Capítulo 5
Loreto:
—No puedo creer que Alexa y tú sigan peleadas, por Dios, son amigas. —El noto crítico en la voz de Elisa me irrita—. Deberías ir y reconciliarte con ella.
—Primero subo las escalinatas completamente desnuda antes de ser yo quien la busque —ladro, mientras lucho contra la correa de mi bolso—. La época en la que Loreto suplicaba el perdón de todo mundo ha terminado.
Elisa ríe del otro lado de la línea.
—Dime que no la extrañas y dejaré de molestarte.
—No la extraño en absoluto —explico—. Mi vida va mucho mejor sin ella cerca.
—Querida Loreto, te conozco tan bien que puedo decir cuando estás mintiendo, incluso estando del otro lado del mundo —bosteza—. Alexa y tú se complementan como el agua y el aceite de una lámpara casera de lava, es imposible que estén separadas por más tiempo.
—No sabes lo que dices, el cambio de horario ha afectado gravemente tu sentido común —me dejo caer dramáticamente sobre una de las butacas—. Lo que deberías hacer es dejar de salvar al mundo y venir a patera el trasero de esa mujer desquiciada.
Elisa Toledo es mi mejor amiga de la infancia, la hermosa morena que me infundo el valor necesario para escapar del dominio de mi madre y me mostró la belleza que puede traer consigo la vida adulta. Justo ahora se encuentra en Londres informando al país sobre verdades incomodas que pocos son capaces de ventilar y trayéndolos a flote a través de su blog anónimo en Internet. Es como un sexy espía que oculta su identidad tras el rostro de una periodista comprometida con su trabajo.
—Mucho me temo que el mundo necesita de mi genialidad —declara, orgullosa—. Así como tú necesitas de la mistad de Alexa Ponce. Es una buena chica, su amistad te hace mucho bien y me siento más tranquila sabiendo que ella cuida de ti.
—¿Qué ella cuida de mí? —bufo—. Lo único que he conseguido con su amistad es el don infernal de meterme en problemas. Tantos londinenses educados te han dañado la capacidad de reconocer la maldad en las personas.
—Eso nunca. Valery, por ejemplo, puede engañar al resto del mundo con su cara angelical, pero yo sé que es la hija de Satán. Además, querida Loreto, tú ya te metías en problemas desde el kínder y ni siquiera conocías a Alexa.
—¿De qué lado estas?
La risa de Elisa suena adormilada.
—Del tuyo, por supuesto. Por eso creo que es importante que ustedes dos arreglen sus problemas.
Suelto un llanto lastimero. Termino la llamada después de hablar largo y tendido respecto a la pérdida de mi auto y su loca, poco probable y esperanzadora teoría sobre Renato quitándome mi permiso de conducir bajo la influencia de un horrible ataque de celos tras verme acompañada de Elías. A diferencia de Alexa, Elisa aprueba mis sentimientos respecto a Renato y comparte conmigo la opinión de que es un hombre extraordinario. Mi hora libre llega a su fin, salgo del salón de clases un tanto más animada, aunque con la misma opinión sobre mi situación con Alexa. Daniel dientes de ardilla, como suele llamarlo mi ex mejor amiga, corre en mi dirección vestido con un traje negro que obviamente no es de su talla y se detiene frente a mí.
—Profesora Loreto —dice, con gravedad—, soy enviado de la Federación Galáctica, tengo un asunto que tratar con usted. Mire aquí, por favor.
Un destello de luz proviene de un flas que pone frente a mi cara. Reconozco el artilugio, Alexa amenazó con demandar a Amazon después de que es extraviara en una central de FEDEX.
—Quita eso de mi cara, ¿sabes el daño que puede hacerle a la vista? —Le reprendo, alejando el flash de mi rostro—. Además la Federación Galáctica es de Star Wars, no de los Hombres de Negro.
Una gran cantidad de alumnos sale de Dios sabrá donde, reuniéndose frente a mí; uno de ellos les hace una señal y una versión en coro de “Otra como tú” de Eros Ramazzoti se convierte en una serenata. Alexa aparece sosteniendo un letrero con una disculpa poco usual: “Perdón, la cagué”. Reprimo una sonrisa. Hay profesores y alumnos saliendo de los salones de clase para ver el espectáculo, el propio Elías disfruta el show desde una de las mesas en la cafetería y cuando nuestras miradas se encuentran levanta su vaso de refresco en mi honor. Me pregunto en dónde están los malos experimentos con armas nucleares que terminan en genocidio cuando una mujer se encuentra atravesando uno de los momentos más vergonzosos de su vida. Cuando la canción llega a su fin, Alexa se acerca con todo y una enorme caja de regalo en los brazos, se arrodilla y, en una mala imitación de declaración amorosa, pregunta:
—¿Me perdonaría usted, encantadora señorita Loreto?
Tengo que tragar en nudo en mi garganta.
—No —respondo y un montón de adolescentes y demás testigos contienen el aliento a nuestro alrededor.
Es extraño ver en su rostro aquella expresión de dolorosa sorpresa, generalmente pensarías que Alexa no llegó a desarrollar algún tipo de sentimiento, pero sus manos tiemblan y una cosa es segura: podrán derribar la jodida muralla china antes de hacer temblar a Alexa Ponce.
—¡Es broma, tontuela! —chillo, sonriendo—. Claro que te perdono.
Ella maldice en voz baja antes de ponerse de pie y ofrecerme su tributo de disculpa. En el interior de la caja descansa un sombrero estilo cloche de paja, totalmente encantador.
—¿Cómo supiste? —lloriqueo, apurándome a probarme el sombrero.
—Fácil —dice—. Lo vi y le odie.
—Igual que Renato.
—Exacto, igual que el Transidumbo.
Hay aplausos y silbidos a nuestro alrededor, un par de lágrimas escapan de mis ojos y Alexa me abraza. Es la escena lésbica más bella que cualquier mujer no homosexual podría desear en su vida.
—Estoy segura que ahora medio colegio sospecha sobre nuestra orientación sexual —murmuró, cuando me separo de sus brazos.
—Me vale madres, es bueno tenerte de regreso.
La gente se dispersa cuando el director enano aparece fuera de su oficina acompañado de Javier y la psicóloga. La mirada de Javier cae de inmediato sobre mi amiga, niega con la cabeza al mismo tiempo que una sonrisa de orgullo ilumina su atractivo rostro. Le echo un vistazo a Alexa, le sostiene la mirada a Javier, casi puedo asegurar que incluso si ella no quiere admitirlo, de Javier Silva le interesa algo más que la satisfacción sexual.
—Profesoras —sisea el director, desde su lugar—, les agradecería que terminara con su espectáculo. Estamos en un centro de enseñanza, por Dios.
—Sí, señor —grita Alexa, imitando su tono mandón.
—Será mejor que me vaya a mi siguiente clase —murmuro—. Gracias por la sorpresa, me ha encantado.
—Cómo sea —responde, haciendo un ademan con la mano para restarle importancia—. Te veo “en donde siempre”.
Marcha de regreso a su salón de clases, con sus alumnos todavía agrupados pisando sus talones. Saco mi teléfono de inmediato, buscando entre mis mensajes de whatsapp la conversación con Elisa, va a morir cuando le cuente lo que Alexa acaba de hacer para pedirme disculpas. Después de todo ella tiene razón, aquella profesora de arte con fachas de gropie complementa mi vida de una manera extraña, retorcida y aterradora.
Choco bruscamente con el estómago de Elías cuando éste se atraviesa en mi camino, un par de metros más tarde.
—Qué diablos —me quejo.
—Dime que es una jodida broma —masculla, en voz baja.
Su mandíbula se tensa mientras habla y una vena larga sobresale en la piel de su cuello.
—¿El qué? —pregunto.
—Te perdoné el que destruyeras mi bicicleta, me enfrente con un policía que es a todas luces un cabrón y he cargado contigo en mi motocicleta desde que perdiste tu auto —alza la voz a medida que lanza sus acusaciones, su rostro de oso se reviste de un intenso tono rojizo—. Todo sin que te tomaras la molestia de informarme que eres lesbiana.
Suelto una risa maniática. Nuevamente llamo la atención de los alumnos y profesores a nuestro alrededor.
—¿Qué es tan gracioso?
—Tú —escupo, entre risas. Tengo que apretar mi barriga con ambas manos para seguir hablando—. Tengo que recordarte que fuiste tú quien se ofreció a pasar por mí, no tienes que cargar conmigo si no quieres.
Paso junto a él sin decir nada más, mordiendo mi lengua para evitar aclarar mi orientación sexual. Cuando salgo de mi última clase, evito el estacionamiento a toda costa por lo que me dirijo rápidamente hasta la multitud aglomerada fuera de la parada de autobuses del instituto. Los primeros autobuses se llenan en cuestión de segundos, lo que hace la espera mucho más larga y cuando el semáforo detiene a Elías en su novísima motocicleta de matón, me oculto detrás de un par de señoras con sombreros enormes. Mi miseria va en aumento cuando el auto recién salido de agencia de Javier, aparece en medio del tráfico. Este hace un movimiento brusco que le es recompensado con un montón de recuerdos sobre su madre con los claxon. Niego con la cabeza cuando reconozco la mano femenina que emerge de la ventanilla del piloto para mostrarles el dedo medio.
—Oye, preciosa —se burla Alexa, estacionándose frente a mí—, ¿necesitas un aventón?
—Creí que nos veríamos en donde siempre —respondo, ocupando el lugar del copiloto. El maldito auto huele a nuevo, profano sus asientos traseros de piel lanzando mis cosas sobre ellos—. ¿Y Javier?
—Hubo un cambio de planes, encanto. Javier decidió darnos un espacio para que nuestro lésbico amor florezca. —Se mezcla a toda velocidad entre los autos, conduciendo únicamente con una mano, mientras la otra sostiene un vaso de café—. Y entonces, ya que oficialmente nos declararon lesbianas, terminaré de pervertirte llevándote a una sexshop.
—No. Me. Jodas —musito, abriendo la boca como pez en cada palabra—. No quiero ir a una sexshop esos lugares son… son… Tan… No son para mí.
—¿Por qué no? ¿Por tu virginidad? Vamos Loreto, no tienes alternativa. Será divertido, y si te portas bien, te compraré un bonito dildo. Incluso le podemos poner flores para que sea de tu agrado.
Sus malvadas y perfectas cejas se alzan burlonas.
—No necesito un dildo —aclaro—. Pero si voy a acompañarte, entonces me prepararé.
Me estiro sobre el asiento trasero para alcanzar la caja de regalo que Alexa me entregó un par de horas antes, de éste saco el sombrero y lo acomodo sobre mi cabello.
—Bien —anuncio, colocando mis lindos lentes de sol del supermercado sobre el puente de mi nariz—. Estoy lista.
—Como si con eso pudieras ocultar tu identidad —se burla—. Has olvidado un pequeño detalle, genius.
—¿Eh? ¿Qué cosa?
—El gafete, Profesora Loreto Echavarría Martínez.
—Oh, mierda.
Alexa aparca el auto de Javier frente a una tienda con enormes letras cuyos contornos envían claros mensajes sexuales. Bajo más el sombrero sobre mi rostro. Las luces de neon del lugar juegan con colores rojizos, lo que hace del ambiente algo tan cargado que me provoca mareos.
—Bienvenida al paraíso de los penes de plástico —Anuncia Alexa, en un tono de orgullo y satisfacción.
Tal como acaba de anunciar, hay penes de todos los tamaños colgando de estantes sobre las paredes, artículos de cuero y piezas de ropa interior tan diminutas que solo llegan a trozos de tela. El encargado de la tienda, un hombre entre los treinta, con cabello largo y botas militares estudia el cuerpo de amiga con descaro.
—Bienvenidas, señoritas —dice a la César Evora—. ¿Necesitan que las ayude a elegir algo especial? Puedo mostrarles nuestros privados.
—No tienes tanta suerte, amigo —Alexa sonríe con sarcasmo—. Estoy buscando un babydoll sexy, pero no grotesco como aquellos que gritan “zorra” —explica, señalando un montón de lencería vulgar expuesto en un rincón.
El empleado sonríe y sacude la cabeza.
—Por supuesto, por aquí señoritas. La semana pasada legaron algunos nuevos modelos. Mucho encaje, mucho negro.
Le seguimos hasta un espacio lleno de lencería sensual. Tal como lo prometió, los conjuntos son en su mayoría de encaje tiras de lo que parece seda y otros materiales transparentes.
—¿Qué tal tú? —susurra el empleado playeras-ajustadas—. ¿Qué tal algo de cuero? Luces como una chica de cuero.
Me atraganto con mi saliva, Alexa ríe.
—¿Esta carita de niña buena te parece de cuero? —espeta, arrancando el sombrero de mi cabeza.
Los lentes que resguardaban mi identidad resbalan sobre el puente de mi nariz, exponiendo mi rostro. El hombre me estudia.
—Tienes razón —dice—. Esta chica buena es definitivamente de algo más clásico. Seda. Iré a buscar algo.
—Me largo —declaro, dando un par de pasos en dirección de la salida en cuanto el empleado desaparece.
—Hey, espera. Tú no vas a ningún lado. Tenemos que aprovechar que el hombre con cara de borrego se fue.
—Vamos, después podrás regresar con Javier. Apuesto que sería más divertido.
—Ajá. No puedo hacer eso —explica, clavando un dedo sobre mi hombro como suelo hacer con ella—. El punto de venir contigo es que él no se entere, le tengo preparada una sorpresa. ¿En serio te creíste eso de que nos había dado espacio para ser gays?
—En realidad no creí eso de venir a éste lugar.
—Pues ya estamos aquí, así que te quedas. Loreto, necesito hablar contigo de algo importante.
—¿Piensas entrar a un convento?
Alexa pone mala cara.
—Obviamente no. Pero sí tiene algo que ver con eso —Aquella sonrisa de reina malvada causa un nudo en mi estómago—. ¡Ya tengo a la Virgen María de mi pastorela!
—¿Este año serás tú? —pregunto, estirando el cuello en busca del empleado.
—Loreto, ¿qué te fumaste hoy? —masculla, rodando los ojos.
—Lo siento, éste lugar me altera. Dime quién será la Virgen de éste año.
—Nuestra pequeña come libros —anuncia, con satisfacción antes de desviar su atención a un punto tras de mí—. Hablando de ella, se me ocurre que podemos comprarle uno de estos.
Toma un conjunto de lencería de encaje blanco con pequeños moños rosa pálido y me los restriega en la cara.
—Debes estar bromeando, Alexa —chillo, lanzando la ropa lejos de mi cara—. Sofía es la niña más tímida del mundo, no es por nada que no se atreve a acercarse a Jorge y tú… Tú la pones a protagonizar una pastorela.
—Sé lo que hago —escupe—. Por una vez en tu vida confía en mí y deja de actuar como mi madre.
—¿Le has visto actuar? —Doy vueltas en el pequeño corredor—. El carisma de Jorge la aplastará.
—Il cirismi di Jirgi li iplistiti —arremeda—. Loreto, si no confías en ella, ¿cómo planeas ayudarla?
Me apoyo en uno de los muros, luchando contra el ataque nervioso que sufro.
—Tal vez tengas razón —accedo—. Confío en Sofía y en ti. Promete que le ayudarás.
—No, Loreto. Grabaré su ridículo y lo subiré a YouTube —responde sarcástica, mostrándome un nuevo conjunto de lencería.
Arranco la ropa interior de sus manos y la lanzo lejos.
—No le darás eso a Sofía —reprendo—. ¿Pretendes que lo use bajo su disfraz de María?
—No seas idiota. Es para mí.
Tardamos un par de horas deambulando por la tienda, me siento como Justina en la novela de Sade, siendo arrastrada a las más bajas perversiones pero disfrutando de ellas en secreto. Alexa compra algunos artículos más por los que no pienso preguntar, yo salgo con un paquete secreto a cuenta del empleado de la sexshop y el rostro del color del babydoll que mi amiga acaba de comprar.
Alexa me arrastra hasta su casa, en donde preparamos todo para la sorpresa que tiene planeada para Javier. Incluyendo la comida china que acaba de comprar. Se concentra tanto en la perfección de los detalles, que no nota cuando la atrapo mirando todo con anhelo. Mi corazón de mamá Gallina se encoje, mi pequeño Polluelo está floreciendo. Su teléfono suena mientras terminamos de poner los cubiertos sobre la mesa, responde con un simple “Entendido, gracias”.
—Javier está aquí —anuncia, recogiendo los recipientes de comida.
—Suerte —sonrío, caminando hasta la sala con Alexa pisando mis talones.
Tomo mis cosas en el mismo segundo que las luces del corredor exterior se encienden.
—Puta madre —sisea.
—¿Qué hago? —chillo.
—Entra ahí —ordena, empujándome en dirección del su diminuto armario.
—Estás loca, no pienso entrar.
—Vamos Loreto, podrás salir en cuanto me ocupe de Javier.
—Pe-pero…
La puerta del armario se cierra en mi cara.
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