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CAPÍTULO 4: Descendientes de Baldr: Segunda Prueba, El Draupnir

Los herederos son trasladados por el Byfrost hacia Jotunheim - Reino de los gigantes, el uso de este mundo para la prueba a continuación se debe al caos divino que existe en él. En este reino pueden pasar una diversidad de cosas que se te muestran a la vista de una manera, pero finalmente, nada es lo que parece.

Jotunheim se caracteriza por ser vasto, pero sombrío, temible y frío; los vientos congelados mantienen la vegetación petrificada y los alrededores son terrenos inhóspitos imposibles de transitar. En estas montañas habitan los gigantes y otros monstruos, pero este no siempre fue su hogar. Luego de la muerte de Ymir (el dios, creador de los gigantes y algunos otros dioses) a manos de los Aesir, casi todos los gigantes murieron ahogados en su sangre y solo los dos que se salvaron llegaron a ese mundo para poblarlo.

La tarea para esta prueba reside en desplegar las habilidades mágicas que ya ha pulido cada heredero a lo largo de estos años. Como requisito primordial del éxito de los contendientes, no tienen que ser percibidos por los Jotnar ni revelar su presencia. Caso contrario podría empezar una sangrienta batalla para la que ellos no están preparados; puesto que han ido sin ejército. A pesar de que han estudiado todo sobre los reinos de Yggdrasil, el viajar realmente a uno de ellos causó conmoción en todos.

Este grupo de herederos son los últimos en tomar la prueba, puesto que la primera la habían realizado los cuatro equipos al mismo tiempo; en campos ambientados especialmente para llevarla a cabo. Sin embargo, ahora les ha tocado por turnos, porque al visitar el verdadero reino, no es posible trasladar a todos al mismo tiempo y mantenerlos ahí sin crear cierto revuelo. Se puede poner en riesgo la armonía que existe hasta la fecha y la integridad física de los jóvenes. Por demás, se sabe que los Jotnar son enemigos acérrimos de los Aesir y los humanos, y que anhelan su destrucción.

Ni bien ponen un pie en ese lugar, el frío les congela hasta los huesos, a pesar de estar totalmente cubiertos por sus abrigos de piel. El invierno del mundo que habitan no se compara con lo que están experimentando. Los herederos de esta casa están conformados por dos chicas y un muchacho. Lo primero que deben hacer es conjurar runas para ocultar su posición y rastrear el lugar donde está escondido el pequeño recipiente con el Eitr.

Antes de ser transportados, las indicaciones que han recibido son que en tres montañas distintas, de procedencia desconocida, encontrarán una cueva, y dentro de ella un castillo de Jotun totalmente abandonado. Por lo tanto, saben que en cada uno se ha colocado el frasco que les corresponde, el cual está sellado con un enigma, escrito en runa antigua, que debe ser resuelto. Cada castillo se mantiene oculto a la vista de los Jotnar; y de ellos depende mantenerlo de esa forma.

La primera en dibujar las runas para el conjuro localizador de materia es Eeva, cuyo nombre significa vida, ella es quien ganó la primera prueba; demostrando perseverancia y astucia. Se trata de una atractiva guerrera divina, su estatura promedia los 1.75 m, es de complexión delgada y tonificada; lo que le brinda una notable agilidad. Tiene unos enigmáticos ojos verde esmeralda y el cabello le llega hasta la cintura, es de un color casi blanco con ondas de medios a puntas. Siempre resalta por su aptitud para la magia, inteligencia, suspicacia, personalidad asertiva y una insuperable velocidad para superar los retos físicos. Su ropa de batalla consta de un pantalón naranja ladrillo, color de su casa, botas obscuras, grebas, muñequeras, peto y hombrera forjados en oro negro. Dos correas cruzadas a la altura del pecho, colgando del cinturón está enroscada Gleipnir (una soga fina como la seda pero resistente como el acero Aesir) y en la hebilla lleva esculpido el escudo de su familia. Sobre sus hombros un grueso abrigo de pelaje de oso. Ella logra ubicar su castillo y se pierde, rápidamente, entre las ráfagas de roca congelada.

Mientras tanto, el único chico de este grupo, Kolbein, cuyo nombre significa hacha de serpiente; es el segundo en descifrar el lugar exacto donde se ubica su montaña. Su 1.80 m de estatura está cubierto por una pesada capa con capucha, hecha con pelaje de lobo gris que cuelga de sus hombreras. Su vestimenta de batalla consiste en un pantalón cobalto, el color de su casa y botas negras. El torso, hombreras, brazeras y grebas son forjadas en plata, y sobre el pectoral izquierdo el escudo de su familia. Lleva una correa cruzada en el pecho para sostener la funda de Dainslief, la espada que nunca falla su objetivo, cobra una vida cada que es desenvainada y todos sus cortes o estocadas son letales. Siempre exuda un aura divina muy envolvente, posee una estructura corporal atlética y fuerte, que es ideal durante campañas extenuantes. El color miel de sus ojos combina con su cabello castaño, no tan corto y ligeramente despeinado. Su nivel de magia es elevado y solo es superado por la destreza con la espada, es tenaz, perspicaz, justo y extremadamente valiente. Hincado sobre una rodilla, traza en la roca congelada la escritura de unas runas que le ayuden a conjurar la esencia del Eitr para llegar, directamente, al interior del castillo. Sin inmutarse voltea, le sonríe a la que queda y desaparece en el viento.

La última heredera en descubrir la ubicación es Ailana, cuyo nombre significa portadora de la luz. Su punto débil, aunque le cueste reconocerlo, son las runas; sin embargo, se caracteriza por ser energética, un poquito perfeccionista, muy habladora, feroz en la pelea, sabia y recta, su capacidad para la hechicería es impresionante. Lo que no se compara con su estatura, pues mide unos 1.70 m, eso la convierte en la más pequeña de todos los herederos de las cuatro casas. El rostro se enmarca por el cabello liso, largo solo hasta debajo de la mandíbula, y su brillante color cobre. Ataviada para la batalla con un pantalón granate, el color de su casa y botas oscuras. Por armadura usa peto, hombreras, brazeras y grebas forjadas en oro macizo. Dos correas cruzadas en el pecho sostienen un arco y la aljaba de sus flechas, ambos modificados mágicamente con runas para no romperse uno ni acabarse las otras. Va encapuchada con un enorme abrigo hecho con pelaje de lobo blanco. Siente como el frío le está calando sin piedad, pero al fin se concentra en crear un conjuro localizador de magia que la lleva de forma inmediata a las puertas del castillo.

Ya pasó la primera parte y cada uno alcanza cierto punto de su meta. La tarea consiste en hacer uso de sus facultades divinas para percibir el poder destructivo del Eitr, claro está que si son lo suficientemente acertadas, los guiarán al punto exacto. De esta manera se permitirán resolver de manera rápida los enigmas; por lo que desde el primer momento se pone a prueba la verdadera conexión divina con sus ancestros y las inigualables reliquias.

Vemos a Eeva encontrar la cueva donde está su castillo, pero al llegar no puede entender el enigma a la entrada. Lo que la hace retrasar considerablemente. Siente el frío y divaga hacia pensamientos de verano; le está costando concentrarse. Por su parte, Ailana, que salió de última, está frente al castillo, en su interminable pelea por obtener una traducción fiel para desentrañar el enigma. La consuela que dentro de la cueva está haciendo un porcentaje menor de frío, y piensa en cómo estarán los demás. Recuerda a Kolbein, su sonrisa no puede significar otra cosa. Lo ha logrado, pero aún no ha tomado el Eitr en su poder, porque todos siguen en la contienda, si lo tuviera estarían regresando al internado. Se sienta y se vuelve a parar de inmediato, se le ha congelado hasta la raíz del cabello; fue una mala decisión.

Mientras tanto, Kolbein, como lo sospechó Ailana, ha llegado bastante cerca del Eitr; es más, lo puede ver y hasta tocar. La única dificultad de todo eso, es que ha quedado atrapado en el espeso mar de bruma en el que flota el Eitr; en definitiva, ha cometido un ligero error de cálculo. Alguna de sus runas tenía una traducción no literal que lo llevó a ser capturado por el aura protectora que contenía al Eitr y, por lo tanto, quedó encerrado en ella. Sabe que el aire se le acabará en unos minutos más, así que debe calmarse para pensar en resolver el enigma, en el que se ha metido a sí mismo.

Volviendo a Eeva, ya ha resuelto los dos enigmas y está frente a la puerta de la cámara donde se encuentra el Eitr, lo puede sentir en su interior; es la paradoja de la creación a base de maldad pura. Eso mismo, Ailana agachada en cuclillas, escribe en la roca congelada del piso una solución al enigma que le permite entrar hasta el ambiente donde se encuentra el Eitr. La conexión con ese reino plagado de seres malvados originados por la sustancia; esa es la respuesta.

De igual forma, Kolbein, con los ojos cerrados, se hunde en lo más profundo de sus pensamientos y busca sus propios resultados. Ahí, en la bruma, empieza a sentir el nexo entre la sustancia y los seres de ese mundo. Incluso experimenta una especie de proyección astral en la que viaja al nacimiento de su linaje maligno y cruel, el gigante Ymir. Entonces lo sabe, siente que le toman de la mano y puede dibujar las formas de las runas en ese denso espacio. Estas se encienden dejando una estela brillante. De pronto, la bruma toma los colores de la aurora boreal y lentamente deposita a Kolbein en el suelo, liberando el frasco de Eitr en la palma de su mano. Sonríe para sí mismo con complacencia.

Kolbein es el ganador, por lo que todos son transportados hacia el punto donde el byfrost los debe recoger, pero al llegar, este no se abre. En ese preciso instante, a lo lejos, se escucha un grito de guerra que reverbera en las montañas y en cada esquina del planeta. Entonces, cada uno toma su arma y posición de batalla, Kolbein pone la mano en la empuñadura de Dainslief, sabe que si la desenfunda tiene que matar, pero les han advertido sobre iniciar una batalla; no lo tienen permitido.

Todos se miran y aunque están abrigados copiosamente, la poca costumbre al frío de Jotumheim les hace castañetear un poco los dientes. Miran alrededor, y ven una figura de un lobo gigante bajando por la ladera de la montaña, se miran entre ellos nuevamente y toman posición, pero ahora no se ve nada, es muy extraño; están seguros de que han oído un grito y han visto a ese lobo gigante.

Entonces, a lo lejos, se divisan grandes sombras que se ven como si una avalancha estuviera bajando por la montaña. Los tres miran aguzando la vista entre las sombras y el gélido viento que les golpea la cara. Finalmente, es Eeva quien reconoce a los Jotnar que bajan corriendo hacia la falda de la montaña, mientras más se acercan, sienten el temblor en la tierra. Los tres se miran un poco ansiosos, pues no esperan una batalla; sin embargo, la interrogante es cada vez más clara en sus rostros.

-¿Qué está sucediendo? -pregunta Ailana, mientras no decide hacia donde apuntar; están rodeados.

-¿Y por qué? Se supone que ya terminó la prueba, el byfrost debía recogernos hace mucho-. menciona Eeve.

-No lo sé -responde Kolbein calmado -, estoy seguro de que hay algo o alguien detrás de todo esto, y también tengo la certeza de haber escuchado ese grito que ha convocado a esos Jotnar-. Las chicas asienten, ellas han oído lo mismo. Todos empiezan a moverse para cubrirse.

Es evidente que eso no forma parte de la prueba, por lo que alguien los ha llevado a ese punto. Se miran, cierran la formación y solo se escucha: ¡Que nos reciban en el Valhalla, hermanos! En esos últimos segundos, ya casi con los gigantes encima, el byfrost se abre llevándolos de regreso. Incluso un brazo de gigante empuñando una daga cae junto con ellos, en el campo donde los esperan los que ya pasaron la prueba. Varios retroceden cautelosos, la sorpresa no demora en llenar la boca de todos los presentes con sonidos de asombro.

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