Capítulo dos: confianza quebrantada.
Riki estaba en el salón de clases que se le asignó como camerino; los nervios se instalaban en su estómago como un torbellino. El sonido del murmullo del público le llegaba como un eco distante, mientras su corazón latía con fuerza. Había ensayado su coreografía una y otra vez, cada movimiento impregnado de horas de esfuerzo y dedicación. Todo para este momento, para el show de talentos que había estado esperando con ansias. Incluso había hablado con su papá, quien le dijo que estaría orgulloso al verlo bailar.
Miró su reflejo en el vidrio de la ventana. Su camiseta blanca y sus pantalones oscuros estaban impecables, pero algo no se sentía bien. Sacó su teléfono del bolsillo, incapaz de evitarlo, y observó la pantalla. Sin nuevas notificaciones. Sin mensaje de su padre. No era la primera vez que rompía una promesa, pero sí la primera en la que no cumplía con verlo bailar.
—¿Dónde estás? —murmuró, la voz apenas un susurro. La risa del público y los aplausos resonaban más cerca, pero para Riki, el ruido solo aumentaba su ansiedad. Recordó todas las veces que su padre lo había animado a seguir sus sueños, cómo sus ojos brillaban de orgullo cada vez que bailaba. Pero hoy, algo había fallado, y esperaba que la justificación de su padre fuera buena o que llegara de último momento.
Las manos de Riki temblaban, y de repente, el nudo en su garganta se volvió insoportable. No, no podía hacer esto sin él. La luz del escenario no brillaba igual sin su padre ahí para verlo. Decidió que no podría presentarse solo. La coreografía que había creado, la música que había elegido con tanto cuidado, ya no valían la pena.
Se pegó a la pared y se deslizó hasta abrazar sus piernas y ponerse a llorar. Dos personas entraron al salón buscándolo, ya que debía estar en la fila para finalizar el show. Sunoo y Jungwon lo encontraron sentado en un rincón, sus ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué pasa, Riki? —preguntó Sunoo, inclinándose para ver el dolor en su rostro.
—Revisé el recinto muchas veces y papá aún no llega. Ni siquiera invité a mi papi, y ahora no hay nadie —sollozó más fuerte.
Jungwon, con una mirada seria, se dio cuenta de que no podían dejarlo solo en ese momento difícil. Salió del aula y le marcó a Heeseung.
Heeseung aceleró el motor de su coche, los neumáticos chirriando levemente al tomar la curva hacia la escuela de su hermano. Estaba en clases cuando recibió la llamada de Jungwon avisándole del mal estado en el que estaba Riki. No dudó en recoger sus cosas e irse inmediatamente.
A medida que se acercaba al estacionamiento, su mente se llenaba de imágenes del posible estado de su hermano. Se estacionó bruscamente y, casi sin esperar a que el motor se apagara, salió del coche, su rostro cargado de prisa. Corrió hacia la entrada, cada segundo contaba, y la adrenalina lo impulsaba mientras se dirigía al aula en la que sabía que encontraría a su hermano.
Sunoo lo abrazaba mientras Riki lloraba desconsolado, y Jungwon le pasaba pañuelos para que se limpiara la nariz. Aunque estaba destrozado, estaba bien físicamente y tenía compañía. Heeseung decidió que podría salir unos minutos a fumar un cigarrillo y marcarle a su papi.
En la residencia Lee, Jisung se apresuraba a terminar de preparar unos filetes al jerez, acompañados de un puré de zanahorias, para celebrar la ocasión especial de su hijo menor. Tarareaba una canción que había escuchado en la mañana en la radio. Su teléfono comenzó a sonar, pero cuando lo encontró, la llamada ya había terminado. Estaba por revisar el identificador cuando entró otra llamada.
—Papi —sonó la calmada voz de su primogénito al otro lado de la línea.
—Dime, cariño —preguntó extrañado—. ¿No estás en clases?, ¿pasa algo?
—Yo estoy bien, pero Riki no lo está.
—¿Qué le pasó a tu hermano? No me asustes.
—Tranquilo, pa. Jungwon me llamó. Riki está inconsolable; dice que no va a cerrar el show. Sunoo está intentando consolarlo, pero no parece funcionar.
—¿Por qué?, ¿y tu padre?
—Ese es el problema. Papá no llegó a la presentación.
—Debe haberlo olvidado. Gracias, pequeño. Debo colgar.
Heeseung murmuró un leve "adiós" y colgó. Jisung se apresuró a tapar la comida, ponerse las gafas, tomar las llaves de la camioneta, cerrar la puerta y dirigirse a la escuela. Cerró la puerta con seguro, subió a su vehículo y condujo lo más rápido que pudo a la secundaria de su hijo. En menos de quince minutos ya estaba aparcando en la escuela. Se estacionó mal y corrió dentro del teatro. Para su sorpresa, Heeseung también estaba entrando al recinto. Tomándolo del cuello de la camisa, lo jaló levemente.
—¿Qué haces aquí? —le susurró a su hijo—. ¿No deberías estar en clase?
—Me escapé —respondió, encogiéndose de hombros con indiferencia.
Jisung estaba a punto de regañarlo, pero recordó que lo hacía por una buena causa. Caminaron hacia donde Heeseung sabía que estaba su hermanito. Ni-ki estaba en un aula, hecho un ovillo en el suelo, con los ojos hinchados de tanto llorar. Ahora solo salían pequeños hipidos de su cuerpo, mientras Sunoo acariciaba su espalda, tratando de consolarlo. Jisung se arrodilló y abrazó a su hijo, quien instantáneamente abrió los brazos para corresponderle.
Jisung liberó su aroma para tranquilizar a su pequeño.
—Bebé, sé que tu papá no vino hoy, pero eso no significa que no tengas que mostrar lo que eres capaz de hacer. Yo estoy aquí, y créeme, estoy muy orgulloso de ti, sin importar qué —le dijo en un tono suave.
—Él prometió venir, papi —sollozó Ni-ki.
—Lo sé, y sé lo mucho que significaba para ti que viniera, porque amas bailar. Pero lo importante es que te diviertas y disfrutes el momento. Este es tu momento para brillar. No soy Minho, pero Heeseung y yo estaremos ahí para verte. ¡Vamos, muéstralo que tienes! —insistió Jisung, besando la frente del pequeño.
Finalmente, el corazón de Riki comenzó a latir más rápido, pero de emoción. Recordando todas las horas que había dedicado a practicar, se levantó, tomó aire y asintió con una sonrisa decidida.
—Está bien, lo haré —dijo.
Con la adrenalina recorriendo su cuerpo, se dirigió al escenario, sabiendo que, con Jisung apoyándolo, ya había ganado la batalla más importante: la confianza en sí mismo.
Una profesora anunció el acto final, todos aplaudieron y las luces se apagaron, dejando solo una en el centro del escenario. El más pequeño de los Lee's entró, consumido por los nervios. Miró directamente hacia los asientos, encontrándose con su papi y hermano gritando su nombre con entusiasmo. Respiró profundamente. Las primeras notas de *Bad Guy* resonaron, y sus movimientos se sincronizaban perfectamente con la canción. Por un momento, olvidó todos sus pesares y se dejó llevar por la música. Desde el escenario, la mirada orgullosa de Jisung lo llenaba de confianza.
Tras la culminación del show de talentos, una media hora después, los tres llegaron a la casa, sin percatarse del BMW negro aparcado afuera. Lo único que salía de las bocas de los dos mayores eran halagos para el pequeño. Un Minho sonriente salió de la cocina, con la camisa arremangada, habiendo lavado los platos en los que había comido.
—Oigan, ¿dónde estaban? —preguntó en tono de broma—. Tuve que comer solito.
La sonrisa de Riki se desvaneció al instante al ver a su padre. Lágrimas doloridas comenzaron a salir de sus pequeños ojos y corrió a su habitación, seguido por Heeseung, quien intentaba consolarlo.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué está llorando Ni-ki?
—Lee Minho, ¿sabes qué día es hoy? —preguntó Jisung, cruzando los brazos con evidente enojo.
[Dijo nuestro nombre completo, estamos en problemas], gritó el lobo del alfa.
—¿Viernes, bebé? —preguntó temeroso.
—Alfa, bobo —suspiró frustrado—. ¿Recuerdas la presentación de la que Riki te ha estado hablando los últimos tres meses?
—Claro, no me la pienso perder por nada del mundo —sonrió orgulloso.
—Fue hoy, Minho —dijo Jisung, con rabia contenida.
—No puede ser, lo tengo anotado, es el seis de agosto —revisó su móvil para asegurarse de la fecha—. ¡Mierda, Sunnie! ¿Cómo está mi bebé?
—¿Ahora te importa? No lo sé, puedes ir a preguntárselo tú mismo. Ya sabes dónde está su habitación.
Minho asintió, entendiendo la amenaza silenciosa que le proporcionaba su marido. Estaba a punto de subir las escaleras cuando, de repente, sonó su alarma, recordándole que debía regresar a la oficina. Sintió cómo una mezcla de indignación y culpa lo invadía, pero tenía una reunión importante y, con una mirada resignada, se volvió hacia Jisung, quien lo miró mal.
—Lo siento, tengo que irme —confesó Minho, su voz cargada de frustración. Se apresuró a la puerta y salió.
Jisung frunció el ceño mientras escuchaba el sonido de la puerta cerrarse. Minho había optado por sumergirse en su trabajo una vez más, dejando a su hijo menor sollozando en su habitación. La frustración burbujeaba en su pecho. ¿Acaso el trabajo era más importante que su pequeña familia?
Entró a la cocina, dispuesto a preparar la cena. Encendió la estufa para dorar unos tomates, cuando el olor a especias y el calor del fogón lo abrumaron. Dio unos pasos más y, de repente, una ligera jaqueca lo hizo tambalear. Se apoyó en la encimera, sintiéndose mareado.
—¿Por qué me siento así si tomé la medicina a tiempo? —murmuró para sí mismo, luchando contra el malestar mientras su cabeza giraba.
La cocina, con su cálido aroma familiar, parecía girar también a su alrededor, recordándole que, a pesar de todo, era el hogar que Minho y él habían construido juntos. En ese momento, ya sabía que la prioridad entre sus cuestiones laborales y asuntos familiares era obvia.
Las horas pasaron lentamente. La casa permanecía en un silencio tenso, algo raro en ese hogar. Heeseung estaba en su comedor, sumergido en su proyecto escolar. No se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado hasta que finalmente, a las nueve de la noche, Minho llegó a casa. Como un rayo de esperanza, lo llamó.
—Papá, ¿puedes ayudarme? No tengo la más mínima idea de cómo hacer esta parte.
Minho se agachó a su altura. Sus ojos cansados demostraban lo estresado que se encontraba, pero decidió que debía ayudar a su hijo. Mientras Heeseung compartía cada detalle, explicando con fervor sus ideas y la investigación que había hecho, Minho se dio cuenta de que esos momentos, aunque breves, eran el verdadero tesoro de su día. La conversación fluía entre preguntas y explicaciones.
Cuando vio su reloj, ya había estado una hora ayudando a su hijo. Sabiendo que ya le faltaba poco para acabar, se apresuró a subir las escaleras hasta la puerta que tenía una "N" perfectamente pintada. Él era quien lo necesitaba más. Tocó dos veces. Como no obtuvo respuesta, se aventuró a entrar. Su pequeño hijo estaba envuelto en un nido de cobijas y ropa de Jisung.
—Hijo, ¿puedo pasar? —preguntó en tono dulce.
—Ya estás adentro.
Minho se acercó hasta la cama de Ni-ki, sentándose a su lado. Ni-ki, siguiendo a su padre, se incorporó en la cama, sacando los brazos del nido.
—Mira lo que te traje —dijo Minho, elevando la caja de la PlayStation 5 y agitándola levemente.
—No era necesario —dijo Riki, dolido.
—No fue nada, realmente...
—No, papá, en serio no era necesario —apuntó a una esquina de la habitación—. Nos compraste una a mí y a Heeseung la semana pasada cuando olvidaste que prometiste llevarnos de pesca.
—Sí, bueno, yo... lo siento por eso, también siento no poder asistir hoy a tu presentación. Tengo mucho trabajo y lo olvidé, aunque no te imaginas lo mucho que me arrepentí de no haber estado ahí.
—Está bien, papá —le restó importancia, sin dejar su semblante triste.
—Pero anímate, habrá más presentaciones. En esas sin falta estaré, y yo...
—Papá, no te ofendas, pero creo que esta es la última presentación a la que te invito. Me harté de que siempre prometas cosas que no cumples.
—Solo fue esta vez —la voz de Minho ahora sonaba furiosa.
—Papi odia el fútbol, pero tuvo que aprender a jugar solo para que no nos sintiéramos mal cada vez que prometías enseñarnos y no lo hacías. La semana pasada se quedó viendo tutoriales de cómo pescar para llevarnos porque odia vernos desanimados.
—Hablas como si estuviera ausente todo el tiempo.
—¡Lo estás! —explotó Riki.
—Lee Riki, cuida tu tono —regañó el mayor.
—Bien, lo siento. ¿Puedes salir y cerrar la puerta?
Riki se acostó, volviendo a envolverse en su nido. Minho, molesto, salió de la habitación y fue directamente a su oficina. La discusión lo había afectado, pero aún tenía pendientes. Si no hubiera sido por su estómago, el alfa seguiría encerrado en el sótano. Estaba terminando de comer su sándwich cuando decidió revisar el reloj de la cocina. Este indicaba que pronto serían las cuatro de la mañana. Se demoró más de lo previsto con sus hijos, y se le había hecho muy tarde. Suspiró. Dejando todo su trabajo acumulado, se dirigió a la habitación que compartía con su omega. El calor de este le sería reconfortante para poder dormir.
Al intentar girar la perilla, se percató de que estaba con seguro. Maldijo en voz baja. No despertaría a su esposo solo para que le abriera. Molesto, caminó hacia la habitación de huéspedes. Al abrirla, se topó con una gran manta, colocada para que no pasara frío.
—Ja. Qué considerado.
Hola, por favor comenten que les parecen las mejoras, me ayudaría mucho, porque si soy sincera estoy super nerviosa, es como "¡Mierda!, ¿como hago que los personajes tengan más profundidad sin perder la esencia chistosa de la novela?" estos dos primeros capítulos corregidos tienen de todo menos comedia, espero no cagarla, porque en sí LQED es una comedia. Deséenme suerte.
Besitos en la cola.
Caslik <3
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