XI
Quien se ha arrodillado un lunes por la noche frente a la cama y pedido a Dios por algo de amor sabe cómo es sentirse patético.
Amor de madre, de padre, de amigo, de familia. Alguien que te escuche y no sepa que decirte, pero tampoco suelta cualquier idiotez con tal de callarte.
Pero no puedo hacérselo entender a nadie, ese tacto que falta en mis manos,
esa calidez que sigue sin visitar mis entrañas. Ni siquiera puedo explicármelo a mí misma, ¿entonces por qué se molestaría otro en descifrar lo que nadie le ha mandado a hacer?
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