Veo cómo mamá se pone un vestido precioso, largo, de color rojo, y comienza a pintarse sus hermosos ojos marrones, mientras yo me encuentro escondida tras la puerta de su armario. Pero ella me nota justo cuando se iba a colocar el rímel y me sonríe.

—Creo que hay una intrusa en mi armario —se toca la barbilla y levanta una ceja—. ¿Será mi ratoncita? —me río sin poder evitarlo.

—No, aquí no hay nadie —contesto con mi voz de cinco años. Escucho a mi mamá soltar una carcajada hasta que siento que me agarran de la cintura y pego un grito.

—Sí que eres una ratoncita muy escurridiza —dice papá haciéndome cosquillas.

—Papá, para, jajajaja, no puedo más —digo retorciéndome en sus brazos.

—Pequeña, ¿aún no estás vestida? —mira su reloj en su muñeca—. Llegaremos tarde, vamos a ponerte tu vestido.

—Pero mami, no quiero ir —le digo haciendo un puchero y cruzándome de brazos.

—Mi amor, ¿no quieres acompañar a mami? —me dice haciendo un puchero y yo ruedo los ojos—. Dale, princesa, acompaña a mami, iremos vestidas igualitas —sonríe con amor.

—Está bien —digo rendida a ella—. Pero Ian tiene que llevarme a caballito, sino, no voy —digo levantando mis brazos.

—Eres una consentida —dice mi hermano cargándome en su hombro, mientras me río de él—. Te llevaré cargada, pero vamos a que te cambies de una vez, pequeñaja —dice volteándose. Yo miro a mis papás, saludándolos con la mano, y ellos se ríen negando con la cabeza.

Una vez todos vestidos, emprendemos el viaje a casa del abuelo. Hoy es su cumpleaños y vamos a celebrarlo a lo grande, o bueno, eso siempre dice él cada vez que cumple años.

Me encuentro en el auto mirando a mamá mientras se termina de retocar los labios y le digo que yo también quiero ese bonito color que se ha puesto. Ella voltea y me pone un poco en los míos.

—¿Qué tal? ¿Me veo hermosa, no? —ella se ríe.

—Te ves preciosa, mi amor —dice volteando.

—En realidad, te ves horrible —dice mi hermano para picarme.

—No es cierto —saco la lengua.

—Eres un patito feo —dice machucando mis mejillas.

Le doy un manotazo porque él sabe cuánto odio que me toquen las mejillas, y él me lo devuelve y yo le vuelvo a picar.

—Si me sigues molestando, le diré a mamá que sales con una niña fea de la escuela —amenazo.

—Eso no es cierto.

—¡Sí, lo es! —grito y le tiro mi chocolate que tengo en la mano a su cara. Entonces él viene y me embadurna con él sin piedad.

Mamá, al ver que no paramos, voltea quitándose el cinturón y nos dice que dejemos de pelear. Papá le pide a mamá que se siente y se ponga el cinto, pero mi hermano sigue manchándome con el chocolate y le grito:

—Eres un malo, te odio —digo con mis ojos lagrimeando. Papá me mira por el retrovisor sorprendido.

—Hija, esas no so... —no termino de oírlo, ya que una luz nos ciega los ojos. Siento a mi hermano abrazarme y lo último que sé es que el carro comienza a dar vueltas, muchas vueltas.

Cuando abro los ojos, logro ver a mi abuelo junto a Nana, mi abuela hablando con un doctor. Cuando me ven, corren hacia mí llorando y comienzan a decirme cosas que no logro oír. Solo siento sus brazos alrededor de mí y sus lágrimas en mis mejillas.

Ese fue el día en que perdí mucho.

Dicen que el destino puede ser una puta en todo su esplendor, pero a veces, y solo a veces, nos ayuda un poco. A su manera, claro está.