La sala común de Hogwarts
Estaba un poco desorientada. No sabía como había llegado a la puerta del Gran Comedor y tenía un montón de niños mirándome, esperando que los guiase a las mazmorras. Me había quedado bloqueada. Intenté hablar con la directora, pero se excusó diciendo que tenía muchas cosas que hacer y ya hablaríamos por la mañana. Yo, jefa de la casa Stlytherin. Ni en mis mejores momentos hubiese deseado serlo. Era demasiada responsabilidad, demasiados alumnos dependerían de mí, mucho para manejar...
—Marta, vamos. Tienes que llevar a estos niños a dormir antes de que se revolucionen demasiado, se separen y sea imposible localizarlos. No querrás que empiece así tu primer día, perdiendo a algún alumno en el castillo.
La voz de Draco me desbloqueó. Tenía razón. Debía de comportarme, ya tendría tiempo esa noche de descargar mi frustración a gritos con la almohada. Puse mi mejor sonrisa y guie a los nuevos hacia las mazmorras. Me di cuenta, por el camino, de que eran muy pocos los de mi casa, aunque no me sorprendió. Poca gente quería ya ser del Slytherin y eso era lo mas importante para el Sombrero Seleccionador. Se apoderó de mí un sentimiento de fuerza, pues iba a intentar que todo eso cambiase. Las serpientes teníamos que estar orgullosas de pertenecer a esta casa.
Al fin, conseguí explicar las normas y dejar a los nuevos con los prefectos para que los guiasen a las habitaciones. Me había emocionado un poco ver tantas caras felices. Muchos de ellos habían pasado por cosas inimaginables a su corta edad y por primera vez en Hogwarts después de muchos años sería un lugar seguro de verdad.
Cuando me di cuenta estaba en la entrada del castillo y no sabía a donde tenía que dirigirme. Nadie me había explicado dónde estaría mi dormitorio. Esperaba que no fuese cerca de las mazmorras, bastante tiempo me pasaría bajo tierra con las clases y el despacho. No me apetecía dormir también allí. Me acerqué al umbral del Gran Comedor a ver si quedaba alguien que pudiese ayudarme.
—¡BUUUUUUUU!
—¡Pevees! —grité mientras perdía el equilibrio.
Había aparecido a mi izquierda sin que yo me diese cuenta. Antes de que cayese de espaldas, noté que unos brazos fuertes me sujetaban desde un lado. Me agarré a su cuello por el susto y, cuando abrí los ojos, vi unos cabellos pelirrojos y unos ojos marrones que me miraban con indiferencia. Estaba demasiado atónita por la impresión y me quedé paralizada.
—No voy a sujetarte eternamente. Si quieres, puedo dejar que caigas —dijo George con una voz grave.
—Lo-lo siento —contesté, avergonzada.
Era más fuerte y alto de lo que me imaginaba. Solo tenía dos años mas que yo y mi cabeza llegaba a su pecho. No quería admitirlo, pero se estaba creando en mí una extraña fijación por su altura. Se sacudió las manos y fue a las escaleras sin dirigirme una mirada. Me estaba empezando a molestar de verdad esa actitud suya cuando ni siquiera me conocía.
—¡Eh! —grité, haciendo que se diera la vuelta— ¿Puedes indicarme dónde están los dormitorios? No quiero quedarme dando vueltas toda la noche.
Siguió mirándome a los ojos durante unos segundos. Era demasiado intenso y su semblante muy frio. Pero, aun así, me contestó con un suspiro de resignación.
—Acompáñame, me dirigía hacia allí.
Subimos las escaleras y giramos por varios pasillos. Intentaba apuntar mentalmente el camino, pero sabía que se me iba a olvidar. Además, no podía dejar de mirar la espalda de Weasley.
—Sé que me estas mirando y me hace sentir incomodo. Es difícil resistirse, pero, por favor, no lo hagas.
Me sonrojé, enfadada Su tono era duro, pero... ¿había detectado cierta diversión en su voz? No le contesté, me limité a bajar la mirada y seguir sus pies. Por no fijarme por donde iba acabé chocándome con él, pues se había parado delante de una estatua de un dragón de varios colores: rojo, amarillo, azul y verde, para ser exactos. Me miró serio un segundo, por el golpe, y después se volvió hacia la estatua.
—Pastel de limón —dijo.
La estatua empezó a girar sobre si misma y dejó al descubierto una puerta por la que pudimos pasar. Era una sala gigante, la mas grande que había visto en el castillo. Estaba decorada con los colores y símbolos de todas las casa. Tenía una chimenea encendida, varios sillones y sofás que parecían muy confortables, mesas, libros... todo lo que pudiésemos desear. Era una mezcla que denotaba unidad.
George me dejó donde estaba con la boca abierta, dirigiéndose hacia una escalera que suponía que llevaba a las habitaciones. Había muchas de ellas y llevaban hasta un segundo piso.
—Tenemos una para cada uno, con un baño personal. Esta es la sala común de Hogwarts, la han creado este año. Para que estemos más cerca los profesores y podamos trazar un plan que haga que este lugar vuelva a ser el de antes.
Me estaba hablando Angelina Johnson, que se había puesto a mi lado mirando al frente sin que me diese cuenta. Era más alta, más delgada, más bonita y más de todo que yo. Su túnica le quedaba perfecta y hacía que la mía, de la que sentía orgullosa, me pareciese que en esos momentos me apretaba demasiado. Su piel marrón relucía y su pelo negro tenía el volumen y el brillo de los que el mío carecía. En resumen, era perfecta.
—Me encanta el sitio —dije dirigiéndole una sonrisa sincera—. Por cierto, creo que no nos han presentado. Soy Marta Black.
Le tendí la mano, pero ella siguió mirando al frente, ignorándome.
—Black... Ya me lo imaginaba. —Después de esta frase me miró con desprecio—. Una cosita: no te acerques a mi novio.
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