3 | La pelea - Corregido
Me encuentro subiendo las cajas al departamento con Mia; jamás pensé que traería más de trienta. Esta mujer sí que sabe lo que es mudarse; tiene una caja para todo: ropa interior, polos, casacas cortas, casacas largas, sacos, sandalias... y la lista podría seguir sin fin.
Lo peor de todo no son las estúpidas cajas, sino que ha cambiado toda mi sala. Compró muebles nuevos, un televisor nuevo; en pocas palabras, todo nuevo cuando no era necesario. Pero, como ella me dijo, ahora vivimos juntas, así que tengo que aceptarlo. No me puedo quejar; todo ha quedado muy bonito. Debo admitirlo: esta mujer tiene un excelente gusto. Bueno, no por nada estudia diseño de interiores, así que, como dije, no me quejo.
Estamos subiendo unos ocho baldes de pintura para el departamento. Sé lo que están pensando, y sí, vamos a pintar todo. No hay mejor persona para decorar y arreglar todo que ella. Como mencioné, tiene un gusto exquisito, solo que exagera en algunas cosas, como, por ejemplo, su guardarropa. Es enorme, así que le quitaré una que otra cosa.
— Bueno, Emma, esas fueron las últimas cosas —me hace señas y comienza a buscar en sus pantalones. Saca su celular y, al mirarme, dice—: Emma, alístate; salimos en hora y media hacia la pelea.
La miro agarrarse la cabeza desesperada mientras busca en las cajas qué ponerse hoy.
— Vale, iré a alistarme —le digo, y ella me mira.
— Ponte algo caliente —me dice seria. Opto por rodar los ojos y dirigirme hacia mi cuarto.
Una vez en mi dormitorio, abro mi armario para ver qué ponerme hoy. No soy la mejor escogiendo ropa, pero no quiero desentonar con el lugar, así que comienzo a buscar.
— Si vamos a ir a una pelea, supongo que un poco de negro no vendría nada mal —me digo a mí misma.
Finalmente, escojo un corset negro sin mangas que me regaló Mia, un pantalón de cuero ceñido a mis piernas, un cinturón, botas negras con correas sueltas alrededor de ellas y, finalmente, una casaca blanca de cuero abierta. Me dirijo a la ducha una vez que tengo todo escogido.
— Emma, apúrate; nos falta arreglarnos, así que no te demores mucho —me dice cuando me ve salir del baño, luego de haberme lavado los dientes.
— Ya casi estoy; me falta maquillarme —le digo, mirándola seria—. De paso, me dices qué carajos hacemos en una pelea ilegal.
— No preguntes tanto; verás que te encantará, corazón. Ahora hay que acercarnos al grandulón con los pases —saca de su cartera dos papeles.
Caminamos hasta los grandulones. Una vez frente a ellos, nos miran de pies a cabeza y levantan una ceja.
— A la fila, niña —le dice el grandulón a mi mejor amiga, y creo que metió la pata.
— Mira, mastodonte sin neuronas, ¿tengo cara de hacer fila? No, ¿verdad? Bueno, ahora —le entrega las entradas y el grandulón abre los ojos sorprendido—. Así es, idiota. El que pelea me dio las entradas; ahora me dejas entrar o prefieres que lo llame. —Se cruza de brazos, mientras veo a toda la fila mirándonos.
— No será necesario; pasen, señoritas —se pone al lado para que pasemos.
Cuando entro, veo a todo el mundo tomando alcohol. Huele a cigarro por todos lados, las mujeres están con poca ropa, por no decir nada, y los hombres no dejan de tocarlas.
— ¿Conoces al boxeador? —le pregunto.
— No, jajaja —se ríe—. Conozco al amigo, pero el grandulón no necesitaba saber eso, jaja —sonríe y yo niego con la cabeza. Esta mujer es única. —Me hace señas—. Ven, es por aquí; estamos en primera fila.
Cuando nos sentamos, veo cómo el presentador de la pelea sube al cuadrilátero.
— ¿Cómo están todos hoy? ¿Están emocionados por la pelea? —dice el presentador—. Hoy no será una pelea cualquiera; espero que los señoritos alisten la billetera y las señoritas se ajusten sus faldas, porque hoy tenemos al grande y musculoso Bryan, ¡EL DESTRUCTORRRRRR! Y por el otro lado, con 90 kilos, por el que las mujeres se mueren, con una musculatura perfecta, tenemos a Kyle, ¡EL MOLEDORRRRRR!
Veo cómo suben dos hombres corpulentos. Volteo a ver al público y observo cómo las mujeres se quitan los polos y los tiran al escenario, mientras que los hombres comienzan a hacer apuestas.
Regreso mi mirada al cuadrilátero y me quedo sorprendida al ver a quién tengo frente a mí; es el chico con quien choqué en el pasillo. Nota mi mirada porque gira en mi dirección y no puedo respirar. Vaya, qué cuerpo se maneja; sí, sus padres lo han hecho con mucho amor.
No puedo evitar ponerme roja cuando veo cómo sonríe en mi dirección, y lo peor es que me señala. Puedo leer en sus labios "esto es para ti".
Mi mejor amiga voltea y me mira.
— ¿Lo conoces?
— Es con el que choqué en el pasillo, ¿te acuerdas que te conté?
— Vaya, hubiera querido ser tú chocando en esos pasillos —dice sonriendo.
Volteamos a ver la pelea. Veo cómo Kyle es más determinado; no se apura para lanzar golpes, mientras que el otro no los calcula bien y termina en el aire. De un momento a otro, Kyle lo tiene arrinconado en una esquina, lanzándole golpes en la cara, otro en el estómago, el siguiente en la costilla y, ¡mierda!, el otro en la nariz; ¡se la ha roto!
El árbitro los separa y vuelven a la misma posición inicial, solo que esta vez uno está moribundo, mientras que el otro no tiene ningún rasguño. Veo cómo Kyle esquiva los puñetazos, pone la mirada seria y lanza el último golpe, dejando a su contrincante en el suelo. No puedo evitar llevarme una mano hacia la boca, sorprendida.
El árbitro le levanta la mano como ganador; volteo a ver a mi amiga, y ella está saltando como loca. Vaya, sí que está emocionada. Yo odio ver sangre, y ella salta como si nada. Luego de un rato, la gente comienza a salir del lugar. Mia, por el contrario, me lleva hacia un pasillo, parando frente a una puerta, y comienza a tocarla.
— ¡Hola! —saluda a la persona que nos abre la puerta, quien nos registra de pies a cabeza y termina sonriendo al ver el rostro de mi amiga.
— Pero qué guapa te ves, cariño —dice mientras la mira con amor.
— Lo sé, bebé. Mira, te quiero presentar a mi mejor amiga, Emma —dice señalándome. Él me mira y sonríe.
— No sabes lo mucho que Mia me ha hablado de ti. Gracias por siempre cuidarla; está un poco loca —dice sonriéndome y finalmente dándome un abrazo. No entiendo lo que me dice; solo siento que habla por la vibración de su pecho.
— Cariño, tienes que mirarla para que pueda saber lo que dices —dice Mia, mirándolo a los ojos.
— Mierda, sí, lo siento; qué idiota soy —se toca la cabeza, y no puedo evitar sonreír.
— No pasa nada, jaja; ya te acostumbrarás —parece amable el chico, y no me hace sentir incómoda, así que le sonrío, y él me lo devuelve.
— Pasen, pasen; Kyle se está terminando de alistar —nos abre por completo la puerta, y pasamos.
El lugar no está nada mal; es un camerino. Veo que hay de todo, o sea, lo que necesita un boxeador: una camilla, supongo que para los masajes; un sillón; una nevera; una caja de primeros auxilios y, finalmente, una puerta que supongo que es un baño.
— Por cierto, me llamo Thomas, pero mis amigos me dicen Thomy —me sonríe.
— Un gusto, Thomy —todos voltean a la derecha, hacia la puerta del baño, y veo salir a Kyle, el chico que casi me hace caer en los pasillos. Se detiene al caminar cuando su mirada cae en mí y sonríe con malicia.
— Pero miren a quién tenemos aquí; pero si es la sorda y muda —no puedo evitar quitarle la mirada y mirar hacia mi mejor amiga, porque si lo veo a él, siento que lloraré. No puedo creer que las palabras de un desconocido me afecten, así que decido no contestarle, pero Mia no piensa igual, me doy cuenta cuando su rostro se pone rojo.
— ¡Oye, imbécil! —dice, mirándolo, y Kyle se señala a sí mismo, subiendo una ceja—. ¿Eres tú, idiota, o ves a otro imbécil aquí? —dice, mirando a todos lados.
— Vaya, Thomy, sí que te conseguiste a toda una fierecilla —se cruza de brazos.
— Bro, con ella no —le dice Thomas, serio.
— ¿A qué se debe tu molestia, niña? —le dice a Mia.
— ¿Mi molestia? —dice también cruzándose de brazos y acercándose a él—. A ver, si te enteras, idiota, que mi mejor amiga sea sorda no te da un puto derecho de tratarla como basura, porque aquí entre nos, la única basura de este cuarto eres tú. —Cuando termina de decir todo eso, Kyle me mira sorprendido por unos minutos y luego sacude la cabeza, mirando a Mia.
— Yo no sabía que ella era... —no lo deja terminar y se voltea hacia Thomy.
— Cariño, te esperamos afuera para irnos juntos a bailar —dice, dándole un beso—. Y si tú sigues comportándote como un idiota, te lo digo ya: ella no está sola y te partirás los huevos si vuelves a decirle alguna estupidez como esas. Y créeme que de esta parada ni tu madre te salva.
Me coge del brazo para sacarme de ahí, pero siento que me jalan hacia atrás. Mia retrocede un poco por aquel movimiento brusco, ya que tenemos nuestras manos unidas.
— Pero, ¿qué te pasa? —logro decirle, tratando de quitar sus manos sobre mí. Él voltea hacia Mia.
— Como le digo que lo siento... —dice, apretando la mandíbula sin soltar mi brazo y ahora mi cintura.
— Puedo leer los labios —le digo, y él voltea hacia mí.
— Vale, pues, lo siento; no lo sabía —dice, mirándome a los ojos. Siento cómo su mano derecha roza mi piel en la cintura, y no puedo evitar sentirme un poco avergonzada; solo logro asentir con la cabeza.
— Me iré afuera con Mia; los esperamos en el aparcamiento —logro decir.
— No —dice rápido, cortante y con voz ronca—. Dame 5 minutos y salimos todos —mira a todos cuando dice lo último, soltándome.
Mia se me acerca con una sonrisa traviesa en los labios y me habla en lenguaje de señas.
— Vaya, vaya, veo que a alguien le gusta el imbécil. Felizmente está bueno, porque si no, ni muerta dejaba que te toque —no puedo evitar reírme por lo que dice; tengo una amiga muy territorial, ¿qué puedo decir?
— ¿Qué le dijiste? —pregunta Kyle.
— Que eres un imbécil —sonríe irónica mi amiga, y vuelvo a reírme por la cara que pone él.
— No tiene nada de gracioso. ¿Han venido en carro? —pregunta.
— Sí, en el carro de Mia —asiente con la cabeza.
— Pues, tú te vienes conmigo, y tú, gata rabiosa —señala a Mia—, te vas con Thomy.
— Mira, idi... —no termina de decir lo que piensa porque Thomy le tapa la boca y la saca del cuarto.
Me doy cuenta de que me quedé sola con él.
— Vamos —me jala del brazo.
— Puedo caminar sola —le digo, tratando de soltarme.
— Me da igual; camina, o ¿quieres que te cargue? —dice, mirándome. Lo miro alzando una ceja.
— ¿Qué te ocurre?
— A mí, ni una mierda, pero si no caminas, me conocerás enojado —dice, volviendo a jalarme. Así que no digo nada y sigo caminando; este hombre me pone los nervios de punta.
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