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Capítulo 22


Renato.

—Hola, ¿señor oficial? —Reconozco la voz de Loreto del otro lado de la línea, antes de que me diga su nombre—. Es Loreto.

—Hola, Loreto —respondo, tras corroborar que el número del que llama pertenece a un teléfono público y no a su celular—. ¿Ocurre algo?

Loreto resopla.

—Todo va de maravilla —la pausa que hace a continuación es larga—. Solo... necesito hablar contigo. ¿Puedo verte?

—¿Ahora? —averiguo.

—Ahora —confirma ella—. ¿En dónde estás?

Frente a mí se encuentra mi unidad, aparcada a un costado de la plaza Xicoténcatl, mi compañero de turno duerme en el interior, dado que es media noche las calles se encuentran prácticamente desiertas. Le doy mi ubicación exacta.

—Vale —dice, riendo casi con malicia—. Será rápido.

Abro whatsapp en cuanto ella cuelga para ver sus últimos estados, el primero se trata de una fotografía junto a Alexa, ambas sonríen frente a la barra de un bar, la siguiente muestra a Alexa mostrándole la lengua a un barman que se encuentra de espaldas, pero es la última la que me hace presionar el pulgar sobre la pantalla por minutos enteros. Loreto sostiene una copa mientras sus labios le regalan media sonrisa a la cámara, las luces del lugar crean sombras sobre su rostro, rodeándola de un halo de misticismo que resalta sus facciones. Es hermosa, dulce y elegante, también es noble y graciosa; parece arrancada de alguna película de la época de oro del cine mexicano. No me sorprende que aquel grandulón terminara enamorado como un idiota de ella, es el que ella correspondiera a sus sentimientos lo que me cala el alma. El recuerdo de las imágenes que vi unas semanas atrás me asfixian, Loreto y el grandulón sostenían un par de osos que parecían encajar al unirlos. Confirmar que ella le había elegido me quitó el sueño, fue como si la soledad se instalara en mi interior con intenciones de quedarse, acabó con gran parte de mí. "Las flores se marchitan dentro de los refugios sin ventanas", canta la descripción y, de nuevo, me pregunto si es por mí. Y qué idiota.

El auto de Loreto aparece minutos más tarde. Desde mi posición, junto al monumento de Xicoténcatl, la observo descender, ella no apaga los faros ni cierra la puerta, camina hasta detenerse frente a la patrulla. Mis ojos recorren su cuerpo, intentando conservar tanto como les sea posible de su imagen a contra luz. Mi cuerpo reacciona en automático a su presencia, me convierto en un amasijo de sensaciones, el hormigueo de mis manos al recordarla desnuda me golpea con la misma fuerza que la culpa por mi cobardía. La quiero, maldita sea, y que Dios me perdone, pero de volver el tiempo a aquella noche, volvería a tomarla, pero ésta vez, no le daría la espalda. La escena se distorsiona cuando Loreto levanta el brazo derecho a la altura de su rostro, parpadeo un poco antes de notar que sostiene algo dentro de su puño. Doy un paso al mismo tiempo que el primer proyectil choca contra el parabrisas de la patrulla. Estoy entrenado para poner suma atención en los detalles, sin embargo, mis cavilaciones sobre mis sentimientos por Loreto me distrajeron del hecho de que apenas parece capaz de mantener el equilibrio; y de la caja de huevos que sostiene sobre su brazo izquierdo. Erick, mi compañero de turno da un salto dentro del auto, evidentemente sorprendido por el ataque del que es blanco.

—Basta ya —ordeno, sosteniendo la muñeca de Loreto, frustrando así su sexto lanzamiento—. Es suficiente.

—Oh, señor oficial —canturrea ella, con un tono de voz que no noté durante su llamada—. Vine a traerte los huevos que te hacen falta, pero se me rompieron.

—Estás borracha —gruño.

—¡No estoy borracha! Los demás llegan temprano.

Loreto ríe tontamente, el escalofrío que recorre mi columna me impide ver lo graciosos de la situación.

—¿Qué diablos te pasa, loca? —grita Erick, tras salir del auto.

Ignoro a Erick, sostengo a Loreto por los hombros, su cuerpo tiembla bajo la tela de su vestido, sus ojos grises parecen dos fosas oscuras que invitan a asomarte en su interior.

—¿Quieres explicarte? —inquiero, con más brusquedad de la que pretendía—. ¿Qué fue todo eso?

Sostiene mi mirada, todo lo que veo en su rostro en una tremenda decepción. Loreto se estampó en mi vida hace un par de años, con sus vestidos raros y aquella inocencia en el rostro se hizo un lugar en mi corazón. No sé cuánto de ella me pertenece ahora y cuánto de mí mismo se ha quedado consigo, pero cuando estamos juntos siento mi vida correr por sus venas.

—Vine a traerte los huevos que te hicieron falta —murmura.

—¿Perdón?

—Solo tenías que llamar —acusa, justo antes de romper el último huevo sobre mi chaleco antibalas.

Maldigo. Loreto escapa de mi agarre, tabaleándose rumbo a su auto. Escucho a Erick reír a mis espaldas mientras correteo a Loreto hasta la puerta del piloto, envuelvo su cintura con mis brazos, impidiéndole subir al interior. Suelta golpes con los puños cerrados mientras cargo con ella hasta la patrulla.

—Abre la puerta —ordeno a mi compañero, quien observa la escena con diversión.

—¿Vas a llevarla al ministerio? —averigua Erick, abriendo la puerta trasera del auto.

Loreto forcejea un poco antes de rendirse y entrar al auto.

—¿Quieres explicarme qué diablos está pasando? —exige Erick, cuando paso junto a él.

—Escucha —respondo, dirigiéndome al auto de Loreto—, es importante que nadie se entere de todo esto, ¿entiendes?

—Preguntarte si conoces a esa chica está de sobra, pero acaba de atacarnos. ¿Realmente vas a dejarla ir así como así?

Me aseguro de que las llaves de Loreto se encuentren en el contacto, el interior se encuentra impregnado de su perfume. Huele a jazmines.

—No es consciente de lo que acaba de pasar —la defiendo—, está ebria.

—¡Todavía peor!

—Escucha, Erick —mascullo, a punto de perder la paciencia—. Esa chica es sumamente importante para mí y por ahora solo puedo pensar en llevarla a casa a salvo. Te pido, como el buen compañero que seguro eres, que dejes de hacer preguntas y me ayudes prometiendo que esto va a quedar entre nos, ¿te parece?

—Oh, vale —responde, señalando a mi espalda—. Pero te advierto que yo no pienso limpiar eso.

Doy media vuelta, Loreto se encuentra medio inclinada a través de la ventana mientras vomita sobre la puerta. Necesitaré de un milagro para conservar mi empleo después de esto.

—Ya me encargo yo de pagar el auto lavado —prometo—. Ahora necesito llevarla a casa, te agradecería que conduzcas su auto, no puedo dejarlo aquí.

—Claro —Erick observa a Loreto, quién parece estar dormida dentro del auto—. No crees que sería mejor que yo la lleve a casa y tú conduzcas su auto. Quizá sea mejor que no te vea más, por el bien de ella.

Por el bien de ella, claro.

—Bien —accedo, contra mi voluntad—, nos vemos allá.

Erick sube a la patrulla, con Loreto ebria y vulnerable en la parte trasera. Una vez dentro del auto de Loreto, me dedico a buscar su teléfono dentro de la guantera, sin suerte alguna. Saco mi propio móvil, mientras conduzco a baja velocidad por las calles oscuras, busco su contacto y marco, rezando porque alguien familiar me responda. Toman la llamada al segundo timbre.

—¿Tú qué diablos quieres? —escucho la voz histérica de Alexa.

—Loreto está conmigo —respondo, con el corazón en la garganta.

—¿Qué hace contigo? —Pregunta con un tono que a todas luces denota enojo —. ¿Dónde están?

—Es una larga historia —me detengo frente a la patrulla en un semáforo en rojo—, necesito que vengas a casa de Loreto.

Alexa comienza a soltar insultos, un segundo después escucho una discusión del otro lado de la línea y un par de segundos de silencio.

—¿Loreto se encuentra bien? —pregunta una voz masculina, que reconozco como el arquitecto Silva.

—Eso espero —el semáforo cambia de color, doblo a la derecha—. Está ebria y desorientada. No me gustaría dejarla sola.

—Vamos para allá —anuncia, y sin decir más, termina la llamada.

Erick se estaciona tras de mí al llegar al edificio de Loreto. Me aseguro de que ella se encuentre bien, está dormida y Erick le ha cubierto con mi chamarra. Mi corazón quiere quedarse a vivir con ella. Mis primeros recuerdos sobre Loreto son de ella en el auto de su padre, cuando todavía se encontraba en la universidad, siempre sonriente, siempre distraída. Nunca reparó en mí, demasiado insignificante, en medio del tráfico de hora pico.

El casero de Loreto tarda varios minutos en bajar a abrirnos, por suerte no nos cuesta convencerle de permitirnos subir a Loreto a su departamento,

—Supongo que tú vas a cargar con ella hasta su casa —sisea Erick, mientras saco a Loreto del auto.

No respondo, me concentro en la calidez de su cuerpo, en su respiración sobre mi oreja, en el sonrojo de su cuello. Tal vez, de estar a su altura entonces podría hacer que funcione.

—Voy a llevarla a su habitación —anuncio a Erick, una vez que el casero nos abre la puerta del departamento—. Esperamos a alguien más, por favor abre la puerta en cuanto lleguen.

—Lo que digas —refunfuña, yendo a recostarse sobre uno de los sillones.

Las paredes de la habitación de Loreto son totalmente blancas, hay un librero en una de las esquinas, marcos con fotografías familiares y un par de plantas sobre el escritorio de cristal. Dejo a Loreto sobre la cama de sábanas floreadas, no me resisto a pasar mis dedos a través de sus mechones de cabello. Mi dulce, amable y preciosa niña.

—¿Por qué lo hiciste? —murmuro, rozando su mejilla con mi dedo corazón.

Loreto se remueve sobre la cama.

—Para que terminaras de romperme —murmura.

Me quedo helado. El timbre de la puerta principal comienza a sonar de manera escandalosa, cubro a Loreto con la colcha antes de salir de la habitación. Alexa cruza la puerta hecha una furia, tras ella camina el arquitecto Silva, con el rostro teñido de preocupación.

—¡Eres un cabrón! —Acusa, lanzándose contra mí, empujando con sus manos sobre mi pecho en repetidas ocasiones —¿Cómo te atreviste?

Javier me quita a Alexa de encima, la mirada asesina que me dedica me pone la piel de gallina.

—¿Cómo te atreves tú a dejarla sola? —Reprocho, entre dientes—. ¿Sabes lo que pudo haberle pasado?

—Yo no la dejé sola —grita —. No soy tan mierda como tú para abandonarla.

Javier mira a Alexa sin entender de qué habla, pero ella continúa hablando sin importarle nada.

—¿Acaso piensas que no lo sé? —Pregunta irónica —Eres un maldito. Te aprovechaste de mi amiga, te la cogiste y la dejaste como si nada, ni siquiera te importó que fuera virgen.

—No tengo que darte explicaciones a ti sobre lo que pasa entre Loreto y yo —mascullo—. No debiste dejar que se marchara estando ebria.

—Pues adivina por qué Loreto estaba ebria, cabrón. Todo esto es tu maldita culpa —me señala —. No me salgas ahora con que te importa mucho. ¿Sabes cuánto tiempo estuvo llorando por ti? Porque creyó que la querías, pero ya veo que no le tienes ni el mínimo respeto. No tienes ni puta idea, todas las noches que Loreto se la pasó hablándome de ti, engrandeciéndote. Diciéndome que eras todo un caballero, que eras una persona en quien valía la pena depositar sus sentimientos. Pero lo cierto es, que no eres más que una basura —recrimina, con un par de lágrimas de rabia rodando por sus mejillas —. No sé qué haces aquí, ¿no te cansas de hacerle daño?

—Es mejor que te vayas —dice Javier, mirándome con el mismo mohín de desagrado.

Erick continúa de pie, sosteniendo la puerta abierta. Podría quedarme para asegurarme de que alguien vele el sueño de Loreto y ninguno de ellos podría impedirlo, pero Alexa tiene razón, ya fue suficiente.

—Cuida de ella —digo, a nadie en particular, antes de marcharme.

Alexa azota la puerta a mi espalda. 

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