24/10/2018
Micro Relato
Los monstruos son reales, y eso no es un tema a discutir. Son reales y punto.
Para Berenice, el monstruo más aterrador que le hacía temblar, era su hermano.
Albert, era un joven de 18 años, que se aprovechaba de la inocencia de la niña de 8 años.
Consciente de que su madre, estando tan dopada no era capaz, ni de cuidarse de sí misma, este hacía que su hermana menor lo complaciera en todo lo que le pidiera.
Desde la comida, y la limpieza de la casa, hasta en sexo.
A su corta edad, Berenice, era ya capaz de saber como hacer comidas al horno, como orales que según su hermano eran estupendos.
Ella, no tenía como huir de allí, su madre no ayudaba en nada, por el contrario necesitaba ayuda. No tenía padre, porque este se había largado nada más ver a su madre constantemente drogada. Ella había anhelado que la llevase consigo, y no que la dejase con su monstruo.
Albert, estudiaba y trabajaba, y tenia la idea-logia, de que si era el soporte de su casa, alguien debía compensarselo y agradecérselo. Berenice, se lo debía.
Cada día, era lo mismo. Él salía al instituto, y al acabar la jornada se iba a trabajar, por las tardes llegaba del trabajo, y le exigía a la niña que le complaciera en lo que le correspondía como pago.
Todas las noches, Berenice lloraba mientras era penetrada por su hermano, ya sea en su vagina o en su ano; ese chico no se cansaba de saciarse en ella.
Su pequeño cuerpo estaba marcado completamente, por las manos de ese joven depravado, moretones habían en sus caderas, su pecho estaba lleno de chupones y mordidas sangrantes, su espalda estaba rasguñada y marcada por las uñas de ese animal.
Ella quería y anhelaba que alguien la salvara de su cruel vida.
En ocasiones quedaba tan lastimada, que constantemente sangraba por sus partes intimas, no salía de casa, a menos que necesitara comprar algo para la comida, lo cual era casi nunca debido a que su hermano siempre traía los víveres que hicieran falta.
Los vecinos, no sabían de su existencia. Cuando la veían creían que era una niña de la calle, por sus ropajes sucios y gastados, además de sus heridas. Y como es usual, las personas ignoran los gritos de ayuda no efectuados.
Un día, como cualquier otro, mientras aseaba a su madre; de tanto consumir sustancias, quedó en un estado catatónico donde apenas respondía a sus necesidades básicas, y sin embargo; ahora usaba pañales para adulto y sólo comía comida liquida, podía moverse y entender algunas cosas, pero eran limitadas sus acciones; su hermano llego antes a la casa.
Al detallarlo, vio como cargaba una botella en la mano, y el olor a alcohol le pego inmediatamente.
Suspiro resignada, ya sabia lo que sucedería, así que dejando a su madre en el mueble de la sala, tomó la mano del recién llegado y lo dirigió a la cocina.
Lavó su rostro, le quito la botella, y la dejo a un lado en la mesa de la cocina, se agachó y bajando sus pantalones tomó su miembro, semi-erecto, y procedió a lamer con maestría.
Subía su lengua por toda la longitud, alternando pequeños besos, para cuando llegó al glande, lamiendo el orificio con la punta de su lengua, procedió a meterlo entero en su boca.
Albert gemía desquiciado, amaba cuando su hermanita lo consentía sin necesidad de pedírselo.
Berenice, estando asqueada continuaba con su labor, aún con tanto tiempo haciéndolo, no se encontraba ni a gusto ni contenta con ello, pero prefería hacerlo, de lo contrario, la ira de su hermano, la vería pagada su madre, que indefensa no podría protegerse.
Por que sí, ya había sucedido que al ella negarse a complacerlo, este pagó su ira con su madre, la golpeo hasta dejarla inconsciente, no la mató, porque la niña le rogó que no lo hiciera a cambio de complacerle con lo que quería.
Era su rutina. Era su vida. Su madre era el único motivo por el que seguía viva, y no quería que él se la quitara también.
Mientras ella continuaba con su labor, y su hermano tomaba su cabeza en sus manos para el guiar el ritmo de las penetraciones en su boca, ninguno se percató, de que en un momento de lucidez, su madre de había levantado de donde estaba y caminando como podía se acercó a ellos.
Vio borrosamente las lágrimas en el dulce rostro lleno de marcas de su hija, y la cara de placer de su hijo al continuar profanando rápidamente esa pequeña boca.
Espabilándose, tomó la botella ya olvidada de la mesa, y con sus mayores fuerzas la estampó en la cabeza del joven el cual soltó un grito, debido al fuerte golpe del cristal, Berenice se asustó, y mordió fuertemente el miembro de su hermano.
El joven calló al piso inconsciente, sangrando por la cabeza y por su miembro.
Berenice, escupió un trozo de carne de su boca, la cual estaba llena de fluidos pre-seminales, saliva y sangre.
Sorprendida miró a su madre, la cual le sonreía, antes de caer desmayada.
El monstruo había muerto. Berenice había sido rescatada.
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