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7

El dolor me atraviesa los huesos cuando recupero la conciencia, como si estos se hubieran desintegrado bajo mi piel. Intento respirar, pero el aire me calcina los pulmones. Empiezo a toser, hasta que mi columna revive el peso de todas esas pisadas hundidas en mis costillas, y una bocanada de aire se me atasca en la garganta. No puedo moverme, respirar ni abrir los ojos. El simple hecho de estar recostada sobre esta superficie, por muy mullida que sea, hace que todo mi cuerpo arda.

El tumulto de voces que me rodea me causa dolores de cabeza. Los sonidos perforan mi cerebro al igual que las náuseas acosan mi estómago. Intento taparme la boca, pero el dolor en mis codos y muñecas me detiene en seco. Me retuerzo con un sollozo desprendiéndose de mis labios.

Lo sai se le hanno rotto qualche osso, eh? —habla, una mujer.

E che facciamo, Olimpia? Andiamo in ospedale per farci denunciare o per farci ammazzare dai russi? —le responde un hombre.

Reconocería su voz en cualquier lugar, pero es el aroma de su perfume impregnado en la sábana que me cubre lo que me confirma su presencia.

—Non c'è nessuno che ti fa ragionare... —protests, la chica de antes.

Sta aprendo gli occhi.

Neón me encuentra con los ojos clavados en él. Está sentado en un rincón del dormitorio, sobre un sofá de cuero negro, con la mirada fija en mí. Aunque lleva la misma ropa de anoche, ahora unas manchas rojas estropean su camisa. Me pregunto si a él también lo golpearon, aunque en su rostro no hay signos de pelea.

Su cabello está alborotado y sus facciones tensas. No relaja el gesto, ni aparta la vista, como si estuviera analizando hasta la más mínima respiración que se atasca en mi pecho. En otras circunstancias, su mirada insistente me habría incomodado, pero ahora... me resulta indiferente. Sus ojos verdes están vacíos.

El colchón se hunde a la altura de mis pies. Y de repente, una larga melena rubia se interpone en el cruce de miradas con Neón. Olimpia alarga el brazo para acariciarme la pierna, pero se detiene al ver que aprieto la mandíbula en anticipación a su gesto.

— ¿Cómo te encuentras, cielo? —su voz es suave, con una ligera pincelada de su acento que la embellece.

Olimpia no sabe cómo interpretar mi silencio y trata de llenarlo con otra pregunta.

— ¿Te duelen los...?

Olimpia debe sentir la mirada gélida de Neón clavada en su espalda y se interrumpe a sí misma.

—No estábamos seguros de darte algún medicamento para el dolor, después de todo lo que has tomado hoy. No queríamos que te pasara algo peor —se justifica, agachando la cabeza.

Enmudezco una vez más.

— ¿Te cuesta respirar...?

—Olimpia —la voz de Neon es firme, autoritaria.

Olimpia tuerce el gesto, visiblemente molesta. La incomodidad se apodera del silencio y decido que no puedo quedarme más aquí. Intento incorporarme, disimulando un quejido de dolor. Es entonces cuando me doy cuenta de que la ropa que me abriga es en realidad una camisa blanca y ancha.

— ¿Dónde está mi ropa? —miro a Neón.

—Se ha quedado allí. Al igual que tu teléfono —responde, calmado—. No nos dejaron pasar a recogerlo.

—Cojonudo... —murmuro.

—Olimpia te puede prestar algo de ropa.

—No quiero las bragas de tu novia.

La comisura izquierda de Neón se estira hacia arriba. En cambio, Olimpia parece dolida pero no protesta. De hecho, comparte una breve mirada con Neón, quien asiente. Luego, ella se levanta de la cama y nos deja solos.

Neón tamborilea los dedos sobre su rodilla antes de reclinarse en su asiento y estirar las piernas hacia delante. Se ha adueñado del espacio, y es consciente de la majestuosidad que desprende su postura frente a la mía, acurrucada contra el cabecero de la cama.

—¿Qué le pasó a Artem?

Aquí, a solas con él, no hay mejor momento para encararlo. Sin embargo, Neón ni siquiera se inmuta, solo esboza una sonrisa áspera, sin dientes ni alegría.

— ¿No te acuerdas?

—Escuché un disparo... —susurro sin aliento—. ¿Lo mataron?

—Qué te importa. —Su tono frío, junto con la posibilidad de que mis sospechas sean ciertas, me provoca un escalofrío.

Trago saliva, sintiendo el miedo apretarme la garganta. Necesito respirar, aunque me quemen los pulmones, para reunir el valor de enfrentarlo.

— ¿Fuiste tú...?

Ringrazia che ti ho tirato fuori di là prima che facessi qualcosa di cui ti potessi pentire —balbucea en italiano, pero apenas le entiendo—. Está vivo, la peor parte te la llevaste tú.

Mi pecho parece más ligero. Aunque no confío del todo en sus palabras, prefiero aferrarme a la posibilidad de que Artem sigue con vida.

—Como compensación por los daños ocasionados, nos dieron 25 mil. ¿Quién coño nos iba a decir que, después de todo el espectáculo que montaste, acabaríamos recibiendo algo? Aunque es una miseria en comparación con todo lo que aún debes.

La sorpresa no llega a mi rostro, así que me limito a encogerme de hombros.

—Tengo que comunicárselo a alguien hoy mismo, para que le informe a Flavio de ello —respondo, aunque en realidad esto es solo una excusa para salir corriendo de aquí.

— ¿A quién cojones tienes que ver tú ahora? —su tono se vuelve más duro.

—Qué más te da. Con que vaya esta tarde a verle yo sola, es suficiente. No quiero que me acompañes—. Entonces me arrepiento de haberle contestado con tanta amargura e intento revertirlo—. Ya has hecho bastante por mí entre unas cosas y otras... Y te lo agradezco, pero no quiero involucrarte en más mierdas de las mías.

Neón está a punto de mofarse cuando entra Olimpia de nuevo en el dormitorio, cargando con una muda limpia entre los brazos. La coloca a los pies de la cama donde desdobla cada una de las prendas para que las vea.

—Traje varias cosas, por si acaso —me informa—. Espero que algo de esto sea de tu talla. Si no es así, Neón y yo podemos ir a comprar algo que...

—...llevadme al hotel —la corto.

Miro a Neón, que mantiene su sonrisa de medio lado. No responde, ni siquiera muestra el más mínimo interés en hacerlo. Esto colma mi paciencia y mi escaso buen humor.

—Llévame al hotel —repito, ahora dirigiéndome solo a él—. ¡Llévame a mi puto hotel, que todavía está pagado por cinco días más!

Neón alza el mentón, desafiante. Se pasa la lengua por los labios sin intención de abrir la boca. Es un cabrón.

—Genial.

Me deshago de la sábana bruscamente y me levanto de la cama, a pesar del dolor que me machaca. El deseo de escapar de este sitio es mucho más fuerte que el sufrimiento en mi cuerpo. Sin embargo, cuando mis pies tocan la fría tarima del suelo, siento como si mis huesos se desvanecieran convertidos en polvo.

—Chanel, espera. ¿Adónde vas?

Olimpia se pone detrás de mí y me sigue con cautela, como si temiera que al situarse a mi lado, fuera a salir corriendo.

— ¿Adónde vas a ir tu sola en este estado...? —insiste.

La ignoro, poniéndome delante de Neón.

—Si no te da la gana llevarme a mi hotel, dime al menos dónde coño estamos para que pueda llamar a un puto taxi.

— ¿Con qué teléfono?

Es su tono burlón lo que hace suficiente que mi sangre hierva.

— ¡Qué te follen! Ya encontraré una gasolinera o puticlub desde el que me dejen llamar. No necesito tu ayuda.

Doy media vuelta y camino hacia la puerta. Olimpia me agarra del brazo, lo que hace que me detenga en seco y la aparte bruscamente. Ella agacha la cabeza y, entonces me arrepiento de cómo la estoy tratando. Quisiera decirle que no la he empujado porque se trate de ella, sino porque el estado de mis brazos es tal que cualquier roce me hace tronar los dientes. Pero en lugar de eso, me quedo callada a la espera de que no me tenga en cuenta mi asqueroso comportamiento.

—Quédate aquí descansando, por favor. No le hagas ni casa —me suplica, haciendo que mi corazón se resquebraje.

—Déjame, Olimpia.

—Nosotros no somos tus enemigos, Chanel. Al menos yo no quiero que te ocurran más cosas malas, por eso no puedo dejar que te marches y vagues tu sola por medio de la autopista.

Un pedazo de humanidad se desprende mi pecho.

—Déjame, Olimpia, por favor... —insisto, con mi voz pendiendo de un hilo.

—Lo que pasó esta noche nos tomó a todos por sorpresa. Fueron unos hijos de puta, todos sin excepción. Pero así es como funciona el mundo de la noche: no puedes confiar en nadie —justifica—. Chiara también nos traicionó, a pesar de que yo la consideraba mi amiga desde hacía años. Artem se aprovechó de su posición para obligar a las otras chicas a drogarte y convencerte de bailar, y así él poder después abusarte, venderte o incluso matarte.  

—Te vio como un blanco fácil —continúa Neón—. Una chica sin nombre de la que poder aprovecharse, porque al final y al cabo, nadie te echaría en falta ni te buscaría. Eras la víctima perfecta.

Olimpia le lanza una mirada de reproche, pero Neón tiene razón. Que soy una persona sin nombre, una mera sombra que nadie reconoce. Que si desapareciera cualquier día, nadie me buscaría. Que en el fondo no existo para nadie más que para mí misma. Que en realidad nunca he existido, porque no he dejado huella. Que no importa que ahora esté viva.  Que no hacía falta que me salvaran. Que el mundo seguiría igual si anoche me hubieran asesinado...

—Quédate aunque sea esta noche, por favor —me ruega Olimpia, pero su voz apenas es un ligero murmullo en mis oídos—. Mañana ya veremos cómo solucionar el tema del dinero...

—Tengo que ver a alguien —mi voz suena hueca, como si las palabras no fueran mías—. No tengo forma de contactarlo, así que necesito ir a verle.

Olimpia se lleva las manos a la cabeza y suspira. Se aparta el pelo de la cara y se queda pensativa, mirando la punta de sus zapatos. Luego niega con la cabeza, resignada, pero supuestamente convencida por mis palabras.

—Descansa un poco ahora. Neón te llevará más tarde. Pero necesitas recuperarte... ¿Estás segura de que no te duelen las costillas al respirar?

Niego con la cabeza, incapaz de articular más palabras. Como si el golpe de realidad que me ha dado Neón me hubiera dejado la mente en blanco.

—Está bien... —Olimpia murmura consigo misma—. ¿Por qué no te pruebas mi ropa? Seguro estarás más cómoda que con ese trapo de Neón.

—No importa...

Olimpia se queda de nuevo sin palabras. Se muerde los labios, incomoda, hasta que se gira hacia Neón y le habla en italiano.

Accompagnala poi, attorno alle cinque, dove deve andare?

Este otro asiente con la cabeza y, sin rechistar, se levanta del sofá y abandona la habitación en silencio. Una ligera ráfaga de aire me eriza la piel cuando pasa por mi lado.

—A las cinco te llevará adonde haga falta —me explica en español, como si no les hubiera entendido ya de sobra.

—Gracias...

Olimpia parece querer decir algo más, pero no se le escucha decir nada nada. También hace ademán de acercarse, pero se detiene en el último momento, y se cruza de brazos.

—Duerme un poco. No sé qué mierda te darían, pero seguro que te dejará una resaca terrible.

Me encojo de hombros, restándole importancia.

—Ya hablaremos esta noche cuando regreséis, ¿vale?

Asiento débilmente.

—Hasta luego —se despide Olimpia, forzando una sonrisa.

—Adiós...

Alrededor de las seis de la tarde, el deportivo blanco se desplaza a través de la autopista bajo un cielo anaranjado. Cuando el silencio empieza a asfixiarnos, Neón enciende la radio. La falta de señal hace que el ruido blanco enturbie la música. Neón apaga la radio.

Desvío la mirada hacia el espejo retrovisor. Aún me asusto al ver mi reflejo, aunque Olimpia se ha encargado de maquillar mis ojeras y moratones. También me ha prestado algo de ropa; una sudadera y unos vaqueros bastante anchos. De esta manera quedan escondidos los golpes y la vergüenza vivida anoche. Aunque, de todas formas, continúo sin reconocerme.

Los músculos de Neón parecen relajados, pero no tanto su voz al hablarme:

— ¿Por qué lo hiciste?

Creo saber a qué se refiere, pero espero a que lo aclare.

— ¿Qué viste en él?

Una patada contra mi pecho. Mi corazón se está desangrando.

—Dinero fácil, supongo —confieso, con la respiración atascada en la garganta.

— ¿Dinero fácil? —resopla—. ¿Cuándo cambiaste de parecer respecto a eso de prostituirte? Ahora ya ni siquiera te importa hacerlo gratis...

Neón me está apuñalando. Y es incapaz de ver la sangre desprendiéndose de mi piel. O si lo hace, no le importa.

— ¿Por qué no confías en mí, Chanel? —Neón suaviza el tono. Me mira y suspira antes de regresar la atención a la carretera—. Te prometí que conmigo estarías a salvo, pero sigues empeñada en meterte en problemas.

—Estoy desesperada, Neón...

— ¡Yo también estoy desesperado, Chanel! Es mi puto hermano al que coserán a balazos si esto sale mal. Y nosotros seremos los siguientes en caer.

—Lo siento...

Un vestigio de lástima, vergüenza y compasión debe atravesarle el pecho porque su mirada ya no es blanca. Me mira como a una enferma, con pena y con la obligación de tener que cuidarme, pese a que su sueño es ser libre y escapar de la dependencia que le he impuesto.

—Anoche te dimos por muerta varias veces.

Me muerdo los labios, pero ni con esas puedo retener las lágrimas.

—Anoche te mentí, coco.

Neón se hace con mi mirada. Su silueta se desdibuja ante mis lágrimas.

—Hay gente que sí te echaría en falta si te ocurriera algo.

«No puedo respirar. No sigas»

—Y yo te busqué.

Me desmorono. Tengo la garganta rajada, por eso no le respondo. Aunque en realidad, lo que me nace hacer es abrazarlo. Que su pulso se amolde al mío. Pero en ningún momento del viaje consigo hacerlo, ni quiera cuando estaciona en una calle cercana a la plaza.

— ¿Es aquí? —pregunta, como si sus confesiones no hubieran alterado mi razón.

Asiento con la cabeza porque es lo más fácil. Entonces, Neón presiona el mando y hace que la puerta de mi lado se eleve.

— ¿Quieres que me vaya?

Me quedo con la mano pegada a la puerta, incapaz de poner los pies en la calle. ¿Cómo le digo que no quiero que se marche, sino que se quede conmigo para siempre? Me aterroriza quedarme otra vez sola. De hecho, no me importa que él no me quiera. Solo me conformo con que alguien se quede a mi lado.

—Estaré cerca de todas formas, por si algo se complica —dice, ante mi silencio.

—Gracias.

Decido salir del coche.

Entonces, ahí plantada, en mitad de la acera, me pongo a observar el transcurso de la vida. Es un día nublado, la brisa enfría el ambiente. Y sin embargo, algunos niños han salido a la plaza para jugar al futbol bajo la mirada de los ancianos que se sientan en los bancos a hablar y dar de comer a las palomas. Algunos vecinos salen a los balcones a recoger la ropa tendida, por si llueve. Y otros, se han acomodado en las terrazas de los bares, bajo los toldos, a tomar algo. El mundo parece tan sencillo que a veces se me olvida que yo también formo parte de él...

Me giro hacia Neón antes de que este baje la puerta del copiloto. De repente, se me ocurre entrar de nuevo en el coche y lanzarme contra su cuello. Pero no sé si es por sus ojos, su perfume o su presencia, que me detengo. Me quedo ahí parada como un maldito pasmarote, con la boca seca y la necesidad de un beso.

—Neón...

—Dime.

Respiro.

—Quiero disculparme otra vez, por todo —intento recuperar el aliento, y para ello desvío la mirada—. Y también poder explicarte lo que sucede dentro de mi cabeza, aunque ni yo misma lo sepa. Pero, quizás así...

Me arrepiento del rumbo de mis palabras. La estoy cagando. Por eso me aparto del coche y me despido con una disculpa.

—Nos vemos. Gracias por traerme.

Neón asiente con la cabeza, no hace el amago de detenerme porque tampoco le interesará lo que iba a decirle...

—Ten cuidado, coco —son sus última palabras, antes de cerrar la puerta.

Con las mismas, me doy la vuelta y camino encorvada hacia el restaurante.

El cuarto donde me reúno con el camarero es el mismo que ayer. La única diferencia es que hoy apesta a lejía y una de las bombillas titila. El cabrón ha cerrado la puerta con llave y se ha recostado contra ella, dejando claro que no tiene intención de dejarme ir pronto. La sonrisa cínica que se desprende de sus labios me patea el estómago.

Ni un giorno hai resistito senza vedermi, eh?

—Era una decisión difícil, tenía que pensármelo —le respondo en español, sé que lo entiende.

—Ya veo —relame las palabras, cambiando de idioma—. Yo habría preferido una cena en un restaurante típico de la ciudad, lejos de este lugar que tan malos recuerdos ha de traerte. Pero tendré que conformarme con verte aquí.

—No tengo dinero para eso...

—Te habría invitado yo.

Se está riendo de lo patética que es mi situación.

—Anoche conseguí recaudar un poco de dinero —digo, mientras saco un pequeño fajo de billetes morados del bolsillo de mi sudadera y se lo entrego—. ¿Podrías entregárselo a Flavio? Ni siquiera es la mitad de lo que le debo, pero no he podido reunir más.

— ¿Cuánto hay?

—Veinticinco mil.

Pasa los dedos por encima, contando los billetes sin mucho empeño.

— ¿Te fías de mí? —pregunta, desafiante, al mismo tiempo que se guarda el fajo dentro del bolsillo del pantalón.

—Si te soy sincera, me da igual —mi respuesta le pilla desprevenido—. Sé que salir de esto es jodido, así que si decides darle el dinero a Flavio, perfecto. Pero si prefieres timarme y quedártelo tú, también lo entenderé. Al fin y al cabo, tampoco creo que la situación vaya a cambiar algo porque le entregue esa puta miseria.

—Por poco que sea, ya es algo —me discute.

Se hace el silencio. El brillo de sus ojos aún no se ha apagado. Y puesto que aún no se aparta de la puerta, supongo que está esperando a que haga algo a cambio de su favor.

—Y ahora, ¿qué? ¿Empiezo a desnudarme?

Su sonrisa se ensancha.

—Yo soy un romántico, prefiero esperar hasta la tercera cita.

—Entonces, ¿qué coño quieres que haga?

Se echa a reír, pero no dice nada. En lugar de eso, se lleva las manos a la bragueta y juega con el botón de sus vaqueros. Se toma su tiempo, sin llegar a desabrocharse el pantalón. Está jugando con mi desesperación y mi miedo a la incertidumbre. Casi prefiero cerrar los ojos y esperar a que todo esto termine, pero algo me obliga a mantenerlos abiertos, atenta por si finalmente se baja los pantalones y me obliga a chupársela.

—Tienes un aspecto horrible. No me excita nada —argumenta, aún con las manos aferradas al borde sus pantalones—. Será mejor que lo dejemos así, ¿no crees? Ya lo retomaremos la próxima vez que nos veamos con más ganas.

«Hijo de puta»

— ¿En la tercera cita? —intento mantener la calma, a pesar de que noto cómo la camiseta que llevo puesta debajo está empapada y se me pega a la espalda. Se me está corriendo hasta el maquillaje que me aplicó Olimpia.

—Sí. Apunta mi número.

—No tengo teléfono, lo perdí.

—Que te presten uno.

—Apúntamelo en una servilleta entonces.

Se da la vuelta para coger un bolígrafo y un trozo de papel de una balda cercana. Mientras escribe, me apoyo contra la estantería. No es hasta ese momento que descubro que estoy temblando. Procuro entonces agarrarme al estante, por si mis piernas flaquearan de un instante a otro.

—Ahí tienes —me lo entrega, rozándome los dedos a propósito. Una nausea asciende por mi traquea—. ¿Por qué estás tan triste hoy?

— ¿Cómo esperas que esté? —la rabia cubre mi voz.

—Ayer estabas dispuesta a luchar por tu vida, pero hoy ya te has rendido.

Y lo peor es que lleva razón.

—Intentaré convencer a Flavio para que te dé más tiempo, un par de días al menos. Veinticinco mil es poco para negociar —me explica.

—Gracias.

A diferencia de él, que no se aparta de la puerta, yo doy por zanjada nuestra conversación.

—Él no está aquí. Anda bastante ocupado en Ibiza —suelta, en un estúpido intento por alargar nuestra cita—. Pero algunos de sus hombres sí. Son ellos quienes te están siguiendo a cada rato. De hecho, eso fue lo que pasó esa noche: uno de ellos vino a hablar conmigo y me obligó a unirme a su bando. Me pagaron bien por entregarte una simple nota. Y desde entonces, yo también estoy vigilado. No puedo hablar de más sin poner en riesgo la vida de mis padres. Así que, en realidad, ambos estamos en el mismo barco. Irónico, ¿no?

¿Qué pretende, conmoverme? Este hombre pudo haber rechazado el trato de Flavio, pero el ansia de dinero lo condujo a esta situación. Conozco bien la manera de trabajar de Flavio, sé que si este pobre desgraciado se atreve a soltar una palabra de más, no solo le partirán las piernas, sino que también se ensañarán con toda su familia. Así que más le vale no fardar de sus negocios con la mafia si no quiere vivir una auténtica pesadilla.

—Me marcho —digo, con firmeza, despegándome de la estantería—. En dos días te contactaré. Y espero haber recaudado algo más para entonces.

Parece dudar, como si no le hubiera hecho gracia que ignorara su sermón, pero finalmente abre la puerta con la llave. Echo a caminar por el pasillo, al mismo tiempo que su voz penetra en mis oídos.

—Le entregaré los veinticinco mil esta noche.

A mitad de camino hacia el comedor, un brazo conocido se deja caer sobre mis hombros. Neón me estrecha contra su pecho que, pese a la dureza de sus músculos, nunca me ha parecido tan cómodo como hasta ahora. Y es entonces, cuando sus labios se encuentran con mi sien, que finalmente recupero el aliento.

— ¿Lo has escuchado? —balbuceo, enterrando la cara en su camiseta.

—Todo.

Me dejo guiar por Neón hacia la salida y, más tarde, nos conduce hacia una pequeña callejuela, apartada de la mirada curiosa de los clientes del restaurante. El aire es cada vez más húmedo, el olor a tierra mojada se mezcla con la brisa que sopla a través de los muros de piedra, y el bullicio de la Piazza se desvanece en vista de una inminente tormenta.

Neón se apoya contra la pared de ladrillo desgastada, y se saca un paquete de tabaco del bolsillo del pantalón. Aunque no es la primera vez que lo veo fumar, algo en mi pecho se resquebraja cuando se lleva el cigarro a la boca. Se lo enciende con calma, incluso pretende fumar con elegancia, pero la ansiedad contamina sus gestos.

De repente, Neón confunde mi silencio y me ofrece un cigarro.

—Ahora no me apetece...

Neón asiente y no le da mayor importancia. Pero yo no es que no quiera fumar; es la sorpresa de ver cómo mis propios vicios lo han arrastrado a él tan rápido lo que me deja sin ganas de hacerlo. Lo que antes era un simple hábito mío ahora ha comenzado a afectarle.

—Solo me echo uno y volvemos. No tardará en llover.

Y tan pronto como lo dice, unos cuantos goterones caen sobre mi frente.

—Joder... —se queja, intentando encenderse el cigarro.

De repente, me hago con su mechero en un arrebato estúpido. Neón ni siquiera protesta, sino que se queda inmóvil, permitiendo que me acerque. Mi tímido caminar hace que Neón me agarre por la cintura y me empuje hacia el hueco entre sus piernas. Contengo un suspiro, como si de pronto se me hubiera olvidado hasta cómo se piensa. Entonces sus pulgares fingen colarse con inocencia bajo mi sudadera, y se encuentran con mi piel erizada.

La vergüenza se adueña de mis mejillas. Intento volver a lo que estaba haciendo lo más rápido posible. Pero mano roza su mejilla al colocarla sobre el cigarro para proteger la llama del viento y la lluvia. Neón aspira lentamente el cigarro y lo enciende. Pero yo me quedo ahí parada, recostada sobre su pecho, más tiempo de lo necesario. Al igual que su otra mano se resiste a abandonar mi cintura.

Neón se aparta el cigarro de la boca y me susurra cerca de la nariz.

—Gracias, coco.

Puesto que no me reclama el mechero, decido quedármelo como recuerdo de él.

—Vámonos, me lo fumaré en el camino.

Neón se separa y comienza a caminar, como si nada hubiera pasado. Me quedo atrás, observando su espalda alejarse mientras la lluvia cae sobre mi cabeza.

Soy patética.

Olimpia nos recibe con un gran festín internacional a nuestro regreso del centro. La mezcla de olores me ha atrofiado el olfato, así como silenciado el estómago. Pero me obligo a llevarme un trozo de salmón a la boca cuando Olimpia se gira hacia mí sonriente. Su amabilidad me hace sentir incómoda, sobre todo cuando recuerdo cómo le he tratado durante estas últimas horas.

— ¿Te gusta el sushi? —me pregunta, acercándome un cuenco de arroz con tropezones—. Si no, también hay ramen, poke, lasaña, burritos veganos, pollo al curry...

—No tengo hambre, gracias —la interrumpo.

—Comiste muy poco. ¿Seguro que no quieres probar algo más? —insiste.

—Tengo el estómago cerrado.

—¿Fue por lo que pasó con ese hombre? ¿Qué te dijo? ¿Te hizo algo?

—Olimpia... —la corta Neón, quien, sin levantar la vista del plato, se limita a cortar en silencio un filete de ternera.

—Él no me hizo nada —respondo, para calmar a Olimpia—. De todas formas, Neón estaba detrás de la puerta, pendiente por si las cosas se torcían...

Neón levanta la mirada, me observa de reojo, y continúa comiendo como si nada.

—De acuerdo, está bien —cede de repente Olimpia—. Si te entra de nuevo el apetito, ya sabes que puedes comer lo que quieras. No calculé bien la cantidad de comida, pero lo bueno es que así mañana no tengo que cocinar.

—Ni pasado.

Olimpia le da un ligero manotazo en el hombro y deja escapar un resoplido, divertida. Hacen buena pareja.

Marcello è venuto questo pomeriggio. Ha lasciato tutto pronto perché tu potessi partire stamattina —le comenta Olimpia, endureciendo el tono.

Perfetto. L'hai lasciato in macchina? —le pregunta ahora él.

—Chiaro. E ho lasciato la documentazione nella tua camera da letto.

—Bene. Lascia dei vestiti per questi giorni

De alguna forma, tenerlos sentados enfrente de mí, conversando en un idioma que, aunque entiendo, no es el mío, me intimida.

— ¿De qué estáis hablando?

Me sorprendo al escuchar, de repente, mis pensamientos en voz alta.

—Tienes que preparar tu maleta, coco.

— ¡Qué forma tan elegante de echarme de tu casa! —mascullo, acalorada por la vergüenza.

—No te estoy echando, solo te digo que tendrás que preparar la maleta esta misma noche, igual que yo —argumenta Neón—. Por la ropa ni te preocupes; Olimpia te prestará un par de mudas limpias.

—Pero, ¿de qué mierda estás hablando? No entiendo nada. ¿Vamos a abandonar el país?

—No descarto esa posibilidad en un futuro cercano.

Un estúpido balbuceo se desprende de mi boca al mismo tiempo que Olimpia recoge su plato y se levanta.

Vi lascio soli. Diglielo con tatto, va bene? —Primero se dirige a Neón, que asiente con la cabeza, y después a mí—: Buenas noches, Chanel. Si necesitas cualquier cosa, estaré en el dormitorio de la planta baja.

Neón espera que Olimpia atraviese y abandone e extenso salón para soltar los cubiertos y dirigirse hacia mí. Apoyo los codos encima de la mesa, entrelaza los dedos y acerca su boca a ellos. Sus ojos recorren mi cara enrojecida en busca de mi mirada, que se ha perdido en el fondo de mi plato. Vislumbro una sonrisa nacer de sus labios, lo que hace crecer la incomodidad en la boca de mi estómago. Es por ello que me decido a romper el silencio después de aclararme la garganta.

—Sorpréndeme.

Neón se acomoda en el asiento, reclinándose contra el respaldo.

—Venta de medicamentos falsos.

Su respuesta me golpea como una bofetada.

— ¿Qué mierda estás diciendo? Es una broma, ¿verdad?

—Tenemos la mercancía y unos compradores interesados —se encoge de hombros como si tal cosa.

—Va en serio, no me lo puedo creer... —farfullo, llevándome las manos a la cabeza.

—Saldremos de aquí alrededor de las cinco de la mañana rumbo a Cefalú, donde tenemos una reserva a nombre de Leo Bianco en el famoso Hotel Mare Blu.

— ¿Quién es ese hombre?

—Yo —se ríe—. Y a partir de mañana, tú serás Gia Rossi. ¿Te acordarás?

— ¿Identidades falsas?

—Exacto. Haremos el check-in en el hotel como una pareja enamorada. Es importante que lo hagamos de manera convincente y creíble —me guiña un ojo con seguridad, como si supiera que ese comentario me haría sentir incómoda.

— ¿Eres un narcotraficante? —le confronto, ignorando sus bromas y dejando crecer el malestar en mis venas—. ¿Por eso tienes ese pedazo de coche y esta mansión?

—Solo soy un mero intermediario, coco—. Enarco una ceja, lo que le hace sentirse obligado a seguir hablando—: Los almacenes mayoristas reciben los medicamentos de las farmacias y luego llegan a mis manos para distribuirlos entre el público.

—Conque a esto te dedicas —chaco la lengua—. ¿Lo sabe tu hermano?

— ¿Tú qué crees? Somos familia.

—A tu hermano no le gracia tu modo de vida. Por eso no te habla, ¿verdad?

—Vamos a dejar de lado los dramas familiares. Tenemos un problema más serio que solucionar, ¿no te parece?

A juzgar por su tono y la tensión en sus nudillos, le he ofendido.

— ¿Y según este maravilloso plan tuyo, vamos a resolverlo? —contraataco, desafiándolo.

— ¿Se te ocurre algo mejor? —responde con tono retador—. Adelante, estoy dispuesto a escuchar nuevas propuestas.

Me callo; es lo mejor si no quiero cabrear a Neón y mandarlo todo a la mierda.

—Vete a la cama y descansa —Neón baja la voz—. Mañana nos espera un día largo.

Neón se quita la servilleta de tela del regazo y la echa sin cuidado encima de la mesa. Luego arrastra la silla con un chirrido y se marcha sin despedirse. Me obligo a seguir su ejemplo. Al menos sé cuál es mi dormitorio, así que me dirijo hacia él donde me lavo los dientes y me pongo el pijama que Olimpia me ha dejado doblado a los pies de la cama.

El insomnio me atormenta. Los minutos avanzan en el despertador de la mesilla, pero el sueño sigue sin llegar a mí. Es entonces cuando decido arruinarlo todo; deambulo descalza por la planta baja y me asomo al dormitorio de Olimpia para asegurarme de que está dormida antes de subir a la segunda planta. Me planto frente al dormitorio al final del pasillo y, sin llamar siquiera a la puerta, me precipito dentro de él.

Una bocanada de aire fresco entra por la puerta de la terraza, abierta de par en par. Y es el frío que me azota la piel lo que me impulsa a acercarme a los pies de su cama. Un ligero rayo de luz se cuela a través de la cristalera, realzando su figura en mitad de la penumbra. Neón está tumbado boca arriba, sin camiseta, con una pequeña sábana que le cubre hasta el vientre. Varios tatuajes de línea fina se esparcen a lo largo de su abdomen. Me acerco para examinarlos de cerca, ya que no tendré oportunidad de hacerlo otra vez.

En el pectoral izquierdo, un pájaro en vuelo con alas extendidas destaca, rodeado de líneas y círculos que recuerdan a un diagrama técnico. En el pectoral derecho, una mano inspirada en "La creación de Adán" de Miguel Ángel se dibuja con precisión, con la palabra "Now" en letras rojas justo en el centro del pecho, cerca de la clavícula. Más abajo, en su abdomen, dos cabezas de estatuas enfrentadas están flanqueadas por la frase "Two Eyes," con el año 1978 inscrito debajo. A los lados, dos serpientes con patrones intrincados se enroscan desde su vientre hasta casi tocar su pecho. Y justo debajo de su ombligo, asoma un globo terráqueo con alas entre la sábana.

—Coco.

La voz de Neón me toma por sorpresa. ¡Mierda, mierda, mierda!

—Ya me iba —tartamudeo—. Me he desorientado buscando el baño y...

—...tienes uno en tu habitación —me corta.

—Ya, bueno.

Entonces, Neón suspira con resignación, se restriega las manos por la cara y se sienta en la cama con la espalda pegado al cabecero.

— ¿Se puede saber qué haces aquí?

—No puedo dormir... —confieso, desviando la mirada—. ¡Es que esto de ser narcotraficantes me ha pillado por sorpresa!

—No somos narcotraficantes.

— ¡Vamos a vender drogas, Neón!

—No son drogas.

— ¿Y qué son, entonces? ¿Caramelos falsos para la tos?

—Viagra.

Me quedo sin palabras.

— ¿Qué?

—El medicamento es Viagra. Bueno, en realidad, es un placebo. Así que no es nada peligroso —me explica.

Se me escapa una pequeña risa nerviosa.

—No te rías, que si nos pillan, más te vale rezar todas las oraciones que te sepas.

—Es lo último que me esperaba, lo siento — le digo entre risitas, mientras una nueva carcajada me traiciona. Neón cruza los brazos sobre el pecho y su expresión se endurece—. Lo siento, de verdad. Ya me tranquilizo.

—Ya, bueno.

— ¿De verdad tienes gente interesada en comprarlo?

—Te sorprendería cuánta. Estaremos en un hotel lleno de extranjeros que solo piensan en follar y drogarse. Como han usado tanta mierda, el tema ya no se les levanta, y por eso necesitan un pequeño empujón.

Esta vez me tapo la boca para que Neón no perciba mi sonrisa.

—Esto es surrealista... —murmuro.

—Más surrealista es la cantidad de dinero que se puede ganar en una hora vendiendo Viagra en medio de una fiesta. Todo el mundo quiere follar.

Ahí tiene razón.

— ¿Tú has recurrido a eso alguna vez? —le pregunto, enarcando una ceja en tono vacilón.

—Vete a dormir, que estás muy preguntona.

—He oído que los chulos de gimnasio también tienen problemas para que se les levante por los anabolizantes que toman. Y tú estás cuadrado... —insisto.

—Yo no necesito químicos de ninguna clase. Ahora, largo de mi habitación.

—Cómo quieras... —me encojo de hombros y doy media vuelta, pero no consigo avanzar hacia la puerta. Entonces, me giro de nuevo hacia él, que sigue sentado, mirándome con atención—. ¿Sabes? Creo que esta vez nos saldrá bien el plan. Tengo un buen presentimiento.

— ¿Ah, sí?

—Sí. Al menos, confío en ti.

—Me sorprendes, Chanel.

Tal vez sea consecuencia de los analgésicos que me nublan el raciocinio, pero basta con escuchar mi nombre en sus labios para que me abalance sobre su cama y gatee hacia él con la intención de darle un beso en la mejilla. Me quedo prendida de su cuello, respirando cerca de su boca, mientras nuestras narices se rozan sin pretenderlo.

—Gracias.

Neón me devuelve la sonrisa y, con un gesto tierno, me aparta el flequillo de la frente antes de plantar sus labios ahí.

— ¿Estás nerviosa?

—No estoy acostumbrada a esto de traficar.

—Ni yo.

Me separo y le doy un manotazo juguetón en el pecho. Su risa, cálida, me acaricia los oídos, así como sus dedos recorren mi brazo hasta envolver mi mano con la suya. Es entonces cuando decido quedarme a su lado, donde puedo respirar sin que me pese el pecho.

—Olimpia va a sospechar cosas raras si te pilla sentada en mi cama.

Sé que no lo dice en serio, sobre todo por la forma en que entrelaza nuestros dedos. No puede estar preocupado por Olimpia después de mirarme como lo está haciendo ahora.

— ¿Sois buenos amigos?

—Sí —asegura, sin apartar la vista de mí.

—Ella tiene experiencia en esto, ¿verdad?

—El padre de Olimpia trabaja como funcionario de aduanas en el puerto de Palermo. Usa su posición para ayudar a una red criminal a mover drogas desde África hasta Europa. Básicamente, se asegura de que los contenedores con la mercancía ilegal pasen sin problemas por la aduana.

— ¿Cómo es que no los han pillado todavía?

—Tienen todo bastante bien montado. Su madre también está metida en el negocio; maneja una empresa de importación-exportación que usan para lavar el dinero que ganan con las comisiones por ayudar a distribuir las drogas.

De repente, un nudo en mi estómago me obliga a cambiar de tema.

— ¿Cómo os conocisteis?

Neón suspira, cansado, pero decidido a hablar.

—Yo era un inmigrante recién llegado a Sicilia, sin muchos recursos. Trabajaba de camarero en una discoteca. Olimpia solía pasarse por allí todas las noches, y me llamó la atención. Era guapa y simpática, así que la invité a mi modesta habitación después de cerrar el bar. Nos liamos y, al principio, solo era algo pasajero. Pero ella seguía viniendo a la discoteca, y nuestras salidas se volvieron más frecuentes. Con el tiempo, nos hicimos amigos y empecé a interesarme en su vida.

— ¿Y... cómo pasaste de eso a trabajar con ella?

—Olimpia vio que yo estaba buscando una manera de mejorar mi situación y dejar atrás esa vida de miseria. Así que me ofreció un trabajo en su red de distribución. Al principio, me encargaba de distribuir Viagra en las fiestas. Poco a poco, me fui metiendo más en el negocio. Además, Olimpia me ha ayudado a manejar todo esto desde un punto de vista legal. Ha aprendido de su madre a crear empresas fantasmas de importación-exportación, lo que nos ha permitido mantener todo en secreto y evitar problemas con la ley.

—Parece que tienes una conexión bastante especial con ella... — mi voz se quiebra, como si la rabia, los celos o desesperanza se hubieran apoderado de ella.

—Sí, somos muy buenos amigos.

— ¿Cómo está vuestra relación ahora?

Pero entonces, me arrepiento de preguntar, por si la respuesta no es la que espero. Siento cómo mi estómago se contrae mientras una bola de ansiedad empieza a crecer en mi pecho, presionando contra mis pulmones y alterando mi respiración.

—En el aspecto profesional, todo sigue igual. En cuanto a lo personal, hace un año que dejamos de acostarnos.

Un temblor sutil me recorre la columna. De hecho, Neón debe notar mi incomodidad porque me aprieta la mano.

—Deberías irte a dormir.

—Está bien...

Me levanto de la cama con el cuerpo aún agitado. Echo a caminar hacia la puerta pero la voz de Neón me detiene a medio camino.

—Yo también tengo un buen presentimiento

— ¿Sí?

—Algo bueno pasará en estos días, ya verás.

Nos quedamos en silencio unos minutos, pendientes de la respiración del otro.

—Buenas noches, coco.

—Buenas noches, Neón.



***

GUAU, ¡cuánto tiempo!

Pero aquí llegaron estos dos jejeje

Estos dos me parecen adorables 🥰

Vosotros, ¿qué opináis?

¿Qué os parece cómo va avanzando el tema?

Os leo

Podéis seguirme en instagram donde estaré publicando frases y dibujos super chulos @marbookss.oficial

Hasta la próxima, os amo.

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