Capítulo 23
Alexa.
Es domingo, y son las 7:17 AM. Lo sé porque es la décima vez que veo el reloj, mismo cuyo sonido comienza a producirme ansiedad. El ambiente, está cubierto por una luz tenue, procedente de las ventanas. Hay gente que aún duerme en la sala de espera. Por mi parte, estoy a punto de vomitar a causa del olor a desinfectante que predomina en este sitio y por las imágenes de los pacientes cubiertos de sangre que han ingresado al hospital y que no dejan de reproducirse en mi mente. Aunque puede que no se trate de eso específicamente, quizá lo que me tiene así, son los nervios producidos por no saber nada de ella. Me levanto de la silla, acercándome a Javier, que se encuentra frente de la máquina de café, esperando a que se llene el vaso que está por llevarme.
—Ya tardaron demasiado —me quejo, recibiendo el capuchino que me ofrece con una sonrisa reconfortante.
Luce cansado, y no es para menos. Tras las vacaciones de Navidad, retomó inmediatamente sus trabajos de construcción, tanto del teatro, como de la oficina de La Loca. El pobre se la ha pasado tratabajando de Sol a Sol, descansando apenas un poco cada día. Siento pena por él. Interrumpió su sueño para acompañarme al hospital, a pesar de que le pedí que siguiera durmiendo.
—Tranquilízate —me pide, rodeándome con sus brazos y colocando un beso en mi frente.
Su agarre es fuerte, pero lo suficientemente suave para hacerme sentir que nada malo va a suceder si él está conmigo. De cualquier forma, mis manos siguen sudando, delatando el nerviosismo del que soy víctima.
—No me pidas que me tranquilice, cuando a mi hermana se le adelantó el parto una semana —respondo, haciendo un puchero.
—Una semana no es casi nada. Van a estar bien —me asegura —. Tanto Marisol, como tu sobrina. No por nada tienen tu misma sangre, que de algo les sirvan los genes de los Ponce —Sonrío, recargando la cabeza en su pecho para escuchar el sonido de su corazón.
Por algún motivo, en los últimos días he tenido una excesiva necesidad de vivir entre sus brazos todo el tiempo. Sus latidos me reconfortan, su olor me embriaga y me hace sentir tan feliz, que no me veo en otro lugar que no sea junto a él. Me sentía segura de que no podía estar más jodida por él, no obstante, he comprobado que me equivocaba. Cada maldito día que pasa me enamoro más, y temo que llegue el día en que realmente no pueda vivir sin él. El día en que me hunda en la depresión porque ya no está.
—Gracias —susurro, sin apartarme ni un centímetro de su cuerpo —, por acompañarme. De verdad no sé qué haría sin tí, siempre estás cuando más te necesito, aunque no te lo pida.
—Yo siempre estaré para ti. No podría ser de otra forma.
Un beso aterriza en mi cabello, justo en el momento en que veo a mi cuñado llegando por el pasillo. Mis padres se levantan en su encuentro, parándose junto a nosotros, están tan ansiosos como yo de saber qué ocurre.
—Es una niña preciosa —dice Mauricio, con el semblante de un padre orgulloso —. Los doctores ya le hicieron el chequeo de rutina, y aseguran que nació sana y fuerte.
—¡Como todos los Ponce! —dice papá, colocando su mano sobre mi hombro, como si con eso apoyara su argumento —. ¿Cuándo podremos verlas?
—En este momento si así lo desean, acaban de llevarlas a una habitación. Marisol está cansada, pero no creo que le importe que pasen unos minutos —informa —. Aunque sea para conocer a la pequeña.
Todos caminamos detrás de Mauricio, rumbo a la habitación de mi hermana y mi sobrina. Javier se detiene antes de entrar, haciendo que quedemos varios pasos detrás de ellos. Me mira serio, abriendo la boca como si fuese a decir algo, pero se detiene.
—¿Qué ocurre? —averiguo.
—Lo mismo me pregunto. Dejaste que Alexandro te tocara el hombro sin poner peros, ¿ya está todo bien entre ustedes?
—No te hagas ilusiones —murmuro, viendo desde la puerta, como papá recibe a la pequeña entre sus brazos —. Lo nuestro es algo irreparable, es solo que no quiero ser yo quien lo rompa más.
—¿No crees que tal vez, él busca arreglar las cosas? —insiste —. Ese toque, me pareció lo más cercano a un gesto de orgullo.
—No dormir te está afectando —me burlo, dándole la espalda, para entrar en la habitación.
Dentro está mi hermana, acostada con gesto somnoliento. A pesar del cansancio que la envuelve, se atreve a sonreír, estirando la mano que tiene conectada al suero, en un gesto para que me acerque a ella.
—¡Hermanita! Luces preciosa —dice.
—Y tú luces como si te hubieran dado una madriza —contesto socarrona.
—¡Alexa! —me regaña mamá, reprimiendo una risa.
—Es la verdad —me defiendo.
—Ya quisiera verte, luciendo lo doble de madreada si llegas a tener hijos —alega Marisol.
—Obviamente, yo luciré como en las series de televisión —me burlo —. Divina después del parto, sin rastro de cansancio. Altanera, preciosa y orgullosa, como La Bikina —todos ríen, ante mi afirmación carente de sentido —. Ahora sí me permiten, quiero cargar a mi sobrina.
Papá se acerca para intercambiarme la niña, por el café que tengo entre las manos. Me la entrega, envuelta en unas cobijas que se sienten tan delicadas, como seguramente es la pequeña que sostengo entre mis brazos. Es tan pequeñita, que siento como si se fuese a deshacer entre mis manos. Miro su pequeño rostro enrojecido. Me siento enternecer, a tal grado que mi garganta se seca, mientras mis ojos, por el contrario, se cristalizan por las lágrimas de emoción que no logro reprimir.
—Es realmente bonita —digo sinceramente conmovida, mirando a los orgullosos padres, que no pueden dejar de sonreír.
No puedo creer que una criatura tan pequeña, pueda despertar sentimientos tan grandes en alguien. Siempre he sido de esas personas que ven feos a los bebés recién nacidos. Por eso, ahora entiendo cuando dicen que todo luce más bello cuando lo miras con ojos de amor. Ella es mi sobrina, la hija de mi única hermana, pero de alguna manera la siento tan mía, como si fuese mi propia hija. Volteo la mirada en busca de Javier, que me contempla con un gesto insondable, desde el otro extremo de la habitación.
—Ven a conocerla —le ánimo cuando veo que duda entre acercarse o no.
Se aproxima a nosotras, colocándose detrás de mí, de tal forma que puede sujetarme por la cintura con una mano. Con la otra, coloca un mechón de mi cabello tras mi oreja, para tener una mejor vista de la bebé.
—Luces tan bonita con ella en brazos —susurra con voz apenas audible.
No sé qué me está pasando, pero me pongo nerviosa. Aún más cuando me giro un poco para mirarlo directo a los ojos, hay algo en ellos que me inquieta sobremanera. Tal vez la forma en que me escudriñan, el brillo especial que hay en ellos. Sinceramente no sé qué es. Sin embargo, no puedo dejar de verlo. Es como si la habitación se redujera, como si todo hubiera desaparecido, dejándonos a solas. Trago saliva e intento no llorar de la felicidad que me causa este momento. No obstante, una lágrima se me escapa, cuando recibo un beso suyo sobre mi sien.
—La imagen de padres les queda muy bien —comenta Mauricio.
Vuelvo a la realidad al escucharlo. Javier baja la mano que me sostenía, y se mueve incómodo, alejándose de mí como si el mero hecho de imaginarnos como padres le molestara. Siento su reacción como un golpe en el estómago. Soy consciente de que ser padres no entra en nuestro trato, por supuesto, pero no me esperaba una reacción así de su parte al escuchar un comentario dicho tan a la ligera. ¡Por Dios! No es como si le hubiera dicho que estoy embarazada o algo así. Le escucho carraspear y disculparse con una excusa tan absurda como tener que ir al baño urgentemente, y en cuanto sale de la habitación, la mano de mi hermana aterriza de golpe en el abdomen de su marido.
—¡Bien hecho, baboso! Ya asustaste al pobre hombre —le reprende Marisol.
—¿Yo qué hice? —pregunta confundido.
—¡Todavía preguntas! —exclama ella, con tono de indignación —Está visto que los hombres no entienden nada.
—Me disculpo, creo que me iré también —anuncio, entregándole la bebé a mi mamá, antes que comiencen a abrumarme sus comentarios —. No hemos dormido y aún tengo que preparar algunas cosas para la clase de mañana.
Escapo lo más rápido posible de la habitación, llamando a Javier por teléfono para anunciarle que voy rumbo al auto. El camino de vuelta a casa es algo incómodo, no sé si es idea mía solamente, o él también lo sienta, pues le veo tan relajado mientras conduce que no me atrevo a preguntar. Tras una parada para comprar el desayuno, llegamos a casa, Javier arroja las llaves sobre la mesilla del centro, mientras yo coloco el pan en la cocina. Lo escucho llamarme desde la sala de estar.
—Apapachame hasta que me duerma —pide con un puchero, extendiendo sus manos hacia mí.
Le hago caso. Me acerco y me recuesto en el sofá, de tal modo que queda espacio para él, colocando un cojín para que ponga la cabeza y mi brazo no se entuma por el peso. Le acaricio el cabello en lentas pasadas, hasta que le escucho respirar tranquilamente. Me doy cuenta que al fin se quedó dormido, y siento pena por él, no se supone que deba estarse desvelando de esa forma por mí, mucho menos que tenga que escuchar comentarios como el dicho por mí cuñado hace un rato. Es decir, ese tipo de cosas ni siquiera está en discusión.
Pienso en cómo disculparme con él más tarde, cuando escucho mi celular sonar detrás de mí cabeza, en el buró donde lo coloqué. Me estiro con cuidado de no mover a Javier y que no se despierte.
—Hola —contesto en un susurro a la llamada de Loreto.
–Llevo siglos enteros en tu puerta, ¿podrías ser tan amable de abrirme?
—Abre, la puerta está sin seguro —le informo —. Y por favor, entra sin hacer ruido.
Ni siquiera espero a que responda algo más. Doy por terminada la llama y segundos después la veo aparecer en la sala de estar.
—Pasa, siéntate —susurro, señalándole el sillón que se encuentra frente a nosotros —. ¿Te molesta si hablamos así? Javier no ha dormido por llevarme a ver a Marisol, y no quiero despertarlo.
—Lo siento —se disculpa, tomando su bolso nuevamente —, podemos hablar después.
—No, está bien. Ya estás aquí, no tiene caso que te vayas. Dime ¿qué sucede?
—Vengo a darte la noticia más loca del mundo —informa, sacudiendo la cabeza con incredulidad—. No vas a creerlo.
—Ya eres novia de Elías.
—¿Qué? ¡No! —tuerce los ojos —. ¡Acabo de dejar a nuestras abuelas en la terminal de autobuses! Se van de vacaciones. Juntas.
—¿Nuestras abuelas? —pregunto incrédula, haciendo especial énfasis en la palabra nuestras —. O sea, ¿tu abuela y la mía?
—Así es —asiente, emocionada—. Doña Julieta vestía uno de los sombreros favoritos de mi abuela.
La miro estupefacta. Mi abuela... Con la suya. Y encima de todo, con un sombrero de doña Agustina. Eso no suena como algo que Julietita haría.
—¡Pero si se odian! —exclamo, tratando de entender todo este asunto.
—No sé en qué momento se hicieron amigas. Con todo lo que ha pasado no he podido hablar con mi abuela, es una locura.
—Con razón la viejita no fue a conocer a su bisnieta —digo, entendiendo por fin la ausencia de mi abuela en el hospital.
—Por cierto, ¿cómo están Marisol y la bebé?
—Mi hermana parece una persona atropellada. Y la bebé es tan pequeñita y hermosa —aseguro, sin poder evitar sonreír encantada.
—No puedo creer que tú estés aceptando que un bebé es bonito.
—Es que se parece a mí, obviamente es bonita —alego, creída.
—Elías compró un regalo para la bebé —informa —. Ni siquiera conoce a Marisol, pero sabes cómo es de entrometido.
—Solo espero que su madre no sea así —bromeo —. Imagínate, tendrías una suegra más metiche que el promedio.
—¿Suegra? —pronuncia horrorizada.
—¡Ay, por favor! No te hagas —pido, torciendo los ojos como ella hace unos segundos —Si bien que quieres, ¿o crees que no me doy cuenta de las miraditas que se echan el uno al otro?
—Las únicas miradas que le echo son las que uso para advertirle que puedo asesinarlo en cualquier momento —aclara—. Además, lamento romper tu burbuja, pero lo de Renato es todavía muy reciente.
—Bueno, tú puedes decir lo que quieras, pero yo ya estoy preparando mi vestido de dama de honor para su boda.
—Es más probable yo use un vestido de dama de honor en la tuya —asevera con suficiencia.
—Solo espera a que encuentre un novio.
—¿Has escuchado eso que dicen sobre "tener al amor frente a ti, sin que tú repares en ello"?
—¿Te refieres a que tú eres mi alma gemela? —pregunto, con fingido tono de ilusión —¡Acepto, amor mío! Me casaré contigo.
—¡Deja de hacerte tonta! Sabes a qué me refiero —asegura, señalando a Javier con la cabeza.
—Tú mejor que nadie sabe la clase de relación que tenemos —le recuerdo, retomando mi postura sería.
No voy a mentir, quisiera de una vez por todas que mi situación con Javier llegara más, que de cierto modo formalizaramos las cosas. Pero la reacción que tuvo ante el comentario de mi cuñado, me deja muy en claro que el sólo hecho de imaginarlo le incomoda.
—Ya. Por eso lo llevaste a conocer a tu sobrina y está a nada de mudarse contigo.
—Nadie dijo que debíamos cumplir con estándares —me defiendo —. El hecho de que casi viva aquí, o que conviva con mi familia no quiere decir nada. Aquí no hay amor, Loreto. Al menos no de mi parte —miento —. Y creeme cuando te digo, que si continuo cogiendo con él es porque me gusta cómo lo hace. En el momento en que me aburra, buscaré a otro, es una de las ventajas de nuestro acuerdo.
—Hablas como si Javier no te importara en lo absoluto —dice molesta.
—Me importa, por supuesto —respondo a la defensiva —. Pero a diferencia de ti, tengo las cosas claras. Somos desechables. En el momento en que queramos, nos podemos botar. Yo no le debo fidelidad, ni él a mí.
—A veces eres imposible —asegura, poniéndose de pie—. Hablamos después.
—Cierra cuando te vayas —le ordeno, sin intentar detenerla, escuchando el portazo que da, logrando que Javier se renueva por el estruendo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro