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6

—Chanel, despierta.

Una mano me zarandea el hombro, pero me niego a abrir los ojos.

—Coco...

Protesto en voz baja al mismo tiempo que me acurruco en el asiento con las rodillas pegándolas al pecho. De pronto, siento a Neón colarse por el hueco del asiento y desabrocharme el cinturón.

— ¿No te parece que tres horas de siesta han sido suficientes?

—Haber conducido más rápido —bostezo—. Se me ha hecho el viaje eterno.

Me restriego los nudillos por los ojos para aclararme la vista. La oscuridad de la noche envuelve la zona donde Neón ha aparcado su deportivo. Apenas distingo en qué lugar de Sicilia nos encontramos; el mar, oculto tras un muro de ladrillo, se hace escuchar al igual que las hojas de palmeras que son azotadas por la brisa.

— ¿Dónde estamos? —le pregunto, mientras me estiro.

—En Aci Castello.

Con razón hemos tardado en llegar, ¡estamos en la otra punta la isla!

— ¿Por qué tus amigos no celebran su maldita fiesta en Palermo? —exijo saber.

— ¿Qué más te da, si has venido durmiendo todo el rato? —responde, mientras hace descender las puertas de su coche para que no pueda volver a sentarme.

—Estaba reponiendo las pilas, porque esta noche tiene pinta de que será muy larga...

Neón me pasa un brazo por encima de los hombros y me insta a caminar. La carretera por la que nos guía es poco más que un sendero mal asfaltado. De hecho, las piedrecillas se cuelan por los huecos de mis sandalias y se hunden en las plantas de mis pies. Por si fuera poco, Neón me indica que vaya por el borde del camino, donde la maleza se extiende y me roza las piernas.

—Dios, ¿qué zona es esta? —protesto, lo que hace que Neón me empuje a andar más rápido.

—Vamos, casi hemos llegado.

Una nueva réplica se me atasca la garganta cuando un cartel luminoso, cuyas letras de neón soy incapaz de descifrar, se estampa contra mis ojos. El recinto está cercado por una pared cubierta de enredaderas que se derraman sobre los ladrillos. Desde el interior, las palmeras se alzan creando una pantalla natural que oculta aún más el club.

— ¿De verdad esto es una discoteca exclusiva? Porque parece un puticlub de carretera —comento, mirando a Neón por dentro.

—Aún no lo has visto por dentro —un hoyuelo se marca en su comisura al sonreír.

— ¿Crees que eso me tranquiliza?

Neón me arrastra hacia la entrada donde un hombre corpulento y trajeado custodia la doble puerta de metal. El hombre, en cuanto nos ve acerarnos, se lleva la mano al pinganillo y murmura en un idioma desconocido. Después, se vuelve hacia Neón y asiente con la cabeza.

Avanti, signore.

El segurata le dirige un gesto cómplice a Neón, quien sonríe.

Grazie, Yago.

Neón le palmea el hombro antes de avanzar hacia la puerta y abrirla. Dentro detrás de él con la cabeza agachada. Entonces, espero a estar a solas con Neón para hablarle en voz baja:

— ¿Os conocéis?

—Claro —se encoge de hombros, restándole importancia.

El corazón se choca contra las paredes de mi pecho mientras el sudor se expande por mi espalda.

—Tú has venido más veces aquí, ¿verdad? —le interrogo.

Neón suspira, como si meditara su próxima respuesta.

—En este club se cierran muchos contratos.

— ¿Contratos?

—Aquí viene gente de poder a negociar sus proyectos y demás. Es un lugar discreto, aunque no lo parezca, así que pueden hacer lo que les dé la gana —me explica, ante mi cara descompuesta—. Esta noche no será diferente y vendrán hombres con bastante pasta. Con suerte, si les caes bien o les pareces mona, te darán bastante propina.

Me detengo. Estoy temblando, de modo que me cubro los brazos con las manos a fin de calmar mi vello erizado. Hago el amago de pronunciar una réplica, pero solo me escucho decir su nombre:

—Neón...

Se da la vuelta y me mira.

— ¿Qué te pasa?

—Esto no me gusta. No me fío de esta gente que organiza la supuesta fiesta, ¡y mucho menos de los clientes!

Entonces, se acerca y me toma las manos.

—No te dejaré sola en ningún momento, coco. Te lo he prometido —mi corazón se calienta, aunque los temblores continúan atizando mi espalda—. Además, conozco a casi todo el mundo. No te puedo garantizar que esa gente sea de fiar, pero he trabajado con ellos y sé cómo manejarme en estas situaciones. Tú haz tu trabajo y, sobre todo, no hagas preguntas.

—Pero... —me humedezco los labios, buscando las palabras— ¿son mafiosos, Neón?

— ¿Qué te acabo decir, coco? —me sonríe, casi con lástima.

De pronto se percata del frío que ataca mi piel y me rodea con un brazo. Mientras caminamos hacia el interior del club, Neón se encarga de grabar pequeños círculos sobre mi cintura. Es la escena más amable que hemos tenido entre nosotros.

Al abrir la puerta de la discoteca, nuestra piel queda bañada por la luz azulada que ilumina el ambiente. El club exhibe una disposición estratégica, con una barra iluminada a la izquierda, resaltada por un foco que destaca las botellas, y varias mesas bajas en el centro que rodean una tarima de baile. En torno a la tarima, se extienden dos tabiques que ocultan dos pasillos en cada lado. Sobre esta, se elevan dos plataformas con forma de celda donde, supongo, que las bailarinas realizan sus bailes más provocativos. Después, en la segunda planta, la mesa del DJ ocupa el centro, mientras que en el lado derecho se encuentran varias puertas.

Neón se acerca a la barra donde un hombre bastante joven pasa una bayeta.

Kobe è da queste parti? —le pregunta.

Sì, aspetta che ti chiami —responde el muchacho, antes de salir en dirección al pasillo derecho.

Neón se da la vuelta y me encuentra detrás de él.

—Dame las manos —me pide.

— ¿Qué?

—Dame las manos —obedezco, resoplando—. Respira —cierro los ojos e inspiro profundamente—. Todo saldrá bien. Conseguiremos todo el dinero que necesitas para pagar a ese usurero indie y seremos libres.

Neón me arranca una leve carcajada que arrastra mis nervios. Abro los ojos y me encuentro con sus comisuras curvadas en una media sonrisa.

—Gracias, Neón —me muerdo los labios, avergonzada—. Yo quería...

— ¡...ey, tío! —los dos nos giramos ante el grito detrás de mi espalda. Un chico de tez oscura se nos acerca sonriendo—. ¿Qué pasa, me buscabas?

Me inclino hacia Neón para susurrarle:

— ¿Habla español?

—Te sorprendería cuánta gente sabe hablarlo en esta isla...

El otro chico le palmea el hombro a Neón y, en seguida, aparto mis manos de las suyas.

—Ya nunca me llamas y cuando lo haces es para meterme en problemas —el desconocido me mira aun sonriendo y se dirige a mí—: Estoy bromeando. El jefe está encantado de que te unas a la plantilla esta noche. Les he hablado maravillas de ti y te inflado un poco el currículum.

— ¿Mi currículum? —enarco una ceja.

—Falsificamos uno entre él y yo —señala también a Neón—. Enamoraste a los encargados con tu foto.

— ¿Qué foto? —me cruzo de varazos, ligeramente enfadada.

—Elsa me dio una y se la envíe esta mañana por correo a Kobe —se excusa Neón, encogiéndose de hombros.

—O sea, que por eso fuiste esta mañana a verlos... Dios, me estoy aturdiendo un poco.

—Ven conmigo —el tal Kobe me coge de la muñeca—. Te enseñaré los vestuarios y, lo más importante, tu uniforme.

—Por favor, dime que no es un bikini...

—No —arruga la nariz—, los uniformes de camareros son los más cutres porque los clientes apenas se acercan a la barra a pedir. Son nuestras chicas botellas las que se les acercan hasta su mesa.

— ¿Chicas botellas? ¿Qué es eso?

—Ya lo verás luego.

Kobe intenta arrastrarme hacia el pasillo de la izquierda, pero me resisto.

—Neón...

—No te preocupes, coco. Es más probable que Kobe se enrolle conmigo que contigo.

—Te lo tienes muy creído —le suelta el otro.

—Te espero aquí, coco.

Me dejo llevar por Kobe, que me empuja hasta una habitación escondida al fondo del pasillo. La estética del cuarto contrasta con la del exterior del club: luces naranjas, ropa esparcida por el suelo y alguna que otra silla, maquillaje desparramado por los espejos...

— ¿Qué te parece?

— ¿No me harán firmar un contrato? —le respondo, ignorando su pregunta.

Kobe menea la cabeza, sin saber qué contestar.

—El dinero que cobrarás no es muy legal que digamos...

— ¿Quiénes organizan esto? —le interrumpo.

—No es necesario que lo sepas. Es por tu bien.

Suspiro, llevándome las manos a la cabeza.

—Hey, yo llevo trabajando con esta gente dos años. ¡Y sigo vivo! —comenta, en un intento de tranquilizarme.

— ¿Cómo los conociste?

—Por Neón.

¡Cómo no!

— ¿Te gusta lo que haces, Kobe?

—Solo trabajo tres días. Y en una noche, gano lo mismo que trabajando un año entero de camarero. Así que se podría decir que sí.

— ¿Fuiste camarero?

—No quiero recordar esa etapa de mi vida. Aunque fue en ese momento cuando conocí a Neón, de hecho.

— ¿Siempre ha estado metido en líos raros?

—Cuando le conocí, ya estaba metido en negocios raros para conseguir dinero rápido. Supongo que por esa razón sabe cómo ayudarte.

—De puta madre... —susurro, mientras sonrío, sarcástica.

Kobe se lleva la mano al pinganillo.

—Vaya, me reclaman.

—Está bien.

—Aquí tienes el uniforme y un poco de maquillaje que sean dejado las chicas —dice, señalando la ropa doblada encima del tocador—. Nos vemos después, ¿vale? ¡Todo saldrá a pedir de boca!

—Gracias, Kobe.

Me derrumbo sobre la silla frente al espejo. Tanta sobrecarga de información me ha agarrotado los músculos. Pero como el tiempo apremia, estiro un poco el cuello y procedo a desdoblar la prenda de color rojo. Se trata de un vestido de lentejuelas, aparentemente bastante corto y con un pronunciado escote en forma de corazón.

La incomodidad se enreda en mi estómago mientras sostengo la prenda entre mis manos. Decido desnudarme para probármelo y, al mirarme en el espejo con el vestido puesto, la inseguridad se refleja en mi rostro. Busco ocultarla bajo una capa de maquillaje, aunque esta acción solo parece acentuar mi malestar. Por último, concentro todos mis esfuerzos en peinar mi flequillo con las manos y en desenredar las ondas de mi largo cabello. Cada gesto parece un inútil intento de recuperar un ápice de confianza.

Con el estómago estrujado, tanto por la opresión que ejerce el vestido sobre mis costillas como por la ansiedad que ataca mi respiración, me arrastro hacia la puerta. Me tambaleo a cada paso sobre los tacones de aguja, los cuales están sujetos con cuerdas alrededor de mis tobillos. Al alcanzar la puerta, apoyo mi frente contra ella. Cierro los ojos y, tras contar hasta tres, tiro de la manija.

Ahí está él, recostado contra la pared de enfrente con los brazos cruzados sobre el pecho. Su mirada se centra en mi cara, aunque instintivamente me protejo el cuerpo con los brazos debido a la vergüenza.

—Me siento muy incómoda con este vestido... —confieso en voz baja. Las lágrimas comienzan a acariciar mis párpados—. Me veo las caderas enormes y presiento que se me va a salir el pecho en cualquier momento... ¡No quiero salir ahí, estoy horrible! Ni siquiera me atrevo a mirarme al espejo del asco y la vergüenza que me doy a mí misma.

Neón se despega de la pared y avanza hasta a mí. Coloca un dedo bajo mi barbilla y me obliga a mirarlo.

—Eso es porque aún no te has visto cómo eres en realidad, coco —me limpia una lágrima que se desparrama por mi mejilla—. No te has visto con mis ojos.

♥☯♡

El joven de la barra, que resulta ser el único encargado de esta zona, ha desperdiciado veinte minutos de su valioso tiempo explicándome los diferentes cócteles que existen. Ni siquiera conozco los ingredientes de la mayoría de ellos. ¿Qué coño es la pitahaya? Marco, cuyo nombre sé gracias al bordado de su camisa, me mira con compasión y esboza una media sonrisa.

— ¿Te ha quedado todo claro; las combinaciones, dónde están colocadas las botellas, la hucha de las propinas, cómo funciona la caja...?

Prefiero tragarme la vergüenza antes que admitir que no me entero de nada.

—Sí, más o menos.

No obstante, Marco detecta mi mentira y me reconforta con una suave caricia en el hombro.

—Lo harás bien, no te preocupes demasiado —confío en su mirada ámbar, la cual parece bastante sincera—. De hecho, si en algún momento dudas sobre los ingredientes de algún cóctel o su precio, puedes consultar esta pequeña chuleta.

Marco me entrega una cuartilla de papel dónde están dibujados los cócteles, y junto a cada uno de ellos están escritos sus respectivos ingredientes. En el reservo de la hoja, aparece un esquema de la vitrina de detrás de nosotros dónde se especifica dónde se encuentran las principales botellas de alcohol.

—Gracias, Marco —le devuelvo la sonrisa—. Me pasaré toda la noche estudiando esta maldita nota.

—Con suerte, los clientes solo se acercarán a la barra a pedir botellas... Normalmente, los cócteles se reservan con antelación para que nuestras chicas se las sirvan a lo largo de la noche mediante un gran espectáculo.

— ¿Cómo es ese espectáculo? —le interrogo, confusa.

—Es mejor que lo veas tú misma. Si te lo cuento, ¡perderá su magia! —una risa se escapa de sus finos labios. Después, tamborilea la barra con sus finos dedos y dice—: Voy a chequear que todo esté en orden ahí adentro. Volveré en seguida.

—Está bien...

Marco se desvanece tras una puerta oculta junto a la estantería. Mientras tanto, me concentro en repasar los cócteles que aún se me resisten. Con solo quince minutos antes de la apertura del local, no puedo permitirme ni el más mínimo error. Hoy, más que nunca, debo mostrar la mejor versión de mí misma.

—Ron, chocolate y canela... Al menos, este tiene buena pinta. —susurro para mí misma—. ¡Uf, pero este otro no! ¿Queso de untar con vodka y cerveza? ¡Qué asco! —en cuanto examino el siguiente cóctel, no puedo reprimir una arcada—: Jagermister con mahonesa... En serio, ¿qué clase de enfermo toma esto?

Mientras hinco los codos y me esfuerzo en memorizar las mezclas, un eco de mi nombre reverbera a través de los altavoces:

Dolla bought my bitch Chanel...

Mis ojos recaen en Kobe quien anda concentrado en sus platos. Una sonrisa escapa tras mis labios, a pesar de que no entiendo la letra.

—Qué chico... —suspiro.

Continuó leyendo hasta que una mano pálida aterriza sobre la barra. Un destello irradia desde su dedo anular donde danza un fina alianza, ¿de compromiso, tal vez? Entonces, mi mirada asciende por su brazo, cuya camisa ha remangado hasta los codos, dejando a la vista un gran reloj que marca las doce en punto. Su correa dorada se enreda en torno a su muñeca, bajo la cual palpitan sus venas azuladas.

La trabajada musculatura de este desconocido resalta tras su entallada camisa y, sin embargo, aún consigue verse delgado; ¿será acaso un efecto óptico debido a su gran estatura? De pronto, me sorprenden un par ojos verdes sobre unas mejillas sonrosadas y, su bigote, rubio como su melena ondulada, se curva en una cordial sonrisa. Me pregunto de dónde ha salido semejante príncipe soviético.

—Buenas noches —dice, saboreando cada una de las palabras. No soy capaz de discernir el matiz que adorna su voz.

—Hola... —carraspeo, ya que la belleza de este hombre me ha dejado la garganta seca.

Siento haberte desconcentrado —niego como una boba, lo que hace ensanchar su sonrisa—. Mi nombre es Артем, aunque puedes llamarme Artem, que es la versión españolizada —vuelvo a sentir cual perrito en el salpicadero de un coche—. ¿Usted es Chanel?

—Sí...

—Es un nombre muy bonito. No lo he escuchado mucho.

Mi corazón aletea por mi pecho.

—Gracias... —bajo la mirada, avergonzada.

—Siento si te he asustado, pero quería presentarme como es debido. Al fin y al cabo, yo soy uno de los organizadores del evento de esta noche. Por lo que veo, no me equivoqué al escogerte, aunque admito que Kobe y Neón influyeron en mi decisión. ¿Te importa te tuteé, Chanel?

— ¿Qué? No, no, no.

El pánico surca a través de mi sangre. ¡A saber qué le han dicho estos dos! Solo espero no meter la pata...

—Estás nerviosa. —asegura. No me atrevo a replicarle aunque, en parte, es cierto—. No tienes por qué estarlo. Yo confío en ti, Chanel.

Con el mismo sigilo con el que llegó, se marcha hacia las mesas del reservado. Sus pasos son tan elegantes que parece levitar...

Unas carcajadas al otro lado del local me obligan a desviar la atención. Aunque no puedo verles el rostro, sé perfectamente quiénes son los dueños de esas voces. La risa femenina resuena por encima del murmullo apenas perceptible de la masculina.

Che stai dicendo? Pensi che siamo una bella coppia?

Distingo ese acento incluso a ciegas, aunque la chica se empeña en hacer su gran entrada. Su cabello brilla como la primera vez que la vi en aquella cafetería, y apenas necesita maquillaje para resaltar su belleza; no como yo, que me he cubierto de polvos hasta las cejas solo para parecer un payaso. Su vestido es precioso: un corpiño blanco que resalta su diminuta cintura mientras realza su escote. La falda revela sus muslos cada vez que gira alrededor de Neón. Irradia confianza en sí misma.

Ojalá pudiera decir lo mismo de mí...

Se lo dice la gente, sarà vero —Neón le sigue el juego.

La rubia, cuyo nombre no recuerdo que dijera, se engancha a su brazo y le planta un beso en la mejilla. Neón sonríe con una sinceridad que le ilumina la mirada. Es feliz con ella. Ella le hace feliz...

Che sciocco! E sappi che la colpa è tua —ella finge indignarse, pero su alegría no se desvanece.

—Ah, sì?

Sì. Se non mi avessi abbracciato dalla vita, Chiara non si sarebbe fatta così tante illusioni.

Tan pronto como ella lo menciona, Neón la rodea por la cintura y la acerca a su pecho. La mira con amor, un amor que se refleja en el beso que deposita en su frente.

Pensi che davvero voglia che ci sposiamo? —le pregunta él, mientras ella se aferra a su cuello y acerca su nariz a la suya.

È incredibile che non la conosci —le rebate—. È ossessionata dall'idea che tutti nel gruppo dovremmo sposarci tra di noi.

Ma che cavolo...

Viva l'endogamia! —ella se pone de puntillas y le llena la cara de besos.

Mientras tanto, yo finjo pasar la bayeta por la barra. Un minuto después, ella se da cuenta de mi presencia, ya que se inclina hacia Neón para susurrarle algo que no alcanzo a escuchar desde esta distancia. Sin embargo, la expresión de Neón cambia, arruga la nariz y se ve obligado a dirigirse hacia aquí. Ella lo sigue, abrazada a su brazo.

Dai, presentaci. —le insiste—. La prima volta che ci siamo visti non conta...

—Oh, dios —murmura él. Después me mira y tarda unos minutos en soltar mi nombre—. Chanel

— ¡Qué bonito!

—Y ella es mi futura esposa.

La chica le da un codazo en las costillas.

Non prestarle attenzione. Scherza solo —me sonríe.

Intento hacerle caso, pero una punzada se estanca en mi estómago. Me pesa el pecho al respirar...

—Mi nombres es Olimpia, mucho gusto.

Asiento con la cabeza, pero no me atrevo a levantar la mirada del trapo que estrujo entre mis dedos, por si alguna lágrima se atreve a traicionarme y me descubren.

Por un momento, me había sentido especial para alguien solo porque me habían mirado. Aunque no con esa intensidad y ese cariño tan puro. No culpo a Olimpia por haber conquistado el corazón de Neón, pero ¿por qué nunca puedo ser yo la que lo haga?

Estaba acostumbrada a que me miraran con asco y deseo, así que había olvidado lo que era ser mirada con verdadero amor. Hasta hoy...

—Lo siento mucho, chicos —carraspeo, limpiando todo rastro de llorera—. Ahora no tengo tiempo para hablar... Aún no me he aprendido los cócteles y solo me quedan 15 minutos hasta que abran las puertas al público.

Ambos lo entienden. Y de hecho, ni siquiera se molestan en preguntarme qué pasa cuando me escuchan sorberme la nariz.

—Lo siento...

—Ven, vamos a sentarnos —le dice Neón—. Me han llamado los rusos, ya están aquí.

Olimpia asiente.

—Nos vemos, Chanel. Me alegro de verte.

—Igualmente...

Neón la empuja por la cintura hasta una mesa en el centro del local.

Aprovecho estos últimos segundos de soledad para apoyarme contra la barra, agachar la cabeza y suspirar.

—Joder...

¿Por qué coño soy así? Olimpia es inocente y Neón libre de querer a quién le dé la gana.

—Ya estoy de vuelta —Marco aparece por un lateral de la barra—. ¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas?

—Fatal. No sé qué me pasa... —confieso. Me cubro los ojos con el dorso de las manos y ejerzo presión—. Soy incapaz de concentrarme, lo siento. Esta noche va a ser un desastre. La voy pifiar en cualquier momento.

—No digas eso —Marco me consuela, a pesar de no entender la mitad de palabras que suelto por la boca—. Te lo estás tomando muy a pecho... ¿Se dice así?

Su ingenuidad me arranca una sonrisa.

—Gracias, Marco.

— ¿Prefieres atender en el reservado?

— ¿No lo hacen las otras chicas?

—No, nos encargamos nosotros. Ellas están ocupadas atendiendo a los puteros sin dinero que vienen a hacer bulto. Nuestra clientela VIP merece un trato especial y personalizado, por eso cuentan con un camarero exclusivo para ellos. Sin embargo, parece que esta noche no podrá venir, así que uno de nosotros tendrá que cubrirlo mientras el otro se queda solo en la barra.

—Entiendo...

— ¿Quieres encargarte del reservado, entonces? Ni siquiera tiene que llevarles las botellas en una bandeja, van metidas en cubos.

—Pero... ¿no te importa quedarte aquí solo?

—Ni que fuera la primera vez —me sonríe. —Esta noche no habrá mucho jaleo. Solo han sido autorizadas a entrar 35 personas.

—Que pocas, ¿no? —reflexiono en voz baja—. ¿Qué se celebra esta noche aquí?

—Nada —se encoge de hombros—. Este local solo lo utilizan para blanquear dinero. Pero tú no digas nada. A este tipo de personas no les gusta dar explicaciones de lo que hacen o dejan de hacer. Si ves algo extraño, mantente callada.

— ¿Algo extraño?

Marco se lleva el dedo índice a los labios en un gesto de silencio.

—Coge este cubo y llévaselo a la mesa 3

Marco me tiende un recipiente metálico en el que una botella flota entre hielos.

— ¿Qué mesa es esa? —le pregunto, antes de marchar.

—Cuenta en orden de izquierda a derecha. Solo hay cinco.

—De acuerdo... Pero, ¿y los vasos?

—Lleva el cubo —insiste, así que obedezco a regañadientes.

La luz tenue del reservado me obliga a andar con cuidado para no tropezarme. Entrecierro los ojos y me dispongo a contar: una, dos, y...

—Hostia puta.

Artem me ve aquí parada como un pasmarote, con las rodillas temblando y debatiéndome entre llevarle su botella o salir corriendo. De repente se levanta y se acerca hacia mí antes de que pueda refugiarme tras la barra. Aún mantiene esa sonrisa reluciente en los labios.

— ¿Te ha ocurrido algo? —me pregunta, en cuanto me alcanza.

—No, no...

— ¿Por qué no estás en la barra?

Una gota de sudor resbala por mi espalda descubierta.

—Marco me ha recomendado que sirva estas botellas porque así cometeré menos errores de cara al público —agacho la cabeza—. Lo siento, debería haberle preguntado a usted primero.

—Tutéame, Chanel —escuchar mi nombre deslizarse a través de su lengua me hace levantar la vista—. Solo te saco un par de años.

Desde luego que le creo, aunque sus modales le hacen ver más maduro.

—Lo siento —sonrío con vergüenza.

—Me gusta más este nuevo puesto para ti —me corazón se estampa contra mi pecho, y duele—. Si necesitas ayuda, no dudes en contar conmigo. ¿De acuerdo?

—Gracias, Artem...

Este desliza sus ojos por mis brazos.

—Te tiemblan las manos.

Antes de que pueda replicarle, me quita el cubo y lo deposita encima de una mesa cualquiera.

— ¿Te doy miedo?

Es tan directo que me pilla desprevenida.

—No...

—Aquí estás segura. Que no te intimiden el resto de hombres que están conmigo. Son solo amigos que he invitado esta noche.

— ¿Has organizado todo tú? —de repente, caigo en la cuenta, tarde, de que se me ha soltado la lengua—. Siento la indiscreción, no debería...

—...solo una parte —me interrumpe—. Somos varios socios.

Al menos no se ha ofendido...

—Creo que te gustará la fiesta —dice, de pronto—. Habrá música, baile... Y en torno las 3 y media tendrás un descanso hasta las cuatro.

—Gracias.

Artem se muerde el labio inferior y se mete las manos en los bolsillos. Me echa un último vistazo antes de marcharse, pero no sin antes añadir:

—Me alegro de tenerte esta noche aquí. Hoy ganaremos bastante dinero. Bueno, tú lo ganarás.

—Gracias...

—Nos vemos después, Chanel.

Y cuando se marcha con la botella en mano, recupero el aliento.

Después de que las agujas del reloj hayan completado un par de vueltas, el local se ve abarrotado por hombres trajeados acompañados de mujeres jóvenes. Me sorprende mi propia destreza al deslizarme entre la multitud, manteniendo el equilibrio sobre mis tacones mientras cargo cubos rebosantes de champagne de más de doscientos mil euros.

Las luces, parpadeando al ritmo frenético de la música electrónica que Kobe manipula desde su altar, me aturden en cuanto regreso de servir una botella carísima a la mesa de Artem. Exhausta, me dejo caer sobre un taburete frente a la barra; el dolor en mis pies es insoportable, como si cada paso hubiera sido sobre agujas.

—Dios, no puedo más... —lloriqueo, mientras me quito los zapatos por un instante. El tiempo apremia y la hora de mi descanso se está haciendo de rogar.

De repente, un grito se estrella contra mi oído, haciéndome pegar un respingo en el asiento:

— ¡Hola!

Me giro hacia el dueño de esa voz para enfrentarlo con resentimiento y, ¡cómo no!, aquí está Neón, plantado con toda su chulería y seguridad en sí mismo. No puedo soportarlo, al menos en este momento. Entonces, con gesto desafiante, coge una aceituna del bol que hay en la barra y se la lleva a la boca, sin dejar de sonreír ni apartar la vista de mí. Mi enfado hacia él se aviva, aunque en el fondo sé que él no tiene culpa de nada...

—Ten más cuidado, que menudo susto me has dado —le recrimino, poniéndome los zapatos de nuevo y levantándome del taburete.

— ¿Qué tal con los ricachones?

—Qué más te da... —le espeto—. Marco, una de Russo-Baltique.

— ¡Oído! —grita, desde el otro extremo.

—Oye, ¿qué te pasa, coco?

Neón apoya los codos en la barra y se inclina hacia mí, bloqueando mi visión de Marco.

— ¿Qué me tiene que pasar, Neón?

Me sostiene la mirada hasta que el malestar en mis ojos parece hacerle gracia, entonces se aparta.

—Bien, lo que tú digas —masculla—. Poneme un otro Mai Tai, Marco.

Tesoro, cuanto poco ti sta bene —le replica Marco, entre risas.

Chiddù t'ha detto che è per me? —suelta Neón, regalándole un guiño.

El escozor de mis ojos supera al de mis pies, por lo que echo a correr en cuanto Marco me entrega el vodka. Las lágrimas nublan mis pasos, pero sigo hacia adelante con el fin de refugiarme en una esquina del reservado. Nada más llegar me hundo contra la pared, dejando caer mi cuerpo. Tal es el temblor que sacude mis manos que me veo obligada a depositar el cubo en el suelo.

«Lo siento, Neón. Perdóname»

Intento recuperar la compostura secándome las lágrimas pero, antes de que pueda recomponerme, una mano ajena se desliza a lo largo de mi espalda baja. Tan pronto como me doy la vuelta, con el corazón en la boca, una bebida helada se estrella contra mi pecho. El líquido traspasa la tela de mi vestido, haciendo que se me pegue a la piel y se vuelva transparente.

«Mierda, mierda»

Me sorprende la mirada lasciva de un hombre de pelo canoso. Una desagradable sonrisa se curva en sus labios cando descubre la forma de mis pechos bajo la húmeda tela. Me esfuerzo en cubrirme, cruzando los brazos por encima, pero es inútil.

Mi dispiace, madeimoselle —se disculpa, entremezclando el italiano con su lengua natal. — ¡Oh, regarde comment je t'ai sali! Je vais t'aider à enlever cette tache...

Ni siquiera entiendo lo que dice, pero mi espalda comienza a temblar cuando da un paso hacia el frente con la mano extendida hacia mi pecho.

—No hace falta, por favor...

El miedo se apodera de mi raciocinio, y retrocedo hasta quedar aprisionada por la pared.

—Por favor, déjeme... —suplico de nuevo, pero él no parece escucharme. De hecho, avanza hasta asegurarse que su aliento hediondo queda grabado sobre mi piel.

Ne vous inquiétez pas, je peux vous aider à enlever cette tache... —masculla, encima de mi cuello.

El pánico recorre cada una de mis terminaciones nerviosas cuando el hombre se atreve a posar una mano en mi pecho. Cierro los ojos, suplicando en silencio que se detenga. Entonces, como si alguien hubiera escuchado mis sollozos, emerge una tras su espalda y lo empuja con fuerza hacia un lado.

Artem, junto con tres robustos compañeros, se yerguen imponentes sobre el francés, quien, al tropezarse con sus propios pies, ha caído al suelo. El hombre intenta recuperarse, apoyándose en la pared para ponerse de pie. Sin embargo, en ese momento, Artem, con una expresión impasible, murmura algo a sus compañeros. Rápidamente, estos comienzan a asestarle puñetazos en la nariz al francés. Una vez que se aseguran de que ha quedado inconsciente, lo arrastran fuera del reservado.

En cuanto abandonan el lugar, Artem se vuelve hacia mí. Su expresión se relaja una sonrisa compasiva se dibuja en sus labios.

—Ese cabrón es hombre muerto —me asegura, acariciándome la mejilla con ternura.

Asiento con la cabeza pues el nudo en mi garganta me impide articular palabra.

Me siento tan indefensa, tan sucia, tan... vulnerable. ¿Cómo he permitido que esto sucediera de nuevo? ¿Cómo puedo ser tan débil como para no poder protegerme a mí misma? Ni siquiera soy capaz de mantenerme a salvo, pero ¿acaso merezco ser rescatada una y otra vez?

—Yo... —mi voz se quiebra dentro de mi garganta—. Lo siento mucho. Lo siento, de verdad.

La vergüenza me carcome, así que escapo del reservado y me refugio en los camerinos, lejos de la mirada de Artem. De todas formas, sus pisadas hacen eco detrás de mí.

—Chanel, espera.

Atravieso los pasillos sin prestar atención a las personas que deambulan por ellos y abro la puerta de la primera sala que encuentro. En el interior, me encuentro con cuatro chicas semidesnudas, ocupadas en acicalarse. Ellas me miran con incredulidad y yo agacho la cabeza a modo de disculpa. Estoy a punto de marcharme cuando una de ellas, de tez oscura, me pregunta cómo estoy. Al escuchar su voz amable, me derrumbo y les pido disculpas en español.

—Querida... —susurra la chica de tez oscura, adaptándose a mi idioma—. ¿Qué te ha pasado?

— ¿Por qué lloras, corazón? —me pregunta la rubia, que está sentada encima del tocador, de espaldas al espejo.

—Es una tontería... —respondo, entre hipos.

—Pero...

—... ragazze —la voz de Artem, detrás de mí, silencia la réplica de la rubia—. Lasciaci soli per un momento.

La chica rubia mira a su compañera pelirroja, quien está sentada a su lado maquillándose frente al espejo.

Dai, andiamo —la chica de tez oscura se impone y el resto la obedecen.

Grazie —Artem les sonríe mientras estas abandonan la sala con la cabeza gacha.

Escucho la respiración de Artem rozando mi nuca, sin embargo, este no se atreve a avanzar un solo paso hacia mí. Agradezco en silencio su respeto por mi espacio personal, mientras permanece discretamente detrás de mí.

—Siento lo ocurrido con ese cabrón, Chanel.

Me encojo de hombros.

—No pasa nada... —murmuro, una vez los sollozos parece cesar.

—Es hombre muerto, ya te lo dije.

Me giro para verle.

—Nadie más te pondrá la mano encima mientras esté contigo —me asegura.

Entonces, en un arrebato de desesperación, me lanzo hacia sus labios. Es un gesto impulsivo, una necesidad repentina de encontrar consuelo en su cercanía. Artem responde al beso sin mostrar sorpresa, como si hubiera estado esperando este momento desde el comienzo de la noche. Sus brazos me rodean con gentileza, transmitiéndome la seguridad y protección que necesitaba. Es durante ese abrazo cuando, la angustia y el malestar parecen disiparse...

Me separo para recuperar el aliento, aunque Artem continúa estrechándome contra su pecho.

—Siento haber arruinado el vestido y el maquillaje —confieso, con la mejilla apoyada sobre su camisa.

—Eso tiene fácil solución, no es lo más grave de la situación —su risa acaricia mis oídos, así como sus labios se pierden entre mi cabello.

Me quedo ahí, abrazando su cintura y respirando su perfume, hasta que su pulgar bajo mi barbilla me obliga a alzar la mirada.

— ¿Quieres cambiar de rol? —me pregunta.

Enarco una ceja y me aparto de él.

— ¿A qué te refieres? —le interrogo.

— ¿Te gustaría estar con las chicas?

De pronto, se me reseca la garganta.

— ¿Con las botellas...? —mi voz apenas logra salir.

—No —responde, y una sonrisa florece en su rostro a causa de mi confusión—. Tú no participarás en los espectáculos de esas chicas, pero estarías con el resto, bailando y pasándotelo bien.

— ¿A qué te refieres con 'bailando? ¿Me estás pidiendo que sea una gogó...?

Los latidos de mi corazón se atascan dentro de mi pecho.

—No, no, no. Ni muchos menos. No después de lo que ha pasado —Artem me toma de las manos para acercarme a su pecho. De repente, me coge la cara entre las manos y me planta un beso en los labios que me deja aturdida—. Solo me preguntaba si te sentirías más cómoda rodeada por las chicas —dice, acariciándome las mejillas—. Ellas se suben a la tarima a bailar, pero no es nada erótico. Solo van a pasárselo bien.

—Pero esto es un poco raro, ¿no?

—Te pagaría 150 mil, el doble que sirviendo copas y botellas.

Su oferta me hace titubear. Aunque no estoy del todo segura de aceptar, la posibilidad de ganar más dinero para solventar mi deuda resulta tentadora.

—Pero no puedo salir así —señalo el vestido, que aún sigue empapado.

—Tú no te preocupes —Artem sonríe—. Las chicas te dejarán otro vestido y algo de maquillaje —se gira hacia la puerta y llama—. Chicas. Toda vuestra.

Las cuatro chicas de antes irrumpen en la habitación con una sonrisa radiante. Incluso, la rubia de media melena, cuyos mechones delanteros ha recogido en dos moños altos, me acaricia el brazo al pasar. Mientras tanto, Artem se encamina hacia la salida, pero antes de marcharse, me regala un último beso.

La primera en hablar es la mujer de tez oscura, cuya figura despierta mi envidia; piernas infinitas, abdomen plano y unos atributos generosos que avivan el deseo de cualquier ser humano.

— ¿Qué talla usas, cariño? —me pregunta, mientras abre las puertas del armario.

—Mediana —le respondo, avergonzada.

Ella coge varias perchas y luego me echa un vistazo, haciendo una mueca.

—Todos estos te van quedar grande —reflexiona para sí misma—. ¿Qué talla es ese vestido que llevas puesto?

—No lo sé. Pero me está pequeño...

—A ver que hay por aquí —vuelve a meter la cabeza dentro del armario.

Mientras tanto, las otras tres chicas recuperan sus asientos frente al tocador, excepto la rubia, que parece estar más cómoda sentada encima de este.

Che cazzo di settimana di merda... —murmura la chica con rasgos asiáticos, quien está sentada en el tocador de la izquierda, apartada de las otras dos, retocando su delineador.

Almeno non hai un fottuto bastardo come padrone di casa —le responde la pelirroja, al mismo tiempo que se empolva las mejillas.

Entonces, la rubia sentada encima del tocador de la pelirroja, se voltea a mirarme y me sonríe.

— ¿Quieres un poco, querida? —me pregunta con dulzura, mostrándome una plancha metálica sobre la que hay esparcidos unos polvos.

«Mierda, mierda, mierda»

—No, gracias. No me va mucho —respondo, intentando mantener una sonrisa forzada.

La pelirroja me observa a través del espejo y me pregunta:

— ¿Lo has probado alguna vez?

«Tranquila, cálmate. Ellos no están aquí»

—No, y sería lo último que probara —confieso, bajando la voz.

— ¿Por qué? ¿Te da miedo? —inquiere la asiática, sumándose a la conversación.

—No, las drogas no me asustan.

— ¿Entonces? —vuelve a preguntar la pelirroja.

—Una mala experiencia familiar —respondo, encogiéndome de hombros, pues no tengo ganas de profundizar en mi vida privada.

—Y, ¿el éxtasis? —pregunta la rubia, con curiosidad.

—Eso me da más igual...

—Nosotras tenemos que meternos un chute para aguantar toda la noche —añade esta—. Creo que a ti te también vendrá bien un poco.

— ¿Tú crees?

La rubia me sonríe con una sinceridad que me abraza el corazón.

—Está bien —acepto, correspondiendo su sonrisa.

La rubia se levanta de un brinco y se acerca hasta mí para depositar una pastilla con forma de corazón en mi lengua.

D'ora in poi ti sentirai molto meglio, tesoro —me susurra, antes de plantarme un beso en la mejilla y regresar a su asiento.

Alleluia, ce l'ho —grita la de tez oscura, detrás de mí.

Esta corre hacia nosotras con el supuesto traje ideal para mí: un sujetador azul eléctrico y una minifalda a juego. Lo peor de todo es que empiezo a ver este disparate como una buena idea...

—Es perfecto para ti —me asegura.

Ma il trucco deve essere applicato prima, in modo da non macchiare i vestiti —protesta la rubia.

Ma che razza di stronzate sono? —le replica la otra.

Y resulta que en este punto de la noche, soy incapaz de entender el italiano, así que no tengo ni idea de lo que están diciendo.

De repente, la rubia me toma de la mano y me guía hasta un asiento entre la pelirroja y la chica de rasgos asiáticos. Un escalofrío me azota la columna en cuanto me desplomo sobre la silla. La visión distorsionada que me devuelve el espejo de mí misma me sorprende; es como si estuviera viéndome a través de un prisma de colores brillantes. La imagen reflejada parece fluctuar y desdibujarse.

— ¿Cómo te llamas, tesoro? —me pregunta la rubia.

—Chanel...

— ¿Es un nombre artístico?

—Más o menos —balbuceo.

— ¡Es precioso! —se coloca detrás de mí y comienza a peinarme—. El mío es Celeste. Un tanto cliché, pero me da igual.

—Es muy bonito también...

— ¿Por qué estabas llorando antes? ¿Alguien te hizo sentir incómoda?

—Celeste, para —le ordena la asiática.

— ¿Te estoy molestando? Dímelo, con confianza —dice Celeste, con un tono suave.

—No, tranquila... Hoy no me encuentro muy bien, y no sé por qué. Odio llorar, pero es lo único que he hecho durante toda la noche —le confieso.

—Es mejor que expreses lo que estás sintiendo, o en un futuro será peor para ti —me aconseja.

Celeste se coloca delante de mí y comienza a retocarme el maquillaje con delicadeza.

—Che occhi bellissimi...—murmura para sí misma—. Che occhi bellissimi. Sono grigi...

Andiamo, Celeste —le regaña la chica de tez oscura—. Che il prossimo passaggio è tra venti minuti.

C'è molto tempo a disposizione.

— ¿Y cómo se llama ella? —le pregunto a Celeste.

—Chiara.

Il nome non si adatta affatto —masculla la asiática.

Ti ho sentito, stronzo.

—Yo soy Yushan —me dice la asiática, ignorando a la de tez oscura—. Y ella es Valentina.

La pelirroja me sonríe.

— ¿Son también nombres artísticos? —pregunto.

—No, los nuestros son de verdad. —me asegura Valentina.

— ¿Sois amigas de Neón y Olimpia?

—No —responde tajante Yushan.

—Yo tampoco los conozco mucho, solo hablamos cuando vienen aquí para ver a Chiara —me informa Celeste.

—Ella sí es su amiga. —añade Valentina.

—Sí, ella les ha presentado a Artem y a otros hombres —continúa Yushan.

—Ya veo... —murmuro.

— ¡Trucco, pronto! —exclama Celeste, después de rociarme un líquido por la cara—. Eres tan guapa...

—Muchas gracias, Celeste.

De repente, me quedo absorta mirando a Celeste. Tal vez sea el efecto del éxtasis, el cansancio o ambos, pero comienzo a entrever el rostro de Elsa en el de Celeste... ¿A quién tengo delante realmente?

—Me recuerdas a alguien muy querido... —le confieso en un débil murmullo.

— ¿En serio? Qué bien, ¿no?

Chiara comienza a dar palmas en el aire, apremiando a las chicas a salir.

—Te dejamos aquí sola mientras te pones el vestido, ¿vale? —me indica Celeste con un beso en la mejilla.

Cuando ella se dispone a marchar, la agarro por la muñeca.

—Puedes quedarte, así me ayudas a subirme la cremallera —le digo, a modo de excusa.

— ¿Sí? ¿No te da vergüenza? —responde ella.

—Yo me voy, chicas —responde Chiara.

—Y nosotras —añade Yushan.

—Nos vemos fuera —se despide Valentina.

Y de repente, nos quedamos Celeste y yo solas.

—Bueno —suspira Celeste, risueña. Se balancea sobre sus pies, con las manos entrelazadas, y una sonrisa nerviosa se escapa tras sus labios sonrosados—. ¿Sabes una cosa? Me encanta tu estilo, aunque este flequillo te tapa esos ojazos grises tan bonitos que tienes. Nunca he visto unos iguales, tan oscuros y cargados de... ¡qué sé yo! No me imagino cuántas batallas has liderado, Chanel.

Mientras me despeja el pelo de la frente para mostrar mis ojos, Celeste continúa:

—Y pese a todo, aquí estás... —me susurra—. Sei un combattente, lo has demostrado esta noche. Haces frente a todo lo que se te venga encima.

Entonces, me lanzo y dejo que sus labios me protejan durante esta noche.

Las luces parpadean al son de los colores que danzan por el ambiente. Mientras, la música se enrosca en mis oídos, así como el corazón en mi garganta. El aire está tan cargado que las gotas de sudor comienzan a deslizarse por mi espalda, pero este calor sofocante no se compara al fuego que se enciende en mi estómago cuando Celeste me planta un beso nada más subirnos a la tarima.

Celeste me toma de la muñeca y me arrastra hacia el proscenio, donde varios hombres ansiosos se inclinan hacia delante, extendiendo sus brazos en un intento por tocarnos las piernas. Los vítores y gritos de emoción se intensifican a nuestro alrededor mientras nos movemos guiadas por los beats de la música.

—Parecemos ángeles de Victoria's Secret —susurra Celeste, haciendo referencia a las alas que llevamos en la espalda.

Celeste, radiante y exuberante, pasea sus larguísimas piernas desnudas de una esquina a otra como diciendo: "¡aquí estoy yo!". Y, de pronto, en un arranque de euforia, se lanza hacia la barra colocada en medio de la tarima y comienza a deslizarse por ella. Yo, mientras tanto, la aplaudo y decido seguirle el juego, bailando con las rodillas hincadas en el suelo. Los billetes vuelan mientras follo con la puta tarima

Entre gritos, risas y gemidos, Celeste se abalanza sobre mí. Me obliga a dar la vuelta mientras se sienta a horcajadas sobre mí, restregando su pecho contra el mío. La situación nos consume mientras nos tocamos, nos deleitamos, nos deseamos.... Es evidente que la atracción es mutua, por ello terminamos enrollándonos para deleite del público masculino.

Es una lluvia de sentimientos y dinero que nos empapa. Celeste, en un acto de locura, se quita el sujetador y queda medio desnuda sobre la tarima, desatando aún más los vítores que opacan a la música. De repente, un turista japonés se sube a nuestro podio decidido a aprovechar la situación. Se acerca a Celeste, la rodea por la cintura y comienza a frotar su entrepierna contra su trasero. Celeste se sobresalta y patalea, entonces yo me encaramo con él.

— ¿De qué vas, gilipollas? —le grito, mientras lo empujo hacia el borde de la tarima.

El hombre no reacciona, solo hace un gesto de disculpa con los hombros. Pero para mí, no es suficiente. La ira me consume, y sin pensarlo, le propino un derechazo en la mandíbula. El hombre, confundido e iracundo, comienza a gritarme en su idioma y levanta el puño dispuesto a devolverme el golpe.

— ¿Me vas a pegar tú, media mierda? —le insulto, a sabiendas que no me entiende—. Eres un puto baboso gilipollas.

Se adelanta para abofetearme pero, antes de que pueda hacerlo, dos hombres musculosos, que supongo que pertenecen a la seguridad de Artem, aterrizan sobre la tarima, agarran al japonés por el cuello y lo arrastran hacia la salida entre gemidos de súplica por parte de este.

Me giro para buscar a Celeste y la encuentro de rodillas en el suelo, recogiendo su sujetador y tratando de recomponerse. Me acerco a ella y me agacho para estar a su altura. Entonces observo que le tiemblan las manos y el rímel corrido le ha manchado las mejillas: le ha hecho llorar.

—Cariño... —susurro, mientras acobijo su cabeza entre mis brazos y la acuno con ternura—. Tranquila, ese gilipollas ya se ha ido...

—No pasa nada... Esto es normal...

—Pero él no merece tus lágrimas, Celeste...

De repente, Chiara hace acto de presencia en mitad de la tarima y me pide con la mirada que me separe de Celeste. Sin decir una palabra, Chiara la pone de pie y se la lleva hacia los camerinos sin mediar palabra. Quisiera salir corriendo tras ella, pero Artem aparece y ocupa de repente mi campo de visión.

—No te preocupes por ella. Esta situación se repite cada noche —me asegura, con una sonrisa que apenas le llega a los ojos.

—La he visto muy preocupada.

Artem me tiende una mano, que tomo a regañadientes para levantarme del suelo, y me atrae hacia su pecho.

—Ella está a salvo con Chiara —añade.

— ¿Por qué no ha querido que las acompañara?

Artem se inclina para apoderarse de mis palabras que desembocan en sus labios. De repente, la preocupación por Celeste se desvanece ante el repentino deseo irracional hacia Artem. Me entrego por completo a sus caricias a lo largo de mi espalda, mientras que su cálido aliento recorre mi cuello. Un oscuro deseo crece en mi vientre en cuanto me susurra al oído:

—Nunca creí en los ángeles hasta que te vi esta noche —atrapa el lóbulo de mi oreja entre sus dientes y ahogo un jadeo—. Ты - нечто божественное, Шанель.

Entonces, consumida por una pasión desconocida, me abrazo a su cuello con la urgencia de corresponder su beso. El calor de su cuerpo se fusiona con el torbellino de emociones que sufre mi vientre. Mis manos se aventuran por su pecho con intención de memorizar cada rincón de su musculatura. Pero cuando mis dedos se acercan a su entrepierna, Artem me agarra la muñeca y me sonríe con travesura. Su mirada está cubierta por un oscuro velo de deseo.

—Vayamos a un lugar más íntimo y reservado —sugiere—. Mereces algo mejor que esta sala de baile llena de bebidas derramadas por el suelo donde los pies se te quedan pegajosos. En esta discoteca, hay habitaciones privadas donde podremos estar más cómodos y tranquilos.

Con nuestras manos entrelazadas, Artem me guía a través del bullicio hacia la segunda planta. Mientras subimos los escalones, echo una mirada hacia atrás por si por algún causal encontrara a Neón entre la multitud, pero la masa de personas agitándose al son de la música y los destello de luz difuminan mi visión. Un escalofrío azota mi columna, por lo que me aferro al brazo de Artem en busca de seguridad.

Artem saca una llave de su bolsillo y se dirige hacia una puerta al final del pasillo. La tenue luz que atraviesa el ventanal ilumina el dormitorio, tiñéndola de un tono. El ambiente parece ideal para un encuentro como el que está por venir...

Artem me toma entre sus brazos nada más traspasar el umbral y cierra la puerta con el pie. Me arranca las alas de la espalda antes de arrojarme con brutalidad contra la cama. Se desliza entre mis piernas como un depredador, apoderándose de cada rincón de mi piel con sus dientes. Me retuerzo entre las sábanas cuando su aliento se balancea sobre mis pechos.

—Ты моя —suspira, contra mi garganta.

Artem emite una leve carcajada cuando lo empujo con fuerza, haciendo que caiga de espaldas contra el colchón. Sus manos se apoderan de mis caderas en cuanto me hago un hueco encima de su entrepierna. Me froto contra la tela de su pantalón y una chispa traviesa aparece en sus ojos. Le veo morderse el labio inferior mientras sus dedeos se aventuran por mi abdomen. Se adueña de uno de mis pechos y lo libera del sujetador. Lo masajea, lo estruja. Y se inclina hacia delante para llevárselo a la boca, envolviendo el pezón con su lengua. Gimo contra su oído, agarrándole del pelo, hasta que Artem se tensa bajo mi cuerpo y cierra su mano alrededor de mi cuello. La presión es suficiente como para mantener mi cabeza mirando hacia el techo, pero no lo bastante como para asfixiarme.

—Ты маленькая дрянь.

Artem, con su otra mano libre, desabrocha su cinturón y se baja los pantalones junto con los calzoncillos. Luego, aparta mis bragas para restregarse contra mi centro desnudo.

—Я трахну тебя, как шлюху.

Tan pronto como muerde mi cuello, introduce un dedo dentro de mí; es salvaje, bruto, animal... y su dulzura, una mera fachada que acaba de desmoronarse. Se atreve con un segundo dedo, incluso un tercero, hasta que, de repente, la puerta del dormitorio se abre de golpe tras una violenta patada.

—Mierda...

Intento recolocarme la ropa a toda prisa, pero antes de que pueda hacerlo, un brazo enorme se enrosca alrededor de mi cuello y me arrastra fuera de la cama. Mis pies apenas tocan el suelo mientras el desconocido me arrastra hacia la salida. El aire se me escapa de los pulmones; no puedo respirar.

En ese momento, otro hombre, al que no le veo la cara, entra en el dormitorio empuñando una pistola. Antes de que Artem pueda reaccionar, el hombre dispara. La bala atraviesa su ojo izquierdo, y su cabeza cae pesadamente sobre la almohada, empapándola en sangre.

Con un grito ahogado, intento luchar contra el hombre que me sostiene, pero él me arrastra hacia fuera del dormitorio. Mis protestas son interrumpidas por un violento puñetazo en la cabeza, que me deja aturdida y desplomada en el suelo.

Un nuevo disparo estremece el ambiente. El caos se intensifica, y mis sentidos se descontrolan. Las luces parpadeantes y las sombras danzantes se mezclan con el ruido de cristales rotos y muebles volando por el aire. Las voces lejanas se funden en un murmullo indistinguible.

Mis pensamientos abandonan todo juicio y me siento abrumada. La realidad se desdibuja a mí alrededor. Una estampida de gente nerviosa invade ahora la segunda planta. Veo las piernas pasar frenéticamente delante de mí, pero estoy tan aturdida que apenas puedo reaccionar.

De repente, una de esas piernas me golpea en las costillas, pero mi estado es tal que ni siquiera soy capaz de sentir dolor. Un pie aterriza sobre mi mano, mientras que otro me pisotea la espalda. Me falta el aire, no puedo respirar.

El adormilamiento se apodera de mi cuerpo mientras mi corazón lucha por continuar latiendo. Cada respiración es un agónico esfuerzo por mantenerme con vida. El aire se escapa de mi garganta cuando alguien me pisotea una vez más el estómago. Los pulmones me arden por la necesidad de oxígeno. Hasta que cedo ante la oscuridad: los sonidos a mi alrededor se desvanecen, el griterío es un mero murmullo, y todo lo que queda es el miedo.

La realidad se fragmenta; un destello de luz emerge entre las sombras mientras alguien parece levantarme del suelo, pero se siente como una ensoñación.

— ¡Quita a esa gente de en medio, joder!

— ¿Qué coño crees que hago?

—La madre que...

Las imágenes continúan desvaneciéndose. Y de un momento a otro, el frío me azota la piel.

— ¿Sabe Olimpia manejar tu coche?

—Eso espero.

Se escucha otro golpe, pero no sé de qué. Entonces, mi cuerpo parece relajarse sobre una mullida superficie.

—Tiene frío, pon la calefacción.

—Estamos en agosto, no me jodas.

—Te he dicho que tiene frío. Está prácticamente desnuda.

—Vale, tío...

Un segundo de silencio.

—Está bastante jodida, tío. Yo creo que le han roto alguna costilla.

Más silencio.

—Con una puta tirita no le vas a curar nada, Neón.

—No podemos ir al hospital.

— ¿Y qué coño vas a hacer?

—Conduce y calla.

Y más silencio.

***

Hola, hola.

Siento tanto la espera

¿Qué os ha parecido el capítulo entero? Es un poco más largo que los demás jsjsjs.

Me encantaría saber vuestra opinión.

Os amo.

P.D: podéis seguirme en mi cuenta de instagram @marbookss.oficial donde subo frases, dibujos, adelantos...

Hasta la próxima, un beso gigante.

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