07/10/2018
Micro cuento
El constante chapoteo de mis pies en los charcos de el pavimento es lo único que interrumpe ese profundo silencio que me rodea, mientras camino a mi hogar luego del trabajo.
En ocasiones ser mesera es bueno, las propinas son variantes según cada cliente y claro; dependiendo de como sea mi trato para con ellos.
A pesar de todo, algo curioso pasa cada viernes, a las 3:30 de la tarde.
Siempre llega un cliente a esa hora, toma asiento en la misma mesa del local donde trabajo; un restaurante/cafetería la cual sirve un menú simple pero sustancioso así como también buenos cafés acompañados de diversos tipos de masa de galleta o algunas tartas de ocasión que Marta, la cocinera prepara.
En fin, ese señor, al que identifico como "El hombre del sombrero", va cada viernes a esa hora al local y unicamente deja que sea yo, quien le atienda, lleve su comida y retire sus restos de la mesa.
No comprendo porque siempre es a mi a quien corresponde atender a ese peculiar comensal, pero según había escuchado en el deposito del establecimiento, un día mientras acomodaba los ingredientes recién entregados por la cadena de alimentos de la cual teníamos contrato, las demás meseras discutían sobre ese hombre, y concluyeron que él siempre me solicitaba, porque las demás camareras no le daban buena espina.
No comprendía el porque de ello, yo no era ni mejor que nadie, ni muy especial o relevante.
Me califico a mi misma como simple y sosa, no por nada trabajo dos turnos en este lugar para tratar de costear la colegiatura de la universidad, mi vida social es simplemente interactuar con los clientes, diría que incluso mi mejor amiga es la esponja de fregar los trastes porque ni siquiera con Marta entablaba una conversación lo suficientemente duradera como para calificarla como "conversación"
Debí pensar esto por mucho tiempo, y seguramente se me notaba en mi rostro, nunca fui de las que dijeran las cosas que le sorprendieran o incomodasen, pero mis rasgos faciales siempre me delataban.
El hombre del sombrero, comenzó a cambiar conmigo.
Ya no ordenaba lo de siempre, creí que quizás era para variar su menú del día, pero no fue así.
Antes pedía platillos que tenían muchos condimentos, que a simple olfato estos pegaban directamente, llenando las fosas nasales de cualquiera con ese fuerte aroma condimentado.
Por el contrario, ahora solicitaba comida muy simple, a duras penas con algo de sal, dándole aspecto a la comida de soso y no apetecible. Ni siquiera emanaba algún tipo de aroma.
Por ese momento simplemente asumí, que tras haber consumido alimentos con tantos condimentos, su médico le recomendaría bajar un poco la cantidad de ellos por su salud, pero resulto ser todo lo contrario.
Por curioso que pareciera, mis propinas con él no bajaron considerando el poco servicio que me solicitaba. Incluso había viernes, que simplemente iba se sentaba, me observaba atender a otros, y cuando me acercaba a pedirle su orden, arrugaba la nariz, dejaba una propina y se retiraba.
Simplemente extraño.
Mientras caminaba a mi hogar, no fui consciente de otros pasos que también se escuchaban, y que por extraño que fuese hacia mi se acercaban.
Lo ultimo que supe, fue que fui sujetada y con un trapo con liquido mi boca fue tapada, mi consciencia la fui perdiendo, mientras que mis ojos se cerraban y mi cuerpo forcejeaba, note como un sobrero brillaba a la luz de las farolas de la calle.
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Y ahora estoy aquí, viendo a aquel comensal sentado a mi lado, mientras yo estoy atada y amordazada a una mesa.
Sigo vestida pero intuía que no por mucho tiempo, lo veía relamerse los labios cada vez que me miraba.
¿Me violaría? ¿Me torturaría hasta cansarse? No lo sabia. Y no quería saberlo. Quería que esto acabase pronto. Tenia tarea de matemáticas que hacer, deseaba solamente irme de allí y ya.
Debí dejarle más comida a Fiona, mi gata. La pobre se molestara por no comer a su hora.
Se preguntarán.
¿Por qué no estas asustada? ¿Por qué no pides ayuda?
¿Qué te sucede?
Simple.
No es la primera vez que algo así me sucede, digo no por nada mi cuerpo tiene marcas en todas partes.
Mi padre fue un buen educador para mi en estas cosas.
Por eso no estaba asustada, quería que esto terminara, para seguir con mi vida y ya.
Pero, al verle acercarse a mi con esos ojos fríos y vacíos lo supe de inmediato, y más aún al ver lo que traía en sus manos.
Un soplete estaba en su mano derecha, y un cuchillo de carnicero estaba en la otra, en la mesa habían condimentos diversos y ahí lo comprendí todo.
Entendí entonces el porque no permitía que otras camareras le atendieran, permitiendo que lo hiciera solamente yo, también el cambio en su habito alimenticio tan de repente, y sobre todas las cosas, el porque siempre me dejaba una nota, con lo mismo escrito, con las propinas en la mesa.
Cerré mis ojos de los cuales caían lágrimas saladas.
Mientras pensaba en lo que decían esas notas, la cuales de haberles prestado más atención a lo que realmente querían decir, habría descubierto a tiempo el clase de comensal que era al que atendía cada viernes a las 3:30 de la tarde.
"Que bien hueles jovencita..."
Y sentí unicamente el primer corte del cuchillo en el cuello.
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