IV.
Si digo que estoy bien, es que estoy bien.
Me instale en mi nuevo cuarto por completo pasadas las tres de la tarde, hora de Italia.
Y para no olvidarme de casa, una vez que termine, me concentre unos segundos para seguir manteniendo el bucle que había dejado en casa para que como siempre nadie se diera cuenta de que me había ido.
No paso mucho tiempo, para que sintiera que el bucle aún seguía su curso. Pude sentir como la energía abandonaba mi cuerpo, como mi mente se conectaba y como mis dedos tenían chispas con aquel simple hechizo.
Por ello, terminé con el encantamiento lo más pronto que pude y seguí pensando que es lo que podía hacer en un lugar tan pequeño como este.
No paso mucho tiempo hasta que mis pensamientos fueron interrumpidos por un breve toque en mi puerta.
Tres toques para ser exactos.
Me levanté de la cama y fui a abrir.
—Buena tarde señorita Queen, pensé que le gustaría algo de comer después de un viaje tan agitado. —El chico traía unas bandejas de color plata con algo que olía realmente bien debajo de ellas.
El humo ligero, pero firme hizo despertar a mi estomago quien protesto como siempre que identificaba un buen platillo cercano a él.
—Gracias. Pasa. —Le indiqué a Felipe con mis manos libres.
Dejó la bandeja en una mesilla y prosiguió a retirarse de la habitación.
—Felipe... —Lo llame. El chico me miró y yo lo tomé como una confirmación para seguir hablando—. ¿A dónde se puede ir en un lugar como este?
—Me alegra que pregunte eso, señorita, porque la verdad es que, aunque nuestro pueblo es pequeño en comparación a otros que son más visitados por todos, aun así, tiene una pequeña magia escondida en algunos rincones.
—Felipe estás hablando como si la magia fuera algo real y no lo es —le dije riéndome de él cínicamente.
—Por supuesto que existe, si no... ¿cómo es que muchas cosas pasan a nuestro alrededor sin que los demás se den cuenta de ello? —Dijo el chico muy seguro.
No dejé de reírme por su absurda comparación de la magia, con lo que es en realidad.
—Me has ganado —le dije levantando las manos en señal de rendición.
El chico río y luego se sentó en la cama.
—Vera, por desgracia no puedo acompañarla en su recorrido, aunque quisiera porque debo quedarme a cuidar a la abuela y la hostelería, pero puedo recomendarle a un buen amigo, que es guía de turista y la llevará a los lugares más maravillosos que haya visto jamás.
—No es que no quiera ir con nadie más, pero puedo preguntar ¿por qué no puedes salir tú?
—Le cuento algo... —Felipe me miró de reojo y yo asentí para confirmarle algo implícito entre los dos que estaba sucediendo en ese mismo momento— solo somos mi mamá, la abuela y yo y como único hombre en la casa, yo me encargo de los trabajos más pesados para ellas y también un poco de la administración del lugar cuando ellas no pueden.
—Felipe, ¿qué edad tienes?
—Dieciséis, señorita, recién cumplidos. —Me dijo con la sonrisa más grande que nunca haya visto, era casi como si el haber cumplido esa edad fuese su mayor orgullo.
No, era como decir: "Un hombre soy, bigote me creció..."
Nunca entenderé porque es tan importante en el ego de un hombre saber, que al cumplir cierta edad, serán unos hombres completos.
¿Cuándo algún hombre es un medio hombre?
—Bien, pues en ese caso valiente joven, deme el número de mi guía para comenzar a ver este maravilloso pueblo. —Le dije medio riendo, medio intentando en serio, ser seria.
El chico por fin se había olvidado de aquellos modales con los que se presento ante mí hacía tan solo un par de horas, porque había ido a caer en la esquina derecha de mi cama, haciéndola rebotar y desordenándola un poco en el proceso.
Lastimosamente ese acto de extrema confianza no le duro nada y una vez que se termine, debo admitir que lo anhele más de lo que quiero admitir para mí misma.
—Claro que sí, mi bella dama. —Se bajó de la cama de un salto y se dirigió hacia la puerta, pero no sin antes despedirse de mí con un ademán de su mano derecha— se lo tendré abajo, en la recepción esperando para cuando bajé— y acto seguido me envió un beso y un pequeño guiño que hizo que me sonrojará solo un poco.
Oh Dios, si yo no estaba segura antes de que se pareciera en alguna cosa al amor de mi vida, ahora sí que lo estaba.
Tenía muchas cosas de él, como la manera de despedirse, la manera tan caballerosa de hablar, algunos de sus modismos, en fin, era como si estuviera viendo una versión un poco más joven de él.
O quizá solo era que me lo estaba imaginando.
Sí, eso debía ser.
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Después de haberme cambiado y terminado todo lo que Felipe me había llevado de comer, bajé por fin para encontrarme de nuevo a la abuela sentada en la misma mecedora que cuando llegué al principio del día.
Y yo podría parecer una bruja para ella sin llevar mucho de lo que usualmente lleva una bruja con ella, pero esa señora... sentada en esa vieja mecedora, parecía más bruja que yo. En realidad he conocido a algunas hechiceras y brujas en la historia que se caracterizaban por estar siempre sentadas en esas viejas sillas tejidas.
Tal vez has escuchado hablar de ellas, las tejedoras.
Giré mi cabeza a todos lados.
Pero no vi a Felipe por ninguna parte, incluso fui a asomarme en el pequeño escritorio en el que me registre unas horas antes, pero no había nadie más ahí, además de la abuela, a quién, si considere preguntarle, pero esa señora me intimidaba con tan solo verme. Así que mejor me lo pensé mejor y decidí salir a buscarlo fuera del lugar.
Pero antes de irme, vi pegado al libro de registros un pequeño papel.
"Lo siento señorita no pude quedarme mucho más tiempo a esperar a que bajará para darle la dirección de mi amigo, pero le he llamado y ha quedado de pasar por usted para llevarla a pasear. Se llama Taron y es mi primo. Él la llevará a donde le diga mientras esté aquí, será su guía de turistas. Espero que se la pase muy bien con él, yo tuve que salir a hacer unos encargos con mi madre, para la hostelería. La veo en la noche...
Felipe".
Y tan solo unos segundos después, y como estoy segura que diría Felipe por arte de magia llegó su primo.
Estaciono una vieja camioneta de color verde en la entrada de la hostelería y saludo con la mano en dirección de la puerta de la casa, cuando me giré un poco pude darme cuenta de que aquel saludo no iba dirigido hacia mí.
—Hola abuela —él hombre saludo a la pequeña anciana en la mecedora primero, quien ni siquiera le prestó la más mínima atención y luego volteo donde yo estaba con una gran sonrisa que bien podría haber derretido todo el Polo Norte si aún existiera como lo conocía yo— y usted debe ser la Señorita Luna.
Hace un par de siglos caí por un hombre moreno y perfecto como este, de hoyuelos dibujados en cada lado de la boca y de, seguramente, pectorales cincelados en su abdomen.
Y no, no tengo que ver dentro de ninguna camisa de franela a cuadros, la cual lleva él ahora mismo, para averiguar ese pequeño detalle.
—Señorita Queen. —Le dije un tanto dura.
—Correcto, señorita Queen... —Él me tendió su mano para estrecharla— Soy Taron, su guía de turistas, venga conmigo, por favor. —El hombre se apresuró un poco a salir del lugar y yo me fui tras él.
—¿A dónde vamos a ir primero?
—Bueno tengo planeado un recorrido bastante extenso.
El hombre se alejo de la camioneta, caminamos por un pequeño camino de tierra y cuando este término no había nada más a nuestro lado más que otro camino separado del otro por una sola línea horizontal.
Supongo que alguna persona marcó esa línea ahí para demarcar un límite o algo así.
—¿A dónde me llevas?
—Vamos a tomar nuestro medio de transporte. No queda muy lejos.
Pero por supuesto que eso me confundió, pero no dije nada, solo me moví detrás de él, por un lado de las líneas verticales y borrosas de ese camino de tierra y paja por el que veníamos anteriormente. En realidad no veía mucho del camino por delante, solo del que me quedaba a los lados y del que estaba por debajo de mis propios pies.
Porque aquel extraño primo de Felipe cubría con su amplia espalda todo mi panorama principal.
Casi como si me estuviera tratando de negar algo o de lograr que no viera nada. Me recordaba a la actitud protectora de otra creatura de la noche. Los guardianes.
Estaba tan metida en mis pensamientos que no note cuando el primo de Felipe se detuvo y mi cabeza fue a chocar con su espalda.
—¿Todo bien ahí atrás?
—Sí —contesté segura. Cuando se hizo a un lado lo primero que vi fue más camino como el que ya transitábamos y luego un bello paisaje frente a mis ojos.
Y no muy lejos, una gran roca donde descansaban dos bicicletas aparcadas en el frente del lugar y detrás nada más.
—¿No pensarás que vamos a ir en bicicleta a todos lados?
—Sí —dijo el hombre—, sí, creo que haremos eso.
Bajé la mirada a mí atuendo elegido para pasear. Llevaba una chaqueta de mezclilla, tenis converse de color rosado, calcetines blancos con holanes y un vestido corto hasta la rodilla con vuelo ligero y estampado de fresitas de color rojo por todos lados.
De ninguna manera...
—Pero llevo vestido, no puedo subirme a esa cosa —le dije, molesta.
—No es con ánimo de ofender, pero ¿por qué no puedes ir con vestido en una bicicleta?
—Creo que eso es más que obvio. —El hombre me observo, de arriba a abajo unos segundos y luego añadió.
—Yo no le veo el problema, la verdad.
Maldito natural inmundo, espero que te pudras en el infierno de los mortales por el resto de tu vida, quemándote mientras le pides a tu Dios que te salve...
—¿Ah sí? Es realmente increíble que no lo puedas ver.
Oh... no. Aquí va a arder Troya.
—Tienes razón, no le veo el problema —dijo el hombre— solo tienes que subir a la bicicleta con mucho cuidado y ya.
Dios, mi magia comienza a agitarse mucho ahora, puedo sentir chispas salir de las puntas de mis dedos.
Para muchos humanos, chispas tan diminutas como estas pasan verdaderamente imperceptibles, por eso es que muchos humanos no notan cuando una creatura mágica a su lado hace un encantamiento, aunque este sea muy sencillo de hacer y luego están los otros.
Aquellos que sienten estas cosas, pero ni así pueden verlas. Solo las sientes de una manera en que creen que podrían estar ahí, todos sus sentidos se ponen en alerta y es esa pequeña parte mágica dentro de ellos, la que a menudo, compartimos y la que nos da nuestra misma humanidad a los seres sobre naturales, la que lo complica a la larga.
Por eso no podemos estar demasiado tiempo rodeados de humanos, ni saliendo con ellos, ni siendo amigos, porque si tienes suerte te encuentras a lado de un humano muy estúpido como amigo y si no...
Bueno, ¿recuerdan las persecuciones de brujas de Salem?
—Por eso es que no hablo nunca con hombres —dije casi en silencio.
Y menos con naturales, como tú.
—¿Dijiste algo?
Tomó dos respiraciones más y la magia se estabiliza.
Ya saben, tanto como se pueda.
—Nada, solo llévame a pasear.
—Como usted ordene señorita —me guiño el ojo y se montó en su bicicleta.
Lo odio. Es todo lo que diré por el momento.
Una de las muchas razones por las cuales ya no salgo con nadie.
Vaya, ni en plan de amigos, es porque es desgastante. Puedes pensar que porque he vivido demasiadas eras y décadas, podré haber visto como el juego de la seducción comenzó.
Y sí.
Y no.
Porque es cansado, es frustrante.
Ver cómo ha llegado a líneas banas de conquista solo para ser un número más en la conquista del fin de semana de un hombre o una mujer más. Una más en la cama, uno más en el bolsillo.
Claro, también vi como la poesía fue usada vilmente por escritores, asesinos y por reyes para llevar a más de una docena de doncellas a la cama en la antigüedad.
Ahora que lo pienso, no mucho ha cambiado realmente, reafirmando mi teoría de que estoy mejor así.
Y regresando al momento... debo decir que montar en bicicleta por el pueblo no es tan malo como pensé que iba a ser. Solo tuve que acomodar muy bien mi vestido para que no se volará por todas partes mientras trataba de manejar, y listo.
La verdad es que era bastante impresionante el recorrido, sobre todo por la vista.
No voy a mentirles, era impresionante.
Y tenía tantas ganas de detenerme a tomar un millar de fotografías para no perderme ningún tono, destello o si quiera quería cerrar los ojos. Quería dejar todo esto en mi memoria, aunque sabía que podría vivir lo suficiente como para ver este momento una y otra vez, aún así, no quería perderme nada.
Estaba tan absorta en el momento que ni siquiera me di cuenta de que el hombre a mi lado se giro y me ahora me miraba con mucha atención.
Pero lejos de molestarme, me sentí bien, en calma, y era porque no iba a permitir que nada ni nadie me arrebataran la sensación tan poco familiar que estaba naciendo dentro de mí.
Pero como todo, tenía que terminar en algún momento.
Taron me hizo señas para que paráramos más adelante, cerca de un camino de piedra.
—Te la estabas pasando muy bien, ¿verdad?
—Sí —él seguía sonriéndome— si quieres que admita que se puede andar en bicicleta con vestido, no lo haré.
—No esperaba menos de usted —dijo él.
—Dime Luna —le dije bajándome de la bici.
—Dime Taron —respondió él.
Y puede ser mi imaginación, pero con esa breve presentación e intercambio de sonrisas sentí como si una barrera se hubiese caído ante mis ojos.
—Y dime ¿qué es lo que vamos a hacer por aquí?
—Pues te diré Luna... un poco más adelante está el famoso mercado de Ravena, pensé que te gustaría dar una vuelta a pie por ahí.
—Bien pensado, pero solo para que quede claro, donde hay un mercado, hay comida, ¿cierto?
—Cierto. —Dijo él— ¿Por qué? ¿Tienes hambre?
—No mucho pero siempre me gusta tener algo conmigo por si a caso.
—Así que eres una chica de buen comer, entonces...
—Se podría decir que sí. —Dije zigzagueando un poco con mi caminar.
Bajé la cabeza, avergonzada por aquella repentina confesión de mi parte. No suelo bajar nunca mis defensas y están puestas ahí por una buena razón.
Así que debería de hacer todo de aquí en delante para honrar eso.
—Dime algo más de ti —dijo él caminando detrás de mí.
No me esperaba eso, me detuve en seco.
Los hombres con los que normalmente trato siempre actúan como si me conocieran, pero la realidad es que ninguno de ellos se había tomado si quiera la molestia de preguntarme algo para conocerme mejor.
—¿Cómo que te gustaría saber? —Le dije dispuesta a intrigarlo un poco más.
—No lo sé, ¿quizás de dónde vienes...?
—De Estados Unidos.
—Americana, ¿he? —Él sonrió.
—Italiano, ¿he? —Le dije tratando de imitar un poco su acento.
—En realidad parisino, dime algo más.
Parisino... como...
Él...
—Me gustan las fresas y en realidad soy inglesa, es donde nací.
—Vaya, pues tengo suerte supongo, porque en este mercado venden las mejores del mundo. —Me dijo indicándome el lugar para encontrarlas.
—Eso lo juzgaré yo.
—Cierto. Ven, es por aquí. —Dijo él guiándome hacia una pequeña vereda— sabes ya sé tu nombre, de dónde vienes y la fruta que te gusta, pero hay algo que en verdad me gustaría saber ahora mismo.
—¿Qué es?
—¿Por qué estás aquí? ¿De qué quieres escapar? —Mi rostro debió mostrar algo que yo no quería porque él añadió algo más— ¿O de quién?
No, nadie va a atraparme de nuevo.
No a mí.
—No es nada de eso —solté rápidamente— solo son unas pequeñas vacaciones espontáneas.
—Honestamente no te creo, porque no se te escucha muy convencida de eso.
—Pues ese es tu problema, ¿no crees? —Grité— además no sé porque me preguntas estas cosas si solo te contrate para ser mi guía de turistas, no para ser mi dama de compañía.
—Tú no me contrataste, lo hizo mi primo por medio del hotel como un favor para... —Entonces él de detuvo, guardo silencio absoluto y me dejo con la duda de que era aquello que lo estaba atormentando— olvídalo, no vale la pena mencionarlo, sigamos con el recorrido.
Al segundo de darme cuenta, quise disculparme. Era obvio ahora para mí, que había dos corazones rotos en este escenario caminando de la mano juntos, sin darnos cuenta.
—Vine porque necesitaba estar sola, la vida que llevo me asfixia —no es que esperara que me contestará, en realidad pensé que no lo había hecho.
Hasta que su respuesta siguiente me dejó helada.
—Mi primo, mi familia... ellos, tratan de ayudarme a salir de mi depresión por haber perdido a mí prometida el año pasado.
No supe que decir, mi fuerte nunca han sido las palabras de aliento.
No sabía qué hacer, así que solté lo primero que se me vino a la mente esperando, deseando, no lastimar más su herida.
—Lo siento, sé que no la conocía, pero sí sé que es perder a una persona que amas mucho, una que siempre quisiste que se quedará más tiempo —puse su mano en su hombro derecho y seguí hablando— una persona que quisieras que se quedará un día más.
Él me observó como si no pudiera creer lo que le estaba diciendo. Parece que no soy el único que tiene barreras para protegerse de los demás.
Así que saque la prueba contundente de ello. Siempre la llevaba conmigo.
—Pocos saben esto de mí, así que apreciaría que así lo dejarás —le dije quitándome el dije que siempre llevaba rodeando mi cuello como una parte más de mí, casi convirtiéndose en un órgano más, uno que necesitaba para vivir. Era un relicario, dentro la fotografía del gran amor de mi vida—. Se llamaba Leonardo, y nosotros nos conocimos en París, ya sabes la ciudad del amor, nos casamos y al poco tiempo me embarace.
Tuve que usar un breve encantamiento para evitar que la fotografía se viera demasiado vieja, pero valió la pena cuando vi los ojos de aquel hombre iluminarse por la confesión y el dolor que ahora compartíamos.
—¿Qué paso? —Pregunto él genuinamente interesado.
—Murió en un accidente en una de las construcciones que supervisaba.
—¿Y él bebé?
—No sobrevivió. —Le dije sin una gota de sentimiento en mi voz.
—Lo siento, debió de haber sido difícil para ti. —Dijo él.
Lo que él no sabía era que no había sido difícil, había sido imposible si quiera seguir viviendo.
Esa es la razón por la cual nunca iba a París. La principal, claro.
Pero la más importante es porque todo ser humano alguna vez quiere más cuando la persona que ama está a su lado, pero yo... soy inmortal, no importa lo que haga o cuanto lo intenté, viviré por siempre...
No le puedes pedir a nadie que dure para siempre cuando es un simple mortal.
—Oye, ¿qué dices si vamos por esas fresas?
Yo solo asentí ante eso.
—Vamos.
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