Una vez existió una golondrina que odiaba su plumaje, sentía repulsivo vestir los mismos colores metálicos hasta el resto de su ordinaria vida, hasta que un día otra ave de su especie se paró en la misma rama en la que se columpiaba.

"Si las defines a tu estilo, serán las plumas más hermosas de todo el mundo. Y digo esto, porque sé que si te digo que están bien así me ignoraras, todos prefieren las pequeñas mentiras a una sólida verdad". La golondrina admiró el aspecto de la otra ave y creyó que por ser parecidos podrían ser amigos.

Al fin podría conversar sobre todas las cosas que ella amaba.

Pero para invierno, tenía las patitas heladas y el pico tan duro que juraba que en cualquier momento se le despegaba de la cara. Todo por esperar a esa tonta golondrina; y sí, ambos se posaron sobre la vieja rama maltratada, aunque las patas de la otra ave no llegaron a helarse por las botas tejidas y con lentejuelas con las que llegó.

"Las traje de casa, tengo muchas, ¿sabes? Me encanta esta temporada porque puedo usar los obsequios que guardo en el armario, las otras aves suelen decir que es de mala suerte guardar este tipo de regalos. Es hipócrita".

Y lo era, pero ella no se lo dijo en su cara, sino que voló.

Voló muy lejos, hasta que lo vio usando una nueva bufanda a franjas el siguiente invierno.