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Capítulo 13

Le he estado dando vueltas a la taza de café que tengo frente a mí, por al menos unos cinco minutos, desde que Loreto se fue. Sigo sentada en el suelo de la sala, frente a la manta que estoy pintando con el propósito de servir para ambientar la obra escolar. La voz de Javier, contándome sobre los toques nada casuales que La Loca le daba a su mano, mientras la reunión con el director tenía lugar, sigue rondando mi cabeza. Me la imagino sonriéndole encantadora, siendo completamente servicial con él, tratando por todos los medios de presentarse como la mujer ideal, o un intento de ello. Sin pensarlo mucho, suelto el aire en una especie de resoplido frustrado, creyéndome sola.

—¿Y eso? Creí que te daba gusto verme —comenta Javier, llamando mi atención.

No sé en qué momento exacto ingresó al apartamento, pero está parado frente a mí, del otro lado de la manta, observándome atentamente.

»¿Qué sucede, Alexa? Parece como si algo te molestara —pregunta serio.

Se aproxima a mí, pasando cerca de la manta, con cuidado para no pisotearla. Me quita la taza de café, para beber un poco cuando toma asiento en el sofá que está a mi lado. Lo noto cansado. Los párpados parecen pesarle, y bajo sus ojos se dibujan unas ojeras, quizá a causa del exceso de trabajo que últimamente ha tenido. Con los arreglos del teatro, la oficina de La Loca y algunas otras cosas que ha estado haciendo además de eso, apenas tiene tiempo para descansar.

—Me molestan muchas cosas, ¿acaso no te das cuenta que me paso así el noventa porciento de mi tiempo? —digo como si fuera algo muy obvio.

—De hecho sí. Ahora que lo mencionas, es posible que el mal humor sea tu estado natural —bromea.

—Idiota —murmuro, levantándome para ocupar un lugar a su lado en el sofá —. Necesito tu ayuda, para encontrarle una víctima a la tal Vanessa.

—¿Quién es Vanessa? —cuestiona, dejando la taza de café sobre el buró, para posteriormente acomodar su cabeza sobre mi regazo, cerrando los ojos y dejándose hacer mimos —¿Es la amiga de la madrastra de Loreto?

—Ella misma, mi amiga la describió como una bruja de gustos refinados. La muy cabrona le dijo a Loreto que, nos estaba haciendo un favor —digo lo último en tono de lo más pomposo —. No me sorprende que esté sola.

—¿Segura que quieres gastar tu tiempo en una mujer así? —Abre uno de sus ojos para dedicarme una mirada expectante —Creí que te querías involucrar lo menos posible.

—Tú no entiendes, esa mujer en especial, me provoca querer callarle la boca —explico, pasándole los dedos por el cabello, en un gesto ya muy familiar para ambos, al que responde con ruiditos de satisfacción —. Puede que yo no me tome muy en serio esto de ser Cupido, o lo que sea que Loreto y yo venimos siendo, pero no voy a permitir que nadie venga a poner en duda nuestro profesionalismo en el asunto, mucho menos una tipa estirada como la tal Vanessa.

—¿Y cómo piensas lograr eso? ¿Buscándole un hombre que se entienda con ella? —pregunta con un deje de sorna.

—Pues aunque te burles, sí, eso pienso hacer —declaro —. Pienso buscarle un hombre que sea capaz de enamorarla, tiene que ser alguien culto como ella, honesto, porque estoy segura que uno de los principales problemas que tiene al encontrar pareja, es que ninguno de los hombres con que se ha metido ha sido sincero con ella. Pero sobre todo, debe tener una paciencia de santo para saber lidiar con su carácter de mierda —Lo pienso unos segundos y después miro a Javier con malicia y algo de burla —. ¿Quieres salir con Vanessa?

—¿Qué? ¿Yo? —pregunta, abriendo los ojos demasiado sorprendido —No, gracias, paso.

—Que cobarde me salió, arquitecto Silva.

—Llámame como quieras, pero no pienso lidiar con una mujer así. ¿Te imaginas cómo terminaría esa situación? —cuestiona gracioso, haciendo mímica y sonidos de una explosión y patrullas.

—No seas exagerado, no creo que sea para tanto —respondo, rodando los ojos —. Además, dicen que perro que ladra, no muerde. Es posible que todo sea un mecanismo de defensa, para proteger su frágil y gelatinoso corazón.

—Prefiero no ser yo quien lo averigüe —declara, tomándome del cuello, para que me incline a darle un beso —. Ahora —dice, recostándose nuevamente cuando me suelta —, sigue apapachándome mientras duermo unos minutos, y te prometo que cuando despierte te ayudaré a pensar en la posible víctima a sacrificar.

—¿Y si no encontramos a nadie, sales con ella? —pregunto burlona.

—Bonita, si te quieres deshacer de mí, sólo dilo —contesta adormilado —. No hay necesidad de que me envíes al matadero.

No respondo nada más. Toco su mejilla, viéndolo cerrar los ojos para dormitar un poco, envuelto entre mis caricias. Por alguna razón, sonrió, conmovida por la imagen que tengo frente a mí. Javier Silva es posiblemente el hombre más guapo que habita en este mundo, y el más tierno. Definitivamente creo que Doña Martita hizo un excelente trabajo al criarlo. Es tan amable, respetuoso, dedicado a todo lo que hace, y sin duda alguna, luce hermoso con ese semblante pacífico que ha adoptado para dormir.

De pronto, la voz de Loreto resuena en mi mente, preguntándome, como una hora antes, si estoy celosa porque la Loca le tira los perros a Javier, y aunque me cueste admitirlo, tal vez sea así. Soy consciente del tipo de relación que tengo con él, y de las razones por las que decidimos que fuera de este modo, pero más que mi amante, Javier es mi mejor amigo, y el hecho de pensar que lo que tenemos se puede terminar porque él encuentre pareja, me hace sentir..., incómoda.

Me estoy malacostumbrando a su presencia constante en mi cama, no solamente en términos sexuales, sino a dormir abrazada de él, a ver su rostro al despertar. Javier ha ido penetrando en varios aspectos de mi vida, casi sin darme cuenta. Prueba de ello es el árbol de Navidad que instaló en mi sala, o la mesilla de la esquina que está ahí con el único objetivo de guardar sus herramientas. Sé que Javier algún día tendrá que irse de mi vida, pero siendo honesta, no tengo prisa de que sea asi. Egoístamente quiero mantenerlo conmigo el mayor tiempo posible, pero sin comprometernos a nada. No me disgusta el tenerlo en mi vida, o el dejarlo habitar mi casa la mayor parte del tiempo, pero no sé si vaya a estar preparada para enfrentar lo que pueda suceder cuando ya no esté.

—Están tocando la puerta —balbucea, apartándome de mi ensimismamiento.

—Levántate —susurro, moviéndome despacio.

—No abras —pide, acomodándose para abrazarme e impedir que me levante —. Finjamos que no hay nadie y vámonos a la cama.

—No puedo, tengo que seguir trabajando —le recuerdo —. Además, puede que sea el repartidor con la pizza que ordené antes de que volvieras.

—¿Tienes hambre? —pregunta, negándose a soltarme.

—Obvio, no creas que quiero la pizza para untármela en la cara.

—Cómeme a mí si quieres, pero no abras —ruega, haciendo un puchero que me causa gracia.

—La oferta suena tentadora, en serio, pero tengo que abrir —contesto, logrando al fin se aparte.

—Está bien, tú ganas —responde, ayudándome a ponerme de pie —. Yo abro. Mientras, tú comienza a guardar todo ésto —dice, señalando los botes de pintura y los pinceles que están regados por el suelo —, porque después de cenar vendrás a dormir conmigo.

Obedezco, a pesar de saber que mañana me veré muy atareada pintando el resto de la manta. Comienzo a juntar los pinceles en un recipiente, cuando lo escucho abrir la puerta.

—Tú no tienes cara de repartidor de pizza —comenta desde la entrada —. Pasa.

El rostro tímido de la pequeña Comelibros ocupa mi campo de visión cuando ingresa al apartamento. Acomoda sus lentes y después procede a meter sus manos nerviosamente en los bolsillos de la sudadera que trae puesta.

—Buenas noches, arquitecto —tartamudea, aparentemente sonrojada, debido tal vez a los pensamientos que cruzaron su mente al encontrar a Javier aquí —. Profesora —dice dirigiéndose a mí —, perdone la hora, espero no molestarla.

—No más de lo normal, Sofía —contesto graciosa, viendo cómo Javier me hace señas detrás de ella, para que la eche de la casa rápido y poder ir a dormir —. Pasa, siéntate. ¿Quieres algo? ¿Dulces? A las niñas les gustan los dulces, ¿no? —pregunto, entregando la caja con las pinturas a Javier, que camina con ellas hacia la habitación.

—Sí, a las niñas les gustan los dulces, pero técnicamente, soy una adolescente —contesta indecisa.

—Pues mira, a veces lo dudo —respondo, echándole un vistazo al cuerpecillo poco desarrollado que tiene —. En fin, ¿tu madre sabe que estás aquí?

—Ella me trajo. Es decir, mmm... —titubea —, pasábamos por aquí, y le pedí que me trajera para hablar con usted.

—¿Sobre qué? —cuestiono, ofreciéndole algún chocolate, de los que guardo en un dulcero con forma del Grinch, que Loreto me regaló la Navidad pasada.

Sofía toma una galleta cubierta con chocolate, a la que mira y comienza a darle vueltas en sus manos, como si ésta pudiera infundir en ella un poco de confianza para hablar. Finalmente, me mira y suelta el aire contenido con decisión.

—No quiero ser María —declara firmemente —. Es decir, si eso no le supone algún problema, claro —agrega, volviendo a mirar la galleta.

Sonrió sin poder evitarlo. Me causa un poco de gracia la timidez de esta chica. Debió costarle muchísimo el decir algo así.

—¿Tienes alguna razón para no querer el papel?

—Varias, en realidad —Asiente, aún sin mirarme.

—La principal —le animo a hablar.

—Jorge me pone muy nerviosa.

—Bien, pues la profesora Loreto y yo, decidimos ponerte en esta obra precisamente porque sabemos que Jorge te gusta, y te pone muy nerviosa —le recuerdo, tomando una galleta igual a la suya, comiéndola como para mostrarle que no son de adorno —. Sabemos que esto es un reto para ti, pero créeme que te servirá, no puedes vivir entre las sombras toda tu vida, y lo que Loreto y yo queremos hacer aquí, es empujarte hacia la luz.

—Vivo cómoda en las sombras, como Spiderman —asegura.

—Creo que te refieres a Batman, pero no me atrevo a asegurarlo porque no soy fan de DC Cómics —le corrijo —. Da igual. El punto aquí es, que no, no puedes vivir bajo las sombras toda la vida. Mira a la profesora Loreto, era igual que tú cuando tenía tu edad, o al menos es lo que ella cuenta, y ahora es capaz de dar una clase de forma diligente, sin inmutarse porque alguno de ustedes se pueda reír de ella. Es lo que queremos lograr contigo. No quieres ser María, bien. Pero de esta obra no te sales, harás cualquier otro papel, solo te recuerdo que María es de las que menos habla.

—Ustedes lo que pretenden es, que haga el ridículo para burlarse de mí.

—Eso es un extra —bromeo, pero al parecer no le causa gracia —. Es broma, Sofía. No, no soy tan mierda como para burlarme de ti, en algo que sé, te puede afectar, aunque parezca que sí.

—¿Entonces? ¿Es solo para que Jorge se fije en  mí? —pregunta.

—Ya te lo dije —le recuerdo —. El que Jorge se fije en ti, es nuestro principal objetivo, sí, pero no el único. Si sólo quisiera lograr eso, te daría consejos como que seas indiferente con él, porque a los hombres les gusta que los ignoren. O que le des celos con alguien, como Memo. Memo es tu amigo, ¿no? —ella asiente —. Bueno, ese tipo de cosas te diría y sólo haría eso por ti. Pero lo que quiero aquí es que además de ser capaz de hablar con Jorge para gustarle, seas capaz de pararte frente a un público sin titubear. Crecimiento personal, le llaman los loqueros.

Sofía mira a su alrededor. Parece ponderar la información que le he dado, y después me dedica lo que parece ser una sonrisa de disculpa.

—De cualquier forma, mi madre no quiere que participe.

—¿Por qué? —Ella alza los hombros dando a entender que no sabe —¿Ella te trajo? —Asiente —Entonces vamos, hablaré con ella.

Nos dirigimos hacia el estacionamiento del edificio. En el área para las visitas, se alcanza a ver un viejo Tsuru azul, algo destartalado. Sofía me indica que es el auto de su madre, lo cual compruebo al ver a la viuda dentro del auto. Lleva el uniforme de la compañía de electrodomésticos y muebles en la que trabaja, y cuando me ve llegar junto a su hija, sale del auto, regalándome una sonrisa. La mujer debe tener unos treinta y cinco años, pero las marcas de cansancio bajo sus ojos, que intenta ocultar inútilmente con maquillaje, la hacen lucir un poco mayor.

Después de saludarnos, saco a relucir el tema de la obra escolar. La mujer, que se ha presentado con el nombre de Sonía me indica que, la razón principal para no querer que Sofía participe, es para evitar la vergüenza de la que su hija será víctima. Después argumenta que le causa un poco de conflicto saber que Sofía se tiene que transportar hasta mi casa para los ensayos, pues le queda lejos y al no poder traerla, le preocupa que algo le suceda mientras espera el transporte público, a lo que le respondo que puedo arreglar que los ensayos se hagan en casa de Loreto, y así yo pueda pasar a su casa por Sofía y llevarla de regreso. Sin más opción, al final admite que el salario que recibe en su trabajo no le es suficiente para costear lo del vestuario de su hija.

—La escuela tiene dentro del almacén del teatro, los vestuarios que se necesitan para la obra —miento para que se quede tranquila.

Sofía me mira, siendo plenamente consciente de que no es verdad lo que acabo de decir, por lo cual le dedico una mirada que le pide no me eche de cabeza frente a su madre.

—Siendo así, no tengo problemas en que mi hija participe —contesta con alivio Sonia.

—¿Y tú? —pregunto, dirigiendo mi atención a Sofia.

—Tampoco. Participaré —se limita a contestar.

—Perfecto.

Me despido de Sofía y su madre, con un problema más por solucionar: el vestuario de María. Cuando llego a mi departamento, encuentro a Javier, sentado en el sofá, masticando un pedazo de pizza.

—Creí que tenías sueño —comento, tomando una rebanada también.

—Así es, pero llegó la pizza y tuve que salir a recibirla, entonces se despertó mi apetito —explica, haciéndome un espacio en el sofá.

—Puedes comerme a mí, si quieres —respondo con coquetería, lo mismo que él me dijo minutos antes —. Comienza por aquí —le indico, haciendo a un lado la tela que cubre mi hombro.

Se acerca a mí, colocando un beso donde le señalé y me muerde el lóbulo de la oreja.

—Más tarde —susurra sensual en mi oído —. Ahora debemos encontrar una pareja para la tal Vanessa.

—¡Ah, sí! Vanessa. Veamos, Loreto me dijo que era una bruja —comienzo.

—¿Tú, o Vanessa? —pregunta, haciéndose el gracioso.

—Obviamente Vanessa —contesto, rodando los ojos —. Yo soy un encanto, una criatura de sentimientos puros, sin maldad en su corazón, ¿no lo ves?

—Claro, claro, todo un ángel —responde burlón, mordiendo de nuevo su pizza.

—Exacto. Según mis notas mentales. A Vanessa le gusta todo tipo de arte, siempre y cuando no sea arte moderno, en eso es muy crítica —Intento hacer memoria mientras mastico —. También me dijo, que prefiere los eventos nocturnos al aire libre; tiene una perrita que rescató, su nombre es Frida. Y básicamente es muy estirada, anda por la vida como si el mundo no la mereciera. Creo que su pintor favorito es Rufino Tamayo.

—Recapitulando, es como Lisandro en versión mujer —comenta a la ligera.

—Es verdad —Lo pienso —. Lástima que Lisandro sea gay.

—¿A qué te refieres? —pregunta confundido.

—A eso, a que es gay —contesto, como si fuera algo obvio —. Piénsalo, Javier, el tipo convive con un montón de chicas guapas y tanto ellas, como él, aseguran que entre ellos no hay sexo cuando las tiene desnudas posando en su taller. Para mí que esa famita de buen polvo, y esa petulancia suya son para taparle el ojo al macho.

—Lisandro tiene una concepción distinta sobre las relaciones sexuales —alega.

—Claro, la de meterse con gente de su mismo sexo —Javier se ríe de lo que acabo de decir y niega con la cabeza.

—No, claro que no. Me refiero a que, tiene la costumbre de meterse con las mujeres solamente cuando éstas le despiertan otros intereses más que el sexual —asegura —. Una vez me dijo que no necesitaba a cabezas huecas tras de él, rogando para que las hiciera sus novias.

—Se la tiene muy creída, ¿no?

—Mira quién lo dice —responde con ironía.

—Ya, pero yo soy una maravilla, él solamente es un engreído —le recuerdo.

—Claro que eres una maravilla, en todos los aspectos —Me mira libidinoso, y deja la orilla de su pizza sobre la caja, para lanzarse contra mí.

Comienza a repartir besos y caricias por mi cuerpo, a los que respondo poniéndome tensa a propósito.

—¿Qué haces? —pregunta, recobrando la compostura al darse cuenta que no correspondo a sus manoseos.

—Imitando a una libélula muerta.

—¿Para qué? —cuestiona obviamente confundido.

—Una vez leí, que las libélulas hembra fingían su muerte para evitar aparearse —indico —. Y justo ahora no quiero hacerlo, porque estamos cenando y discutiendo algo importante.

—Pero no contabas con que esta libélula macho tiene tendencias necrofilicas —contesta divertido, dándome besos juguetones por toda la cara.

—Que asquito —digo, apartándome de él entre risas —. Mejor llama a Lisandro.

—Está bien.

Saca su teléfono celular y abre WhatsApp para hacer una videollamada a Lisandro, al cuál tiene agendado como "Popó con brillos".

—Popó con brillos, ¿en serio? —pregunto divertida.

—Sí, es porque es una mierda, pero refinada. Calla, ya respondió. Lisandro, maldito imbécil —le saluda jocoso.

—Pedazo de excremento sin futuro —contesta pomposo Lisandro —¿A qué se debe el honor de tu llamada?

—Se debe a que yo le pedí que lo hiciera —interfiero, fingiendo el mismo tono que él, acercándome para que la cámara frontal me enfoque y que me pueda ver —. Te quiero invitar a una cita.

—Alexa, exquisita criatura, ¿Al fin decidiste dejar a ese maldito perdedor y hacerme caso? —pregunta galante.

Algo en su tono me recuerda a la vez que su padre trató de persuadirme, en broma, para que dejara a Javier y me escapara con él. Los Lomelín se caracterizan por ser galantes, pero de una forma que causa gracia, lo hacen a propósito cuando tienen cierta confianza con la gente. Lisandro es el mejor amigo de Javier, y su padre, don Rafael, es algo así como la figura paterna también de Javier, es por eso que entre ellos hay confianza suficiente para extenderse hasta mí, y bromear conmigo, sin llegar a ser irrespetuosos.

—No tienes tanta suerte, cariño —contesto a su pregunta —. La verdad es que se trata de un trabajo de cita a ciegas. Mi amiga Loreto y yo tenemos una página en Facebook, llamada Lecciones a Cupido, donde juntamos a personas para que encuentren pareja.

—Que maravilla —responde socarrón.

—Ignoraré el tono con que dijiste eso —continuo —. Fuiste elegido, por Javier y por mí, para tener una cita con una mujer llamada Vanessa, con la que mi amiga de entrevistó hoy, ella es profesora, y es muy afín a ti, por eso creímos que te podría gustar.

—Claro, dime cuándo y dónde —contesta sin rastro de burla.

—¿En serio? ¿Así tan fácil? —pregunto desconfiada.

—Sí, me encantaría. Lo que sea por ayudar a tan bellas damas.

—Está bien, toma nota.

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