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Capítulo 25. Los Descendientes

Rompe huesos; ese era su apodo en la academia después de haber mandado a varios soldados al hospital por sacar huesos de lugar o quebrarlos en las prácticas. Martiniano y Eleonora formaban parte de la elite de la academia austriaca, tanto como Valquiria, Newén, Leonardo y Norbert. Todos se conocían desde hacía años aunque había pasado casi un año desde la última vez que se habían cruzado con ellos, en la época de reentrenamiento. Los dos eran hermanos mellizos, que rondaban los 25 años, de raíces latinas y europeas.

Eleonora era más baja que su hermano y siempre resaltó entre las mujeres por su cuerpo bien formado, su tez cálida y el pelo castaño. Su rostro era un círculo ovalado de nariz empinada y ojos pequeños como él, y una sonrisa que aparentaba inocencia. Una mujer divertida y simpática pero que podía llegar a ser fría y cruel. Por su parte, Martiniano era robusto y fuerte, con el pelo lleno de rulos definidos, corto, y oscuro. Por un tiempo había llevado una fina barba pero ahora no había nada en su mentón alargado y definido. Arrogante, pensativo, y enigmático. Valquiria suspiró. El bastardo sigue igual de lindo; pensó queriéndose ver seria.

—Nuestro tío nos envió en busca de su nieto, y terminamos encontrándonos con estas ruinas que pertenecían a unos ancestros —indicó Eleonora acercándose a ella. Valquiria se giró en busca de Therón, obligándolo a ir hacia ellos.

— ¿Sabes que eres un idiota? — le preguntó Martiniano estirándose como un gato. Therón bajó su mirada, arrepentido.

— Creo que lo sabe, porque Valquiria no paro un minuto de recordárselo —comentó Norbert acercándose a él para saludarlo con un abrazo. La energía entre ellos era cómoda y jovial.

— ¿Son ellos? — preguntó, en un susurro Lena, en el oído de Valquiria. Ella asintió en silencio sorprendida de cómo habían terminado todos en el mismo lugar.

— ¿Puedes dejar de mirarla así? — preguntó Newén. Valquiria se giró hacia Leonardo, totalmente embobado, con la boca entreabierta y los ojos puestos en Eleonora que conversaba con Therón.

— Eres patético — dijo Valquiria golpeándole la cabeza despacio.

—Creo que es necesario que ellos sepan todo — indicó Norbert junto a Martiniano. Valquiria estaba de acuerdo. Dio un vistazo alrededor, para señalar las ruinas.

— Espérennos en el hospedaje — ordeno dando marcha atrás. Con solemnidad, camino unos pasos hasta detenerse a la espera de Norbert. Junto a él, venían Eleonora, Martiniano y Therón.

— ¿Qué es lo que hay que saber? — preguntó Martiniano con curiosidad. Entre su ropa negra descansaban varios cuchillos, entre ellos facones, que colgaban de su cinturón, y armas semiautomáticas.

— ¿No te hiciste la pregunta de por qué Therón terminó en Noruega? —preguntó ella. Él se quedó observándola pensativamente sin responder nada, como hacia siempre.

— Nos ordenaron buscarlo y llevarlo a su casa, y eso es lo que planeamos hacer —indicó Eleonora tirando del brazo a Therón para apurar su andar.

Valquiria siguió caminando, y puso los ojos en blanco. Los hermanos Arias Colette siempre se habían destacado por ser totalmente desinteresados de todo aquello que no les incumbiera.

— Pero todo esto, tiene que ver con ustedes también —escuchó decir a Norbert— Se trata de la dinastía de la que descendemos, los Engelson — comentó él nuevamente, y Valquiria decidió dejar de andar hacia las ruinas. Era mejor acabar con todo pronto— Tanto ustedes como nosotros descendemos de un ángel, lo que hace que nuestra sangre sea más importante que cualquier otra. Y un grupo de personas planean matarnos para obtenerla, si no los detenemos. Ya han matado a muchas personas —explicó Norbert con mayor facilidad y síntesis que la que podría haber usado ella, y sin sacarse de quicio. Tal vez eso era porque aquellos dos individuos eran lo más cercano a tener dos mejores amigos.

—¿Y cuál es la relación de que Therón este acá? —preguntó Martiniano.

— Anoche, él intentó matar al presunto líder de una logia porque asesinó a su madre —respondió Valquiria, inexpresiva, con su paciencia a punto de caducar. Hablar con otros cazadores no siempre era algo tan simple y tranquilo.

— Creo que es la mayor estupidez que he escuchado en toda mi vida, y he escuchado mucha —exclamó Eleonora con altanería. Los ojos de Valquiria se oscurecieron y sus manos se cerraron en puños que deseaban ir hacia la cara de ella.

— Si eso es una estupidez entonces como explicas que toda mi familia este muerta y enterrada —apareció una voz fuerte y sobresaliente en el silencio que se había generado.

Todas las miradas se movieron a un lado de Valquiria, donde repentinamente se había materializado Lena. Ella miraba a Eleonora y a Martiniano con enojo. Un enojo inocente y valiente. Valquiria intentó que su expresión no se modificara pero tenía ganas de sonreír ante el comportamiento de su hermana. No sabía exactamente como, pero en el transcurso de unos días había pasado de una niña consentida y asustadiza a una adolescente con convicción. La convicción que a su madre Sarah le había hecho ganarse el respeto de todos.

— ¿Y tu quien se supone que eres? — preguntó Eleonora usando su mirada despectiva.

—Es su hermana —señaló Martiniano mirando a Valquiria meticulosamente. Era fácil ver el parecido cuando se gozaba de un sentido de la observación tan sobresaliente.

— ¿Hermana? —Eleonora se giró hacia Valquiria viéndose sorprendida por tal conexión.

— Ella no es una cazadora — comentó deseando que el tema siguiera su curso.

— Pero podría llegar a serlo — declaró Lena firme y segura. Valquiria no dijo nada, solo limitándose a mirarla a la espera de que ella murmurara que era una broma. Pero no, se veía más confiada que antes. Ser una cazadora era darle un cambio radical a su vida, pero no se negaría si esa era su decisión.

—Aún me sigue pareciendo que esto no es de nuestra importancia —Eleonora miró a su hermano.

— Estoy de acuerdo contigo, podría hacer esto sola —reconoció Valquiria, pero vio como Martiniano movió su cabeza negando.

— Sería suicida si encaras esto sola — le dijo.

— Además, nos incumbe. Nuestra madre pertenece a esa dinastía. ¿Dejarías que le pasara algo? —le preguntó a Eleonora.

Valquiria admiraba la forma en que él podía ver tranquilo y pensativo estando enojado y preocupado como lo estaba en ese momento. Eleonora dudó. Veía en las líneas de su rostro los cambios de emociones, y como luchaba internamente por el deber y la familia... una guerra que se libraba en los cazadores desde los inicios de su existencia.

— Como quieras — respondió poniendo los ojos en blanco— Si esto llega a complicarse declárate muerta Von Engels —gruño amenazante a Valquiria, apuntándola con su pequeño índice. Siempre tan tranquila; pensó poniendo los ojos en blanco.

Suicida. Así se veía la misión estuviese sola o no. Nunca era buena idea ingresar a la boca del lobo, pero correr el riesgo resultaba divertido. Que todos, excepto dos, fueran cazadores experimentados no era algo para desestimar. Además, se suponía que los integrantes de la logia eran humanos en su totalidad por lo que no sería demasiado difícil acabar la misión rápidamente. Pero después de tanto andar, flotaba en la mente de varios la pregunta de que cual era el objetivo de esa misión. Impedir que sigan matando; pensaba Valquiria. ¿Y como se suponía que lograrían eso? ¿Obligándolos? Como encarar una situación en que se ponían en juego sus preceptos más importantes. No podían dañarlos porque eran humanos y debían protegerlos, pero ¿cómo manejaban el hecho de que esos humanos intentaban matarlos?

Era igual de suicida ir allí para acabar con ellos y que las leyes celestiales recayeran sobre ellos, que lo era ir para dejarse matar por no poder protegerse. Era imposible trazar un límite definido entre defender y defenderse. En momentos como ese, Valquiria deseaba estar sola. Ella se encargaría del asunto a su manera, aunque no fuera la adecuada. Había pasado años deslizándose en los límites de las leyes porque esa era la única forma que tenía de sobrevivir en ese mundo. Pero estando rodeada de otros cazadores debía amoldarse a tener que respetar todas las leyes.

—¿Qué estamos haciendo? —le preguntó Lena.

Valquiria torció el gesto mirando al cielo, donde las nubes se reunían amenazando con llover. Intentaban cruzar Karl Johans gate, una de las calles principales de Oslo, metiéndose entre el gentío que disfrutaba del buen clima y belleza de la ciudad.

— Caminando —respondió ella concentrada en su alrededor.

— ¿Caminando hacia donde? —volvió a preguntar Lena apurando su andar para estar a la par de su hermana.

— Hacia la plaza, allí obtendremos información sobre Harvey de una fuente confiable. Solo sabemos que es arqueólogo y el presunto gran maestre de la logia, pero si queremos terminar con todo necesitamos más que eso —señaló Leonardo, a su lado, ayudándole a no perderse. Lena movió su cabeza llena de confusión.

— Esto parece sacado de una película de espías —murmuró, viendo a Leonardo estar de acuerdo con ella. Vestían jeans y remeras, viéndose tan normales como los humanos que los rodeaban— ¿Y si intentan ir al mismo lugar donde ya lo encontraste? —opinó, pero Valquiria desechó rotundamente otra posibilidad de volver.

— Él no va a volver a ir a ese sitio en un buen tiempo, además, no creo poder entrar. Cuando lo hice, me ayudo Joshua pero él no puede ayudarnos más. No en presencia de los Arias Colette —dijo con sus ojos en los edificios. El sonido de un teléfono interrumpió su concentración, y llevó su mano hacia el bolsillo para agarrarlo— Von Engels —atendió.

— Soy yo, ¿En qué parte están? —preguntó del otro lado del teléfono Newén. Él se había quedado en el hospedaje junto a Therón, buscando en su computadora, mientras que los demás habían partido hacia otros puntos de la ciudad.

— Sobre la plaza Eidsvolls, junto al parlamento —respondió.

— Muy bien. Tienen que encontrarse en el centro de la plaza, donde se juntan las cuatro intercepciones. Ya hablé sobre las cuestiones legales, lo que falta es que te dé la información que necesitamos. ¿Sabes cómo es su aspecto físico? —preguntó preocupado. Los ojos de Valquiria se posaron en el camino que dirigía hacia el centro de la plaza. Con un ligero movimiento de cabeza le señaló a Leonardo la dirección a la que debían ir.

— Vamos Lena — le dijo él, dándole unas palmadas en la espada.

— Si, se como es. ¿Algo más? —preguntó.

— Nada mas, en cuanto tenga novedades les aviso — dijo cortando la llamada.

Avanzaba por el camino, acercándose a Leonardo y a Lena, observando el centro de la plaza. Los turistas iban de un lado a otro, maravillados con el centro de la ciudad, sacando fotos, comiendo y conversando divertidos. Entre todos ellos, una mujer resaltaba entre todos por el estilo formal de su ropa. Alta y de contextura grande, vestía une pollera de tubo azul Francia, camisa blanca y un saco que hacia juego con la pollera. El sonido de los tacos de sus zapatos se hacían más fuerte a medida se acercaban a ella. Su rostro era alargado, pálido y pecoso, rodeado de abundando cabello rubio ondulado, y sus ojos verdes como esmeraldas se posaron en ellos tres con inquisición.

— Dos Von Engels y un Gonzaga —murmuró ella con acento melódico, recorriéndolos de pies a cabezas—Siempre fáciles de reconocer —agregó sonriendo con malicia. Valquiria rió para sí misma.

— Y ustedes están siempre en todas partes —canturreó extendiendo su mano para estrecharla con formalismo.

— Supongo que mi primo les ha echado en cara uno de los lemas familiares —murmuró divertida— Me presento formalmente, mi nombre es Daryan Warden y pertenezco al área de relaciones internacionales —dijo solemnemente. Todo en ella gritaba su procedencia Warden. Su modismo al hablar y dirigirse a alguien, los rasgos de su cara, y las áreas que ocupaban en el mundo kamikaze—Deberíamos dar un paseo —comentó mirando a la lejanía de la plaza.

—El señor Belisario me ha contado todo. Tengo que decirles que el señor Lucius Harvey ha estado en nuestro radar desde hace mucho tiempo, pero nunca hemos encontrado las pruebas necesarias para poder interceder de alguna manera —reconoció. Caminaban alrededor de la fuente para poder pasar desapercibidos— Él es un hombre retirado de su profesión, vive en su residencia en el distrito de Frogner junto a su esposa. Llegó a este país hace más de veinte años, y siete años después ascendió como gran maestre de la logia llamada los hijos de la luz —explicó.

Valquiria y Leonardo intercambiaron miradas imperceptiblemente, seguramente compartiendo el mismo pensamiento acerca del nombre de la organización. Lena caminaba entre ellos dos con sus grandes ojos puestos en Daryan, escuchándola interesada.

— Son una organización que llevan muchos años de historia pero que para nuestra desgracia que nos ha hecho imposible desmantelarla. Todas las pruebas que podemos llegar a tener no llevan a ningún lado, y simplemente terminamos en el mismo lugar donde empezamos — agregó.

—Si se sabe que él es el gran maestre, ¿no sería más fácil obtener toda la información de su vida y obra, o seguirlo para saber la localización de su sede central y encontrar pruebas contundentes? —preguntó Lena totalmente sumergida en el tema. Daryan movió su mano, ligeramente, negando.

— Ojala fuera más sencillo. Pero, aunque se sepa que él es el gran maestre, no está en lo más alto de la escala jerárquica. Esa persona que desconocemos es la que necesitamos para acabar con todo definitivamente —respondió.

— Alguien en Alemania nos dijo que las ordenes llegaban desde Noruega, por eso mismo es que llegamos acá. ¿Si no tienen nada como se supone que nosotros podemos llegar a avanzar? —preguntó Valquiria irritada con el ambiente ajetreado y con la falta de información puntual.

— Nunca dije que no teníamos absolutamente nada. Tenemos cosas que pueden llegar a servir pero no podemos hacer nada con ellas que expliquen que han atentado en contra de cazadores —respondió deteniendo su andar.

Valquiria degustó las palabras que había acabado de escuchar y teniendo una ligera idea que cual podría ser el plan.

Se ataba el pelo en lo alto mientras caminada por el corto trayecto que separaba su habitación de la de su hermana. Estando frente a ella podía escuchar el fuerte murmullo de muchas voces que se superponían unas a otras. Estaba nerviosa y no podía ocultarlo. Estar rodeada de cazadores era algo que la intimidaba, y nunca se había dado cuenta de eso hasta que conoció a Norbert, Martiniano y Eleonora. Los demás también eran cazadores pero siempre lo había conocido como su familia y amigos, y no los veía del mismo modo. Respirando hondo golpeó la puerta con fuerza. El murmullo se detuvo pero rápidamente volvió a ser fuerte como antes, y minutos después, la figura de Valquiria se hizo presente. Su rostro estaba lleno de una seriedad que la asustaba, con la mirada fría y distante, pero al verla, todo eso cambio, volviendo a ser la Valquiria que conocía. Sus labios se curvaron en una suave sonrisa y se adelantó unos pasos.

— ¿Podemos hablar? — le preguntó dudosa. La seriedad atravesó sus ojos casi imperceptiblemente para, finalmente, aceptar.

El silencio entre las dos tenía una mezcla de solemnidad y melancolía. Lena abrió la puerta de su habitación permitiéndole el paso a su hermana, y notando la curiosidad en su mirada. Era la primera vez que estaba allí desde que habían llegado. El silencio absoluto se había reemplazado por el suave caer del agua dentro del baño. Ella sabía que Valquiria no era realmente adepta a la presencia de su abuela pero ese era el único sitio donde podían conversar tranquilas. Los ojos de Valquiria terminaron en ella intentando camuflar su curiosidad y viéndose pensativa. —Necesito hablar a solas — le indicó escuchándose más serie de lo usual. Valquiria no se negó y avanzó hasta sentarse en la cama donde dormía Augusta.

Los labios de Lena iban de un lado a otro de sus mejillas, como si se tratase de un conejo. Pero para ella, ese gesto lo hacían cuando estaba realmente nerviosa. Solo es tu hermana; se decía viéndola frente a ella. Valquiria estaba en silencio, con las piernas cruzadas y las manos en la cama; el pelo suelto le caída bajo los hombros, con sus grandes ojos grises observándola atentamente y sus rasgos delicados. Así como estaba, era la primera vez que la veía como alguien de su edad; solo una joven y bonita chica de veintidós años.

— Soy todo oídos — comentó ella. Lena hizo sonar los huesos de sus manos rápidamente.

— Este ultimo tiempo me he preguntado como seria ser una cazadora —empezó a hablar despacio y tropezando con sus propias palabras—Viéndote, me di cuenta que eres fuerte e independiente. Peleas mucho mejor que las heroínas de mis pelis favoritas y por supuesta eres más bonita de ellas —dijo divertida, haciendo que Valquiria sonriera— Eres la chica mas increíble que podría conocer, y de verdad, quisiera ser como tu —agregó viendo desaparecer la sonrisa en ella de manera repentina. El corazón de Lena se acelero al verlo tan sombría. ¿Qué dije de malo? Se preguntó.

— Lena — susurró despacio mirándola intimidantemente.

— Lo que soy es porque me forme así. Tuve una historia, experiencias y muchos éxodos. Yo nunca me voy a negar a que seas cazadora si es que lo deseas, pero nunca quieras ser como yo... —respondió. ¿Por qué no? Sentía miedo, y en su mente recordaba los discursos de su mejor amiga sobre las competencias entre hermanas— No soy digna para eso —finalizó su frase. Lena quedó sorprendida sobre su respuesta. Ella tenía grandes atributos pero su más grande defecto era no perdonarse nada ella misma.

— Creo que podrías dejarme a mi pensar quien es digno y quien no de ser mi ejemplo a seguir —dijo con una media sonrisa. Valquiria intento sonreír pero en sus ojos se podía ver lo que le costaba aceptar eso. Ella se levantó para acercarse y darle un beso en la frente, como hacia siempre.

—Nunca dejes de ser tu misma — le susurró abrazándola con fuerza.

El sonido del agua caer se detuvo, y fue cuando ambas se separaron. Lena intentaba ser fuerte y no llorar, porque si quería ser alguien como su hermana no podía flaquear ante cualquier cosa.

— Entonces, ¿Cuándo nos iríamos? — preguntó cambiando de tema.

— Al amanecer — respondió moviendo su pelo hacia un lado.

— Todo va a salir bien, ¿No es cierto? — preguntó con nerviosismo.

El día siguiente no sería un día más en su vida, y podía sentirlo en el ambiente y en cada uno de los que la rodeaban. Todo era solemnidad y nostalgia en cada paso que daban y en cada palabra que decían. Los cazadores no deben tener miedo pero deben estar preparado para lo que sea, incluso para la muerte; recordó las palabras de su abuela.

— No tienes nada de qué preocuparte — murmuró con una sonrisa.

—Lena, ¡a bañarse! —gritó Augusta abriendo la puerta de repente. Sus ojos quedaron clavados en la figura de Valquiria, que permanecía tensa junto a ella. Lena resopló poniéndose de pie.

— Entonces, nos vemos en la cena — le dijo a Valquiria hacia el baño.

La puerta se cerró creando un flujo de incomodidad que las rodeaba. Augusta se alejó hacia la ventana de la habitación, sin mirarla. Se dio cuenta que no me gusta su cercanía; pensó Valquiria con una mueca sonriente.

— ¿Ya tienen todo preparado? —preguntó rompiendo el silencio.

—Así es, aunque no todos están conformes con el plan —respondió Valquiria apoyando sus codos sobre sus piernas.

— Eso es normal, lo único más vanidoso que un cazador es su ego —reconoció Augusta de espaldas a ella.

Valquiria sonrió con amargura porque tenía razón. Movía sus dedos con rapidez como si tuviese un piano bajo ellos, a la espera de que el agua corriera dentro del baño. Ambas no se llevaban bien, ni tenían los mismos principios pero había algo que las unía pese a todo.

Augusta, necesito pedirte un favor — dijo sombría, hablando en noruego.

Cerró la puerta detrás de ella, totalmente inexpresiva aunque en sus ojos flotaba la tranquilidad. Esa tranquilidad la había visto pocas veces en ella o quizás nunca. Era la misma que observaba en aquellos que hacían las cosas bien, y no abundaba en el mundo. Tan hermosa, magnifica y determinante. Aunque podía definirla con esas palabras quedaban cortas a comparación de lo que era. No existían palabras en el habla humana para describirla. ¿Devastadora, tal vez? Fría como el hielo pero en cuanto estaba con Lena se volvía liquida. Volvía a ser una niña. Esa niña que él había salvado porque se parecía a alguien. Definitivamente haberlo hecho era una de las pocas cosas que él se aseguraba había hecho bien en su existencia. Tan iguales y tan distintas. Estaba tan cerca que podía oler su esencia perversa y angelical. Notó la tensión que había surgido en su cuerpo, esa tensión que se producía siempre frente a un no humano. Cazadores, que criaturas más interesantes; pensaba siempre.

Valquiria giró hacia él, que estaba a unos pasos de la puerta de su dormitorio. La oscuridad plagó su mirada, y la vio marchar hacia él con marcado enojo.

— ¡¿Estás loco?! —le preguntó enojada— Adentro hay media docena de cazadores, te van a matar —le gritó en voz baja. Las arrugas en su entrecejo y la mirada le decían que estaba preocupada. Él asintió teniendo buena noción de cuánto y quienes estaban dentro.

— Hansel y Gretel no me asustan —comentó sonriendo. Ella puso los ojos en blanco.

— ¿Qué es lo que quieres? —le preguntó.

— Vengo a despedirme. He ayudado he decidido irme y ahora tener a los hermanos para que lo hagan —sonrió tenuemente, aunque en el fondo sentía algo extraño. ¿Celos? Sus ojos eran opacos cuando quedó pausada y analizándolo.

— No te creo —dijo. Le resultaba divertido verla emberrincharse como una niña aunque ella no lo aceptara.

—Nunca me creíste, ni me crees ni me vas a creer, seamos sinceros — comentó rozado con su mano su cara; tan suave.

—No... — empezó a decir pero él la silencio precipitadamente con un besó. Ella se resistió, como hacía siempre, pero como era costumbre terminaba rendida en sus encantos.

— Si no quieres que esto pase los límites impuestos habría que terminar acá —murmuro él entre risas alejándose apenas— Aunque... —dijo queriendo volver pero ella lo apartó.

— Sera mejor que cada uno siga su camino — dijo interponiendo su mano entre los dos— Pretendo no verte por unos cuantos años —sonrió, pero la alegría que mostraban sus labios no se transmitía en sus ojos.

Se trataba de un acertijo cambiante. Acercándose más a él, besó su mejilla. Adiós Joshua Campbell. Ella le dedicó una última mirada gris perlada antes de meterse en su habitación. Él rió divertido, nunca se cansaría de ella.

Aunque era un muerto a veces parecía experimentar esos sentimientos humanos que tanto detestaba y de los que se burlaba. Algo en él parecido a la culpa estaba naciendo. Se volvió serio y miró a un lado del pasillo, por donde caminaban unas chicas jóvenes y bonitas. Sonrió maquiavélicamente pensando en sus futuras víctimas.

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