Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 17

Hay gente que nace siendo estúpida, otra que a lo largo de su vida se vuelve estúpida. Yo realmente no tengo idea, ni tampoco pienso averiguar cuál es el caso del tal Ruperto, pero me parece que de todos los hombres que existen en el mundo, él es el más imbécil. Tirar al retrete el cariño que obviamente le tiene mi amiga, para irse con la Kardashian de barrio, es la mayor prueba de que tengo razones para creerlo. Aunque, pensándolo bien, Ruperto tiene más en común con la Kardashian que con mi amiga, empezando con que a todas luces ambos son idiotas, a decir verdad, puede que Ruperto le esté haciendo un favor a Loreto eligiendo a esa mujer.

Loreto hizo su mejor esfuerzo esta noche para aparentar que no le había afectado ver a ese cabrón con su nueva novia, sin embargo soy consciente de que necesita un poco de ánimo. Hay quienes opinarían que uno debería estar consigo mismo en momentos así, llorar para sacar todo lo que siente, pero por ningún motivo voy a dejar que el ánimo de mi amiga esté por los suelos. Nadie en este jodido mundo se merece que Loreto Echavarría llore por su culpa, es por ello, que cuando el Pasante Kilométrico aparece en mi campo de visión, aprovecho para hablarle y hacerlo participe del plan que se está cocinando dentro de mí mente. Después de todo, como dijo Ariana Grande: "Thank you next".

—¡Tú! —grito, llamando la atención del chico, que gira a verme y después de colocar unas sillas en el almacén, se acerca a mí.

«¿Cuál era su nombre? Piénsalo antes de que venga» me digo. «Rimaba con Estrías».

—Elias, ¿Cierto? —le pregunto cuando lo tengo frente a mí.

—Ese soy yo —responde, extendiendo una mano con formalidad—. ¿Puedo ayudarte en algo?

—Eso espero —contesto, extendiendo la mano para saludarlo de vuelta —. Tú eres amigo de Loreto, por lo que he visto. Entonces supongo que lo que sucedió te interesa tanto como a mí.

—¿Te refieres a Loreto llorando como Magdalena durante todo el festival? —comenta a la ligera.

Estoy segura de que si mi amiga estuviera aquí justo ahora, le lanzaría una de sus miradillas llenas de reproche. Yo por mi parte, miro al tal Elías un poco confundida, me sorprende que se haya dado cuenta de que Loreto estaba mal, a pesar de los esfuerzos de mi amiga por mostrarse sonriente ante todo el mundo. Creo que no es muy buena actriz, después de todo.

—Observo cada movimiento de esa mujer —confiesa, respondiendo a la pregunta que seguramente tengo plantada en el rostro, y rascándose la nuca aparentemente nervioso —. Eh, espera. No pienses que soy un enfermo depravado, me refiero a que Loreto es... Ya sabes.

—¿Tu crush? —pregunto, algo divertida por el nerviosismo del chico

—¿Mi crush? —la risa de Elías es infantil —. Algo así. Además me encontré con ella detrás de bambalinas.

—Claro, bueno, eso no importa. Necesito hablar cara a cara contigo, así que ven —le indico, subiéndome a una silla que se encuentra a un par de metros, para quedar a la misma altura que él —. Ruperto es un cabrón, y tú —digo señalándolo —, bueno, tú al menos pareces decente.

—¿Ruperto? ¿Te refieres al oficial orejotas? —pregunta, colocando sus manos en las orejas y moviéndolas como alas.

—¡Es Transidumbo! —le aclaro —. Pero el punto aquí no es ese. Como te decía, tú me pareces un tipo más o menos decente, incluso me caes bien, prueba de ello es que acabo de usar tu nombre para referirme a ti.

—Pues tus alumnos dicen que me llamas Kilómetro Parado, entre otros sobrenombres que hacen alusión a mi estatura —interrumpe nuevamente.

—Tengo peores apodos que ese para referirme a gente de tu tamaño, y no los he utilizado contigo —le informo —. Pero ponme atención, ¡caray! Te estoy dando mi permiso para cortejar a Loreto, incluso mi bendición.

—Gracias, supongo —responde dudoso —. No sabía que necesitaba de tu bendición, ni tu permiso.

—Pues ahora lo sabes, y si no quieres perderla, más te vale que me ayudes esta noche, ¿De acuerdo? —le digo, medio en tono de amenaza.

—Cuenta con ello. ¿Se trata de algún plan de venganza contra ese cabrón? —pregunta, frotándose las manos con malicia, como uno de esos villanos de película Disney.

—No —respondo medio confundida por lo que dijo —, pero si tú tienes alguno, avísame, tal vez podamos llenarle la patrulla con huevos, con los que le faltan, por ejemplo —bromeo y Elías ríe por mí ocurrencia —, pero eso será otro día. Lo que yo tengo en mente es más bien levantarle un poco el ánimo a Loreto esta noche. No sé, una cena especial.

—Tienes toda mi atención.

—Obviamente no podemos llegar a irrumpir en su casa para arreglar la cena especial —comienzo a relatar mi plan al enorme chico.

—¿Un restaurante? —sugiere.

—Estaba pensando en mí apartamento. Javier salió de viaje hace unas horas, así que estaré desocupada —explico —Podemos cocinar para Loreto. Y cuando digo que podemos cocinar me refiero a ti. Acomodamos algunos muebles, y para que veas lo buena que soy, podemos hacer que sea una cena romántica.

—El sueño de todo hombre, ser el mesero en una cena homosexual entre mujeres —bromea.

—No tienes tanta suerte, amigo —contesto, conteniendo la risa —. Esta vez te dejaré ser quien cene con mi chica.

—No debería hacer un chiste sobre la sexualidad de mi crush —ríe—. Por favor, no vayas a contarle.

—No te prometo nada. Si la cagas, puedo usarlo en tu contra —le respondo, bajándome de la silla —. Puedes continuar en lo que estabas, te veo en el estacionamiento cuando terminemos con todo esto

—Sí, señora —pronuncia, haciendo un saludo militar.

El Rascacielos Ambulante continua con su labor de guardar el mobiliario en el almacén, mientras yo recojo algunos vestuarios que la abuela de Loreto nos hizo favor de elaborar para esta noche. Hace poco más de una hora que el festival terminó, Loreto se fue a casa con su abuela, y Javier se ofreció a llevar a la mía antes de irse al viaje que retrasó para acompañarme durante el festival. Mi teléfono celular vibra en mi mano izquierda con la notificación de un mensaje en WhatsApp, se trata de Javier, a quien pedí que me avisara cuando saliera de camino a Puebla.

«No puedo dejar de pensar en ti (emoji de carita al revés)». Leo en cuanto abro el mensaje.

«Lo sé, causo ese tipo de sentimientos en las personas». Respondo, sonriendo como estúpida a la pantalla de mi celular, caminando hacia el estacionamiento.

Me siento un tanto abrumada debido la felicidad que me causa el leer ese tipo de mensajes, aún si lo dice sólo en el ámbito sexual. Saber que Javier no me puede sacar de su cabeza representa algo así como una victoria a nivel personal, logra que mi ego se acrecente y mi corazón lata rápidamente en respuesta. Una llamada entrante de él aparece en mi teléfono celular, al mismo tiempo en que abro la puerta de mi auto para entrar en él.

—Hola —atiendo, tratando de sonar de lo más casual.

—¿Quieres saber qué otros sentimientos causas en las personas? —pregunta en un tonito de jugueteo coqueto sin siquiera saludar —Más específicamente, en mí.

—Creí que estabas de camino a Puebla justo en este momento —comento, haciendo caso omiso a su pregunta.

—Estoy por salir, pero me queda tiempo para hablar con mi chica favorita, y decirle unas cuantas cosas que me están rondando en la cabeza desde que la ví salir de su apartamento luciendo espectacular.

—Pues no te quito más tu tiempo, anda a hablar con ella —bromeo.

—Alexa, tú eres mi chica favorita —me informa, demasiado serio, como para que no queden dudas.

—Es bueno que lo aclares. Y ¿Qué es eso que ronda tu mente desde que me viste salir del apartamento? —pregunto, animándolo a hablar.

—Te veías jodidamente preciosa hoy —suelta sin decir agua va —. No sé cómo haces para volverme loco, tienes... —se queda a medias, y lo escucho suspirar antes de continuar hablando —, tienes algo que hace, que no pueda dejar de pensar en ti.

Esa afirmación me hace enmudecer. Siento el rubor subir a mis mejillas, y casi inconscientemente me muerdo el labio inferior para evitar sonreír como estúpida nuevamente, porque si leerlo en un mensaje me hizo feliz, escuchárselo decir de viva voz es cien veces mejor.

—Es por mi vestido —bromeo, tratando de sonar normal y que Javier no se dé cuenta que me tiene hecha una idiota por él —, son esos bordados en hilo negro, tienen poderes afrodisíacos.

—Ahora entiendo por qué me provocaba querer quitártelo cuando estábamos en el almacén, sacando la utilería para la obra, y mientras la acomodabamos en el escenario —afirma, con la voz de pronto ronca —. No sabía que resultaba tan excitante ver a una chica ensamblado un pesebre.

—¡Escúchate Javier! —exclamo en falso tono de sorpresa y reproche —¿No te da pena? Jesús te está viendo, y está muy decepcionado de ti.

—La verdad no peca —comenta restándole importancia —. Y te soy completamente sincero cuando te digo que me calienta muchísimo verte tan abstraída en lo tuyo.

—Bueno, pues si a esas vamos —respondo, recargando la frente sobre la mano que tengo en el volante, para ocultar mi sonrojo de nadie en específico —, debiste verte colgando el telón de fondo, la manera en que se tensaban los músculos de tu espalda y hombros, me hacía querer arrancarte la camisa, dejarte un camino de besos y mordidas, saboreándote la piel.

—Me agrada mucho saber que estabas tan caliente como yo, porque te advierto que cuando vuelva de viaje no te dejaré salir de la cama en por lo menos tres días —asegura, poniéndome arrítmica.

—Más te vale que lo cumplas —le advierto.

Tarda unos segundos en contestar, permitiendo que escuche la música de fondo en su auto. La voz de Juan Luis Guerra llega a mí, cantando "...Tú mi ternura, mi compañera. Lo que más quiero, mientras más lo pienso". Lo he mirado absorta miles de veces, cantando esa misma canción en el auto, tan concentrado que ni siquiera se da cuenta que lo observo, siempre preguntándome quién viene a su mente cuando escucha esa canción, pensando si acaso existe la ínfima posibilidad de que se trate de mí.

—Alexa —habla dudoso, sacándome de mis pensamientos —. No quiero irme de viaje sin que sepas algo —anuncia, en voz baja, demasiado serio, logrando que mi corazón se paralice por un instante, para comenzar a latir de nuevo, lenta y ruidosamente.

—Dime —respondo, casi sin aliento, a la espera de que me diga "Eres tú... Lo que más quiero eres tú".

—Yo... Emm... —duda —. Yo...

Antes de que Javier se anime a decir algo más, una mano se posiciona en el vidrio de mi ventana y comienza a tocar con insistencia, haciéndome soltar un grito por el susto.

—¡Puta madre! —suelto sin pensar.

—¿Qué pasa? —pregunta Javier, preocupado.

—El Poste Ambulante me asustó —le informo, viendo la cara de imbécil que tiene el tal Elías mientras me saluda con la mano desde fuera —. Hablamos luego, te vas con cuidado — digo antes de colgar.

—¿Qué diablos te sucede? —le grito a Elías, cuando abro la puerta del auto.

—¿Por qué te ves tan sonrojada? —pregunta, señalando mi cara.

—Eso no es asunto tuyo, ¿nadie te enseñó a tocar las ventanas con sutileza? Casi me da un infarto por tu maldita culpa.

—Lo siento —se disculpa —¿Podemos irnos ya?

Antes de retirarnos, comenzamos a ponernos de acuerdo sobre lo que vamos a preparar. Elías y yo llegamos al acuerdo de vernos en una de esas tiendas departamentales que está de camino a mi casa, y en la cual es bastante seguro que encontraremos lo necesario para preparar la cena de Loreto. Convenimos que él comprará las cosas referentes a la cena, ya que él es quien la va a preparar, y yo me encargaré de comprar algo de beber, así como velas para ambientar. El entusiasmo de Elías es bastante evidente cuando entramos a la tienda, lo delata la sonrisa esperanzada y el brillo que no parece desaparecer de sus ojos. Ese mismo brillo que permanece incluso cuando lo veo salir de la cocina, anunciando que la cena está lista y puedo llamar a Loreto para que venga.

—Pastel azteca —comento viendo el recipiente que ha sacado del horno —, ¿Cómo supiste que es su favorito?

—Te lo dije —comenta con una sonrisa de satisfacción —, observo cada movimiento de esa mujer. Y bueno, además se lo pregunté a la abuela Agustina.

—Te refieres a ella como si fuera tu propia abuela —le informo, preguntándome si lo hace a propósito.

—Será mi abuela, ya lo verás —dice con determinación —¿Cómo vas con la decoración?

—Está todo listo, también hice una playlist en Spotify para ambientar la cena.

Subo el volumen de la música en el reproductor para que él pueda escucharla. Suena How Deep Is Your Love, de los Bee Gees, y Elías me mira con algo de desagrado plantado en el rostro.

—¿Sabes? Pretendo que Loreto se enamore de mí esta noche, no que haga un viaje retrospectivo a los setentas.

—No tienes buen gusto musical, estoy casi segura de ello —le alegó —. Por lo tanto no tienes derecho a opinar.

—Dame tu teléfono —ordena, extendiendo una mano—. No es por contradecirla, profesora Ponce, pero, como le repito, se trata de conquistar a mi chica.  Solo necesito que pongas la canción cuando yo te indique.

—¿Algo más, patrón? —pregunto con ironía.

Elías lo piensa por un segundo.

—No, nada por ahora.

Le lanzo una sonrisa de mala gana y le quito mi celular para llamar a Loreto. Tarda más de lo normal en contestar, y por su tono de voz puedo adivinar que no la está pasando nada bien.

—Hola —contesta, con el desánimo imperante en su voz.

—Loreto, ¿dónde estás?

—En casa de mi abuela. ¿Pasó algo?

—Sí, te necesito ahora en mi departamento —digo en tono de alarma, para hacer que venga —. Tengo una enooorme y horrible cucaracha en mi cocina —Elías me mira con los ojos entrecerrados al captar el doble sentido de mi frase.

—No creo que pueda hacer mucho —suspira —. Además de asustarla con mi aspecto.

—Debes venir, sabes que me causan una repugnancia horrible, y Javier no está —le recuerdo —. Además no tienes opción, un taxi ya va de camino a casa de tu abuela por ti.

—Alexa, no tengo ganas de salir a matar cucarachas.

—Por favor, por mí —digo con tonito de súplica.

—Vale —acepta—, espero el taxi.

—No estaría mal que antes de salir, te arregles un poco —comento, para evitarle la vergüenza de que Elias la vea con el rimel corrido —. Ya sabes, no queremos causarle un infarto al taxista.

—Hare lo que pueda.

—Te espero —digo, antes de colgar y llamar a un taxista de confianza para que vaya a recogerla —. Listo, el taxi ya va por ella —le informo a Elías, que sigue mirándome fijamente.

—¿Entendí mal o acabas de llamarme cucaracha?

—¿Yo? —pregunto, haciéndome la desentendida —No sé de qué hablas.

Él niega con la cabeza y toma del sillón una bolsa que contiene la camisa que guardaba en su motocicleta.

—¿Podrías darte la vuelta un poco para poder cambiarme la camisa? —pregunta, dibujando un círculo con el dedo.

—No sería la primera vez que veo a un tipo medio desnudo —comento, encogiéndome de hombros —. Además, el baño está a unos metros de ti, si no quieres que te vea, puedes cambiarte ahí dentro.

Él se da la vuelta y entra a cambiarse. Casi media hora después, el portero me anuncia la llegada de Loreto, a quién deja subir sin preguntar siquiera. Elías entra a la cocina para que Loreto no lo vea cuando abro la puerta del departamento para recibirla, luce una blusa a botones, rosa claro, con las mangas dobladas y una falda grisácea con pequeños cuadros que me recuerdan a un mantel de picnic, o a la tela que utilizan en los uniformes de algunas escuelas, pero como siempre, aunque sus atuendos sean anticuados, los lleva sin titubear.

—¿Dónde está esa cucaracha? —pregunta, sacando un insecticida en aerosol de su bolso.

—En la cocina —le indico, instándola a entrar con un movimiento de mano.

Loreto se queda sorprendida cuando ve las velas encendidas sobre la mesa, la charola con el pastel azteca que Elías preparó, y a él sonriéndole desde la barra de la cocina.

—¿Y la cucaracha? —Pregunta Loreto, viendo todo a su alrededor.

—Ahí está, sonriéndote, ¿no ves? —respondo, señalando a Elías que me mira de mala manera.

—Una buena hada madrina se apiado de él y lo convirtió en príncipe —responde Elías, acercándose a Loreto.

—¿Tu hechizo también se rompe a media noche? —pregunta mi amiga, con la sombra de una sonrisa en los labios.

—Mi hechizo se rompe en cuanto aceptes cenar conmigo —Elías se encoje de hombros—. La verdadera magia es que te enamores de la cucaracha. Es una metáfora, claro —se apresura a aclarar—. A decir verdad estoy lejos de parecer una.

—Bueno, eso crees tú —comento, haciendo que él recuerde mi presencia en el lugar.

Nuevamente me mira con reproche y hago una señal, como si cerrara mis labios con una cremallera.

—Disculpa a la mesera —comenta él —, no pude conseguir a nadie mejor de última hora.

Mi amiga me mira, a la espera de mi reacción ante el comentario de Elías. Sólo le sonrió, y cuando  se voltea a mirarlo, le muestro el dedo medio  a espaldas de ella.

—Pasen por favor, en breve tomaré su orden —hablo en tono servicial.

Veo cómo Elías se deshace en atenciones hacia mi amiga como todo un caballero, le ayuda a sentarse, y después él mismo toma asiento a su lado. La mira sonriente, luciendo completamente enamorado de ella.

—¿Qué desean ordenar? —pregunto.

—La especialidad de la casa, si es tan amable –dice Elías, sin quitarle la mirada de encima a Loreto.

—Por supuesto, señor, ¿Desean algo de beber? Tenemos vino blanco, y té, de lo que el señor suele llamar "frutas podridas" —digo esto último dirigiéndome a ella, y mostrando un sobre del té de frutos rojos que le gusta a su abuela.

—¡Hey, yo no he dicho eso! –réplica Elías, ante la mirada de reproche de Loreto—. Me encanta el té de frutos rojos.

—Un poco de vino blanco está bien —dice ella, negando con la cabeza.

Tras servir la cena de ambos en completo silencio, así como llevarles la botella de vino, me retiro a la sala con un plato de comida también, colocando la música a un volumen adecuado para que no interrumpa su plática. Los observo a ambos desde la comodidad y oscuridad de mi sofá, la luz apagada de la sala, y la cocina apenas iluminada por las velas, confieren a la velada ese toque romántico que Elías a todas luces parece disfrutar, aunque mi amiga se ve un poco incómoda al principio. Eso cambia, minutos más tarde, cuando ambos parecen olvidarse de mi presencia. Conversan animadamente sobre asuntos irrelevantes, él hace un par de bromas, de las que ella trata de no reírse pero al final sucumbe, viéndose felíz. Me agrada saber que al menos por unos minutos hemos logrado sacarle una sonrisa a Loreto.

Me agrada aún más ver la forma en que Elías mira a mí amiga, se le ve realmente encariñado con ella. Busca cualquier pretexto para tocar su mano, para rozarle la mejilla con los dedos, o para tocar los mechones de su cabello. Se nota a todas luces, que de poder hacerlo, ya la hubiera besado. De pronto me veo a mí misma como seguramente es Loreto cuando está entre Javier y yo, a la espera de cualquier movimiento de alguno de ambos que indique atracción.

«Llegué sano y salvo». Recibo en mi teléfono celular, haciendo que deje de prestar atención a la escena de película que ocurre frente a mí.

«Me alegra mucho saberlo» contesto a Javier «Espero que no tardes en volver, ya te extraño».

«Y yo a ti, preciosa. Espero estar de vuelta mañana por la tarde a más tardar. Será un poco raro dormir sólo esta noche».

«Tienes la opción de dormir con Joel para que no te sientas sólo». Bromeó, refiriéndome al empleado que se fue en representación de Javier para comenzar con la compra del material.

«O con la guapa asistente del distribuidor» responde, haciendo que se me retuerzan las tripas por los celos.

«Al parecer, te la piensas pasar bien».

«Tanto como tú con los tipos con penes de maní».

«Entonces te irá increíble».

Antes de que Javier tenga oportunidad de contestar algo, escucho que Elías le pregunta a Loreto si desea bailar. Ambos se levantan, y ahí está mi señal, tomo la laptop que está frente a mí y coloco rápidamente la canción que Elías me indicó previamente, un bolero llamado "Novia mía" que les permite bailar lentamente y bastante acaramelados el uno con el otro. Ya no tengo nada qué esperar, y aprovecho el ir al baño para dejarlos solos, pues lo único que me mantenía cerca de ellos era el momento en que Elías necesitara mis talentos como D.J.

«No pienso estar con nadie esta noche. Prefiero dormir abrazando una almohada y creyendo que eres tú, a quedarme con alguien más y extrañándote» leo en cuanto entro al baño.

«Para que sea aún mejor, podemos hablar por videollamada hasta que uno de los dos caiga de sueño» sugiero.

«Me parece una excelente idea. Llámame en cuanto Loreto y Elías se vayan del departamento»

Tras responder que así lo haré, salgo del baño, sigilosamente para volver a mi sitio en el sofá, cuando de pronto veo que la parejita en cuestión se está dando un beso con ganas.

—¡Diablos, señoritos! —exclamo por segunda vez en el día.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro