Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 26

Loreto. 25

Lisandro presiona el puente de su nariz al mismo tiempo que exhala ruidosamente, su rostro se convierte en un lienzo de expresionismo abstracto, las emociones se mezclan en su rostro: incredulidad, indignación, ira y pesar. La piel de sus mejillas cambia de color junto a sus emociones, su cuerpo se convierte en una fuente de tensión que comienza a desbordarse. Contengo la respiración, sentada, con el cuerpo como una roca, en una de las modernas sillas frente a su escritorio. La noticia que he venido a darle justifica su estado emocional, sin embargo, mi nerviosismo y la culpa que me atraviesa, me revuelven el estómago. 

—Sabes que esto es una treta enferma de Vanessa, ¿cierto? —Espeta Lisandro, de pie del otro lado de su escritorio. Asiento, sin atreverme a abrir la boca—. ¿Y aceptaste prestarte a ello? 

Uy, uy. 

—Te equivocas —murmuro, con un tono de voz apenas audible.

—¡Acabas de decirme que Vanessa pretende que me arregles una cita con otra mujer! —escupe.

—Así es —asiento, comenzando a sentirme como una idiota—, pero no estás obligado a aceptar. Puedes declinar la oferta si eso quieres. 

—Pues claro que voy a declinar la oferta, Loreto —Lisandro se inclina amenazante sobre mí—. Y también haré una elocuente reseña sobre tu página. 

El calor regresa a mi cuerpo, viajando directamente a mi rostro. Mi lengua se activa en automático, yendo más rápido que mi cerebro. 

—¿Eso salió de ti, o son las manías de Vanessa que se te han pegado? —inquiero, con ironía. 

Lisandro abre los ojos, aparentemente sorprendido por mi arrebato. 

—Entiendo que la situación resulte incómoda para ti —continúo, limpiando con discreción el sudor de mis manos sobre mi falda—, pero también lo es para mí. Me están poniendo en una situación imposible y realmente no puedo continuar con esto, Vanessa y tú pueden meterse sus críticas por… —cierro la boca a tiempo, Lisandro me observa como un padre paciente ante el arrebato de su pequeña hija.

—Vanessa te amenazó con hacer algo contra ti si no la ayudas, ¿cierto? —Me encojo de hombros—. Por Dios. 

Recuerdo la sonrisa maliciosa en los perfectos labios rojos de Vanessa después de negarme en redondo a ayudarle, lucía igual que la Medusa que pintó Malczewski. Vanessa Lozano no amenaza, amenazar para ella es una pérdida de tiempo, ella te golpea directamente sobre tu punto débil. «Creí que eras más profesional y que tomabas los casos de tus clientes en serio», dijo ella. Hablando de manera profesional, no podía negarme a ayudar a una persona que me buscaba para arreglarle una cita, ese es mi trabajo. «Lisandro y yo no tenemos ninguna relación amorosa, si eso es lo que te preocupa, así que por mí no te detengas. ¿Vas a negarle a Mariana el derecho de luchar por la persona que le interesa?». Nunca había despreciado tanto a una persona. 

—Lo siento —dice finalmente Lisandro—. Tienes razón, es injusto tenerte en medio de toda esta mierda. 

—Vanessa es un tanto (desgraciada)  calculadora —digo—, tiene planeado cada uno de sus pasos y, si te soy sincera, creo que si esto no sale como espera, buscará otra manera de… 

—Fastidiarme la vida —concluye él.

Lisandro vuelve a sentarse sobre su silla, masajea un poco sus sienes con las llemas de los dedos y tras un profundo suspiro, sacude la cabeza con firmeza. 

—Voy a terminar con esto de una buena vez —informa, poniéndose de pie—. Esa mujer tendrá que aprender la lección. 

Lisandro camina directamente a la puerta, salto de mi silla y corro tras él. 

—¡Lisandro, espera! —pido, sorteando los peldaños de los escalones—. ¿Qué piensas hacer?

—No te preocupes Loreto, esa mujer no volverá a molestarte. 

Mi piel se pone de gallina. Lisandro cruza el umbral del portón principal, su auto se encuentra aparcado en la acera frente al edificio. Alcanza la puerta del conductor, me detengo frente al auto. 

—No es necesario —insisto—, yo misma puedo ocuparme. Le diré que no aceptaste la cita y que cortaste todo trato conmigo. 

—Entonces buscará otra forma de joderme, ella me odia. 

—Es una locura —sacudo la cabeza—. ¿Por qué te odiaría? 

—Porque para Vanessa el odio es más fácil de manejar que el amor. Prefiere involucrarnos a todos en un juego estúpido para demostrarse a sí misma que es la única que puede poner las reglas. 

—Entonces no se lo permitas, no te conviertas en una pieza que pueda manipular a su antojo. 

Lisandro parece meditarlo un poco. 

—Vete a casa, Loreto —dice, abriendo la puerta del auto—. Háblame cuando concretes la cita con esa chica. 

—Lisandro, no me refería a… 

—Ella ya no tiene el control —me interrumpe, antes de subir al auto y marcharse. 

Me quedo boquiabierta sobre la acera, con los pelos de punta y una horrible sensación en la boca del estómago. 


Elías censura mi pijama con la mirada en cuanto nos encontramos en la puerta. 

—Son las seis de la tarde —reprende, tras consultar la hora en su reloj de muñeca—. No puedes estar en pijama a las seis de la tarde. 

—¿Hay algún tipo de mandamiento que lo prohíba? —pregunto, regresando a mi lugar sobre el sofá. 

—El doceavo —Elías cierra la puerta a su espalda—. “No te quedarás en casa un sábado por la noche. A menos que tengas problemas estomacales o una grave alergia”. 

—Es un mandamiento larguísimo —ironizo, tomando el bol de fruta picada y acomodandola sobre mis piernas—, ahora entiendo porque nunca me la aprendí.  

Le pongo play a la película que se reproduce en la computadora. Elías sacude la cabeza. 

—“Sierra Burgess is a loser” — lee el título de la película y pone cara de horror—. Es sábado y a ti no se te ocurre un mejor plan que ver películas malas de Noah Centineo, comer zanahorias como conejo y estar en pijama. ¿No te parece que a veces tu vida es tristísima?

—Ajá, lo dice el chico de veintidós años que viste una tonta playera de una serie de nerds —refunfuño, metiendo una rodaja de pepino a mi boca. 

—¡Bazinga! Es un clásico —comenta, con la gravedad de un científico hablando de un hecho irrefutable—. Además te encanta “The big bang theory”. 

Me pongo de malhumor. 

—Si viniste hasta aquí con el único propósito de criticar todo lo que hago, ya te puedes ir —gruño—, porque no pienso hacer nada más durante las próximas horas. 

Elías toma un poco de fruta y la mente a su boca, mastica con calma, mirándome como si estuviera a punto de darme la noticia de mi vida. 

—Es una pena —asegura, buscando algo en el bolsillo interior de su chaqueta café—, porque pensé que te encantaría acompañarme. 

Sacude un par de boletos frente a mi cara antes de dejarlos sobre el teclado de la computadora. Me estiro un poco para ver de qué se trata. Dos entradas para el concierto de Diego Ojeda ésta misma noche. Abro la boca. Elías sonríe. 

—Tal como lo veo tenemos dos opciones —dice, tomando más fruta de mi bol—, quedarnos aquí y ver películas de adolescentes hasta muy tarde —mastica—, o ir al concierto de Diego, comer algo por ahí, y olvidarnos por un momento de lo miserable que es la vida. 

—¿Por qué quieres que vaya a un concierto contigo? —suelto, para sentirme como una idiota un segundo después. 

Elías me mira con ternura. 

—Soy yo quién va a un concierto contigo —corrige, como si aquello lo explicara todo.

Elías sonríe, come en silencio, prestando atención a la película. Me pierdo en su perfil, en los rizos castaños que caen por encima de sus orejas, en sus labios carnosos y su barbilla cuadrada. La coraza que había colado sobre mí corazón se agrieta. Me mira por el rabillo del ojo, bajo la mirada a mis piernas. La energía en la habitación cambia de manera notable, se siente como si alguien abriera la ventana en medio de un día de verano y la corriente fresca se escabullera por todos los rincones. Entonces soy consciente de mi lamentable aspecto y me siento tonta y avergonzada. 

—Vuelvo en unos minutos —comunico, dejando el bol sobre las piernas de Elías—. Espérame aquí, no te muevas. 

Suspiro ruidosamente cuando me encuentro en la seguridad de mi habitación. Revuelvo mi closet, dejo de lado mis faldas largas y los vestidos con listones, saco un par de vaqueros negros ajustados y el vestido largo de tul que me regaló Laura en mi último cumpleaños. Me siento frente al espejo y la sonrisa de idiota que adorna mi cara me hace sonrojar. No puedo recordar la última vez que me sentí así, con el corazón latiendo a mil por hora por algo tan sencillo como un concierto. Me esfuerzo con mi maquillaje, aplico cada producto con concentración, contengo la respiración cuando la punta del delineador comienza a deslizarse sobre mis parpados. Mi reflejo me desconcierta, los botines altos, la ropa sin volantes y estampados, no me reconozco, pero son mis ojos, es mi piel; y me gusta. Bajo la mirada a mis uñas pintadas de negro, a pesar de mi ropa, el esmalte en ese tono se siente fuera de lugar. Pierdo media hora más en quitar el esmalte de mis uñas y pensar en el color adecuado. Revuelvo los frascos de esmalte sobre la cama, elijo un par de tonos y los regreso al montón tras pensármelo un poco más. Si mi estado de ánimo se tiñera de un color ahora, no sería un tono blanco o amarillo, tampoco dorado. Pienso en Elías, en su sonrisa, en la forma de sus ojos y la manera en la que mira. El esmalte que aplico sobre mis uñas es transparente. 

—Estoy lista —anuncio, poniéndome de pie tras Elías—. Podemos irnos ahora. 

—Genial —dice, dejando el bol ahora vació sobre la mesa de centro. Siento que todo pasa en cámara lenta mientras Elías se pone de pie—. Esa Sierra resultó ser una perra traidora, expuso a Verónica frente a toda la escuela porque creyó que…

Guarda silencio mientras sus ojos me escanean de pies a cabeza, se me pone la piel de gallina. 

—¿Nos vamos? —Pregunto, evitando su mirada—. Ya vamos tarde. 

—Cla-claro —balbucea—. Vamos. 

La decepción que siento cuando Elías no hace ningún comentario sobre mi aspecto me toma por sorpresa. Me reprendo, repitiéndome que su opinión no me importa en absoluto. Sin embargo, gran parte de mí quiere tomarlo por el brazo y sacudirlo hasta que me mire.   

Elías me cuenta el resto de la película mientras conduce rumbo al concierto, se burla de los títulos de las películas que llenan mi lista, trata de convencerme de que las chicas poseídas por demonios antiguos están por encima de las chicas con sobrepeso que consiguen enamorar al chico guapo. 

—Cretino —acuso, reprimiendo una sonrisa—. Si no te gustó, ¿por qué la viste hasta el final?

—Esperaba que alguien golpeara a Sierra en la cabeza —admite—. Le mintió a Jamey, traicionó a Verónica y qué pasa, la premian con el chico de cara bonita y el perdón de todos. 

—Algo me dice que eres un poco rencoroso. 

—No todo el tiempo. Contigo, por ejemplo, no importa cuán profundo abras sobre mi carne, nunca podría odiarte.

—Cuidado con lo que dices —bromeo—, puede ser usado en tu contra. 

—Si eres tú quien tira el gatillo —confiesa, bajando un poco la voz—, sería capaz de declararme culpable solo para encontrarte en el paredón. 

Hay cosas a las que no se puede responder con algún comentario sarcástico. Encuentro la mano de Elías sobre la palanca de velocidades, la cubro con la palma de mi mano y le doy un apretón. 

Las paredes en la entrada de la Sala Forum se encuentran revestidas con fotografías firmadas por los artistas que se han presentado en el lugar. Reconozco a Andrés Suárez, Marwan, Elvira Sastre, Edgar Oceransky, y al mismo Diego Ojeda. Elías entrega los boletos y, tras pasarlos por un lector de código de barras, un asistente nos guía a través del telón rojo que guarda la sala. Son las diez de la noche y el lugar se encuentra lleno, sobre el escenario toca un cantante local, hay meseros trayendo pedidos y una mesa con todos los poemarios de Diego a la venta. El guía nos acompaña hasta una mesa en la segunda fila, poco después de ocupar nuestros lugares un mesero se acerca para tomar nuestra orden. Los nachos y nuestras limonadas se terminan junto a la presentación del cantante local. Las luces se apagan, un hombre acomoda una guitarra acústica sobre el escenario. Cuando las luces vuelven a encenderse, Diego aparece sobre el escenario. Lleva una hawaiana verde, unos vaqueros rotos y unas deportivas negras. Saluda al público y éste reacciona a su acento canario. Los primeros acordes de “Puedo verte” llenan la sala, mi estómago se llena de mariposas. Canto cada canción a memoria, siento a Elías observándome la mayor parte del tiempo, mi piel se eriza, me siento sobre nubes. Pronto olvido lo miserable que es la vida. En un momento del concierto Diego pregunta cuantas parejas en la sala están comprometidas, una vez que los ubica elige a tres y les pide que suban con él. Acomoda a las seis personas sobre el sofá que se encuentra en el escenario y toca, como un regalo para ellos, “En serio”.  

La magia de la música reside en el estado emocional en el que te encuentras cuando la escuchas. Hay canciones que se convierten en tu himno de vida, canciones que, sin querer, cuentan tu historia. Hay canciones que se convierten en personas. 

“Si me llamas
Y me sacas de fiesta esta noche
Y salvamos el mundo en tu coche
Y llenamos de besos eternos los bares más tristes que hay en Madrid

Si me llamas
Y avisamos a nuestros amigos
Y celebro mi vida contigo
Y le digo a mi compi de piso que no se enfade si te escucha gemir.”

Diego estrenaba “Quiero escribir una canción” con la colaboración de Rafa Pons; por las mismas fechas en las que descubría que estaba loca por el hoyuelo en la mejilla izquierda de Renato. Le quería muchísimo. Adoraba, por aquel entonces, repetir su nombre en mi cabeza, atesoraba cada uno de nuestros encuentros, anhelaba sus miradas. Sospecho ahora que voy a quererle siempre. Elegimos a las personas que nos hacen daño, como dice Green, pero también elegimos hasta qué punto pueden hacerlo. Hago de tripas corazón y decido que ha sido suficiente. 

Soy víctima del par de copas de vino que bebí y de “Manhattan” sonando al final de la noche. Tengo ganas de llorar por la felicidad que me embarga, quiero subir y contarle a Ojeda que mi corazón sanó a mitad de uno de sus conciertos. 

—Ha sido un concierto maravilloso —le digo a Elías, con la emoción a flor de piel—. ¿No te parece? 

—Sí —se limita a responder. 

La tosca respuesta de Elías junto a la expresión inescrutable de su rostro, me indican que el concierto no ha significado tanto para él. La decepción tira de mi pecho y no puedo evitar sentirme triste. Elías avanza con pasos largos entre el gentío, dejándome atrás. Me abro paso con los codos, no importa cuánto me esfuerce, su actitud comienza a amargarme la noche.

—¿Está todo bien? —averiguo, alcanzándole en el exterior.

—Sí —murmura—. Es que muero de hambre, ¿quieres ir por algo de comida?

La brusquedad de su voz me orilla a negarme y pedirle que me lleve a casa ahora mismo.  Sin embargo, de no ser por él, ahora estaría en casa contemplando el techo de mi habitación, reprochándome por un corazón que no me pude ganar. 

—Claro —respondo—, vamos. 

Nos detenemos frente a un puesto de hamburguesas. Tirito sentada en un banco de madera, mientras esperamos por nuestra orden, Elías se sienta al otro extremo del banco, luce distante, como si de repente mi presencia le molestara. Consulto la hora en mi teléfono y respondo un par de mensajes mientras en silencio se torna más incómodo. Nos entregan nuestras hamburguesas una eternidad después. Mi apetito ha desaparecido, tengo ganas de irme a casa. 

—Esta noche te ves preciosa —suelta Elías.

—Pues gracias —respondo, sosteniendo el plato a la altura de mi boca. 

—No, Loreto —insiste, sacudiendo la cabeza—. Estás realmente preciosa, mucho más que cualquier otra noche. 

—¿Muchas gracias? —balbuceo, totalmente confundida. 

Elías asiente. Sostiene su plato sobre sus muslos, sin intención de comer, lo imito. Pasan minutos completos, las hamburguesas se enfrían. Me siento ridícula. El hombre frente a la plancha carraspea. 

—Loreto —dice Elías, con una expresión de tortura en el rostro—. Creo que te quiero. 

—¿Me quieres? —Se me hace un nudo en la garganta—. ¿Cómo? 

—Como para casarme contigo. 

Contengo la respiración. Elías toma mi plato, dejándolo junto al suyo sobre la banca, toma mi mano y tira de mí hasta el otro lado de la calle. 

—Lamento lo que acabo de decir —se disculpa, aparentemente avergonzado. 

—¿Te refieres a que no quieres casarte conmigo? 

—¡No! Es decir, sí —Sacude la cabeza—. Quiero decir… No quiero parecer un imbécil, yo sé que prometí ser paciente. No creas que te traje aquí con el propósito de… 

—Me di cuenta de eso cuando Diego estaba cantando “Hoy” y no te pusiste de rodillas para declararme tu amor —bromeo, intentando restar tensión—. Si te soy sincera, esperaba un poco más de ti. 

Elías sonríe. 

—Después de ver tu lista de películas en Netflix, no me sorprende que algo así te causara emoción —responde, burlón—. Pero mis estándares están por encima de arrodillarme en medio de una sala llena de desconocidos para decirte que eres la mujer más hermosa que han visto mis ojos. 

—Elías…

—Déjame terminar —ordena, tomando mis manos entre las suyas—. Me enamoré de ti, Loreto, desde que te vi bajar de tu auto después de destrozar la bicicleta que me regaló mi padre. Me encanta tu voz, me encanta tu risa y que trabajes tan duro por lo que amas, me encanta que siendo mayor parezcas una niñita asustada que se ofende por todo y le aterra lo nuevo. 

»Y sé que enamorarme de una chica que está pasando por el proceso de superación es una pésima idea, que debería salir corriendo ante la posibilidad de convertirme en tu salida de emergencia. Pero no puedo irme, estoy anclado a ti, Loreto. Dime qué me hiciste, dime por qué me cuesta tanto apartar la mirada de ti. 

Elías besa el dorso de mis manos, las mariposas se arremolinan en mi estómago, primero con movimientos perezosos hasta aletear alrededor de mi corazón. Mi cuerpo pierde el frío. 

—Estoy esperando —murmuro, cubriendo sus mejillas con las palmas de mis manos. Elías me mira confundido—. No importa cuán cliché te parezca, tienes que preguntar.

Sonríe. Veo a Elías inclinarse sobre su rodilla izquierda, sin soltar mis manos, sin apartar la mirada de mí. 

—Loreto Echavarría —se aclara la garganta—. ¿Serías tan amable de aceptar ser mi novia? 

—Sí —lloriqueo, con las manos temblando por la emoción—. Sin duda. Sí. 

Elías ríe, adoro su risa, las arrugas que se forman en las comisuras de su boca, el sonido que viaja desde su garganta. Se pone de pie, incluso con los tacones tengo que ponerme de puntillas para alcanzar sus labios.

—¿Vas a besarme ahora? —averigua, obligándome a abrir los ojos. 

—Acabas de arruinarlo —reprocho.

—No, no, no —ruega—, lamento arruinar el momento pero, antes de que me beses tengo que ocuparme de algo. Ven aquí. 

Elías toma mi mano antes de cruzar la calle de regreso al puesto de hamburguesa. 

—Disculpe buen hombre, lamento interrumpirlo —dice, dirigiéndose al vendedor—. Verá, está a punto de presenciar como el mayor sueño de éste mortal se vuelve realidad. Y quiero pedirle que, por favor, capture el momento para la posteridad. 

Elías le ofrece su teléfono. 

—Con gusto —balbucea, limpiando sus manos en el mandil sobre su cintura antes de tomar el teléfono de Elías. 

—Ahora sí —susurra, colocándose frente a mí—. ¿En qué estábamos?

Rodeo su cuello con mis brazos, no titubeo antes de ir por su boca. Besarle es como soplar sobre una cicatriz, como sanar, como una canción que todavía no se escribe pero ya es mi favorita. Estamos rodeados del olor a salchichas, con una canción de la estación de radio "amor" sonando a través de un radio, el beso dura el tiempo adecuado para convertirlo en perfecto.

Elías recupera su teléfono, abre su galería para revisar la fotografía. Es perfecta, la luz del puesto ilumina nuestros perfiles, Elías me envuelve entre sus brazos. Nuestros cuerpos encajan como las piezas del puzzle que le regalé en navidad. No duda en colgar la foto como estado de whatsapp. 

«Te quiero Loreto. En tu cara Alexa Ponce»

Vuelvo a besarle.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro