el techo. Se dio cuenta que estaba un tanto lejos cuando se encontró con el dibujo del Ángel Miguel reclutando a los siete primeros. Arrugó la frente mientras observaba la figura del ángel. «¿Es que no tienen más imaginación para hacer ángeles que no sean rubios?» Pensó torciendo el gesto. Él era rubio y era lo más lejano que podía ser de un ángel.
A su mente llegó el recuerdo de aquella misión en la que se encontró con un ángel. No sabía con seguridad si era bueno o malo, pero le ayudó a salvar su vida. «No era rubio» recordó enseguida. Dándose cuenta del dolor que tenía su cuello por mirar hacia arriba, sacudió la cabeza y empezó a caminar hacia otra dirección.
Estaba llegando a su habitación cuando escuchó un par de voces del interior. Se acercó sutilmente para asegurarse que no fuese una chica y como no lo era, ingresó. Hubiese preferido ver a su amigo tirado en la cama besuqueándose con una de las esporádicas conquistas que observarlo practicar lucha libre con Corney Alcander.
En cuanto abrió la puerta, ambos chicos se detuvieron a mirarlo. Estaban tirados en el piso realizando una maniobra que ponía en peligro a Bernardo, en donde un solo movimiento de Corney podía llegar a matarlo. Él pensó que su amigo tenía que agradecerle porque si hubiese sido otro, en especial su rival dentro de la academia, quizás lo hubiese incitado. Corney era un tipo grande, pero no por su edad; era uno de los más altos en la academia y siempre destacaba en las carreras. Aunque no tenía un físico tan muscular era fuerte y muy veloz. Louis creía que eso era parte de su herencia Alcander, era una dinastía que siempre se destacaba en lo físico. Mientras que Bernardo podía ser fuerte y tener un cuerpo preparado, había veces en que le faltaba agilidad.
Cerrando la puerta detrás de él hizo como si ellos no estuviesen ahí y siguió caminando hasta su cama, donde se tiro bruscamente. Los dos chicos siguieron con lo suyo hasta Corney derrotó a Bernardo y los dos dejaron de lado las practicas. Agitados y cansados, Bernardo se recostó en su cama mientras que Corney prefirió el piso frio.
— ¿Dónde estabas? Te estuvimos buscando un largo rato —le preguntó Bernardo peinando su melena castaña un tanto rebelde.
— Iba a hacerte la misma pregunta. Te estaba esperando pero como no llegabas salí a buscarte, y terminé en cualquier lado —murmuró.
Su amigo se le rió y pasó a explicarle acerca de la batalla campal que se había producido en el comedor entre dos grupos que se odiaban desde hacía años. Louis torció el gesto decepcionado por no haber estado allí y por el resultado de la pelea.
— Creo que no entienden la definición de regaño, tendría más sentido que te manden a estudiar literatura japonesa. Que te manden a una misión es como un cumplido, eso no vale —comenzó a rechistar.
— Lo importante, es que esos niños van a aprender que ir a una misión no es algo tan sencillo como se creen —intervino Corney; su piel del color de la tierra se veía más brillante que de costumbre, y sus ojos eran dos círculos tan oscuros como los pensamientos del primer caído. Algo por lo que se destacaba él era por el sentido de la justicia y el aprendizaje.
— ¡Patrañas! —se quejó Louis quien creía que el aprendizaje se producía por acciones y no por leer libros viejos.
— Hablando de importante —comentó Bernardo con su mejor sentido de prioridad— Hoy es viernes y quiero suponer que no nos vamos a juntar a estudiar filosofía —miró directamente a Louis, quien sonrió con complicidad.
— Arias, si fueses una mujer, o yo fuese gay y estuviese permitido el casamiento, sabes que me casaría contigo —rió divertido y ambos chocaron las manos.
— Pero mañana hay examen —agregó Corney con preocupación.
— Solo es un examen de táctica y lo podemos poner en práctica esta noche —dijo Louis guiñándole un ojo.
~~~
Cerca de la medianoche predominaba un ambiente de solemnidad en la academia. Había alumnos que se iban a dormir, otros que se iban hacia prácticas nocturnas y otros estudiaban. Aunque la mayoría hacia eso, había grupos que preferían divertirse. Los lugares de reunión no eran muchos, podían llegar a ser algún que otro dormitorio o salones a prueba de sonidos que había en el último edificio y donde se podía acceder robando la llave o forzando la puerta. Pero muy pocos preferían las reuniones que se hacían en un sector estratégico del bosque donde la montaña caía y formaba un cueva perfecta para cualquier encuentro. Había que hacer un gran esfuerzo grupal para poder llevar las cosas allí. Algunos aportaban la música, otros las luces y otros la electricidad. La bebida era lo de menos, pese a la lejanía de la academia y de la edad de la mayoría; siempre había alguien que misteriosamente conseguía bebida en solo segundos y una de esas personas era Bernardo Arias.
Esa noche había un grupo grande y variado en la cueva. Louis se divertía tomándose una cerveza sentado en un viejo tronco junto a su amigo Bernardo. Aunque conocían a muchas personas en la academia varios de los que estaban allí eran desconocidos. Ambos chicos no tardaron en posar los ojos en una joven de mediana estatura, tez olivácea, cabello ruliento y tan negro como esa noche.
Tenían un gran conocimiento de ella: tenía su edad y cursaba junto a ellos la mayoría de las asignaturas. Siempre se la podía ver con libros pero no era un cerebrito porque prefería la acción de un buen combate, y eso lo demostró en una de las últimas clases del entrenador Larson. Louis miró a Bernardo y este le sonrió haciéndole recordar cuanto esa chica le odiaba.
— ¡Aurora! Qué alegría verte —exclamó Louis volviéndose totalmente encantador.
Ella se giró hacia ellos, entrecerró sus ojos rasgados y caminó lentamente hasta ubicarse frente a ellos.
— Von Engels y Arias —saludó a ambos con solemnidad con mirada filosa y gris oscura— Que raro ustedes organizando fiestas, ¿no? —preguntó en el límite de la simpatía y la amenaza. Bernardo y Louis cruzaron sus miradas por unos segundos.
— La verdad que si, ¡pero estas acá! Y eso es genial —comentó Louis sonriente— ¿Te dije que me encanta verte?
Ella puso los ojos en blanco y miró alrededor.
— Mis amigas me obligaron a venir —explicó con molestia; Louis y Bernardo se miraron exagerando el gesto de horror hasta que ella les dedicó una mirada amenazadora— Von Engels, desgraciadamente somos parientes ¿Querés agregar a tu lista de defectos la palabra depravado? —preguntó y él se encogió de hombros.
— Somos parientes tan lejanos que ni vale la palabra parientes, tal vez si la palabra descendientes lejanos de alguna familia, y eso pasa mucho en nuestro mundo. Mira a los padres de Bernardo, ambos son descendientes de la dinastía Geert y sin embargo, no son parientes —explicó mostrando la mayor seriedad y lógica del mundo.
— Opino lo mismo que él —intervino Bernardo. Aurora lo miró con sus penetrantes ojos grises que se veían negros en la noche.
— Por supuesto que vas a opinar igual que él si son amigos —se quejó.
— Ahora opino que estas con demasiado mal humor para estar en una fiesta. ¿Acaso tuviste un día malo? —le preguntó molesto, ella entrecerró los ojos; parecía a punto de tirarle con su bebida en la cara cuando Louis intercedió.
— Arias y Colette, ¡Se tranquilizan! —subió el volumen de su voz para hacerse respetar.
Ninguno dijo nada. Aurora se movió a un lado y quedó en silencio con la vista en quienes estaban más adentro de la cueva divirtiéndose, al igual que Bernardo. Louis los miró con esa expresión de "Que comportamiento más bárbaro" que ponía su madre cada vez que lo retaba. Volvió a relajarse tomándose un par de tragos. Intentaba no reírse pero le causaba gracia que su casi enemiga siguiese estando junto a ellos, pero él sabía que ella no quería admitir que en realidad le caían bien.
Después de centrar su vista en las lindas chicas que bailaban, empezó a merodear por alrededor. Allí había algunas personas desparramadas conversando y otros que ya comenzaban a tener un poco mas de acción. Le costó un rato encontrar la figura alta y morena de Corney. Él no estaba solo sino con uno de los cazadores avanzados que solían dar clases.
Él era bastante raro. No hablaba mucho, solo daba las instrucciones y se limitaba a corregirte. Como daba las clases sobre lucha cuerpo a cuerpo, Louis comenzó a tenerle agrado ya que era tan bueno en eso que nunca recibía ninguna corrección. Un par de veces compartió con él misiones donde era el encargado de dirigir los escuadrones. En el momento en que lo vio luchar quedó completamente fuera de sí, era una masa gigante de musculo bestial y terrorífico. Daba una imagen de ser más grande de lo que era, pero solo era unos meses mayor.
Tanto Corney como Martin se acercaron a ellos. Louis percibió el cambio en la postura de Aurora y de Bernardo; ella le tenía respeto mientras que él lo detestaba.
— Chicos, ¿Todo bien? —saludo Corney al acercarse.
— Buenas noches —dijo Martin con su usual hermetismo.
— Espero que la estén pasando bien —murmuró Louis mirando a Martin, quien le asintió.
Intentar generar una conversación fluida era más difícil que intentar que el profesor Edison entienda a un alumno. Dándose por vencido en integrar a Bernardo y a Aurora en la conversación, Louis se centró en él. Quería saber cómo era su vida o por lo menos como hacía para pelear de esa forma. Costó mucho que hablara pero logró obtener grandes consejos en no tan grandes palabras.
No estuvieron allí ni veinte minutos, que tanto ambos se distanciaron. Mirando molesto a Bernardo intentó entender el origen de su molestia.
— No lo se, simplemente lo detesto. Es como algo biológico o psicológico, o que se yo. No creo que me entiendas —rebuznaba Bernardo como un nene enojado.
— Hasta que un día entendiste que no hay nada en su rubia cabeza —susurró Aurora, Louis le liquidó con sus ojos y se centró en su amigo.
— Por lo menos intenta explicarme con ejemplos —respondió y escuchó la risita tonta de Aurora. «Es más molesta de lo que creí»
— Es como con ya sabes quien, no sabes porque... simplemente lo odias —dijo. Louis hizo una expresión llena de exaltación. «¡¿Qué no sé, por qué?! Claro que lo sé»
— Es distinto —sentenció él sin ánimos de seguir hablando de esa persona que detestaba.
~~~
Caminando y saludando a la mayoría, él se sentía bien. Era como una especie de celebridad; lo odiaran o no, todos sabían quién era. Perdía el tiempo hablando con otros hasta que divisaba a alguna chica quien le resultara interesante, pero allí no había ninguna. Todas estaban más ocupadas en su imagen o en llamar la atención que en ser ellas mismas. Le parecía patético pero él no era quien para quejarse. Muchas veces era el centro de muchos problemas pero no porque lo buscara sino porque simplemente se daba así.
Mirando la noche oscura se quejó por lo bajo. «¿Qué estoy pensando? Si ellas quieren atención, yo se las daré» se dijo de inmediato. Muchas veces su conciencia parecía querer tomar el control, pero por más que lo quisiera no era una persona de pensamiento, él pertenecía a la acción.
Caminaba hacia unas chicas cuando todo su cuerpo se tenso como si estuviese en presencia de algún ser sobrenatural pero no era así. Podía oír a la distancia una voz, la voz de su enemigo. Sus ojos se ensombrecieron dándole un aspecto espectral, cerrando sus manos con fuerza. Sin pensarlo se giró para ubicarlo. Se encontraba a solo unos pasos y con la vista fija en él. Era un tipo macizo, con rostro inexpresivo y una personalidad desquiciante. Siempre se destacaba en todo y era su mayor competencia a la hora de la lucha cuerpo a cuerpo. Era tan calmo y medido que desesperaba pero su comportamiento en una batalla era opuesto: brutal y astuto.
Muchas veces se preguntaba porque prefería la lucha cuerpo a cuerpo cuando era tan bueno manejando armas blancas. «Solo quiere hacerme ver ridículo». Aunque se jactaba de modales, tradiciones y valores, él no era perfecto. Algo ocultaba, Louis no lo sabía bien, era una suposición pero lo podía oler. Era bueno encontrando las debilidades de los demás, pero de él era imposible.
Tras mirarse por unos segundos de manera intimidante, él le sonrió. «¿Cuando no tratando se verse agradable?», pensaba con un alto tono de desagrado. Inspiró hondo para relajarse y caminar hacia él. Estaba acompañado de su amigo Vicente Guerrero, pero él estaba más ocupado conversando con otras personas.
— Von Engels —murmuró él con amenazante simpatía.
Louis seguía sin romper el contacto visual. A veces no sabía si su odio era racional o irracional, aunque pensaba que ningún sentimiento era muy racional.
— Belisario —Louis intentó devolverle la sonrisa con falsedad, y le tendió la mano.
La sonrisa de Constantin Belisario se amplió y tras saludarse quedaron en silencio. Ambos se miraban y se estudiaban. Ninguno sabía que pensaba el otro pero intentaban suponerlo.
— ¿Qué te trajo esta noche por acá? —Preguntó sonando casual.
— Solo he venido a despejarme del estudio —murmuró acomodándose el pelo que se movía por el viento— ¿Cómo vas con Historia? —preguntó. Constantin sabía cuánto él odiaba historia y cuanto la Sta. Xiong lo odiaba a él. «Bastardo...»
— Muy bien —mintió— ¿Y tú con Leyes? —«Touché». Una sonrisita maligna se cruzó por su cara.
— Genial —respondió.
Los dos eran unos mentirosos, unos competitivos e intentaban ser el mejor en lo que fuera. Louis estaba a punto de preguntarle algo acerca de esa asignatura cuando percibió los movimientos alrededor. Se volteó mirando a todos quienes empezaban a moverse a través del bosque. Entre todas las caras reconoció a su amigo. Él lo miraba expectante con la más pura expresión de "sálvese quien pueda".
— Hora de irse —escuchó la voz de Contantin diciéndole a su amigo.
Louis empezó a correr hacia Bernardo quien desenchufaba las cosas y ocultaba las bebidas hacia adentro. Una vez junto a él comenzó a ayudarlo.
— Deben de haber descubierto que faltan alumnos pero acá no hay peligro, solo tenemos que tratar de llegar —comentó Bernardo levantando una caja y metiéndola dentro.
— Espero que sea eso y no que alguien nos mando al frente —exclamó dejando en el suelo las últimas cosas.
— Ojala que no sea así —susurró secándose el sudor de la frente— Por cierto, ¿qué hacías hablando con el zorro? —preguntó refiriéndose a Constantin; ese su animal familiar.
— Lo mismo de siempre, ver quién puede ser más que el otro —rió con amargura mirando hacia la oscuridad.
Ambos se quedaron de pie a la salida de la cueva. Probablemente todos ya estarían en sus habitaciones, ya que la mayoría eran grandes corredores. Sus ojos se acomodaron a la visión nocturna, permitiéndoles ver todo con claridad. Bernardo y Louis se miraron con una sonrisa.
— ¿Una carrera? —preguntó. Bernardo empezó a correr con un frenético salvajismo, volviéndose como un animal en caza. Eso era un reto, Louis respiró hondo y se internó en el bosque para intentar alcanzarlo.
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A punto de alcanzarlo divisó las luces que iluminaban a la academia. Bernardo lentamente fue bajando la velocidad y él también. Cruzando miradas caminaron acercándose sin salir de entre los árboles. Se aseguraron de que no hubiese nadie allí y fueron, silenciosamente, hasta la ventana de su habitación. Ellos se había preparado dejándola abierta. Tras decidirse quien subía primero, Louis tomó carrera y saltó, sosteniéndose con fuerza del borde. Usando su mayor fuerza se pudo levantar y hacer pie para poder entrar.
Todo estaba oscuro y silencioso en el interior. Sin signos de que los encargados hayan estado revisando. Intentaba ayudar a su amigo en el momento en que escuchó un resoplido. Completamente congelado cerró los ojos con fuerza rezando para no estar en problemas.
— Louis —escuchó una resonante e intimidante voz, y las luces se encendieron.
Él se giró mientras Bernardo ingresaba y quedaba de piedra al ver a un hombre de alrededor 70 años sentado en una de las sillas del escritorio. Vestía pijama pero aún así inspiraba terror. Tanto Bernardo como Louis irguieron la pose para quedar como regios soldados frente al director de la institución. Su pelo era blanquecino, con rostro alargado y ojos rasgados perlados. Movía su mano con impaciencia sobre su pierna, donde relucía un brillante anillo de oro.
— Abuelo —susurró sin aliento Louis. Él arrugó la frente y vio en su mirada toda la furia Von Engels— Perdón, director —se corrigió rápidamente.
Norbert Von Engels era un hombre demasiado recto y serio, y no guardaba afecto por ninguno de su linaje estando dentro de su institución. Pero una vez afuera, él era diferente, tan diferente que costaba reconocerlo.
— ¿Qué se supone que hacen a estas horas de la noche afuera? —preguntó; su voz resonó en cada rincón y ambos chicos se estremecieron.
— Salimos a correr —respondió Louis intentando mostrarse seguro.
Bernardo lo miró con terror pero su semblante siguió igual. Norbert se levantó para acercarse a ellos lentamente. Estando frente a frente con Louis lo miró con seriedad. Sus ojos eran tan grises como los de él, pero en ese momento se veían muy oscuros. Louis intentaba mantener la mirada, no podía flaquear. Si lo hacía significaba que mentía.
— ¿Por qué ahora y no durante las horas en las que corresponde? —preguntó.
— No solo corrimos, entrenamos muchas cosas. Así llegamos a las clases más preparados y podemos avanzar más rápido —le explicó.
— Arias, ¿eso es verdad? —preguntó sin sacar la mirada de su nieto.
— Sí, señor —respondió con rapidez con la vista levantada. Sus corazones latían muy rápido a medida transcurrían los minutos y él no hablaba.
— ¿Entonces porque huelen a cerveza? —preguntó.
Aumentando el tamaño de sus ojos intentaba pensar a máxima velocidad una respuesta que no fuera para enviarlos directamente fuera de la academia. Lentamente una sonrisa se le formó a Norbert.
— El diablo sabe más por viejo que por diablo —murmuró con cierto humor alejándose de ellos. Louis y Bernardo se miraron buscando una solución pero no la encontraban— ¿Ustedes se creen que no me entero de las fiestas que hacen? Conozco este lugar mejor que ustedes, o mejor que todos los alumnos del establecimiento juntos —comentaba tomando asiento.
— Nosotros... —se intentó explicar Louis pero la mano de su abuelo lo detuvo.
— No quiero explicaciones, ya es tarde —impuso— Ahora, dado que no di aviso de su falta y también al hecho que seas mi descendiente, y tú su amigo a quien probablemente él ha desviado del camino, como hace con todo, no van a recibir una condena tan grave por eso —explicó. Louis quería respirar aliviado pero temía oír lo que seguía— Pero, van a tener que cumplir con una serie de condiciones si no quieren ser echados. ¿Les parece? —preguntó.
— Sí, señor respondieron a dúo, con poca seguridad.
— Perfecto. Los quiero mañana mismo en mi oficina antes de que vayan a cursar, allí les daré la tarea —sonrió poniéndose de pie y dejando la habitación.
Súbitamente les volvió el alma al cuerpo y con ello las ganas de desaparecer de la faz de la tierra de tan solo imaginar la cantidad de tareas que el director tenía planeado para ellos. Ñy:
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