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Primera prueba: La búsqueda del tesoro

Dos días habían pasado y esos pinchazos en el estómago no habían cesado. Al principio pensé que podía ser una indigestión, pero me di cuenta de que estos aumentaban cuando estaba cerca de George o Leonor. E incluso más aún cuando los veía a los dos juntos riéndose, hablando, tocándose...

El diagnóstico era claro: Estaba celosa.

Menos mal que no me busqué ningún remedio ni visité la enfermería. Habría sido un poco vergonzoso. Creo que Ginny se estaba dando cuenta de lo que me pasaba, pues intentaba alejarme de ellos en cada momento que los tenía cerca. Temía que los acabase fulminando con la mirada o peor aún: que me descubriesen.

Draco estaba más animado, pero aún seguía muy encerrado en si mismo. El poco tiempo que pasábamos juntos hablábamos de temas intranscendentes. Tampoco quería agobiarle con mis problemas, bastante tenía con huir de los lamentos de Pansy y no pegar un puñetazo a Neville cada vez que intentaba disculparse entre balbuceos. 

Con este panorama llegó el día de la primera prueba. Habíamos tenido que estar calmando a la mayoría de los alumnos de Hogwarts, pues solo podrían participar en esta prueba los veinte que estaban en el último curso. No iba a ser algo muy peligroso pero no queríamos riesgos. El Torneo de la Concordia era para unir los lazos e intentar volver a la normalidad, no como su predecesor que consistía en lograr la gloria. 

No hubo ceremonia ni cáliz de fuego que pudiese arrojar problemas como ya había pasado con anterioridad. Cada escuela había traído a veinte participantes y en total serían sesenta para la búsqueda del tesoro. De esos sesenta pasarían los dos primeros de cada escuela a la siguiente prueba. En esta solo ganaría uno de cada escuela que sería el capitán y encargado de formar su equipo de Quiddittch para el gran final de entre todos los alumnos. 

Todo estaba bien planeado. Nada podría salir mal.

Nos reunimos con todos los alumnos en el lago, las clases se habían suspendido ese día. Blaise y Zabinni habían hecho un buen trabajo montando unas gradas donde se veía todo el bosque. La mayoría de las pistas estaban fuera de la zona pero un marcador mágico encima del lago iría mostrando la puntuación de cada concursante. 

Los participantes estaban en fila en frente de los demás, cada uno con su escuela. Los de Durnstrang iban con unos pantalones y chalecos de cuero, con una camisa blanca que los hacía parecer más feroces aún con su pose marcial. Las de Beauxbatons llevaban unos pantalones azules con un blaiser del mismo color, que a pesar de la elegancia patente parecía bastante cómodo. 

Nuestros alumnos... Bueno, llevaban las túnicas de sus casas pero parecían poco intimidantes comparados con los otros. Pero tenía esperanza en ellos y en su trabajo en equipo. Sabía que se habían forjado alianzas para conseguir que los mejores de cada casa pasasen la prueba y me gustaba ese grado de confraternidad y competitividad unido.

- ¡Bienvenidos y bienvenidas! 

La voz de Lee Jordan resonó en todo el claro. Se escucharon vítores y exclamaciones de sorpresa, pues la mayoría de los alumnos le tenían mucho cariño. 

- ¡El Torneo de la Concordia comenzará en diez minutos! Ya conocéis todos las normas: tenéis que seguir las pistas que os llevarán a uno de los seis huevos escondidos que os darán la pista final para la siguiente prueba.

Ese guiño había sido idea de Harry. Creo que no había superado lo que le costó resolverlo y que necesitó ayuda para ello. Quería que se diesen cuenta de que no era tan fácil resolver los enigmas y, aunque no fuese el mismo que hace años, también tendría su complicación.

- En el marcador iremos viendo las puntuaciones de los participantes. Cuando dos de la misma escuela consigan uno de los huevos los demás serán avisados y eliminados directamente para que los otros continúen. Tened cuidado con las pistas falsas o acabaréis perdidos en el bosque.

Todos los participantes estaban ya preparados, con los de Hogwarts cuchicheando entre ellos. 

- Esta permitida la magia y será necesaria, así es que espero que todos tengáis preparadas vuestras varitas. No vale mutilar, atacar, matar... bueno, creo necesario puntualizarlo. Con vosotros nunca se sabe.

Una carcajada general se pudo escuchar. Sonreí, pensando en la buena idea que había sido convencer a Lee para que viniese. Hacía que el ambiente fuese mucho más festivo, cosa que era nuestra finalidad.

-Así es que, sin más preámbulos, espero que no tengáis frío porque la primera pista está en el lago. En treinta segundos nuestra querida directora dará la señal y... ¡Vamos Griffindor, vosotros podéis ganar a esos... Aunch! - se escuchó murmurar a Mcgonagall a su lado - Digo, ¡mucha suerte a todos!

Me alejé riéndome hacia mi prueba mientras se oían silbidos puesto que algunos concursantes estaban desvistiéndose para meterse en el lago. Tenía que ir a los invernaderos donde había escondida una de las pistas que los llevarían hasta los alrededores del sauce boxeador. Blaise y yo habíamos querido cogernos este lugar porque se podía vigilar toda la zona desde el jardín oculto sin que los alumnos nos viesen. 

En ese momento nos pareció una buena idea para pasar tiempo juntos y tener intimidad pero después de todo lo que pasó no quise ni pensar en que estuviese allí conmigo. Así es que tendría tiempo para estar allí a solas sin que nadie me molestase, disfrutando de los olores y el día mientras evitaba que alguno de los participantes acabase paralizado durante días por tocar la planta incorrecta.

Pasaron las horas mientras veía pasar a los alumnos por mi zona. Me alegré mucho cuando vi que dos chicas de Slytherin fueron las primeras en llegar y no tardaron en resolver el acertijo. Aunque sabía que este torneo era para que todos lo pasasen bien no podía evitar sentirme orgullosa de mi casa. Después de ellas varios grupos y personas solas fueron pasando poco a poco. 

Llegó un momento en el que solo quedaban los rezagados que estaban tardando más en resolver las cosas. Pero como mi pista era una de las primeras y aun no había recibido ningún aviso de que la prueba hubiese terminado no podía moverme, así es que todo empezó a volverse más tedioso.

Mientras estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas tras un cristal mágico que me permitía ver todo el invernadero sin que los demás me viesen escuché una risa femenina que se acercaba al lugar. 

Distraída, continué tarareando una canción pensando que serían más alumnos que venían a hacer la prueba. Pero me di cuenta de lo equivocada que estaba cuando vi entrar al invernadero a una chica bajita, delgada y con un vestido vaporoso azul celeste de la mano de un pelirrojo que le sonreía. 

Los pinchazos en el estómago regresaron de nuevo.

Me levanté dispuesta a irme pero no podía dejar de mirarlos. Así funciona esto, no podemos evitar hacernos daño porque muchas veces creemos que el no saber es peor. George cogió una flor preciosa y se la colocó en el pelo mientras Leonor sonreía coqueta y le miraba con sus grandes ojos azules.

Envidia. A los celos se sumó la envidia. Envidia al ver el cuerpo perfecto de la francesa. Un cuerpo que no dejaba hueco a las inseguridades, que nunca había sentido la vergüenza de que alguien la viese completamente desnuda. Un cuerpo que no había evitado quitarse la camiseta cuando estaba en la intimidad más profunda con el chico de sus sueños. Nunca sufriría el tormento de ir a comprar ropa y que las tallas más grandes no te sirviesen. 

Los celos, la envidia, la inseguridad...

Y no era capaz de marcharme. 

Continuaban sonriendo, sentados en uno de los bancos. Mis oídos pitaban de tal manera que no podía escuchar su conversación, pero parecía que George le estaba diciendo que se marchasen a otro lado mientras se incorporaba, pues podrían llegar más alumnos. 

Ella tiró de él con fuerza, hasta que se sentó de nuevo mucho más cerca que antes y antes de que me diese cuenta se había lanzado a los labios del pelirrojo con pasión al amparo de la intimidad que creía que los rodeaba.

Lleve mi mano a la boca y reprimí un grito. No podía más. Salí corriendo hacia el castillo, llevándome las manos al estómago y rezando porque nadie me encontrase de camino a mi habitación. En ese momento no pensaba en nada más, solo en el dolor que no sabía si me iba a dejar llegar sin partirme por la mitad.

***

Si me hubiese quedado.

Si no me hubiese marchado.

Puede que nada de lo que pasó después hubiese ocurrido.

Y mi vida no sería un completo desastre.



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