1 | En los pasillos - corregido
Miro el reloj en mi muñeca, y un golpe de desesperación me atraviesa. ¡Es tardísimo! Me levanto de un salto y me visto a la velocidad de la luz. Encuentro mis jeans rasgados de cintura alta, esos que quedan sueltos en las piernas y se ven bien sin esfuerzo. Mis Converse negras —imprescindibles— y una camisa blanca suelta completan el look. Confort total, justo lo que necesito ahora.
Busco mi celular en la mesa de noche y lo agarro. Aún somnolienta, reviso mentalmente mi lista: apuntes, celular, llaves... Pero, ¿dónde demonios está mi bolso?
—¿Dónde lo dejé? —murmuro, llevándome las manos a la cabeza, como si eso pudiera hacerlo aparecer. Mi cuarto parece haber sobrevivido a un tornado, y claro, mi bolso debe estar enterrado en algún lugar bajo la pila de ropa.
En ese momento, el celular vibra en mi bolsillo trasero y me trae de regreso a la realidad. Es un mensaje de Mía.
Mensajes:
Mía: ¿Dónde mierda te metiste, Emma?
Emma: Estoy saliendo ya, solo me retrasé un poco
Mía: ¿Un poco? ¡Te dejé mil mensajes! ¿Qué estabas haciendo que no contestabas mis llamadas?
Emma: Me quedé dormida, pervertida...
Mía: A ver, ¿y con quién soñabas como para ignorarme así? >.>
Emma: Ufff, con uno muy sexy llamado "mi cama" jajaja
Mía: Ja, ja, muy graciosa. ¡Apúrate, sí? ¡Te amo!
Emma: Y yo a ti
Fin de la conversación.
Guardo el celular en mi bolsillo trasero, me doy una última mirada al espejo para asegurarme de no parecer un completo desastre y, satisfecha, salgo corriendo por las escaleras con mi bolso y mis apuntes. Afortunadamente, la universidad queda cerca. Aunque no puedo evitar pensar en lo práctico que sería un auto en días como este... Pero, ¿quién quiere lidiar con eso ahora? Prefiero mi independencia, y además, caminar no me viene nada mal... siempre y cuando no esté tan tarde.
Una vez dentro, busco mi taquilla, dejo el bolso y solo llevo mis apuntes junto al libro de literatura que tenemos para analizar esta semana. Apuro el paso hacia el salón, revisando que mis resúmenes y notas estén ahí. Tan concentrada estoy que no noto el obstáculo hasta que choco de lleno contra algo sólido. O mejor dicho, alguien.
Alzo la vista, y la vergüenza se convierte en sorpresa. Ante mí, un hombre impresionante: alto, con ojos color caramelo y cabello oscuro. Su mirada es profunda, intimidante, y me atraviesa como si quisiera leer mis pensamientos. Trago saliva, consciente de que me observa, y que sus manos están en mi cintura, sosteniéndome para que no caiga.
"Vamos, Emma, ¡reacciona!"
Mi mirada se queda en él unos segundos más de lo necesario; es inevitable. Este hombre tiene una presencia que es imposible ignorar, con una musculatura y porte que parecen tallados a mano. Sip! Sus padres lo hicieron con muuuucho amor. ¡Que buen trabajo!
El extraño recorre mi rostro con la mirada, deteniéndose en mis manos, aún apoyadas en su pecho, y luego en mis ojos, que inevitablemente se quedan fijos en sus labios. Me pregunto si serán tan suaves como aparentan; sería una lástima que una imagen tan perfecta no cumpliera las expectativas.
— ¿Puedes fijarte por dónde vas? —dice, visiblemente irritado. Su tono cortante me saca de mi ensimismamiento como un balde de agua fría.
— Y tú, ¿podrías ya soltarme? —le respondo, controlando mi voz para que no tiemble. Aparto mis manos de su pecho, aunque no puedo evitar lanzar una última mirada a sus labios. Qué desperdicio de labios en alguien con esa actitud.
Levanto la vista y me encuentro con su mirada fija en mí, intensa, como si quisiera medir cada reacción. Me aprieta ligeramente, acercándome hasta que puedo sentir su respiración rozando mi rostro. Mis ojos vuelven a sus labios, sin poder evitarlo.
— ¿Quieres que te bese? —su voz tiene un deje de burla, y levanto las cejas, incrédula—. Lo digo porque no puedes dejar de mirarme los labios —agrega con una sonrisa engreída.
Resoplo y comienzo a soltarme de su agarre, sin saber muy bien quién se ha creído este tipo, ni por qué se siente con derecho a comportarse de esa manera.
— Vas a hablar o el ratón te comió la lengua. No, ya sé, eres sorda —comienza a burlarse, y eso me molesta más de lo que debería. No soy de las que buscan conflictos ni de tratar mal a la gente, así que me esfuerzo por mantener la calma.
Ahora es el momento de responder.
— Tengo clase, así que muévete, por favor —digo con firmeza, intentando proyectar seguridad. Conozco a muchos como él, y aunque no disfruto de las peleas, no permitiré que nadie me trate como le plazca. — Y suéltame.
Logro liberarme del agarre del tipo que me chocó y me agacho para recoger los apuntes que se han esparcido por el suelo. Una vez todo en orden, empiezo a caminar hacia el salón de literatura, convencida de que he terminado con esta absurda interacción. Pero pronto me doy cuenta de que escapar no será tan sencillo. Siento cómo me agarran del brazo, y en un instante, estoy de nuevo presionada contra su pecho. Su mano izquierda se posa en mi rostro, obligándome a mirarlo a los ojos.
Su mirada es intensa, y en ese instante, la sensación de estar atrapada entre la confusión y la atracción se apodera de mí.
— ¿No piensas contestarme? ¿No escuchaste lo que te acabo de decir? —pregunta, sujetando mi hombro con tanta fuerza que no puedo evitar soltar un leve jadeo, lo que parece hacer que afloje un poco su agarre.
Es en ese momento cuando mi paciencia llega al límite. Este chico realmente está empeñado en ponerme de mal humor, y aunque no soy de buscar confrontaciones, mi carácter no soporta este tipo de provocaciones.
— Suéltame —digo, mirándolo directamente y manteniendo mi voz firme. No puedo entender cómo alguien con una apariencia tan atractiva puede ser tan... exasperante.
— ¿Puedes dejar de mirarme los labios? —me exige, alzando la voz. — Responde a lo que te pregunté hace un momento.
— Pues, no tengo idea de qué demonios me preguntaste —le contesto, empezando a sentirme exasperada—. Si quieres una respuesta, tengo que mirarte, ¿no? Así funcionan las conversaciones. Como si tuviera opción. – susurro lo ultimo.
Con un movimiento rápido, me libero de su agarre mientras él me observa, esta vez con una expresión extraña. Aprovecho ese instante de desconcierto para hacer mi escapada hacia el salón. Al llegar, toco la puerta y miro por encima de mi hombro para asegurarme de que no me sigue.
Cuando el profesor abre la puerta, me hace una seña para que entre al salón. Con la mirada, busco a Mia, mi mejor amiga, y la veo escribiéndome desde su celular, porque me vibra el bolsillo justo en ese instante. Camino hacia ella y me siento a su lado. Ella levanta la vista, con una expresión de "¿Quién te dio permiso para sentarte aquí?", hasta que se da cuenta de que soy yo y se relaja. Aunque solo le dura unos segundos antes de darme un golpecito en el brazo.
— ¡Auuu! ¿Por qué fue eso? ¿Qué hice? —le pregunto, sobándome el brazo mientras ella empieza a hablar, moviendo las manos con exasperación.
— ¿Por qué tardaste tanto? Dijiste que ya estabas en camino. ¿Te pasó algo?
— Me choqué con un idiota en el pasillo, nada más —respondo encogiéndome de hombros como si no fuera gran cosa.
Mia me observa alzando una ceja, y sé exactamente lo que debe estar pasando por su mente. No puedo evitar reírme por lo bajo.
— No es lo que estás pensando, Mia. Ahora presta atención, que no me estoy enterando de nada —le digo, señalando la pizarra.
Me lanza una mirada de "esto no se queda aquí" y asiento levemente. Ambos volvemos a enfocarnos en el profesor, que ya ha llenado la pizarra de apuntes y garabatos.
Tras dos horas de clase, mis compañeros salen del aula como si estuvieran huyendo. Tomo eso como señal de que ya terminó y, antes de que pueda reaccionar, Mia me jala para decirme que necesita pasar por su casillero. Quedamos en vernos en la cafetería; yo iré pidiendo nuestra comida y asegurando una mesa.
No puedo dejar de pensar en el chico con el que me choqué antes. Qué tipo tan... atractivo. Aunque toda esa belleza se desvanece por completo con su actitud de cavernícola. Seguro me dejó un moretón en el hombro. No puedo evitar enojarme solo de pensarlo. Ese chico necesita que alguien le ponga los pies en la tierra. ¿Quién se ha creído para tratarme así? Aunque... admito que hubo algo en la manera en que me miraba, en el contacto de su piel contra la mía, que me desconcertó... y me gustó.
— ¿En qué estás pensando, Emma? —murmuro para mí.
Y, como si el día fuera de chocar con medio mundo, me topo con alguien más. Al levantar la mirada, veo a un chico un poco más alto que yo, de ojos claros, complexión fuerte y una sonrisa amable.
— Lo siento —dice, mirándome, con los ojos enfocados en los míos—. ¿Estás bien? Iba distraído con el celular.
— No te preocupes —respondo con una sonrisa—. Yo también iba un poco distraída.
Él parece dudar por un momento, como esperando una respuesta más.
— Emma... Emma Miller —digo, extendiéndole la mano—. ¿Y tú eres?
— Ian. Ian Myers —dice, y mi mente queda en blanco al escuchar su nombre. Él me sonríe, y logro devolverle una sonrisa a medias. Al comenzar a alejarse, se detiene un instante y se vuelve hacia mí—. Tienes una linda sonrisa, Emma.
Sonríe coqueto y se va. Yo no puedo evitar sonrojarme un poco. Hoy ha sido un día peculiar, sin duda. Me he topado con dos personas completamente opuestas en personalidad y físico. Uno es amargado y directo; el otro, amable y coqueto. El yin y el yang, señoras y señores.
Intento ignorar mis pensamientos mientras camino a la cafetería para, finalmente, comer algo. Mia me matará si no tengo su comida lista. Entre las dos, ella es la "pasiva-agresiva"; como dice siempre, somos una mezcla de blanco y negro... un chocolatito marmolado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro