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Lee Donghyuck.

Lee Donghyuck, era un misterio. Algo raro e inexplicable, que la mayoría de las veces me dejaba sin aliento.

Parecía que siempre tenía algo que decir, algo que contar, o alguna buena broma para aligerar el ambiente. No podía mantener la boca cerrada, ni mucho menos dejar pasar las cosas como si no fueran reprobables.

Era vibrante y atrayente como un enorme  astro, al que sin lugar a duda yo giraba en su órbita.

— ¿Qué miras Lee?

Alce mis ojos para encontrarlo. Sus cabellos castaños revueltos como un adorable cachorro, sus ojos están expectantes a mi respuesta con una poca luz y sus labios color cereza. Está listo para soltar alguna palabra aguda y bromear con mi actitud infantil.

Esa vez no conteste, solo me alcé de hombros y le reste importancia a todo lo que había alrededor, mis pupilas se encontraban ciertamente excitadas ante su reacción. Nunca sabías como lo haría, como reaccionaria Lee Donghyuck.

Esperaba o un comunicado, una acción, un insulto, pero nunca verlo agacharse y quedar sentado a mi altura dejando reposar su vista en la ventana, tal y como yo hacía minutos antes de su interrupción.

"Cállate" se escapó de sus labios y se esfumó en el viento como si nunca hubiera sido dicho, pero yo lo escuche, yo lo entendí, y de alguna manera se sintió como un secreto íntimo. No dije nada luego de eso.

Pasamos un rato juntos y él abandonó el lugar primero, no lo miré, sentí como su cuerpo se iba alejando hasta quedar nuevamente solo.

Luego, me dejé caer en el azulejo blanco y suspiré al saber que el museo cerraría en unos minutos; había dicho el horrible contestador del lugar manchando el ambiente.

Suspiré, estire mis músculos y poniéndome de pie camine a la salida.

El aire y la tierra en consonancia con los colores del cielo, me recibieron. Yo los tomé como un pasajero saludo y continúe ante mi travesía mental.

Lee Donghyuck, perturba de manera permanente mi mente machacando cada pequeño espacio de realidad en la misma. Una plaga sumamente adictiva a la que mi persona no se podía negar.

Lo deseaba. Quería verlo. Seguro, admirando y contemplar esas facetas inescrutables de su persona, que solo me hacían sentirme minúsculo.

Un enorme sol cuya única finalidad es que yo gire en su entorno.

¿Cuántas veces he dicho ya eso?

Amando sus manías, esperando por verlo y gozando cada pequeño segundo a su lado como si fuera un parpadeo.

Yo era un perfecto bastardo plagado de miedo, que no podía mover ni un dedo por temor a apestar.

Pero Donghyuck era... es tan diferente a mí (tal vez debería dejar de decir "era", él no se ha ido y probable que nunca lo haga), él nunca se amilanó, nunca se rindió, o demostró estar mal, Donghyuck es fuerte... y raro.

Reí al imaginarlo enojado por decirle raro, pero lo era.

Un tipo de extraterrestre que vino hacer mi vida mejor cuando me saludó, y se quedó pegado a mí como ese chicle de tu zapato. Un alienígena, que sin duda sabe hacer una travesura, con esa mirada de un crío maravillado con este mundo.

También suele decir palabrotas, pero casi siempre en secreto, como si pensara que "si nadie lo ve, nadie lo escucha". Demasiado lindo.

— Te ves feo diciendo palabrotas. —le dije para molestarlo. Su equipo favorito perdió la clasificación.

— Pues que se joda mi puta imagen entonces, ¡ese es un pedazo de mierda!

Al final nunca logré que se callara y el televisor de mi hogar quedó lleno de papas.

Mis comisuras se levantaron por el recuerdo e intenté tapar mi rostro con la mano, era inútil quizás hasta torpe, pero no quería que el resto del mundo me viera tan colgado como trapo por alguien que ni siquiera esos extraños que me miran conocen. No, no todo el mundo merece conocer a Donghyuck.

Las personas miserables se hallan en todo lados, y él, no es digno de que lo corrompan.

Era un ángel trigueño, dueño del mundo, cantando al mundo, (aunque no del todo inocente) tan puro y hermoso que la bruja mala de Blancanieves, desearía su belleza.

Suspiré.

De alguna manera me encontraba emocional.

Posiblemente era mi miedo, tal vez eran mis nervios, aun así sabía cuán firmes eran mis pasos y como estos me condujeron a donde pensaba llegar.

Tarde o temprano tomas un camino, sigues la corriente y obtienes un destino. Yo sin embargo hice todo al revés. Marque mi destino al estudiar música, seguí la corriente en los primeros años de universidad, busque un camino que fuera lo mejor y cuando menos lo espere, me encontré perdido entre la maleza de la vida y las decisiones de mi adultez.

Pese a ello una luciérnaga con un poco de mal genio, me hizo dar vuelta y empezar de cero, tomar las riendas del caballo y en unas palabras más simples: comenzar por el principio.

Toqué la puerta sin más ganas de dilatar, mi corazón estallando en mi pecho, parecía que escaparía; mis manos sudaban y se movían como una pieza de Brahms tocada sin rumbo.

Aquella madera vieja rechino y yo intenté no mostrar mi sonrisa más sincera para que no me comiera. Aun así Donhyuck lo hizo, mofándose en mi cara.

— ¿Sucede algo Mark? Hace poco te vi en el museo, ¿qué pasó? —se está burlando. El reflejo de sus ojos chocolate disfrutando el momento.

Yo sonreí.

— Lee Donghyuck me gustas.

No entendí si la calefacción de su departamento fue la razón de sus mejillas rojas, o si la necesidad de tener algo caliente cerca (ya que estamos en invierno) hizo que corriera a abrazarme con ligeros diamantes cayendo por su rostro. Pero me llené de gozo al escuchar el suave "yo también" y lo pegué más a mí, cruzando la parte de amistad cuando mis manos se dirigieron a su cintura, apreciando el bello momento de estar completo.

A los pocos segundos él me pegó un golpe, a los dos minutos se rio en mi cara y cuando tocaron los cinco... me besó sin decoro.

Lee Donghyuck eres tan inefable, incomprensible, pequeño, lindo, bromista, molesto, atento, hermoso, perfecto; pero ante todo eso eres raro, único en tu talla y medida.

Y yo no puedo creer que vivo en esta vida para compartirla contigo.

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