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3

UN DOCTOR TIENE QUE HACER LO QUE UN DOCTOR TIENE QUE HACER

ADDIE.

—Zoey... han pasado tres días. Ya di algo.

Zoey negó. Su cabeza se mantenía apoyada sobre la ventana de copiloto de mi auto, en la cual veía claramente su reflejo. Uno que no mostraba más que cabreo puro.

—Zoey, vamos, estás en mi auto. Te estoy llevando a la universidad como cada mañana. No puedes dejar de hablarme mientras te estoy haciendo un favor.

Finalmente reaccionó. Pero para agarrar la perilla de su puerta.

—Ah, ¿con que esas nos traemos?—espetó—. Detén el auto ya mismo, que aquí me bajo.

Sin pedir permiso, y algo fastidiada, removí su brazo de la perilla.

—Deja el drama—exclamé—. Eso no fue lo que quise decir y lo sabes.

Desde el incidente del bar en el que golpeé a un extraño (que me besó de la nada), salí corriendo (porque mi jefa me había llamado para una cirugía), y Zoey junto a tía Jenna se habían visto en la penosa necesidad de lidiar con mi hazaña mientras yo salía corriendo (porque, de nuevo, un extraño me besó de la nada), Zoey me había quitado el habla por completo.

—¡Ay, vamos! Lo admito, me pasé un poquito. ¿Podemos hablar ya? No soporto que no hablemos. Me ocasiona mucha ansiedad.

Zoey golpeó su pierna con una mano.

—¿Te pasaste un poquito? ¡¿Un poquito?!—masculló—. ¡Por amor a Dios, Addie! Golpeaste a un pobre hombre indefenso y luego nos abandonaste en pleno bar alborotado.

—Pero es que Tess me llamó para una cirugía importante. Sabes que no puedo rechazar ninguna cirugía de Tess.

—Sí, siempre tienes una excusa. Siempre es algo diferente—discutió Zoey—. Por tu culpa, tía Jenna y yo estuvimos toda la noche en el hospital con un extraño y su amigo, porque le rompiste la maldita nariz. Estuvimos ahí, no porque el tipo nos importara, sino para asegurarnos que no nos demandaran por violencia doméstica...

—En realidad ese tipo de violencia no es doméstica, es...

—¡Cállate, no tienes escrúpulos para corregirme!—me interrumpió. Tenía razón, así que me callé—. Toda la noche, Addie, toda, esperando que detuvieran la hemorragia que tú causaste, ¡y tú simplemente huiste!

Detuve el auto. El campus universitario al que Zoey asistía se vislumbraba a nuestra derecha. Y Zoey, sin siquiera permitir que yo pronunciara palabra alguna en mi defensa, abrió la puerta y salió.

—Entiendo que era tu cumpleaños—dijo, bajando el tono—. Entiendo que tu tesis es importante para ti. Entiendo que no te gusta salir. Entiendo que eres rara, prefieres cortar cerebros y que eres una súper genio que yo nunca jamás podré ser.

—Zoey, eso no es...

Me calló con una mano.

—Entiendo, hermana, que tienes una gran carga física y emocional desde que mamá murió—hizo una dolorosa pausa y terminó—: Pero no eres la única. Yo también la tengo. Y yo no me comporto como tú.

Puse los ojos en blanco. Por alguna extraña razón que yo desconocía, siempre acabábamos en lo mismo. Zoey creía que todas las "maneras raras en las que me comportaba" tenían que ver con el fallecimiento de nuestra madre, lo cual sería una patología completamente normal en un paciente de mi naturaleza, pero no, aún así, ese no era mi caso. Yo veía la muerte de mi madre como algo natural de la vida. Un proceso científico.

—Así que si estás en un bar, borracha, festejando y un hombre que está bueno te llama "preciosa" y te besa...—continuó mi hermana—. ¡Por amor a tu maldito Neptuno, BÉSALO!

—Newton—carraspeé—. Es... Newton, no Neptuno.

Zoey soltó una risita sarcástica, para luego fruncir el ceño.

—¡BÉSALO! ¡NO LE PEGUES! ¡BÉSALO!

Y tiró la puerta del auto en mi cara. Luego corrió en dirección al campus como cada mañana lo hacía, desapareciendo de mi vista.

¿Eso se suponía que era un consejo? ¿Corresponder un beso para no meterse en problemas? ¡Eso no era un consejo!

¿Y cuál era su problema? Ni siquiera era como que volveríamos a ver al tipo aleatorio del bar, o a su nariz dislocada ("rota" es una palabra muy fea) o a su amigo de los piropos malos. Zoey de verdad tenía que relajarse.

Suspirando, volví a colocar el auto en marcha. A unos veinte minutos del campus universitario de Zoey, me esperaba un largo turno de 12 horas en el hospital. Y este no sería un turno normal.

Era el turno en que finalmente presentaría mi tesis final. La tesis que recibiría una puntuación perfecta, permitiría graduarme como residente y permitiría firmar uno de los tres únicos contratos permanentes que brindarían a las tres mejores evaluaciones.

—o—

Los pasillos del Centro Médico South Lakewood eran usualmente deprimentes, como cualquier hospital.

Pero no podía quejarme. Era un hospital moderno, amplio, con grandes ventanales y definitivamente la mejor opción de Los Ángeles, California para los estudiantes de medicina. Programa educativo en el cual no cualquiera era admitido.

Verás, sin importar cuánta gente diga que para ser doctor solo se necesita pasión, la realidad es completamente distinta. Un doctor no vive de su pasión, vive de sus capacidades, de su inteligencia emocional para afrontar todas las difíciles situaciones que te presentan al entrar al programa de medicina. Vives de las vidas y muertes de otros y para poder afrontar ambas cosas, necesitas disciplina y capacidad.

Por eso, siete años atrás, cuando decidí que quería ser cirujana, me hice una promesa a mí misma: "Siempre ser la mejor". Una promesa un tanto cliché, lo sé, pero repetírmelo una y otra vez ante cada situación que se presenta en el internado, me llevó hasta donde estoy hoy.

Así que cada mañana, medio día, noche, media noche, madrugada, que caminaba por los pasillos del South Lakewood, me cercioraba de hacerlo con seguridad, sin importar qué estuviese sucediendo con mis pacientes o conmigo misma.

Oh sí, se me desbordaba tanto la seguridad en mí misma que...

—¡QUÍTATE DEL PASO, REED!

Una camilla chocó contra mi trasero. Involuntariamente, mi cuerpo se fue en dirección a la pared, lo que ocasionó que mi cara entera rebotara contra ella.

—¡AH!—exclamé.

Caí directo al suelo, con la frente ardiendo como el demonio y el ego por debajo de mis pies. Sin embargo, eso no evitó que mis ojos se dirigieran hacia el pasillo, donde el más grande de los osados corría todavía con la maldita camilla.

Y es que el osado no era nada más y nada menos que Jace Campbell, mi eterno rival en el internado. El tipo más creído del hospital, que no pensaba más que en sí mismo y que siempre se la tiraba de lamebotas con nuestros mentores para conseguir las mejores cirugías.

No solo eso. También siempre me robaba mis cirugías. Siempre buscaba cómo indisponerme o matarme (como hoy) para él quedarse con ellas, porque obvio, por mi talento, yo siempre conseguía las mejores operaciones.

Jace, todavía corriendo y riéndose a la par del cómplice, digo paciente, que llevaba en la camilla, me sonrió con picardía y se metió en el ascensor del fondo tan pronto las puertas se abrieron.

—¡BUEN INTENTO, ESTÚPIDO! ¡MIS MANOS Y YO TODAVÍA VIVIMOS!—grité hacia el ascensor, pero las puertas se cerraron antes de que Jace pudiese responderme para atrás—. ¡Maldición, cómo odio a ese tipo!

De la rabia, golpeé el suelo con una mano. Una infinidad de doctores y enfermeros, que iban con el ritmo del hospital, me miraban como si fuese una cosa rara, pero no me importó.

—Dra. Reed, ¿terminó ya de operar el suelo?

Salté en mi lugar. Un impulso nervioso me hizo quedar de pie, frente a la mujer que me hablaba con tanta autoridad.

—Señora, no, señora.

La mujer se acomodó las gafas, dejó de mirar la torre de expedientes clínicos que tenía en sus manos y pasó a mirarme directo a los ojos.

—¿O es que acaso quieres que te envíe hoy a dar servicio en neonatología?

Me horroricé.

—¡No, por favor no!

'Neonatología' era el peor piso del hospital. Era el piso que se ocupaba de los recién nacidos y todas las posibles enfermedades que traían éstos al salir por primera vez a este mundo despiadado.

Dentro de todos mis años de internado, solo estuve una semana dando servicio allá y fue el tiempo suficiente para saber que no quería ser pediatra neonatal. Odiaba esa profesión con toda mi alma.

Era raro, porque además de Zoey, yo tenía un hermano mayor. Y este era un pediatra neonatal que se sentía profundamente fascinado con su profesión. Tanto, que había dejado de vivir con nosotras hace como dos años para irse a otra parte de L.A a seguir especializándose en su carrera.

Y bueno, por allá, en medio de su nueva vida había conseguido a una novia famosa y ricachona, dueña de una exitosa cadena de hoteles, que le consumía su tiempo casi por completo, razón por la cual Zoey y yo no hablábamos mucho con él.

Así que básicamente lo que quería decir, es que a pesar de estar tan relacionada con neonatología, yo no tenía amor por ese campo. Para mí solo hay una cosa peor que ver morir a un paciente y eso es ver morir a un paciente recién nacido.

La mujer se fijó más en mí, completamente seria y entonces estalló en una carcajada.

—¡Solo bromeo, Addie!—me golpeó el hombro con la mano que tenía libre—. Sé que lo odias y eres mi prodigio en neuro. Jamás te enviaría a perder tu tiempo allá.

Reí forzadamente. Porque no me quedaba de otra.

La Dra. Tess Lewis era mi mentora en Neurología y le gustaba torturarme, justo como todos los cirujanos del hospital disfrutaban hacerlo con los internos y residentes. Era la ley de la vida en medicina, tal cual como la cadena alimenticia con los animales. Solo los más feroces sobrevivían y les gustaba usar ese método de enseñanza con nosotros. Porque éramos doctores y en medicina no había tiempo para dramas emocionales.

Aún así, Tess se pasaba de vez en cuando. Nadie le discutía que era una de las mejores neurocirujanas de L.A e incluso era reconocida en otros países, pero sus cambios de humor me volvían loca de vez en cuando. Estaba segura que lo hacía porque le gustaba jugar con mi cabeza, pero juro que era la única en este mundo que sabía cómo aterrorizarme, sobre todo porque mi carrera estaba en sus manos.

—Además—se rió bajito—, vi lo que pasó. Ese Jace no tiene remedio.

—Sí, es un total idiota. No sé qué le hice para que me trate así.

Tess volvió a golpear mi hombro.

—¡No te hagas, Addie!—exclamó—. Le gustas a Jace, por eso te hace la vida de cuadritos cuando están en el mismo turno.

Fui la siguiente en soltar la carcajada, sin importar todas las miradas que me cayeron encima o que le estuviera insinuando a mi mentora que estaba loca. Porque, vamos, en verdad sí lo estaba.

—Sí, claro—dije con sarcasmo—. Me quiere matar porque le gusto. Lo dudo, mucho, Tess. Solo los niños se comportan así y no somos niños.

—¿En serio? ¿Osea que todavía no se han acostado?

Di un paso hacia atrás de la impresión.

—¿ACOSTADO? ¡No, jamás! ¿Por qué lo haríamos?

—No sé, vi en estos días una horrible serie de doctores donde todos se acostaban con todos—se encogió de hombros—. ¿Eso pasa en nuestro hospital?

—¡Espero que no!

No tenía idea en verdad, pero por lo menos yo no andaba de promiscua por ahí.

—Bueno, Addie, pero no te pongas así... ¿hace cuánto que no tienes acción? Te veo muy tensa últimamente. Tal vez Jace pueda ser un buen prospecto, se ve que entrena. Podrían durar mucho.

Me horroricé.

—¡TESS!

—Ya, yo solo decía, pero tú eres la que se está privando de ese bombón, así que...—dijo riéndose con picardía y se alejó para gritar—: ¡RESIDENTES, REUNIDOS YA O LES RESTO HORAS DE SU PRÁCTICA!

Eché dos pasos hacia atrás, tapándome los oídos. De verdad que esta loca haría que me diera un infarto un día de estos. Y tampoco me gustaba cardiología, así que no pretendía ir a ese piso ni siquiera como paciente.

Varias personas, de todas las esquinas del piso, dejaron todo lo que hacían para atender la petición de Tess. Por lo menos 5 personas llegaron al lugar donde Tess y yo estábamos, que básicamente era el medio del pasillo. Porque sí, así era ella, no le importaba en lo absoluto el lugar, con tal de hacerse notar.

Me acomodé la bata blanca, mirando a todos los residentes incorporándose a la reunión, al tiempo que los examinaba. Había de todo: el residente fortachón que quería especializarse en ortopedia, el residente brillante que sería psiquiatra, la residente sencilla, cariñosa, que sería pediatra y luego estaba yo, fría, calculadora, que sería neuróloga no porque mi personalidad concordaba con ello, sino porque tenía un oscuro pasado sobre ella.

—Bueno, bueno...—dijo Tess, mirando entre el gentío, incluyéndome—. Hoy es el gran día. El gran día en que ustedes, inútiles, intentarán sorprender a sus mentores con presentaciones extraordinarias para ganarse la especialidad en este hospital. El gran día en que, finalmente, me deshago de ustedes y pasan a ser el problema de otro.

Me reí en mi interior, pero los demás pusieron mala cara. No era ningún secreto que Tess nos odiaba a todos, pero yo, que la conocía un poco mejor, sabía que era porque quería nuestro bienestar.

Mi móvil vibró en mi bolsillo. Lo saqué solo un poco para ver mis notificaciones en pantalla:

Aaron:
¿Sabes qué sería lindo?

Aaron:
Que mi hermana menor me respondiera
mis mensajes de vez en cuando.

Puse los ojos en blanco. Era mi hermano mayor, el pediatra neonatal del que les había hablado antes. El descarado, en dos años que tenía de haberse mudado de casa, si acaso nos había visitado una o dos veces, pero últimamente estaba muy intenso con cierto tema recurrente del que yo no quería hablar.

Seguí leyendo:

Aaron:
Y que aceptara de una vez por todas
ir a la "fiesta del año" conmigo para que
yo quede bien con mi novia. Zoey ya confirmó.

Aaron:
Solo decía.
Te quiero, A. Suerte con tu presentación hoy.

Guardé el teléfono, ignorándolo como de costumbre, y me concentré en lo que decía Tess:

—Por lo que podríamos decir que más allá de ser el gran día de ustedes, es MI gran día. Así que ni se les ocurra arruinarlo o les esperará otro año de tortura.

Traducción en el raro idioma de Tess: «Dén lo mejor de ustedes y háganme sentir orgullosa».

—Los espero a todos a las 6:00 p.m. en el auditorio. No lleguen tarde o les patearé el trasero sin piedad.

Y... eso no tenía traducción. Esa era Tess siendo Tess.

Los residentes se dispersaron en el pasillo, cada uno volviendo a sus ajetreadas rutinas como solo CMSL (Centro Médico South Lakewood) sabía proporcionárnosla. Algunos tomaron expedientes médicos de las diversas recepciones del piso, a otros se les escuchó sus móviles sonar, lo que posiblemente quería decir había emergencia con pacientes, y otros implemente se fueron a realizar sus rondas de las mañanas.

—Reed, tú vienes conmigo hoy—me dijo Tess, tirando en mis brazos la torre de expedientes que llevaba consigo—. Te hablo de todos estos pacientes mientras caminamos hacia sus habitaciones.

Asentí con la cabeza, al tiempo que Tess empezó a caminar. Corrí hacia ella. A veces era tan difícil seguirle el ritmo, pero luego de tanto tiempo, ya estaba acostumbrada.

—A la de la habitación 204 hay que darle seguimiento por su operación del aneurisma y a la del 210 le suministraremos hoy un medicamento distinto para su encefalitis, ya que ayer recayó...

La voz se Tess que hablaba de los casos siguió sonando en mi cabeza, cuyo subconsciente registraba todo, mientras miraba a mi alrededor: doctores corrían, camillas entraban a los ascensores, personas esperaban con desesperación noticias de sus familiares en las salas...

Y de pronto, me vi a mí misma sonriendo orgullosa de la decisión que hoy tomaba: permanecer aquí, venerando mi carrera, poder finalmente ser la doctora que tanto ansiaba.

—¿Dra. Reed, sigue conmigo?—me sorprendió Tess soñando a lo lejos.

La sonrisa se fue hacia ella.

—Afirmativo.

—Por favor repíteme todo lo que acabo de decirte.

Y así lo hice, como una carretilla:

—204, seguimiento por aneurisma. 210, medicamento distinto para la encefalitis. 226, seguimos pruebas para epilepsia. 228, reconstrucción del parche de encéfalo. 232, salida oficial tras éxito con operación en tumor benigno.

Tess también me sonrió.

—Nunca me decepcionas, Addie—dijo, enterneciéndome—. Vamos.

Caminamos por el pasillo, directo a la primera habitación para darle seguimiento al caso. Quería concentrarme, quería ir al ritmo de Tess, pero lo único que podía pensar era en mi presentación de hoy, así que quise decírselo a mi mentora.

—Estoy un poco nerviosa—solté—. Pero elegí un tema que aún no muchos doctores han explorado. Estoy segura que los jurados lo amarán.

—No lo dudo.

De repente un enfermero se interpuso en nuestro camino entregándonos un expediente fuera de nuestro cronograma.

—Dra. Lewis, el paciente de la habitación 245 llegó hoy por el seguimiento de su caso. Preguntó específicamente por usted y la Dra. Reed.

Tess agarró el expediente. Lo leyó solo ella.

—Dígale al paciente de la 245 que su caso es de Otorrino, no Neuro, y que el seguimiento es directamente con el doctor que se le asignó hace días atrás—espetó entregando el expediente al enfermero—. La Dra. Reed y yo tenemos muchos casos que atender hoy y no podemos ver casos que no sean de Neuro.

Intentamos rebasarlo, pero el enfermero nos detuvo.

—Pero Dra. Lewis, ¿acaso no leyó de quién se trata?

Tess levantó una ceja. Agarró por segunda vez el expediente. Le dio solo un vistazo al nombre, supongo, porque su expresión cambió por completo.

—Oh, Dios, lo siento tanto—dijo—. Ya mismo lo atendemos. Gracias, Henry.

El enfermero asintió y desapareció a través del pasillo. Tess me entregó el expediente que se posó en el principio de la torre.

—Tal parece que nuestros planes de esta mañana han cambiado, Dra. Reed—me dijo—. Somos un equipo con fans y a los fans hay que honrarlos. Así que haremos una breve parada antes de iniciar con nuestras rondas.

—Eso suena como un tremendo plan, Dra. Lewis.

Riéndonos, porque la fama se disfruta, nos escabullimos por todo el pasillo hacia la habitación 245. Posiblemente Tess estaba acostumbrada a que todos la veneraran, pero yo no, así que era un logro que un paciente se supiera mi nombre.

En el Centro Médico SL, las habitaciones de cada piso que sobrepasaban el número 40 (240... 340... 440...) eran las habitaciones de lujo, así que ya uno sabía que cuando iba para allá tenía que tratar con extra atención a sus pacientes.

Tess lo sabía. Yo lo sabía. El hospital entero lo sabía. El mundo entero lo sabía.

Así que nos apresuramos en llegar para no molestar al príncipe o princesa que nos esperaba allá.

Fue Tess quien abrió la puerta para darnos paso a la habitación. La televisión estaba apagada y el paciente se mantenía cubierto con la cortinilla de la cama, posiblemente porque antes de nosotras alguien le había realizado algún procedimiento.

Todavía riéndome, me acerqué a la cama.

Me distraje durante unos breves segundos en los que mi móvil vibró en mi bolsillo, lo que podía significar el pesado de mi hermano o una emergencia médica, así que mientras que lo sacaba, agarré la cortinilla.

Miré al teléfono. Era mi hermano. Así que pasé a concentrarme en la cortinilla, la cual agarré con más fuerza y tiré a un lado.

Y cuando lo hice, cuando se vislumbró el "príncipe" que estaba sentado, supe que había una única cosa peor que Neonatología.

—Dra. Lewis, qué gran honor tenerla aquí...—dijo el hombre, pausadamente.

Eché dos pasos hacia atrás, hasta que los ojos del paciente llegaron hasta mí. Del terror que me invadió, la torre de expedientes que tenía en mis brazos cayó al piso ocasionando un estruendo que asustó a Tess.

—Pero debo decir, que en esta ocasión, es un honor mayor tenerla aquí...

En la camilla, con un parche cubriendo su nariz, los brazos cruzados y una sonrisa malévola en el rostro, estaba el hombre al que le había pegado tres días atrás, por haberme besado en un bar de mala muerte.

—...A usted, Dra. Reed.

—o—

¡Hola!

Ahora es que empieza lo bueno >=D Cada vez me emociono más con esta historia y empiezo a sentirme como Nathan en plena venganza jajajaja.

Recuerda que si te va gustando la historia hasta ahora deja tu voto o algún comentario. Así me motivas a seguir escribiéndola. A partir de aquí les prometo que se pone muy, muy graciosa.

Les quiere, 

S. 

(Instagram/Twitter: @sophiatramos)

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