7
ACEPTACIÓN SOBRE LA RESIGNACIÓN
ADDIE.
Por supuesto que no me había quedado claro.
No solo me parecía que toda esta situación estaba siendo irreverente, ya que era obvio que yo era una eminencia como residente de neurocirugía y que el único lugar al que pertenecía era el hospital, sino que hasta me sonaba un poco injusto. Con cáncer o no, influencia o no, yo había sido irrespetada por ese hombre en un bar y ahora me obligaban a ser su doctora privada. ¡Por Newton femenino! ¡Hasta las feministas armarían una marcha en mi nombre por esto!
Entendía a la perfección que ese hombre había tenido una de las más terribles enfermedades que puedes vivir, que es el cáncer, pero también consideraba que cualquier otro doctor podía darle el seguimiento a su caso. Y hasta mejor que yo.
No entendía para nada cuál era el juego que Tess se traía con todo esto, ni tampoco iba a gastar mis neuronas en eso, pero bajo las condiciones dadas en aquella mesa donde estaban Nathaniel y el pesado de su amigo tragándose de panqueques, decidí que no quería formar parte de algo así.
Así que al día siguiente me escapé deliberadamente. Sí señor, esa mañana no fui a casa de Nathaniel, sino que me fui directo al hospital a ser lo único que yo de verdad quería ser: una neurocirujana. Necesitaba un respiro, necesitaba volver a sentir la adrenalina que mi carrera me hacía sentir, necesitaba volver a mi día a día de locura con el que, irónicamente, yo no me volvía loca. Pero con toda esa situación de Nathaniel sí empezaba a perder la cordura.
Obviamente no fui tan tonta como para aparecerme en el hospital sin la precaución debida, pues podía encontrarme con Tess y eso no sería bueno. No señor, estas inteligentes neuronas lo tenían todo fríamente calculado.
Ese día opté por usar un disfraz de lo más convincente para pasar desapercibida: me quité las gafas de pasta gruesa que eran mi distintivo y las reemplacé por lentes de contacto, me puse una peluca de pelo corto negro de las que había usado Zoey en sus muchas fiestas de halloween, ropa formal para parecer doctora jefa y no residente, unos zapatos altos y mi bata blanca a la cual le había colocado una etiqueta con un nombre ridículo: Dra. Amely Sighfried.
Entonces, confiada de que nadie me reconocería, me adentré al hospital en busca de casos que atender.
Justo cuando estaba llegando al piso de neurología, mi teléfono móvil vibró, advirtiendo de un nuevo mensaje, lo que me obligó a verlo.
AARON:
De acuerdo, he sido un poco insistente,
pero no es para que me ignores, A.
AARON:
Solo dime si irás a la fiesta o no. Necesito confirmarles.
Mira, aquí está la invitación.
Una imagen se adjuntó. Una invitación digital muy refinada que hablaba de una fiesta de compromiso muy importante de una tal familia Sinclair o algo así. Y yo, sinceramente, lo único que sabía de esa familia es que uno de los integrantes era la novia de mi hermano.
Inmediatamente cerré la conversación dejándolo en visto a propósito. Ya estaba cansada de ese tema y no quería hablar al respecto. Le había dicho más de mil veces a mi hermano que no quería asistir a esa fiesta y aún no captaba el mensaje. Si tan solo se inmutara en estar más presente en nuestra vida en vez de andar figurando con esa gente multimillonaria, entendería por qué no quiero asistir.
Toqué el botón del ascensor, me adentré en él y llegué hasta el piso de neurología. Justo cuando toqué pie ahí, mi móvil volvió a vibrar. Poniendo los ojos en blanco, porque pensé que sería otra vez el pesado de mi hermano, saqué el teléfono y lo miré.
NATHANIEL:
No estás aquí.
¡Santísimo Newton de los chats! ¿Y este otro pesado cómo había conseguido mi número? No, no demostraría que me afectaba. Ya Nathaniel me había robado demasiado de mi paciencia y no era justo.
ADDISON:
Vaya, lo notaste.
NATHANIEL:
Noté que tienes una hora y treinta y dos minutos
sin estar aquí cuando te pago para que estés aquí.
ADDISON:
Yo noté que soy una neurocirujana y tengo una hora
y treinta y dos minutos estando donde debería estar.
NATHANIEL:
¿En el manicomio?
ADDISON:
EN. EL. HOSPITAL.
NATHANIEL:
INI. ILI. HISPITILI.
NATHANIEL:
NO. SOY. ADIVINO
ADDISON:
¿Te crees muy listo, eh?
NATHANIEL:
No me creo listo. Lo soy.
¡Agh! Habían tantas cosas del tal Nathaniel que odiaba. Odiaba que tuviese una magistral historia clínica que yo no podía saber. Odiaba su sarcasmo. Odiaba su ego. Odiaba que hubiésemos tenido aquel encontrón en el bar. Odiaba que fuese la única persona, que sin siquiera conocer, me sacara de mis casillas.
ADDISON:
No te voy a seguir este jueguecito.
NATHANIEL:
No es un juego. Se supone que deberías cuidarme 24/7.
Ese fue el trato.
Pero sobre todo... odiaba no entender por qué lo odiaba tanto. Nunca nadie me había robado la paciencia de tal forma sin siquiera ser parte de mi vida.
Exploté de la rabia escribiendo/tecleando en el teléfono:
ADDISON:
No, Tess dijo que ELLA estaría pendiente las 24/7,
no que yo debería estarlo. Soy tu doctora, no tu niñera.
Y nunca accedí a cuidarte las 24/7. Así que ya deja de ser tan pesado.
Noté en la pantalla del chat que Nathaniel inmediatamente empezó a escribir. Lo imaginé también explotando de la rabia escribiendo/tecleando porque en la pantalla del chat se vio:
NATHANIEL:
Escribiendo...
Online.
Escribiendo...
Online.
Escribiendo...
Online.
Escribiendo...
Online.
Escribiendo...
Y luego finalmente:
NATHANIEL:
Yo soy el pesado???
Típico.
ADDISSON:
Lo eres.
NATHANIEL:
Ya, de acuerdo, lo soy.
Pero tú deberías estar cuidándome las 24/7.
Para eso te pago, listilla >:(
Guardé el teléfono. No tenía tiempo para esto. Debía enfocarme en buscar casos que atender hoy o intentar, por lo menos, durante la mañana, darle seguimiento a los pacientes que tenía asignados antes de que toda esta locura sucediera. Una en especial, con un caso crónico de aneurisma, me tenía sumamente preocupada. Ya luego en la tarde iría a casa de Nathaniel e intentaría hacer que las cosas funcionaran con él, pero por ahora quería cerciorarme de que todos mis pacientes estuviesen bien.
Llegué hasta la recepción donde Alex, el mismo asistente de Tess que había cancelado todos mis turnos, tecleaba rápidamente en la computadora. Estaba demasiado concentrado, así que con suerte y mi disfraz no se daría cuenta de que era yo.
Carraspeé y cambié mi voz a una más gruesa:
—Buenos días—dije y volví a carraspear—. ¿Me entrega por favor el expediente de la joven Amber Jones?
Alex dejó de teclear frenéticamente. Por su reacción, temí que me hubiese descubierto, pero luego solo se giró hacia el estante con los expedientes y volvió con el expediente.
—Claro, tiene cita de seguimiento en media hora—dijo simplemente.
Reí victoriosamente en mi interior. Me saldría con la mía.
—Trátela bien...—continuó Alex entregándome el expediente—. Dra...—y alzó la vista en dirección a la placa en mi pecho—. ¿Sighfried?
Entonces alzó una ceja confundido y subió más la mirada hasta mi rostro. Se me quedó mirando, estático, pero yo no emití expresión alguna. Me quedé helada durante todo ese rato, tratando de agarrar el expediente que Alex todavía no soltaba del todo.
Hice un último intento por quitarle el expediente, pero fue cuando él pareció descubrir lo que estaba sucediendo porque dio un gran gemido que pudo sonar perfectamente como otra cosa.
—TÚ, SUCIA DOCTORA ROMPE REGLAS.
Así supe que me había descubierto, pero me rehusaba a aceptarlo. Así fruncí el ceño y me armé la mejor actuación de mi vida.
—¡¿Perdón?!—grité indignada—. ¡¿Quién te crees que eres para hablarme así?! ¡Eres un irrelevante pasante y yo una jefa de residentes! ¡Discúlpate ahora, entrégame ese expediente y haré como que nada pasó!
Pero haló el expediente hacia sí mismo rehusándose a entregármelo.
—¡No eres ninguna jefa de residentes, Addie!
Mierda, sí que me había descubierto. Sin embargo, me esforcé más. Necesitaba al menos distraerlo un poco para poder llevarme conmigo el expediente, sino no podría ir a ver a mi paciente.
—¿Addie? ¿Quién es ésa? ¡Soy la Dra. Amely Sighfried, jefa de residentes!
—¡Si tú eres jefa de residentes, entonces yo soy Batman!
—¡¿Qué dijiste?! ¡Pero qué falta de respeto con las autoridades de aquí! ¡Dame ese expediente ya!
Los ojos de Alex se abrieron tanto, que parecieron dos grandes platos. Se veía horrorizado como si estuviese entrando en un terreno peligroso, y bueno, no era como que no era así, pero yo no tenía miedo. Necesitaba ir a ver a esa paciente, asegurarme de que todo estuviese bien con ella y ya podría retirarme tranquila.
—¡Que no! ¡No tienes temor de Dios, mujer! ¡Tess se entera de esto y te mandará a matar con un sicario!
Exhalé de mala gana desistiendo. Así no se podría. Tendría que optar por otra técnica. Una menos sucia y más honesta. A veces dicen que ser honesto es más efectivo.
—Ya, tú ganas—volví a mi tono de voz habitual—. Soy Addie. Escucha, solo necesito ir a revisar a Amber un momento, asegurarme de que todo va bien con ella y luego me iré, lo juro.
Alex haló el expediente en su dirección.
—¡No, Addie! ¡Nos vas a meter en problemas!
—Shhh—lo callé—. Obviamente nos meteremos en problemas si sigues gritando mi nombre así. Solo entrégamelo y te juro que no diré que estuviste involucrado en esto.
—No—negó Alex con la cabeza—. Claramente no te importa perder tu trabajo, pero a mí sí me importa perder el mío. Tess me dio la clara instrucción de que cancelara todos tus turnos y no voy a formar parte de esto, así que no, no te daré el expediente.
Gruñí. Me dieron ganas como de pegarle por lo correcto y moral que era. Nadie era así en el hospital. Todos jugaban sucio por lo que necesitaban y esa a veces era la única manera de sobrevivir en la residencia.
—¿Así que te importa perder tu trabajo? ¿Qué tal si pierdes tu vida si no me lo entregas? ¡Puedo lastimarte! ¿Sabes que practico kickboxing?
Alex se rió sarcásticamente.
—Claro que lo sé, todo el hospital lo sabe. Ya se corrió la historia de que le rompiste la nariz a un sobreviviente de cáncer.
Bueno, eso era genial. Más que genial. Adiós a mi reputación.
—Y que ahora eres su niñera también.
Fue mi turno de emitir un gemido de indignación.
—DOCTORA PRIVADA, GRACIAS.
Halé una última vez el expediente, pero nada funcionaba con Alex. Así que lo solté, pretendiendo desistir. Entonces puse una cara de decepción.
—Tienes razón, no debería romper las reglas así. Ni tampoco atentar así con tu trabajo. Soy muy egoísta.
Alex asintió, creyéndose el cuento.
—Exacto, gracias.
Le sonreí muy falsamente y él se lo creyó. Y en cuanto vi que ya no agarraba con fuerza el expediente, hice el amague como que me iba, pero en realidad me giré rápidamente hacia él, agarré el expediente y se lo quité fácilmente.
—Supongo que yo me quedo con esto.
Alex gimió de horror, pero yo ya había empezado a correr por mi vida por el pasillo. Tan solo escuché que me gritó a lo lejos:
—¡TRAMPOSA! ¡CLARO QUE ERA MENTIRA! ¡JAMÁS ACEPTARÍAS QUE ERES UNA EGOÍSTA!
Y yo me reí, porque tenía toda la razón.
—¡Gracias!—repliqué, sin dejar de correr.
Alex siguió gritando a mis espaldas, pero no presté atención. Corrí como nunca con el expediente en la mano, echando un vistazo el reloj de vez en cuando, pues tampoco era que podía retrasarme mucho o sino Nathaniel me podría acusar con Tess y nada de esto hubiese funcionado.
Ya casi llegaba a los pasillos de las habitaciones de los pacientes, riéndome de mi hazaña, cuando de pronto sentí que algo me agarró el brazo. No tuve ni tiempo de mirar, porque mi cuerpo entero fue arrastrado en el sentido contrario y luego... solo vi oscuridad.
Una puerta se cerró abruptamente a mi lado, mi espalda chocó contra una pared, percibí la calidez de un cuerpo extraño justo frente a mí y del terror que me consumió de no saber quién rayos me estaba atajando y por qué, solo pude pensar en hacer una única cosa: lanzar una patada mortal.
Mi pie impactó contra algo demasiado suave que no supe identificar al principio, pero hizo que el cuerpo extraño cayera hacia atrás alejándose de mí y emitiera un leve sonido de dolor.
—¡¿QUIÉN ERES?!—aproveché para cuestionar—. ¡¿QUÉ QUIERES DE MÍ?! ¡TE ADVIERTO QUE SI LO QUE QUIERES ES ROBARTE MIS CIRUGÍAS TE IRÁ MUY MAL! ¡SÉ KICKBOXING Y TE PUEDO MATAR PRIMERO!
Mientras el acosador se mantenía quejándose del dolor, me lancé hacia atrás como ninja en busca del interruptor de luz. Toqueteé toda la pared desesperada hasta que lo encontré y lo tiré hacia arriba.
La luz cobró vida en la habitación y pude ver a un hombre medio robusto tirado en el suelo, hecho un ovillo, sosteniéndose la entrepierna. Maldición, ¿sería uno de los pasantes de cardiología? Todos me odiaban.
Lo examiné de arriba abajo como pude: zapatillas desgastadas, cuerpo grande, pero delgado, ropa demasiado holgada para ser un trabajador del hospital, una cabeza calva como recién rasurada y un beanie negro tirado a su lado.
Un segundo...
SANTO NEWTON DE LOS ACOSADORES.
—¿NATHANIEL?
Nathaniel, retorciéndose del dolor, asintió lentamente con la cabeza, pero se demoró un par de segundos en emitir palabra alguna. Primero se le escuchó un ligero balbuceo, hasta que finalmente gritó fuerte y claramente:
—¿POR QUÉ SIGO SALIENDO HERIDO EN TU PRESENCIA?
Su voz era aguda, como si algo estuviese presionando sus cuerdas vocales. Sonaba como una niñita. Aterrorizada por mis acciones involuntarias, corrí hacia él con la intención de ayudarlo.
—¡No lo sé!—repliqué, girando su cuerpo para que quedara boca arriba. Sus manos se mantenían sosteniendo su entrepierna—. ¡¿Por qué haces cosas tan estúpidas que atentan contra mi seguridad en mi presencia?!
—¡Quería sorprenderte!
—¡¿Metiéndome en un cuarto oscuro como si fueses un acosador?!
—¡No, yo...!—hizo una pausa como si se lo estuviese pensando—. ¡Sí!—entonces hizo otra pausa en donde sus ojos parecieron escanearme toda—. ¡¿Pero qué demonios traes puesto?! ¡¿Se te terminaron de zafar los tornillos o qué?!
Lo ignoré y, en cambio, me fijé en lo que teníamos a nuestro alrededor. Estábamos en uno de los cuartos de utilidades, donde guardábamos todas las herramientas que se usan a diario en un hospital: inyecciones, gasas, mantas, botiquines, entre otros; y al final, una gran nevera donde se guardaban muestras de sangre para transfusiones y órganos para trasplantes.
—Espera aquí. Sé exactamente qué hacer—comenté totalmente segura.
Salté por encima de Nathaniel y me dirigí hacia la nevera. Entré, agarré un cartucho, lo rellené con hielo de una de las bodegas de los frascos con sangre y volví donde Nathaniel, quién seguía estático en la misma posición de antes.
—Te advierto que esto podría arder al principio, pero luego...
Y presioné con fuerza la bolsa de hielo sobre su paquete. Nathaniel gritó más fuerte y grave que nunca. Su grito, largo y masculino, se esparció durante al menos diez segundos por todo el cuarto y posiblemente fuera también, lo que seguro ocasionaría un irremediable chisme. Gritó dolorido hasta que finalmente dejó de hacerlo y tiró la cabeza hacia atrás.
—Oh por Dios, ahora no lo siento—dijo más calmado—. ¿Está muerto? Dime que no está muerto.
—Solo temporalmente adormecido.
—Mierda, Addie, ¿por qué? Apenas me estoy recuperando de lo de la nariz.
Bufé. ¿Él me iba a reclamar a mí? Las dos ocasiones en que lo había lastimado había sido en defensa personal. ¿Por qué nadie se daba cuenta?
—Creo que eso es lo que yo debería preguntarte a ti—contraataqué—. ¿Qué se supone que haces aquí? ¿Y cómo me reconociste?
Nathaniel soltó una risita sarcastica.
—¿Lo dices por la ropa ridícula que traes?
—El disfraz, gracias.
—Disfraz mis pelotas adormecidas—soltó—. Reconocería ese micro culo tuyo a kilómetros de distancia.
Del cabreo, presioné mucho más fuerte la bolsa de hielo y Nathaniel gritó por segunda vez. Esta vez no se extendió durante diez segundos, pero aún así se percibió el profundo dolor en su voz.
—Ya, ya, por favor—prácticamente rogó entre gemidos—, te prometo que yo no juzgo tu culo y tú no me presionas las pelotas.
Asintiendo, solté la bolsa de hielo, me puse de pie y ayudé a Nathaniel también a ponerse de pie. Él mantuvo la bolsa de hielo en su entrepierna incluso ahora de pie. Quise decirle que ya no era necesario que la tuviese puesta, pero se veía tan ridículo que no quise arruinarlo.
—¿Qué haces aquí, Nathaniel?
—¿No es obvio? Como no ibas a mi casa, yo vine acá—replicó—. Admito que no fue la mejor manera de llamar tu atención, pero no pensé que ibas a patearme las pelotas. Literalmente.
Me crucé de brazos.
—¿En serio? ¿No puedes tan siquiera esperarme en tu casa hasta que llegue? ¿Es necesario que me persigas todo el tiempo?
Nathaniel hundió las cejas instantáneamente. Se le veía fastidiado y yo ya sabía lo que eso simbolizaba, pues se había convertido en un patrón entre nosotros. Estábamos a punto de pelear otra vez.
—¿Cuál es tu desgraciado problema?—soltó sin filtro—. ¿Por qué parece que tengo que rogarte que hagas algo si se supone que trabajas para mí?
Fue mi turno de fruncir el ceño.
—Mi desgraciado problema...—cité sus groseras palabras—. Es que no quiero trabajar para ti. No te soporto. No quiero ser tu niñera. Quiero ser una cirujana—y exhalé—. Ahí tienes, lo dije.
El rostro de Nathaniel se suavizó. Pasó del cabreo profundo a una expresión de resignación. Como si finalmente se estuviera dando por vencido conmigo.
—Tienes razón—replicó recogiendo su beanie del suelo y poniéndoselo—. No deberías hacer algo que no quieres hacer. Te liberaré de la responsabilidad.
—¿Y eso significa que...?
Hizo una pausa, se acomodó el beanie y terminó:
—Estás despedida.
Entonces caminó hacia la salida del cuarto de utilidades. Sostuvo la perilla, pero yo le agarré el brazo antes de que pudiera escapar. Me había agarrado completamente desprevenida y aunque estuviese muy confundida con todo lo que había sucedido recientemente, mi idea tampoco era abandonarlo si se suponía que me necesitaba.
—No me puedes despedir—le dije.
Esta vez, y por primera vez desde que nos conocimos, Nathaniel no me determinó. Mantuvo su vista fija en la puerta, como si yo fuese un cero a la izquierda. Estaba realmente cabreado.
—Pues eso es exactamente lo que acabo de hacer—dijo muy alterado—. He tenido demasiada paciencia contigo, pero no más. Estoy harto de tu carácter de mierda y de que creas que el mundo gira a tu alrededor cuando en realidad eres tan diminuta como el resto de la gente de este desgraciado planeta. Yo no tengo por qué intentar hacer que esto funcione si se supone que tú trabajas para mí—dio un hondo respiro—. Así que desde ya eres libre de hacer lo que te venga en la maldita gana, Addie. Le diré a Tess que me consiga un doctor de verdad que realmente sea profesional y sepa lo que está haciendo. Me largo de aquí.
Abrió la puerta y salió. Yo me quedé en shock durante un buen par de segundos, procesando las palabras de Nathaniel. Nunca nadie me había hablado de aquella manera. Nunca en mi vida me habían despedido. Nunca nadie había cuestionado mi profesionalismo y mis habilidades como doctora. Todos los doctores jefes con los que había trabajado y pacientes que había atendido elogiaban mi desempeño. ¿Por qué todo era tan diferente con Nathaniel?
Demasiado orgullosa para admitirlo, corrí fuera de la habitación también. Me encontré con que Nathaniel ya iba pasando por la recepción de neurología donde Alex lo veía boquiabierto.
—¡Nathaniel!—le grité.
Él dejó de caminar y yo terminé de decir lo único que mi orgullo me permitió decir en aquel momento:
—No estoy despedida. Yo renuncio.
Nathaniel se mantuvo de espaldas.
—Pues mejor—dijo y alzó más la voz, como si quisiera que todo el mundo lo oyera—. ¡Así no tengo que pagarte los ocho segundos que nos vimos hoy ni los veinte minutos de ayer en que te la pasaste insultándome en mi propia casa!
Siguió caminando, cojeando de vez en cuando con la bolsa de hielo entre las piernas, y yo lo seguí, pasando frente a Alex quien estaba tan concentrado en la escena que solo le faltaba sacar las palomitas de maíz.
—¡Muy gracioso!—grité repleta de sarcasmo—. ¡¿A dónde rayos vas?!
Por primera vez y quizás última, Nathaniel se giró, regresó hasta donde yo estaba y me fulminó con sus grises ojos que ardían en rabia.
—A vivir la segunda oportunidad que me dieron. Con o sin ti—respondió desarmándome por completo—. Adiós—y se fijó en la placa de mi pecho—. Dra. Amely... ¿Sighfried?
Pero aún confundido, se largó bufando sin cuestionar nada. Lo vi desaparecer a través del pasillo, sin poder decir absolutamente nada pues caí en cuenta de algo demasiado importante: era la primera vez que no ayudaba a un paciente. La primera vez que lo abandonaba. Pero no funcionábamos juntos y él se iba a conseguir otro doctor. Nathaniel Cohen iba a estar bien, ¿no?
—Qué fuerte....—comentó Alex de repente desde su asiento en primera fila del espectáculo—. Jamás había visto a dos personas odiarse barra transversal desearse tanto.
«QUE NO NOS DESEAMOS», quise gritar a los cuatro vientos. Sin embargo, estaba tan devastada, que sencillamente le di la espalda y me concentré en hacer lo único que de verdad quería hacer: cerciorarme de que mis pacientes estuviesen bien. Pacientes entre los cuales, ya no estaba Nathaniel Cohen.
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Llegué a la habitación de Ámber un poco después de lo previsto según la agenda. Se suponía que su cita era a 30 minutos de yo haber llegado al hospital, pero estaba tan descolocada con lo sucedido con Nathaniel, que tuve que tomarme unos diez minutos para calmarme y que no se me notara la desilusión.
Al entrar, Ámber, una preciosa joven de catorce años, se mantenía pegada a su teléfono riéndose de quién sabe qué. Me calmó verla tan relajada y risueña como se supone que deben estar los jóvenes de su edad.
Ámber tenía un caso crónico de aneurisma cerebral desarrollado a tan temprana edad. Su solución era sencilla: operar para removerlo. Sin embargo, en la medicina, lamentablemente, no todo es tan hermoso como practicar las soluciones más sencillas. Ámber era uno de esos casos de uno en un millón que había desarrollado un aneurisma en una de las zonas más importantes del cerebro: el área de Broca, mejor conocido como el centro cerebral del lenguaje. Si cometíamos un solo movimiento en falso durante la cirugía, podíamos arruinar por completo su habla y el resto de su vida. Pero si no operábamos pronto también podía reventarse y morir instantáneamente. En este caso, Tess había dejado la decisión en los padres de Ámber, pero ellos se rehusaban a tomarla. Y mientras que ese drama se resolvía, el aneurisma de Ámber seguía creciendo a una velocidad impresionante cada día.
—Alguien se ve feliz hoy—comenté, cerrando la puerta tras de mí.
Ámber cortó la risa frenéticamente, pero no dejó de sonreír. Colocó su teléfono móvil a un lado y me miró de arriba abajo confundida, posiblemente porque todavía traía el disfraz de Amely Sighfried.
—¿Qué traes puesto?—dijo y soltó otra carcajada—. Te ves ridícula.
Tuve que quitarme la peluca. Había sido demasiado por un día.
—Pues gracias. Todo el mundo me lo ha dicho—repliqué sonriéndole también—. ¿Cómo estás hoy?
Ámber se encogió de hombros.
—Bien, creo. Aunque imagino que no más pequeña.
Se refería a su aneurisma. Aún siendo tan joven, era brillante y comprendía a la perfección todo su caso, porque se había atrevido a preguntármelo y yo me había atrevido a contárselo a pesar de que sus padres me lo habían prohibido. Sus padres, de alguna manera retorcida que yo jamás comprendería, creían que Ámber estaría mejor sin saber lo que le ocurría y a mí me parecía completamente ridículo. Nadie, ni siquiera siendo tan joven, está mejor viviendo en la incertidumbre.
Dejé la peluca sobre una mesa cercana, abrí el expediente y lo leí rápidamente para recapitular en lo último que había quedado de la historia clínica de Ámber. No era un capítulo de una historia feliz. Era una historia juvenil dura y cruel. Una que podía tener dos finales alternativos, pero ninguno pintaba bien, por más que el narrador escribiera y borrara el final una y otra vez.
Por eso a los doctores, desde que entrábamos a la facultad, nos enseñaban que en la medicina no existían finales felices o tristes. Solo eran finales. Finales reales, de la vida, a los cuales había que llegar después de haber hecho todo lo posible por los pacientes. Finales que uno debía afrontar y aceptar, fuese cual fuese, con valentía y la frente en alto.
Eso, a menudo, nos hacía parecer desalmados y sin sentimientos. Cosa que no era del todo cierta, pero sí tenía su verdad de por medio. Resulta que en la medicina no había espacio para los sentimientos, porque los sentimientos a veces te llevan a tomar decisiones erradas. Y en la medicina no estaba permitido tomar ninguna decisión errada. Todas debían ser decisiones racionales basadas en hechos científicos. Solo eso y más nada.
Empecé a revisar a Ámber de pie a cabeza. Primero con una lupa a lo largo de sus ojos.
—¿Te has sentido mareada?
Negó con la cabeza.
—¿Te ha fallado la memoria?
Se rió.
—Siempre me ha fallado. No creo que tengo algo que ver con mi aneurisma.
Le acaricié la cabeza.
—Bien—le dije—. Yo, por el contrario, fui bendecida por el universo con una memoria fotográfica.
Siempre era bueno hacerle conversación a los pacientes mientras uno los revisaba. Hacía la consulta más amena.
—¿Eso quiere decir que guardas fotos en tu cabeza?
Me reí. Sí, Ámber era una joven brillante, pero eso no quería decir que dejaba de poseer la inocencia de los catorce años. A pesar de estar pasando por tanto, ella seguía siendo una pequeña adolescente.
—Algo así—repliqué—. Quiere decir que recuerdo cada cosa que veo y leo perfectamente como cuando capturas una fotografía y se graba absolutamente todo de ella en la cámara.
—Eso me vendría bien para mis exámenes finales.
—Ya lo creo.
Terminé de revisarla y me senté sobre la cama para admirarla. Trataba de no demostrarlo en su presencia, pero me dolía lo que estaba sucediendo con ella. Me gustaba pensar que yo era dura y desalmada como decía todo el mundo, pero era imposible no encariñarse con los pacientes. Más cuando eran víctimas de las injusticias de esta vida. En la medicina uno casi nunca veía gente mala pagando con una enfermedad, pero por el contrario, te encontrabas con casos injustos como el de Ámber. Y eso era algo que jamás comprendería de la vida.
De la nada, Ámber soltó una carcajada. Alcé una ceja confundida y yo tuve que empujar su frente con mi dedo índice.
—¿Qué?
Se rió todavía más alto. Tanto, que me lo contagió.
—¡¿Qué?!—insistí.
—Es solo que...—respondió al cabo de un segundo—. Necesito saber la historia real, por favor, hay demasiados chismes.
Y eso me sacó totalmente de onda, pero no tardé en atar cabos rápidamente. De igual forma, permití que Ámber, con su cabecita brillante, se expresara a su manera.
—De acuerdo, escucha—se acomodó en la cama y empezó a hablar como si fuésemos dos mejores amigas de secundaria contándose un chisme—. Todo el mundo en el hospital está diciendo que Tess te puso como la niñera de Nathaniel Cohen, pero hoy él te botó en el pasillo de neurología.
Me quedé boquiabierta. Oh por Newton de los chismes, suponiendo que "todo el mundo en el hospital estuviese diciendo" eso tal como decía Ámber, quería decir que posiblemente Tess ya se había enterado de todo también y me iba a matar. Aunque bueno, tampoco era como que Nathaniel no le hubiese contado también ya. Mi vida era un total desastre y me iba a quedar sin trabajo definitivamente.
—Y encima...—siguió diciendo Ámber soltando otra carcajada y agarrando su teléfono móvil—. Ay, Addie, si vieras lo que Nathan envió al grupo.
Fruncí el ceño.
—¿Qué grupo?
—Hay un grupo—dijo alzando los hombros—. De Whatsapp.
Me enseñó la pantalla de su teléfono con la ventana del chat. El grupo se llamaba «Los terminales de South Lakewood». Increíblemente me cabreó más eso que la historia de Ámber.
—¡Ámber, tú no eres terminal!
—¡Qué importa! Los chismes y memes están buenísimos.
—¿Y desde cuándo tú sabes quién es Nathaniel Cohen?
Ámber puso los ojos en blanco, como si yo le hubiese hecho una pregunta totalmente estúpida.
—Todo el mundo en este hospital sabe quién es Nathaniel Cohen, Addie—respondió—. Nos da esperanza. Si él pudo sobrevivir al peor cáncer cerebral de la historia, quiere decir que cualquiera de nosotros podemos sobrevivir también a lo que sea. Nathaniel Cohen es una leyenda. «El milagro Cohen» le llaman.
Lo era. Realmente lo era. Sin embargo, yo hubiese podido corroborarlo mejor si tan solo me hubiesen dejado conocer su historia clínica, cosa que ya no iba a suceder porque Nathaniel Cohen alias «el milagro Cohen», me había «botado».
—En fin—continuó Ámber con su historia—. Mira lo que puso en el grupo. Te lo voy a leer.
Se rió un poquito, aguantó y empezó a leer.
—«La Dra. Addison Reed es una doctora loca, amargada y totalmente desubicada. JAMÁS permitan que los toque con sus manitas de boxeadora. Primero me rompió la nariz y ahora capaz me rompió los huevos también. ¿No se supone que los doctores curan heridas? PUES ELLA ME HACE HERIDAS A MÍ. JAMÁS CONFÍEN EN ELLA. LA ODIO»—leyó divertida—. ¿Qué le hiciste? ¡Suena tan dolido! ¡Necesito escuchar tu versión de la historia, por favor! ¡Todos sabemos que eres una eminencia!
Siguió riéndose a voz suelta y no pude cortarla a pesar de mis crecientes ganas de matar a Nathaniel. Para mí todo esto era una tontería y un dolor de cabeza, pero a ella la divertía. Y esa diversión era lo que menos tenía en su vida, pero lo que más merecía.
—No tengo una versión de la historia—respondí honestamente porque con Ámber no tenía nada que ocultar o pretender—. Es tal cual como él lo dice. Fueron accidentes, pero está diciendo la verdad.
Ámber negó repetidas veces con la cabeza. Estaba segura que esperaba algo más interesante de mi parte, pero no lo había.
—¿Quieres escuchar mi versión de la historia?—dijo.
—Por supuesto.
—Mi versión de la historia es que...—continuó más bajito, como si solo quisiera que yo la escuchara y más nadie—. Esto es una historia de amor. Sí, señor, Nathaniel Cohen está secretamente enamorado de ti. Le gustas tanto que lo que le hiere no es que le hayas roto la nariz o las pelotas (historias que también me gustaría saber, gracias), sino que se refiere a que lo hieres emocionalmente—inhaló aire—. Oh sí, ustedes dos son ahora mismo los protagonistas ideales de una historia de amor intensa, apasionante y fuera de serie.
Me reí llena de sarcasmo. Si Nathaniel y yo éramos los protagonistas de una historia de amor, entonces mañana me promoverían a jefa de residentes. ¡Vamos! ¡Era una locura! ¡No podíamos ni estar dos segundos en un mismo lugar sin pelear!
—La verdad es que nos odiamos bastante, Ámber.
—Bueno, pero ya sabes lo que dicen: del odio al amor hay solo un paso.
Volví a empujarle la frente con el dedo índice. Le quería, pero ya se estaba pasando de adolescente diciendo muchas tonteras.
—Entonces definitivamente no caminaré.
Me paré de la cama pues ya había pasado mucho tiempo y todavía tenía que ir a revisar otros pacientes. Hice algunas anotaciones en su expediente, pero no las firmé. No quería terminar de dejar evidencias de que estuve en el hospital.
Me dirigí a la puerta y la abrí, pero la voz de Ámber me interrumpió:
—¿Y quieres saber una última cosa que opino?—dijo—. Opino que Nathaniel Cohen es una lección de amor y que el hecho de que siga vivo no es una casualidad.
Tuve que detenerme inevitablemente. Como dije, Ámber era brillante y si intentaba llamar mi atención, claramente lo había logrado.
—Es un buen hombre, ¿sabes? Lo conocí en el grupo de apoyo de pacientes de neurología. Siempre tenía buena actitud y se la pasaba haciendo chistes de todo a pesar de que todos sabíamos que lo habían diagnosticado como terminal. Él fue quien creó el grupo de Whatsapp. Cuando sobrevivió y le dieron de alta, nos dijo que iba a continuar motivándonos desde ahí, porque éramos su familia y siempre nos querría. Se la pasa enviando memes de nuestras enfermedades y eso me hace reír todo el tiempo. Oh sí, ojalá Nathan fuese más joven y así podría ser mi historia de amor.
No pude evitar sonreír ante la estrategia de Ámber, pero ella no se dio cuenta. Así que simplemente salí de la habitación y me quedé un momento reflexionando sobre todo en el pasillo.
Finalmente, luego de tanto pensarlo y pensarlo, busqué mi bolso y saqué una carpeta que tenía ahí guardada. Era una de las carpetas que me había entregado Tess el día anterior con el plan de seguimiento de Nathaniel.
La abrí y le eché un vistazo a lo que se leía en la primera página. Estaba escrito en una legible tipografía de computadora:
Introducción al plan:
Aceptación sobre la resignación.
Durante las primeras semanas después de haber sido dado de alta, es normal que el nuevo sobreviviente sienta muchas inseguridades. Ha superado una ardua batalla que fue el cáncer, pero también perdió muchas cosas importantes en su vida durante dicha batalla. "¿Y ahora cómo vuelvo a mi vida?", es normal que se pregunte una y otra vez sin poder encontrar la respuesta.
Es importante que el doctor de seguimiento le enseñe sobre la "aceptación" y sea testimonio de ella. La aceptación no es lo mismo que la resignación. Resignación es el estado mental en el que una persona se conforma con su realidad como le tocó vivirla, aferrándose a la idea de que es tan solo mala suerte y sin ánimos de modificarla a su favor. Aceptación, por el contrario, es comprender su realidad, convivir con ella y adaptarla a su vida conforme crece positivamente con ella.
Cuando el sobreviviente "acepta" que tiene la vida a su favor, con todo y sus adversidades, se dará cuenta de que no hay realmente una vida a la cual regresar, pero una nueva vida que iniciar. Y lo hará sin miedo.
Al final de la página había algo más. Algo escrito con el pulso de un magistral neurocirujano con una vida de experiencia:
Buena suerte, Addie.
Confío plenamente en ti.
-Tess.
Algo en mí me dijo que esta introducción no estaba dirigida solo a Nathaniel.
Tess Lewis... ¿Qué demonios planeabas?
xxxxx
¡Hola!
Aquí pues tienen el séptimo capítulo. Uno que les permite conocer un poco más de los sentimientos de Addie.
A este punto muchos han comentado que no les cae bien Addie, otros comentan que no les cae bien Nathan, otros aman a Keith (ya tiene fan club de hecho), otros cuestionan los planes de Tess, otros comentan que les hace un poco de ruido lo que está sucediendo... y yo solo les puedo decir: qué bueno, porque la historia está planificada para que todas esas cosas sucedan ;) Les aseguro que todo hará sentido en su momento.
Si te va gustando o te ha ocasionado alguna de estas emociones a tan solo siete capítulos, no te olvides de votar y comentar. Así más personas pueden descubrir la historia y sentir lo mismo muajajaja.
Les quiere,
S.
(Twitter / Instagram: sophiatramos)
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