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Capítulo 13. Estirpe

Al llegar a Berlín, ninguno tenía muy en claro que era lo siguiente ya que Valquiria iba pensando el plan a medida todo transcurría. El avión descendió en un campo lejano en la ciudad, siempre cuidando que nadie los viera. Una gran ayuda era la tecnología otorgada en la academia. Faltaban algunas horas para que amaneciera, mientras tanto estaban a salvo de la mirada de curiosos; todos se habían reunido para conversar. Con tranquilidad y poniendo su máxima voluntad, Valquiria explicó que irían a la residencia de sus tatarabuelos. Las dudas que surgieron inmediatamente fueron la forma de acceso. Lena recordó la llave dentro de la caja musical pero rápidamente Valquiria despejo toda duda, esa llave tenía un origen totalmente desconocido y ajeno a esa casa. A metros de donde ellos se encontraban, había un túnel con salida en la cámara de entrenamiento; dato conseguido a través de los libros de su abuela. Como toda casa de cazadores, poseía una, y más tratándose de Von Engels donde el entrenamiento era esencial y clave.

Agarraron sus pertenencias; eran pocas pero las necesarias. Bajaron del avión y esperaron a que Leonardo lo ocultara de la vista, por medio de un control. Newén y Valquiria caminaban con sus dispositivos de visión, mientras Lena usaba una linterna y Caleb junto con Joshua no precisaban de nada. Se dirigieron hacia una enorme roca que ocultaba el agujero. Valquiria, impaciente, estaba por dar sucesivos disparos en la tierra hasta esperar que cayera la roca, pero Joshua se adelanto y la movió fácilmente como si se tratara de una pluma y le sonrió. Como si no hubiese visto la sonrisa burlona de él, ella avanzó y saltó. Cayendo grácilmente de pie recorrió con su vista el interior; era húmedo y oscuro pero no había nada posiblemente peligroso. Levantó la vista hacia arriba, la luz proveniente de Lena hacia que sus ojos se dilataran y se viera terroríficamente inhumana. Llamó al resto y comenzó a caminar lentamente. Leonardo y Newén la siguieron, bajando con sus armas predilectas y aterrizando pesadamente. Joshua con caballerosidad, espero a que Caleb descendiera con Lena y una vez lo lograron, él lo hizo con elegancia y frescura con sus manos en el bolsillo.

Valquiria, Newén y Leonardo iban a la vanguardia mirando todo con detenimiento. Caminaron varios kilómetros en ese críptico túnel hasta que llegaron finalmente a una compuerta. Era grande y de apariencia pesada. Se quedaron en silencio y abarajando muchas posibilidades de abrirla.

— ¿Y si le disparo? —preguntó Leonardo moviendo ligeramente la cabeza a un lado.

— Sería inútil —sentenció Newén— Puede ser que solamente se abra de adentro —giró hacia Valquiria.

— Lo veo imposible que solo se abra de adentro— murmuró ella mirando a todos lados.

Los tres recorrieron la compuerta con ojos analíticos y en busca de cualquier detalle. Leonardo tocaba la puerta en busca de algún dispositivo de presión, mientras Newén lo hacía en busca de algún botón oculto o un código encriptado. Valquiria solamente miraba fijamente hasta que Leonardo la llamó para que se acercara a ver un orificio en la parte inferior. Los tres se recostaron en el frio y sucio piso para ver el orificio con más precisión. Valquiria lo rozó suavemente, notando una extraña forma al final de él. Estaba hecho para que algo de amoldara a él perfectamente. Mientras tanto, podían oír los resonantes pasos de los demás acercándose. Ella se quedó detenida por unos minutos. Leonardo y Newén notaron que analizaba alguna posible alternativa. Después se movió apresurada para sacarse el anillo familiar. Lo observo y lo introdujo en el orificio girándolo. Se escuchó un fuerte ruido y los tres se miraron con una sonrisa. Habían logrado abrir la compuerta. De un salto se pusieron de pie y la abrieron para desembocar en un pasillo vacio y de oscuras paredes. Leonardo miró a Valquiria claramente enojado.

—¿Por qué me miras así? —se quejó ella— Yo no tengo la culpa de que mis ancestros sean unos complicados —Newén se rió melódicamente.

— Dices ancestros complicados como si tu no lo fueses —comentó chocando las manos con Leonardo. Valquiria meneó la cabeza con una sutil sonrisa.

— ¿Por qué se quedaron acá? —preguntó Lena uniéndose a ellos.

— Nos quedamos atrancados —respondió Leonardo desilusionado.

— ¿Y arriba? —preguntó mirando una especie de círculo con escrituras. Las miradas de los tres se dirigieron allí, sonrientes— ¿qué dice? —preguntó.

— El camino menos pensado a veces es el más certero —respondió Valquiria.

— ¿Qué quiere decir? —preguntó Lena mirando a su hermana.

— Ese camino va a la cámara pero no es el que hay que tomar —respondió Caleb consciente de las trampas que poseía.

— ¿en esto si puedes ayudar? —lo miró Valquiria seria. Él sonrió y se acercó a ella caminando directo a la pared lateral para empujarla suavemente, mostrando otro camino.

— Los Von Engels y su constante deseo de confundir a las personas —rió Joshua detrás de Lena haciendo su aparición.

Valquiria lo miró sin decirle nada. Entre suspiros avanzó por el estrecho pasaje, seguida de Caleb y el resto. Las veces que puedas interferir hacemelo saber por favor, dijo mentalmente dirigiendo sus palabras a Caleb. Está bien; retumbó en su mente. Un ligero escalofríos la recorrió al escucharlo pero intento que no se notara. Siguieron por ese recorrido, no muy largo, y cuando no pudo avanzar más, Valquiria miró a Caleb en busca de ayuda. Con su mano le indicó la pared. Ella movió la pared y entró a un lugar más espaciado, pero igual o más oscuro que el anterior.

— Por favor, ¡no más pasadizos! —exclamó Leonardo dramáticamente.

— No, ya llegamos —dijo Caleb haciendo que se enciendan todas las luces con un simple movimiento de dedos.

La cámara de entrenamiento era muy grande. La antigüedad podía notarse en los decorados, en las maquinas de entrenamiento, y en cada detalle. Las paredes tenían grandes alturas y estaban completamente cubiertas de libros y armas. El piso estaba grabado con el sublime escudo familiar, que tanto orgullo daba a los integrantes de esa familia. Lena se quedó mirándolo fijamente, acercándose a su hermana, mientras el resto observaba todo con curiosidad. Ella estaba sumergida en sus pensamientos, intentando comprender cada uno de sus elementos. Lo había visto muy pocas veces como para saber su significado y la responsabilidad que conllevaba estar representado por él. Valquiria no dudo en explicarle. El león alado, la balanza, la espada y los laureles; cada uno de ellos poseían un gran significado detrás. Los Von Engels eran conocidos por su valentía y el sentido de justicia. No había muchos de ellos en el mundo y los pocos que había, eran tratados casi como héroes. Con gran sentido de orgullo, Valquiria destacó los valores morales: Lealtad, honor, valentía y autodisciplina. Quedo por unos segundos en silencio.

— No somos una familia cualquiera — recalcó Valquiria mirando fijamente a Lena; ésta inconscientemente se estremeció— Los Von Engels hemos hecho un gran esfuerzo por conseguir prestigio, y ser un integrante conlleva la responsabilidad de hacer que el apellido nunca caiga en desgracia —agregó solemnemente.

Lena tragó con dificultad e intentó calmar sus nervios. Valquiria notó que quizás la había hecho asustar, pero era necesario que supiera eso para que en el futuro no cometiera ningún error grave. Se quedaba tranquila de que su hermana estaba aprendiendo esas cosas del modo bueno, muy contrario a como ella lo aprendió. Momentáneamente le llegó a la mente las veces que fue torturada por profesores por el solo hecho de ser Von Engels. Valquiria cerró los ojos con fuerza y despejó todo mal recuerdo. Ella giró a su alrededor. Leonardo y Newén estaban husmeando entre la maquinaria mientras Joshua y Caleb observaban, de distintas perspectivas, el gran cuadro que había en una de las paredes. En él había una familia extensa y todos se veían muy felices. Ella miró analítica el cuadro y se acercó sutilmente a un Caleb pensativo.

— Antepasados míos, pero no sé sus nombres —comentó ella.

— La señora mayor edad, sentada en la pequeña butaca, es la matriarca: Frieda. A su alrededor están sus hijos y esposas, Egmont, Arabelle, Stein y Ebba. Los niños son los hijos de Egmont y Arabelle: Uta, Dustin, la pequeña niña sentada en las piernas de Frieda: Viveka —Caleb apagó su voz, creando una solmene pausa— Gerard y Agneta. Quienes los rodean son primos: Verner, Ritter y Ernestine —terminó de explicar.

Valquiria sentía mucha curiosidad hacia la pintura, tanto como por el conocimiento de Caleb hacia ella. Sus ojos se abrieron absortos en los detalles de aquellos rostros desconocidos pero que sentía cierta familiaridad y sentido de pertenencia.

— ¿los conocías? —le preguntó sin dejar de ver la pintura.

— Así es, yo mismo hice este retrato para el festejo del primer año de vida de Viveka —asintió. Ella lo miró con ojos brillosos y una gran sonrisa. Caleb fijó sus ojos y sintió un debilitamiento en las fuerzas que ponía para controlar sus emociones. La expresión que vio en ella, la curiosidad y diversión le trajo recuerdos de su antepasado; era la primera vez que notaba realmente un gran parecido.

A Valquiria siempre le gustó la historia y más si se trataba de su propia familia. Tenía encanto y fascinación por las vidas de sus antepasados, aunque por algunos más que por otros. Tenía millones de preguntas en su mente que no estaba segura si Caleb respondería. Su compostura relajada sufrió un quiebre cuando escucho las quejas de Leonardo. Sacudió su cabeza, mirando alrededor, e indicando donde seria que se hospedarían en el tiempo allí. Se dirigió a la gran puerta y la abrió con un poco de dificultad. Esta daba a una galería cubierta en su totalidad por cuadros familiares cronológicamente, esculturas, armas y trofeos de batallas. Sintió mucha intriga de saber quiénes eran pero sabía que tenía que esperar. Guió a todos a través de la galería hasta que llegaron a la casa con una arquitectura de antaño.

Todo se encontraba tapado con grandes telas blancas pero aún así el polvo y el olor a viejo podía percibirse. La casa era muy grande, como si la hubiesen hecho especialmente para que viviera mucha gente en ella. Así era como todos los ambientes eran espaciosos y había varias ventanas para que pudiera entrar grandes flujos de luz. Recorrían la casa con curiosidad y eran guiados por un Caleb que se veían con ganas de cooperar. Valquiria hizo una mueca, casi una sonrisa, cuando lo notó. Enseguida busco la mirada de Joshua, pero él estaba más pendiente de la venida del amanecer.

Columnas de luz ingresaban a la mansión jugando con los movimientos de las cortinas y del aire, creando un ambiente melancólico y solemne. Intentaban relajarse después del largo vuelo y descansar bien para que en la noche, momento en que se llevaría a cabo la misión, todo saliera acorde a lo planeado. Contraria a todos, Valquiria caminaba a través de la galería. La misma que había permitido ingresar a la casa a través de la cámara de entrenamiento. Iba de un lado a otro, a paso lento y con la mirada en todas las cosas que había allí. Miraba las pinturas y se sentía extraña al saber que todos ellos eran familiares lejanos de ella. Ella tenía vasto conocimiento en la antigüedad de su familia, la responsabilidad, moral y todas aquellas cosas que te hace una Von Engels. Pero no tenía una amplia sabiduría en cuanto a la historia. Esa historia que te hace ser alguien, y ella sentía que eso era lo que a veces le faltaba. Mirando los cientos de rostro se aseguraba que ellos sabían su historia o por lo menos la mayoría. Sentía curiosidad por quien se los habría contado, porque a ella nadie lo había hecho.

Volvió a recorrer el pasillo, como ya venía haciendo desde hacía un buen tiempo. Comenzó con las pinturas más cercanas a la cámara, y decidió ser más detallista. Eran un conjunto amplio de retratos individuales los que estaba allí. Eran todos jóvenes, cercanos a la edad de Lena o quizás de ella misma. El primer retrato era de una joven, de unos aparentes veinte años. Tenía un rostro suave, con marcado barbilla y pómulos. Su pelo era rubio arena con ondas y rasgados ojos grises que brillaban como perlas. Poseía un vestido muy antiguo y sonreía con gracia. Uta Von Engels, descubrió en una pequeña placa dorada. Recordó a Caleb y su descripción del cuadro de la cámara; aquella niña era esta joven. Valquiria observó alrededor y los identificó como pertenecientes al siglo VI. Junto a Uta había un chico de rasgos similares, con el pelo más claro, los mismos ojos brillantes y grises, con una perfecta sonrisa; Dustin. Se veía como alguien reservado y juicioso pero con ese aire desafiante que caracteriza a los Von Engels. En el retrato que le seguía había otro chico, Gerard. Compartía los mismos ojos grises con los anteriores, pero sus facciones eran más alargadas y con el pelo más rojizo, al igual que Agneta, que estaba en el retrato siguiente con una tímida sonrisa.

El cuerpo entero de Valquiria sintió un escalofrío al ver el retrato que faltaba. Su corazón comenzó a bombear rápidamente y su mente empezó a hacerse cientos de preguntas. Allí había una joven sentada con pose elegante, exactamente igual a ella. Poseía una sonrisa esbelta, con un rostro armonioso y delicado, grandes ojos grises y pelo claro. No podía comprender como podía existir alguien igual a ella después de tantos años. Enseguida fue hacia la placa a mirar el nombre.

— Viveka Von Engels —murmuró sin aliento.

La niña sobre las piernas de Freida, la matriarca de la familia reconoció. No podía sacar los ojos de esa pintura, era demasiado magnética. Viveka se veía tranquila y armoniosa, con una apariencia grácil y frágil. Le era inevitable no compararse con ella misma. No sabía que pensaban los demás pero ella no se veía para nada armoniosa, ni frágil. Aunque podía llegar a actuar como tal en algunas ocasiones en los que debían hacer un papel determinado.

Giró a todos lados y se frenó a un lado, en los retratos de los demás de esa época. No dudó en ir hacia ellos. Egmont Von Engels era el nombre del primero; un hombre alto, robusto e imponente como si fuese un vikingo. Su rostro con fuertes rasgos, pelo algo largo y barba, se veía sumergido en un mar de pensamientos. Junto a él, en la misma pintura, estaba su esposa Arabelle. Era hermosa, de eso no había duda, con el pelo castaño, largo y ondulado; poseía un aura de magnetismo en su mirada de ojos profundos. Stein era quien seguía; muy parecido a su hermano, con el pelo más corto y más rubio, unos rasgados ojos grises ocultos en grandes cejas. Una sonrisa juguetona invadía su rostro y sus manos sostenían con fuerza una gran espada en la cual podía verse claramente el escucho heráldico. El último de ese conjunto de retratos era el de Ebba. Si se pudiese comparar, quizás lo hubiese hecho con una muñeca barbie pero la ira que se veían en sus ojos junto a la actitud seria y temeraria la hacía distar mucho de la belleza perfecta y simple de la muñeca; su pelo era rubio y largo con ojos grises.

Dio unos pasos hacia atrás y se quedó mirándolos hipnóticamente. No conocía sus historias pero era como su pudiese percibirla con tan solo mirarlos. Egmont había muerto de viejo junto a su esposa, Stein era orgulloso, temido y valiente, mientras Ebba, ella sufría por su pasado pero intentaba seguir adelante. La masacre de tantos Von Engels no tenía explicación alguna pero sabían con seguridad que iban tras ellos. Valquiria abrió los ojos. ¿Cómo se esto? pensó inmediatamente. Notó que su cuerpo estaba erizado, alerta. Había estado así hacía un buen tiempo pero había estado más ocupada en sus pensamientos, en sus preguntas y en los rostros expresivos de ellos. Apenas movió su cabeza para ver a Caleb junto a ella, como un ángel guardián. Él había sido quien incorporó esa información en su cabeza.

— Veo que descubriste a los primeros Von Engels —comentó él. Valquiria asintió y volvió la vista completamente a los cuadros— Ellos eran una gran familia. Orgullosos, leales y valientes. Personas justas y que no flaqueaban frente a sus enemigos; ante estos, se volvían violentos, sádicos y despiadados. Pese a cómo eran en batalla, eran sociables y aspiraban respeto —dijo.

— Como todo Von Engels —murmuró Valquiria. Se sentía ligera pero no como cuando le contó la verdad a su hermana, sino como cuando recibe demasiada información sin saber cómo reaccionar y qué hacer con ella.

— Así es —asintió.

—También notaste tu parecido con Viveka Von Engels, para mí también es impresionante —el cuerpo de ella se tensó ligeramente y volteó para mirar su retrato nuevamente. Caleb la seguía— Tenía dieciocho años en ese retrato, uno más que Lena aunque no lo parezca. Acababa de cumplirlos y estaba a punto de ser presentada en sociedad. Aunque en el mundo de los cazadores ella era toda una adulta. No era un de las mejores luchadoras pero sabía cómo ganar sus batallas.

—La personalidad —dijo Valquiria— ¿era parecida a la mía? —preguntó aunque a simple vista, en su actitud, podía verse que no.

— En lo absoluta, ella era única. Sin embargo, si tuviese que decir a alguien, quizás sería a Lena —él miraba con atención a Valquiria y percibía su curiosidad— Unos años más tarde se casó y tuvo una vida medianamente más cotidiana.

Ya que perteneció a la última generación de Von Engels de ese siglo en enfrentarse a todo eso. Valquiria inmediatamente miró a Caleb. Y no tuvo la necesidad de pronunciar palabra alguna que él ya estaba respondiendo.

— Hay ciertos periodos de tiempo en la historia en la que la caza a los Von Engels se daba con más énfasis —explicó.

— ¿Por qué? —preguntó ella y él negó sin poder dar explicaciones. Sintió un calor iracundo que la rodeo pero rápidamente se fue; había pensado que quizás podía hablar un poco más.

— Gerard y Agneta — murmuró Caleb señalándolos— Supongo que apreciaste que son diferentes al resto de sus hermanos, y eso es porque no lo son. Son primos y Egmont los adoptó como propios cuando sus padres murieron.

Valquiria los miró sintiendo pena; le era una historia tan cercana a ella que no podía actuar de otra manera. El silencio los rodeó. Ella repasó, con su vista, el lugar nuevamente y se detuvo en Caleb. Él le sonrió tenuemente, percibía su confusión. Como ya varias veces había hecho en el tiempo que llevaba ahí, comenzó a caminar recorriendo la galería. Así fue como llegó a los retratos del siglo once. Se giró hacia Caleb pero él ya no estaba más a su lado. Suspiró y acercó a los que más le llamaban la atención. Garín y Maud Von Engels decía la placa dorada junto a la fecha de su nacimiento; se trataba de mellizos. Los veía conocidos pero no podía identificar de donde. Maud era alta, aunque más baja que su hermano. Ambos poseían contextura mediana, y su pelo era del color de la arena. Como todos los Von Engels, sus ojos eran grises perlados. Ella estaba sentada y él se encontraba de pie con una espada en mano, lo que le recordaba a Stein Von Engels, y la actitud de ambos era temeraria y siniestra. Con facilidad reconoció el anillo familiar en sus manos, y vislumbró una cicatriz en ambos. Esa cicatriz la había visto una vez en un libro de personajes y hechos, en la academia. Sus ojos brillaron tenuemente al recordarlos y ella misma se asentía que había tenido razón cuando había visto sus rostros conocidos. Ellos eran los famosos Garín y Maud, los kamikazes que habían peleado en la batalla contra los ángeles negros que se habían extendido en toda Europa. Eran respetados y vanagloriados entre el ejército celestial. Nadie nunca se ha animado a hacer las cosas que ellos hicieron y ocupaban páginas enteras de grandes hazañas. Valquiria los observaba y se llenada de orgullo al poder asegurarse que esos héroes que tanto idolatraba eran familiares de ella. Le era curioso. Ellos nunca habían dicho su apellido a la sociedad kamikaze para que no se les prejuzgara. Quizás eran humildes, pensó ella. ¿Von Engels humildes? ¿Acaso existen? Rió internamente. Miró a Maud, su rostro era lánguido. Entre sus manos descansaba una caja musical, la misma que ella guardaba en su caja fuerte y que había llevado allí.

Otra vez la curiosidad la recorrió y volvió a los retratos anteriores. Reconoció la llave en el cuello de Egmont y el collar de esmeralda en Viveka. Apretó con fuerza sus manos; estaba segura que esos objetos eran importantes. Estaba a punto de irse de la galería cuando se detuvo precipitadamente en un cuadro. Allí estaba un nombre y las iniciales eran R.V.E., las mismas que en el reloj de mano. Se trataba de una chica cercana a su edad; el pelo dorado y con rulos, ojos grises algo verdosos y rostro redondo. Distaba mucho del resto de cuadros donde las damas se veían elegantes, sutiles y delicadas. Tenía una pose altanera, prepotente y divertida. Runa Von Engels, ese era su nombre y entre las faldas de su vestido podía verse claramente el reloj que era su pertenencia.

Percibía su cuerpo inestable y su mente confundida. Caminó hasta la cámara y se recostó en al sillón que había contra la pared, frente al gran cuadro de los primeros Von Engels. Cerró los ojos y estuvo así un buen rato, intentando mantener su mente en blanco. A su vez, respiraba hondo para mantener controlada sus emociones y reacciones. Cuando se sintió un poco mas aliviada se sentó y miró a un lado el libro, diario de Enar. Pese a que se decía que no, y así poder relajarse, pero su deseo de saber más y más, la impulso hacia él. Con rapidez leía las hojas y las cambiaba. En un momento se detuvo en un fragmento, el último.

[...]Hemos llegado a destino y ya estamos asentados en una sencilla casa muy diferente a la clase de comodidades con las que estábamos acostumbrados a vivir. Pero estamos reformándola exhaustivamente entre todos para que logre llenar el lugar de nuestro antiguo hogar, aunque lo veo muy difícil. Decidimos empezar de nuevo y para ello tenemos que tener nuevas vidas con nuevos nombres. Para amoldarnos a esta nueva sociedad nos colocamos nombres acordes a tales circunstancias. Nos cuesta mucho olvidarnos de aquellos nombres que nos representan pero hemos elegidos algunos que nos representen de la misma forma.

De ahora en adelante seré Egmont, un hombre de familia humilde con una esposa llamada Arabelle y cinco hijos. Ragna, Sigurd y Mildri ahora se llaman Uta, Dustin y Viveka; a ellos les es más fácil lidiar con esto, son tan pequeños. A ellos les sumamos a Ansgar y Trine, los hijos de mi hermano a los que he adoptado como propios, ahora sus nombres son Gerard y Agneta. Mi madre eligió un nombre muy parecido al anterior: Frieda. Mientras que Sven y Trude son Stein y Ebba, respectivamente. Además de nosotros están nuestros primos Ivar, Gunnar y Lene, o mejor dicho Vernes, Ritter y Ernestine.

La verdad es que estamos muy agradecidos con nuestro amigo Adelfried, quien nos ayudó a huir. No sé donde nos encontraríamos sin su atención. [...]

Valquiria se quedó quieta. Se puso de pie y miró el cuadro en lo alto. No podía creer que fueran aquellos nobles noruegos, pertenecientes a la Dinastia Engelson y uno de los primeros. Su cuerpo estaba cada vez más inestable, ya no podía controlarse debido a la confusión y sobredosis de información. Sintió un ligero temblor recorriéndola, sus piernas se debilitaron. Enseguida con sus dedos tomó el pulso de su mano. Su corazón bombeaba con demasiada rapidez para compensar el estado que poseía. Y lo que ella supuso, ocurrió.

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