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Un baño perfecto

—¡No puedo creer que me hayas dejado por carta, George!

Estábamos casi todos los profesores en la sala común. Era la víspera de año nuevo y no teníamos muchas obligaciones, quedaban pocos alumnos que se había reunido, con permiso de Mcgonagal, en las habitaciones de Griffindor para pasar esos días antes de volver a las clases. Hermione y yo nos habíamos ofrecido voluntarias para vigilarlos esa noche, dejándoles jugar a juegos y bailar en la sala. En ese momento, estaba sentada junto a Blaise en el sofá, que me estaba enseñando los planes que tenía para el torneo. Estaba muy emocionado y yo también. Tenía muchas ganas de que todo volviese poco a poco a la normalidad y las pruebas que había preparado no parecían demasiado agresivas. Pero habíamos dejado todos de hacer lo que estuviésemos haciendo cuando Angelina entró como una furia en la habitación y le lanzó a George una bola de papel. Ahora él intentaba, sin éxito, llevársela a un lugar más alejado para hablar tranquilamente. 

—Angelina, no te dejé por carta. Hablamos antes de las vacaciones, no podíamos seguir con esto.

—¡Pensaba que necesitabas algún tiempo! ¡Echar unas canas al aire! —dijo desesperada y llena de ira—. Me has dejado en ridículo delante de todos, viniendo a verte para celebrar el año nuevo...

—En la carta te dije que no tenías que hacerlo, pero podrías venir a estar conmigo como amigos.  —contestó George con voz calmada—. Vamos a hablarlo a otro sitio, por favor.

—No hay nada más que hablar —dijo Angelina recomponiéndose y poniendo una pose digna—. Y tú, ¿qué estas mirando?

Me sobresalté cuando la vi acercarse. Blaise se levantó y se interpuso disimuladamente entre nosotras. No supe que contestar, me quedé avergonzada, pues ahora toda la atención de los compañeros estaba puesta en mí. 

—Yo...

—Sí, tú. Todo empezó la noche de la fiesta. ¿Qué le hiciste a mi novio? Seguro que como una buena Slytherin sabes abrirte bien de piernas.

—Ya basta, Angelin.a —dijo Harry en mi defensa— No digas cosas de las que luego te puedas arrepentir.

—Cállate, Harry. Esto no es de tú incumbencia.

Me levanté y fui rápidamente lejos de la sala. No me apetecía enfrentarme a ella, no tenía fuerzas para volver a caer en ese pozo. Me puse a caminar sin rumbo por una escuela que estaba vacía y agradecí no encontrarme con nadie. No sabía como, pero llegué a uno de los baños de prefectos y cuando entré, con esa gran piscina de agua caliente y los vapores y olores que emanaban, me relajé. Me desvestí cuidadosamente y me metí en el agua. Mis nervios se calmaron, la discusión parecía un mal recuerdo. Use varios de los geles que allí se encontraban y aproveché para lavarme el pelo. Al acabar, salí de la piscina y comencé a secarme con una de las toallas que había. Estaba desenredando mi pelo con los dedos cuando escuché que la puerta se abría. En ese momento, entró George Weasley suspirando y comenzó a desvestirse.

—Hola —dije con voz avergonzada.

—¡Oh! Hola —respondió volviéndose a bajar la camiseta negra que llevaba, lo que no impidió que me fijase en su vientre con los abdominales muy bien definidos—. No sabía que estabas aquí, no quiero molestarte. Esperaré a que termines.

Se acercó y se colocó a mi lado, apoyado en uno de los cubículos que hacían las veces de baño. Me sorprendía siempre lo alto que parecía a mi lado y, aunque había oído hablar siempre de la fama tan cercana de los Weasley, aún me resultaba extraño que alguien se acercase tanto a mí para conversar. Me ponía muy nerviosa.

—No tardo nada, de verdad. Tengo que ir con Hermione a organizarnos para esta noche. 

Siguió mirándome fijamente. En ese momento, fui consciente de que solo una toalla demasiado pequeña para mi pecho me estaba cubriendo y me ruboricé más aún. Cuando parecía que iba a decirme, algo escuchamos pasos en el corredor y voces que se acercaban.

—¡George! ¡Sé qué estás aquí! Aún no hemos terminado nuestra conversación.

Su cara cambió y empezó a mirar para todos lados. Yo tampoco quería verla, así que me puse nerviosa. Al final, y sin pensarlo mucho, lo empujé hacia atrás, abriéndose la puerta del baño y entrando los dos en él. Nos habíamos metido en uno muy pequeño para los dos y rápidamente George se sentó en el water, me cogió fuertemente y me sentó a horcajadas encima de él, lo que hizo que la puerta se cerrase justo en el momento que Angelina entraba al baño. 

—No me voy a mover hasta que salgas.

Me quedé petrificada, no sabía que hacer. Los ojos de George se habían vuelto tan negros como los míos y no podía dejar de mirarlo. Nuestras cabezas estaban casi a la misma altura y demasiado cerca. Tanto que podía escuchar su respiración entrecortada. Me encontraba completamente desnuda y en esa posición sus vaqueros rozaban mi entrepierna. Escuchaba a Angelina paseando por la sala y supuse que se había sentado a esperar.

Mis manos estaban sujetando su cuello, lo que me permitió tocar su rojo pelo, tan suave. De repente, sus manos agarraron fuertemente mis caderas, tanto que estaba segura de que me iban a quedar marcas, y noté como un bulto enorme iba creciendo en sus pantalones y apretaba más aún mi sexo contra él.

Cerré los ojos mientras dejaba escapar un pequeño gemido. Mordí mis labios, olvidándome de que estaba con el en ese baño. Nunca había sentido nada igual con alguien. Obviamente, yo sola me había aliviado muchas veces, pero nunca me había sentido tan expuesta con un chico. Sin darme cuenta de lo que estaba haciendo, perdí la razón y comencé a mover mis caderas, rozando mi clítoris contra su duro miembro. Mi pecho se movía acompañando el vaivén de mis caderas, tapado solo con la toalla.

Abrí los ojos y vi a George. No apartaba los suyos de los míos y pude ver en ellos su sorpresa y lujuria. Paré un segundo, dándome cuenta de lo que estaba pasando. Pero entonces George comenzó a mover mis caderas, apretándome contra él todo lo que podía. Sus movimientos se fueron haciendo cada vez más rápidos y yo no iba a poder aguantarlo. Mi sexo estaba empapado y comencé a sentir un calor intenso. No había vuelta atrás, estaba a punto, pero no quería que el pelirrojo me viese, nunca nadie me había visto así. Giré mi cara, pero George soltó una de sus manos para coger mi mejilla.

—Quiero que me mires —dijo con voz ronca.

Para mí eso fue demasiado. Comencé a sentir el orgasmo, apretando mis piernas contra él más fuerte, sintiendo espasmos que recorrían todo mi cuerpo. Mientras pasaba esto, noté como su miembro comenzó a palpitar y a aumentar de tamaño mientras unos gemidos escapaban de la boca del pelirrojo. Noté el calor de su semen a través de sus vaqueros, mientras recobraba el aliento. 

Pasamos unos segundos en esa posición, recuperándonos. Pero una sensación extraña me invadió. Después del subidón, de la adrenalina del encuentro, me sentí avergonzada por lo que había echo. Así que sin decir nada, me levanté y salí corriendo del baño, me puse la túnica rápidamente y me fui con las botas en la mano. Menos mal que Angelina ya no estaba, puesto que me había olvidado de ella.

Lo último que escuché fue la voz de George llamándome a lo lejos.

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